Campañas de Italia

Historia Militar de todas las épocas en las que directamente ha intervenido dichos países. Hasta el 2006.

Moderador: Miguel Villalba

Responder
Comandante Gravina

Campañas de Italia

Mensaje por Comandante Gravina »

PRIMERA CAMPAÑA DE ITALIA 1494-1496

Primera parte

El 25 de enero de 1494 falleció el rey Fernando I de Nápoles, viejo y sin simpatías por parte de sus súbditos. Le sucedió su hijo Alfonso II, que gozaba de menos simpatías que su padre. Estas circunstancias animaron a Carlos VIII de Francia a reclamar la corona de Nápoles invocando los derechos de la Casa de Anjou e ignorando que la Casa de Aragón llevaba reinando desde hacía bastantes años. Le apoyaron en sus pretensiones el duque de Milán, Luis Sforza "el Moro", las dos grandes familias italianas de los Orsini y los Colonna, los duques de Ferrara y la república de Génova. Florencia, después de la muerte de Lorenzo el Magnífico, era demasiado débil para oponerse, y Venecia permaneció a la expectativa.

Carlos VIII entró en Italia cruzando los Alpes en agosto de 1494. Si bien la empresa fue militarmente bastante descabellada, demostró ser un modelo de organización del ejército expedicionario, creado sobre la base de mercenarios suizos, alemanes y franceses contratados para que estuviesen a disposición del rey de forma que éste no estuviese a merced de las huestes medievales. Su ejército estaba formado por unos 12.000 soldados de infantería armados de picas, ballestas y arcabuces; unos 11.000 jinetes y 140 falconetes, cañones y culebrinas fundidas en bronces de una sola pieza. La artillería estaba servida por unos 1.000 artilleros e iba arrastrada en carros y preparada en afustes.

Al frente de tal imponente ejército, Carlos VIII recorrió Italia siendo aclamado por el pueblo como un libertador; pasó por Turín, Milán, Florencia y Roma, donde entró el 31 de diciembre. El Papa Alejandro VI, el valenciano Rodrigo Borja, se vió obligado a refugiarse en el castillo de Santángelo por falta de medios de defensa, y a ceder a Carlos VIII cuantas plazas necesitase para su invasión.

Los Reyes Católicos, temerosos de que la ambición de Carlos VIII le hiciese amenazar la isla aragonesa de Sicilia, habían enviado embajadores a Francia y a Roma antes de la invasión. Don Alonso de Silva, hermano del conde de Cifuentes y Clavero de Alcántara, no logró impedir que Carlos VIII desistiera de sus propósitos, si bien le hizo saber que el rey de Aragón se vería obligado a socorrer a sus parientes y aliados. Por su parte, el embajador Garcilaso de la Vega informó a Papa de esta postura. Inmediatamente, los reyes de España enviaron una escuadra al mando del almirante Galcerán de Requesens, conde de Palamós, para reforzar al virrey de Sicilia, Hernando de Acuña, e iniciaron los preparativos de una segunda escuadra en Galicia y Vizcaya para trasladar a Sicilia un cuerpo expedicionario al mando de Don Gonzalo Fernández de Córdoba.

Entretanto, Alfonso II de Nápoles había enviado una escuadra y parte de su ejército a Génova y la otra parte al curso inferior del rio Po, pero fueron derrotados por el ejército de Carlos VIII. Los nobles napolitanos obligaron al rey a abdicar en su hijo Fernando, duque de Calabria. El 28 de enero el ejército de Carlos VIII salió de Roma hacia Nápoles. El nuevo rey, Fernando II, se enfrentó de nuevo a Carlos VIII en San Germano, localidad situada junto al rio Garellano, que señalaba la frontera entre los Estados Vaticanos y el reino de Nápoles; pero las fuerzas napolitanas se desbandaron cuando los franceses fijaron su frente y amenazaron envolverle.

Fernando II abandonó la capital y huyó a Sicilia con algunos de sus fieles, donde imploró el auxilio de sus parientes los Reyes Católicos, a los que transfirió el 11 de febrero la jurisdicción de cinco fortalezas clave para el dominio de Calabria: Reggio, Crotona, Squilace, Tropea y la Amantia. Mientras tanto, Carlos VIII entró en la ciudad de Nápoles el 22 de febrero tras lograr la rendición de la fortaleza de Castelnuovo, defendida por Alfonso de Ávalos, I Marqués de Pescara, e inició la ocupación del reino. Tres meses después, el 12 de mayo, se hizo coronar Emperador y rey de Jesuralén.

Mientras tanto, la hábil diplomacia española había dado lugar a la creación de la Santa Liga contra el rey francés: los embajadores Antonio de Fonseca y Juan de Albión lograron concertar las bodas de los príncipes Juan y Juana de Castilla con la princesa Margarita y el Archiduque Don Felipe, lo que propició la entrada en la Liga del Emperador Maximiliano. Garcilaso de la Vega y su hermano lograron atraerse al papa ALejandro VI. Juan de Deza hizo lo propio ante Luis Sforza, duque de Milán, arrepentido de haber apoyado la invasión francesa de Nápoles. Por último, Lorenzo Suárez de Figueroa logró la adhesión de Venecia. El 31 de marzo de 1495 se firmó el tratado de formación de la Santa Liga. Su negociación se llegó con tanto secreto que cuando se hizo público el tratado, Carlos VIII sintió miedo de quedarse encerrado en Italia.

Tras la firma del tratado de creación de la Santa Liga, Carlos VIII emprendió una retirada que bien podría calificarse de huida. Dejó guarnecidas con sus tropas las plazas más importantes de Nápoles y un ejército de unos 6.000 soldados suizos, los mejores soldados de la época, y otros tantos gascones, apoyados con buena artillería y excelente caballería. Una poderosa escuadra les abastecería de refuerzos y víveres en caso necesario. Al mando del ejército francés dejó a Gilberto de Borbón, duque de Montpensier, en calidad de virrey de Nápoles. Con las tropas restantes, Carlos VIII salió de Nápoles el 20 de mayo para escapar de Italia, no sin antes enfrentarse a la Santa Liga y vencer a las fuerzas venecianas y milanesas coaligadas en la batalla de Fornovo el 6 de julio de 1495.


Comandante Gravina

Primera Campaña de Italia: Segunda Parte

Mensaje por Comandante Gravina »

Segunda parte:

Campaña de 1495: Calabria y Seminara

Tras pasar varios en aguas de Mallorca en espera de vientos propicios, el 24 de mayo de 1495 don Gonzalo Fernández de Córdoba llegó a Mesina con 5.000 infantes y 600 jinetes. Allí conferenció con el rey de Nápoles para establecer el plan de reconquista del reino. Fernando II era partidario de atacar directamente la capital, pero el español le convenció del grave riesgo que corría de ser derrotado. Los franceses habían ocupado casi todo el sur de Italia excepto Ischia, Brindisi, Gallípoli y la fortaleza de Reggio. Por ello Fernández de Córdoba propuso operar en Calabria, donde los franceses tenían las plazas peor guarnecidas y municionadas, y donde la población sería adicta a las tropas españolas por proximidad a Sicilia, base natural de partida de toda la operación.

Aprobado el plan, el ejército español desembarcó en Calabria dos dias despues, el 26 de mayo. En sus filas formaban los capitanes castellanos Alvarado, Peñalosa, Benavides y Pedro de Paz. En la escuadra de apoyo figuraban los marinos vascos Lazcano y López de Arriarán y los aragoneses Galcerán de Requesens, Bernardo de Vilamarí y Espés. Allí se les unieron unos 3.000 voluntarios napolitanos y calabreses reclutados por Hugo de Cardona en nombre del rey Fernando II, y unas fuerzas mercenarias tudescas al mando del marqués de Pescara.

Fernández de Córdoba inició la campaña con una serie de marchas y contramarchas, rehuyendo los combates decisivos con el enemigo y tomando aquellas plazas y puestos que podían servirle como apoyo a las futuras operaciones. Con ello pretendía desconcertar al enemigo, acabar de instruir a sus bisoñas tropas y dar señales de su presencia para lograr adhesiones al rey de Nápoles. En un mes había tomado posesión de las cinco fortalezas concedidas por el rey Fernando II en nombre de la reina viuda Juana, hermana de Fernando el Católico. Pero los puntos clave seguían en manos francesas, que cuentan en la abrupta tierra de los Abruzzos con la ayuda de un guerrillero vasco-francés llamado Gracián de Aguirre, hermano de Menoldo de Aguirre, gobernador de Ostia.

Gobernaba la Calabria un tal Everardo Stuart, aventurero escocés nombrado caballero de Francia, excelente general y conocido como Señor de Aubigny. Actuaba en Nápoles en calidad de segundo del duque de Montpensier. En vista de los progresos que hacía el ejército hispano-napolitano, reunió sus fuerzas y se dispuso a combatir al enemigo cuanto antes, de tal suerte que les venció el 21 de junio en la primera batalla de Seminara.

PRIMERA BATALLA DE SEMINARA 21-6-1495

El Señor de Aubigny, dispuesto a acabar cuanto antes con el ejército hispano-napolitano recién desembarcado en Calabria, juntó sus fuerzas y las de su subordinado Precy, reuniendo un ejército de 400 hombres de armas, 600 caballos ligeros, un cuerpo de infantería suiza y otro de milicias del país. Con él se dirigió a Seminara para presentar una batalla campal a los aliados.

Fernández de Córdoba aconsejó al rey Fernando II que no presentase batalla, pues se desconocía a ciencia cierta tanto el número de soldados franceses como la calidad de los voluntarios napolitanos en una batalla campal. Propuso retirarse a una plaza fuerte o en su defecto, encerrarse en la propia Seminara para observar al enemigo y tomar más elementos de juicio. Pero el rey, un joven de apenas 26 años y quizás influenciado por el ánimo de sus capitanes, no tomó en cuenta los consejos del español y decidió presentar batalla al francés.

