Knut Hamsun y su defensa del nazismo

"Personajes" que han dejado o pretendido dejar huella en la Historia Militar Internacional.

Moderador: Fernando Martín

Responder
Avatar de Usuario
SusoRail
Großadmiral
Großadmiral
Mensajes: 25224
Registrado: 12 Nov 2006
Ubicación: Great Corunna

Medallas

Parches

Knut Hamsun y su defensa del nazismo

Mensaje por SusoRail »

Los ayudantes del verdugo: Knut Hamsun y su defensa del nazismo

José Luis García Martín
La Opinion

En 1939, Knut Hamsun tenía ochenta años. Su decidido apoyo a los nazis, incluso después de que invadieran su país, Noruega, solo podía deberse a ciertos desarreglos mentales propios de la edad, pensaron sus numerosos admiradores en todo el mundo. Cuando se le juzgó tras la guerra, trató de buscársele, como a Pound, el subterfugio de la enajenación mental. Pero él, que se defendió a sí mismo sin arrepentirse de nada, hizo todo lo posible para que no se aceptara esa piadosa mentira.

Tras la minuciosa reconstrucción de su biografía llevada a cabo por Ingar Sletten Kolloen se comprende la negativa de Hamsun a abjurar de sus ideas nazis: formaban parte del núcleo mismo de su personalidad. En 1888 —faltaba un año para que naciera Hitler— le escribe a un amigo que él “cree en el que nace señor, el déspota natural, el líder, el que no se elige pero que se erige a sí mismo en caudillo sobre las hordas de la tierra. Creo y confío en una cosa, el regreso del gran terrorista, en el César”. Una década después, viajando por Rusia, anota: “Uno obedece a un hombre que sabe mandar, recordemos con qué entusiasmo se obedeció a Napoleón. Es agradable obedecer y los rusos todavía saben hacerlo”. Cuando comienza la guerra del 14, no duda un momento de qué lado ponerse: “Estoy completamente seguro de que Alemania un día vencerá a Inglaterra. Se trata de algo evidente, es una necesidad natural”. No consideraba que la guerra fuera algo antinatural, lo antinatural era el pacifismo. Un país necesita tantos fusiles como arados.

Desde la llegada de los nazis al poder, Hamsun se convirtió en su principal propagandista en el resto del mundo. Magda y Joseph Goebbels recibieron al matrimonio Hamsun en su palacete de Hermann-Göring-Strasse el 19 de mayo de 1943. Estuvieron reunidos casi dos horas. En un momento de la conversación, aparecieron los seis hijos del matrimonio a saludar ceremoniosamente al escritor. Marie Hamsun aludió a que en los países nórdicos parecía estar descendiendo el interés por la obra de su marido. “¡Qué vergüenza!”, dijo Goebbels, y en aquel mismo instante tomó la decisión de hacer una edición especial de sus obras completas con una tirada de cien mil ejemplares. Hamsun regresó conmovido por la entrevista y no sabía cómo agradecerla. Por fin, se le ocurrió la manera. Años atrás, Selma Lagerlöf le había sugerido que subastara la medalla del premio Nobel para así ayudar a Finlandia, atacada por los rusos. A él le pareció absurda la idea. Ahora encontraba un destino mejor para esa medalla. El 17 de junio se la envió a Goebbels con una nota en la que decía: “Nobel fundó su premio para la creación literaria de los últimos años basada en el idealismo.

No conozco a nadie que de forma tan incansable, año tras año, haya escrito y hablado de forma tan idealista sobre Europa y la humanidad como lo ha hecho usted, señor ministro del Reich. Le pido disculpas por enviarle mi medalla puesto que es algo inútil para usted, pero no tengo otra cosa que enviarle”.

Unos días después, el mismo mes, se entrevistaba con Adolf Hitler. Al contrario de lo que había ocurrido con su admirador y admirado Goebbels, no pretendía que fuera un encuentro meramente protocolario. Lo que Hamsun pretendía era que Hitler destituyera al Comisionado del Reich en Noruega, al jefe de las fuerzas de ocupación. No le gustaba su manera de actuar, le parecía que no favorecía la causa alemana.

