La muerte heroica de Churruca en Trafalgar
Publicado: 14 Nov 2004
Desde que salimos de Cádiz, Churruca tenia el presentimiento de un gran desastre. El había opinado contra la salida, porque conocía la inferioridad de nuestras fuerzas, y además confiaba poco en la inteligencia del jefe Villeneuve. Todos sus temores ha salido ciertos; todos, hasta el de su muerte, pues es indudable que la presentía, seguro como estaba de no alcanzar la Vitoria. El 19 dijo a su cuñado:
-Antes de rendir mi barco, lo he de volar o echar a pique. Este es el deber de los que sirven al rey y a la patria.
El mismo día escribió a un amigo suyo, diciéndole:
-Si llegas a saber que mi navío ha sido echo prisionero, di que he muerto.
Churruca era hombre religiosos, porque era un hombre superior. El 11 a las 11 de la mañana, mando a subir a toda la tropa y marinería; hizo que se hincaran de rodillas y dijo al capellán con solemne acento:
-Cumpla usted, padre, con su ministerio y absuelva a todos estro valientes que ignoran lo que les espera en el combate.
Concluida la ceremonia religiosa, les mando poner de pie, y hablando en tono pensativo y firme, exclamo:
-Hijos míos,¡en nombre de dios os prometo la bienaventuranza al que muera cumpliendo con sus deberes! Si alguno faltase a ellos, le haré fusilar inmediatamente; y si escapase a mis miradas o a las de los valientes oficiales que tengo el honor de comandar, sus remordimientos le seguirán mientras arrastre el resto de sus días, miserable y desgraciado.
Esta arenga tan elocuente como sencilla, que hermanaba el cumplimiento del deber militar con la idea religiosa, causo entusiasmo en toda la dotación del “Nepomuceno”. ¡Que lastima de valor! ¡Todo se perdió como un tesoro que cae al fondo del mar!...
Sucesivamente todos los navíos fueron entrando en el combate. Cinco navíos ingleses se dirigieron contra el Nepomuceno; pero dos de ellos siguieron adelante. Churruca no tuvo que hacer frente mas que fuerzas triples.
Nos sostuvimos enérgicamente contra tan superiores enemigos hasta las dos de la tarde, sufriendo mucho, devolviendo doble estrago a nuestros contrarios. El grande espíritu de nuestro heroico jefe parecía haberse comunicado a marineros y soldados y las maniobras, así como los disparos, se hacían con una prontitud pasmosa. Nuestro navío no solo era el terror, sino el asombro de los ingleses.
Estos necesitaron nuevos refuerzos; necesitaron ser seis contra uno. Volvieron los dos navíos que nos habían atacado primero, y el “Dreadnought” se puso al costado del Nepomuceno, a medio tiro de pistola. Figúrense ustedes el fuego de esos seis colosos vomitando balas y metralla sobre un buque de 74 cañones. Parecía que nuestro navío se agrandaba creciendo en tamaño conforme crecía el arrojo de sus defensores. Las proporciones gigantescas que tomaban las almas parecía que las tomaban también ,os cuerpos, y al ver como infundíamos pavor a fuerzas seis veces superiores, nos creíamos algo mas que hombres.
Entretanto, Churruca, que era nuestro pensamiento, dirigía la acción con serenidad asombrosa. Comprendiendo que la destreza había de suplir a la fuerza, economizaba los tiros y lo fiaba todo a la buena puntería, consiguiendo así que cada bala hiciera un estrago positivo en los enemigos. A todo atendía, todo lo disponía, y la metralla y las balas corrían sobre su cabeza, sin que ni una sola vez se inmutara. Nos infundía a todos cierto ardor desconocido con el rayo de su mirada.
Pero Dios no quiso que saliera vivo de la terrible porfía. Viendo que no era posible hostilizar a un navío que por la proa molestaba al “Nepomuceno” impunemente, fue el mismo a apuntar el cañón y logro desarbolar al contrario. Volvía al alcázar de popa cuando una bala de cañón le alcanzo en la pierna derecha, con tal acierto, que casi se la desprendió del modo mas doloroso, por la parte alta del muslo. Corrieron a sostenerlo, y el héroe cayo en mis brazos.