El 21 de junio salieron las tropas aliadas de Seminara para desplegar en unas colinas a una legua al este de la plaza y a cuyo pie discurría un riachuelo vadeable. A la derecha formaron 1.000 infantes y 400 jinetes españoles; a la izquierda formaron los 6.000 voluntarios napolitanos y calabreses de Fernando II. Frente a los españoles el Señor de Aubigny formó a su caballería, y a su derecha colocó a los piqueros suizos. En su retaguardia dejó las tropas del país.

Comenzaron el ataque los señores de armas franceses, que avanzaron hacia el riachuelo vadeable. Los 400 jinetes españoles se lanzaron sobre ellos para tratar de desorganizarlos. El Señor de Aubigny y su subordinado Precy se lanzaron sobre las filas de su caballería para rehacerlas, y las lanzaron de nuevo al ataque. Los españoles, fieles a sus tácticas guerreras aprendidas durante años de luchas contra los árabes, retrocedieron a sus posiciones para reorganizarse en ellas y volver a la carga.

Pero los voluntarios napolitanos y calabreses entiendieron la maniobra de la caballería española como una huida, y se desbandaron en desordenada fuga sin llegar a pelear. En cuanto se dió cuenta de ello, el Señor de Aubigny lanzó sobre ellos su caballería. En el campo quedó el cuerpo de infantería y caballería españolas que, al mando de Don Gonzalo Fernández de Córdoba inició una ordenada y disciplinada retirada hacia los muros de Seminara. Al dia siguiente partió hacia Reggio.

Esta fue la primera y única derrota del general español, si bien no puede decirse que sea achacable a él.

Pero la derrota fue engañosa, pues más se debió a la desbandada de los napolitanos y calabreses que al acierto de los franceses, y en la batalla los españoles mostraron su cohesión, disciplina y valor.

Tras la batalla, Fernández de Córdoba abandonó las plazas ocupadas hasta la fecha y se refugió con sus tropas en Reggio, mientras que el rey Fernando II se trasladó a Sicilia en busca de refuerzos. Al poco tiempo embarcó de nuevo a bordo de la escuadra del almirante Requesens para el continente con un reducido ejército rumbo a la capital. Logró atraer al campo al duque de Montpensier, que comenzó a buscar desorientado a su enemigo mientras éste entraba triunfante en la ciudad al frente de las tropas del marqués de Pescara que cedió don Gonzalo al rey de Nápoles.

El señor de Aubigny, creyendo tener arrinconado al español, envió a su subordinado Precy a Nápoles en auxilio del duque de Montpensier. El duque se percató del engaño y regresó a Nápoles, pero una vez allí se vió obligado a encerrarse en los fuertes de la ciudad por el acoso al que le sometió el pueblo sublevado, las tropas de Fernando II y la escuadra española de Requesens. Pactó entregarse si no recibía refuerzos en un plazo determinado, pero faltó a su palabra y logró escapar con 2.000 soldados a Salerno, donde se le unieron las fuerzas de Precy para pasar el invierno.

Por su parte, Gonzalo Fernández de Córdoba, sin abandonar su base de Reggio, se enfrentaba con éxito al señor de Aubigny nada más partir su subordinado Precy en socorro de Nápoles. El español se enteró de los planes del francés y en un momento dado atacó de noche con 200 jinetes y le hizo un gran número de prisioneros suizos. Tras este golpe de audacia siguieron otros por los que se hizo dueño de Muro, Calana, Bagneza, Esquilace y Sibaris. A finales de año se hallaba en posesión de todo el sur de Calabria.

Llegado a este punto, y porque estaba escaso de hombres y recursos, decidió pasar el invierno en la Baja Calabria al abrigo de la plaza de Nicastro, donde se dedicó a reorganizar sus fuerzas, reforzadas con 1000 gallegos venidos de España mal vestidos y desarmados, y con voluntarios partidarios del rey de Nápoles

Un saludo
Comandante Gravina

Primera Campaña de Italia: Tercera Parte

Mensaje por Comandante Gravina »

Tercera Parte

Campaña de 1496: Atella y Ostia
En febrero de 1496 Fernández de Córdoba recibió una remesa de dinero procedente de España, por lo que decidió comenzar sus operaciones. En poco tiempo recorrió la Alta Calabria y se dirigió a Cosenza, necesaria para sus futuras operaciones, y de la que se apoderó tras tres vigorosos asaltos. En ese momento fue llamado por el rey Fernando II para que le ayudase a acabar con las tropas de Montpensier y Precy, a las que había logrado encerrar en la plaza de Atella.

Fernández de Córdoba se puso en camino, pero tuvo noticias de que Américo de San Severino, conde de Mélito e hijo del conde de Capacho, se había reunido en Lanio con un grupo de nobles angevinos pro-franceses para salirle al encuentro. Fernández de Córboba quiso aprovechar esta oportunidad para acabar con los rebeldes, que le preocupaban más que las escasas fuerzas francesas del del Señor de Aubigny. Hizo una marcha nocturna por sendas ásperas y montuosas, arrolló a los montañeses que guardaban los pasos y gargantos, especialmente el valle de Mucano, y sorprendió a los nobles al amanecer con todas sus fuerzas. Entró de improviso en la plaza, cortó el paso y arrolló a los que acudían a la fortaleza. Mató al jefe de la rebelión, Américo de San Severino, hizo prisioneros a Honorato de San Severino, al conde de Nicastro, a doce barones y más de cien caballeros, que llevó presos al rey Fernando II.

Reforzado con 500 hombres recién llegados de España, Fernández de Córdoba se incorporó por fin al sitio de Atella el 24 de junio de 1496.

CAPITULACIÓN DE ATELLA (julio de 1496)

Victoria de Don Gonzalo Fernández de Córdoba, que logró la capitulación del ejército francés en Nápoles y por la que se ganó el título de "Gran Capitán".

Tras una rápida marcha de diecisiete días a través de territorio enemigo, Don Gonzalo Fernández de Córdoba se presentó ante los muros de Atella con tan solo 400 jinetes ligeros, 70 hombres de armas y 1.000 infantes escogidos. Le esperaban el rey Fernando II de Nápoles, César Borgia en calidad de Legado pontificio de su padre el papa Alejandro VI y el duque de Mantua, general jefe de la tropas venecianas. Dentro de la ciudad de Atella se hallaba el virrey francés de Nápoles, el duque de Montpensier.

Fernández de Córdoba examinó la situación y redistribuyó las tropas sitiadoras de la Santa Liga. Destruyó unos molinos que abastecían de harina la ciudad y se apoderó de Ripa Cándida, que estaba unida a la ciudad de Atella por un afluente del río Ofanto y que suministraba víveres a la plaza sitiada. Con estas acciones el cerco del duque de Montpensier se hizo más estrecho, de forma que este pactó la entrega de la ciudad si no recibía refuerzos en un plazo de 30 días. En la capitulación se incluyeron las siguientes cláusulas:

Se incluian todas las plazas de Nápoles excepto las que gobernaba el Señor de Aubigny en Calabria.

Se facilitarán navíos para el traslado de los soldados franceses a Francia.
Se concedería indulto a los soldados napolitanos que habían servido en el ejército de Carlos VIII y que reconociesen al rey Fernando II en el plazo de quince días.

El socorro no llegó, y se hicieron firmes las clausulas de la capitulación. Las plazas fuertes de Venosa, Tarento y Gaeta se negaron a capitular alegando no tener órdenes directas del rey. De los 5.000 soldados franceses que salieron repatriados de Atella solo llegaron vivos a Francia unos 500. El resto murió de epidemias durante el viaje. Entre los muertos se encontró el propio virrey, duque de Montpensier.

La victoria de Fernández de Córdoba en Atella tuvo gran resonancia internacional, y al general español se le comenzó a conocer y llamar El Gran Capitán.

Tras la victoria de Atella, todas las plazas francesas excepto Venosa, Tarento y Gaeta y las que gobernada el Señor de Aubigni en Calabria se recuperaron para el rey Fernando II. A continuación Fernández de Córdoba, convertido ya en "Gran Capitán" regresó a Calabria para seguir batiendo al general francés Aubigny. Por fin consiguió encerrarlo en Galípoli y obligarlo a regresar a Francia a finales del verano, con lo que consiguió liberar por fin a toda la Calabria en nombre del rey Fernando II.

El rey Fernando II no pudo saborear el triunfo conseguido. El 7 de octubre de 1496 falleció en plena juventud, a los 28 años. Ese mismo día fue proclamado como sucesor su tío Don Fadrique. Éste se hallaba sitiado en Gaeta por los franceses, por lo que llamó al Gran Capitán en su auxilio una vez finalizadas las operaciones en Calabria. Los españoles se presentaron en la plaza y al día siguiente de su llegada se rindieron los franceses. Excepto en las plazas de Diano y Tarento, ya no quedaban tropas invasoras franceses en el reino de Nápoles.

Antes de abandonar suelo italiano, el Gran Capitán y su ejército fueron requeridos por el papa Alejandro VI, miembro de la Santa Liga, para recuperar el puerto de Ostia

CONQUISTA DEL PUERTO DE OSTIA (agosto de 1496)

Victoria del Gran Capitán sobre el aventurero vizcaíno Menaldo Guerri en nombre del papa Alejandro VI.

En su avance hacia Nápoles, el rey Carlos VIII ocupó la plaza del puerto de Ostia, situado a la desembocadura del río Tiber y a la sazón puerto de Roma. Dejó como gobernador al aventurero vizcaíno Menaldo Guerri, y prometió al papa Alejandro VI que devolvería la plaza finalizada la conquista de Nápoles. Pero el rey Carlos VIII nunca cumplió su promesa.

