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14. Aventuras de Katō Kiyomasa en el lejano Norte.
 
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Kato Kiyomasa en una ilustración con sus características barba y lanza de tres puntas.
 
 
En su momento hemos visto como a Katō Kiyomasa y su “2ª división” se les privaba del honor de continuar con el avance hasta Pyongyang en favor de Konishi Yukinaga. Hubiera sido interesante ver lo que hubiera sucedido si se le hubiera permitido a Kiyomasa continuar por el camino a China. Tal vez a diferencia del prudente Yukinaga, Kiyomasa hubiera seguido presionando hasta el Yalu a pesar de los riesgos e incluso tal vez hubiera encontrado un medio de cruzarlo y clavar sus banderas en territorio chino.
 
Al final su misión era otra, el sometimiento de la gran provincia nororiental de Hamgyong; una provincia aun más escabrosa si cabe que el resto de Corea, llena de picos y amplios bosques y que hacía frontera con la zona que mas tarde sería conocida como Manchuria. El “general demonio” como le apodaron los coreanos, acometió su difícil tarea con energía, librando a cada paso numerosas escaramuzas y sembrando el terror a su paso.
 
Tras separarse de sus colegas en Kaesong, Kiyomasa dirigió a su división en una marcha de 10 días que le llevó a cruzar la península coreana en dirección este por un escarpado camino (guiado por prisioneros coreanos). Finalmente llegó hasta el mar del Japón y a partir de ahí presionó en dirección norte bordeando la costa, tomando la capital provincial de Hamhung. Una vez allí dejo a Nabeshima Naoshige al cargo de poner en marcha la administración y continuó hacia el norte unicamente con una parte de la división, que rondaría por entonces rondaría los 8.000-9.000 hombres (básicamente su contingente personal).
 
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Heráldica del clan Nabeshima (Emmanuel Valerio)
 
Durante una larga marcha de cerca de un mes Kiyomasa fue avanzando casi sin oposición , conquistando por el camino una rica mina de plata. El primer gran encuentro tuvo lugar en Songjin (23-VIII). El ejército coreano al mando de los dos generales provinciales -Yi Yong y Han Kuk-ham-, contaba con una importante fuerza de caballería y dado que la zona alrededor de Songjin era terreno llano, Kiyomasa se vio obligado a ordenar a sus hombres a tomar refugio en torno a un gran almacén de grano y a construir parapetos con los fardos de arroz. Los coreanos creían tener atrapados a los japoneses y lanzaron un ataque en formación cerrada que fue repelido por las descargas de los arcabuceros nipones. 
 
Fracasado el primer ataque los coreanos se retiraron a una colina a pasar la noche, con intención de reanudar el combate al día siguiente. Pero esa misma noche, Kiyomasa organizó un ataque nocturno: sus tropas rodearon la posición coreana con excepción de uno de sus lados que daba a un pantano. El repentino ataque sembró el pánico entre los coreanos, que huyeron por los pantanos teniendo numerosas bajas.
 
La derrota coreana le facilitó a Kiyomasa la toma de varios fuertes costeros sin oposición. Al llegar a Kyongsong giró hacia el norte abandonando la costa en dirección al río Tumen y alcanzando rápidamente Horyong (30-VIII). En dicha fortaleza fronteriza se habían refugiado dos de los príncipes imperiales: Sunwa e Imhae; pero no era exactamente el sitio más idóneo ya que mas que de una fortaleza se trataba de un penal en el equivalente coreano a “Siberia”. De hecho había poca simpatía por el gobierno en Horyong y Kiyomasa se encontró con que los príncipes habían sido encadenados por los propios coreanos. Estos no sólo le entregaron a los príncipes, sino también al gobernador provincial y poco más tarde al general Han Kuk-ham junto a la cabeza de otro general coreano.
 

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Batalla de Songjin (ilustración del Ehon Toyotomi Kunkoki)
 
Con la resistencia coreana aparentemente descabezada, Kiyomasa aprovechó la cercanía del río Tumen para cruzar la frontera coreana y realizar una incursión en territorio yurchen con intención de probar el temple de los guerreros esteparios. La expedición se componía de 8.000 japoneses y 3.000 auxiliares coreanos. La vanguardia de Kiyomasa partió en busca del primer fuerte “bárbaro” que estuviera a la vista. Se localizó uno cuya parte trasera se asentaba en una colina pero que parecía mal defendido. Se envió a los coreanos a posicionarse por delante y a los japoneses por detrás, por la zona de la colina. Un par de equipos de unos 30-50 hombres se adelantaron y con palancas colapsaron las débiles murallas, a continuación penetraron las tropas y masacraron a todos los habitantes del fuerte. 
 
