Cartas desde Stalingrado
Publicado: 24 Oct 2004
Cartas Desde Stalingrado
El último radiomensaje recibido del VI Ejército fue el parte del tiempo del 2 de Febrero de 1943: "Temperatura 31 grados bajo cero STOP Stalingrado cubierta por la niebla STOP la estación meteorológica se despide STOP Saludos a la patria STOP". La propaganda nazi orquestada por Goebels ocultaba todavía la amarga realidad, pero como preludio de la tragedia, buscando símiles heroicos en las viejas sagas nórdicas a las que Richard Wagner, había puesto música, el diario oficial, el Völkischer Beobachter, anunciaba que los soldados alemanes estaban luchando en Stalingrado como los nibelungos contra los hunos.
El final fue patético. No morían como héroes de la superior raza germánica, sino desesperados y hambrientos o acribillados por las balas, aplastados por los tanques o despedazados por la artillería o los cohetes Katiuska o los lanza proyectiles conocidos como Organos de Stalin. Desde que empezó la última ofensiva rusa, el 10 de enero, ya no se luchaba, solo se moría.
El 24 de enero, Paulus describe la situación en un mensaje enviado por radio a Berlín: "Es terrible. Tenemos por lo menos 20.000 heridos a los que no hay posibilidad de atender y otros tantos soldados padecen congelamiento en distintas partes del cuerpo. Las escenas de la catástrofe son indescriptibles". Otro testimonio habla del olor pestilente a sangre, pus y excrementos en los sótanos de los edificios en ruina donde se habían trasladado heridos sin poder atenderles por falta de medicamentos. Permanecían casi todo el tiempo en la oscuridad, pues los sanitarios procuraban ahorrar las velas de sebo que aun les quedaban para iluminarse.
Ya no podía llegar ningún avión a las tropas sitiadas, porque se acababa de perder el último aeropuerto, la pista de Pitomnik. De allí había despegado el día anterior un Junker con 19 heridos y 7 sacas de correo. Contenían cartas de los soldados a sus familias en Alemania, conscientes la inmensa mayoría de los que habían podido escribir y enviarlas de que era su último adiós.
Casi ninguna llegó entonces a su destino. El Junker sobrevoló las líneas enemigas hasta aproximadamente 60 kilómetros al sur, donde habían quedado inmovilizadas las fuerzas alemanas procedentes de la región del Cáucaso, que mandaba el General Von Manstein. Pero cuando las cartas llegaron a Alemania, la mayoría fueron confiscadas por orden de Goebels.
Sus destinatarios no las recibieron hasta años después, ya concluida la guerra. Relataban su tragedia, en general sin reflejar derrotismo, pero dudando que la manera de morir a estas alturas de la batalla de Stalingrado fuera útil a la patria o dejando claro que sabían que estaban abandonados a su destino, que el Führer le había dejado en la estacada.
La mayoría de los que sobrevivieron murieron después en el cautiverio. Decenas de miles de prisioneros de guerra (condenados como mínimo a 25 años de trabajos forzados) participaron en condiciones precarias de alimentación y sanidad en la reconstrucción de Stalingrado y muchos pasaron después por los campos de concentración de Siberia.
Muchos alemanes escribieron misivas a sus familiares durante el asedio de Stalingrado, en las que plasmaban la dureza de las condiciones de vida en el frente, la angustia por el futuro incierto y el temor ante una muerte que sienten cercana. Las cartas publicadas en 1958 por Einadi en el volumen “Cartas desde Stalingrado”, fueron secuestradas por la censura militar ya que se consideraron “malintencionadas y desmoralizantes”.
Algunos fragmentos dicen así:
“No se si podré dirigirme a ti una vez mas; es necesario que esta carta llegue a tus manos y que lo sepas de una vez , por si acaso alguna vez vuelvo. He perdido las manos a comienzos del mes de diciembre. En la mano izquierda me falta el dedo meñique, pero lo peor es que en la derecha se me han congelado los tres dedos de en medio. Puedo coger el vaso con el pulgar y el meñique. Me encuentro mas bien inútil: cuando a uno le faltan los dedos es cuando comprende para que sirven incluso las cosas pequeñas. Kurt Hahnke –me parece que lo conoces desde que ibas al colegio, en 1937-, hace ocho días, en una pequeña calle paralela a la plaza roja, ha tocado al piano La Apasionada. No sucede todos los días: el piano estaba literalmente en la calle. Cada vez que pasaba un soldado tocaba un poco; ¿en que parte del mundo se encuentra pianos por las calles?
