Saladino, Sultán y Caballero

"Personajes" que han dejado o pretendido dejar huella en la Historia Militar Internacional.

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Saladino, Sultán y Caballero

Mensaje por Lutzow »

Esta es una de la docena de biografías del libro "Grandes Capitanes", y la única que se publicará en abierto, de modo que no puedo dejar de aconsejaros que os hagáis con él y disfrutéis del resto, que debo señalar son bastante mejores... :lol:

http://www.elgrancapitan.org/foro/viewt ... +capitanes

Saladino, Sultán y Caballero.

Vi a Bruto, aquel que destronó a Tarquino,
a Cornelia, a Lucrecia, a Julia, a Marcia;
y a Saladino vi, que estaba solo...


Dante Alighieri – La Divina Comedia – Canto IV

Incluyendo a Saladino en el Limbo, junto a Virgilio, Sócrates y Aristóteles, entre otros personajes ilustres, el gran poeta florentino rinde el mayor homenaje posible al Sultán kurdo quien, a diferencia de los nombrados, sí tuvo ocasión de ser bautizado al haber nacido después de Cristo. Es sólo una muestra de la huella que Saladino ha dejado durante siglos en Occidente, convertida su figura en paradigma del caballero ideal; justo, íntegro, piadoso, humilde e indulgente. Este retrato estereotipado del Sultán, forjado en la Edad Media y mantenido por la historiografía romántica, encuentra curiosamente su reverso en Oriente, donde el recuerdo de Saladino no obtuvo la grandeza que podría esperarse, medio olvidado entre la población, incluso vilipendiado por algunos historiadores locales, siendo acusado de haber dedicado mayor empeño en combatir contra sus correligionarios que contra los cristianos, al tiempo que se le imputan las derrotas sufridas por los musulmanes durante la Tercera Cruzada. En el imaginario popular se otorgaba mayor significancia a Baibars, el Sultán mameluco, general expeditivo y brutal, que un siglo más tarde de la era de Saladino conquistó el Principado de Antioquía y la red de fortalezas interiores que protegía la costa cristiana; o incluso a Nur al-Din, antecesor de Saladino y unificador de Siria. A lo largo del último siglo la influencia de Occidente y una mayor difusión de sus logros han ayudado a transformar las consciencias, de tal modo que no han sido pocos los líderes modernos que en el mundo árabe se han declarado “sucesores de Saladino”, quedando prácticamente enterradas las anteriores críticas hacia su persona. Sin embargo en los últimos años nuevas publicaciones ponen de nuevo en entredicho la virtuosa imagen de Saladino, haciendo hincapié en sus años de ascenso al poder y en la crueldad necesaria para conseguirlo. ¿Caballero o ambicioso advenedizo? Al final de estas páginas podremos dar una respuesta, pero antes debemos conocer su historia.

Hattin.

Madrugada del 4 Julio de 1187, Saladino reza en la noche mientras escucha los cantos de sus tropas, convencidas de que al amanecer acabarán con el ejército cristiano. La situación no puede resultar más favorable, los frany se han visto obligados a acampar en un terreno sin agua, en inferioridad numérica y prácticamente rodeados por los musulmanes. Saladino es consciente de que la batalla que se desarrollará al día siguiente resultará decisiva para su futuro y el de su pueblo, sabe que las posibilidades de victoria son amplias, pero también conoce el valor del ejército cristiano; en el pasado ha podido comprobar personalmente el poder de su caballería pesada. Pese a encontrarnos en pleno estío la noche será larga, lo suficiente para que el Sultán pueda repasar el extraño cúmulo de acontecimientos que le han llevado hasta el momento actual.

Primeros pasos: Egipto.

Salah ad-Din Yusuf nace en Tikrit en 1138, hijo de Ayub, de origen kurdo y gobernador de la ciudad, que al año siguiente del nacimiento de su hijo cae en desgracia y debe partir junto a su familia hacia el oeste, poniéndose al servicio de Zengi, señor de Mosul y Alepo, el dirigente musulmán más poderoso de su tiempo, que en 1144 conquistará el Condado de Edesa, primer territorio perdido por los cristianos tras la triunfal Primera Cruzada. Zengi no podrá disfrutar durante mucho tiempo de su victoria, pues dos años más tarde muere asesinado, surgiendo entonces las habituales disputas entre sus sucesores por repartirse sus territorios. La familia de Saladino, con su tío Shirkuh a la cabeza, ofrece su lealtad a Nur al-Din, segundo hijo de Zengi, que se convierte en Señor de Alepo, mientras su hermano mayor hace lo propio en Mosul. La apuesta de la familia Ayyubí resulta favorable, pues pronto Nur al-Din demuestra ser un hábil dirigente que, por primera vez desde la llegada de los frany a Tierra Santa, unirá bajo un mismo poder las ciudades de Alepo y Damasco, convirtiéndose de este modo en el Señor de toda Siria.

Poco sabemos sobre la infancia y adolescencia de Saladino, que debieron transcurrir primero en Baalbek, donde su padre Ayub fue nombrado gobernador por Zengi, y más tarde en Damasco, cuando Nur al-Din le convirtió en Emir de la ciudad. Como cualquier otro niño musulmán creció aprendiendo el Corán, convirtiéndose en un entusiasta creyente, aunque siempre se mostró tolerante con aquellos que profesaban una religión distinta a la suya, pese a estar convencido de la perdición de sus almas. Sobre su aspecto físico sabemos que era más bien bajo y delgado, de frágil apariencia, centrándose sus biógrafos en su rostro, adornado por una corta barba, iluminado por unos ojos serenos, reflexivos, de profunda mirada.

Saladino crece en un Oriente Medio cuya costa está completamente ocupada por territorios cristianos. Al norte, con Constantinopla como capital y dueño de las riberas de Anatolia figura el Imperio Bizantino, un tanto disminuido en su poder, pero todavía un Estado con capacidad para influir en los asuntos sirios. Al sur de Anatolia existe el pequeño reino cristiano de Armenia, que enlaza con el Principado de Antioquía, el Condado de Trípoli y el Reino de Jerusalén, tres territorios creados por los latinos tras la Primera Cruzada. Por parte musulmana, al norte, ocupando el interior de Anatolia y enfrentado al Imperio Bizantino, figura el Sultanato de Rum, gobernado por los turcos Selyúcidas. Hacia el sur nos encontramos con el Principado de Mosul y la recién unificada Siria de Nur al-Din, todos ellos territorios suníes y nominalmente bajo el Califato de Bagdad, enfrentados a un Egipto donde reina un Califa fatimita, de creencias chiíes, y por lo tanto tan infieles como los cristianos a los ojos de los suníes. Siria y Egipto no tienen frontera común, pues el Condado de Transjordania (en la actual Jordania y perteneciente al Reino de Jerusalén) se interpone entre ambos Estados, con las fortalezas de Kerak y Montreal como principales bastiones cristianos en la zona.

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Egipto es un Estado rico pero débil, con un Califa que sólo es una marioneta en manos del Visir de turno, puesto que en 1162 ocupa Shawar, consciente de tener un título recompensado pero peligroso: de sus quince antecesores sólo uno ha fallecido por causas naturales. No se equivoca Shawar, pues a los ocho meses de ocupar el cargo tiene que huir ante la rebelión de su lugarteniente Dhirgham, quien consolida su poder asesinando a todo aquel que pudiese disputárselo, dejando de este modo al ejército egipcio carente de oficiales expertos. El caos resultante quiere ser aprovechado por Amalarico, recientemente proclamado Rey de Jerusalén, pues desde que en 1153 los cristianos conquistaron a los fatimitas la ciudad de Ascalón, controlan la llave de entrada a Egipto. En pocos días se presenta ante Pelusium, junto al ramal más oriental del Nilo, pero no se tiene en cuenta que el río se encuentra en plena crecida: los defensores sólo necesitan rompen un dique para obligarles a retirarse. Quizá Egipto podría haber quedado al margen de los asuntos sirios de no ser porque el depuesto Visir Shawar se presenta en Damasco en busca de ayuda para recuperar su cargo, prometiendo reconocer la soberanía de Nur al-Din y un tributo anual de un tercio de sus rentas. El Señor de Damasco y Alepo no está muy convencido de la empresa, desconfía y no quiere tratos con los fatimitas, pero a la importante recompensa se une el temor de que los frany conquisten Egipto, rompiendo de este modo el equilibrio existente. Por ello, en 1164, autoriza a Shirkuh, comandante de su ejército y tío de Saladino, a emprender una expedición para reponer a Shawar como Visir. Desconocemos los motivos que llevaron a Shirkuh a incluir a su sobrino en la expedición, pero sí que este último llevaba una vida apacible en Damasco y no tenía el menor interés en participar en ella, dejando escrita su profética impresión al recibir la orden del partir: “Por Alá, así me dieran todo el reino de Egipto, que no iría.” Le espera un largo camino a través del sur de Transjordania y el desierto del Sinaí, zonas poco vigiladas porque como estrategia de diversión Nur al-Din amaga un ataque sobre Banyas, al norte de los territorios cristianos. La ruta se recorre con tanta rapidez que el Visir Dhirgham es completamente sorprendido, derrotadas fácilmente las escasas fuerzas que su hermano pudo reunir y finalmente capturado y ejecutado. Todo parece haber salido bien, pero una vez consolidado en el poder, Shawar invita a los suníes a que abandonen su territorio, demanda no aceptada por un sorprendido Shirkuh. El repuesto Visir no tiene demasiada confianza en sus propias tropas, pero tampoco escrúpulos para pedir ayuda una vez más, en esta ocasión al Rey Amalarico, prometiendo pagar todos los gastos de la expedición y una jugosa recompensa. Enfrentado a esta situación, Shirkuh abandona El Cairo para encerrarse en la fortaleza de Pelusium, desde la cual, durante tres meses, resiste el asedio de las fuerzas franco-egipcias, aunque sólo le salva de la capitulación una importante derrota sufrida por los cristianos en el Principado de Antioquía, noticia que obliga al Rey a llegar a un acuerdo con los sitiados para poder atender los problemas surgidos en el norte, acuerdo por el cual ambos ejércitos regresan hacia Palestina siguiendo caminos paralelos, dejando a Shawar como único triunfador de los sucesos acaecidos.


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Re: Saladino, Sultán y Caballero

Mensaje por Lutzow »

Hubieron de transcurrir más de dos años para que el belicoso Shirkuh, que no había quedado nada satisfecho con el resultado de la campaña anterior, pudiese convencer a Nur al-Din de realizar un nuevo esfuerzo para conquistar Egipto. Apelando a la posibilidad de que los frany se adelantasen, y al profundo sentimiento religioso del Señor de Siria, consigue el permiso de este para declarar la yihad contra los fatimitas y reunir una importante hueste, en la que vuelve a incluir a su sobrino, con el fin de deponer a Shawar y conquistar el país, aunque en esta ocasión la expedición no es un secreto y los cristianos, avisados por el Visir egipcio, realizan un intento por detenerlos en Transjordania, intento que no fructifica por un escaso margen de tiempo debido a la rapidez de las fuerzas sirias, todas de caballería. En febrero de 1167 Shirkuh llega al Nilo, lo cruza y monta su campamento en Giza, mientras las fuerzas de Shawar y Amalarico, a quien el primero ha prometido 400.000 besantes si no se retira de Egipto hasta expulsar a los sirios, lo hacen en la orilla opuesta. Los ejércitos enfrentados se vigilan durante un mes, hasta que aliados consiguen cruzarlo una noche sorpresivamente, obligando a Shirkuh, en clara desventaja numérica, a retirarse siguiendo el Nilo hacia el sur, perseguido por un ejército franco-egipcio tan convencido de su superioridad que deja buena parte de sus tropas en El Cairo. Craso error, el encuentro se produce entre las ruinas de la antigua Hermópolis, y las fuerzas aliadas no dudan en perseguir el centro sirio, que comandado por Saladino realiza una retirada fingida para pronto dar media vuelta mientras las alas propias cierran sobre el enemigo. La antigua táctica árabe funciona perfectamente, la mayor parte de las tropas franco-egipcias caen muertas o prisioneras, mientras Amalarico y Shawar reúnen los restos de su ejército y regresan precipitadamente hacia El Cairo.

Pese a la victoria atacar la capital está fuera de las posibilidades de Shirkuh, quien dirige sus pasos hacia Alejandría, ciudad que le abre sus puertas al estar sus habitantes en contra de Shawar y su alianza con los franys. Pronto perderán su entusiasmo con los recién llegados, pues la ciudad es cercada por el ejército combinado y su flota; el hambre no tardará en aparecer. Shirkuh es un hombre de acción, de modo que transcurrido un mes de asedio aprovecha una noche para escabullirse con la mayor parte de sus tropas, dejando a Saladino al mando de un millar de hombres con instrucciones de continuar defendiendo las murallas mientras él se dedica a saquear pequeñas ciudades, con la idea de obligar al enemigo a perseguirle. Ni cristianos ni egipcios están por la labor, de modo que se llega a un punto muerto, solucionado de nuevo con un acuerdo según el cual tanto cristianos como sirios se marcharán a sus respectivas tierras, con el compromiso por parte de Shawar de perdonar a todos aquellos que se han unido a los suníes durante la lucha, así como a aceptar pagar al Reino de Jerusalén un tributo anual, Reino que además mantendrá una pequeña guarnición en El Cairo, con la misión de controlar las puertas de la ciudad. Durante las negociaciones Saladino tiene su primer contacto pacífico con los caballeros cristianos, quienes según lo estipulado, le permiten abandonar Alejandría con todos los honores por su brava defensa.

