
Batalha de Montijo, azulejo en el Pátio dos Canhões de Lisboa.
Guerra de Restauración
El 1 de septiembre de 1640, una revolución nobiliaria en Lisboa elevó al duque Juan de Braganza al trono de Portugal. Sus partidarios se hicieron rápidamente con el control del país aprovechando que la mayor parte de las fuerzas españolas habían sido enviadas a Aragón para integrarse en el ejército que debía someter Cataluña. Los rebeldes portugueses comenzaron desde entonces a reclutar y organizar sus fuerzas, al tiempo que el consejo de estado español encabezado por el Conde-Duque de Olivares creaba un ejército en Extremadura para oponérseles. El reino portugués se convirtió de este modo en un nuevo escenario militar que debía afrontar una monarquía hispánica cada vez más falta de recursos.
El portugués era un frente miserable. Los ejércitos se componían en su mayoría de milicias locales que desertaban en masa en la época de siembra; el clima era seco y caluroso, tanto que entre los meses de julio y octubre era forzoso suspender las operaciones, pues el calor endurecía las carreteras destrozando el transporte sobre ruedas, y la falta de lluvia secaba el pasto, privando a los caballos y al ganado de alimento. Apenas hubo combates en los tres primeros años de la guerra. El Braganza seguía una estrategia defensiva, y los españoles no disponían de fuerzas para organizar incursiones de importancia.
En 1643 los portugueses penetraron en Castilla. Su objetivo no era otro que buscar una situación favorable de cara a eventuales negociaciones. Tomaron Villanueva del Fresno, Valverde y Alconchel, pero fracasaron en un improvisado asalto sobre Badajoz, plaza de armas del ejército de Extremadura. En 1644 llevaron de nuevo la iniciativa, esta vez lanzando una ofensiva más ambiciosa. Dom Matías de Albuquerque, antiguo administrador de Pernambuco, tenía el mando del principal ejército del reino, el de Alentejo. Abandonó su base en Elvas y reunió sus tropas en Campo Maior.
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