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La historia interna del III Reich y su evolución es, en su mayor parte, una sucesión de enfrentamientos entre las diversas ‘familias’ o ‘secciones’ del movimiento. El III Reich, en teoría, era un sólido ‘todo’ unido bajo el indiscutible mando de Adolf Hitler. Este último punto era cierto, pero no que el III Reich fuera un ‘todo’, porque apenas bajados del primer nivel el régimen se descomponía en multitud de ‘familias’, ‘servicios’ y ‘organizaciones’ en lucha constante para acrecentar sus parcelas de poder y manteneras inmunes a las ‘injerencias’ de otros grupos. En su mayoría, estas ‘familias’ estaban bajo la dirección de los grandes personajes del régimen: Hitler, Himmler, Goebbels, Ley y compañía. En sus luchas internas, la última palabra la tenía Hitler, pero para influir en la decisión del Führer nadie desdeñaba echar mano de todo tipo de recursos. La expresión ‘cuadrilla de gangsters’ que en muchos casos se ha usado al hablar de este grupo cobra todo su sentido si, más que a su desempeño como ‘conquistadores’ se atiende a sus actividades en el seno del Estado que decían defender.

Tal vez el primer ejemplo, y el más claro, fue la liquidación de las SA en lo que ha pasado a la historia como ‘La noche de los cuchillos largos’. Las SA eran el ejército del partido: una enorme fuerza de cuatro millones y medio de hombres que había sido decisiva para que el NSDAP derrotara al Partido Comunista en la lucha por convertirse en la primera fuerza política de Alemania. La lucha había sido encarnizada, literalmente a tiros y golpes, y cumplían además con la función de dar al régimen su coartada de movimiento popular. Eran mucho más numerosos que el mismo ejército, parecían y eran un arma terrible y, si embargo, un día de verano de 1934 Hitler hizo detener y ejecutar a casi todos sus jefes y redujo al grupo a un papel marginal ¿Por qué? ¿Temía un golpe de mano contra él? Difícil, porque la fidelidad del movimiento hacia su persona era absoluta. De hecho, se dice que su líder, Ernest Roehm, murió diciendo "¡Heil Hitler!". Sin embargo, el caso es que el sacrificio de las SA fue el precio que debió pagar Hitler por hacerse dueño de Alemania. Veamos por qué. 

 Image result for sa coburgo parade 1923(Parada de las SA en Coburgo. Años 20)

 Qué eran las SA

Las SA habían sido una creación personal de Ernest Roehm (o Rohm). Éste, capitán de artillería de la Reichswehr, era simpatizante de los movimientos ultranacionalistas de posguerra, hasta el punto de llegar a integrarse en el NSDAP. Puede discutirse si las SA son herederas directas de los Freikorps formados por militares que se habían enfrentado a los comunistas en 1918-19 pero el caso es que muchos de sus miembros se integraron después de su disolución en lo que primero fue el Zeitfreiwilingen en 1920, que participó en el ‘putsch Kapp’ y que tras ser disueltas se camuflarían en organizaciones deportivas y que luego derivarían en la SA. Roehm era el encargado de supervisar estas organizaciones y proveerlas de armamento. Un armamento que salía de los depósitos secretos del Reischwehr, que los empleaba como tropas de choque contra los comunistas. En un principio, de hecho, vestían uniforme militar sin insignias. 

Los miembros de estos grupos fueron sintonizando, como decimos, cada vez más con el NSDAP, hasta que muchos de ellos se integraron en él formando en su seno las SA, (Sturm abteilung o secciones de asalto, nombre con reiminiscencias de las Sturmtruppen de la I GM). Estas SA eran una guardia paramilitar para mantener el orden en los mitines del partido (es decir, defenderlos de las agresiones de los comunistas) y garantizar su seguridad (es decir, atacar las reuniones comunistas) en un momento político en que la posibilidad de una revolución comunista en Alemania era vista como algo muy real y quien quisiera disputarles las masas populares, tenía que emplear al igual que ellos la fuerza. En realidad, en aquellos momentos no había más organizaciones políticas fuertes en Alemania que los grupos de extrema derecha y los comunistas. Los republicanos y demócratas no tenían base real (era muy escasa) y los partidos de inspiración cristiana eran algo más numerosos, pero no tanto como para poner en cuestión el poder de los extremismos, y además no utilizaba la fuerza como ellos. 