La noticia del asalto se extendió rápidamente entre los yurchen que supuestamente habrían reunido 10.000 guerreros para vengarse de Kiyomasa; éste se dispuso para la batalla tras hacer regresar a casa al contingente coreano. Según la crónica japonesa por cada guerrero propio caían abatidos 20-30 “orangai” (bárbaros) y la escala del combate era tal que Kiyomasa prohibió recolectar cabezas pero de una forma un tanto incongruente se supone que sí debían ser contabilizadas “fielmente” antes de ser “descartadas”. Los japoneses resultaron triunfantes, gracias a que al final se desató un temporal de viento y lluvia que soplaba en dirección a los atacantes yurchen. De la crónica parece desprenderse que Kiyomasa estuvo cerca de ser derrotado, salvándole los elementos, aunque por otro lado no tiene empacho en declarar que los japoneses contabilizaron 8.000 cabezas enemigas.
 

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El samurái Saito Toshimoto lucha a brazo partido "bajo el agua" con un "bárbaro" durante la campaña de Kiyomasa (ilustración de Utagawa Kuniyoshi).
 
Tras su “aventura” al otro lado de la frontera, Kiyomasa recruzó el río Tumen y se dirigió hacia el mar siguiendo su curso, tomando por el camino las diversas guarniciones fronterizas que tenían los coreanos para prevenir ataques yurchen. Al llegar a Sosupo en el estuario del Tumen dio por completado su cometido y emprendió el regreso a Hamhung para reunirse con Naoshige (12, X). Naoshige había estado ocupado estableciendo la administración japonesa en el sur de la provincia mientras que por su parte Kiyomasa optó por dejar en manos coreanas parte de la administración y defensa del norte de la provincia, llegando a cederles la defensa de dos importantes fortalezas. 
 
Kiyomasa escribió a Hideyoshi ufanándose de haber pacificado completamente la provincia y lanzando puyas a sus compañeros que parecían incapaces de hacerse con las riendas de sus provincias. Sin embargo la realidad era diferente y a finales de año empezaron a surgir insurrecciones cada vez más importantes a lo largo de la provincia. Varios uibyeong surgieron y se dedicaron tanto a atacar a los japoneses como a castigar a los “colaboracionistas” coreanos.
 
En cualquier caso la situación en el resto de la península estaba peor y el estado mayor japonés en Seúl envió a Kiyomasa una orden para traer sus tropas de vuelta. De hecho para cuando llegó la orden al cuartel general de Kiyomasa, su regreso era mucho más apremiante debido a los sucesos que habían tenido lugar en Pyongyang.
 

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Según la tradición japonesa, Kato Kiyomasa cuando Kiyomasa llegó a Sosupo en el mar de Japón creyó divisar en la distancia el sagrado Monte Fuji.
 

 

15. Año de la Serpiente: regreso a Pyongyang.

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El asedio Ming-Joseon de Pyongyang en 1593.
 
Los japoneses acabaron el año de 1592 estancados en la península coreana y con sus problemas en rápido ascenso. A su incapacidad para erradicar la guerrilla se unía el problema de una creciente falta de suministros. Una Corea en guerra, con parte de sus campos abandonados y con guerrilleros asaltando a las partidas de forrajeadores, apenas podía producir lo suficiente para alimentar a las fuerzas de ocupación; además la acción de la armada coreana provocaba que desde Japón no quisiesen arriesgarse a mandar muchos suministros por mar. El resultado era que en guarniciones como la de Pyongyang el hambre empezaba a acuciar.
 
El nuevo año vino con novedades. En el quinto día del nuevo año de la serpiente (5 de febrero) un ejército chino alcanzaba Pyongyang, tras haber cruzado el helado río Yalu una semana antes. El ejército Ming estaba comandado por el prestigioso general Li Rusong y contaba con unos 43.000 hombres, en su mayoría “tropas del norte”, bastantes de ellos veteranos de la ya finalizada campaña del Ordos. A este ejército se unieron unos 10.000 regulares y voluntarios coreanos bajo el mando del general Yi Il y cerca de 4.000 monjes guerreros proporcionados por el gran maestro Hyujeong.
 
