Saladino, Sultán y Caballero
Publicado: 21 Ago 2016
Esta es una de la docena de biografías del libro "Grandes Capitanes", y la única que se publicará en abierto, de modo que no puedo dejar de aconsejaros que os hagáis con él y disfrutéis del resto, que debo señalar son bastante mejores...
http://www.elgrancapitan.org/foro/viewt ... +capitanes
Saladino, Sultán y Caballero.
Vi a Bruto, aquel que destronó a Tarquino,
a Cornelia, a Lucrecia, a Julia, a Marcia;
y a Saladino vi, que estaba solo...
Dante Alighieri – La Divina Comedia – Canto IV
Incluyendo a Saladino en el Limbo, junto a Virgilio, Sócrates y Aristóteles, entre otros personajes ilustres, el gran poeta florentino rinde el mayor homenaje posible al Sultán kurdo quien, a diferencia de los nombrados, sí tuvo ocasión de ser bautizado al haber nacido después de Cristo. Es sólo una muestra de la huella que Saladino ha dejado durante siglos en Occidente, convertida su figura en paradigma del caballero ideal; justo, íntegro, piadoso, humilde e indulgente. Este retrato estereotipado del Sultán, forjado en la Edad Media y mantenido por la historiografía romántica, encuentra curiosamente su reverso en Oriente, donde el recuerdo de Saladino no obtuvo la grandeza que podría esperarse, medio olvidado entre la población, incluso vilipendiado por algunos historiadores locales, siendo acusado de haber dedicado mayor empeño en combatir contra sus correligionarios que contra los cristianos, al tiempo que se le imputan las derrotas sufridas por los musulmanes durante la Tercera Cruzada. En el imaginario popular se otorgaba mayor significancia a Baibars, el Sultán mameluco, general expeditivo y brutal, que un siglo más tarde de la era de Saladino conquistó el Principado de Antioquía y la red de fortalezas interiores que protegía la costa cristiana; o incluso a Nur al-Din, antecesor de Saladino y unificador de Siria. A lo largo del último siglo la influencia de Occidente y una mayor difusión de sus logros han ayudado a transformar las consciencias, de tal modo que no han sido pocos los líderes modernos que en el mundo árabe se han declarado “sucesores de Saladino”, quedando prácticamente enterradas las anteriores críticas hacia su persona. Sin embargo en los últimos años nuevas publicaciones ponen de nuevo en entredicho la virtuosa imagen de Saladino, haciendo hincapié en sus años de ascenso al poder y en la crueldad necesaria para conseguirlo. ¿Caballero o ambicioso advenedizo? Al final de estas páginas podremos dar una respuesta, pero antes debemos conocer su historia.
Hattin.
Madrugada del 4 Julio de 1187, Saladino reza en la noche mientras escucha los cantos de sus tropas, convencidas de que al amanecer acabarán con el ejército cristiano. La situación no puede resultar más favorable, los frany se han visto obligados a acampar en un terreno sin agua, en inferioridad numérica y prácticamente rodeados por los musulmanes. Saladino es consciente de que la batalla que se desarrollará al día siguiente resultará decisiva para su futuro y el de su pueblo, sabe que las posibilidades de victoria son amplias, pero también conoce el valor del ejército cristiano; en el pasado ha podido comprobar personalmente el poder de su caballería pesada. Pese a encontrarnos en pleno estío la noche será larga, lo suficiente para que el Sultán pueda repasar el extraño cúmulo de acontecimientos que le han llevado hasta el momento actual.
Primeros pasos: Egipto.
