A partir del instante en que los ejércitos romanos pusieron pie por primera vez fuera de Italia, tardaron cincuenta y dos años en conquistar el mundo. Polibio, si no me equivoco, establece como punto de partida la primera intervención en Iliria; cincuenta años justos, en todo caso, entre el comienzo de la segunda guerra púnica y la batalla de Pidna. Luego siguieron trece años de paz, interrumpidos por una nueva guerra en Iliria. Por lo visto a los dálmatas les viene de lejos lo de montar bronca.
Este pequeño conflicto, aprovechado para engrasar la maquinaria bélica, no era sin embargo sino la primera gota de la tormenta. Aunque la guerra en los Balcanes casi se había resuelto después de navidades, el 155 antes de Cristo descargó turbulencias y revoluciones en todo el Mediterráneo, en Asia Menor, en Grecia, en la Galia, en Hispania y en el norte de África, de forma súbita y simultánea. Polibio, que ya estaba a punto de concluir su obra, aprovechó para añadirle unos apéndices.
Escribiría una Historia nueva, en la que él ahora intervendría como testigo y protagonista. Sin embargo, aunque esta vez las puertas del templo de Jano no se cerraron hasta el 133 antes de Cristo, con la destrucción de Numancia, Polibio en sus apéndices sólo llegó hasta las destrucciones de Corinto y Cartago, en el 146 antes de Cristo. Nunca estuvo en Numancia. De haber estado allí, habría bordado un final apoteósico. No debe extrañar por tanto que Cicerón lo creyera. La tercera guerra púnica, en realidad, entra dentro del ciclo numantino. Así lo conocieron en su día.
Una vez, un amigo, aficionado por su oficio de camionero a los podcast de Historia, me dijo sorprendido: “Pues ahora me entero de que hubo una tercera guerra púnica.” Nadie se escandalice; en el Gran Capitán tampoco se le había dedicado un hilo hasta ahora, y sin embargo, a mi gusto, la contienda más decisiva de todo el siglo II antes de Cristo, la que verdaderamente marca un antes y un después.
Empezaremos, por supuesto, por las causas, por las guerras númidas, con un fragmento de los más importantes de Apiano y también uno de los más confusos. Llenad la cantimplora porque nos vamos a la árida Libia, a las estribaciones del Atlas.
- “Así termino la segunda guerra entre romanos y cartagineses, que comenzó en Iberia y acabó en África, de acuerdo con los tratados ya expuestos, que incluían a la propia Cartago. Esto sucedió en la ciento cuarenta y cuatro olimpíada, según el cómputo griego. Masinissa, irritado contra los cartagineses y envalentonado por su amistad con Roma, se apoderó de una gran extensión del territorio cartaginés, so pretexto de que ya le había pertenecido en otro tiempo. Entonces, los cartagineses llamaron a los romanos para pedirles que procuraran una avenencia entre ellos y Masinissa. Los romanos, en consecuencia, enviaron árbitros con órdenes de favorecer cuanto pudieran a Masinissa. De este modo, este último se apropió de una parte del territorio de los cartagineses y se efectuó un tratado entre ambos que tuvo vigencia durante cincuenta años. En este tiempo, Cartago, que gozó de una paz ininterrumpida, acrecentó sobremanera su poderío y población a causa de la fertilidad de su suelo y de su buena posición junto al mar.
Muy pronto, como sucede en situaciones de prosperidad, surgieron diferentes facciones, había un partido prorromano, otro democrático y un tercero que estaba de parte de Masinissa. Cada uno de ellos tenía líderes destacados por su reputación y valor. Annón el Grande era jefe del partido filorromano, a los partidarios de Masinissa los encabezaba Aníbal, apodado el Estornino, y la facción democrática tenía como líderes a Amílcar el Samnita y a Cartalón. Estos últimos, aprovechando que los romanos estaban en guerra contra los celtíberos y que Masinissa había marchado en auxilio de su hijo, que estaba rodeado por otras fuerzas iberas, convencieron a Cartalón, jefe de las tropas auxiliares y que, por razón de su cargo, recorría el país, para que atacase a unas tropas de Masinissa acampadas en un territorio en litigio. Éste mató a algunos de ellos, se llevó el botín y azuzó a los africanos rurales contra los númidas. Otros muchos actos de hostilidad tuvieron lugar entre ellos, hasta la llegada de nuevos emisarios romanos, con vistas a restablecer la paz, a los cuales se les ordenó, de igual manera, ayudar en secreto a Masinissa. También ellos consolidaron a Masinissa en los territorios que había ocupado antes con la táctica siguiente. No dijeron ni escucharon nada, a fin de que Masinissa no resultara perjudicado como en un juicio, sino que, situándose en medio de ambos litigantes, estrecharon sus manos. Éste fue el modo en que exhortaron a ambos a mantener la paz. Poco después, Masinissa provocó una disputa con motivo del territorio conocido como “los campos grandes” y del país, perteneciente a cincuenta ciudades, que llaman Tisca. A causa de lo cual los cartagineses acudieron de nuevo a recurrir ante los romanos. Y éstos les prometieron también, entonces, enviarles emisarios para el arbitraje, pero se demoraron hasta que supusieron que los intereses cartagineses se habían perdido casi por completo.