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Saladino

Esta segunda campaña de Egipto termina en verano de 1167, de nuevo escasa de resultados, con Shawar manteniéndose en el poder, aunque por parte de los musulmanes sirios Nur al-Din se alegra al menos de ver regresar a la élite de su ejército casi intacta, mientras Amalarico se ha asegurado un importante tributo garantizado en parte por la pequeña guarnición que ha dejado en El Cairo. No es suficiente para el Rey de Jerusalén, quien a su regreso se casa con la sobrina del Emperador bizantino Manuel I Comneno, consolidando de este modo su alianza con el Imperio, con la que cuenta para invadir de nuevo Egipto y conquistarlo definitivamente, dividiéndolo entre ambos. Las conversaciones avanzan despacio cuando a finales del verano de 1168 desembarca en Palestina Guillermo IV, Conde de Nevers, junto a un importante grupo de caballeros, deseosos todos de combatir al infiel. Estos refuerzos ofrecen la oportunidad de iniciar una campaña sin el apoyo bizantino, hecho que unido a la noticia sobre el intento de alianza con Nur al-Din por parte del hijo mayor de Shawar y el retraso en el pago del tributo prometido, provoca el inicio de la cuarta expedición a Egipto ese mismo otoño, partiendo el ejército cristiano de Ascalón el 20 de Octubre, cogiendo el ataque totalmente desprevenido a Shawar, quien intenta negociar a última hora, sin resultado. El 30 de Octubre los francos están frente a Pelusium, defendida por un hijo menor de Shawar, quien sólo puede resistir tres días antes de rendir la ciudad, que acto seguido sufre un salvaje saqueo por parte de las tropas recién llegadas de Europa, prácticamente ingobernables tras la muerte del Conde de Nevers a causa de unas fiebres poco antes de iniciarse la empresa. Además de una matanza inútil fue un gran error, pues la noticia de la muerte de miles de hombres, mujeres y niños, musulmanes y coptos, corrió rauda a través de Egipto, fortaleciendo la resistencia ante el invasor. Cuando Amalarico llega ante El Cairo encuentra una población dispuesta a defenderse, incluso a quemar la ciudad y todas sus riquezas antes de entregarla a los cristianos; se decide entonces negociar un acuerdo económico. Seguramente se hubiese podido alcanzar un arreglo de no ser porque el propia Califa, el adolescente al-Adid, ya ha enviado una carta a Nur al-Din solicitando ayuda, con la promesa de entregar un tercio de su territorio y feudos para los emires de su ejército. Viendo clara la ocasión el Señor de Siria envía de nuevo a Shirkuh hacia el oeste, acompañado de 8.000 caballeros y de su sobrino Saladino, nuevamente reacio a participar en la expedición, la tercera para él. Informado de la próxima llegada de Shirkuh, Shawar, quien ve peligrar su puesto independientemente de quien pueda resultar vencedor, avisa a Amalarico con la esperanza de que su ejército pueda interceptar al sirio y se destruyan mutuamente, pero aunque el Rey de Jerusalén lo intenta, la veloz tropa de Shirkuh consigue evitar el encuentro sin problemas. Para los cristianos, con su flota detenida en la desembocadura del Nilo por barreras y el ejército falto de provisiones, sólo queda retirarse hasta Ascalón, abandonando de este modo Egipto en manos de Shirkuh, quien nada más llegar a El Cairo negocia con el Califa las condiciones del acuerdo. Al parecer fue el propio Saladino quien aconsejó a su tío eliminar la molestia que aún representaba el Visir Shawar, y también él quien se encargó de detenerlo y ordenar su ejecución tras obtener el permiso del Califa. Con este paso Saladino demuestra que no le temblará la mano cuando las necesidades de su familia estén en juego, pues la caída del Shawar convierte a su tío en nuevo Visir y autoproclamado Rey de Egipto, mientras los territorios del fallecido son repartidos entre los ayyubíes y demás Emires que han participado en la expedición. El reinado de Shirkuh, por el que tanto había luchado, no duró mucho, pues muere el 23 de Marzo de 1169, posiblemente de una indigestión, sólo dos meses después de haber conseguido el poder.
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Re: Saladino, Sultán y Caballero

Mensaje por Schweijk »

Lutzow escribió:Esta es una de la docena de biografías del libro "Grandes Capitanes", y la única que se publicará en abierto
Se agradece el detalle. :Bravo
"No sé lo que hay que hacer, esto no es una guerra".

Lord Kitchener

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Re: Saladino, Sultán y Caballero

Mensaje por Lutzow »

Bueno, se trata de despertar el gusanillo de los amantes de las biografías, pues como decía el libro contiene una docena de ellas, escritas por compañeros como Joaquín Mañes, Buscaglia, Noviscum, Sir Weymar... nivelazo. :dpm:

Visir y Señor de Egipto.

“Mi tío Shirkuh conquistó Egipto y luego murió. Alá me puso entonces entre las manos un poder que no esperaba en absoluto”.
Saladino.

Resulta probable que la elección de Saladino como Visir fuese resultado de su parentesco con Shirkuh, aunque según autores como Ibn al-Atir fue el joven Califa quien lo eligió entre los Emires del ejército sirio, por ser un hombre joven e inexperto. Si estas resultaron en verdad las causas de la elección de Saladino los consejeros del Califa no estuvieron muy acertados, pues pronto el nuevo Visir destituyó a todos aquellos de quien desconfiaba para sustituirlos por hombres de su familia o entorno más cercano. No tardó en surgir la primera conspiración, cuando el eunuco real al-Mutamen, posiblemente con la complicidad del Califa al-Adid, intenta hacer llegar una carta al Rey Amalarico prometiendo recompensas si echaban a los sirios de Egipto; en el País del Nilo se estaba convirtiendo en tradición utilizar alternativamente a cristianos y sunitas para deshacerse de quien momentáneamente tuviese el poder. Para desgracia del eunuco, el mensajero fue sorprendido por la guardia de Saladino, quien decide esperar el momento adecuado para responder el golpe. Este no tarda en aparecer, cuando llegan noticias sobre una próxima expedición contra él formada por las tropas de Jerusalén y Bizancio. Para poder enfrentarse al peligro con las espaldas cubiertas, Saladino ordena arrestar y ejecutar al eunuco al-Mutamen, destituyendo a continuación a todos los sirvientes del al-Adid que se hubiesen distinguido por su fidelidad. El Califa anima a los oficiales depuestos a una rebelión, y estos incitan a la guardia nubia, que se rebela abiertamente, atacando el palacio, siendo a duras penas contenidos por las tropas de Fakhr ed-Din, hermano de Saladino. Contemplando la complicada situación, el flamante Visir no duda en ordenar a sus tropas que quemen los barracones donde se encuentran las familias de los guerreros nubios, estrategia que funciona perfectamente, pues al enterarse de la noticia estos pierden su cohesión y corren hacia el lugar para salvar a los suyos, sólo para ser masacrados por las tropas sirias. Una táctica cruel pero que a efectos prácticos resultó efectiva, desactivando una rebelión que de haber triunfado hubiese supuesto la muerte para el Visir, su familia y colaboradores.

Con el frente interno pacificado, Saladino se encuentra preparado para enfrentarse a la amenaza cristiana, pues consciente el Rey Amalarico de las dificultades por las que suele pasar todo nuevo gobernante y ante el peligro que para su reino representa una posible unión entre Siria y Egipto, inicia su quinta expedición al país del Nilo, en esta ocasión acompañado por una importante flota bizantina. El nuevo Visir ha concentrado sus fuerzas en Pelusium, pero se ve sorprendido cuando, a bordo de la flota, el ejército cristiano se presenta ante Damietta, ciudad fortificada junto a la desembocadura del principal ramal del río, que conecta directamente con El Cairo. Podría haber resultado una buena jugada, de no ser porque Amalarico no se atrevió a atacar las grandes fortificaciones de la ciudad sin una gran preparación previa, mientras la flota griega estaba necesitada de abastecimientos por culpa del retraso con el que se inició la expedición. Como mientras tanto Damietta no dejó de recibir refuerzos desde El Cairo, se llegó a un punto muerto, abandonando la coalición cristiana Egipto, y con ello la última ocasión de impedir su unión de hecho con Siria. Lo que no podían suponer, ni ellos ni nadie, es que la unión efectiva demoraría varios años, y que no sería Nur al-Din el beneficiario de la misma.

Para el Señor de Siria no resultó una grata noticia la muerte de Shirkuh, su general más preciado, y su sustitución por su sobrino, con quien con toda seguridad tendría un trato más distante; por ello no tardó en enviar a El Cairo a Ayub, el padre de Saladino, otro hombre de plena confianza. Quizá para demostrar al Señor de Siria su buena voluntad, el nuevo Visir inicia una expedición contra los cristianos, asediando Daron en Diciembre de 1170, la posición cristiana más cercana a Egipto, pero su toma se ve frustrada con la llegada del ejército real y los templarios, al mando del propio Amalarico, cuya caballería pesada no tiene problemas para atravesar las líneas musulmanas y entrar en la ciudad. Saladino aprovecha entonces para atacar la cercana Gaza, cuyos arrabales asalta fácilmente, pero no se atreve a intentar hacer lo propio con las imponentes murallas de su ciudadela. Tampoco impide el saqueo y asesinato de los habitantes de la ciudad baja, en clara contradicción con sus conquistas posteriores, siendo ya el Señor indiscutible del mundo musulmán. Es muy posible que en este caso Saladino no tuviese demasiada confianza en sus tropas, ni en su propia autoridad, pero la matanza de Gaza, además de un baldón en su historial, nos indica que no cometerá actos que puedan poner en duda su posición. Posición que se ve comprometida cuando un año más tarde Nur al-Din le exige la supresión del Califato fatimita, suceso que podría acarrear una revuelta, al tiempo que convertiría a Saladino en un simple representante del Señor de Siria, en vez de Visir. Durante un tiempo intenta contemporizar haciendo ver a Nur al-Din el peligro que entraña tal maniobra, pero finalmente debe ceder, no sin antes asegurarse con sus tropas contra cualquier conato de rebelión. En Septiembre de 1171 se prohíbe que en las plegarias se mencione al Califato fatimita sin que ocurra ningún altercado; por la misma fecha muere, supuestamente debido a unas fiebres, el joven Califa al-Adid. Si alguien piensa que estos hechos podrían socavar la posición de Saladino está muy equivocado, pues el fallecimiento del Califa le convierte en la única autoridad del país, y en poseedor de las grandes riquezas acumuladas por la extinguida dinastía.

Como demostración de su poder, el nuevo Señor de Egipto parte al frente de su ejército para sitiar el castillo de Montreal, cercano a Petra, y el punto fuerte más al sur del Reino de Jerusalén. Con el asedio avanzado y los sitiados a punto de llegar a un acuerdo para entregar la fortaleza, Saladino es informado de que Nur al-Din se acerca junto con sus tropas, levantando en ese momento el asedio e informando a su Señor nominal que las luchas que estaban manteniendo sus hermanos para ampliar su territorio en el alto Nilo le obligaban a regresar.

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Krak de Montreal

El Señor de Siria interpreta lo acaecido como un acto de traición, enfureciéndose con el advenedizo que rehúsa reunirse con él. Temeroso, Saladino congrega a su familia y principales colaboradores buscando consejo, y aunque los más jóvenes abogan por romper los lazos con Nur al-Din y enfrentarse directamente a él, su padre Ayub le hace ver el peligro de tal acción. Finalmente escribe una carta humillándose y sometiéndose a su Señor, que de momento se conforma con este acto de arrepentimiento y subordinación. En 1173 se repite el desencuentro, cuando Nur al-Din ordena a Saladino que ponga sitio a Kerak, capital de Transjordania, sita en el camino más directo entre Damasco y El Cairo. Saladino obedece, aunque resulta probable que no pusiera demasiado empeño en el asunto, pues ante el temor que le provoca el Señor de Siria, le conviene que los cristianos continúen en poder de Transjordania, impidiendo de este modo la comunicación directa entre Siria y Egipto. De nuevo, cuando le llegan nuevas sobre el avance de Nur al-Din hacia Kerak, levanta el asedio pretextando en este caso que su padre se encuentra muy enfermo, lo que no deja de resultar cierto, pues Ayub muere poco después. La furia de Nur al-Din es incontenible, pues la continuación del asedio por parte de sus fuerzas ha resultado un fracaso ante la llegada de refuerzos cristianos, y la noticia del fallecimiento de su mejor amigo y aliado en Egipto le llevan a prometer que la primavera siguiente invadirá el país del Nilo.

