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Contexto histórico:
 
La ciudad de Numancia protagonizó uno de los más valerosos actos de resistencia que se dieron en la conquista de la Península por las fuerzas romanas.
 
Una vez concluida la guerra contra los cartagineses los romanos decidieron quedarse en la península Ibérica. Tras las campañas de Sempronio Graco en el 180 a.C. y la firma de unos tratados con los pueblos indígenas, Hispania conocería un periodo de relativa calma. Pero esta calma no duraría siempre; en el año 153 a.C. los habitantes de Segeda, capital de los belos, cerca de Calatayud, debido al incremento de su población, decidieron ampliar las murallas. Este acto no fue bien visto por Roma que rompió los acuerdos, dando lugar a las denominadas guerras celtíberas, que darían más de un disgusto a la todopoderosa Roma.

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La campaña del cónsul Nobilior (153 a.C.):
 
El encargado de someter a los celtíberos fue el cónsul Quinto Fulvio Nobilior. El ejército romano lo formaban 2 legiones, sus tropas contaban en total con 20.000 legionarios, 7.000 auxiliares ibéricos y 2.500 jinetes.
 
Los segedanos, al no tener tiempo de completar sus defensas, buscaron refugio en territorio arévaco, cuya capital, Numancia, los acogió y decidió apoyar su causa, a pesar de los frecuentes enfrentamientos con sus vecinos y de las represalias que tomarían las legiones. (Esta relación de apoyo mutuo entre distintos pueblos ibéricos no fue lo corriente y nunca se produjo una unión de todos frente al invasor). 
 
Nobilior llegó a Segeda y al encontrarla abandonada la arrasó y se dirigió a Numancia.
 
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Reconstrucción de Numancia en tres dimensiones.
 
Caro fue elegido caudillo de la rebelión indígena y se puso al mando de unos 25.000 hombres entre infantería y caballería. Rápidamente se dispuso a prepararles un recibimiento a los invasores. Caro no podía enfrentarse en campo abierto contra un ejército profesional que lo superaba ampliamente en armamento y cuestiones tácticas, pero sí podía prepararles una celada, ya que conocía el terreno perfectamente. Decidió situarse en la sierra de Santa Ana donde en la cobertura vegetal podía ocultar a sus hombres.
 
Una nube de polvo delataba la llegada de las tropas romanas que marchaban confiadas al ver como habían huido los de Segeda. Cuando la columna romana de más de 10 Km de longitud pasó frente a las huestes hispanas, estas se lanzaron contra los desprevenidos invasores. Tras horas de combate los romanos comenzaron a replegarse ordenadamente, pero la persecución celtíbera se hizo de forma indisciplinada, cada cual por su lado, sin el más mínimo orden y dejando los flancos sin proteger. La llegada de la caballería romana que marchaba prácticamente en su totalidad en retaguardia, en lugar de distribuirse también en vanguardia y en los flancos (como debería haber dispuesto el cónsul) frenó en seco la persecución indígena causando graves pérdidas en las fuerzas celtíberas y la muerte de su líder Caro. En total perecieron más de 6.000, pero el cónsul había perdido nada menos que 10.000 hombres. Vencer a los indígenas no sería tan fácil como pensaba el cónsul, pero las dificultades para Roma sólo acababan de comenzar.
 
Nobilior estableció su campamento a unos 4 Km de Numancia, en un lugar elevado cerca de Renieblas y esperó refuerzos. Entre estos destacaban 10 elefantes y unos 300 soldados de caballería númida del norte de África (de las mejores de la época).
 
Los romanos se pusieron de nuevo en marcha dispuestos a tomar Numancia mientras los celtíberos les esperaban a las puertas de la ciudad. La infantería ligera romana (vélites) armada con jabalinas comenzó a lanzarlas sobre los indígenas y éstos cargaron sobre los romanos. Nobilior mandó entonces avanzar a los elefantes que había situado en retaguardia y a la caballería, logrando romper las filas celtíberas que se retiraron a la ciudad. Una vez en el interior, los celtiberos comenzaron a lanzar todo tipo de proyectiles que habían ido almacenando contra las fuerzas invasoras. Una piedra de grandes dimensiones impactó sobre uno de los elefantes provocando la huida del animal hacia las filas de Nobilior, los demás paquidermos le siguieron causando el caos en los cuadros romanos. Los indígenas aprovecharon la situación y salieron en tromba de la ciudad cargando contra los romanos y haciendo huir a los invasores que sufrieron unas 4000 bajas y dejaron abandonado gran cantidad de material bélico. 
 