Roehm se integró en el NSDAP, pero no era un simple miembro del partido, sino que había colaborado con el mismo Hitler para transformar el DAP en el nuevo partido en 1921 y era, por tanto, su más antiguo camarada político. Roehm era, pues, miembro fundador del partido aunque dada su graduación militar se mantenía en un segundo plano en lo relativo a las SA, correspondiendo su mando teórico al teniente Hans Ulrich Klintzsch. Goering, héroe de guerra y que sería el gran rival de Roehm, se incorporaría en 1922.

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 (Goering en los tiempos del ‘putsch’ de Munich)

 Aquel movimiento por supuesto era visto con más simpatía por el Estado de Weimar que sus rivales comunistas. En 1923 las SA pudieron disponer ya con práctica libertad de los depósitos clandestinos de armas del ejército, gracias a Rohem, y en noviembre de ese mismo año formaron el grueso de las fuerzas con las que Hitler trató de dar un golpe de estado en Baviera, siendo derrotado. Junto a Hitler, sin embargo, había otro hombre: un joven llamado Heinrich Himmler, que tendrá que ver en esta historia.

 Image result for SA en 1923Las SA en 1923. Uniforme aún casi militar

Tras el fracaso del ‘putsch’, las SA fueron prohibidas, pero subsistieron bajo el nombre de ‘Bahnfront’ y continuaron haciendo proselitismo hacia el partido mientras Hitler estaba en la cárcel. Rohm emigró a Bolivia en 1925 como asesor de su ejército, pero en 1931 volvió a Alemania a petición de Hitler para reasumir sus funciones, si bien habían tenido disensiones previas. Roehm quería utilizar sus fuerzas exclusivamente como elemento militar. Hitler, como seguridad y propaganda. Roehm intentó realizar acciones por su cuenta, pero al prohibirlo Hitler (escarmentado por el fracaso del golpe de 1923) no insistió. En el intervalo entre Klintzsch, que dejó el mando de las SA en 1923 y Roehm, que tomó el mando efectivo a su vuelta de Bolivia, Goering mandó las SA (también hubo un periodo de mando por parte de Hitler y otro de un hombre de confianza de Roehm llamado von Salomon, nombre por cierto curioso para un nazi), dotándolas de una organización militar más rígida, pero subordinada a los intereses políticos, e integró en ellas algunos servicios que luego ser revelarían muy útiles, como la NSKK o sección motorizada del partido, que andando el tiempo fue un servicio auxiliar del ejército y que sirvió para que el Partido pudiera tener una cierta presencia en la Wehrmatch. En aquel momento, sin embargo, su misión era la de una fuerza de ‘acción rápida’ contra los comunistas y de transporte de los líderes del Partido, muy importante en un periodo en que las elecciones eran constantes en Alemania y en que Hitler había decidido llegar al poder por medios pacíficos.

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(Ernest Roehm)

Cuando en 1932 los nazis se acercaban al poder, las SA fueron de nuevo ‘oficializadas’ aunque su imagen (camisa parda y brazalete con la esvástica desde después del ‘pusch’ de Munich) nunca se había dejado de ver en Alemania. Fue gracias a ellos, a su labor de propaganda y enfrentamiento con los comunistas (el enemigo más evidente aún no eran los judíos) que Hitler pudo conseguir 230 escaños en julio de 1932. El 5 de marzo de 1933, con Hitler ya en el poder, las SA desfilaron oficialmente en Berlín y, después, se lanzaron y abiertamente a la caza de comunistas. El 22 de febrero un decreto les había encuadrado como auxiliares de la policía. Cuando el Reichstag fue incendiado y se dio vía libre a una cacería de comunistas todavía más abierta, ellos y un nuevo y pequeño grupo conocido como las SS (en realidad, un destacamento especial de las SA –pero independiente en la práctica- bajo el mando del citado Himmler) fueron quienes protagonizaron las operaciones.