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Castillo de Kerak

Consciente de que en esta ocasión no hay disculpas que valgan, Saladino ordena a sus hermanos conquistar Sudán para que pueda servir como refugio a la familia en caso de derrota, y cuando lo consiguen pero le indican que no resulta un lugar apropiado, les manda a la conquista de Yemen, que también logran. Pero todos estos preparativos resultan innecesarios, pues cuando en la primavera de 1174, tal y como había prometido, Nur al-Din supervisaba en Damasco los preparativos para el ataque a Egipto, sufre unas fuertes anginas que en pocos días le llevarán a la tumba, a los 56 años, dejando como heredero a un adolescente de once años. Eliminado el peligro proveniente de Siria, la Fortuna tiene otro guiño hacia Saladino dos meses más tarde de la muerte de Nur al-Din, cuando el Rey Amalarico fallece de disentería a los 38 años, dejando como heredero a otro adolescente de trece años, que desde niño se encuentra enfermo de lepra. Con la desaparición de sus dos principales rivales, el azar le ofrece a Saladino la oportunidad de convertirse en la figura principal de su tiempo; no la dejará escapar.
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Re: Saladino, Sultán y Caballero

Mensaje por APV »

Lutzow escribió:El Señor de Siria interpreta lo acaecido como un acto de traición, enfureciéndose con el advenedizo que rehúsa reunirse con él.
El Señor de Siria estaba ocupado en esos años en el norte. Pese a su victoria en Artah y haber convertido a Mleh en su agente en Armenia no había asegurado la posición, precisamente la ofensiva contra el Kerak era una maniobra de distracción para que Amalarico aflojara la presión sobre Mleh. Al mismo tiempo se apoderó de Sinjar y sometió Mosul.
Por otro lado estaba Kilij Arslan que presionaba sobre los estados danisméndidas aliados/vasallos de Nur al-Din por lo que realiza varias campañas culminadas en la de 1173, lo que llevó al sultán selyucida a aceptar la paz.
Lutzow escribió:dejando como heredero a un adolescente de once años
La situación era bastante confusa, Gümüshtekin asumió la regencia, Saif ud-Din emir de Mosul restauró su independencia, Kilij Arslan aprovechó para liquidar los estados danisméndidas.
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Re: Saladino, Sultán y Caballero

Mensaje por Lutzow »

Gracias por ampliar el contexto histórico, APV... :dpm:

Esta noche subo el siguiente capítulo, en el que aparecerán los distintos Emires que intentaron hacerse con el control de Siria, que ahora no dispongo de tiempo...

Saludos.
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Re: Saladino, Sultán y Caballero

Mensaje por Lutzow »

Unificando el Islam.

Mientras en el Reino de Jerusalén Raimundo de Trípoli es proclamado regente del joven Balduino IV, en el Islam tanto Saladino como los Emires de Damasco, Alepo y Mosul intentan convertirse en regentes del joven as-Saleh, iniciando así un largo conflicto por el poder. Es Saladino quien toma la iniciativa, pues tiene el mayor número de tropas a su disposición, así como el tesoro fatimita, siendo su primer objetivo Damasco, donde goza de muchos partidarios, pues no en vano la ciudad tuvo como Emir durante años a su padre Ayub. Enterado de que será bien recibido, parte raudo junto a 700 jinetes, atravesando Transjordania sin que los cristianos se percaten de ello o puedan impedirlo, llegando a Damasco en Noviembre de 1174, siendo recibido con júbilo, que se acrecienta cuando utiliza el tesoro del heredero as-Saleh para realizar donativos. Mientras este último ha huido junto a su madre hasta Alepo, donde se pone bajo la protección del Emir Gumushtekin, quien no duda en aliarse con Raimundo de Trípoli y con los Asesinos, de creencias chiitas y por lo tanto inclinados a unirse con cualquiera que luchase contra quien había acabado con el Califato fatimita. Una vez recibe refuerzos de Egipto Saladino parte hacia Alepo, tomando de camino la ciudad de Homs, aunque su ciudadela resiste valerosamente, de modo que deja parte de su ejército sitiándola mientras continúa su ruta hacia el norte, asediando Alepo, cuyos habitantes se aprestan a defender las murallas conmovidos por el llamamiento de as-Saleh contra aquel que le está arrebatando la herencia de su padre.

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Ciudadela de Alepo

En ese momento las alianzas de Gumushtekin empiezan a dar su fruto, primero con un sigiloso ataque de los Asesinos a la tienda de Saladino, que es rechazado sangrientamente en el último instante; segundo con un ataque de las tropas cristianas a las fuerzas que continúan asediando Homs, obligando de este modo a que el Sultán se dirija hacia allí. Las huestes que ha reunido Raimundo son demasiado escasas para afrontar un combate en campo abierto y se retiran, pero han conseguido su objetivo principal, pues Saladino abandona el asedio de Alepo para completar la toma de Homs, que se demora hasta Abril. Como agradecimiento Gumushtekin libera a todos los presos cristianos que se encuentran en sus mazmorras, incluyendo a Reinaldo de Chatillon, un caballero de fortuna que gracias al matrimonio con Constanza se había convertido en Príncipe de Antioquía, dedicándose al saqueo hasta que fue capturado durante una de sus correrías. Quince años de cautiverio no han apaciguado su carácter guerrero y cruel, ni al parecer tampoco sus encantos, pues supo ganarse el aprecio de la viuda Estefanía de Milly, casándose con ella y convirtiéndose de este modo en Señor de Transjordania, y de sus imponentes castillos de Kerak y Montreal. Aún de forma involuntaria, el presente de Gumushtekin está envenenado, y pronto el Reino de Jerusalén pagará por ello, en una muestra de que pequeños gestos pueden causar grandes males. Mientras tanto el Emir de Alepo también había atraído a sus filas al de Mosul, Saif ed-Din, aunque su ejército conjunto fue derrotado por Saladino en las cercanías de Hama, firmándose a continuación una tregua que le reconocía todas sus conquistas. La tregua no duró demasiado, pues en Marzo de 1176 las tropas de Mosul y Alepo vuelven a enfrentarse a las de Saladino, en una dura batalla de la que este último consigue salir vencedor, conquistando a continuación las fortalezas entre Alepo y el Éufrates, incluyendo el castillo de Azaz, que dominaba la ruta norte. En este lugar salva un nuevo ataque de los Asesinos, cuando uno de ellos consigue entrar en el campamento y acuchillar a Saladino en la cabeza, si bien la hoja es desviada por una malla que lleva bajo el turbante. Por entonces Saladino ya se había desvinculado del joven as-Saleh, pretextando que el hijo de Nur al-Din había rechazado su lealtad eligiendo nuevos consejeros, y por lo tanto se proclama Rey de Siria y Egipto (nunca utilizará el título de Sultán, aunque sí lo harán los cronistas), decisión aprobada por el propio Califa de Bagdad. Con este gesto Saladino manifiesta que tal vez en su juventud se hubiese contentado con ser el Emir de una pequeña población, pero ahora, dueño del poder, no piensa renunciar a él, sin importarle arrebatarle la herencia al hijo de Nur al-Din. Tras una nueva tregua con los descendientes de Zengi, decide terminar con la decena de fortalezas Asesinas en la región, poniendo asedio a la más importante, Masyaf. Nunca sabremos que ocurrió realmente, lo más probable es que un mensaje del Jeque Asesino, conocido como el Viejo de la Montaña, amenazando a toda la familia de Saladino surtiera el efecto deseado, llegando a un pacto por el cual se respetarían mutuamente. El hecho es que el asedio a Masyaf fue levantado y los Asesinos no volverían a ser molestados durante el reinado de Saladino.

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Castillo de Masyaf

Por otra parte durante ese mismo año su hermano Turan Shah, nuevo Emir de Damasco, sufre una destacada derrota ante el ejército de Jerusalén, aunque los cristianos deben retirarse ante la llegada del Sultán. Este revés quedó estratégicamente compensado con la noticia de que ese mismo año de 1176 los turcos de Kilij Arslan han aplastado el ejército bizantino de Manuel I en Miriocéfalo, un golpe del que el Imperio nunca llegó a recuperarse, impidiendo de este modo que en el futuro pudiese intervenir en los asunto sirios. En Noviembre de 1177 Saladino parte desde El Cairo junto a un gran ejército, pasa por delante de la fortaleza templaria de Gaza, donde los caballeros han reunido todos los hombres disponibles para su defensa, dirigiéndose hacia Ascalón, donde el recién proclamado Rey Balduino IV y un pequeño ejército llegan justo a tiempo para encerrase tras sus imponentes murallas. Saladino deja una escasa guarnición para mantenerlos sitiados, mientras con el grueso de sus tropas se dirige hacia la propia Jerusalén, que con razón supone poco protegida. Ante la amenaza el joven Rey consigue hacer llegar un mensaje a los templarios de Gaza solicitando su ayuda para desbaratar el asedio, estos responden con prontitud y entre las dos fuerzas derrotan fácilmente a las tropas musulmanas. Sin pérdida de tiempo parten en pos del ejército de Saladino, dedicado al pillaje y forrajeo, totalmente desorganizado cuando en un amplio barranco cercano al castillo de Montgisard la caballería cristiana carga contra sus filas. Pese a la diferencia de fuerzas la derrota egipcia es total, los que no huyen resultan aniquilados por las lanzas cristianas, y el propio Sultán salva la vida gracias al sacrificio de su guardia personal.

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Batalla de Montgisard

El regreso a El Cairo resulta todo lo penoso que se pueda imaginar, con los beduinos del Sinaí atacando a muchos hombres que habían tirado sus armas para poder huir más rápido. Saladino pasa varios meses en la capital con el fin de asegurar que la gran derrota no ha socavado su poder; no olvidará en el futuro el potencial de la caballería pesada del ejército cristiano. Pero Balduino IV no dispone de suficientes tropas para poder sacar partido a su victoria atacando El Cairo o Damasco, teniendo que contentarse con fortificar aún más la frontera, con la intención de construir un castillo en el llamado Vado de Jacob, lugar fronterizo entre Jerusalén y Damasco y que en el pasado ambos contendientes se habían comprometido a que no fuese fortificado. Al iniciarse las obras Saladino ofreció a Balduino IV hasta 100.000 monedas de oro si abandonaba el proyecto, pero el Rey rehusó, lo que conllevó nuevos enfrentamientos. En la primavera de 1179 se suceden las razzias en la frontera entre Galilea y Damasco, donde un primer encuentro victorioso para las fuerzas damascenas bajo el mando de Faruk Shah, sobrino de Saladino y Emir de la ciudad, es rápidamente contrarrestado por una victoria de Balduino IV sobre el mismo, aunque la llegada de las tropas egipcias de Saladino desequilibra la igualdad y los musulmanes consiguen una importante triunfo, donde el propio Rey está cerca de caer prisionero. Saladino aprovecha la victoria para atacar el flamante castillo del Vado de Jacob, minando sus murallas al cabo de cinco días, tomándolo al asalto y exterminando a sus 800 defensores. Tenía sus motivos, como la recia defensa ejercida por los mismos, el enojo por la construcción del castillo en un paraje neutral y, por encima de todo, que la mayor parte de la guarnición debería estar formada por hombres pertenecientes a la Orden del Temple, institución que Saladino aborrecía tanto como a la vertiente militar del Hospital, aversión bastante comprensible si tenemos en cuenta que el cometido principal de ambas Órdenes era combatir a los musulmanes.

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Ruinas del castillo del Vado de Jacob

Un año de malas cosechas en ambos lados de la frontera conlleva a que en Mayo de 1180, a petición de Balduino IV y bien recibida por Saladino, se firme una tregua en la cual se estipula que tanto los mercaderes cristianos como musulmanes puedan atravesar los territorios rivales, durante un periodo de dos años. Por desgracia no se llegó a cumplir, pues en el verano de 1181 Reinaldo de Chatillon dirige su hueste hasta el cercano camino entre Damasco y El Cairo, cayendo sobre una desprevenida caravana musulmana y apoderándose de todos sus bienes, pero huyendo cuando Faruk-Shah se acerca con sus tropas al enterarse de la noticia. El Sultán envía una embajada hasta Jerusalén, donde es bien recibida por el Rey, que atiende a sus protestas y razones, pero que se muestra incapaz de meter en vereda a su vasallo, un Reinaldo que se niega a devolver la mercancía apresada; de nuevo la guerra se cierne sobre Tierra Santa. Se desencadena en Mayo de 1182, cuando Saladino parte desde Egipto dirigiéndose hacia Akaba, rehuyendo sin problemas al grueso del ejército cristiano, concentrado en Transjordania con el fin de evitar su paso hacia Oriente. Una vez en Damasco se une a su sobrino Faruk-Shah, quien no ha desaprovechado el tiempo y regresa triunfal de una razzia por el Monte Tabor. Una vez unidos ambos ejércitos se internan en Palestina, pero para entonces las huestes cristianas han regresado a la zona, enfrentándose en una dura batalla en los alrededores del castillo hospitalario de Belvoir, que concluye sin resultado definido, pero con los cristianos como dueños del terreno. En Agosto Saladino intenta un ataque sorpresa sobre Beirut, que resiste valientemente bajo el mando de su Obispo Odón, el tiempo suficiente para que el ejército real se congregue de nuevo y amenace la retaguardia del Sultán, que se retira ante tal posibilidad. La campaña contra el Reino de Jerusalén no ha resultado precisamente un éxito para los musulmanes, pero Saladino tiene en mente otros proyectos para lo que resta del año, pues en Diciembre de 1181 ha fallecido as-Saleh, hijo y heredero de Nur al-Din, posiblemente envenenado. Dado que Gumushtekin, el antiguo Emir de Alepo, había caído en desgracia y sido ejecutado por orden de as-Saleh, los próceres de la ciudad eligen como gobernante a Izz ed-Din, Emir de Mosul en sustitución de su hermano Saif ed-Din, quien había fallecido el año anterior. La unión de Alepo y Mosul podría haber significado cierto contrapeso al poder de Saladino, pero las luchas intestinas entre los descendientes de Zengi no ayudan a este respecto, pues Imad ed-Din, hermano de Izz ed-Din, conspira en su contra, consiguiendo hacerse con el poder en Alepo. Saladino aprovecha las disensiones para iniciar una campaña en la zona, y aunque las poderosas fortificaciones de Mosul impidieron conquistarla, sí lo fueron muchas de las ciudades de los alrededores, obligando a los hermanos a solicitar la ayuda de los frany, prometiendo a cambio un tributo anual y la devolución de varias plazas fuertes en las fronteras.

