Uno de ellos era Roderick Mackenzie, hijo de un orfebre de Edimburgo, pero buen conocedor de las Highlands. Se adhirió a la rebelión en su comienzo, actuando bien como oficial en los campos de batalla, y resultando acreedor del reconocimiento del Príncipe, a quien le unía una edad similar, así como unas facciones semejantes.
El 16 de Abril de 1746 se produce la batalla decisiva en Culloden, muy cerca de Inverness, donde el ejercito jacobita, en inferioridad numérica, falto de cohesión, poco descansado, mal alimentado y peor comandado, sufre una tremenda derrota ante las fuerzas del Duque de Cumberland, dejando la mitad de sus efectivos en el campo de batalla, dispersándose el resto sin dejar de ser perseguidos por sus enemigos por todo el país, con tanta saña que el comandante británico sería conocido como “El carnicero Cumberland”.
Bonnie Prince Charles consigue escapar hacia el norte junto a un reducido número de simpatizantes, entre los cuales se hallaba Roderick Mackenzie, y durante cinco meses consigue burlar la persecución de sus enemigos, pese a que por una parte se ofrecía una recompensa de 30.000 libras por su cabeza y, por la otra, la ejecución inmediata para quien le ofreciese asilo. En cierta ocasión, hallándose el pequeño grupo de fugitivos en Glen Morriston, a unos 10 kilómetros al Oeste de Inverness, son acorralados por varias patrullas de soldados británicos, con pocas perspectivas de poder escapar. Es entonces cuando Roderick Mackenzie se ofrece a vestirse con las prendas de su Príncipe (las pocas que le quedasen a esas alturas de la huída, supongo) y a correr llamando la atención de los soldados. Así lo hace, siendo perseguido durante varias millas, alcanzado al fin por un disparo mortal a la orilla de un río, ya cerca de Fort Augustus, pero antes de morir lleva su papel hasta el final gritando a quienes le han dado caza : “habéis matado a vuestro Príncipe”. Estos, felices anticipando la recompensa, cortan la cabeza al cadáver y la llevan hasta Inverness, desde donde sería trasladada a Londres, y sólo entonces se descubriría la verdad, dando a Bonnie Prince Charlie un necesario respiro, que aprovechó para contactar con agentes franceses y embarcar en un navío de la misma nacionalidad con el que regresó por fin a Francia.
El cuerpo de Roderick Mackenzie fue enterrado por seguidores jacobitas en el mismo lugar donde resultó abatido, siendo señalada su tumba por una cruz marcada con la sencilla inscripción RM – 1746
Cabe preguntarse si el Bello Carlos resultaba merecedor de la lealtad y sacrificio que le ofrecieron hombres como Roderick Mackenzie, o mujeres como Flora McDonald (quien sacó de otro entuerto al Príncipe disfrazándole de mujer y haciéndole pasar por su dama de compañía, pagando con dos años de cárcel este hecho), pero ello no resta un ápice al valor mostrado por este joven, que por su sacrificio merece su pequeño lugar en la Historia.
Esta información (confirmada por la placa que acompaña a la tumba) me fue facilitada por Jane Mackenzie, quien me narró la historia de su antepasado y me enseñó su lugar de reposo, y a quien desde aquí agradezco su hospitalidad durante los días que disfruté, junto a mi compañera, de las Tierras Altas…
En mi opinión el Príncipe se calzó unas botas demasiado grandes para su tamaño, aunque quizá sólo se tratase de un asunto de juventud e inexperiencia (25 años en ese momento); es posible que la misma aventura unos años más tarde hubiese resultado más fructífera.