Presentado ante los muros de la plaza, el Gran Capitán solicitó del gobernador su entrega, invocando la orden del papa y la promesa de Carlos VIII. Pero fue en vano. La plaza era muy fuerte, estaba bien pertrechada y mejor defendida por gente sin escrúpulos y forajidos, pero de gran valor. El Gran Capitán formalizó el sitio con 1.000 infantes, 300 jinetes y algunas piezas de artillería, que dispuso en batería en una elevación al sur de la ciudad. Roto el fuego contra los muros, en cinco días abrió una brecha por la que se lanzaron al ataque los españoles.

Los defensores se batían con tesón y valor, pero en ese momento el embajador de Castilla en la corte pontificia, Garcilaso de la Vega, atacó los muros de la plaza por el lado opuesto. Ante este segundo ataque Guerri y sus hombres se rindieron con la promesa de respetar sus vidas. Tras la victoria, el Gran Capitán entró victorioso en Roma y fue aclamado como "libertador". Una vez en presencia del papa, éste se levantó del solio y le besó en la frente. Luego le entregó la "rosa de oro", máxima distinción pontifica con la que el papa galardonaba cada año a su mejor servidor.

Al despedirse del papa hubo una escena bastante violenta. El papa se mostró dolido de los Reyes Católicos ante el Gran Capitán. Este le replicó que no olvidara los servicios que le habían prestado, y que recordara las palabras que había dicho hacía poco tiempo: "Si las armas españolas me recobraban Ostia en dos meses, debería de nuevo al Rey de España el Pontificado.". Y el Gran Capitán añadió que las armas españolas no tardaron dos meses sino ocho días. Y siguió atacando al papa diciendo que "mas le valiera no poner a la Iglesia en peligro con sus escándalos, profanando las cosas sagradas, teniendo con tanta publicidad, cerca de sí y con tanto favor a sus hijos, y que le requería que reformase su persona, su casa y su corte, para bien de la cristiandad."

El padre jesuita Abarca escribió que el papa quedó "turbado del espledor vivo de la verdad, enmudeció del todo, asombrado de que supiese apretar tanto con las palabras un soldado, y de que a un Pontífice, tan militar y resuelto, hablase en Roma en su palacio y rodeado de armas y parientes, un hombre no aparecido del cielo, en puntos de reforma y con tanta reprehensión."

Desde Roma el Gran Capitán marchó a Nápoles, donde el rey Don Fadrique le dió el título de duque de Santángelo, el señorío de dos ciudades y diversos lugares del Abruzo, y tres mil vasallos, diciendo que "que era debido conceder siquiera una pequeña soberanía a quien era acreedor a una corona.".

De Nápoles se dirigió a Sicilia como gobernador de la isla. Allí el Gran Capitán administró justicia, corrigió abusos y fortificó las costas. Al poco tiempo acudió a la llamada del rey don Fadrique para expulsar a las franceses de Diano, única plaza que aún conservaban. En pocos días el Gran Capitán logró la rendición de la guarnición francesa, con lo que dieron fin las operaciones militares en Nápoles.

Pero el estado de guerra se había trasladado al Rosellón, donde el ejército francés se apoderó por sorpresa de la plaza de Salces

El general español Don Enrique de Guzmán concertó con el francés una tregua que duró desde octubre de 1496 hasta enero de 1497, y que fue prorrogándose sucesivamente mientras se encontraba un arreglo a la situación. Carlos VIII de Francia murió inesperadamente en Amboise el 7 de abril de 1498. Con ella se pararon las iniciativas hispano-francesas para negociar la paz. Al difunto rey le sucedió el duque de Orleans con el nombre de Luis XII, que prosiguió las negociaciones de manera que el 5 de agosto de 1498 se firmó un tratado de paz entre Francia y España que devolvía a ésta última la plaza de Salces pero que nada decía sobre Nápoles. Oficialmente, la guerra entre ambas naciones había acabado.

Acabada su misión en Italia, el Gran Capitán regresó por fin a España en 1498 con la mayor parte de su ejército. A su llegada la gente le aclamó como un auténtico héroe nacional. En la Corte, el rey Don Fernando el Católico decía que la guerra de Nápoles había procurado a España más crédito y gloria que la de Granada.

Consideraciones
La Primera Campaña de Italia supuso la confirmación de D. Gonzalo Fernández de Córdoba como gran general de las tropas españolas. Éstas demostraron su gran valía, gracias a la disciplina, cohesión y entrenamiento que les dió el Gran Capitán.

El Gran Capitán introdujo los rodeleros como soldados armados de espada y dardo con misión de combatir cuerpo a cuerpo a los piqueros enemigos introduciéndose debajo de sus picas. Además introdujo los arcabuceros en una relación de 1 a 5 con el resto de soldados
Comandante Gravina

Mensaje por Comandante Gravina »

Pongo la segunda campaña o con esto hay bastante?
Comandante Gravina

Mensaje por Comandante Gravina »

Pongo la segunda campaña o con esto hay bastante?
Comandante Gravina

Mensaje por Comandante Gravina »

Pongo la segunda campaña o con esto hay bastante?
Comandante Gravina

Mensaje por Comandante Gravina »

Pongo la segnda campaña o con esto hay bastante?
Avatar de Usuario
harry_flashman
Coronel
Coronel
Mensajes: 6191
Registrado: 04 May 2005

Medallas

Parches

Mensaje por harry_flashman »

Ponga usted la segunda campaña, por favor, aunque con esto ya haya bastante (de la primera).
¡¡Gritemos bien alto Arriba España y Viva Franco antes de poner el pie en esta tierra de cabrones!! (General Moscardó, presidente del COE, a la delegación española a los JJOO de Londres-48)
"Hitler es un hombre extraordinario. Moderado, sensible, humanista y lleno de grandes ideas" (Francisco Franco a Pedro Teotónio Pereira, 1940).
Groucho lo llevaba escrito. Tip no.
Comandante Gravina

Mensaje por Comandante Gravina »

Por favor moderadores borren mis mensajes repetidos anteriores que no se que ha pasado

Aqui va la segunda campaña de Italia
Última edición por Comandante Gravina el 14 Mar 2006, editado 1 vez en total.
Comandante Gravina

Segunda Campaña de Italia: Primera Parte

Mensaje por Comandante Gravina »

SEGUNDA CAMPAÑA DE ITALIA 1500-1504

Primera parte

El nuevo rey de Francia Luis XII mantenías las mismas ambiciones que su predecesor de obtener territorios en Italia. Desecha ya la Santa Liga creada por la diplomacia española en 1494, Luis XII se entendió con Venecia para repartirse el Ducado de Milán y con el papa Alejandro VI para luchar contra Nápoles. Venecia codiciaba las tierras del Milanesado y el pontífice no perdonaba al rey Don Fabrique III que hubiera negado la mano de su hija en favor del suyo, César Borgia.

Firmada la paz con España, Luis XII invadió Milán, derrocó a Luis Sforza y se dispuso a marchar sobre Nápoles. Pero eso era algo que Fernando el Católico no podía permitir, y como no podía oponerse a él decidió al menos unirse y compartir la conquista, así que propuso al rey de Francia repartirse el reino entre los dos países. Luis XII aceptó. Según las estipulaciones del tratado, la parte norte de Nápoles se adjudicaba a Francia, mientras que la Calabria y la Pulla quedaba para España.

Se alegaron dos excusas para justificar este reparto: la primera, que el rey Don Fadrique había concertado una alianza con los turcos en contra del papa, Francia y Venecia; la segunda, que el rey Fernando el Católico tenía más derechos dinásticos para la corona de Nápoles que Don Fadrique, pues éste descendía de la rama bastarda mientras que Don Fernando lo hacía por la legítima. El papa Alejandro VI sancionó los términos del tratado y declaró a Don Fadrique indigno de ceñir corona por haber pedido auxilio a los infieles.

El destronado rey solicitó asilo para él y su familia al rey de España, que se negó a facilitarlo. Sin embargo, el rey de Francia le acogió a su generosidad y le dió el ducado de Anjou con sus rentas, pero le mantuvo vigilado hasta su muerte.

Mientras se negociaba el tratado entre Francia y España, ratificado en Granada el 14 de noviembre de 1500 por los Reyes Católicos, daban comienzo los preparativos militares, presagio de futuros enfrentamientos. El Gran Capitán embarcó en Málaga al frente de una escuadra de sesenta naves y un ejército de 5.000 infantes y 600 jinetes. Por su parte, Luis XII ordenó al Señor de Aubigny que marchase sobre Nápoles con 10.000 infantes y 1.000 lanzas, y a Felipe de Ravenstein que zarpara de Génova con su escuadra transportado otros 6.500 soldados para Aubigny.

Franceses y españoles procuraron adueñarse de su parte de Nápoles sin molestarse mutuamente. Los franceses avanzaron hasta Capua, que se les resistió. Tomaron la ciudad al asalto y la entregaron al saqueo ocasionando una horrible matanza. Por su parte, el Gran Capitán sometió Calabria y la Pulla en un mes, excepto Tarento, donde estaba refugiado el duque de Calabria, primogénito del destronado rey Don Fadrique, de 14 años de edad. El general español se vió obligado a formalizar un sitio por tierra y mar hasta que forzó la capitulación de Tarento.

CAPITULACIÓN DE TARENTO (1502)

Conquista de Tarento por el Gran Capitán mediante un sitio original y sorprendente.

Tarento estaba rodeada de agua por todas partes: por el sur, el mar; por el este y el oeste dos canales abrazaban la ciudad; por el norte ambos canales se enchanchaban formando una gran bahía con fondo para naves de alto bordo. La ciudad se consideraba inexpugnable, siendo las defensas del norte las más débiles pues hasta entonces a ningún enemigo se le había ocurrido atacar por ese lado de tan difícil acceso.