En el verano de 1933, el NSDAP, en el poder y con Hitler como canciller, no contaba ya con oposición digna de tal nombre (aunque en el referéndum de confirmación de sus poderes Hitler recibiria siete millones de votos contrarios). Eran las SA las que lo habían conseguido.

Rivalidades y excesos

Sin embargo, la vinculación de las SA al partido no era tan sólida como parecía, al menos a nivel de sus cuadros más elevados. Roehm había sido el creador del movimiento y el hombre que lo había armado, a base de convencer a la Reichswehr de que el NSDAP era el instrumento más adecuado para oponerse a la amenaza comunista, y que confiaba en su enorme fuerza numérica (de los 600 hombres iniciales que habían participado en el ‘putsch’ de 1923 se había llegado ya a varios millones) como base del estado nacionalsocialista. Pero en pie de igualdad con él en el acceso a Hitler estaba Hermann Goering, antiguo héroe de guerra, que era el ‘rostro amable’ del NSDAP. Y más importante: Mientras Roehm era un radical que creía en la acción directa y que aspiraba a un estado populista, Goering era el enlace de Hitler con las grandes fortunas, los industriales, los conservadores y los altos mandos del ejército, llamados a ser los nuevos aliados de Hitler una vez que había alcanzado el poder ‘teórico’ con su nombramiento como canciller. La lucha por el poder tras Hitler en el seno del partido (que no terminaría hasta el interior del ‘bunker’ en 1945, con Bormann desplazando a Goering) comenzó entonces, con Goering y Himmler aliados contra Rohem.

En el momento de la toma del poder, las SA decidieron cobrarse todo aquello a lo que creían tener derecho. Se hicieron con un importante poder de facto: detuvieron a todo aquel en quien veían a un opositor (o a un no adicto a quien se pudiera extorsionar), establecieron cuarteles y campos de concentración y cometieron todo tipo de tropelías amparados en una práctica impunidad que partía de Hitler y Goering (ministro del Interior por entonces) y que inquietaron a las élites alemanas, que aún conservaban una importante parte del poder: el económico y el militar, y que por ejemplo habían impuesto a Von Papen junto a Hitler como instrumento de ‘control’.

 En Berlín, en 1933, había 600.000 SA (muchos de ellos, antiguos comunistas) y, organizadas en Sturmtruppe bajo el mando de Standartenführers se comportaban como un poder que podía desplazar a los demás en cualquier momento. Nadie estaba a salvo de ellos, si no se era del Partido. El ejército comenzó a inquietarse porque estos SA no se recataba en afirmar que había que realizar una verdadera revolución social y que las antiguas clases privilegiadas debían desaparecer. De hecho, rechazaron hacerse cargo de las mismas. 

Himmler

Aquí entra en escena Heinrich Himmler. Este, un militante de primera hora (pero no tanta como Roehm) había sido encargado por el Fuhrer de formar las Schutz Staffel (o SS), destacamento especial para su guardia personal, como sustitución a la ‘Stosstrupp Hitler’ de la SA, asignada a la misma función y disueltas tras su encarcelamiento. Himmler tomó su mando en 1929. Teóricamente era subordinado de Roehm, pero realmente era autónomo. Podía organizar el cuerpo a su voluntad y, a diferencia del valor del número en que creía Roehm, él prefirió un cuerpo mucho más pequeño, pero muy firme y disciplinado: la militancia en las SA era sobre todo de extracción popular, con muchos ex comunistas en sus filas. En las SS, de clase media, aristocrática incluso, y sumamente seleccionada. En 1933 había 52.000 SS y 4.500.000 SA, pero las SA estaban en la calle y las SS en torno a Hitler, sobre todo el ‘Leibstandarte Adolf Hitler’, que era el que se ocupaba de su protección directa.