Salah ad-Din Yusuf nace en Tikrit en 1138, hijo de Ayub, de origen kurdo y gobernador de la ciudad, que al año siguiente del nacimiento de su hijo cae en desgracia y debe partir junto a su familia hacia el oeste, poniéndose al servicio de Zengi, señor de Mosul y Alepo, el dirigente musulmán más poderoso de su tiempo, que en 1144 conquistará el Condado de Edesa, primer territorio perdido por los cristianos tras la triunfal Primera Cruzada. Zengi no podrá disfrutar durante mucho tiempo de su victoria, pues dos años más tarde muere asesinado, surgiendo entonces las habituales disputas entre sus sucesores por repartirse sus territorios. La familia de Saladino, con su tío Shirkuh a la cabeza, ofrece su lealtad a Nur al-Din, segundo hijo de Zengi, que se convierte en Señor de Alepo, mientras su hermano mayor hace lo propio en Mosul. La apuesta de la familia Ayyubí resulta favorable, pues pronto Nur al-Din demuestra ser un hábil dirigente que, por primera vez desde la llegada de los frany a Tierra Santa, unirá bajo un mismo poder las ciudades de Alepo y Damasco, convirtiéndose de este modo en el Señor de toda Siria.
Poco sabemos sobre la infancia y adolescencia de Saladino, que debieron transcurrir primero en Baalbek, donde su padre Ayub fue nombrado gobernador por Zengi, y más tarde en Damasco, cuando Nur al-Din le convirtió en Emir de la ciudad. Como cualquier otro niño musulmán creció aprendiendo el Corán, convirtiéndose en un entusiasta creyente, aunque siempre se mostró tolerante con aquellos que profesaban una religión distinta a la suya, pese a estar convencido de la perdición de sus almas. Sobre su aspecto físico sabemos que era más bien bajo y delgado, de frágil apariencia, centrándose sus biógrafos en su rostro, adornado por una corta barba, iluminado por unos ojos serenos, reflexivos, de profunda mirada.
Saladino crece en un Oriente Medio cuya costa está completamente ocupada por territorios cristianos. Al norte, con Constantinopla como capital y dueño de las riberas de Anatolia figura el Imperio Bizantino, un tanto disminuido en su poder, pero todavía un Estado con capacidad para influir en los asuntos sirios. Al sur de Anatolia existe el pequeño reino cristiano de Armenia, que enlaza con el Principado de Antioquía, el Condado de Trípoli y el Reino de Jerusalén, tres territorios creados por los latinos tras la Primera Cruzada. Por parte musulmana, al norte, ocupando el interior de Anatolia y enfrentado al Imperio Bizantino, figura el Sultanato de Rum, gobernado por los turcos Selyúcidas. Hacia el sur nos encontramos con el Principado de Mosul y la recién unificada Siria de Nur al-Din, todos ellos territorios suníes y nominalmente bajo el Califato de Bagdad, enfrentados a un Egipto donde reina un Califa fatimita, de creencias chiíes, y por lo tanto tan infieles como los cristianos a los ojos de los suníes. Siria y Egipto no tienen frontera común, pues el Condado de Transjordania (en la actual Jordania y perteneciente al Reino de Jerusalén) se interpone entre ambos Estados, con las fortalezas de Kerak y Montreal como principales bastiones cristianos en la zona.
Egipto es un Estado rico pero débil, con un Califa que sólo es una marioneta en manos del Visir de turno, puesto que en 1162 ocupa Shawar, consciente de tener un título recompensado pero peligroso: de sus quince antecesores sólo uno ha fallecido por causas naturales. No se equivoca Shawar, pues a los ocho meses de ocupar el cargo tiene que huir ante la rebelión de su lugarteniente Dhirgham, quien consolida su poder asesinando a todo aquel que pudiese disputárselo, dejando de este modo al ejército egipcio carente de oficiales expertos. El caos resultante quiere ser aprovechado por Amalarico, recientemente proclamado Rey de Jerusalén, pues desde que en 1153 los cristianos conquistaron a los fatimitas la ciudad de Ascalón, controlan la llave de entrada a Egipto. En pocos días se presenta ante Pelusium, junto al ramal más oriental del Nilo, pero no se tiene en cuenta que el río se encuentra en plena crecida: los defensores sólo necesitan rompen un dique para obligarles a retirarse. Quizá Egipto podría haber quedado al margen de los asuntos sirios de no ser porque el depuesto Visir Shawar se presenta en Damasco en busca de ayuda para recuperar su cargo, prometiendo reconocer la soberanía de Nur al-Din y un tributo anual de un tercio de sus rentas. El