El Gran Capitán quiso evitar a sus tropas un largo y cansado sitio, por lo que decidió acortarlo con una operación ingeniosa y sorprendente: transportó sus naves desde el mar por tierra hasta la bahía norte. Todo el ejército participó en la empresa, arrastrando las naves sobre rodillos al compas de cántos guerreros, música e himnos. En pocas semanas la escuadra española estuvo en condiciones de batir con sus fuegos las murallas del norte de la ciudad.

Los españoles demostraron tanto entusiasmo en la empresa que el ánimo de los tarentinos decayó y el conde de Potanza, gobernador de la ciudad, solicitó a los españoles la suspensión de las hostilidades por dos meses, pasados los cuales entregaría la ciudad si antes no recibía ningún socorrro.

A los dos meses la ciudad de Tarento se entregó. En su interior se encontraba el duque de Calabria, primogénito del derrocado rey Don Fadrique y que contaba 14 años de edad. Las condiciones de la capitulación incluían que el duque quedaría en libertad de ir a donde quisiese. El Gran Capitán le convenció de que fuera a España. Como el conde de Potenza protestó ante lo que interpretó una manipulación de la voluntad del duque, el Gran Capitán elevó consulta al rey Fernando el Católico, el cual confirmó el viaje del duque de Calabria a España. Allí permanecería en calidad de prisionero de Estado.

PRIMERA PARTE DE LA CAMPAÑA: BARLETTA

No podía tardar en llegar la disputa entre franceses y españoles. Comenzaron aquellos, que pretendieron apoderarse de la plaza de Capitaneta por no estar incluida en el tratado de partición. Los franceses entraron en la Pulla y, tras varias entrevistas infructuosas entre los máximos jefes militares, el duque de Nemours dió al Gran Capitán el plazo de una hora para salir de la plaza. El español rehusó del siguiente modo:

- "Hermano, andad con Dios y decid al duque de Nemours e a monsiur de Aubigny que puesto que tantas veces les he dicho e requerido que esta diferencia se vea por justicia, y no quieren, y envíanme a decir que por fuerza me la han de tomar, que espero en Dios y en su bendita Madre de defendérselo e aun ganarles lo suyo, e ver muy presto al Rey de España, mi Señor, ser señor de todo este Reyno, por la justicia que a todo ello tiene; e que vengan cuando quisieren, que aquí me hallarán, o que me esperen, que yo seré lo más presto que queda con ellos."

Los efectivos del Gran Capitán eran inferiores al de los franceses: sólo contaba con 3.000 infantes, 340 hombres de armas y 600 jinetes ligeros. Subordinados suyos en el ejército eran Pedro Navarro, Don Diego de Mendoza, Próspero Colonna y su primo Fabricio Colonna, Pedro de Paz, Francisco Pizarro, García de Paredes, Hugo de Cardona, Luis de Herrera, Zamudio y Villalba.

Por su parte, el duque de Nemours contaba con 3.500 infantes franceses y lombardos, 3.000 suizos, un numeroso contingente de infantería napolitana facilitado por los barones angevinos y 1.000 hombres de armas que suponían unos 4.000 jinetes. Sus tropas estaban mandadas por el Señor de Aubigny, Ivo de Alegre, Luis de Ars, Santiago de Chabannes, Señor de La Palisse y el Bayardo, éste último tildado de ser el "caballero sin tacha y sin miedo".

La ocasión para el inicio de las hostilidades no podía ser peor para el Gran Capitán. Una escuadra francesa interceptaba las comunicaciones con España, por lo que Don Gonzalo estaba abrumado por las deudas que no podía satisfacer y por la falta de paga de sus soldados. Por su parte, César Borgia fomentaba la deserción de los soldados españoles prometiendo mayores pagas. A pesar de ello, el Gran Capitán se negó a retirarse a Sicilia o a encerrarse en Tarento. Eligió la plaza de Barletta, situada en la costa del Adriático, como centro de operaciones por sus características defensivas y porque le permitía embarcarse y pasar a Calabria en caso de ser cercado por fuerzas superiores. Por ello, concentró en Barletta el grueso de sus fuerzas y repartió el resto en otras plazas como Bari, Canoza y Adria.

El Señor de Aubigny operaba contra Don Hugo de Cardona en Calabria, mientras que el duque de Nemours lo hacía contra el Gran Capitán. Durante siete meses los españoles se mantuvieron a la defensiva, cayendo sobre el enemigo puntualmente cuando creían obtener una ventaja. Las cosas empeoraron contra los españoles. Don Hugo de Cardona fue derrotado en Calabria y la plaza de Canosa, defendida por Pedro Navarro, fue tomada por el duque de Nemours.

En 1503 el duque de Nemours, cansado de esa guerra irregular sin batallas decisivas, se personó ante los muros de Barletta para retar al Gran Capitán. Éste le contestó lo siguiente:

- "No acostumbro a combatir cuando quieren mis enemigos, sino cuando lo piden la ocasión y las circunstancias."

El duque levantó en campo para retirarse en dirección a Canosa. Fue el momento elegido por el Gran Capitán para tender la emboscada de Barletta

EMBOSCADA DE BARLETTA (1503)

Golpe de efecto del Gran Capitán contra el duque de Nemours.

Cuando el duque de Nemours se retiraba con sus tropas desde los muros de Barletta hacia su campamento en Canosa, el Gran Capitán decidió dar un golpe de efecto contra los franceses. Para ello ordenó a Don Diego de Mendoza que atacara la retaguardia francesa con la caballería española con objeto de atraer sobre ella la atención de los franceses. En un momento dado los españoles debían de retroceder perseguidos por los franceses y llevarles a una zona de emboscada donde dos cuerpos de infantería española caería sobre los flancos del enemigo.

El plan se llevó a cabo tan y como estaba previsto, de tal manera que los franceses que tomaron parte en la persecución quedaron muertos o prisioneros. Cuando el duque de Nemours quiso darse cuenta, los españoles ya estaban de regreso en BarleTta con los prisioneros. El duque se sintió burlado y prosiguió su camino a Canosa.
Comandante Gravina

Segunda Campaña de Italia: Segunda Parte

Mensaje por Comandante Gravina »

SEGUNDA PARTE DE LA CAMPAÑA: CERIÑOLA

Al comenzar la primavera de 1503 la situación mejoró para el Gran Capitán. El almirante Lezcano derrotó en aguas de Otranto a una escuadra francesa y siete naves sicilianas con abundantes provisiones llegaron al puerto de Barletta. En un golpe de audacia y valor el Gran Capitán efectuó el asalto a Ruvo

ASALTO A RUVO (Primavera de 1503)

En menos de 24 horas el Gran Capitán hizo una marcha de 14 millas, asaltó la ciudad de Ruvo y regresó a Barletta con numeroso botín, prisioneros y un importante refuerzo de caballos.

La ciudad de Castellaneta se entregó a Pedro Navarro y Luis de Herrera, harta ya de tantas vejaciones y atropellos por parte de los franceses. En cuanto lo supo el duque de Nemours, puso a su ejército en marcha hacia esta ciudad para volver a someterla. Enterado el Gran Capitán de las intenciones del duque, concibió y ejecutó un audaz golpe contra los franceses.

En una noche, el Gran Capitán y la práctica totalidad de su ejército salieron de Barletta en dirección a la ciudad de Ruvo, defendida por Chabannes, Señor de la Palisse. Recorrieron catorce millas a marchas forzadas y al amanecer estaban ante los muros de la ciudad. El Gran Capitán desplegó su artillería y rompió el fuego. En cuatro horas abrió una brecha en la muralla y la infantería española se lanzó al asalto por ella. La lucha cuerpo a cuerpo espada en mano duró siete horas, pero al final el ímpetu español quebró la resistencia de los franceses y el enemigo se rindió.

Tras el combate 600 franceses quedaron prisioneros, entre ellos su jefe, el Señor de La Palisse, que se había distinguido por su valor en la pelea. Habiendo recibido varias heridas, se mantuvo arrimado a una pared peleando hasta que un nuevo golpe le derribó al suelo. El Gran Capitán obtuvo un importante botín de 1.000 caballos, que le permitiría reforzar su caballería.

El ejército español, victorioso, regresó a Barletta inmediatamente finalizado el combate. No hubo violencia ni desmanes contra la población civil. El Gran Capitán en persona se puso a la puerta de la ciudad y no dejó sacar cosa alguna de la Iglesia, si ninguna mujer, ni consintió que a éstas se les hiciera la menor descortesía.

El duque de Nemours se enteró del ataque español a Ruvo. Paró su marcha hacia Castellaneta y se dirigió a socorrer Ruvo. Pero al llegar vió la bandera española ondear en los muros de la ciudad y comprendió que llegó tarde y desistió seguir adelante, comprendiendo que una vez más el Gran Capitán le había burlado.

Con los caballos capturados en esta ciudad y el refuerzo de 2.000 soldados alemanes enviados por el emperador Maximiliano y 3.000 solados españoles desembarcados en Rijoles al mando del capitán Don Fernando de Andrade, el Gran Capitán decidió pasar a la ofensiva.

En un mes el Gran Capitán efectuó una victoriosa campaña relámpago que sorprendió a todos por su éxito. El 21 de abril las tropas de Andrade derrotaron al Señor de Aubigny en la segunda batalla de Seminara,

SEGUNDA BATALLA DE SEMINARA (21 de abril de 1503)

Victoria del capitán Don Francisco de Andrade sobre el general francés Aubigny.

Ocho años despues de la Primera batalla de Seminara, única derrota del Gran Capitán, las tropas españolas se enfrentaron en el mismo lugar y ante el mismo enemigo que les había derrotado entonces.