En Pyongyang un encerrado Konishi Yukinaga contaba con 15.000 hombres -con unos 6.600 hombres “útiles” según alguna fuente- y había confiado en que no se llegase a esto. En los meses previos había establecido un canal diplomático con la corte de Beijing y la llegada ante sus puertas del ejército chino le sorprendió, ya que sus últimas noticias se traducían en un mensaje del propio Li Rusong anunciando la llegada de una “embajada” china. Obligado a luchar, Yukinaga organizó la defensa de la ciudad asignado a cada una de las 4 puertas (una al norte, otra al oeste y dos al sur) una unidad de unos 2.000 hombres, quedando el resto como reserva, con excepción de unos 1.000-2.000 hombres bajo el mando de Matsuura Shigenobu, a los que se estacionó en un templo amurallado situado en una estratégica colina (Morabong) al norte de la ciudad adyacente a la muralla norte y al río Taedong.
 

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Monjes guerreros coreanos en el sitio de Pyongyang
 
El primer objetivo de Li Rusong era tomar la colina de Morabong defendida por las tropas Matsuura. De la misión se encargaron los monjes guerreros coreanos apoyados en última instancia por tropas chinas; mas allá de la “insultante” presencia nipona en un templo, se eligió a los monjes por considerarlos más aptos para luchar en territorio “montañoso”. Tras dos días enteros de combate y la pérdida de 600 monjes, Matsuura Shigenobu se vio obligado a abandonar el templo y la colina, retirándose hacia la ciudad. 
 
El asalto a la ciudad propiamente dicha empezó el 8 de febrero. Las tropas sino-coreanas rodearon la ciudad, a excepción de la parte oriental, protegida por el río Taedong, y se lanzaron al asalto simultáneo de las 4 puertas. La numerosa artillería (200+ piezas) golpeaba las puertas mientras los arqueros trataban no sólo de cubrir a las partidas de asalto sino también de incendiar la ciudad con flechas incendiarias. A la vez que se atacaban las puertas lo soldados avanzaban con escalas hacia las murallas que los japoneses habían reforzado construyendo fosos y trincheras. 
 
Muchos asaltantes caían bajo el fuego de los arcabuces nipones, obligando a Li Rusong a acercarse al combate y organizar ejecuciones sumarias de aquellos hombres que “flaquearan”; a la vez que se prometía una fortuna a quien coronara las murallas enemigas. Finalmente un grupo consiguió despejar una sección de la muralla mas o menos a la vez que era derribada la “Puerta de las Siete Estrellas” (puerta norte). 
 
Al ver penetrado su perímetro exterior, los hombres de Yukinaga se retiraron hacia un perímetro defensivo preparado en el interior de la ciudad, en la parte norte. Las tropas chinas y coreanas inundaban la ciudad cantando victoria cuando se encontraron frente a frente con esta nueva e inesperada línea defensiva, recibiendo un mortal fuego de arcabucería. A la vez un contraataque japonés expulsaba a la columna china que había penetrado por la puerta norte de la ciudad. 
 
Li Rusong puso fin al costoso asalto y retiró las tropas a sus campamentos dejando una guardia en algunos sectores claves conquistados. Los japoneses aprovecharon para evacuar la ciudad de noche a través del helado Taedong. Según una versión la evacuación fue consensuada entre Yukinaga y Rusong ya que a este último le preocupaba el alto coste en vidas que supondría renovar el asalto contra el reducto nipón; otra simplemente afirma que los japoneses se escabulleron sin que los guardias chinos y coreanos se enteraran. 
 

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Los japoneses se retiran de Pyongyang (ETK)
 
El informe oficial chino se jactaba de que se habían causado al enemigo: 16.047 bajas en combate, a los que se añadían unos 10.000 calcinados en las ruinas y un número indeterminado de prisioneros; y que sólo había escapado el 10% de la fuerza enemiga. Tales bravatas molestaron bastante a los coreanos, ya de por sí molestos por la fácil huida de Yukinaga; sospechaban (con razón) que los chinos no sólo inflaban las cifras por las buenas (superando ampliamente las bajas al número de defensores) sino que además mataban a civiles coreanos y los hacían pasar por soldados japoneses. Según las propias cuentas coreanas los muertos japoneses ascendían a sólo 1.285. 
 
En realidad las bajas japonesas parecen haber sido de 2.300, teniendo que abandonar Yukinaga a lo largo de su retirada a los heridos más graves. Retirada más larga de lo esperado ya que se encontró con puestos japoneses abandonados por el camino. Había circulado el rumor entre los comandantes vecinos de que una fuerza de 100.000 chinos había caído sobre Pyongyang y a Yukinaga se le daba por muerto; lo que había provocado un repliegue de la fuerza mas cercana que era la del clan Otomo en dirección a Seúl. Las tropas de Yukinaga alcanzaron Seúl el 19 de febrero tras una dura marcha en tiempo invernal. Ese mismo día, el ejército de Li Rusong entraba en la abandonada fortaleza de Kaesong; los japoneses rechazaban defender posiciones estratégicas avanzadas como Kaesong y el cruce del Imjin, y se concentraban en Seúl.
 

