Balduino I, el cruzado sin alma.
Publicado: 01 May 2017
No resulta complicado encontrar desastres militares a causa de un mando compartido, desde Arausio (105 a.C.) hasta Tannenberg (1914), y sin embargo quizá la mayor epopeya durante la Edad Media fue la Primera Cruzada, donde un grupo de nobles de distinta procedencia, siempre celosos de su independencia e incapaces de unificar el mando durante todo el trayecto desde Constantinopla hasta Jerusalén, lograron un éxito sin precedentes. Pero no solo los líderes más notables nunca formaron un ejército cohesionado (salvo cuando las amenazas militares les obligaba a ello), además sus intereses resultaban de lo más variado; algunos como Roberto de Flandes o Roberto de Normandía abrazaron la cruz llevados por su fervor religioso, otros como Raimundo de Tolosa en busca de gloria y un liderazgo que siempre se le escapó, también nos encontramos con el normando Bohemundo de Tarento, sabedor de que en el Sur de Italia no podría saciar su ambición de poder y de las expectativas que le ofrecía la expedición que se estaba formando, o Godofredo de Bouillon, hombre piadoso, Duque de Lorena por la gracia del Emperador Enrique IV, pero sin que fuese un feudo hereditario, hecho que pudo pesar en su decisión de unirse a la expedición. Caso aparte es del Esteban II de Blois, que vivía feliz en su Condado, uno de los más ricos de Francia, y no tenía ninguna intención de unirse a la Cruzada, pero su esposa, hija de Guillermo el Conquistador y mujer de armas tomar, le obligó a ello, para disgusto de Esteban y dicha de los historiadores, pues se conservan las numerosas cartas que durante el trayecto envió a su esposa. Acompañando a estos grandes nobles encontramos docenas de menor linaje, entre los que destacarían Tancredo, sobrino de Bohemundo de Tarento, y sobre todo Balduino, hermano menor de Godofredo de Bouillon. Destinado en un principio a la carrera eclesiástica no recibió por ello ninguna tierra de la familia, aunque su carácter le llevó a renunciar a los hábitos y ponerse al servicio de su hermano, recibiendo con agrado la noticia de la expedición a Oriente y llevando consigo a su mujer e hijos, en la idea de que en Tierra Santa se le abrirían oportunidades que en su región natal nunca tendría; partió sabiendo que nunca regresaría a Europa.
La primera hueste que se puso en marcha fueron los loreneses de Godofredo de Bouillon en Agosto de 1096, quien decidió tomar la ruta húngara bajando el Rhin y el Danubio hasta las fronteras del Reino de Colomán. Este no vio con buenos ojos la llegada de otro ejército tras los disturbios y saqueos que la llamada Cruzada popular, bajo la batuta de Pedro el Ermitaño, había causado en su territorio unos meses antes, invitando a Godofredo y sus principales caballeros a su Corte antes de tomar la decisión de dejarles atravesar Hungría. Una vez comprobado que el ejército lorenés no era una masa indisciplinada como la de Pedro el Ermitaño, Colomán accede a permitirles atravesar su frontera, con la condición de que no se realizase ningún tipo de saqueo y garantizándola con un rehén, eligiendo como tal precisamente a Balduino. Alto, pálido, de negra melena, diestro con las armas y mirada inteligente, Colomán supo distinguir en él al más peligroso de los caballeros que acompañaban a Godofredo, y no se equivocaba. Balduino se negó, pero finalmente no le quedó otra opción que acceder, mientras su hermano mayor se cuidaba de informar a todos los hombres que cualquier acto de vandalismo sería condenado con la muerte de los causantes. El ejército atravesó Hungría sin mayor novedad hasta llegar a la frontera bizantina en Belgrado, momento en el que Balduino es liberado. Tras algunos desmanes en territorio bizantino por fin llegan a Constantinopla a finales de Diciembre, donde el Emperador Alejo I agasaja con regalos a los nobles, pero al mismo tiempo exige un juramento de homenaje y la restitución de todos los territorios bizantinos que pudiesen ser reconquistados a los turcos. Godofredo se opone, Alejo decide obligarle cortándole los suministros, Balduino responde saqueando los suburbios de la capital, y finalmente Alejo decide levantar el bloqueo, pero a cambio que de que el ejército lorenés sea trasladado a Pera, en la otra orilla del Cuerno de Oro. Godofredo no quiere prestar el juramento antes de consultar con los líderes del resto de ejércitos que se dirigían a Constantinopla, Alejo I deseaba lidiar con ellos de forma separada consciente de que una vez reunidas todas las tropas cruzadas le resultaría más difícil imponer sus condiciones, por ello, cuando en Marzo de 1097 es informado de que nuevas tropas se acercan a la ciudad decide forzar la situación suprimiendo los víveres que enviaba a los loreneses. Estos responden saqueando Pera y los pueblos de alrededores, chocando con la guardia pechenega que actuaba como fuerza policial en la zona. De nuevo vemos a Balduino tomando la iniciativa, emboscando a los pechenegos y capturando a 60 de ellos, muchos de los cuales fueron asesinados. Quizá envalentonado por este éxito Godofredo dirige su hueste a través del puente que unía Pera con Constantinopla al asalto de una de sus puertas, hasta que un hastiado Emperador envía a sus tropas de élite al combate, derrotando en un breve combate a los loreneses, lo que convence a Godofredo y demás nobles a prestar el juramento de homenaje.