A Nobilior no le quedó otra que retirarse a su campamento donde pasó un duro invierno, muchos soldados murieron a causa del frio y la escasez de víveres. La campaña había concluido. El balance para el cónsul era desastroso: Más de la mitad del ejército perdido y el prestigio de Roma en entredicho.
 
Tras el desastre sufrido por Nobilior, Roma envía en el 152 a.C. a un nuevo cónsul: Marcelo, quien con una combinación de fuerza y diplomacia logra apaciguar a los celtíberos. Pero una vez más el Senado romano (influenciado por la familia de los escipiones) rechaza los pactos y prefiere la lucha armada, siguiendo la política que venía aplicando Roma en otras partes de Europa.
 
 
La rebelión del 143 a.C.:
 
Las tribus celtíberas, entre ellas los arévacos, pacificadas precariamente por el cónsul Marcelo, se levantaron contra Roma instigadas por Viriato y alentadas por sus continuas victorias.
 
Roma ante la gravedad de los hechos, manda como cónsul a Metelo, uno de sus mejores generales, vencedor en Macedonia y Grecia, experimentado en mil batallas, metódico, inteligente y audaz.
 
Metelo, llamado el “Macedónico” por sus victorias en aquellas tierras, con un ejército de más de 22.000 soldados y unos 2.000 jinetes, concibe la guerra como una empresa lenta y metódica. Para impedir el avituallamiento de los numantinos arrasa la región limítrofe (la región Vaccea). Pero su mandato acaba antes de enfrentarse con los ya famosos arévacos de Numancia.
 
Su sucesor Q. Pompeyo Aulo llegó a Hispania en el año 141 a.C. Aunque falto de la experiencia de su antecesor, sí contaba con un ejército compuesto por tropas veteranas cuyo número ascendía a 30.000 infantes y 2.000 jinetes. Los numantinos por su parte, aislados tras la campaña de Metelo, sólo contaban con unas 8.000 personas contando mujeres y niños.
 
Esta vez los numantinos estaban capitaneados por Megara, y si el anterior caudillo, Caro, había empleado una de las tácticas favoritas de los celtíberos como era la celada, éste emplearía otra no menos eficaz: fingir la huída y cargar.
 
Los numantinos, durante el tiempo que duró la campaña de Metelo el Macedónico, se habían dedicado a construir una intrincada red de defensas alrededor de las murallas. Estas defensas consistían en todo tipo de trampas, zanjas y estacas afiladas. Megara, ante la llegada de las legiones a Numancia, hizo salir a sus hombres de la ciudad y cargar por sorpresa contra los romanos, que no daban crédito a lo que veían. Tras la carga, los celtíberos se retiraron de nuevo al interior de los muros y Pompeyo Aulo creyendo que el enemigo huía lanzó a sus hombres en su persecución, que fueron cayendo en las trampas que los numantinos les tenían preparadas. Éstos cargaron nuevamente aprovechando el desconcierto de las legiones y lograron hacerlas huir, sufriendo numerosas pérdidas.
 
Al año siguiente y tras varias escaramuzas, Pompeyo Aulo volvió a intentar tomar aquella dichosa ciudad que tantos quebraderos de cabeza estaba dando a los romanos. Para ello empleó esta vez una táctica de asedio. Desvió incluso el cauce del rio Duero que surtía de agua a la ciudad con la intención de que se rindieran. Pero los constantes hostigamientos arévacos hicieron que Pompeyo levantara el cerco. Una vez más los numantinos salían victoriosos ante un ejército consular mejor preparado.
 

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Guerreros celtíberos hacia el 130 a.C.
 
 
Numancia, un insulto a Roma:
 
Tras la marcha de Pompeyo Aulo, llegó a Hispania en el año 139 a.C. un nuevo cónsul, Popilio Lenas, dispuesto a tomar Numancia. Tras llegar a la ciudad y ver que no salía nadie a su encuentro, decidió asaltarla. Los romanos pertrechados de escalas comenzaron a subir por los muros, pero algo raro sucedía; la ciudad parecía desierta, no se veía a nadie ni siquiera eran hostigados los soldados que ascendían por las murallas. Esto dejó perplejos a los romanos que creyeron estar cayendo en una de las famosas emboscadas indígenas. El pánico se apoderó rápidamente de ellos y emprendieron la huida. Los arévacos, al ver la situación, salieron de sus escondites y cargaron contra los romanos causándoles cuantiosas bajas.
 