Himmler y Roehm eran rivales también, por tanto, y el primero se dedicó a subrayar los excesos del segundo y sus hombres recalcando, de acuerdo con Goering, que es les podía restar el apoyo de quienes realmente les interesaban para la conquista efectiva del poder: las grandes fortunas y los militares, aunque sus intereses eran personales: Goering, librarse de un rival. Himmler, subir en el escalafón.

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(Himmler y Roehm)

En 1934, las SA cada vez reclamaban con más ansia la ‘revolución pendiente’ mientras Hitler se acercaba cada vez más a la Reichswehr y la alta burguesía. Ellos hablaban de plutócratas y reforma agraria mientras Hitler quería hacerse aceptar por los poderes políticos extranjeros y los grandes consorcios agrarios e industriales. El ejército también se inquietaba, porque Roehm no ocultaba a los antiguos mandos, a los que consideraba responsables de la derrota de 1918 y quería formar un ejército "popular".

El 1 de julio 1933 Hitler anunció oficialmente a la SA que la revolución había terminado. El 6 recalcó que "sobre todo hay que mantener el orden en la economía". Roehm hizo caso omiso y no se recataba en decir que "Adolfo –era el único nazi que le tuteaba- piensa como un pequeño burgués". Las SS, sin embargo, tenia ya 200.000 hombres y la recién creada policía secreta, la Gestapo, estaba a su servicio.

Sus enemigos trataron de perjudicarle contándole al puritano Hitler las evidencias sobre su homosexualidad, pero éste contestó que no quería oír hablar de "aquellas guarrerías". Pero siguieron bombardeándole con informes sobre sus discrepancias y sus contactos, reales o fingidos, con opositores.

Burgueses y militares

Con todo, el peligro real para Roehm llegó cuando la Reichswehr no quiso hacerse cargo de las SA porque no estaban seguros de poder dominar un movimiento revolucionario de ese calibre. Hitler mimaba al ejército. No había usado contra él la misma demagogia y violencia que contra otras instituciones republicanas, y de hecho había suavizado entre ellos la represión contra los judíos: pocos fueron expulsados. Y los militares se volvieron contra el antiguo capitán.

En abril de 1934 Roehm dio un discurso en el que afirmó que "Nuestra revolución es nacional socialista. Sobre todo, socialista" pero el 17 de junio Franz von Papen, recordemos que era el hombre de los ‘poderes tradicionales’ en el gobierno, pronunció otro discurso en el que reclamaba que se pusieran fin a las amenazas de las SA. Al mismo tiempo, Himmler y Goering seguían acosando a Hitler con informes negativos sobre Roehm. Sin embargo, lo que realmente pesaba era la oposición a las SA, y por tanto a la posibilidad de una revolución populista, del gran capital y el ejército. Para entonces, grandes industriales y consorcios como Hugenberg, Siemens, Krupp y otros tenían parte en el gobierno. Y la Reichswehr manfiestó discretamente su apoyo a Von Papen.

Finalmente, tras mucho dudarlo quizá por recordar que en el fondo debía a Roehm el poder, Hitler accedió: Las SA serían puestas fuera de juego. Y en el mundo nazi, no bastaba con una orden administrativa, sino que eso significaba la plena eliminación de los elementos considerados peligrosos.

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 (Goering en 1933)

 El final 

Himmler llevó a Hitler el último informe: el 29 de junio de 1934 Roehm daría un golpe de estado. A las SA, sin embargo, no se les escapaba el ambiente enrarecido y Roehm había decretado un periodo de permiso para todos de un mes, para poner fin a las sospechas, precisamente a partir de ese mismo día. Antes se había programado un almuerzo de camaradería para los líderes en la localidad bávara de Bad Wiesee. 