Es bien conocido como uno tras otro todos los contingentes cruzados son trasladados a Asia, donde ayudan a la reconquista de Nicea, tras lo cual inician el largo recorrido hacia el Sur que debía llevarles hasta Jerusalén. Tras conseguir una victoria poco decisiva en Dorilea ante los turcos Selyúcidas continúan su camino por Asia Menor con guías bizantinos, que recomiendan evitar el camino directo desde la ocupada Konya a Antioquía pues este transcurre por el desfiladero de las Puertas Cilicias, un estrecho paso de apenas diez metros, y tras Tarso y Adana hay que atravesar el desfiladero de las Puertas Sirias, camino estrecho y sencillo de defender si encontraban turcos dispuestos a oponer resistencia, por lo que el grueso del ejército toma el camino que transcurre por el Este a través de Cesaria Mazacha por el Antitauro hasta la llanura de Antioquía, que además ofrecía la ventaja de que transcurría por tierras dominadas por varios reyezuelos armenios.
Mapa donde se puede contemplar la ruta del grueso del ejército a través de Asia Menor, dando un rodeo para evitar el Antitauro y las Puertas Cilicias. El movimiento de Tancredo es erróneo, pues precisamente se dirigió directamente a las Puertas Cilicias tras Heráclea.
Pero no todos toman este camino, dos líderes secundarios toman el primero, probablemente bajo la apariencia de proteger el flanco derecho del ejército principal, lo más seguro buscando fortuna en tierras de Cilicia. Uno de ellos es Tancredo, acompañado de un pequeño grupo de Normandos formado por cien caballeros y entre doscientos y cuatrocientos infantes, el otro es Balduino, con un contingente de loreneses y flamencos que quizá sumasen quinientos caballeros y dos mil infantes. Mientras Tancredo y su pequeña fuerza toman el sendero que corre directamente hacia el desfiladero de las Puertas Cilicias, Balduino elegía la calzada principal que descendía hacia el desfiladero pasando por Podandus, a tres jornadas de distancia del primero, sin que ninguna de ambas huestes encontrase resistencia en el mismo. Tras atravesarlo Tancredo desciende hacia Tarso, la principal ciudad de Cilicia y ocupada por una guarnición turca que al contemplar la pequeña fuerza invasora realiza una salida contra los normandos, solo para cosechar una humillante derrota y tener que guarecerse tras los muros de la ciudad. Sus habitantes, griegos y armenios, se ponen en contacto con Tancredo para que les libere de los turcos, pero estos resisten durante tres días ante la pequeña fuerza atacante, mientras Tancredo envía emisarios al grueso del ejército solicitando refuerzos. Sin embargo quienes llegan ante Tarso son los loreneses de Balduino, cuyo número hace recapacitar a la guarnición que se refugia en la alcazaba. Al amanecer los cristianos abren las puertas de la ciudad y Tancredo se adelanta para colocar su estandarte sobre sus muros, pero Balduino le hace saber que Tarso le pertenece, llegándose a un acuerdo por el cual serían los habitantes de la ciudad quienes decidiesen a qué Señor servir, y para chasco de Balduino eligen a Tancredo. No es el lorenés hombre capaz de admitir una derrota, indicando a los tarseños que su hermano Godofredo era el líder de la expedición y Bohemundo y los normandos actores secundarios, lo que unido a la amenaza que representa la superioridad numérica de sus hombres hace recapacitar a los habitantes de la ciudad, que cambian de idea y quedan bajo la protección de Balduino, teniendo que abandonar la misma un malhumorado Tancredo. Al poco de partir un contingente de trescientos infantes normandos, los refuerzos solicitados por Tancredo, llega hasta