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Castillo de Bash Tapia, uno de los siete que formaban parte de las defensas de Mosul

Tanto las huestes de Jerusalén como las de Trípoli saquean repetidamente las cercanías de Damasco, ayudados por la repentina muerte de Faruk-Shah. Aunque se consigue un cuantioso botín, no se reunieron tropas y material suficientes para poner en peligro la propia capital, preparándose una nueva expedición para la primavera de 1183, que no llegó a realizarse debido al agravamiento de la crónica enfermedad del Rey Balduino. Saladino tenía las manos libres para, por fin, tomar posesión de Alepo, ofreciendo a su gobernante actual, Imad ed-Din, recuperar sus antiguas posesiones en Sinjar, siendo aceptado el canje inmediatamente. Con su entrada en la ciudad en Junio de 1183 Saladino recuperaba toda la herencia de Nur al-Din, añadiendo a la misma los casi inagotables recursos de Egipto, colocando en una delicada situación a los Reinos Latinos de Ultramar, de quienes cabía esperar una táctica dilatoria y defensiva… no sería así.
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Re: Saladino, Sultán y Caballero

Mensaje por APV »

Lutzow escribió:decisión aprobada por el propio Califa de Bagdad
El Califato no tenía un gran poder físico, limitado al sur del actual Iraq, y había casos en que el Califa apenas podía controlar la capital.
Lutzow escribió:Este revés quedó estratégicamente compensado con la noticia de que ese mismo año de 1176 los turcos de Kilij Arslan han aplastado el ejército bizantino de Manuel I en Miriocéfalo, un golpe del que el Imperio nunca llegó a recuperarse, impidiendo de este modo que en el futuro pudiese intervenir en los asunto sirios.
Golpe sobre todo moral para el imperio. Pero la situación tampoco quedó clara porque los bizantinos intentaron la alianza con Saladino contra Kilij Arslan y este también la intentó con Saladino para cubrirse las espaldas, a fin de cuentas se había metido en los antiguos territorios vasallos de Nur al-Din al apoderarse de Sivas y de la Anatolia Oriental.
https://imperiobizantino.files.wordpres ... 170-v0.jpg
https://imperiobizantino.files.wordpres ... 176-v0.jpg
Lutzow escribió:Imad ed-Din, recuperar sus antiguas posesiones en Sinjar, siendo aceptado el canje inmediatamente
Si no me equivoco los dos hermanos habían permutado Sinjar y Alepo el año anterior.
Conoce al enemigo y conócete a ti mismo; y en cien batallas no estarás jamás en peligro Sun Tzu.
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Re: Saladino, Sultán y Caballero

Mensaje por Lutzow »

APV escribió:El Califato no tenía un gran poder físico, limitado al sur del actual Iraq, y había casos en que el Califa apenas podía controlar la capital.
El poder terrenal del Califa era mínimo, pero reconocer a Saladino como Sultán era un acto de gran importancia simbólica...
APV escribió:Si no me equivoco los dos hermanos habían permutado Sinjar y Alepo el año anterior.
Tendría que releer a Runciman, pero según la Wiki Imad ed-Din fue Emir de Alepo entre 1181 y 1183: https://en.wikipedia.org/wiki/Zengid_dy ... _of_Aleppo

Saludos.
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Re: Saladino, Sultán y Caballero

Mensaje por Lutzow »

La lucha contra los Reinos Cristianos.

Durante los años en los que Saladino combatió contra los ejércitos de Alepo y Mosul, sus propagandistas propagaron constantemente la necesidad de unificar el Islam como único medio para poder arrojar a los cristianos al mar, aunque una vez conseguido el objetivo marcado veremos como el Sultán no demuestra un gran afán por guerrear contra los Reinos Latinos, no importándole pactar treguas con ellos, siendo obligado a combatir sólo cuando estos rompen la palabra dada.

No existía ninguna tregua a finales de 1182 cuando, como ya hemos narrado, los ejércitos de Jerusalén y Trípoli aprovecharon la estancia de Saladino en el Norte de Siria para arrasar los campos de Damasco. Pero entre las tropas reunidas no estaban las de Reinaldo de Chatillon, quien tenía sus propias ideas sobre cómo llevar la guerra que se estaba desarrollando. Su plan consistía en enviar una pequeña escuadra por el Mar Rojo, con el fin de atacar los barcos repletos de peregrinos que se dirigían hacia La Meca, saqueando también los desprotegidos puertos de la península arábiga. Este movimiento constituía un ataque directo al corazón del Islam y podría poner en peligro la reputación de Saladino, pero dado el pequeño número de fuerzas en liza y conociendo el carácter de Reinaldo podemos suponer que sólo se trataba de una expedición de saqueo, que consigue algunos objetivos económicos, pero que al mismo tiempo rearma ideológicamente al Islam y coloca en situación embarazosa a los Emires de Mosul y Alepo, quienes difícilmente podrán justificar ante sus pueblos una alianza con quienes atacan a sus peregrinos. La expedición termina cuando ad-Adil, hermano de Saladino y Emir de Egipto, envía una flota que derrota a los asaltantes, muchos de cuyos prisioneros fueron enviados a La Meca para ser ceremoniosamente ejecutados. El Sultán nunca olvidará la afrenta, prometiendo acabar con Reinaldo de Chatillon con su propia espada. A finales de Septiembre de 1183 Saladino cruza el río Jordán junto a un gran número de tropas, buscando una batalla decisiva ante el ejército real, comandado, debido al agravamiento de la lepra que consumía a Balduino IV, por Guido de Lusignan, personaje cuyo único mérito consistía en haberse casado con Sibila, hermana del Rey. Junto a las tropas de Jerusalén se encontraban las de Trípoli, las de las Órdenes Militares y las de algunos nobles francos que habían acudido a Ultramar con la idea de combatir al infiel, reuniéndose todos en unos lagos llamados las Piscinas de Goliat, bien provistos de agua y peces. Los extranjeros y el siempre combativo Reinaldo de Chatillon abogan por pasar a la ofensiva, mientras que Raimundo de Trípoli, los Ibelin y demás nobles locales hacen ver a un regente abrumado por su responsabilidad la temeridad que representa atacar a un enemigo numéricamente superior. Finalmente se opta por una táctica defensiva, que Saladino no consigue neutralizar pese a incitar numerosas veces al combate a sus rivales, teniendo que retirarse a Damasco ante la falta de provisiones. La campaña ha ofrecido poco resultados, por lo que en Noviembre el Sultán se mueve de nuevo, en esta ocasión con la idea de conquistar Kerak, el bastión del aborrecido Reinaldo de Chatillon. No le costó demasiado ocupar la ciudad baja, pero la inmensa fortaleza resiste todos los ataques, encajando sin importantes daños los proyectiles lanzados por sus catapultas. Casualmente en el castillo se estaba celebrando una boda, que continuó sus festejos pese al asedio, y que dio lugar a un famoso episodio cuando la madre del novio envió unos platos del festín a Saladino, quien en justa reciprocidad ordenó que no fuese bombardeada la torre donde se alojaban los jóvenes novios. En cualquier caso el ejército real ya estaba en marcha hacia Kerak, de modo que tras menos de tres semanas de sitio, el Sultán retrocedió hacia Damasco, no queriendo quedar atrapado entre dos fuerzas. En el otoño del siguiente año se vuelve a sitiar Kerak, pero una vez más sus defensas se muestran inexpugnables, retirándose de nuevo al llegar la noticia de que el ejército de Jerusalén se encuentra en marcha hacia la ciudad.

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Castillo de Kerak

En Marzo de 1185 llegó la noticia de la muerte de Balduino IV, a los 24 años de edad, dejando como heredero a un enfermizo sobrino de siete años y como regente a Raimundo de Trípoli, quien pronto solicita una tregua de cuatro años con los musulmanes. Pese a que la situación del Reino de Jerusalén es comprometida, con malas cosechas y facciones disputándose el poder, Saladino accede a la tregua solicitada, quizá en parte porque Izz ed-Din de Mosul, aliado con gobernantes persas, empieza a mostrarse inquieto. Debido a ello la campaña de 1186 se dirige hacia el norte, y aunque las poderosas defensas de Mosul impiden de nuevo su conquista, se ocupan las tierras y plazas fuertes de sus alrededores, llegándose finalmente a un acuerdo por el cual Izz ed-Din reconoce todas las conquistas de Saladino y le ofrece su vasallaje, incluyendo la ayuda de sus tropas en el caso de que hubiese que combatir contra los cristianos, lo que ocurriría mucho antes de lo previsto…

Tras año y media de tregua cierta prosperidad se asienta en Palestina, con los mercaderes pudiendo atravesar las fronteras y ofreciendo su mercancía en todos los territorios, resultando habitual la contemplación de grandes caravanas atravesando Transjordania entre Damasco y El Cairo. Tanta riqueza pasando ante sus ojos resulta más de lo que Reinaldo de Chatillon puede soportar, y cuando a finales de 1186 es informado de que una caravana especialmente importante ha salido de Damasco, reúne sus tropas y cae sobre su desprevenida escolta, aniquilándola. El resto, personas, animales y mercancías, son llevados a Kerak, en el mayor botín que en una vida de saqueos jamás haya reunido Reinaldo. Pero si romper la tregua ante un enemigo tan poderoso como un Saladino que controla todas las tierras desde Mosul en el norte hasta Egipto en el oeste resulta una temeridad, el momento elegido todavía complica más la situación, pues hace escasos meses ha fallecido el pequeño heredero de ocho años, Balduino V, creándose un ambiente hostil que casi desemboca en guerra civil, con el coronado Guido de Lusignan, los templarios y Reinaldo de Chatillon por una parte y hospitalarios y la mayor parte de los barones, encabezados por Raimundo de Trípoli, por la otra. No se llegó al enfrentamiento armado, pero las desavenencias continuaban, con Balduino de Ibelin abandonando el Reino y retirándose al Principado de Antioquía y un Raimundo encerrado en sus tierras rechazando servir a un Rey que, con razón, consideraba elegido de forma ilegítima. Ante este Rey se presenta la embajada enviada por Saladino para solucionar el ataque a la caravana, pues el Sultán ha decidido intentar la vía diplomática antes de iniciar una guerra, en un gesto que le honra. Guido de Lusignan le concede la razón y ordena a Reinaldo que libere a todos sus prisioneros y devuelva las mercancías robadas, pero el Señor de Transjordania sabe que el Rey lo es en buena parte gracias a él y no le hace el menor caso; la guerra es inevitable. En el plano diplomático Bohemundo de Antioquía se apresura a confirmar su tregua con Saladino, y lo mismo hace Raimundo, que incluso firma un acuerdo de alianza con los musulmanes para destronar a Guido, además de incluir en la tregua su propio Condado de Trípoli y el Principado de Galilea, perteneciente a su esposa, pero también al Reino de Jerusalén. Ante este desafío, e instigado por el Gran Maestre del Temple, Gerardo de Ridfort, el Rey pretende atacar Tiberíades, capital de Galilea, hasta que Balian de Ibelin le convence de la locura que representa una guerra civil cuando el ejército de Saladino está reuniéndose. En lugar de un ejército se envía una embajada, compuesta por los Grandes Maestres del Temple y del Hospital, a reunirse con Raimundo, quien tenía sus propios problemas, pues debido a su pacto con Saladino este le solicita que 7.000 hombres de su caballería puedan recorrer Galilea en un reconocimiento armado, y el Conde de Trípoli no tiene más remedio que aceptar, aunque imponiendo que la fuerza musulmana deberá entrar en su territorio tras el amanecer y regresar antes del anochecer, respetando personas y bienes. Al mismo tiempo avisa a toda la población para que no salga de sus casas e, informado de la embajada que se acerca, también les indica el peligro que corren. Más valdría no haberlo hecho, pues Gerardo de Ridfort reúne a todos los caballeros templarios que se encuentran en las encomiendas cercanas para acosar a los invasores. No llegan a 200 los caballeros que avistan a los 7.000 musulmanes que abrevan sus monturas en las Fuentes de Cresson, de modo que tanto el Gran Maestre del Hospital como el Mariscal de la Orden del Temple aconsejan una prudente retirada, siendo tachados de cobardes por Gerardo de Ridfort. Gruesas palabras que obligan a una alocada carga contra la fuerzas sarracenas, que no tienen ningún problema en aplastarles, matando a todos los cristianos excepto a tres que huyen heridos, entre ellos, por desgracia para el Reino de Jerusalén, el Gran Maestre del Temple. La matanza tuvo su lado positivo, pues al alejarse la hueste siria al anochecer, según lo acordado, Raimundo puede ver desde su castillo de Tiberíades como la vanguardia lleva clavadas en lanzas las barbudas cabezas de muchos templarios, sintiéndose entonces culpable por lo sucedido y accediendo a prestar homenaje a Guido, uniendo de nuevo el Reino; justo a tiempo, la batalla decisiva está a punto de estallar.