Las SS fueron armadas por el ejército y prevenidas para entrar en acción ese día junto a elementos militares y de la policía. Hitler y Goebbels se dirigieron a Munich mientras Goering y Himmler partían hacia Berlín para centralizar la represión. 

En la madrugada del 29 de junio, Hitler, acompañado de militares, SS y policías se dirigió Bad Wiesee. La leyenda dice que sorprendió a los jefes SA en una orgía homosexual, pero no fue tal, aunque encontró evidencias de las inclinaciones de algunos. Todos fueron encontrados dormidos y sin ningún indicio que permitiese deducir que allí se estaba preparado un golpe de estado aunque lo que se ventilaba en realidad no era eso, sino que las SA era el tributo que había que pagar a la alta burguesía y al ejército. Algunos fueron abatidos por sospechas de que pretendían huir o resistir, dirigiendo Hitler personalmente la operación e insultando y a veces golpeando a los detenidos. Los arrestados fueron trasladados a Munich. Desde Berlín, Goering y Himmler dirigían la detención de los que figuraban en las listas confeccionadas al efecto. Las órdenes con algunos eran detenerlos, a otros, detenerlos y fusilarlos en el acto y a otros, matarlos en cuanto los vieran. 

 Roehm fue asesinado el 30 de junio. Trasladado a Berlín, fue encarcelado en Staldheim. Sometida a Hitler la lista de detenidos, señaló a más de un centenar de ellos y ordenó que fueran fusilados sin más requisitos legales. La lista se fue poco a poco reduciendo, pero Roehm siguió en ella. Se le trató de inducir al suicidio pero lo rechazó. Luego, un SS entró en su celda y dejó en ella una pistola cargada. Roehm no hizo ademán de tocarla. Finalmente entraron dos SS y uno de ellos, Theodor Eicke, que luego sería comandante del campo de Dachau, le disparó varias veces en la cabeza. Luego, siguieron las ejecuciones de los incluidos en la lista de Hitler y los que figuraban en las confeccionadas por Goering y Himmler, en toda Alemania. En Berlín las ejecuciones fueron dirigidas por Sepp Dietrich en el campo de maniobras de Litcherfeld. Los habitantes de alrededor podían verlas desde sus ventanas. 

En total, la represión alcanzó a cerca de un millar de personas en toda Alemania. Significó la liquidación de la posibilidad de una revolución en el seno del nazismo, pero también la traición a quienes habían ayudado a Hitler a llegar al poder creyendo en ella. El ejército y la burguesía, eliminado el peligro, comenzaron a colaborar cada vez más activamente con Hitler, aunque después emplearía con ellos métodos similares, pero no tan brutales, de depuración. Para el mundo del poder nazi, significó el fin de los ‘viejos tiempos’ (porque entre los muertos figuraron muchos que no eran SA, pero a los que por cualquier razón se juzgaba peligrosos, ya fuera dentro del partido como Gregor Strasser o el general von Schleiser o fuera de él. También se asesinó a Von Kahr, que hizo fracasar el golpe de Munich en 1923, y a varios colaboradores de Von Papen como ‘advertencia’ a sus patrocinadores) y la ascensión de un nuevo grupo de poder formado por Goering, Hess, Himmler, Heydrich y Goebbels, con las SS y la Gestapo como brazo armado. El mariscal Hindenburg, aún presidente del Reich, dio su pública aplicación a las medidas. 

Y para Hitler, el poder absoluto en Alemania, porque la gratitud de ejército y burguesía se la cobraría luego con creces.

Las SS fueron separadas de las SA y las SA, puestas bajo el mando de Viktor Lutze, plenamente leal a Hitler, y vaciadas de contenido: en el futuro sólo serían responsables del entrenamiento militar anterior y posterior al servicio militar y al mantenimiento del NSKK. En 1939, muchos de sus miembros acabaron en los paracaidistas.

 Bibliografía. 

- La Gestado, Jacques Delarue. Bruguera. 1962

- Diversas páginas de internet (Axishistory, Exordio, Artehistoria...)

- Archivo del autor.

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