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Al año siguiente fue Hostilio Mancinio quién tomó el mando de las tropas romanas que, como de costumbre, rondaban los 25.000 hombres entre legionarios y auxiliares, y como sus antecesores se dispuso a tomar la ciudad. Cuando se preparaba para el asalto, una masa enfervorecida de unos 8.000 celtíberos se lanzó sobre él. Los romanos no lograron reaccionar a tiempo y se dieron a la fuga. Los ejércitos romanos se estrellaban una y otra vez contra aquella ciudad. Numancia se había convertido en un insulto al poder de Roma. 
 
 
El final de Numancia:
 
"Escipión taló el país de los vacceos, recogió lo que podía servir para manutención de su ejército, a lo demás le puso fuego". (Apiano).
 
En el año 134 a.C. Numancia se había convertido en un insulto al imperio romano. La ciudad llevaba resistiendo 20 años los asaltos y asedios de los ejércitos consulares. En Roma, una plebe descontenta, hábilmente manipulada por la familia Escipión, reclamó que se hiciese cargo de la campaña contra los celtíberos un viejo general, Escipión Emiliano el Africano, vencedor de Cartago en el año 146 a.C. Pero el Senado, siempre temeroso del poder de los escipiones, y teniendo en cuenta la popularidad de éste, se opuso.
 
El malestar en Roma seguía aumentando y finalmente el Senado cedió a las presiones. Escipión Emiliano fue designado cónsul, por segunda vez, a la edad de 51 años. Con su nombramiento se habían quebrantando dos leyes: la que impedía su reelección como cónsul y la que establecía que el destino de éste se realizara por sorteo, ya que fue directamente enviado a Hispania.
 
Escipión Emiliano conocía la geografía hispánica y sabía cómo luchaban los valerosos pueblos celtíberos, ya que había estado con el cónsul Lúculo en el año 151 a.C. batallando contra los vacceos. El contingente de tropas que le asignaron al recién nombrado cónsul no llegaba a los 4.000 hombres; a estos hay que sumarles las tropas de campañas anteriores que se encontraban ya la Península, cuya disciplina era pésima y su estado y moral lamentables.
 
Escipión partió rápidamente hacia Tarraco, sabedor del duro trabajo que le esperaba. Comenzó a tomar medidas nada más llegar; primero expulsó a las prostitutas del campamento, a continuación mandó reparar la empalizada e impuso una dura disciplina a todos sus hombres. Llegó a teñirse la capa de negro en señal de luto hasta que sus tropas consiguieran una forma y disciplina aceptable. Así, tras largos meses de duro entrenamiento, en los que se realizaban diariamente largas marchas, se construían empalizadas y se cavaban fosos Escipión consiguió formar un ejército disciplinado que rondaba los 50.000 hombres. 
 

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A comienzos del verano de 134 a.C. comenzó la campaña. Escipión pretendía primero sustraer todos los recursos que pudieran llegarles a los numantinos, tanto de hombres como de víveres, así que comenzó por asolar la región vecina. Puso rumbo a Ilerda (Lérida) donde se aprovisionaron y desde allí se dirigió a Palantia. En las cercanías de la ciudad, un nutrido grupo de soldados se dispuso a recolectar trigo de los campos de alrededor, pues eran grandes las necesidades de tan numeroso ejército. Después de todo un día de trabajo, al caer la tarde, cuando los soldados estaban cansados, aparecieron cientos de vacceos salidos de no se sabe dónde que les cayeron literalmente encima. Entre los soldados romanos cundió el pánico y al poco todos huían hacia el campamento dejando atrás las necesarias cargas de cereal. Cuando Escipión conoció la noticia mandó a la caballería a socorrer a sus hombres. Al ver a ésta llegar los celtíberos huyeron hacia el interior de un bosque, hasta donde fueron perseguidos por los romanos. Al llegar a un acantilado, cuando la caballería se había adentrado suficientemente en el bosque, comenzaron a salir miles de guerreros que cargaban impetuosos contra los jinetes. Una vez más los celtíberos hacían caer al invasor en una de sus ya famosas celadas, el propio Escipión tuvo que ponerse al frente de un destacamento para hacer retroceder a los indígenas y evitar una masacre. Tras varias cargas de caballería los celtíberos se retiraron, desapareciendo en la espesura del bosque y dirigiéndose a Palantia. Escipión sabía que le sería muy difícil tomar la ciudad y decidió pactar con los vacceos, que le entregaron gran número de provisiones. Además su objetivo era la ciudad del Duero y un largo asedio a Palentia ponía en peligro su misión.
 