Señor de Damasco y Alepo no está muy convencido de la empresa, desconfía y no quiere tratos con los fatimitas, pero a la importante recompensa se une el temor de que los frany conquisten Egipto, rompiendo de este modo el equilibrio existente. Por ello, en 1164, autoriza a Shirkuh, comandante de su ejército y tío de Saladino, a emprender una expedición para reponer a Shawar como Visir. Desconocemos los motivos que llevaron a Shirkuh a incluir a su sobrino en la expedición, pero sí que este último llevaba una vida apacible en Damasco y no tenía el menor interés en participar en ella, dejando escrita su profética impresión al recibir la orden del partir: “Por Alá, así me dieran todo el reino de Egipto, que no iría.” Le espera un largo camino a través del sur de Transjordania y el desierto del Sinaí, zonas poco vigiladas porque como estrategia de diversión Nur al-Din amaga un ataque sobre Banyas, al norte de los territorios cristianos. La ruta se recorre con tanta rapidez que el Visir Dhirgham es completamente sorprendido, derrotadas fácilmente las escasas fuerzas que su hermano pudo reunir y finalmente capturado y ejecutado. Todo parece haber salido bien, pero una vez consolidado en el poder, Shawar invita a los suníes a que abandonen su territorio, demanda no aceptada por un sorprendido Shirkuh. El repuesto Visir no tiene demasiada confianza en sus propias tropas, pero tampoco escrúpulos para pedir ayuda una vez más, en esta ocasión al Rey Amalarico, prometiendo pagar todos los gastos de la expedición y una jugosa recompensa. Enfrentado a esta situación, Shirkuh abandona El Cairo para encerrarse en la fortaleza de Pelusium, desde la cual, durante tres meses, resiste el asedio de las fuerzas franco-egipcias, aunque sólo le salva de la capitulación una importante derrota sufrida por los cristianos en el Principado de Antioquía, noticia que obliga al Rey a llegar a un acuerdo con los sitiados para poder atender los problemas surgidos en el norte, acuerdo por el cual ambos ejércitos regresan hacia Palestina siguiendo caminos paralelos, dejando a Shawar como único triunfador de los sucesos acaecidos.
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Saladino, Sultán y Caballero.
Vi a Bruto, aquel que destronó a Tarquino,
a Cornelia, a Lucrecia, a Julia, a Marcia;
y a Saladino vi, que estaba solo...
Dante Alighieri – La Divina Comedia – Canto IV
Incluyendo a Saladino en el Limbo, junto a Virgilio, Sócrates y Aristóteles, entre otros personajes ilustres, el gran poeta florentino rinde el mayor homenaje posible al Sultán kurdo quien, a diferencia de los nombrados, sí tuvo ocasión de ser bautizado al haber nacido después de Cristo. Es sólo una muestra de la huella que Saladino ha dejado durante siglos en Occidente, convertida su figura en paradigma del caballero ideal; justo, íntegro, piadoso, humilde e indulgente. Este retrato estereotipado del Sultán, forjado en la Edad Media y mantenido por la historiografía romántica, encuentra curiosamente su reverso en Oriente, donde el recuerdo de Saladino no obtuvo la grandeza que podría esperarse, medio olvidado entre la población, incluso vilipendiado por algunos historiadores locales, siendo acusado de haber dedicado mayor empeño en combatir contra sus correligionarios que contra los cristianos, al tiempo que se le imputan las derrotas sufridas por los musulmanes durante la Tercera Cruzada. En el imaginario popular se otorgaba mayor significancia a Baibars, el Sultán mameluco, general expeditivo y brutal, que un siglo más tarde de la era de Saladino conquistó el Principado de Antioquía y la red de fortalezas interiores que protegía la costa cristiana; o incluso a Nur al-Din, antecesor de Saladino y unificador de Siria. A lo largo del último siglo la influencia de Occidente y una mayor difusión de sus logros han ayudado a transformar las consciencias, de tal modo que no han sido pocos los líderes modernos que en el mundo árabe se han declarado “sucesores de Saladino”, quedando prácticamente enterradas las anteriores críticas hacia su persona. Sin embargo en los últimos años nuevas publicaciones ponen de nuevo en entredicho la virtuosa imagen de Saladino, haciendo hincapié en sus años de ascenso al poder y en la crueldad necesaria para conseguirlo. ¿Caballero o ambicioso advenedizo? Al final de estas páginas podremos dar una respuesta, pero antes debemos conocer su historia.