Mientras los cristianos liman asperezas, Saladino reúne un gran ejército con tropas provenientes de todas sus tierras, sumando probablemente unos efectivos que superarían los 20.000 hombres. No conocemos su reacción ante la defección de Raimundo, pero sí que su primer movimiento fue atacar Galilea, conquistando el primero de Julio la ciudad de Tiberíades y asediando su castillo, donde se encuentra la esposa de Raimundo, junto a una pequeña guarnición. Posiblemente hubiese podido asaltar la fortaleza sin demasiados esfuerzos, pero su plan es atraer al ejército rival a campo abierto, donde poder hacer valer su mayor movilidad y superioridad numérica. Por su parte los cristianos han reunido todas las tropas disponibles, dejando casi sin guarnición ciudades y castillos, formando un poderoso ejército con al menos 1.200 caballeros, el doble de turcopolos (caballería ligera) y numerosos infantes, hasta completar unos 15.000 efectivos. Se movieron de Acre hasta Seforia, terreno arbolado y con abundantes fuentes, ideal para mantener una posición defensiva y esperar a que el calor hiciese mella en las fuerzas de Saladino, al igual que cuatro años atrás en las Piscinas de Goliat, pero la llegada de un mensajero de la sitiada Condesa solicitando ayuda remueve las conciencias.

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Castillo de Tiberíades

En el Consejo de los barones Raimundo toma la palabra para aconsejar que no se muevan de donde están; prefiere perder su ciudad y su esposa a que todo el Reino quede comprometido. Su consejo es aceptado y finaliza la reunión, pero una vez se encuentra el Rey en su tienda le visita Gerardo de Ridfort, recuperado de las heridas recibidas en las Fuentes de Cresson, pero sin haber aprendido nada al respecto, pues aconseja a Guido una táctica ofensiva, calificando de cobardes a quienes abogan no defender una ciudad y una Dama tan cerca de donde se encuentran. El Rey, que se caracteriza por ser hombre dubitativo, se deja convencer por la última persona que le habla, y sus heraldos avisan al ejército que al amanecer se pondrán en marcha hacia Tiberíades. Así lo hacen el 3 de Julio, siendo rápidamente informado de ello Saladino, quien da gracias a Alá por la oportunidad que se le ofrece.
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Re: Saladino, Sultán y Caballero

Mensaje por Lutzow »

Hattin. Victoria y conquista.

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Mientras el ejército cristiano avanza bajo un sol asfixiante los arqueros montados de Saladino no dejan de hostigarles, causando pocas bajas pero retrasando la marcha, haciendo aún más penoso el trayecto. Al caer la tarde el ejército musulmán se encuentra entre el cristiano y el lago de Tiberíades, única fuente de agua en el lugar, proponiendo Raimundo un ataque inmediato para intentar llegar a la ribera, pero los hombres se encuentran demasiado cansados y acampan entre dos colinas, conocidas como los Cuernos de Hattin, donde transcurre la noche entre sedientas pesadillas; pese a los temores que pudiese albergar el Sultán, la batalla está decidida antes de su comienzo. Al amanecer la infantería avanza hacia el espejismo que supone la visión del lago, pero los musulmanes no tienen ningún problema en rechazarlos; un incendio en el campo de batalla lleva su humo hacia los sedientos cristianos, secando sus ya resecas gargantas, muchos se rinden, otros intentan una estéril defensa ocupando la colina norte, pero no tardarán en perecer o convertirse en prisioneros. Mientras, las huestes de Raimundo de Trípoli, Balian de Ibelin y Reinaldo de Sidón cargan contra el enemigo, que se limita a esquivarles abriendo sus líneas, para volver a cerrarlas una vez la carga pasa de largo. Solos, se retiran hacia Tiro, dejando al resto de la caballería encerrada entre un mar de enemigos. Pese a la sed y la complicada situación en que se encuentran los caballeros restantes no se amilanan, montando sus tiendas en la colina sur y lanzando una carga tras otra, decididos a abrirse paso y salvar la Verdadera Cruz, que el Obispo de Acre porta junto a ellos. Los ataques hacen retroceder en varias ocasiones a las tropas de Saladino, que nervioso teme por la victoria, pero la falta de agua, el calor y la superioridad numérica se imponen, rindiéndose los supervivientes, agotados por el esfuerzo. Los notables son conducidos a la tienda de Saladino, donde son tratados con cortesía, todos menos Reinaldo de Chatillon, a quien el Sultán enumera sus correrías y rupturas de tratados; pero Reinaldo tiene demasiado orgullo para permanecer callado, contestando que no ha actuado de forma distinta a como siempre lo han hecho los reyes, enfureciendo de tal modo a Saladino que allí mismo le corta la cabeza con su espada, cumpliendo la promesa que se hizo tiempo atrás. El resto de barones serán atendidos convenientemente, en espera de quedar en libertad a través de un intercambio o dinero, mientras que los prisioneros sin linaje serán vendidos como esclavos en Damasco. Todos menos los caballeros templarios y hospitalarios, los más de 200 que han caído en sus manos sólo podrán salvar su vida renegando de su fe; ninguno lo hará.

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Campo de batalla de los Cuernos de Hattin

La victoria ha resultado aplastante, el Reino de Jerusalén no tiene suficientes efectivos para poder mantener un ejército en campaña y al mismo tiempo proporcionar guarniciones importantes a sus ciudades, de modo que estas se encuentran prácticamente desprotegidas; hay que actuar con rapidez. El primer paso es la cercana Tiberíades, donde la Condesa se rinde el día posterior a la batalla, siendo escoltada junto a su séquito hasta Trípoli. Saladino y sus Emires, pues aunque existe una unidad de mando en la persona del Sultán las decisiones se toman de forma colegiada, resuelven conquistar en primer lugar toda la costa para impedir de este modo que los frany puedan recibir refuerzos desde Occidente, y tres días más tarde sus tropas se sitúan ante Acre, el puerto más importante de Tierra Santa, donde Joselin de Courtenay no tiene intención de resistir, llegándose pronto a un pacto por el cual sus habitantes podrán retirarse junto a los bienes que pudiesen transportar; aún así el botín es inmenso y resarce los gastos de la campaña. La ciudad queda bajo el mando de al-Afdal, primogénito de Saladino, y mientras el Sultán se dirige hacia el norte, su hermano al-Adil acude desde Egipto para ocupar Jaffa, tomada al asalto ante la negativa a rendirse y sus habitantes vendidos como esclavos. Mientras que las ciudades y fortalezas del interior se van rindiendo una tras otra ante los destacamentos musulmanes, el próximo objetivo en la costa es Tiro, situada en una península fácilmente defendible, refugio de muchos de los supervivientes de Hattin, entre ellos Reinaldo de Sidón, quien al parecer ya estaba negociando la rendición cuando llega un barco con varios peregrinos franceses, bajo el mando de Conrado de Montferrato, quien insufla nuevos ánimos a la guarnición, que decide resistir. Sin material de asedio disponible de inmediato, el Sultán intenta un asalto con escalas, que resulta rechazado. Decide entonces, y tendrá tiempo de arrepentirse, dejar que el fruto madure, continuando su marcha hacia el norte, donde se rinden Sidón y Beirut, cuyas flotas y muchos de sus habitantes se refugian en Tiro, reforzando de este modo la ciudad y proporcionando a Conrado de Montferrato barcos con los que garantizar el suministro. En Septiembre el ejército musulmán gira hacia el sur, presentándose ante los poderosos muros de Ascalón, donde el todavía Rey Guido incita a la rendición a cambio de su libertad, aunque sus habitantes no quieren saber nada de él. Se defienden bravamente, pero ante la escasez de efectivos terminan rindiéndose a cambio de su vida y libertad. Libertad que obtiene miserablemente el Gran Maestre templario Gerardo de Ridfort, comprándola a cambio de la fortaleza de Gaza, cuyos defensores están obligados a cumplir su orden, aunque seguramente no se sentirían muy orgullosos de su mando cuando junto a él se retiran hacia Tiro.

Con casi toda la costa al sur de Trípoli en su poder, así como el resto de Galilea, ha llegado el deseado momento de recuperar Jerusalén para el Islam. Se recibe en Ascalón una embajada proveniente de la Ciudad Santa, y se les ofrece la libertad de todos sus habitantes junto a los bienes que pudiesen transportar, así como el respeto a los lugares sagrados y el derecho de peregrinar hasta los mismos. Sorprendentemente las condiciones son rechazadas, enojando tanto a Saladino que jura tomar la ciudad por la espada. Su ira no impide que permita a Balian de Ibelin convertirse en adalid de los defensores, en una de las anécdotas que le han hecho pasar a la posteridad como ejemplo de figura caballeresca. Balian se había refugiado en Tiro tras escapar del desastre de Hattin, solicitando permiso a Saladino para trasladarse a Jerusalén en busca de su mujer e hijos, refugiados en la capital tras la caída de Nablus. El Sultán se lo concede, bajo la condición de que vaya desarmado y sólo pase una noche en la ciudad. Una vez Balian llega a Jerusalén es recibido como un salvador, el único capaz de aglutinar a los pocos defensores, por lo que el abrumado Señor de Ibelin escribe al Sultán explicando que se siente obligado a quedarse en la ciudad. Lejos de censurar su conducta, Saladino entiende que un hombre de honor tenga que combatir junto a los suyos, y debido a que Balian está comprometido reforzando las defensas y preparando a los defensores, es el propio Sultán quien proporciona una escolta para que su mujer e hijos puedan llegar a Tiro. Un acto noble pero poco arriesgado, pues la energía de Balian no puede contrarrestar el hecho de que la ciudad se encuentra superpoblada de refugiados pero escasa de defensores. El asedio se inicia el 20 de Septiembre, y nueve días más tarde ya se abre una brecha en las murallas, que los cristianos defienden con bravura y desesperación. Consciente de que no existe defensa posible, Balian se entrevista con Saladino, solicitándole la libertad de sus habitantes a cambio de cesar la resistencia. El Sultán le recuerda su juramento de tomar la ciudad por la espada, tal y como hicieron los cristianos 88 años antes, y el Señor de Ibelin amenaza con destruir toda la ciudad, incluyendo la mezquita de la Cúpula de la Roca, antes de rendirla, así como matar a todos los prisioneros musulmanes que tiene en su poder. Probablemente Saladino sabe que está escuchando una bravata desesperada, pero la salvación de los santos lugares le sirve de escusa para romper su juramento, llegándose a un pacto por el cual cada hombre comprará su libertad por diez denarios, cada mujer por cinco y cada niño por uno. Ante la gran cantidad de pobres incapaces de pagar el tributo, y en un nuevo gesto de generosidad, Saladino permite que todos los ancianos queden en libertad, así como los esposos de las mujeres que han podido pagar su libertad pero no la de sus cónyuges, para desesperación de la mayoría de sus Emires, más preocupados por las ganancias materiales que por los gestos humanitarios. Los refugiados se dirigen hacia Tiro, donde sólo son admitidos hombres útiles para la defensa; lo mismo ocurre en Trípoli, deberán llegar hasta Antioquía para encontrar amparo.

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Murallas de Jerusalén

Tras conquistar Jerusalén ha llegado el momento de hacer un nuevo intento en Tiro, ciudad repleta de hombres armados gracias a la generosidad de Saladino, como critican varios historiadores musulmanes. No les falta razón, en Tiro se han refugiado guerreros provenientes de Acre, Gaza, Ascalón, Jerusalén y otros muchos lugares conquistados, convirtiendo la fortificada ciudad en un lugar casi inexpugnable; pero es la magnanimidad de Saladino en la victoria lo que convierte al Sultán en un caballero ante los ojos de Occidente, el hecho que le proporcionará, más allá de sus conquistas, un lugar destacado en la Historia.