 

16. Byeokjegwan: en busca de un “tennozan”.
 
La pérdida de Pyongyang generó un intenso debate en el cuartel general japonés en Seúl sobre que medidas tomar. A la división de Katō Kiyomasa ya se la había convocado previamente y otras fuerzas igualmente tuvieron que abandonar sus posiciones como fue el caso de la 3ª división de Kuroda Nagamasa, que tuvo que replegarse entregando así otra provincia a los coreanos.
 
El deliberado abandono de la fortaleza de Kaesong en el camino Seúl-Pyongyang, había generado bastante malestar en un alto mando nipón: Kobayakawa Takakage sólo había aceptado abandonar la fortaleza a última hora tras intensas presiones de otros comandantes. Takakage retiró molesto sus fuerzas hasta Seúl pero se negó a entrar en la ciudad y se situó a 15 km al norte. El veterano samurái (60 años) se dirigió a sus jóvenes colegas, recriminándoles no saber como actuar frente a una derrota. No le faltaba algo de razón al afirmar que muchos de ellos sólo habían conocido la victoria, sirviendo siempre bajo las órdenes del brillante Toyotomi Hideyoshi. Según Takakage no era momento de encerrarse tras murallas, era hora de buscar un nuevo “Tennozan”: una victoria decisiva que decidiera por sí sola la campaña. 
 
Takakage se salió con la suya y se le permitió permanecer apostado en el camino a Seúl, cerca de la posada de Byokje (la última estación de descanso en el camino norte hacia Seúl), contaba con cerca de 20.000 hombres. Ukita Hideie salió de Seúl en su apoyo, acompañado por Kuroda Nagamasa y las reservas japonesas: otros 21.000 hombres, dejando en Seúl a los caídos en desgracia Otomo junto a la castigada división de Yukinaga. En teoría los japoneses iban a reunir 41.000 hombres para la batalla, pero mas allá de la mayor o menor presencia de porteadores es posible que a la hora de calcular las cifras de algunos de los contingentes presentes se hallan utilizado los totales teóricos de comienzo de la campaña. En cualquier caso se puede aceptar que el ejército japonés emboscado en Byokje superaba cómodamente en número a los 20.000 hombres del ejército Ming que se dirigía hacia Seúl bajo el mando de Li Rusong.
 

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Heráldica de Tachibana Muneshige (Emmanuel Valerio)
 
La batalla de la posada de Byokje (Byeokjegwan) tuvo lugar el 27 de febrero en un día marcado por la niebla y a lo largo de un campo de batalla caracterizado por su estrechez -al estar enmarcado por colinas- y por la presencia de barro. No es de extrañar pues que la batalla fuera confusa y las crónicas difieran en cuanto a la sucesión de los acontecimientos.
 
La batalla habría empezado a primera hora de la mañana al chocar en medio de las niebla parte de las fuerzas de vanguardia de ambos ejércitos. Por un lado 500-600 hombres de la vanguardia nipona de 3.000 (Tachibana Muneshige y Takahashi Munemasu) y por otro una parte de la vanguardia sino-coreana de unos 3.000 hombres . La pequeña fuerza inicial japonesa habría resultado inicialmente vencedora para después toparse con el grueso de la vanguardia china y tener que ser rescatada tras numerosas bajas por la llegada del resto de la vanguardia de Muneshige.
 
Según se iban concentrando las tropas, la vanguardia sino-coreana reunió cerca de 6.000 hombres (generales Zha Dashou y Go Eon-baek). Las agotadas tropas de Muneshige se retiraron a descansar al ser relevadas por una fuerza de 6.000 hombres (Awaya Kagenao e Inoue Kagesada) que se dividió en dos alas con intención de atacar y desalojar a los chinos. La escasa visibilidad parece haber provocado que los chinos sólo tomaran nota de la presencia de una de las dos alas japonesas, concentrándose contra ella. El ala izquierda nipona (Kagenao) se vio rechazada y empujada para atrás; por su parte el ala derecha (Kagesada) comprendió que estaban siendo ignorados y se contuvo a la espera de que los chinos, en su esfuerzo por empujar al otra ala, quedaran expuestos a un ataque de flanco. El contraataque nipón pilló por sorpresa a los Ming y la división de vanguardia china fue puesta en retirada.
 

