Tácticas navales de la Edad Moderna
Publicado: 11 Oct 2007
A principios del siglo XVI la artillería naval todavía no estaba lo bastante desarrollada para decidir las batallas en el mar.
Los marinos de guerra empleaban las mismas tácticas que se habían utilizado desde la antigüedad: la embestida y el abordaje.
En 1543, por ejemplo, estando en guerra con Francia, don Álvaro de Bazán (padre del futuro marqués de santa Cruz, de igual nombre) se encontraba en el Cantábrico con 16 buques y la misión de proteger la navegación de los ataques de una escuadra francesa de 30 barcos (parece que esto de luchar en inferioridad numérica es una tradición española), pero para equilibrar la lucha Bazán llevaba embarcadas tropas de infantería.
El choque se produjo el 25 de julio, en la llamada batalla de Finisterre, también llamada de Muros. Los franceses habían estado saqueando las costas gallegas, y se enfrentaron a los de Bazán confiando en su superioridad numérica, pero la combinación de marinos vascos y de infantes de Tierra de Campos resultó excesiva para ellos: los españoles apresaron 23 barcos franceses sin perder ni uno sólo. Hubo 3.000 muertos entre los galos y 300 entre los españoles.
Es de notar que en la batalla no resultó hundido ningún buque, lo que se debe a que la artillería jugaba un papel secundario, se usaba principalmente para causar bajar en la cubierta enemiga y reducir así su resistencia en el momento de abordarlos, y en el abordaje la infantería española no tenía rival (parece un tópico, pero es que era así).
Antes de llegar al abordaje la clave estaba en ganar el barlovento, es decir, tener el viento a favor de manera que uno pudiera maniobrar mejor que el enemigo, y abordarlo, cañonearlo o huir según conviniera.
Galeones y galeras:
Las tácticas navales evolucionaron con la aparición de una artillería naval de mejor calidad: cañones más grandes, más potentes y de mayor alcance. No más precisos, porque la precisión era todavía inalcanzable, al igual que ocurría con los arcabuces y mosquetes de la infantería, la única manera de hacer fuego efectivo sobre el enemigo era disparar un gran número de bocas de fuego al mismo tiempo y a corta distancia.
Los primeros barcos construidos expresamente para la guerra desde la Antigüedad fueron las galeras y los galones. Hasta entonces en los combates se habían librado con el mismo tipo de embarcaciones utilizadas para el tráfico mercante, pero el desarrollo de la artillería concedió demasiada ventaja a los barcos diseñados pensando en instalarles el mayor número de piezas posibles.
En un principio las galeras no eran inferiores a los galeones, sino que los complementaban. Gracias a la fuerza de sus remeros las galeras podían remolcar a los galeones cuando faltaba el viento, o huir de ellos navegando contra el viento.
Las escuadras mixtas de galeones y galeras fueron muy comunes en el Mediterráneo en los siglos XVI y XVII. Sólo poco a poco se fue abandonando el uso de barcos de remeros para emplear en exclusiva galeones, y ese cambio se debió a que los galeones podían artillarse con mayor número de piezas.
En 1617 el almirante Francisco de Rivera penetró en el Adriático con 15 galeones y en la tarde del 21 de noviembre se encontró frente a 18 galeones y 34 galeras de Venecia. Además de la habitual inferioridad numérica los españoles tenían la desventaja de que apenas soplaba viento, con lo que las galeras podían acercárseles a su antojo y remolcar a su vez a sus propios galeones.
Los venecianos formaron en media luna para envolver a los españoles, pero la noche cayó antes de que los alcanzaran, y el combate se pospuso unas horas.
Poco antes del amanecer sopló un viento lo bastante sostenido como para permitir maniobrar a los galeones españoles y ofrecer su flanco: los barcos venecianos recibieron entonces una descarga abrumadora de artillería. Al estar entremezclados galeras y galeones, los barcos venecianos no pudieron maniobrar con la rapidez suficiente para que las vulnerables fragatas se situasen fuera de alcance ni los galeones ofreciesen su costado antes de sufrir graves daños.