Entonces, enviaron a los emisarios y, entre otros, a Catón, los cuales, al llegar al territorio que era objeto de disputa, pidieron a ambas partes que dejaran en sus manos todo el asunto. Masinissa, en efecto, dado que ambicionaba más de lo que le correspondía y tenía plena confianza siempre en Roma, consintió, pero los cartagineses sentían sospechas, puesto que sabían que los anteriores embajadores no habían dado decisiones imparciales. Dijeron, por consiguiente, que no deseaban litigar ni hacer rectificación del tratado hecho con Escipión y que sólo se quejaban de su transgresión. Sin embargo, los enviados no aceptaron arbitrar en cuanto a partes y regresaron, no sin antes haber inspeccionado detalladamente el país y ver lo bien cultivado que estaba y los grandes recursos que poseía. También entraron en la ciudad y comprobaron cuán grande era su fuerza y cómo había aumentado su población desde su derrota ante Escipión, no hacía mucho tiempo. Cuando estuvieron de regreso en Roma, manifestaron que, más que envidia, era temor lo que debían sentir ante Cartago, una ciudad enemiga tan grande y próxima que había crecido tan fácilmente. Catón, en especial, dijo que ni siquiera estaría segura la libertad de Roma hasta que destruyeran Cartago. Cuando el senado oyó estas cosas, decidió hacer la guerra, pero necesitaba aún de algún pretexto y mantuvieron su decisión en secreto. Se dice que, desde aquella ocasión, Catón defendía de continuo en el senado la opinión de que Cartago no debía existir, y que Escipión Nasica sostenía una postura contraria, que debía preservarse Cartago como amenaza de la disciplina romana ya en vías de relajación.
La facción democrática en Cartago expulsó a los partidarios de Masinissa, unos cuarenta aproximadamente, y consiguió un voto de destierro e hicieron jurar al pueblo que no los volverían a recibir jamás y que no aceptarían propuesta acerca de su retorno. Los desterrados huyeron al lado de Masinissa y lo presionaron para que declarase la guerra. Éste, que también la deseaba, envió a Gulussa y Micipsa, dos hijos suyos, a Cartago con la demanda de que acogieran de nuevo a quienes sufrían destierro por su causa. Cuando éstos se aproximaron a las puertas de la ciudad, el jefe de las tropas auxiliares las cerró por temor a que los familiares de los desterrados movieran a compasión al pueblo con sus lágrimas. Amílcar el Samnita atacó a Gulussa cuando iba de regreso, mató a algunos de sus hombres y a él mismo lo puso en un aprieto. Masinissa tomó este hecho como un pretexto para atacar a la ciudad de Horóscopa, que deseaba poseer en contra del tratado. Los cartagineses marcharon contra Masinisa con veinticinco mil soldados de infantería h cuatrocientos jinetes ciudadanos bajo el mando de Asdrúbal, que era entonces el jefe de las tropas auxiliares. Asasis y Suba, lugartenientes de Masinisa, se pasaron a su bando con seis mil jinetes cuando estaban cerca, a causa de algunas diferencias con los hijos de Masinisa. Animado por estas fuerzas, Asdrúbal trasladó su campamento a un lugar más próximo al rey y, en algunas escaramuzas, obtuvo ventaja. Masinisa quiso tenderle una emboscada y se retiró poco a poco como si estuviera huyendo, hasta que llegó a una gran llanura desierta, rodeada por todos los lados de colinas y precipicios y falta de provisiones. Luego retrocedió sobre sus pasos y fijó su campamento en campo abierto. Sin embargo, Asdrúbal subió a las colinas, porque era una posición más sólida.”
Apiano, Sobre África, 67-70.