El siguiente paso en la ruta hacia Numancia fue la ciudad de Coca, a la que llegaron atravesando el Duero, donde los romanos tuvieron una nueva refriega con los celtíberos. Pero el carácter paciente y calculador del cónsul, que rehuía batallas estériles, evitó que sus tropas fuesen víctima de otra encerrona.
 
Coca había sufrido una masacre provocada por Lúculo años antes. Éste, tras penetrar en la ciudad con la excusa de llevar a cabo un pacto, asesinó a todos los varones mayores de trece años. Así que cuando llegó la noticia de que se acercaba un gran ejército, sus habitantes se prepararon para defender su ciudad.
 
Pero el objetivo de Escipión era otro, y tras exigirles la entrega de provisiones y rehenes para asegurarse de que no ayudarían a los numantinos prosiguió su camino, aunque no tuvo reparos en saquear la región y asaltar las aldeas a su paso. En una de ellas los indígenas trataron de prepararle otra celada, pero el astuto cónsul evitó una vez más que sus soldados cayesen en la mortal trampa. Entonces llegaron noticias preocupantes para Escipión: un ejército se aproximaba por su retaguardia.
 
Pronto se supo que las tropas que llegaban eran los refuerzos númidas del norte de África, compuestos por infantería, caballería (considerada la mejor del mundo en la época), elefantes y arqueros, que fueron recibidos con júbilo por los romanos. A estas nuevas tropas se unieron también hispanos que el cónsul consiguió reclutar en la región, engrosando de esta forma su ejército hasta más de 60.000 hombres.
 
Unos tres meses después de la partida, a comienzos de septiembre de 134 a.C., Escipión llegó a Numancia. Estableció su campamento en el fuerte de Renieblas, construido a comienzos de la guerra numantina por Nobilior y mandó construir otros dos más, uno al norte y otro al sur de la ciudad, comenzando así las tareas de un asedio que Escipión tenía meticulosamente estudiado. Acto seguido comenzó el levantamiento de una extensa empalizada que rodeaba la ciudad, cuyo perímetro excedía los 10 Km. Ni que decir tiene que los arévacos trataron por todos los medios parar la obra, pero la gran actuación de los arqueros númidas situados en lugares elevados, así como las continuas cargas de la caballería romana dieron al traste con los intentos indígenas de impedir la construcción.
 
A lo largo de la empalizada el cónsul mandó construir un foso y torres, una cada 50 metros, provistas de catapultas. También se levantaron otros seis campamentos más, sumando un total de ocho (Alto Real, Dehesilla, Molino, Castillejo, Valdevortán, Traveseros, Peña Redonda y Rasa), que estaban unidos por la muralla que rodeaba la ciudad. Igualmente levantó dos castros para controlar el paso fluvial del Duero. Escipión no escatimó en medios y parece desorbitada la cantidad de recursos que empleó, tanto humanos como materiales, para tomar una ciudad que no pasaba de los 8.000 habitantes.
 
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Los escasos 4.000 guerreros que resistían realizaron constantes incursiones, pero no lograron detener la construcción y toda la población fue tomando conciencia del calvario que les esperaba. El consejo de la ciudad se reunió para ver qué medidas se iban a adoptar en tan gravísimas circunstancias y tras considerar varias propuestas se decidieron por un ataque en masa. Para ello fueron seleccionados la mitad de los hombres disponibles, que al amanecer se descolgaron por los muros y cayeron sobre los legionarios. La sorpresa hizo que la balanza se inclinara rápidamente del lado hispano, la feroz acometida de los arévacos logró romper la primera línea defensiva, pero los soldados de las torres dieron la voz de alarma encendiendo antorchas y rápidamente acudieron más hombres desde los fuertes cercanos a cubrir la brecha. Finalmente Escipión al mando de la caballería por el norte y su hermano por el sur lograron frenar la ofensiva. Numancia seguiría sitiada.
 

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Ataque fallido a la empalizada romana (133 a.C.)
 