En esta ocasión las tropas españolas las mandaba el capitán don Francisco de Andrade, que estaba al mando de los 3.000 soldados españoles que habían desembarcado en Rijoles al mando de don Luis Portocarrero, y al cual sucedió el capitán Andrade con ocasión de la muerte de aquel nada más pisar tierra italiana. Al ejército de Andrade se le habían unido algunas compañías de voluntarios.

En esta ocasión las fuerzas estaban bastante equilibradas y el combate fue muy duro y tenaz. Tras la batalla, los franceses huyeron dejando tendidos en el campo más de 2.000 muertos y los españoles hicieron algunos centenares de prisioneros.

El Señor de Aubigny se refugió en la Roca de Anguito, pero fue sitiado y finalmente apresado por los españoles. Libre de franceses, la Calabria quedó en manos de los españoles.

Ocho días más tarde, el 29 de abril, el propio Gran Capitán derrotó al duque de Nemours en la famosa batalla de Ceriñola,

BATALLA DE CERIÑOLA (28 de abril de 1503)

Victoria del Gran Capitán sobre el duque de Nemours.

Con los refuerzos alemanes recién llegados, el Gran Capitán salió con sus 6.000 hombres el 27 de abril de Barletta en busca del duque de Nemours. Ese mismo día acampó en Cannas, el antiguo campo de batalla de Anibal. Al día siguiente se dirigió hacia Ceriñola formado de la siguiente forma:

Vanguardia, con 1.000 caballos ligeros al mando de Próspero Colonna y Pedro de Paz.
Grueso, formado por 2.000 infantes españoles al mando de Pedro Navarro, Francisco Pizarro y García de Paredes.
Retaguardia, al mando del Gran Capitán y formada por 2.000 lansquenetes alemanes, 700 hombres de armas y algunos caballos ligeros al mando de Fabricio Colonna y Diego de Mendoza.
La marcha fue muy penosa por el calor y la sed que agobiaban a los soldados. Pero lo aguantaron todo, especialmente al ver que su general, el primero en la fatiga, cedía su caballo a un soldado rendido de cansancio. Por fin llegaron a la vista de Ceriñola, lugar elegido por el Gran Capitán para dar la batalla, y comenzaron los trabajos de preparación del terreno.

Ceriñola era una aldea asentada en lo alto de una loma cuyos declives naturales estaban cubiertos de viñedos. Un profundo barranco discurre el fondo de la loma, sirviendo a modo de foso natural. En el fondo del barranco los españoles colocaron estacas puntiagudas para impedir el paso de la caballería, y movieron la tierra de los bordes para que se hundiese con el peso de un hombre. Los brazos del foso fueron prolongados para tratar de rodear toda la loma, que fue donde se asentó el ejército. Solo quedó algo al descubierto el flanco izquierdo, que el Gran Capitán trató de fortificar levantando un parapeto y asentando allí la artillería. Durante seis horas los soldados del Gran Capitán estuvieron fortificando la posición.

Una vez instaladas las tropas en el campamento, al caer la tarde los jinetes de Fabricio Colonna trajeron el aviso de la llegada de los franceses. El Gran Capitán aprestó a sus hombres para la lucha y las distribuyó en tres escuadrones:

Primer escuadrón: a la derecha apoyado en Ceriñola, formado por infantería española al mando de Zamudio, Pizarro y Villalba.
Segundo escuadrón: en el centro, formado por los lansquenetes alemanes.
Tercer escuadrón: a la izquierda, formado por infantería española al mando de Pedro Navarro.
Dividió la caballería gruesa en dos unidades al mando de Próspero Colonna y Diego de Mendoza y la desplegó a ambos flancos de la posición. La caballería ligera de Fabricio Colonna y Pedro de Paz quedó fuera del campamento.

Al llegar los franceses ante la posición española se suscitó una discusión sobre la conveniencia de dejar la batalla para el día siguiente. Ese era el parecer del duque de Nemours. Pero se oyeron voces discordantes tachando esa postura de cobardía, entre las cuales se hallaban las de Chaudieu, coronel jefe de las tropas suizas, e Ivo de Alegre, por lo que el duque decidió dar la batalla inmediatamente. Para ello dispuso sus fuerzas en tres porciones:

Ala derecha: los hombres de armas que formaban la caballería de línea, al mando de Luis de Ars.
Centro: infantería suiza y gascona, al mando de Chaudieu, desplegada un poco retrasada como si se tratase de un segundo escalón.
Ala izquierda: la caballería ligera, al mando de Ivo de Alegre, desplegada también retrasada respecto al centro.
Comenzó la batalla con la carga de la caballería de Luis de Ars sobre la izquierda española. Fue detenida por el foso y las estacas de la defensa y diezmada por los fuegos de los espingarderos, escopeteros y artillería españoles dirigidos por Pedro Navarro. En un momento dado estallaron varios carros de polvora españoles, y hubo unos instantes de alarma entre las filas españoles. Pero el Gran Capitán resolvió la situación arengando a sus soldados diciendoles:

- "¡Buen anuncio ...! Estas son las luminarias de la victoria."

La noche avanzaba, pero el duque de Nemours quiso aprovechar el incidente para volver a la carga. Su caballería es detenida y diezmada de nuevo. Tras este nuevo fracaso, el duque de Nemours inició insensatamente con sus tropas una marcha de flanco ante la posición española en busca de un paso por donde penetrar en el dispositivo defensivo. La marcha se efectuó bajo el terrible fuego de los espingarderos españoles hasta que un tiro de espingarda derribó al duque del caballo y acabó con su vida.

A pesar de la muerte de su jefe el ánimo de los franceses no flaqueó. El coronel suizo Chaudieu se lanzó al ataque del centro del parapeto español, defendido por los piqueros alemanes. Por tres veces llegó hasta el parapeto, y por tres veces fue detenido por aquella muralla de picas infranqueable, hasta que, atacado de flanco por los espingarderos españoles, una bala acabó con la vida del coronel suizo. Sin jefe que les dirigiera, los soldados suizos y gascones se desbandaron y en su huida chocaron contra la caballería ligera situada a su retaguardia, a la cual logran desordenar.

El Gran Capitán comprendió que había llegado el momento decisivo de la batalla, por lo que ordenó un ataque general. Los franceses se desbandaron y fueron perseguidos hasta el campamento del que habían salido aquella tarde camino de la batalla. El ejército francés quedó desecho. Luis de Ars logró refugiarse en Venosa, perseguido de cerca por Pedro de Paz. Ivo de Alegre huyó a Gaeta con sus jinetes sin entrar en combate. Aquella noche Próspero Colonna y otros capitanes españoles cenaron en la tienda del duque de Nemours la comida que éste tenía preparada para su regreso.

La batalla duró lo que el crepúsculo de aquel día, pues no era noche cerrada cuando los españoles lograron la victoria. Las pérdidas francesas fueron de más de tres mil hombres, toda su artillería y equipaje y la mayor parte de sus banderas. Según el cronista Bernáldez, don Tristán de Acuña hizo un recuento de cadáveres por orden del Gran Capitán, y el número resultante ascendió a 3.664, si bien el propio don Tristán reconoció que habría que añadir más de un centenar de muertos más debido a los cadáveres que fueron enterrados sin que él lo supervisara personalmente. Los españoles solo sufrieron menos de cien muertos.

Entre los cadáveres se recogió el del duque de Nemours, al que reconocieron por los anillos que lucía en sus dedos. Don Gonzalo se conmovió ante su vista y derramó lágrimas ante él. Para honrarle dispuso que se le embalsamara y le condujo en andas hasta Barletta con un séquito de cien hombres de armas con hachas encendidas y una escolta de una compañía de soldados. En Barletta se le ofrecieron exequias y se le enterró en el monasterio de San Francisco.

Tras la victoria española se entregaron sin combatir las ciudades de Canosa, Malfi y otras muchas. Pocos días después Nápoles envió al Gran Capitán una diputación de su nobleza y de los principales ciudadanos para ofrecerle las llaves de la capital del reino. El triunfo del Gran Capitán tras la batalla de Ceriñola fue completo y consiguió todo el reino de Nápoles para los Reyes Católicos.

Tras ambas victorias, el Gran Capitán hizo su entrada triunfal en Nápoles el 16 de mayo. Quedaron por rendir los castillos de Castilnovo y Castel de Ovo, cuya toma encomendó a Pedro Navarro.

Las victorias logradas por el Gran Capitán fueron tan aplastantes que a finales de mayo todo el reino de Nápoles quedó libre de franceses y en poder de los españoles, excepto las plazas de Venosa y Gaeta, donde se habían refugiado los supervivientes de la derrota de Ceriñola.
Comandante Gravina

Segunda Campaña de Italia: Tercera Parte

Mensaje por Comandante Gravina »

TERCERA PARTE DE LA CAMPAÑA: GARELLANO

Un primer ejército se puso al mando del marqués de La Tremouille para penetrar en el Milanesado y atacar al Gran Capitán. Estas tropas serían derrotadas por el Gran Capitán antes de fin de año.

Un segundo ejército efectuaría la invasión del Rosellón a las órdenes del mariscal de Rieux, pero fueron finalmente vencidos por el duque de Alba y el propio rey Fernando el Católico.

Un tercer ejército entraría en España por el valle del Roncal a las órdenes del Señor de Albret, padre del rey de Navarra. Este ejército finalmente no se puso en marcha por la amistad que existía entre el los reyes de España y el rey de Navarra, si bien se organizaron unidades de navarros y aragoneses reforzados con efectivos reclutados por la reina Isabel para defender los pasos fronterizos.