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Kobayakawa Takakage en la batalla de Byeokjegwan (ETK)
 
Kobayakawa Takakage ya estaba al frente de la batalla y ordenó que a la vez que se continuaba con la persecución de la vanguardia china se enviaran fuerzas por los flancos con intención de rodear a la fuerza Ming. Dichas fuerzas al parecer consistían en 5.000 hombres recién llegados (Mōri Hidekane, Mōri Motoyasu y Chikushi Hirokado) por un flanco y la reorganizada vanguardia de Muneshige por el otro. El propio Takakage junto a Kikkawa Hiroie marchó por detrás de la fuerza central que perseguía a la vanguardia china. Es de suponer que Ukita Hideie y el resto de las fuerzas japonesas seguían algo más atrás como fuerza de apoyo.
 
Todas estas fuerzas en movimiento acabaron convergiendo sobre el grueso del ejército chino. Li Rusong se encontró en una situación desesperada, con su fuerza rodeada por 3 lados y en claro riesgo de ser aniquilada. El fangoso y difícil terreno, empeorado por la aparición de la lluvia, provocó que buena parte de la caballería china tuviera que descabalgar para luchar a pié pero por otro lado los japoneses no tenían un campo de tiro claro para el despliegue de sus arcabuceros. La lucha devino en un cuerpo a cuerpo con las espadas cobrando especial relevancia. 
 
Según las crónicas, la gran batalla comenzó a eso de las 10 de la mañana (hora de la serpiente) y se prolongó hasta las 12 de la noche (hora del caballo). Li Rusong estuvo cerca de caer a manos de Inoue Kagesada, pero su segundo se interpuso frente a las espadas niponas salvando la vida de su comandante a costa de la suya. Las fuerzas chinas fueron obligadas a retroceder a lo largo del camino de Seúl en dirección a Paju;al principio poco a poco pero más tarde Takakage pudo cambiar de tácticas al conseguir mas espacio para que sus arcabuceros pudieran actuar. Sería la llegada de la noche la que salvaría a Li Rusong poniendo fin al padecimiento del ejército Ming-Joseon.
 
 
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Kuroda Nagamasa (izquierda), Kikkawa Hiroie (derecha) y Kobayakawa Takakage (abajo), en una ilustración de Richard Hook (Osprey). Los tres estuvieran presentes en la batalla, aunque es posible que Nagamasa no viera acción al encontrarse con las tropas de Ukita Hideie.
 
Takakage se había vindicado con una gran victoria. Según las crónicas japonesas se recogieron 6.000 cabezas enemigas. La cuestión por ver era si la victoria en lo que iba a ser la mayor batalla campal de la guerra era decisiva o no.
 
Ciertamente a un abatido Li Rusong se le habían quitado las ganas de más pelea. En sus informes a Beijing aunque minimizó las bajas chinas a unos pocos cientos se explayó en una enorme lista de razones por las que se negaba a volver a marchar en dirección a Seúl: por un lado afirmó que los japoneses tenían 200.000 hombres en Seúl (en realidad unos 50.000), que el tiempo lluvioso había impedido la victoria en Byeokjegwan y que impediría el avance durante buena parte del año, que los japoneses habían quemado los campos y los caballos chinos habían perecido en masa por falta de forraje, que había disensión entre sus oficiales (al parecer por recriminaciones entre oficiales del sur y del norte sobre la actuación de la vanguardia que había provocado la batalla) así como una epidemia entre las tropas... finalmente él mismo se reconocía como enfermo e incapaz de comandar. Li Rusong decidió retirarse a Kaesong y tras recibir falsos rumores de que un recién llegado del norte Katō Kiyomasa se dirigía a flanquear su posición, se retiró de vuelta a Pyongyang. 
 
Con la batalla de Byeokjegwan los japoneses en Seúl se habían librado de momento de una grave amenaza, sin embargo la batalla no supuso que desaparecieran el resto de problemas que los amenazaban. Los chinos se habrían retirado pero como hemos visto antes fuerzas coreanas merodeaban cerca de la capital poniendo en serio peligro la línea logística nipona. 
 