Otra carta afirma:
“Me he asustado cuando he visto el papel. Estamos completamente aislados, sin ayuda exterior. Hitler nos ha dejado. esta carta saldrá si el aeropuerto esta todavía en nuestras manos. Nos encontramos al norte de la ciudad. Los hombres de la batería lo intuyen también, pero no lo saben tan claramente como yo. Se acerca el fin. Hannes y yo nos iremos a la cárcel. Ayer he visto apresar a cuatro hombres por parte de los rusos, después de que nuestra infantería ha recuperado la avanzada. No, no iremos a prisión. Cuando caiga Stalingrado ya lo sabrás; entonces sabrás que ya no volveré a verte mas”
U soldado advierte en su misiva:
“Tu eres coronel, querido papa, y del estado mayor. Tu sabes lo que significa todo esto, por lo que me ahorraras explicaciones que podrían sonar a sentimentalismo. Es el final. Creo que aun durara unos ocho días mas; después se cerrara el cerco. No quiero indagar en los motivos a favor o en contra de nuestra situación. Estos motivos son perfectamente insignificantes y carecen de importancia, pero si pudiera añadir algo quisiera decir que no busquéis en nosotros las razones de esta situación, sino mas bien en vosotros y en quien responsable de todo. ¡Levantad la cabeza! Tu, papa, y quienes son de tu misma opinión, estad alerta para que no le suceda algo pero a nuestra patria. Que el infierno del Volga sirva de llamada de atención. Por favor, no hagáis que el viento se lleve esta lección”.
Una ultima carta dice:
“La muerte tiene que ser siempre heroica, entusasmante, que arrastre, que tenga una finalidad, que sea grande y convincente. En realidad, ¿qué es la muerte? Reventar, morir de hambre, de frió, un simple hecho biológico, como comer y beber. Caen como moscas y ninguno los sepulta. Yacen por todas partes a nuestro alrededor, sin piernas, sin ojos, con las tripas reventadas. Se tendría que hacer una película con la finalidad de impedir “la mas bella muerte del mundo”. Es una muerte bestial que un día será ennoblecida en una lapida de granito junto con los “soldados moribundos”, con la cabeza o el brazo escayolados”
Fuente:Grandes Batallas de la Segunda Guerra Mundial. Vol 3.
Ediciones Dolmen S.A.
http://www.vor.ru/Spanish/Stalingrado/stal_26.html
http://www.tuertas.galeon.com/bibliotec ... ngrado.htm
El último radiomensaje recibido del VI Ejército fue el parte del tiempo del 2 de Febrero de 1943: "Temperatura 31 grados bajo cero STOP Stalingrado cubierta por la niebla STOP la estación meteorológica se despide STOP Saludos a la patria STOP". La propaganda nazi orquestada por Goebels ocultaba todavía la amarga realidad, pero como preludio de la tragedia, buscando símiles heroicos en las viejas sagas nórdicas a las que Richard Wagner, había puesto música, el diario oficial, el Völkischer Beobachter, anunciaba que los soldados alemanes estaban luchando en Stalingrado como los nibelungos contra los hunos.
El final fue patético. No morían como héroes de la superior raza germánica, sino desesperados y hambrientos o acribillados por las balas, aplastados por los tanques o despedazados por la artillería o los cohetes Katiuska o los lanza proyectiles conocidos como Organos de Stalin. Desde que empezó la última ofensiva rusa, el 10 de enero, ya no se luchaba, solo se moría.
El 24 de enero, Paulus describe la situación en un mensaje enviado por radio a Berlín: "Es terrible. Tenemos por lo menos 20.000 heridos a los que no hay posibilidad de atender y otros tantos soldados padecen congelamiento en distintas partes del cuerpo. Las escenas de la catástrofe son indescriptibles". Otro testimonio habla del olor pestilente a sangre, pus y excrementos en los sótanos de los edificios en ruina donde se habían trasladado heridos sin poder atenderles por falta de medicamentos. Permanecían casi todo el tiempo en la oscuridad, pues los sanitarios procuraban ahorrar las velas de sebo que aun les quedaban para iluminarse.
Ya no podía llegar ningún avión a las tropas sitiadas, porque se acababa de perder el último aeropuerto, la pista de Pitomnik. De allí había despegado el día anterior un Junker con 19 heridos y 7 sacas de correo. Contenían cartas de los soldados a sus familias en Alemania, conscientes la inmensa mayoría de los que habían podido escribir y enviarlas de que era su último adiós.
Casi ninguna llegó entonces a su destino. El Junker sobrevoló las líneas enemigas hasta aproximadamente 60 kilómetros al sur, donde habían quedado inmovilizadas las fuerzas alemanas procedentes de la región del Cáucaso, que mandaba el General Von Manstein. Pero cuando las cartas llegaron a Alemania, la mayoría fueron confiscadas por orden de Goebels.