Hattin.
Madrugada del 4 Julio de 1187, Saladino reza en la noche mientras escucha los cantos de sus tropas, convencidas de que al amanecer acabarán con el ejército cristiano. La situación no puede resultar más favorable, los frany se han visto obligados a acampar en un terreno sin agua, en inferioridad numérica y prácticamente rodeados por los musulmanes. Saladino es consciente de que la batalla que se desarrollará al día siguiente resultará decisiva para su futuro y el de su pueblo, sabe que las posibilidades de victoria son amplias, pero también conoce el valor del ejército cristiano; en el pasado ha podido comprobar personalmente el poder de su caballería pesada. Pese a encontrarnos en pleno estío la noche será larga, lo suficiente para que el Sultán pueda repasar el extraño cúmulo de acontecimientos que le han llevado hasta el momento actual.
Primeros pasos: Egipto.
Salah ad-Din Yusuf nace en Tikrit en 1138, hijo de Ayub, de origen kurdo y gobernador de la ciudad, que al año siguiente del nacimiento de su hijo cae en desgracia y debe partir junto a su familia hacia el oeste, poniéndose al servicio de Zengi, señor de Mosul y Alepo, el dirigente musulmán más poderoso de su tiempo, que en 1144 conquistará el Condado de Edesa, primer territorio perdido por los cristianos tras la triunfal Primera Cruzada. Zengi no podrá disfrutar durante mucho tiempo de su victoria, pues dos años más tarde muere asesinado, surgiendo entonces las habituales disputas entre sus sucesores por repartirse sus territorios. La familia de Saladino, con su tío Shirkuh a la cabeza, ofrece su lealtad a Nur al-Din, segundo hijo de Zengi, que se convierte en Señor de Alepo, mientras su hermano mayor hace lo propio en Mosul. La apuesta de la familia Ayyubí resulta favorable, pues pronto Nur al-Din demuestra ser un hábil dirigente que, por primera vez desde la llegada de los frany a Tierra Santa, unirá bajo un mismo poder las ciudades de Alepo y Damasco, convirtiéndose de este modo en el Señor de toda Siria.
Poco sabemos sobre la infancia y adolescencia de Saladino, que debieron transcurrir primero en Baalbek, donde su padre Ayub fue nombrado gobernador por Zengi, y más tarde en Damasco, cuando Nur al-Din le convirtió en Emir de la ciudad. Como cualquier otro niño musulmán creció aprendiendo el Corán, convirtiéndose en un entusiasta creyente, aunque siempre se mostró tolerante con aquellos que profesaban una religión distinta a la suya, pese a estar convencido de la perdición de sus almas. Sobre su aspecto físico sabemos que era más bien bajo y delgado, de frágil apariencia, centrándose sus biógrafos en su rostro, adornado por una corta barba, iluminado por unos ojos serenos, reflexivos, de profunda mirada.
Saladino crece en un Oriente Medio cuya costa está completamente ocupada por territorios cristianos. Al norte, con Constantinopla como capital y dueño de las riberas de Anatolia figura el Imperio Bizantino, un tanto disminuido en su poder, pero todavía un Estado con capacidad para influir en los asuntos sirios. Al sur de Anatolia existe el pequeño reino cristiano de Armenia, que enlaza con el Principado de Antioquía, el Condado de Trípoli y el Reino de Jerusalén, tres territorios creados por los latinos tras la Primera Cruzada. Por parte musulmana, al norte, ocupando el interior de Anatolia y enfrentado al Imperio Bizantino, figura el Sultanato de Rum, gobernado por los turcos Selyúcidas. Hacia el sur nos encontramos con el Principado de Mosul y la recién unificada Siria de Nur al-Din, todos ellos territorios suníes y nominalmente bajo el Califato de Bagdad, enfrentados a un Egipto donde reina un Califa fatimita, de creencias chiíes, y por lo tanto tan infieles como los cristianos a los ojos de los suníes. Siria y Egipto no tienen frontera común, pues el Condado de Transjordania (en la actual Jordania y perteneciente al Reino de Jerusalén) se interpone entre ambos Estados, con las fortalezas de Kerak y Montreal como principales bastiones cristianos en la zona.