La batalla, llamada de Ragusa, duró 14 horas, hasta que de nuevo se hizo de noche, y fue en realidad un duelo artillero, sin abordajes ni embestidas, dada la potencia de fuego que habían alcanzado los galeones de la época.
A pesar de lo abultado de su superioridad numérica los venecianos tuvieron que retirarse con cuatro galeras hundidas y un galeón muy maltrecho. Hubo cuatro mil bajas entre los venecianos y 300 entre los españoles.
La batalla de Ragusa es reveladora del nuevo tipo de táctica a la que se llegaba por las mejoras en la artillería: en adelante los barcos se alineaban ofreciendo sus costados al enemigo para cañonearle con el mayor número de piezas.
La guerra galana
A mediados del siglo XVII ya se había difundido en todas las armadas el uso de grandes navíos de vela dotados de varias cubiertas artilleras, un tipo de buque que fue el predominante hasta bien entrado el siglo XIX.
Como la artillería llegaba a ser tan pesada que podía desequilibrar el barco, se colocaban los cañones más grandes en las cubiertas inferiores, a pesar de que eso los hacía también menos efectivos.
Muchas batallas navales de los siglos XVII y XVIII se convirtieron en duelos artilleros de una línea de buques contra otra, en los que con frecuencia ninguno de los bandos lograba una ventaja clara sobre el otro.
Al cañoneo entre dos hileras paralelas de barcos los españoles le pusieron sarcásticamente el nombre de “guerra galana”, pues era poco más que un alarde, como en el galanteo. La “guerra a la española”, por el contrario, consistía en aproximarse lo más posible y lanzarse al abordaje para tomar al barco enemigo con la superioridad de la infantería embarcada, pero ésta era una táctica que las mejoras artilleras volvieron obsoleta. Frente a una hilera de navíos de línea de tres puentes con más de cincuenta cañones por banda cada uno, tratar de acercarse para el abordaje era el equivalente a ordenar una carga de infantería contra las ametralladoras en el Somme.
Brulotes:
Una forma de romper la línea enemiga era lanzar contra ella Brulotes, buques incendiarios.
Se trataba de barcos convencionales, no expresamente diseñados para ser brulotes, a los que se aligeraba lo más posible para hacerlos veloces, se les dotaba de una exigua tripulación, unos 20 hombres, y se les colmaba de barriles de pólvora y otros artilugios incendiarios. Los tripulantes debían acercarlo lo más posible a su objetivo y, una vez enfilado para que embestiera al enemigo, prendían las mechas y evacuaban el barco.
El objetivo de los brulotes no era tanto llegar a incendiar como romper la formación enemiga. Los ingleses fueron los más hábiles en el empleo de los brulotes, los usaron con efectividad en Gravelinas en 1588 contra los españoles, en Las Dunas en 1693 contra los holandeses, y en Agosta en 1639 contra los franceses.
Pero los esporádicos éxitos ingleses fueron la excepción, más que la norma, en el empleo de los brulotes. Era muy difícil lograr algo provechoso con ellos.
El 39 de 1642, en un combate naval ante Barcelona, los franceses contaban con 44 galeones y fragatas, 17 galeras y 14 brulotes, contra los españoles que tenían 33 galeones y fragatas y 6 brulotes. A pesar de la importante cantidad de brulotes empleados en la batalla sólo dos barcos se incendiaron, un galeón español y otro francés que estaban enzarzados en un abordaje mutuo cuando colisionó con ellos accidentalmente un brulote francés. Las pérdidas totales en la batalla fueron cuatro barcos franceses y dos españoles, lo cual, teniendo en cuenta el número total de galeones, fragatas y galeras implicados, casi un centenar, indica que se trató de otra batalla de la “guerra galana”, con mucho cañoneo inefectivo y poco más, pese a la presencia de 20 brulotes.
Cañones:
A lo largo del XVIII se estandarizaron los calibres: había cañones de 36, 32, 24, 18 y 8 libras.