Sus destinatarios no las recibieron hasta años después, ya concluida la guerra. Relataban su tragedia, en general sin reflejar derrotismo, pero dudando que la manera de morir a estas alturas de la batalla de Stalingrado fuera útil a la patria o dejando claro que sabían que estaban abandonados a su destino, que el Führer le había dejado en la estacada.
La mayoría de los que sobrevivieron murieron después en el cautiverio. Decenas de miles de prisioneros de guerra (condenados como mínimo a 25 años de trabajos forzados) participaron en condiciones precarias de alimentación y sanidad en la reconstrucción de Stalingrado y muchos pasaron después por los campos de concentración de Siberia.
Muchos alemanes escribieron misivas a sus familiares durante el asedio de Stalingrado, en las que plasmaban la dureza de las condiciones de vida en el frente, la angustia por el futuro incierto y el temor ante una muerte que sienten cercana. Las cartas publicadas en 1958 por Einadi en el volumen “Cartas desde Stalingrado”, fueron secuestradas por la censura militar ya que se consideraron “malintencionadas y desmoralizantes”.
Algunos fragmentos dicen así:
“No se si podré dirigirme a ti una vez mas; es necesario que esta carta llegue a tus manos y que lo sepas de una vez , por si acaso alguna vez vuelvo. He perdido las manos a comienzos del mes de diciembre. En la mano izquierda me falta el dedo meñique, pero lo peor es que en la derecha se me han congelado los tres dedos de en medio. Puedo coger el vaso con el pulgar y el meñique. Me encuentro mas bien inútil: cuando a uno le faltan los dedos es cuando comprende para que sirven incluso las cosas pequeñas. Kurt Hahnke –me parece que lo conoces desde que ibas al colegio, en 1937-, hace ocho días, en una pequeña calle paralela a la plaza roja, ha tocado al piano La Apasionada. No sucede todos los días: el piano estaba literalmente en la calle. Cada vez que pasaba un soldado tocaba un poco; ¿en que parte del mundo se encuentra pianos por las calles?
Otra carta afirma:
“Me he asustado cuando he visto el papel. Estamos completamente aislados, sin ayuda exterior. Hitler nos ha dejado. esta carta saldrá si el aeropuerto esta todavía en nuestras manos. Nos encontramos al norte de la ciudad. Los hombres de la batería lo intuyen también, pero no lo saben tan claramente como yo. Se acerca el fin. Hannes y yo nos iremos a la cárcel. Ayer he visto apresar a cuatro hombres por parte de los rusos, después de que nuestra infantería ha recuperado la avanzada. No, no iremos a prisión. Cuando caiga Stalingrado ya lo sabrás; entonces sabrás que ya no volveré a verte mas”
U soldado advierte en su misiva:
“Tu eres coronel, querido papa, y del estado mayor. Tu sabes lo que significa todo esto, por lo que me ahorraras explicaciones que podrían sonar a sentimentalismo. Es el final. Creo que aun durara unos ocho días mas; después se cerrara el cerco. No quiero indagar en los motivos a favor o en contra de nuestra situación. Estos motivos son perfectamente insignificantes y carecen de importancia, pero si pudiera añadir algo quisiera decir que no busquéis en nosotros las razones de esta situación, sino mas bien en vosotros y en quien responsable de todo. ¡Levantad la cabeza! Tu, papa, y quienes son de tu misma opinión, estad alerta para que no le suceda algo pero a nuestra patria. Que el infierno del Volga sirva de llamada de atención. Por favor, no hagáis que el viento se lleve esta lección”.
Una ultima carta dice:
“La muerte tiene que ser siempre heroica, entusasmante, que arrastre, que tenga una finalidad, que sea grande y convincente. En realidad, ¿qué es la muerte? Reventar, morir de hambre, de frió, un simple hecho biológico, como comer y beber. Caen como moscas y ninguno los sepulta. Yacen por todas partes a nuestro alrededor, sin piernas, sin ojos, con las tripas reventadas. Se tendría que hacer una película con la finalidad de impedir “la mas bella muerte del mundo”. Es una muerte bestial que un día será ennoblecida en una lapida de granito junto con los “soldados moribundos”, con la cabeza o el brazo escayolados”
Fuente:Grandes Batallas de la Segunda Guerra Mundial. Vol 3.
Ediciones Dolmen S.A.
http://www.vor.ru/Spanish/Stalingrado/stal_26.html
http://www.tuertas.galeon.com/bibliotec ... ngrado.htm