Mientras tanto, el Gran Capitán se encontraba sitiando Gaeta, donde se había refugiado Ivo de Alegre con los supervivientes de Ceriñola. Luis XII aprestó una escuadra en Génova a las órdenes del marqués de Saluzzo para socorrer Gaeta, y al mismo tiempo libró grandes cantidades de dinero para organizar almacenes de víveres que apoyasen el avance del ejército del marqués de La Tremouille hacia el sur de la península italiana. Este ejército estaba formado por unos 30.000 hombres, entre los que incluía un cuerpo de mercenarios suizos de 8.000 soldados que se incorporaron en Parma, 9.000 caballos y el mejor tren de artillería nunca visto hasta la fecha, compuesto por 36 piezas.

El 18 de agosto murió el papa Alejandro VI. El marqués de La Tremouille se hallaba en Parma y ordenó marchar hacia Roma para imponer como nuevo papa al cardenal de Amboise. El Gran Capitán había previsto este movimiento y envió a Roma una fuerza de 3.000 soldados al mando de Próspero Colonna y Diego de Mendoza para impedirlo, de manera que los franceses encontraron acampados a los españoles cuando llegaron a la Ciudad Eterna. César Borgio se unió a las intrigas, hijo del papa muerto. Como resultado del barullo salió elegido el cardenal de Siena, que tomó el nombre de Pio III. Pero el nuevo papa murió al cabo de un mes, no sin antes haber investido el reino de Nápoles al rey Fernando el Católico, del que era muy adicto. El 31 de octubre fue elegido el nuevo Papa, que tomó el nombre de Julio II y que resultaría ser un papa turbulento y belicoso.

Tras la elección de Pio III, el general La Tremouille continuó su avance hacia Nápoles y los españoles hacia Gaeta, cada uno por itinerarios diferentes. El marqués iba tan confiado en la victoria que decía públicamente lo siguiente:

- "Daría yo 20.000 ducados por hallar al Gran Capitán en el campo de Viterbo."

Don Lorenzo Suárez de la Vega, embajador español en Venecia, le respondió:

- "El duque de Nemours podría haber dado el doble por no haberle encontrado en Ceriñola."

Al poco tiempo La Tremouille cayó enfermo y se vió obligado a ceder el mando al marqués de Mantua, general italiano de gran renombre pero no querido por las tropas francesas en su calidad de extranjero y por su duro carácter. Las tropas con las que contaba el Gran Capitán eran apenas 9.000 infantes y 3.000 caballos, incluyendo italianos y alemanes. Los efectivos franceses, contando la guarnición de Gaeta, eran prácticamente el triple, puesto que el marqués de Saluzzo había desembarcado en Gaeta un cuerpo de refuerzo de 4.000 soldados.

El Gran Capitán comprendió que no podía tomar Gaeta y se retiró a Castiglone, desde donde podría continuar el bloqueo de la plaza. Pero era consciente de que tenía que hacer algo para compensar su inferioridad numérica, y eligió la zona de terreno donde defenderse y maniobrar. Fue en la vecina localidad de San Germano, al otro lado del rio Garellano, que haría de foso natural ante el avance de los franceses, y abrigo de los castillos de Montecasino, Roca Seca y Roca Andria.

Pero el castillo y convento de Montecasino estaban en poder del enemigo. Pedro de Médicis defendía ambas fortificaciones con gente del país y tropas francesas. Para el éxito de la defensa española era preciso tomar aquellas alturas antes de que el marqués de Mantua llegase al Garellano. Para ello, Pedro Navarro subió penosamente algunas piezas de artillería y, una vez emplazadas, abrió una brecha en los muros del castillo y convento y los españoles entraron victoriosos al asalto.

Con esta fortaleza en su poder, el Gran Capitán consolidó su defensa reforzando la guarnición española de Roca Seca a su derecha con infantería española al mando de Zamudio, Pizarro y Villalba. Desde San Germano hasta su desembocadura, el Garellano podía cruzarse por Ponte Corvo y Sezza. El primer paso estaba frente a San Germano y podía vigilarse desde el campamento principal allí instalado. Para vigilar el puente de Sessa tomó una torre fuerte de las proximidades e instaló allí 500 infantes y 350 jinetes al mando de Pedro de Paz.

Los franceses llegaron a los pocos días frente al rio Garellano. En las siguientes semanas lo cruzaron o intentaron cruzar por tres veces, y por tres veces fueron obligados a repasarlo por las tropas del Gran Capitán, hasta que sufrieron un total descalabro el 28 de diciembre.


Los franceses cruzan el río por primera vez

El 13 de octubre el ejército del marqués de Mantua cruzó el rio Garellano por el vado de Ceprano, situado más allá del extremo derecho del dispositivo defensivo español. Una vez en la orilla izquierda, se dirigieron a atacar Roca Seca. El Gran Capitán envió en su socorro una columna de infantería al mando de Pedro Navarro y García de Paredes por caminos de montaña, mientras que por el llano envió a Próspero Colonna con la caballería de los hombres de armas. Mientras tanto, Zamudio, Pizarro y Villalba resistieron los rechazaron los asaltos de los franceses, que se retiraron nada más aparecer la infantería española de refuerzo por la montaña.

El marqués de Mantua dirigió el ejército a Aquino, localidad situada entre el paso de Ponte Corvo y San Germano. El Gran Capitán marchó con sus fuerzas a colocarse entre Aquino y Ponte Corvo, para encerrar al ejército francés entre él mismo, el rio y las plazas y guarniciones de Roca Seca, Montecasino y San Germano. Pero el marqués comprendió el peligro que se cernía sobre él y cruzó el rio por Ponte Corvo antes de que llegasen los españoles. A pesar de ello, la vanguardia española cayó sobre la retaguardia francesa y les causó numerosas bajas. El ejército francés se fortificó en la orilla derecha del rio, y el Gran Capitán regresó con sus tropas a San Germano.

Los franceses intentan cruzar el río por segunda vez

Como era de esperar, el siguiente paso lo dió el marqués de Mantua, mientras el Gran Capitán permanecía a la espectativa tras haber comprobado que el dispositivo defensivo montado tras el rio Garellano funcionaba. Los franceses marcharon a sitiar Roca Guillermina, fortificación ubicada a la derecha del río. Simultáneamente el marqués destacó unas compañias para tender un puente sobre el rio Garellano al abrigo de Roca Andria. Esta era una fortificación situada en la orilla izquierda entre San Germano y la desembocadura del rio. Pero García de Paredes fue enviado contra Roca Andria, la tomó en un solo día, e impidió el lanzamiento del puente.

Los franceses intentan cruzar el río por tercera vez

Tras este nuevo revés, el marqués decidió cruzar el río de nuevo por el puente de Sessa y caer sobre los españoles. El plan consistía en marchar rio abajo hacia la desembocadura del Garellano, construir un puente sobre barcas junto al puente original, que había sido destruido por los españoles, cruzar el río, marchar rio arriba por la orilla izquierda, caer por sorpresa sobre el campamento español de San Germano y batirlos simultáneamente con los fuegos de su potente artillería asentada en una altura cercana que ya habían identificado.

La ejecución del plan se inició conforme lo previsto el 6 de noviembre, pues los franceses consiguieron cruzar el rio Garellano y sorprender a la guarnición española que vigilaba aquel sector al mando de Pedro de Paz. Pero la resistencia que éste presentó fue sificiente para que llegasen en su socorro primero las tropas de Pedro Navarro y seguidamente las del propio Gran Capitán, que cabalgaba al frente de sus tropas blandiendo una alabarda. A pesar de ello, los franceses consiguieron acabar de tender el puente sobre barcas gracias a los fuegos de su artillería, ventajosamente emplazada para apoyar el trabajo de los pontoneros. Los franceses cruzaron el río y se apoderaron de una trinchera levantada por los españoles a corta distancia del margen del río. Siguió un combate cuerpo a cuerpo en el que el marqués de Mantua se vió imposibilitado de utilizar su artillería. Los capitanes españoles pelearon aquel día como soldados, dispuestos a vencer o morir por su jefe.

Por fín la resistencia francesa se quebró gracias al empuje de García de Paredes y se vieron forzados a repasar el rio Garellano por el puente de barcas recién construido. En el campo de batalla los franceses abandonaron muchos cadáveres. El río se llevó aguas abajo muchos de los hombres y caballos que intentaron cruzar a nado hacia la otra orilla.

La victoria española aquel día no impidió que el ejército francés siguiese acampado frente al español al otro lado del río, pero sirvió para eliminar un peligro que cayó sobre ellos y para demostrar a los franceses su carácter combatiente. Dias antes el marqués de Mantua había recriminado a Ivo de Alegre con las siguientes palabras:

- "No sé cómo os dejásteis desbaratar en Ceriñola por aquella canalla."

Tras el combate de este día, Ivo de Alegre le respondió al marqués:

- "Estos son los españoles que nos desbarataron; considerad ahora lo que es esa canalla de que hablabais."

El marqués de Mantua sufrió un duro revés con esta nueva derrota. Había perdido el presigio ante sus soldados, que le odiaban por su dureza en el mando; sus subordinados inmediatos le obedecían con visible disgusto y las disensiones con él, ocultas al principio, llegaron a hacerse públicas. Por ello el marqués de Mantua cedió el mando del ejército al marqués de Saluzzo, otro italiano, y abandonó aquel ejército que tanto le odiaba.

Descalabro francés del día 28 de diciembre

A la victoria del 6 de noviembre siguieron unos días de fuertes tormentas y lluvias torrenciales que convirtieron los campamentos en auténticos lozadales. El campamento español estaba situado más bajo que el francés y se llevó la peor parte. A este inconveniente, que acrecentaba las penalidades del ejército español, se unió el hecho de la falta de pagas a los soldados. Hubo conatos de amotinamiento. Algunos capitanes y soldados opinaban abiertamente que debían levantar el campo e ir a Capua a invernar. Pero el Gran Capitán apaciguó aquel estado de ánimos con energía y afirmando que se negaba a abandonar allí al ejército francés sin intentar un ataque decisivo. Y añadió:

- "Más quiero la muerte dando dos pasos adelante que cien años de vida dando un solo paso atrás."