El relato del encuentro entre el anciano escritor y el hombre que todavía, aunque ya había comenzado su declive, se creía el dueño del mundo constituye uno de los capítulos más fascinantes de esta dilatada biografía. Hamsun tiene ochenta y tres años, no habla alemán, está sordo, arrastra las secuelas de un infarto cerebral que ha sufrido catorce meses antes, padece de Parkinson y su mano derecha se agita constantemente. Hitler espera salir del paso con unas pocas palabras amables. “Me siento muy vinculado a usted. En cierto modo, mi vida y la suya se parecen mucho”, comienza. Pero el escritor no quiere andarse por las ramas. Le dice que la asociación de compañías navieras noruegas ha solicitado al Comisionado del Reich que les deje las manos libres en lo referente al tráfico marítimo y que el Comisionado se ha burlado de los noruegos diciendo que si quieren navegar lo hagan por el interior de los fiordos. Hitler, sorprendido, se refiere a las necesidades de la guerra y luego comienza uno de sus habituales monólogos sobre el arte y la genialidad. Knut Hamsun le interrumpe: “Los métodos del comisionado del Reich no encajan con nosotros, los métodos prusianos que utiliza son insoportables, y además están las ejecuciones. ¡Ya no aguantamos más!”. El traductor, aterrado, atenúa lo que puede las palabras de Hamsun. Hitler, que no tiene la costumbre de escuchar a sus invitados, trata de volver una y otra vez a su monólogo, pero el anciano escritor no se deja impresionar e interrumpe con una pregunta directa: “¿Cuándo piensan hacer regresar a un hombre tan nefasto para Noruega como Terboven?”.

Hitler, ante la terquedad del escritor, no tiene más remedio que dejar sus divagaciones y tratar de cerrar el tema: “El Comisionado del Reich es un hombre preparado para la guerra, está destinado allí exclusivamente a tareas políticas en tiempos de guerra. Más tarde volverá a Essen, en donde es Jefe Político de Zona”. Y en ese momento, por una de sus habituales reacciones imprevisibles, el anciano que se había mantenido firme ante el hombre que todavía tenía media Europa en sus manos se puso a llorar. Entre lágrimas, dijo: “No es que nosotros estemos en contra de la ocupación, seguramente la necesitaremos durante mucho tiempo, pero ese hombre destruye para nosotros más de lo que Hitler construye”.

En 2002, Ingar Sletten Kolloen encontró el archivo privado de Knut Hamsun, que el escritor afirmaba haber destruido, pero que en realidad había escondido en el desván de la finca en que vivió los últimos años. Ese hallazgo le ha permitido reconstruir, con todos sus claroscuros una vida tan poco edificante como fascinante. En 1886 —aún le quedaban casi setenta años por vivir—, le escribe a un amigo: “¡Menuda existencia la mía! Y la educación que he tenido… nunca me han ayudado a poner orden en este caos mental. Uno comete locuras, actos no premeditados que lamenta con toda su alma después, pero ya es tarde. He tenido que educarme a mí mismo paso a paso durante toda mi existencia. Yo he trepado por la vida, no he caminado. Así que en semejantes circunstancias uno tiene mucho que lamentar, pero aquí voy con la cabeza llena de ideas, intentando ver dónde debo corregir mis errores, aspirando a cumplir con mis compromisos”.

Cuando a su última mujer le preguntaron si no era maravilloso vivir con tan gran escritor, ella respondió que no siempre, que a menudo era horrible. Cerramos el libro y admiramos un poco menos al gran escritor, que no siempre fue grande, pero sabemos un poco más de nosotros mismos.


Saludos
Suso

Las guerras no las gana nadie, simplemente unos, las pierden menos que otros -M.B.D.-
Los problemas de dinero, no son problemas; problemas, son los de salud -M.D.C.-
Responder

Volver a “Protagonistas Internacionales de la Historia”