El asedio resulta muy dificultoso por la imposibilidad de minar las murallas, unidas a tierra firme por una estrecha franja de tierra bajo la que se halla el mar, por el mismo motivo las catapultas están demasiado alejadas para resultar decisivas. Un ataque por mar se salda con cinco barcos egipcios incendiados y el resto dispersados, mientras en los ataques a la muralla se destaca por su valentía y destreza un defensor venido de España, conocido como el Caballero Verde por el color de su armadura, cuyas proezas llaman la atención del propio Saladino, tanto que algunas fuentes indican que llegó a entrevistarse con él; lástima que no exista más información sobre tal guerrero. Informado el Sultán de que el adalid de la defensa es Conrado de Montferrato, hace traer desde Damasco a su padre, el Marqués de Montferrato, prisionero desde la jornada de Hattin, indicando a su hijo que le dará muerte si no entrega la ciudad. Conrado responde que su deber con Dios está por encima de sus deberes familiares, dejando al descubierto el farol del Sultán, que incluso felicita al Marqués por la actitud de su hijo; a los pocos meses le dejará en libertad. En Diciembre el ejército está cansado y las arcas vacías, al Sultán no le queda más remedio que licenciar a la mitad de sus tropas y abandonar el sitio, marchando hacia el norte, donde las conquistas continúan: el castillo templario de Safed capitula tras un mes de intensos bombardeos, el hospitalario de Belvoir sigue su ejemplo, Latakia, Baghras, el gran castillo de Sahyun cae al asalto tras sólo tres días de asedio… pero sin duda la noticia más grata para el Sultán es la caída de Kerak, cuya guarnición se rinde tras nueve meses de sitio, cuando no queda ni una sola migaja de pan en el interior del castillo.

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Castillo de Sayhun

Montreal, la otra gran fortaleza de Transjordania, también se rinde por hambre tras permanecer un año bajo asedio. En manos cristianas sólo quedan los poderosos castillos hospitalarios de Markab y el Krak de los Caballeros (que Saladino no intenta siquiera atacar al contemplar su fortaleza), el templario de Tortosa y las ciudades de Antioquía y Trípoli, esta última porque han llegado refuerzos del Rey de Sicilia, justo a tiempo porque su Señor, Raimundo de Trípoli, ha muerto de pleuresía (muchos indican que de pena) pocos meses después de escapar en Hattin

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Krak des Chevaliers

En el poderoso castillo roquero de Beaufort aún resiste otro superviviente de Hattin, Reinaldo de Sidón, caballero versado en las costumbres árabes, buen conocedor de su idioma, y que durante tres meses parlamenta con Saladino llegándole a hacer creer que podría convertirse en musulmán. Cuando llega el momento de demostrar su lealtad, el encantador Reinaldo se dirige en árabe a los hombres que defienden el castillo indicándoles que deben rendirse, para a continuación decir todo lo contrario en francés, aunque el ardid es pronto descubierto. Baibars le hubiese hecho matar, pero Saladino se contenta con encerrarle en Damasco, quien sabe si con una sonrisa, hasta que caiga el castillo.

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Castillo de Beaufort

Mientras se encuentra cercando Beaufort, a Saladino le llega la inquietante noticia de que un pequeño ejército cristiano ha puesto sitio a Acre, a su cabeza se encuentra Guido de Lusignan. Pocos meses antes el Rey había sido puesto en libertad, en parte por las constantes rogativas de la Reina Sibila, en parte con la esperanza de que su liberación trajese la división entre los cristianos. En esta última cuestión no se equivoca Saladino, pues cuando Guido se presenta ante Tiro como Rey, Conrado de Montferrato, apoyado por los barones locales como Balian de Ibelin, no le abre las puertas indicando que perdió su reinado en Hattin. En lo que sí se equivocó el Sultán es en creer el juramento de Guido, por el cual se comprometía a retirarse de Tierra Santa y no blandir nunca más un arma contra los musulmanes; un hombre de palabra tiende a creer que los demás también lo son. El caso es que el menospreciado Rey de Jerusalén acaudilla un pequeño número de hombres con los que asedia Acre, el principal almacén sarraceno en la costa, buscando así redimirse de sus anteriores errores. Pronto los sitiadores pasan a ser sitiados a su vez cuando el ejército musulmán se reúne junto a la ciudad, comprobando como las tropas cristianas incrementan su número día a día: la llamada a la Cruzada en Occidente empieza a rendir sus frutos.
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Re: Saladino, Sultán y Caballero

Mensaje por Lutzow »

Acre. Tercera Cruzada. Saladino ante Corazón de León.

Han transcurrido dos años desde la batalla de Hattin y la toma de Jerusalén, el temido momento de la llegada de refuerzos cristianos allende los mares ha llegado. Primero en forma de pequeños grupos bajo el mando de algún noble, que pronto acaban reuniendo una fuerza considerable en el campamento levantado frente a Acre. Lo peor está por venir, pues los espías de Saladino le han informado de que el Rey de Francia, Felipe Augusto, el de Inglaterra, Ricardo I Corazón de León, y el Emperador del Sacro Imperio, Federico I Barbarroja, ya se han puesto en camino junto a sus respectivas huestes, los dos primeros cruzando el mar, el último por el camino terrestre que atraviesa el Imperio Bizantino. Ante estos datos el Sultán sabe que debe acabar con el asedio de Acre lo antes posible, desarrollándose desde Octubre de 1189 varios combates en los alrededores de la ciudad, con resultados alternos, pues si bien durante algún tiempo se consigue la unión con las fuerzas cercadas en Acre, la acumulación de refuerzos cristianos no tarda en romper el vínculo creado. En una de las batallas más enconadas los musulmanes consiguen la victoria, con grandes pérdidas por ambas partes, detenido su contraataque en los muros levantados por los cristianos, aunque capturan al Gran Maestre del Temple, Gerardo de Ridfort, inmediatamente ejecutado, lo que bien mirado no deja de resultar una buena noticia para los latinos, al verse libre Guido de tan mal consejero. También en el mar la suerte sonríe alternativamente a unos y otros, con la flota egipcia consiguiendo abastecer de tanto en cuando a los sitiados en Acre, aunque pagando un fuerte tributo en barcos por ello. La llegada del invierno impide las operaciones navales, complicándose el abastecimiento para el campamento cristiano, donde el hambre y las enfermedades causan estragos; sólo la llegada de Conrado de Montferrato en Marzo de 1190 con una gran flota, vencedora ante los barcos egipcios que intentan impedir su llegada, consigue restablecer la moral cristiana. Durante el verano no dejan de llegar nuevos refuerzos, entre ellos Enrique de Troyes, Conde de Champagne y sobrino de los Reyes de Francia e Inglaterra, que toma el mando efectivo en las operaciones contra Acre. Saladino contempla preocupado la llegada de estos efectivos, pero entonces le llega una gran noticia, la muerte de Federico I Barbarroja, ahogado en un río cerca de Armenia. Su hijo, Federico de Suabia, se pone al mando del ejército, una hueste en desintegración tras la muerte del Emperador, pues son muchos los nobles que se dirigen a los puertos armenios buscando el modo de regresar a casa. Al final sólo unos pocos miles acompañan a Federico cuando acampa bajo los muros de Acre, por lo que libre el Sultán del peligro alemán, puede llamar a las tropas desplegadas en el norte para impedir su avance, aunque estas no llegarán hasta la llegada del invierno, difícil segundo invierno para los hombres que combaten frente a la ciudad. Aunque Saladino tiene la unidad de mando, son muchos los Emires que, con sus personas y tropas agotadas tras año y medio de duros combates, resuelven abandonar el asedio cuando llegan los refuerzos del norte, debilitando de este modo el esfuerzo musulmán. La salud del propio Sultán empieza a pagar la factura del largo combate, viéndose postrado en varias ocasiones por la fiebre; nunca llegó a recuperarse plenamente. El crudo invierno que a inicios de 1991 sacude Palestina resulta aún más complicado en el campamento cristiano, falto de víveres y donde reina la enfermedad, que se lleva la vida de Federico de Suabia y de la Reina Sibila, colocando en posición complicada a Guido, monarca sólo gracias a su matrimonio. El hambre hace su aparición y con ella las deserciones, bien aprovechadas por Saladino para conocer de primera mano los dispositivos y debilidades de las defensas cristianas, lanzando en Febrero un repentino ataque que consigue la unión provisional con la ciudad, lo que le permite relevar a su cansada guarnición antes de que el enemigo recobre el terreno perdido. El resto del invierno transcurre entre pequeños golpes de mano y abundantes confraternizaciones, donde los dirigentes de uno y otro bando se invitan e intercambian regalos, aprendiendo a conocerse y respetarse, aunque todos ellos dispuestos a continuar combatiendo hasta el final por su fe. La llegada de la primavera trae nuevos refuerzos, entre ellos los hombres de Leopoldo de Austria, también anhelados barcos cargados de provisiones y junto a ellos la noticia tan esperada: los Reyes de Francia e Inglaterra se encuentran cerca. El primero en llegar es Felipe Augusto, mes y medio más tarde lo hace Ricardo I, que ha ocupado ese tiempo en conquistar Chipre, lo que le proporciona un valioso botín. El arribo del Rey inglés, alto, fuerte, imponente con su rojiza cabellera, junto a 25 buques bien provistos de hombres y material, causa la admiración no sólo de los cristianos que le reciben con alborozo, también de los musulmanes, en especial de Saladino, quien parece sentir una extraña atracción por Corazón de León, un gran guerrero, pero no un estadista, ni un hombre de honor.

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Ricardo I

La llegada de tantos cruzados se ve compensada en parte por refuerzos provenientes de Sinjar, Mosul, Hama y Egipto, pero para entonces Saladino es consciente de la casi imposibilidad de conservar Acre, sobre todo porque el dominio naval se ha decantado decididamente hacia el lado cristiano, impidiendo en la práctica el suministro a los sitiados. A principios de Julio las murallas empiezan a derrumbarse, y pronto la guarnición inicia conversaciones con el fin de conseguir la libertad a cambio de la entrega de la ciudad, aunque tras dos años de lucha ininterrumpida los mandos cristianos no están dispuestos a concedérsela. Pese a los mensajes del Sultán ordenando continuar la resistencia el 12 de Julio Acre se rinde, firmando los Emires al mando que sus vidas y las de sus 3.000 hombres serán perdonadas y además puestos en libertad si Saladino se compromete a pagar 200.000 monedas de oro, a liberar 1.500 prisioneros escogidos y devolver la Verdadera Cruz. El Sultán queda horrorizado ante este trato, aunque como hombre de honor hará todo lo preciso para intentar cumplir sus estipulaciones, pese a sentirse envuelto en la amargura de la derrota, la primera importante tras la batalla de Hattin. Pronto se reúne buena parte del dinero, se trae la Cruz y a muchos prisioneros, pero la desconfianza mutua sumada a la prisa de Ricardo I por avanzar hacia Jerusalén termina en desastre cuando el Rey inglés ordena la ejecución de todos los defensores, ante los horrorizados ojos de Saladino y sus tropas, que intentan un desesperado ataque para impedir la matanza, sin éxito. Liberado de esa carga, el ejército cristiano avanza hacia el sur, comandado por Ricardo I, pues Leopoldo de Austria ha abandonado la empresa después de que el inglés arrojase su bandera al foso de Acre (gesto arrogante que pocos años más tarde le costará la prisión) y Felipe Augusto ha partido hacia Francia, aunque dejando buena parte de su ejército en Tierra Santa, bajo el mando del Duque de Borgoña. La idea de Corazón de León era llevar su ejército junto a la costa, con uno de sus flancos cubiertos por el mar y la flota, hacerse con una de las ciudades costeras como base y girar entonces hacia el interior, camino de Jerusalén. Intuyendo sus intenciones, Saladino ha ordenado desmantelar las defensas de Cesarea, Jaffa y Ascalón, al tiempo que sus exploradores buscan un lugar adecuado en la ruta costera donde su caballería pueda desplegarse para atacar a los cristianos.