Por aquel entonces el embajador español, en comunicación y de acuerdo con el Gran Capitán, logró atraerse a los Ursinos al partido español, de modo que el jefe de esta poderosa familia italiana, Bartolomé Albiano, se presentó en el campamento español con un refuerzo de 3.000 soldados. Fue entonces cuando el Gran Capitán creyó llegado el momento de atacar a los franceses cruzando el rio simultáneamente por dos sitios para cogerles en medio. De esta manera, el ejército francés fue completamente destruido en la mañana del 28 de diciembre de 1503 en la batalla de Garellano

BATALLA DE GARELLANO (28 de diciembre de 1503)

Completa victoria del Gran Capitán sobre el ejército francés al mando del marqués de Saluzzo, a resultas de la cual los franceses abandonaron Nápoles.

Un mes y medio después del último intento de los franceses por cruzar el rio Garellano, y tras haber sido reforzado con 3.000 soldados italianos al mando de Bartolomé Albiano, jefe de los Ursinos, el Gran Capitán decidió llegado el momento de asestar un golpe definitivo al ejército francés acampado frente a él en la orilla derecha del río Garellano.

El sencillo plan concebido por el Gran Capitán consistía en un ataque al campamento francés tras haber cruzado el río por un puente que habría que tenderse unas cuatro millas aguas arriba del puente de barcas construido por los franceses en la jornada del 6 de noviembre. El nuevo puente fue tendido con todo sigilo la noche del 27 al 28 de diciembre. Al día siguiente los españoles se pusieron en movimiento.

Bartolomé Albiano iba en vanguardia con la caballería ligera. Pedro Navarro iba a continuación con el cuerpo de infantería española, donde marchaban García de Paredes, Zamudio, Pizarro y Villalba. Le seguía Próspero Colonna con los hombres de Armas. Cerraba la marcha el Gran Capitán con el resto del ejército. Las tropas de Albiano y Pedro Navarro sorprendieron un destacamento normando y de caballería francesa en Suio y lo arrollaron a su paso.

En vista del mal tiempo reinante desde hacía un mes y medio y de que las lluvias no cesaban, el marqués de Saluzzo, nuevo jefe del ejército francés, decidió retirarse a Gaeta a pasar el invierno, por creer imposible realizar ninguna operación militar en aquellas condiciones climatológicas. Ya había tomado acciones para iniciar esta retirada, pues había embarcado la artillería para que la llevasen por el río hasta el golfo de Gaeta, pues su traslado por aquellos empantanados caminos habría impedido la marcha del ejército francés. Por tanto, su sorpresa fue grande cuando los supervivientes del ataque a Suio le anunciaron la llegada inmimente de los españoles. El marqués ordenó la inmediata retirada a Gaeta. Cuando las tropas de Albiano y Pedro Navarro llegaron al campamento francés lo encontraron vacío.

La caballería de Albiano y Colonna se adelantó y alcanzaron a los franceses cuando pasaban por un puente sobre el lecho de un corto rio que hay antes de llegar a Mola di Gaeta, y les obligaron a hacerles frente, cosa que el marqués de Saluzzo hizo para evitar que la retirada se convirtiera en una desbandada. Al llegar al lugar el grueso del ejército del Gran Capitán, la infantería de Pedro Navarro y de García de Paredes atacó con tal ímpetu que los franceses atravesaron el puente y se refugiaron en Mola dispuestos a pernoctar aquella noche.

El Gran Capitán ordenó a Pedro Navarro y a García de Paredes que marcharan fuera de caminos hasta colocarse detrás del pueblo para cortar la retirada al enemigo y atacarles de flanco y por su retaguardia. Al amanecer del día siguiente, los franceses salieron de Mola. Les siguió el grueso del ejército español y cuando les alcanzaron, las tropas de Pedro Navarro y García de Paredes atacaron de flanco y por la retaguardia, provocando el colapso de los franceses, que se desbandaron e iniciaron una desordenada huida perseguidos por la caballería de Colonna, abandonando la artillería que llevaban consigo, banderas, equipajes y carros de transporte. Los supervivientes de aquel día se refugiaron en Gaeta, mientras que el ejército vencedor acampó aquel día en Castiglione, frente a Gaeta.

Los franceses sufrieron entre tres y cuatro mil muertos, y otros tantos desaparecidos y prisioneros. Ese día el caballero Bayardo de distinguió por su valor, peleando como un bravo y perdiendo tres veces su caballo. La destrucción del ejército francés fue total, de manera que el 1 de enero se efectuó la capitulación de Gaeta y el abandono de los franceses del reino de Nápoles.

La derrota francesa fue de tal envergadura que provocó la capitulación de Gaeta el 1 de enero de 1504. El Gran Capitán hizo su entrada triunfal en Nápoles por segunda vez, donde el pueblo y las autoridades locales le recibieron con mayor entusiasmo que cuandola victoria de Ceriñola.

En Francia, la noticia del desastre de Garellano y la capitulación de Gaeta sumieron al rey, la Corte y la nación en un profundo abatimiento. Todo ello, unido a la derrota sufrida en el Rosellón, convencieron a Luis XII de la inutilidad de continuar la lucha. Abiertas las negociaciones con España, se concluyó un tratado de paz el 11 de febrero de 1504, que fue ratificado por el Reyes Católicos en Santa María de la Mejorada en el mes de marzo. En virtud del tratado, el reino de Nápoles pasó a poder de España.

Pocos meses después murió la reina Isabel la Católica, valedora de El Gran Capitán.

Consideraciones
Si en la primera campaña el Gran Capitán dió excelentes muestras de liderazgo y organización, en su segunda campaña brilló su genio militar.

En Calabria, Barletta, Ceriñola y Garellano permaneció a la defensiva inicialmente observando y estudiando al enemigo, estorbándole con audaces reacciones ofensivas y maniobrando para llevarle a su terreno, hasta estar en condiciones de asestar el ataque definitivo. Siempre evitó aceptar una batalla hasta no tener seguridad en la victoria o en obtener un mal menor que no entablando el combate.

Supo anticiparse a las intenciones del enemigo y reaccionar con rápidas marchas. Dió muestras de saber emplear las tres armas combinadas entre sí y adaptándolas al terreno para extraer el mayor beneficio del fuego de los arcabuces y piezas de artillería. Obtenida una victoria, perseguía el éxito hasta el final, como demostró en Gaeta cuatro días despúes de su victoria en Garellano.

Finalmente, se adelantó al empleo del ejército en partes separadas y alejadas del núcleo común, pero formando todas ellas una fuerza única capaz de concentrarse oportunamente en el lugar y momento adecuados.

Conocía las cualidades del soldado que conducía, por lo que no dudó en exaltar hasta el fanatismo sus virtudes para pedirle esfuerzos y sacrificios extremos; y no se empeñó en pedirle esfuerzos para los que no estaba preparado, por lo que la seguridad de sus campamento no descansaba en escuchas o centinelas estáticos, sino que establecía patrullas y mantenía un tercio de la tropa en armas.
Avatar de Usuario
xino
Coronel
Coronel
Mensajes: 5632
Registrado: 31 Ago 2005

Medallas

Parches

Mensaje por xino »

Muy bueno el articulo y muy buenas las aptitudes del general que da nombre a este foro :lol:


P.D:Comandante Gravina pon las fuentes que es obligatorio :dpm:

Un saludo
Cada vez que miro un de esos grabados del tal Goya me vienen a la memoria aquellos desgraciados con sus ojos de desesperación, engañados por reyes, generales y ministros durante siglos de hambre y miseria, analfabetos e ingobernables, con su orgullo y su furia homicida como único patrimonio.
____________________
Pallida mors aequo pulsat pede pauperum tabernas, regumque turres
Comandante Gravina

Mensaje por Comandante Gravina »

Bien he tirado por la via rapida asi que solo hay una fuente: www.ingenierosdelrey.com
Es una pagina muy buena y muy bien documentada. Aqui va la tercera campaña de Italia, que es mucho mas corta que las anteriores.

Un saludo a todos
Comandante Gravina

Tercera Campaña de Italia

Mensaje por Comandante Gravina »

TERCERA CAMPAÑA DE ITALIA 1511-1513

El papa Julio II deseaba recobrar los estados de la Iglesia que la República de Venecia le había arrebatado en guerras anteriores. Para ello invitó a todos los príncipes y soberanos que tuviesen algún conflicto pendiente con Venecia a formar una Liga contra esta República. Las conversaciones diplomáticas fructificaron en la creación de la Liga de Cambray, formada definitivamente el 1508 por el papa Julio II, el emperador de Alemania, el rey don Fernando el Católico de España y el rey Luis XII de Francia.

De todos ellos, el más belicoso era el rey francés, que deseaba resarcirse de la pérdida de Nápoles en favor de España durante la segunda campaña de Italia del Gran Capitán. Por ello, una vez ratificado el tratado de creación de la Liga, cruzó los Alpes, derrotó a los venecianos el 14 de abril de 1509 en Agnadel, sobre la orilla izquierda del Adda y les ocupó gran parte del territorio de la Lombardía.

Pero el rey don Fernando el Católico se volvió receloso de las intenciones de Luis XII, y en uno de esos giros de los que tan favorable es la política, en 1511 firmó una Santa Liga con el papa y los venecianos para expulsar a los franceses de Italia. Por este tratado el rey católico español proporcionó un ejército de 1.200 hombres de armas de caballería pesada, 1.000 jinetes de caballería ligera y 10.000 infantes al mando del virrey de Nápoles, don Ramón de Cardona, que llevaba a sus órdenes de Pedro Navarro, Fabricio Colonna y al marqués de Pescara, y que ejercería el mando de las fuerzas combinadas.