Un navío español de tres puentes como el San José contaba con 30 piezas de 36 en la cubierta inferiror, 32 de 24 libras en la cubierta media, 32 de 18 libras en la cubierta superior y 18 de 8 libras en el alcázar.
Los navíos britanicos, buscando reducir el peso, montaban en su cubierta inferior piezas de 32 libras, en vez de 36.
Los cañones disparaban distintos tipos de munición según conviniera. Una pieza podía cargarse con:
- balas sólidas para perforar el casco
- palanquetas: dos balas encadenadas entre sí para dañar los palos y el velamen
- balas rojas: calentadas al rojo vivo para provocar incendios
- granadas o metralla para herir al personal
Elegir uno u otro estaba al arbitrio del capitán del buque, que podía ordenar desarbolar al enemigo (la opción preferida por todos, ya que capturar el casco intacto suponía un botín a repartir entre toda la tripulación que completaba los magros salarios), disparar el casco para hundir al enemigo o acribillar al personal para preparar el abordaje.
Cada pieza necesitaba muchos servidores, los de calibres mayores podían requerir cinco o seis artilleros especialistas para limpiar, recargar y apuntar y ocho o diez marineros para volver a colocar el cañón en sus sitio tras el retroceso de cada disparo.
Los cañones no se disparaban todos a la vez porque el retroceso podría dañar la estructura del navío. Se disparaban en rápida sucesión, se proa a popa o viceversa.
La tripulación de cada bando calculaba el tiempo necesario de recarga de los cañones enemigos y así sabía perfectamente cuando iban abrir fuego, con lo que buscaban toda la protección que fuera posible en el momento del cañoneo. Para contrarrestar esto se comenzó a disparar por tandas, primero se abría fuego con la mitad de las piezas, por ejemplo, y cuando los marinos enemigos salían de sus refugios para volver a ocupar sus puestos se abría fuego con la otra mitad de los cañones.
Se ensayaron distintas combinaciones para confundir al otro bando y causarle más bajas.
Carronada en comparación con un cañón de su mismo calibre
Las carronadas:
A lo largo del XVIII los cañones de hierro colado se fueron sustituyendo por piezas de bronce, mucho más caras, y en 1779 la siderurgia británica logró una innovación revolucionaria: las carronadas, un nuevo tipo de pieza artillera llamada así por la Carron Ironworks Company, de Falkirk, Escocia.
La carronada consistía en un cañón más corto de lo habitual pensado para disparar a corta distancia, y que no iba montado sobre una cureña con ruedas, sino sobre una plataforma móvil que se deslizaba hacia atrás para la avancarga. Para apuntarla tenía en la parte posterior un tornillo que la inclinaba arriba o abajo y una rueda transversal con la que se orientaba a derecha o izquierda. Este sistema permitía apuntar la carronada mucho mejor que un cañón convencional.
Además, al estar diseñada para abrir fuego a corta distancia era de menor tamaño, pesaba menos y consumía menos pólvora. Para disparar una bala de 32 libras, un cañón necesitaba 5 kg de pólvora, una carronada sólo 1’2 kg.
Al ser más pequeña una carronada también necesitaba menos sirvientes
Con esta reducción de peso, tamaño y necesidad de personal y munición, los barcos podían montar mayor número de bocas de fuego, y el castillo, hasta entonces limitado a montar piezas de pequeño calibre para no desequilibrar el barco por el peso excesivo, podía montar de grandes carronadas capaces de barrer la cubierta superior enemiga con oleadas de metralla.
También aumentaba el calibre máximo. Si hasta entonces no se usaban piezas mayores de 32 ó 36 libras para no sobrecargar la estructura, las carronadas permitían emplear calibres de hasta 68 libras.
Los británicos y los norteamericanos adoptaron las carronadas con entusiasmo, sobre todo para el alcázar y la cubierta superior. En cambio los españoles, por pura inercia, no aprendieron a sacar partido del invento.