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Batalla de Arsuf

Ese lugar resultó encontrarse al norte de la pequeña ciudad de Arsuf, lugar en el que los latinos, avisados del ataque, forman de espaldas al mar, con la vanguardia templaria constituyendo el ala derecha, Ricardo I y los caballeros seglares el centro y la retaguardia francesa y hospitalaria el ala izquierda. Sobre estos últimos hombres se centran la mayoría de las cargas sarracenas, y pese a que los caballeros están protegidos por una línea de lanceros y ballesteros, pronto empiezan a perder efectivos y sentirse incómodos en la táctica defensiva impuesta por el Rey, que prohíbe cualquier contraataque hasta que él no de la señal, esperando que la ligera caballería musulmana empiece a mostrar síntomas de fatiga. No falta mucho para que llegue el momento de dar la orden cuando un caballero hospitalario y otro seglar inician una carga, siendo seguidos como una ola por el resto de la fuerza, una demoledora marea ante la cual Ricardo I sólo puede unirse e intentar guiarla, una embestida que sorprende al secretario de Saladino, testigo desde una colina cercana, por su esplendor y fortaleza, un embate que arrasa a los caballeros rivales, que huyen o son masacrados. La batalla de Arsuf no causa excesivas bajas, pero al tiempo que eleva la moral cruzada hunde la musulmana, batidos en campo abierto por primera vez desde Hattin, obligados a una táctica defensiva, pues tras el combate Saladino se limita a cubrir con su ejército el camino que lleva desde la costa a la Ciudad Santa. Pese a los reveses sufridos el Sultán sabe que el tiempo corre de su parte, se encuentra en su tierra y es consciente de que la mayoría de los hombres que se le enfrentan tarde o temprano deberán regresar a Europa. Por ello no le extraña recibir una embajada de Ricardo I solicitando la devolución de toda Galilea, proposición que es inmediatamente rechazada. La siguiente oferta del Rey inglés parece una broma, pues propone el matrimonio entre su hermana y al-Adil, hermano de Saladino, convirtiéndose ambos en reyes de una Jerusalén abierta a todas las creencias. Sólo el interesado al-Adil se toma en serio la propuesta, pero pronto las diferencias religiosas dan al traste con la idea. No fueron los embajadores de Ricardo I los únicos en visitar la tienda del Sultán, pues Conrado de Montferrato, enemistado con el Rey inglés dado que este apuesta por Guido como monarca en Ultramar, ha enviado al encantador Reinaldo de Sidón para proponer a Saladino crear un Estado independiente a cambio de Sidón y Beirut, pero no se compromete cuando el Sultán acepta sólo a cambio de que las huestes de Conrado se unan a él para combatir a Ricardo I.
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Re: Saladino, Sultán y Caballero

Mensaje por pepero »

Me gusto mucho la bibliografia en el libro.

La imagen de Campo de batalla de los Cuernos de Hattin, es un poco engañosa, antes era un "secarral", con vegetación, y ahora se ven muchos regadíos. La imagen no esta tomada donde se desarrollo el encuentro final, tal vez durante la aproximación.

Saludos.
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Re: Saladino, Sultán y Caballero

Mensaje por Lutzow »

Me alegra que te gustase...

Está imagen, supongo que tomada desde la ladera que baja hacia el lago, se debe aproximar bastante más al que fue el campo de batalla:

Imagen

Saludos.
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Re: Saladino, Sultán y Caballero

Mensaje por pepero »

Lutzow escribió:Me alegra que te gustase...

Está imagen, supongo que tomada desde la ladera que baja hacia el lago, se debe aproximar bastante más al que fue el campo de batalla:

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Saludos.
Ese es el lugar de la batalla final.

Saludos.
Pepe
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Re: Saladino, Sultán y Caballero

Mensaje por Poliorcetos »

Magnífico trabajo. Y las fotos. Enhorabuena.
Una cosa muy llamativa, como en todas las guerras medievales, es la relativa facilidad con que eran asaltados los castillos, bien a lo "marea humana" o con ablandamiento por una ya respetable artillería, y si no, el sufrido pero efectivo minado. Las ciudades era otro cantar como se cita en el trabajo. Siempre me han gustado más las defensas urbanas que un castillo. La clave entiendo que no era la calidad de las defensas, sino el número de defensores. Las defensas urbanas se la tenían que jugar todo a una carta, mantener la línea exterior, de poco servía retroceder a otro espacio interior si conlleva abandonar parte de la ciudad. Esa línea única no era precisamente delgada, es el todo o nada.

Los castillos son mucho más llamativos pero las eficaces ciudades, se tratan poco. Por eso me ha alegrado mucho que menciones y hasta subas fotos de murallas urbanas.

:Bravo
Prometí también que no haré guerra ni paz ni pacto a no ser con el consejo de los obispos, nobles y hombres buenos, por cuyo consejo debo regirme.
IV Item. Decreta que Don Alfonso, Rey de León y de Galicia estableció en la Curia de León en 1.188
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Re: Saladino, Sultán y Caballero

Mensaje por Lutzow »

Me alegra que te guste, y repito que las hay mucho mejores en nuestro segundo libro colectivo, "Grandes Capitanes"... :D

Ya sabes que yo soy más de castillos que de ciudades fortificadas, los primeros se pueden emplazar en lugares poco accesibles y por ello resultan más fáciles de defender con una guarnición escasa que una ciudad, imposible de ubicar en la cima de una colina y que como bien dices necesita de muchos hombres para poder resistir un ataque... En cualquier caso después de Hattin todas las guarniciones estarían bajo mínimos y ya hemos visto que muy pocas consiguieron resistir el empuje musulmán...

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Re: Saladino, Sultán y Caballero

Mensaje por Poliorcetos »

A eso me refería. La estrategia estaba clara, derrotar al ejército de maniobra, así las plazas fuertes irían cayendo una tras otra, con defensores escasos y sin posibilidad de ejército de socorro. Lo que me hace pensar durante horas es la existencia de esa estrategia, concebida y desarrollada en la Europa Occidental de dividir las fuerzas en multitud de pequeñas fortalezas. 50 castillos con 200 hombres cada uno o un ejército de 10.000 hombres ¿Qué sería mejor? A diferencia de los cristianos, los musulmanes no se desparramaban en pequeñas porciones en fortalezas pequeñas. Hacían pocas y muy grandes, capaces de albergar ejércitos de maniobra llegado el caso.

El concepto de castillo feudal, de control del territorio del señor feudal, pesaba mucho. Nacidos como puestos de vigilancia y sobre todo comunicaciones en tiempos romanos, derivaron a refugios para la población en algunos casos. Pero en la mayoría acabaron siendo útiles de dominio feudal, frente a una estrategia de guerra ofensiva y móvil practicada por Saladino.

En la península ibérica, tuvimos el azote de Almanzor, su precursor. De poco sirvieron los castillos, caían en dos días máximo. El premio eran las ciudades. Al principio se intentó resistir en Zamora, pero sin resultados estratégicos. La única manera era batirlo en campo abierto. La superioridad numérica jugaba en contra y nunca se consiguió. Pero se intentaba en casa, no tras largas marchas. La desunión imposibilitó obtener resultados. Ricardo I si pudo al tener tanto unión como la idea de batirlo en campo abierto. Marchando a Jerusalem, sabía que Saladino tendría que aceptarla. Ricardo no se dividió entre castillos ni Saladino defendió cada punto fuerte. Me encanta esa campaña.
Prometí también que no haré guerra ni paz ni pacto a no ser con el consejo de los obispos, nobles y hombres buenos, por cuyo consejo debo regirme.
IV Item. Decreta que Don Alfonso, Rey de León y de Galicia estableció en la Curia de León en 1.188
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Re: Saladino, Sultán y Caballero

Mensaje por Lutzow »

Las fortalezas, por poderosas que sean, siempre terminarán cayendo si no existe un ejército de maniobra que pueda acudir a socorrerlas, como demostró un siglo más tarde Baibars desmantelando la red de castillos interiores que protegían las rutas hacia las ciudades costeras... La superioridad numérica de Saladino le permitía mantener una campaña en Mosul y al mismo tiempo dejar guarniciones suficientes para defender Damasco y demás ciudades sirias, los cristianos no, por ello debían cuidar mucho su ejército, como hicieron en las Piscinas de Goliath y debieron hacer en Seforia, pues también queda demostrado que pese a su superioridad numérica los musulmanes no eran capaces de atacar al ejército de campaña cristiano cuando este se desplegaba en posición defensiva... La caballería pesada resultaba un arma temible ante un enemigo desorganizado, como ocurrió en Montgisard, o utilizada en combinación con otras tropas, tal y como hizo Ricardo I, lo extraño es que estas enseñanzas se perdiesen a lo largo de los siguientes siglos con derrotas estrepitosas, hasta llegar al desastre de Nicópolis...

A mí me produce mucha lástima Raimundo de Trípoli, una persona capaz rodeada de inútiles, que le arrastran al desastre siendo consciente de ello... Sin embargo me alegra el fin de Reinaldo de Chatillon y Gerard de Ridfort, los auténticos culpables de la caída del Reino de Jerusalem...

Saludos.
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Re: Saladino, Sultán y Caballero

Mensaje por Lutzow »

Con la llegada del invierno Saladino licencia la mitad de sus tropas, mientras Corazón de León, pese a los consejos de los barones locales, inicia un avance hacia Jerusalén, llegando hasta Beit-Nuba, a sólo 18 kilómetros de la Ciudad Santa, hasta que el pésimo tiempo le obliga a regresar por las encharcadas colinas, dedicando el resto de meses invernales a reconstruir Ascalón, convirtiéndola en la ciudad más fortificada de la costa. Saladino no le molesta, las rencillas entre sus tropas kurdas y turcas le hacen desconfiar de su ejército, y como primera consecuencia por sus últimas derrotas recibe la desagradable noticia de que un sobrino suyo, Emir en Mesopotamia, se ha rebelado contra él, viéndose obligado a enviar a su hermano hacia allí para hacerle entrar en razón. Por su parte los cristianos liman asperezas cuando Ricardo I es consciente de que nadie en Ultramar apoya a Guido como Rey, accediendo a que Conrado sea elegido como monarca, al haberse casado el Marqués con Isabel, hermana menor de la fallecida Reina Sibila. Conrado nunca llegó a sentarse en el trono por el que tanto había combatido, pues pocos días antes de la coronación fue acuchillado por dos Asesinos, en venganza por la captura de un barco de la secta unos meses antes. En su lugar los barones locales eligen a Enrique de Champaña como sucesor, casándole con Isabel pocos días después de la muerte de Conrado. Por su parte Guido de Lusignan compra a los templarios (que anteriormente habían hecho lo propio a Ricardo I) la isla de Chipre, creando allí una dinastía que duraría tres siglos. Con la llegada del buen tiempo Corazón de León ataca Daron, la última ciudad costera al sur de Acre en manos sarracenas, asaltándola tras cinco días de dura lucha, matando a parte de la guarnición y tomando al resto como prisioneros. Tras reunirse con las tropas que su sobrino y flamante Rey Enrique de Champaña trae de Acre y Tiro el ejército se encamina de nuevo hacia Jerusalén, acampando en Beit-Nuba, mientras las tropas de Saladino, que ha recibido refuerzos desde Jezireh y Mosul, se enfrentan a las avanzadillas cristianas en las montañas. El Sultán se encuentra confiado, pues sabe por sus espías que la fuerza rival tiene pocas provisiones y animales de carga para acometer la empresa de atravesar las montañas y atacar Jerusalén, pero su seguridad se resquebraja cuando le llega la noticia de que Ricardo I ha capturado una gran caravana que desde Egipto se encaminaba hacia la Ciudad Santa, haciéndose con miles de caballos y camellos, así como con una gran cantidad de vituallas. En una reunión con sus Emires se plantea la posibilidad de abandonar la ciudad, pero finalmente se decide resistir en ella, ordenando Saladino que todas las fuentes en el camino desde Beit-Nuba sean cegadas o envenenadas; ahora que los cristianos tienen víveres, les negará el agua. Resulta una buena estrategia, que además se ve apoyada por la prisa de Ricardo por regresar a Inglaterra una vez informado de los problemas que allá acontecen, y por la conciencia de los barones locales de que tomar Jerusalén de poco serviría, pues una vez que los contingentes europeos regresen a sus patrias no tendrán capacidad para poder defenderla.

Imagen
Murallas de Jerusalem, con la Torre de David al fondo de la imagen.

