La Armada española (II). La era de los descubrimientos

La Armada Española (II). La Era De Los Descubrimientos

La era de las exploraciones y descubrimientos es uno de los momentos clave en la historia de la humanidad. Los viajes que emprendieron por mar desde el siglo XV los navegantes de Castilla y Portugal no solo transformaron radicalmente el conocimiento que los europeos poseían del mundo, sino que, precisamente por ello, marcaron el inicio de la primera globalización con la interconexión de los continentes y, por ende, el inicio de la Edad Moderna. Se trata de una empresa que ha fascinado desde sus propios orígenes, cuando un puñado de marinos se lanzaban a surcar la inmensidad de los océanos en pequeñas naves de madera. La precariedad y la incertidumbre eran constantes en singladuras que los alejaban durante años de sus hogares y del mundo conocido, y de las que pocos regresaron. Estos marinos han sido comparados, con justicia, con los actuales astronautas. Con ocasión del quinto centenario de uno de aquellos hitos, el inicio de la primera circunnavegación del globo, Desperta Ferro presenta este volumen, segundo de los dedicados a la Armada española, que profundiza en los entresijos y las múltiples facetas de la empresa descubridora.

batalla de Jutlandia Desperta Ferro Contemporánea n.º 32

Jutlandia

Cuando se hizo a la mar a finales de mayo de 1916, la Grand Fleet portaba consigo las seculares tradiciones adquiridas por la Royal Navy, pero también el pesado manto de la inactividad. La última gran batalla naval en la que habían participado los buques de la flota británica, Trafalgar, en 1805, tenía ya más de cien años de antigüedad. No era poca cosa porque, por aquel entonces, la Marina de guerra se había convertido en una ansiosa devoradora de recursos, necesarios para botar inmensas moles de acero erizadas de cañones. Esto era especialmente cierto en Alemania, un país sin tradición de guerra naval que había hecho un inmenso esfuerzo para poder disputar la supremacía, aunque solo fuera en el mar del Norte y en el Báltico, a los imbatidos británicos. Todo estaba a punto de ser posible. Aquel 31 de mayo de 1916, en plena Primera Guerra Mundial, la Grand Fleet y la Hochseeflotte del káiser Guillermo II chocarían en la batalla de Jutlandia. Esta es la historia que queremos desplegar ante nuestros lectores en este nuevo número de Desperta Ferro Contemporánea: por qué construyeron su flota los alemanes, cuáles fueron los juegos estratégicos que llevaron a todos aquellos buques a surcar el mar del Norte, dónde estuvieron los momentos más épicos y más decisivos de aquel inmenso duelo a cañonazos y hasta donde llegaron las consecuencias de la descomunal batalla de Jutlandia, que también fue el último gran encuentro entre acorazados de la historia. 

Crimea (I) Balaclava n.º 38 Historia Moderna

Crimea (I) Balaclava

Cuando estalló la Guerra de Crimea, Mijaíl Pogodin, el historiador ruso más influyente de la época de Nicolás I, advirtió que el imperio se aproximaba a una encrucijada: “Ha llegado el momento más grande de la historia de Rusia –más grande tal vez que la época de Poltava y Borodinó–. Si Rusia no avanza, retrocederá; esa es la ley de la historia”. Esa fue la esencia del conflicto en muchos sentidos. En palabras del historiador Orlando Figes, esta contienda fue la última cruzada y la primera guerra moderna. Esta simbiosis en apariencia contradictoria cobra sentido cuando se analizan las causas que llevaron a la ruptura del orden que había mantenido la paz en Europa desde la derrota de Napoleón en 1815. Todas ellas pivotan en torno a la llamada “cuestión oriental”, derivada del progresivo deterioro del Imperio otomano. El apoyo que la Rusia zarista, baluarte de la autocracia y la tradición, brindó a los nacionalismos balcánicos por razones religiosas y étnicas, chocó de pleno con los intereses de las potencias occidentales, el Reino Unido y Francia, epítomes del liberalismo comercial, que deseaban mantener con vida a la Sublime Puerta para ampliar a su costa las respectivas influencias en Palestina y Siria. Si a ello le sumamos las ambiciones enfrentadas en Asia central, que tratamos en nuestro n.º 11 (El Gran Juego), los paralelismos con la guerra fría que mantienen en la actualidad Rusia y los Estados líderes de Occidente en la región se hacen evidentes. Entonces, la escalada, tras una apertura desafortunada para los ejércitos del zar en la frontera ruso-turca del Danubio, se trasladaría a otro punto conflictivo en la actualidad, la península de Crimea, donde desembarcó una fuerza expedicionaria franco-británica para atajar el poder ruso en el mar Negro. La Guerra de Crimea fue la primera contienda industrial de la historia; en ella se utilizaron a escala masiva el fusil de ánima rayada, el barco de vapor, el ferrocarril y el telégrafo. Sin embargo, también fue una guerra entre caballeros. La fatídica carga de la Brigada Ligera, en la batalla de Balaclava –epicentro de este primer número que Desperta Ferro dedica a la Guerra de Crimea–, es sin duda el hecho más memorable de la contienda. Fruto de una cadena de errores, el sacrificio inútil de los jinetes británicos devendría en símbolo de la falta de adaptación del Ejército británico a los tiempos modernos desde Waterloo y, al mismo tiempo, se alzaría como paradigma del suicida romanticismo byroniano tan en boga en las islas británicas por entonces. Y aún estaban por llegar las penurias del sitio de Sebastopol…

Almanzor

Almanzor

El 9 de agosto del año 378, el 1131 desde la fundación de Roma, la civilización romana padeció un descalabro de proporciones bíblicas. En la catastrófica batalla de Adrianópolis un emperador cayó en el campo de batalla, junto con dos tercios de su ejército. Como una plaga de langosta, hordas de innumerables invasores bárbaros –godos, alanos y hunos– se desparramaron impunemente por el Imperio, saqueando y destruyendo a su paso sin hallar oposición alguna. Pero, ¿cómo se pudo llegar a tal situación? ¿Cómo pudo un pueblo bárbaro, hambriento y mal armado, aplastar a la flor y nata del Ejército romano? ¿Fue un cúmulo de azarosas coincidencias o síntoma de la descomposición del Estado? Y, sobre todo, ¿hasta qué punto fue este desastre un precedente de lo que sucedería tres cuartos de siglo más tarde, con la desaparición del Imperio romano de Occidente? Si a ese acontecimiento, a la caída de Roma, dedicamos el primer número de Desperta Ferro Antigua y Medieval, ahora, ocho años y cincuenta números después, abordamos otro desastre, el de la batalla de Adrianópolis, que sus contemporáneos percibieron con un carácter crucial. Tanto cristianos como paganos vieron cómo se resentía profundamente su fe en la solidez y eternidad de Roma, la aeternitas imperii, y de la trascendencia escatológica del momento dan testimonio las palabras de Ambrosio de Milán: in occasu saeculi summus, “vivimos el ocaso del mundo”. Asomémonos pues al abismo, hacia ese pozo que es el pasado, de aguas más oscuras según descendemos por la pendiente de los siglos, y que sin embargo pueden en su reflejo enseñarnos lecciones en tiempos de crisis migratorias y fines de época.

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