Después del fallido intento el desánimo cundió en la ciudad, los días iban pasando y los alimentos disponibles comenzaban a escasear, la situación se tornaba trágica. El consejo volvió a reunirse, pero las opciones eran pocas y el pesimismo se adueñó de la sesión. Fue entonces cuando un joven de nombre Retógenes propuso un plan: él junto con otros cinco voluntarios burlarían el cerco y pedirían ayuda a las ciudades vecinas. La propuesta fue aceptada y Retógenes y sus compañeros, tras preparar todo lo necesario, salieron del campamento entrada ya la noche. Lograron pasar sin graves dificultades y sin ser vistos la primera línea del cerco, degollando a sus vigilantes. Cuando llegaron al muro treparon por la torre y dieron cuenta de sus ocupantes, matando a toda la guarnición que dormía. De pronto sonaron las trompetas de alarma y comenzaron a acudir soldados al lugar, pero para entonces Retógenes y los suyos se alejaban ya de la ciudad a lomos de unos caballos que habían logrado pasar. Durante los días siguientes recorrieron la comarca buscando entre los pueblos vecinos aliados para su causa. Pero sus habitantes, temerosos de las represalias de Escipión, les negaron su ayuda. Aunque decepcionados, Retógenes y los suyos no se rindieron y decidieron buscar auxilio en tierras más lejanas; finalmente lo encontraron en Lutia, donde 400 valerosos guerreros se unieron a su causa. El número de hombres con que contaba Retógenes era muy reducido comparado con el de Escipión, pero podrían complicarle las cosas a los romanos en la retaguardia y hostigar sus líneas de abastecimiento. A ello se disponían cuando unos traidores comunicaron sus intenciones a los romanos, que llegaron prestos al lugar. Los hombres fueron ajusticiados en la plaza amputándoles las manos. Después de esto nadie querría ayudar ya a los numantinos, cuya suerte estaba echada.
 
Retógenes y sus compañeros decidieron regresar a Numancia, a pesar de saber que significaría su muerte; cruzaron las defensas y el muro empleando la misma táctica que al salir. Cuando dieron la funesta noticia de que nadie vendría a salvarlos, un grueso manto de amargura y desanimo cubrió la ciudad. Las reservas se estaban agotando y todos conocían cuál sería el final. Pasaban los meses y las esporádicas incursiones que realizaban los arévacos no conseguían crear una brecha en el cerco, la situación empeoraba por momentos y surgieron las enfermedades, cobrándose numerosas vidas entre la famélica población. El consejo se reunió nuevamente decidiendo pactar con los romanos. Una delegación partió a parlamentar con Escipión, pero este, conocedor de la crítica situación en la que se encontraba la ciudad no aceptó condiciones de ningún tipo.
 
Los numantinos decidieron entonces realizar una última carga, en la que todos los hombres disponibles lucharían hasta el final, pues de todas formas iban a perecer de hambre y así al menos morirían luchando. Los escasos hombres que aún se mantenían en pie, famélicos y desnutridos, atacaron el sector más propicio para la ruptura del cerco. Comenzaron fulminando cuantos romanos les salían al paso, pero como se había puesto de manifiesto anteriormente, en cuanto llegaron de los fuertes cercanos los refuerzos la carga se detuvo. La presión de las tropas romanas, muy superiores numéricamente, y el hostigamiento de catapultas y arqueros, hicieron que exhaustos, los numantinos recularan al interior de la ciudad. Así las cosas, aceptaron la rendición incondicional y después de quemar todo lo que pudiera servir al invasor, la mayoría de los habitantes se quitó la vida antes de acabar como esclavo o asesinado a manos romanas. Estos cuando al fin entraron en la ciudad tras más de quince meses de asedio contemplaron un panorama dantesco lleno de cadáveres. La ciudad que había resistido durante dos décadas al invasor fue pasto de las llamas. Escipión regresó victorioso a Roma, pero en la Península quedaban aún pueblos que someter y pasaría más de siglo y medio hasta la plena integración de Hispania en el Imperio, anexión que solo se consiguió sobre un humeante cementerio de ruinas.
 
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Vista aérea de las ruinas de Numancia.
 
 
BIBLIOGRAFÍA:
 
APIANO. Historia romana.
CARO BAROJA, Julio. Los pueblos de España I. Alianza Editorial 2003.
ESTRABÓN. Geografía. Libro III.
NICOLET, C. Roma y la conquista del mundo mediterráneo. LABOR. Barcelona 1982.
ROLDÁN HERVÁS, José Manuel. Historia Antigua de España I. UNED, Madrid 2001.
SALINAS DE FRÍAS, M. Conquista y civilización de Celtiberia. Universidad de Salamanca 2002.

 

TITO LIVIO. Historia de Roma.