Egipto es un Estado rico pero débil, con un Califa que sólo es una marioneta en manos del Visir de turno, puesto que en 1162 ocupa Shawar, consciente de tener un título recompensado pero peligroso: de sus quince antecesores sólo uno ha fallecido por causas naturales. No se equivoca Shawar, pues a los ocho meses de ocupar el cargo tiene que huir ante la rebelión de su lugarteniente Dhirgham, quien consolida su poder asesinando a todo aquel que pudiese disputárselo, dejando de este modo al ejército egipcio carente de oficiales expertos. El caos resultante quiere ser aprovechado por Amalarico, recientemente proclamado Rey de Jerusalén, pues desde que en 1153 los cristianos conquistaron a los fatimitas la ciudad de Ascalón, controlan la llave de entrada a Egipto. En pocos días se presenta ante Pelusium, junto al ramal más oriental del Nilo, pero no se tiene en cuenta que el río se encuentra en plena crecida: los defensores sólo necesitan rompen un dique para obligarles a retirarse. Quizá Egipto podría haber quedado al margen de los asuntos sirios de no ser porque el depuesto Visir Shawar se presenta en Damasco en busca de ayuda para recuperar su cargo, prometiendo reconocer la soberanía de Nur al-Din y un tributo anual de un tercio de sus rentas. El Señor de Damasco y Alepo no está muy convencido de la empresa, desconfía y no quiere tratos con los fatimitas, pero a la importante recompensa se une el temor de que los frany conquisten Egipto, rompiendo de este modo el equilibrio existente. Por ello, en 1164, autoriza a Shirkuh, comandante de su ejército y tío de Saladino, a emprender una expedición para reponer a Shawar como Visir. Desconocemos los motivos que llevaron a Shirkuh a incluir a su sobrino en la expedición, pero sí que este último llevaba una vida apacible en Damasco y no tenía el menor interés en participar en ella, dejando escrita su profética impresión al recibir la orden del partir: “Por Alá, así me dieran todo el reino de Egipto, que no iría.” Le espera un largo camino a través del sur de Transjordania y el desierto del Sinaí, zonas poco vigiladas porque como estrategia de diversión Nur al-Din amaga un ataque sobre Banyas, al norte de los territorios cristianos. La ruta se recorre con tanta rapidez que el Visir Dhirgham es completamente sorprendido, derrotadas fácilmente las escasas fuerzas que su hermano pudo reunir y finalmente capturado y ejecutado. Todo parece haber salido bien, pero una vez consolidado en el poder, Shawar invita a los suníes a que abandonen su territorio, demanda no aceptada por un sorprendido Shirkuh. El repuesto Visir no tiene demasiada confianza en sus propias tropas, pero tampoco escrúpulos para pedir ayuda una vez más, en esta ocasión al Rey Amalarico, prometiendo pagar todos los gastos de la expedición y una jugosa recompensa. Enfrentado a esta situación, Shirkuh abandona El Cairo para encerrarse en la fortaleza de Pelusium, desde la cual, durante tres meses, resiste el asedio de las fuerzas franco-egipcias, aunque sólo le salva de la capitulación una importante derrota sufrida por los cristianos en el Principado de Antioquía, noticia que obliga al Rey a llegar a un acuerdo con los sitiados para poder atender los problemas surgidos en el norte, acuerdo por el cual ambos ejércitos regresan hacia Palestina siguiendo caminos paralelos, dejando a Shawar como único triunfador de los sucesos acaecidos.