Esta nueva campaña de Italia, la tercera del ejército español en aquellas tierras, coincidió con las labores diplomáticas de acercamiento al rey de Navarra para evitar su alianza con Luis XII y que terminó con la conquista de Navarra por don Fadrique de Toledo, duque de Alba, en nombre del rey don Fernando el Católico.

Las tropas del virrey de Nápoles iniciaron la marcha hacia el norte, conquistado por el camino la plaza fuerte de Gémbolo. Una vez unidas a las fuerzas del papa, el ejército se dirigió a formalizar el sitio de Bolonia, pero fracasaron en su intento en enero de 1512.

El ejército francés estaba al mando de Gastón de Foix, nuevo duque de Nemours y nieto de Luis XII. En sus filas militaba como aliado Alfonso de Este, duque de Ferrara. Tras haber impedido la caída de Bolonia y haber conquistado la ciudad de Brescia, el duque de Nemours se dirigió a Rávena con intención de sitiarla y tomarla para evitar que por su puerto le llegasen refuerzos y suministros a los aliados. Estos marcharon contra los franceses para levantar el sitio, pero fueron vencidos por el duque de Nemours en la batalla de Rávena

BATALLA DE RÁVENA (11 de abril de 1512)


Derrota de don Hugo de Cardona, virrey de Nápoles, ante Gastón de Foix, duque de Nemours, a pesar del éxito demostrado por la infantería española, que derrotó a la alemana y a la francesa y supo resistir la caballería pesada francesa.

Rávena se encuentra en la orilla izquierda del rio Ronco. Los franceses habían establecido su campo en la llanura que existe entre este río y el Montone, para sitiar la ciudad, tomarla e impedir que fuese de puerto de entrada de refuerzos y aprovisionamientos para el ejército aliado.

El virrey de Nápoles se aproximó a la ciudad por la orilla derecha para levantar el sitio. Una vez llegado al rio Ronco, desplegó la infantería española en primera línea al mando de Pedro Navarro, y a la infantería italiana detrás en segunda fila. A la izquierda de la infantería desplegó a la caballería pesada de los hombres de armas al mando de Fabricio Colonna. A la derecha y algo a retaguardia colocó a la caballería ligera al mando del marqués de Pescara. Delante de la infantería colocó la artillería de poco calibre y unos 30 carros armados con largos cuchillos que tenían objeto destrozar al enemigo en el momento del choque. La artillería de grueso calibre quedó desplegada delante de los hombres de armas.

Gastón de Foix, el nuevo duque de Nemours, dejó a 3.000 hombres y 2 cañones frente a la plaza de Rávena y se dirigió con el resto (24.000 infantes, 4.000 jinetes y 50 piezas de artillería) a hacer frente al virrey de Nápoles, que contaba con 18.000 infantes, 2.000 jinetes y 24 cañones. Desplegó con la artillería en el centro, la infantería en la izquierda y la caballería a la derecha. Quedaban, pues, enfrentadas ambas infanterías y ambas caballerías. Los franceses iniciaron la batalla cruzando el río Ronco y avanzando sobre el ejército aliado hasta una distancia de unos 150 pasos. En vista de que éste se mantuvo en sus posiciones sin moverse, el duque ordenó hacer alto sin atreverse a atacar. A continuación se inició un vivo cañoneo que duró bastante tiempo y en el que la infantería francesa llevó la peor parte y sufrió numerosas bajas. En vista de ello el duque de Nemours sacó la artillería del centro de su despliegue y la llevó al extremo derecho, junto a la caballería, al tiempo que comenzó a extender este ala en un movimiento de arco hasta rebasar el ala izquierda de los aliados y amenazar su flanco y retaguardia.

Una vez finalizado el movimiento envolvente, la artillería francesa rompió el fuego en diagonal contra la izquierda aliada, desordenando las filas de la caballería pesada y provocando numerosas bajas. Fabricio Colonna no pudo soportar asistir el ataque de la artillería francesa sobre ellos sin hacer nada, así que ordenó la carga sobre la caballería francesa que tenía frente él, sin que lo autorizara el virrey. Ese era el resultado que esperaba el duque de Nemours: atraer la caballería enemiga a un terreno más llano y apto para el combate de su caballería, los famosos hombres de armas franceses, la caballería por excelencia. Fabricio Colonna recibió el refuerzo de la caballería ligera del marqués de Pescara, pero a pesar de todo fueron arrollados por los franceses, que cogieron prisioneros a Fabricio Colonna y al marqués de Pescara. Al presenciar este descalabro, las tropas desplegadas en tercera línea y el virrey huyeron abandonando el campo.

Solo quedaron en su puesto los escuadrones de infantería española e italiana. La española estaba en primera fila y se había librado de los efectos de la artillería echandose a tierra tras unas sinuosidades del terreno. Observaronn la derrota de su caballería y la huida de su general en jefe. Una vez finalizada la munición de la artillería enemiga, vieron que todo el ejército francés se les echaba encima. Pero la infantería española reaccionó a la orden de su jefe, Pedro Navarro, y se echó sobre los primeros enemigos, que resultó ser la infantería de landquenetes alemanes, cuyas armas les sirvieron muy poco en el combate cuerpo a cuerpo. El choque fué muy violento y a punto estuvieron los españoles de desorganizarse. Pero éstos, siguiendo sus tácticas, se echaron debajo de las picas enemigas espada en mano atacando y matando alemanes. Una vez derrotada la infantería alemana, se enfrentaron a la francesa y a la del duque de Ferrara, a las que también vencieron.

Mientras tanto la infantería italiana de segunda línea fue acosada por un cuerpo de infantería francesa y una compañía de hombres de armas. Esto, unido a las bajas que la artillería les causó, hizo que comenzasen a flaquear. Pedro Navarro se dió cuenta de ello, y en lugar de lanzarse a atacar la artillería enemiga que tenía a su alcance, envió parte de sus tropas a socorrer a los italianos. Con el resto se dispuso a resistir el nuevo ataque de la infantería alemana y francesa, rehechos ya sus cuadros tras el fracasado ataque anterior.

El duque de Nemours se mostró impaciente al ver la resistencia de los cuadros de infantería española, y cargó contra ellos con todo lo que tenía a mano y con la caballería pesada de los célebres hombres de armas franceses. A pesar de ello, los españoles resistieron la tremenda carga de caballería, en la que el propio duque de Nemours resultó muerto.

Muertos casi todos sus coroneles y capitanes, Pedro Navarro aprovechó la confusión de los franceses para emprender ordenadamente la retirada de la infantería española. Pero en el intento el célebre capitán español resultó herido y hecho prisionero por los franceses. Su captura fue funesta para las armas españolas, pues Pedro Navarro se sintió abandonado por el rey Fernando el Católico y puso su talento al servicio del rey Francisco I.

Las bajas fueron muy altas en ambos ejércitos y pasaron de 11.000 los muertos y heridos. Entre aquellos se contaron Ivo de Alegre, lugarteniente del ejército francés en las dos campañas contra el Gran Capitán en Nápoles, y Pedro de Paz, que se había distinguido a las órdenes de éste también en las campañas de Nápoles. Pedro Navarro, Fabricio Colonna y el marqués de Pescara resultaron prisioneros de los franceses.

Consideraciones sobre la batalla

En esta batalla son de destacar el papel protagonizado por la artillería a la hora de quebrantar las fuerzas aliadas, y el de la infantería española, que mereció los elogios y admiración de sus mismos enemigos. Si el virrey hubiese permanecido en el campo con las fuerzas de la tercera fila en lugar de huir, tras la muerte del duque de Nemours la batalla hubiera resultado una victoria española.

A pesar de esta brillante victoria, las tropas francesas de Luis XII acabarían siendo expulsadas de Génova y Milán. En 1513 hicieron la paz con los venecianos y se vieron reducidos a la plaza de Novara, atacada por el duque de Milán, Sforza
Avatar de Usuario
Farolo
General de Ejercito
General de Ejercito
Mensajes: 18382
Registrado: 19 Jun 2004
Ubicación: España
Agradecido : 7 veces
Agradecimiento recibido: 6 veces
Contactar:

Medallas

Parches

Mensaje por Farolo »

6.3.7 En "elGranCapitan" se deben adjuntar las referencias de donde se ha consultado información para su redacción. No se debe copiar textos ni total ni parcialmente sino que deben ser opiniones y estudios personales. Todo esto no está en contradicción con pequeñas citas complementarias dentro del artículo siempre que claramente se indiquen.

Acción Moderador:
1º infracción. (FL) (Punto 4)
2º infracción. (FR) (Punto 4)
3º infracción. (FG) (Punto 4)
Mas vale tarde que nunca.

Hay que citar las fuentes y leerse las Normas.

Saludos
.-Nemo me impune lacessit
.-La estupidez también es un regalo de Dios, pero uno no debe abusar de ello. Juan Pablo II, pontifex.
.-Ladran, Sancho, luego cabalgamos...

--------------------------------------
Ab insomne non custita dracone
Avatar de Usuario
Rafa.Rodrigo (kappo)
General de Brigada
General de Brigada
Mensajes: 8888
Registrado: 20 Jul 2008
Ubicación: San Lorenzo de El Escorial
Agradecimiento recibido: 72 veces
Contactar:

Medallas

Parches

Re: Campañas de Italia

Mensaje por Rafa.Rodrigo (kappo) »

Una lástima me parecía un excelente texto para convertirlo en artículo. Desgraciadamente está copiado de "Los Ingenieros del Rey":

http://www.altorres.synology.me/index2.htm

"al Cesar lo que es del Cesar"
[...] y 100 millones de ducados [...]
------------------------------------
Ab insomne non custita dracone
Responder

Volver a “Historia Militar de España y Países Hispanohablantes”