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Tropas Ming (ilustración de Christa Hook - Osprey)

 

 

 

17. Haengju y la retirada de Seúl.
 
A pesar de la victoria en Byeokjegwan los japoneses no se encontraban cómodos en Hanseong (Seúl). Los suministros llegaban con dificultad y la propia población de la ciudad se había rebelado antes de la batalla prendiendo fuego a parte la ciudad en anticipación al ataque chino. Tras las represalias niponas, buena parte de la población que todavía permanecía en la capital optó por marcharse.
El alto mando nipón discutió sobre como actuar. Algunos se planteaban evacuar y retirarse, algo a lo que se oponían firmemente Kobayakawa Takakage y el recién llegado Katō Kiyomasa. En cualquier caso parece que se coincidió en que lo más urgente era librarse de las fuerzas coreanas que merodeaban cerca de la capital. Por un lado había varios contingentes de monjes guerreros en las montañas que a costa de grandes bajas y sacrificios habían expulsado a los japoneses de varios puntos fuertes. Otra amenaza relevante la suponía la fuerza del hábil general coreano Gwon Yul, que había salido de la fortaleza de Doksan con intención de colaborar en el ataque chino contra Seúl. Yul se había instalado con 2.300 soldados, mas unos centenares de monjes y milicianos, en Haengju. Haengju se encontraba sobre el río Nam a unos 10 km de Seúl, a pesar de no ser una fortaleza propiamente dicha, ocupaba una buena posición en una colina con la parte de atrás protegida por los riscos que daban al río; Yul procedió a fortificarla rápidamente haciendo construir fosos y empalizadas.
 
Sorprendentemente los mandos nipones tardaron bastante en reaccionar a esta molesta presencia y no fue hasta el día 14 de marzo en que intentaron desalojar a Gwon Yul. Ukita Hideie lideraba la salida de 30.000 soldados de la ciudad y no parece haber tenido mas plan de batalla que hacer ascender la colina a la mayor cantidad de tropas posibles y arrollar a los defensores. El ataque comenzó a las 6 de la mañana y las primeras tropas niponas ascendieron trabajosamente para enfrentarse a unos coreanos bien atrincherados que les arrojaron toda clase de proyectiles: flechas de arco, balas, troncos rodando, proyectiles explosivos disparados por mortero... Entre los ingenios defensivos había un curioso lanza-piedras: el sucha sokpo, una especie de rueda de agua que con su movimiento arrojaba piedras; pero sobre todo destacaban los carros lanza-flechas múltiples: hawcha, que quedaron asociados a esta batalla. La fuerte pendiente de la colina provocaba que los arcabuces japoneses tuvieran muy difícil acertar a los defensores, pasando casi todas las balas por encima de sus cabezas. Mientras que las compactas filas de los grupos de asalto ofrecían un blanco claro para cualquier proyectil que cayera en ángulo desde el cielo.
 
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El asalto a Haengju
 
La estrechez del terreno provocó que se organizara el asalto por oleadas, ya que sólo un limitado número de tropas podían ascender a la vez. En la primera oleada iban los soldados de Konishi Yukinaga, que tras ser rechazados fueron sustituidos por los de Ishida Mutsunari. Rechazado (y herido) Mutsunari, entró en acción Kuroda Nagamasa que tuvo la previsión de crear unas torretas donde por lo menos poder instalar a unos cuantos arcabuceros con buen ángulo de tiro; aun así fue insuficiente. El propio Ukita Hideie lideró la cuarta oleada y consiguió penetrar a través de las estacas y empalizadas exteriores, pero Hideie resultó herido y sus tropas se retiraron tras chocar contra el perímetro interior de Haengju. 
 
Aunque de manera lenta y costosa, el ataque parecía progresar. La siguiente oleada penetró por la brecha realizada por Hideie y asaltó con fiereza el perímetro interior, teniendo que acudir Gwon Yul espada en mano a primera línea a reforzar la moral de los defensores. Los japoneses intentaron incendiar las secciones defensivas construidas con pilas de troncos para derribarlas pero los coreanos lograron traer suficiente agua, el comandante japonés Kikkawa Hiroie que lideró este ataque resultó herido también. En la sexta oleada -comandada por Kobayakawa Takakage- los japoneses consiguieron derribar una sección de las barricadas de troncos y abrir una pequeña brecha pero pudieron ser rechazados y la brecha taponada de nuevo.
 
Era ya por la tarde y los proyectiles escaseaban en las filas defensoras, muchos soldados se nutrían de las piedras que les traían las mujeres de la villa en el pliegue de sus faldas. Por fortuna llegaron por el río dos naves coreanas con 10.000 flechas de repuesto. Dos nuevos ataques fueron rechazados entre la tarde y el anochecer. Al llegar la noche los japoneses recorrieron el campo de batalla para recoger a sus numerosos heridos y se retiraron a rumiar su fracaso.
 
Las bajas japonesas deben haber sido elevadas, en especial las cifras de heridos a causa de las flechas e impacto de piedras; aunque es dudoso que llegaran a las 10.000 bajas que les atribuyen las fuentes coreanas.
 