Todo ello lleva a una nueva retirada del ejército cristiano hacia la costa, dirigiéndose Ricardo I hacia Acre con la idea de negociar la paz y partir lo antes posible hacia Inglaterra. Saladino recibe a su embajada desde la confianza que le ofrece tener el tiempo a su favor, ofreciendo a los cristianos los territorios que han reconquistado y la libre peregrinación a Jerusalén, pero exigiendo el desmantelamiento de Ascalón, dada la amenaza que supondría para los territorios egipcios y la comunicación entre los mismos y Siria. Para Corazón de León, que durante cuatro meses ha estado supervisando la construcción de las defensas de Ascalón, la destrucción de las mismas no es aceptable, llegándose a un punto muerto. Entonces Saladino toma la iniciativa, y aprovechando que la mayor parte de las tropas rivales se encuentran en Acre asalta Jaffa, que tras tres días de bombardeos y lucha desesperada termina cayendo en manos musulmanas. Turcos y kurdos olvidan sus rencillas dedicándose a saquear la ciudad y matar a todo aquel que encuentran, motivo por el cual Saladino indica a la guarnición de la ciudadela que se refugie en ella hasta que él sea capaz de poner orden entre sus huestes, demostrando de nuevo su generosidad, aún cuando pocos meses antes Ricardo I no tuvo ninguna consideración con los hombres que se rindieron en Daron. No ha acabado de aplacar las ansias de saqueo de sus tropas cuando en el mar se divisa una flota, bajo el mando del propio Ricardo I, quien acude raudo a socorrer Jaffa nada más ser informado del ataque, mientras el grueso del ejército se dirige hacia la ciudad por tierra. Al contemplar la llegada de refuerzos la guarnición retoma sus armas y ataca a los musulmanes al mismo tiempo que los hombres desembarcados hacen lo propio desde la playa, con Ricardo I al frente, consiguiendo recuperar la ciudad sin que sus sorprendidos rivales puedan oponer demasiada resistencia. Esta nueva derrota a manos del Rey inglés no alcanza para doblegar la firmeza de Saladino cuando se presentan ante él parlamentarios cristianos en busca de un tratado de paz, negándose de nuevo a consentir que Ascalón pueda quedar en sus manos. Rotas de nuevo las negociaciones y conocedor de que las tropas en el campamento de Ricardo I en las afueras de Jaffa son escasas, proyecta un ataque antes de que el grueso del ejército enemigo se presente en la zona. El plan es asaltar el campamento cristiano al amanecer con 7.000 hombres de su caballería, pero para su desgracia son avistados con tiempo suficiente para que Ricardo I pueda organizar su pequeña hueste en posiciones defensivas. No contaba más que con unas pocas docenas de caballeros, 400 ballesteros y un millar de infantes, a quienes ordena que claven las estacas que sujetan las tiendas en la tierra, formado una pequeña empalizada tras la que se sitúan los lanceros en parejas, arrodillados, cubiertos por sus escudos y con las lanzas apuntando hacia delante; entre ellos emplaza a los ballesteros, uno preparado para disparar su arma y otro detrás cargando la ballesta. Cuando turcos y kurdos atacan se encuentran ante una lluvia de dardos y una muralla de lanzas y hierro, imposible de atravesar, pese a que divididos en siete divisiones no dejan de intentarlo durante todo el día. Al caer la tarde Corazón de León muestra la razón de su sobrenombre montando uno de los pocos caballos que hay en el campamento y pasando al contraataque al frente de sus lanceros, impartiendo órdenes y combatiendo en primera línea. Saladino, que no debía tener demasiado aprecio por el Ricardo Rey que decretó el asesinato de la guarnición de Acre, no puede evitar caer subyugado ante el Ricardo guerrero que despliega todo su valor en la batalla, de tal manera que cuando el inglés pierde su montura, envía un escudero con dos caballos de refresco para que pueda continuar combatiendo. Acto seguido ordena que sus cansadas tropas se retiren, frustrado por la nueva derrota, consciente de que tras cinco años de guerra tanto sus hombres como sus finanzas necesitan la paz. Por suerte para el Sultán el fin de las hostilidades resulta aún más apremiante para Ricardo I, necesitado de regresar a su patria ante las noticias de que su hermano usurpa el trono, y enfermo de fiebres tras el combate librado a las puertas de Jaffa. Saladino le hace llegar frutas y hielo junto a su deseo de recuperación, sumado a la propuesta de que los cristianos conserven la costa con Jaffa como límite meridional, pero sin condescender en lo respectivo al desmantelamiento de Ascalón. Finalmente Corazón de León cede en este punto, firmándose en Septiembre de 1192 la ansiada paz, estipulándose que durará cinco años, que los comerciantes de uno y otro bando podrán atravesar el territorio contrario y que los frany tendrán libre peregrinaje a Jerusalén.

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Estatua de Saladino junto a las murallas de Damasco.

La Tercera Cruzada toca a su fin sin conseguir el objetivo de recuperar la Ciudad Santa, pero deja a un Saladino enfermo y cansado tras largos años de agotadoras campañas. Quizá anticipando su fin, la primera idea del Sultán tras firmar la tregua es realizar el obligado peregrinaje a La Meca para cualquier creyente musulmán, pero son tantas las tareas administrativas pendientes tras años de lucha que se ve obligado a aplazar su proyectado viaje. Aunque sólo tiene 55 años sus allegados comprueban mes a mes un envejecimiento prematuro acompañado de un cansancio vital que los médicos se muestran incapaces de atajar. A finales de Febrero de 1193 se anuncia la llegada de los peregrinos con quienes quería haber partido el otoño anterior, saliendo Saladino a su encuentro en los encharcados y fríos caminos. Al regresar a Damasco la fiebre le consume, entrando en un estado de aletargamiento del que ya sólo saldrá durante escasos instantes, falleciendo finalmente el 3 de Marzo, justo seis meses después de haber firmado la paz con los cruzados. Deja 17 hijos y una hija, y como toda herencia 47 dinares y una moneda de oro… amén de un Imperio, que sus hermanos e hijos no tardarán en desmembrar.

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Tumba de Saladino

Epílogo

Saladino no fue un gran guerrero, ni un excelso general. Siendo un joven sin grandes ambiciones, el azar quien le convierte en Señor de Egipto y le allana el camino eliminando a sus mayores antagonistas. Una vez en poder de las riquezas que le proporciona su nuevo dominio no duda en utilizarlas para lograr la unificación del Islam, objetivo que necesariamente requiere largos años de luchas contra sus hermanos de fe, incluyendo al heredero de Nur al-Din, quien había sido benefactor de la familia ayyubí. Hasta su victoria en Hattin su trayectoria no difiere de la que podría haber protagonizado cualquier líder del mundo musulmán en su misma posición, es a partir de ese momento cuando muestra su grandeza, ganándose un lugar destacado en la Historia.

Su triunfo en Hattin se debe tanto a los errores de sus adversarios como a su propia estrategia, pero en cualquier caso resultó una batalla decisiva para quebrar para siempre el poder de los Reinos Latinos, que desde la derrota de 1187 ya no volvieron a representar un papel determinante en Tierra Santa, salvo quizá como cabeza de puente para las improductivas Cruzadas durante el siguiente siglo. Las críticas sobre su actuación durante la Tercera Cruzada no tienen mucha base, pues si bien Saladino resultó vencido en varias ocasiones por Ricardo I, ninguna de sus derrotas resultó decisiva, conservando Jerusalén y casi toda Palestina en manos musulmanas, pese a enfrentarse a una constelación de Emperador, Reyes y Príncipes como no volvería a reunirse en ninguna otra Cruzada posterior. Sí tienen mayor contenido las críticas a la magnanimidad de Saladino con las pequeñas guarniciones de las ciudades que se rindieron tras Hattin, contemplando la posibilidad de que un general más expeditivo hubiese conseguido tomar Tiro, e incluso Trípoli y Antioquía, antes de que los ejércitos provenientes de Europa hubiesen logrado alcanzar Tierra Santa. Sin embargo nadie puede garantizar que pese a todo Tiro no hubiese conseguido resistir los asaltos musulmanes y sí podemos sospechar que la rápida conquista de Palestina hubiese resultado mucho más ardua si sus defensores se hubiesen visto obligados a combatir, llevados por la desesperación. En cualquier caso resulta complicado criticar la generosidad del Sultán tras su victoria en Hattin, pues son sus muestras de humanidad, más allá de sus conquistas, quienes le convierten en la figura más relevante en la Historia de Las Cruzadas. Ellas y su integridad, siendo un hombre cuya palabra era ley, manteniéndola incluso ante rivales que no dudaron en violar la suya.

El mausoleo de Saladino está situado muy cerca de las antiguas murallas de Damasco y su impresionante mezquita Omeya, en una tumba acompañada por un magnífico sarcófago de mármol, regalo del Kaiser Guillermo II; pude visitarlo hace algunos años y puedo dar fe del constante trasiego de personas que se acercan hasta el lugar, merecido homenaje a un hombre de Honor.
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Re: Saladino, Sultán y Caballero

Mensaje por Schweijk »

Una semblanza biográfica muy completa y bien escrita. Saladino es digno de recordarse, espejo de caballeros como hubo pocos. Muchas gracias Lutzow.
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Re: Saladino, Sultán y Caballero

Mensaje por Lutzow »

Gracias a ti Schweijk, me alegra que te haya gustado... :D

Según Runciman Saladino resulta el personaje más atractivo de la Historia de las Cruzadas, y no puedo estar más de acuerdo con él...

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Re: Saladino, Sultán y Caballero

Mensaje por APV »

Quizás habría que hablar de Tripolitania y el hombre de Saladino en la zona: Karakush. Asunto importante en el conflicto entre almohades y almorávides de esos años y que se extendería hasta principios del S. XII (y que tendría efectos futuros al debilitar a los almohades).
Lutzow escribió:Deja 17 hijos y una hija, y como toda herencia 47 dinares y una moneda de oro… amén de un Imperio, que sus hermanos e hijos no tardarán en desmembrar.
La sucesión en principio parecía clara, su hijo mayor Al-Afdal debía sucederle tal como hizo jurar Saladino a los emires. Pero ya para empezar Saladino le había dado el gobierno de Damasco mientras a su segundo hijo Al-Aziz tenía el de Egipto (curiosa inversión por la significación de Egipto), el tercero az-Zahir gobernaría Alepo.

Pero nada más morir empezaron los problemas: desde Mosul los partidarios de los Zengi volvían a presionar buscando el desquite y los artúquidas también empezaron a rebelarse. Az-Zahir tendría que hacer frente a esas rebeliones de los vasallos.

Pero el problema es que Al-Afdal cometió muchos errores que lo hicieron impopular, y a pesar de los esfuerzos de Al-Din (hermano de Saladino, llamado por los cruzados Safadino), personaje competente y que probablemente hubiera ejercido el papel de Saladino con éxito, se volvieron todos contra Al-Afdal. Finalmente Al-Aziz se rebeló y sitio Damasco, interviniendo Al-Din de mediador; rebelado de nuevo Al-Aziz esta vez le apoya Al-Din y toman Damasco en 1196.
En 1198 Al-Aziz muere en un accidente, y Al-Din asume el poder directamente. Al-Afdal vuelve del exilio y se proclama regente de Egipto del hijo de Al-Aziz, se une a su hermano Al-Zahir y atacan Damasco. Al-Din vence y sofoca la revuelta de Egipto y fuerza a Al-Afdal a volver al exilio y a Al-Zahir a someterse.
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Re: Saladino, Sultán y Caballero

Mensaje por Lutzow »

Sobre Tripolitania deberías abrir un hilo al respecto APV, que resulta un tema interesante y yo ando bastante pez en esos asuntos...

Respecto a la herencia de Saladino, resultaba habitual en el mundo musulmán la división y lucha por el poder tras el fallecimiento de un líder, lo que nos lleva a pensar que hubiese ocurrido si los Reinos Latinos hubiesen tenido la prudencia de mantenerse a la expectativa mientras Saladino controlaba Egipto y Siria, pues si hubiesen sobrevivido durante ese periodo seguirían siendo un factor muy a tener en cuenta en los acontecimientos posteriores, llegando incluso a cambiar la Historia de Oriente Medio y con ella la del mundo... La concatenación de acontecimientos fue realmente desfavorable: un Rey capaz pero leproso desde la niñez, un Maestre del Temple resentido con Raimundo de Trípoli, un aventurero que por matrimonio se convierte en Señor de Transjordania, un nuevo Rey usurpador y pusilánime, en manos de los dos anteriores... la receta del desastre estaba servida.

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Re: Saladino, Sultán y Caballero

Mensaje por Antigono Monoftalmos »

Lutzow escribió:Según Runciman Saladino resulta el personaje más atractivo de la Historia de las Cruzadas, y no puedo estar más de acuerdo con él
Ciertamente, es imposible no estar de acuerdo con él; personaje fascinante, aunque fue más clemente con los cruzados que con los egipcios chiíes...supongo que por aquello de que cargarte herejes te da más puntos que cargarte infieles :-
Como curiosidad, ha sido muy utilizado por sirios e iraquíes como símbolo nacional. El propio Saddam lo utilizó como un alter ego suyo en la Guerra del Golfo, pretendía ser un nuevo Saladino frente al "cruzado" Bush padre...el hecho de que en el bando "cruzado" hubiera musulmanes como los kuwaitíes o los saudíes se le escapó :)
Sin embargo, en Egipto es más popular Baibars.
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Re: Saladino, Sultán y Caballero

Mensaje por Lutzow »

No hubo ninguna masacre de egipcios chiíes, simplemente se cambió de religión (empujado por Nur ed-Din)y se aplastó una revuelta, nada que no hubiese hecho cualquier otro gobernante por santo que fuera...

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Re: Saladino, Sultán y Caballero

Mensaje por APV »

Ese fue el gran error de los Estados Latinos: Egipto o en manos de los latinos (o los rumis) o un estado chií distanciado de Bagdad y Damasco.
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Re: Saladino, Sultán y Caballero

Mensaje por Lutzow »

No será porque Amalarico no lo intentó (hasta cinco expediciones a Egipto), pero unas cosas por otras todas acabaron mal o regular...

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Re: Saladino, Sultán y Caballero

Mensaje por Antigono Monoftalmos »

Era difícil, los reinos de los cruzados carecían de base demográfica suficiente para generar un ejército que conquistara Egipto.
El momento ideal para ser un héroe, es aquél en que se ha acabado la batalla y los otros tipos han muerto, que Dios los tenga en su gloria, y tú te llevas todo el mérito.
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Re: Saladino, Sultán y Caballero

Mensaje por Lutzow »

Era difícil, pero el ejército fatimita era un guiñapo, y una mejor colaboración con Bizancio podría haber dado sus frutos...

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