los muros de la ciudad, pero pese a sus súplicas Balduino se niega a abrirles las puertas , viéndose obligados a acampar fuera de las murallas. Viendo su oportunidad, la guarnición turca de Tarso cae sobre ellos al anochecer, matando todos los normandos sin que los loreneses hiciesen el menor gesto de apoyarles. El amanecer descubre la magnitud de la matanza, que irrita a flamencos y loreneses por igual, muchos de los cuales era hombres alistados en la Cruzada por su fe, buscando combatir a infiel y redimir sus pecados, que no entienden de política ni buscan un nuevo lugar donde asentarse. La irritación se convierte en cólera y, culpando a Balduino de lo sucedido, le persiguen a pedradas obligando a que este y sus fieles se refugien en una torre. Desde la misma Balduino explica que debido al pacto con los tarseños no podía dejar entrar a tropas normandas y que a fin de cuentas los culpables son los turcos de la guarnición. La suerte le acompaña porque en ese instante aparece un grupo de cristianas a quienes los anteriores habían cortado orejas y nariz, desbordándose entonces toda la furia contra los musulmanes, que resultan masacrados a su vez. Otro golpe de fortuna aparece en forma de flota que se acerca a la ciudad, constituida por piratas flamencos bajo el mando de Guynemer, quien pone a sus hombres al servicio de Balduino. Este decide dejarlos como guarnición de la ciudad y seguir los pasos de Tancredo por el camino costero, dejando de lado la intención de crear un Condado en Cilicia, quizá debido al clima brumoso y palúdico, quizá porque se encontraba demasiado cercano de los territorios imperiales y no resultaría complicado para Alejo I obligarle a devolver las plazas obtenidas.Tras pasar por Amida llega hasta Mamistra, ya en poder de los normandos, quien recelosos no permiten a los loreneses entrar en la ciudad, obligándoles a acampar extramuros. Tancredo está furioso tras conocer la masacre de Tarso y decide atacar el campamento de Balduino, produciéndose una corta y poco edificante batalla entre cristianos, en la que los numéricamente superados normandos resultan vencidos y deben refugiarse en la ciudad. El único hecho positivo de este combate reside en que hace reflexionar a Tancredo, quien lavado su honor con sangre, decide ofrecer a Balduino una reconciliación bien recibida por este, quien por otra parte ya tenía decidido reunirse con el ejercito principal.
Este pequeño mapa sí muestra correctamente el recorrido de Balduino por Cilicia, que coincide con el de Tancredo hasta Mamistra. Mientras Balduino se reunía con el ejército principal en Marash, Tancredo continuó su avance por la costa, tomando Alejandreta y reuniéndose con el ejército tras atravesar las Puertas Sirias, cerca de Antioquía.
Lo hace en Marash, donde su mujer agoniza (y según algunas fuentes también sus hijos, aunque no está claro que llegase a tener ninguno), y donde es recibido fríamente tras los sucesos en Tarso, siendo recriminado por su hermano Godofredo. Balduino entonó el mea culpa de puertas hacia fuera, pero en su interior seguía latiendo la ambición de crear su propio señorío y, aconsejado por un armenio de nombre Bagrat, decide reunir todos los hombres posibles y dirigirse al Este, hacia las tierras del Eufrates. Muchos de quienes le acompañaron en su recorrido por Cilicia no lo hacen en esta nueva aventura, de modo que parte con unos cien caballeros y mil peones, sin la bendición de ninguno de los líderes de la expedición, y sin embargo este movimiento motivado por la ambición personal resultaría decisivo para el triunfo de la Primera Cruzada, como veremos más adelante.