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Otra vista del asalto a Haengju
 
Las noticias de Haengju alegraron a un alicaído Li Rusong que volvió a plantearse avanzar. Por su parte el ánimo en el cuartel general de Seúl decayó bastante. La hambruna y las epidemias amenazaban a la guarnición de Seúl y la situación empeoró cuando una incursión sino-coreana quemó el gran almacén de grano de Yongsan, al sur de Seúl. El tamaño del ejército japonés en Seúl, cerca de 50.000 hombres, era mas un problema que otra cosa ante la dificultad de obtener suministros. Un mensaje de Toyotomi Hideyoshi anunciando una supuesta e inminente marcha hacia Corea con 200.000 hombres fue vista mas con pesar (mas bocas que alimentar) que con alivio.
 
Incluso los normalmente irreductibles Takakage y Kiyomasa se avinieron a aceptar la necesidad de evacuar Seúl. Los daimyō en Seúl decidieron contactar con Li Rusong y los coreanos para negociar una retirada nipona a la provincia de Gyeongsang a cambio de entregar Seúl. A la vez se pusieron de acuerdo en la forma de “vender” la retirada a Hideyoshi; por un lado enviaron informes realistas sobre la falta de suministros pero omitiendo y/o minimizando las derrotas; a su vez afirmaron que la derrota china en Byeokjegwan había sido decisiva pero que de cara a las negociaciones de paz había que hacer un gesto de buena voluntad, retirándose a Busan.
 
Mientras los planes de los comandantes japoneses se iban pergeñando, Yi Sun-sin había reanudado sus operaciones navales contra Busan a comienzos de marzo; en un principio bajo la errónea creencia de que los Ming estaban a punto de expulsar a los japoneses de Seúl y del resto de la península, por lo que debía interceptar la huida japonesa de Corea.. La aproximación a Busan estaba fuertemente protegida y la armada japonesa seguía siendo reticente a presentar batalla, por lo que Sun-sin organizó asaltos anfibios en Ungchon usando como “infantería de marina” a grupos de monjes guerreros y a voluntarios de los ejércitos “uibyeong”. La armada combinada de Sun-sin y Won Gyun realizó varias incursiones durante el mes de marzo causando algo de daño pero menos del que a Sun-sin le hubiera gustado; hasta que a comienzos de abril recibieron noticias de que los Ming se habían retirado de vuelta a Pyongyang. A pesar de la decepción, mantuvieron su presencia en la zona a lo largo de abril antes de retirarse en mayo a sus bases, lo que al menos dificultó la llegada a Corea de refuerzos y de los vitales suministros que tanta falta hacían a los japoneses.
 
 
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Ukita Hideie (1573-1655).
 
Sería algo después de mediados de mayo cuando los japoneses evacuaran Seúl, pudiendo entrar los chinos en la capital el día 20. Atrás dejaban una ciudad en ruinas, cuya visión ensombreció el ánimos de los coreanos. La pacífica retirada japonesa irritó a los coreanos sobremanera, a pesar de la promesa japonesa de liberar a los dos príncipes cautivos; sin embargo, Li Rusong -contento con haber cumplido su misión sin más derramamiento de sangre- puso trabas a que se realizara cualquier persecución de los japoneses. Habría que esperar hasta comienzos de junio, a que -tras recibir órdenes de su superior civil (instalado en Pyongyang)- el ejército de Li Rusong se pusiera de nuevo en marcha. A pesar de haber recibido refuerzos -que incluían un pequeño contingente de tropas aliadas de Siam- Li Rusong procedió a avanzar con cautela y limitarse a unas escaramuzas con los japoneses mientras estos se establecían en el extremo sureste de la península y establecían el “perímetro de Busan”.
 

 

18. Jinju y punto muerto.
 
Tras la retirada nipona de Seúl a Busan había llegado la hora de la diplomacia, aunque no del todo. A la vez que recibía a dos enviados chinos (mandados desde el ejército chino en Corea pero no diplomáticos “oficiales”) en Nagoya, Hideyoshi autorizó a sus comandantes en Japón una operación con un componente sobre todo simbólico. La fortaleza coreana de Jinju, a 60 km de Busan se encontraba relativamente cerca del perímetro defensivo japonés; aun así no parece que representara una amenaza de tal entidad como para violar el armisticio que acababa de entrar supuestamente en vigor. La relevancia de Jinju estribaba sobre todo en ser un cercano recordatorio de un fracaso nipón: el fallido sitio de noviembre de 1592. Muchos daimyō estaban dispuestos a despedir lo que percibían como el final de la guerra con un triunfo que además lavaría la mancha del anterior fracaso.
 