¡Que horrible momento! Aun me parece que siento bajo mi mano el violento palpitar de su corazón que hasta ese instante terrible no latía si no por la patria. Su decaimiento físico fue rapidísimo: le vi esforzándose por erguir la cabeza que se inclinaba sobre el pecho; le vi tratando de reanimar con una sonrisa su semblante, cubierto ya de mortal palidez, mientras con voz apenas alterada exclamo:
-Esto no es nada. Siga el fuego.
Su espíritu se rebelaba contra la muerte, disimulando el fuerte dolor de un cuerpo mutilado, cuyas postreras palpitaciones se extinguían de segundo en segundo. Tratamos de bajarlo a la cámara; pero no fue posible arrancarle del alcázar. Al fin, cediendo a nuestros ruegos, comprendió que era preciso abandonar el mando. Llamo a Moyna, su segundo, y le dijeron que había muerto; llamo al comandante de la primera batería, y este, aunque gravemente herido, subió al alcázar y tomo posesión del mando.
Desde aquel momento la tripulación se achico: de gigante se convirtió en enano; desapareció el valor y se comprendió que era necesario rendirse. Como si una repentina parálisis mortal y física hubiera invadido la tripulación, así se quedaron todo helados y mudos, sin que el dolor ocasionado por la perdida de hombre tan querido diera lugar al bochorno de la rendición.
La mitad de la gente estaba muerta o herida, la mayor parte de los cañones desmontados, la arboladura, excepto el palo de trinquete, había caído, y el timón no funcionaba. El “Nepomuceno”, herido de muerte, no pudo gobernar en dirección alguna, y a pesar de la ruina y destrozo del buque, a pesar del desmayo de la tripulación, a pesar de concurrir en nuestro daño circunstancias tan desfavorables, ninguno de los seis navíos ingleses se atrevió a intentar un abordaje. Temían a nuestro navío aun después de vencerlo.
Churruca, en el paroxismo de su agonía, mandaba clavar la bandera y que nio se rindiera el navío mientras el viviese. El plazo no podía ser mas desgraciadamente corto, porque Churruca se moría a toda prisa, y cuantos le asistíamos nos asombrábamos de que alentara todavía un cuerpo en tal estado; era que le conservaba así la fuerza del espíritu, porque para el en aquella ocasión vivir era un deber. No perdió el conocimiento hasta los últimos instantes; no se quejo de sus dolores, ni mostró pesar por su fin cercano; antes bien, todo su empeño consistía, sobre todo en que la tripulación no conociera la gravedad de su estado y que ninguno faltase a su deber.
Al fin dio las gracias a la tripulación por su heroico comportamiento y después de elvar el pensamiento a Dios, cuyo nombre oímos pronunciado por sus secos labios, expiró con la tranquilidad de los justos y la entereza de los héroes, sin la satisfacción de la victoria, pero también el resentimiento del vencido, asociando el deber a la dignidad y haciendo de la disciplina una religión; firme como militar, sereno como hombre, sin pronunciar una queja, ni acusar a nadie, con tanta dignidad en la muerte como en la vida.
Nosotros tuvimos para llorarle menos entereza que el para morir, pues al expirar e llevo a todo el valor, todo el entusiasmo que nos había infundido.
Rindiéndose el “Nepomuceno”, y cuando subieron a bordo los oficiales de lso seis buques que lo habían destrozado, cada uno pretendía para si el honor de recibir la espada del brigadier muerto. Todos decían: “se ha rendido a mi navío”, y por un instante disputaron reclamando el honor de la victoria para uno u otro de los buques a que pertenecían. Quisieron que el comandante accidental del “Nepomuceno” decidiera la cuestión, diciendo a cada cual de los navíos ingleses se había rendido, y aquel respondió:
-A todos que a uno solo jamás se hubiera rendido el “Nepomuceno”
Benito Pérez Galdos.