Stalingrado y Paulus.
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Ruptura:
Hitler hizo un esfuerzo inmenso para que pudiera resistir. Envío a Rostov, con el fin de ayudarle a salvarse, a su mejor estratega, el mariscal Von Manstein, quien, en ese momento, combatía en el frente Norte para acabar con Leningrado. Tuvo que interrumpir esa campana, sin embargo muy necesaria, y bajar hasta Rostov. Un sacrificio enorme. La potente columna de carros liberadores que Manstein destaco para salvar al alelado Paulus y llevarle hacia la desembocadura del Don, en caso de ser necesaria esa retirada, logro llegar, a costa de terribles combates, hasta treinta y ocho kilómetros al sudoeste de Stalingrado. Bastaba con una salida final de Paulus y se hubiese salvado. Paulus contaba aun aquel día con mas de cien carros, provistos de importantes reservas de carburante, que completarían en el curso de los acontecimientos con los numerosos bidones de combustible que Hitler había ordenado lanzar en paracaídas a lo largo de los treinta y ocho kilómetros que tenían que franquear. Las posibilidades de una ruptura con éxito eran, pues, grandes.
El caso es que, un año mas tarde, en Tcherkassy , con nueve veces menos carros blindados que Paulus, logramos romper el segundo gran cerco soviético de la segunda guerra mundial, en circunstancias mas penosas. Después de veintitrés días de encarnizada lucha cuerpo a cuerpo, reventamos el cerco ruso. Cuando se quiere, se puede. Son los flojos los que pierden.
Abastecimiento aereo:
R.— Paulus fue abastecido por aire desde el principio. Imperfectamente, es cierto, pero las listas de necesidades que indicaban sus servicios estaban conscientemente infladas para obtener mas víveres. Además, también habían sido cercados treinta y dos mil caballos, que por muy flacos que se hubieran quedado ¡aun suponían una buena despensa!
¡Y además, que! ¡Ante la muerte no se cede! ¿Que hicieron los rusos cercados en Leningrado aquellos mismos años? Muertos de hambre, aguantaron, a pesar de todo, durante novecientos días. Pues bien, allí el mando soviético tuvo que alimentar, además de a los combatientes, a centenas de millares de civiles. Ellos no reclamaban sus dos mil calorías. Las mujeres y los niños morían a miles, tan enjutos como la leña seca. Pero la ciudad resistió durante casi tres años. Con el estomago oprimido y con la voluntad tensa, nadie cedió. Y gano el coraje.