Las carronadas tenían el inconveniente de su menor alcance, en comparación con los cañones convencionales. Esto les dio algún disgusto a los ingleses. Uno muy comentado en su época se produjo en diciembre de 1800, en Gibraltar. El bergantín de la Armada británica Admiral Paisley, artillado con 16 carronadas de 12 libras, quedó atrapado por una calma total al intentar cruzar el Estrecho. Desde la costa lo observó Miguel Villalba, patrón de un pequeño falucho con el que hacía la guerra contra los ingleses como corsario. El barco de Villalba sólo montaba un cañón de 24 libras y otros dos muy pequeños de 6 que sólo eran útiles en los abordajes. Era una potencia de fuego irrisoria comparada con la del bergantín, pero Villalba vio la oportunidad de hacer una presa fácil. Se hizo a la mar desde Algeciras a fuerza de remos y se colocó de a tal distancia que su cañón de 24, bien apuntado, podía alcanzar al bergantín, en tanto que el falucho quedaba fuera del alcance de las carronadas. Así, maniobrando con los remos, fue cañeando lenta pero metódicamente al inglés, que en la impotencia vio como su bergantín se iba haciendo pedazos. Al cabo de dos horas y media la tripulación británica contaba ya con tres muertos y diez heridos, y el casco amenazaba con no soportar mucho más el castigo. Los ingleses enarbolaron la bandera blanca, y Villalba se apuntó un triunfo más en su carrera de corsario. Una carrera muy exitosa: en poco más de dos años dedicado al corso con su falucho de tres cañones Miguel Villalba apresó 16 barcos, que montaban en total 95 cañones.
Cortar la T:
Como es habitual en la Historia Militar, la doctrina se aplicaba casi como un dogma religioso, sin enjuiciar sus defectos. A pesar de que los marinos de guerra experimentados sabían de sobra lo poco efectiva que era la doctrina del cañoneo entre hileras paralelas de navíos la aplicaban una y otra vez, ortodoxamente.
En abril de 1782, en el Caribe, el almirante Rodney se atrevió a incumplirla. La escuadra francesa del almirante De Grasse acababa de propinar un duro golpe a los ingleses en Yorktown, permitiendo a los Estados Unidos lograr la Independencia, y Rodney estaba decidido a hacérselo pagar al francés. Sabía que otro combate más de dos hileras en paralelo no iba a darle la victoria que deseaba, así que se arriesgó a cometer una herejái: cuando De Grasse formó una línea con sus navíos, Rodney en vez de formar otra línea paralela dividió a sus buques en dos grupos y los lanzó perpendicularmente contra la línea francesa para envolver su centro, donde estaba el buque insignia de De Grasse.
A esta maniobra se la denomina “cortar la T”: las dos escuadras en vez de luchar en dos líneas paralelas se cortan perpendicularmente, como en una T. Como los navíos a vela iban artillados principalmente en los laterales el que corta la T puede hacer fuego con sus flancos, mientras que el otro, al que le cortan la T, ofrece al enemigo su proa y popa, desde la que poco daño puede hacer.
Rodney envolvió el centro enemigo, cañoneando a diestra y siniestra mientras los desconcertados franceses no sabían cómo reaccionar. El centro francés quedó envuelto, mientras su vanguardia y su retaguardia emprendían la retirada. El centro de De Grasse, aislado, rodeado y ampliamente superado en número, tuvo que rendirse. Los ingleses apresaron seis navíos y al almirante francés sin sufrir apenas pérdidas.
La victoria fue ampliamente celebrada en Inglaterra como una revancha por la pérdida de las trece colonias. Los marinos británicos estudiaron la maniobra de Rodney y aprendieron de ella. Por el contrario franceses y españoles prefirieron ver en la derrota de De Grasse un golpe de mala suerte, y no aprendieron a cortar la T ni a evitar que se la cortasen, de tal manera que trece años después, en Trafalgar, Nelson pudo repetir la táctica sin problemas.
Fuentes:
RODRÍGUEZ González, A. R. Victorias por mar de los españoles. Ed. Grafitte
http://www.histarmar.com.ar/InfGral/AAS ... onadas.htm
http://www.armada15001900.net/galeoncon ... amento.htm