El repliegue hacia Busan y la llegada de refuerzos procedentes de Japón, le proporcionaban a Ukita Hideie una fuerza de campaña de teóricamente unos 90.000 hombres. Las intenciones niponas eran al parecer conocidas por las fuerzas sino-coreanas en la provincia de Gyeongsang, que se componían de cerca de 30.000 chinos y 50.000 coreanos repartidos a lo largo de varias fortalezas. Si los japoneses avanzaban en fuerza contra Jinju parecía poco posible que se pudiera concentrar una fuerza capaz de impedirlo y la defensa en sí de la plaza era algo cuestionado no sólo por los chinos sino entre los propios coreanos. Por ejemplo, el siempre pragmático guerrillero Gwak Jae-u no veía motivo para desperdiciar la vida de sus hombres en una causa perdida. Aunque las fuerzas chinas prometieron apoyo en caso de ataque japonés, un diplomático chino sugirió a los coreanos retirarse de Jinju afirmando con bastante criterio (a partir de filtraciones japonesas) que los japoneses se conformarían con el acto simbólico de destruir la ciudad y regresarían a sus bases después. Al final varios comandantes coreanos insistieron en defender Jinju y se reunió una guarnición de 4.000 hombres bajo el mando de los voluntariosos Hwang Jin y Kim Cheon-il. Además de las tropas la ciudad contaba con la presencia de 60.000 civiles, muchos de ellos llegados en el último momento en busca de refugio al tener noticias del avance del ejército japonés. Un par de días antes de la llegada de los japoneses, entró en la ciudad una pequeña fuerza china de refuerzo, lo que levantó mucho la moral de los defensores.
 

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El segundo sitio de Jinju
 
La vanguardia nipona llegó ante Jinju el 19 o 20 de julio, y comenzó a establecer un perímetro de asedio. Protegida en un lado por el río Nam, los japoneses la rodearon por los otros tres, dejando una fuerza al otro lado del río para completar el cerco. A pesar de la presencia de Ukita Hideie la dirección del ejército recayó en Katō Kiyomasa, al parecer a modo de compensación por aceptar que tendría en muy poco tiempo que desprenderse de sus preciados trofeos: los dos príncipes coreanos capturados. Las fuerzas de Konishi Yukinaga (26.000) se dispusieron al oeste de la ciudad, las de Kiyomasa (25.000) al norte y las de Hideie (17.000) al este; el resto de las fuerzas niponas sirvió para completar el cerco e interceptar posibles refuerzos.
 
El asalto comenzó al día siguiente de la llegada japonesa. El primer obstáculo a superar era el foso que protegía la ciudad y que los defensores habían reforzado desviando parte del río Nam para inundarlo. Los asaltantes consiguieron rellenar buena parte del foso pero se estrellaron contra la lluvia de proyectiles procedentes de las murallas. En los siguientes días se reanudaron los ataques, con los grupos de asalto tomando relevos. 
 
En el cuarto día del asalto, los japoneses recurrieron a alzar una colina artificial y erigir en ella una posición de tiro para sus arcabuceros. Los coreanos respondieron levantando una replica sólo que su plataforma estaba equipada con cañones, que con su fuego barrieron la posición enemiga. Al siguiente día la táctica nipona consistió en enviar tropas bajo la protección de grandes escudos con el objetivo de acercarse a la base de la muralla enemiga y realizar labores de zapa en ella. Los escudos protegieron eficazmente a los japoneses de las flechas pero no de las piedras cuando llegaron al pie de las murallas. Nuevamente hubo que cambiar de táctica y esta vez se recurrió a construir “tortugas”: carros techados que permitieran a los zapadores acercarse a las murallas. Los primeros carros “kame-no-kosha” resultaron inmunes a las piedras pero no a las llamas y fueron destruidos usando material incendiario. Para la siguiente tanda de “kame-no-kosha” se tuvo en cuenta esa eventualidad y se protegió el techo mejor con pieles que no fueran fácilmente inflamables. 

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El kame-no-kosha en acción (ETK)
 
El final de la fortaleza se acercaba. Las fuerzas de vigilancia del cerco habían hecho huir a un ejército de voluntarios que intentaba reforzar la fortaleza; los zapadores nipones protegidos en el interior de los carros-tortuga iban arrancando piedras de la base de las murallas y los arcabuceros nipones habían conseguido consolidarse y tener a tiro a la muralla haciendo uso tanto de una empalizada de bambú como de nuevas plataformas elevadas. Uno de esos arcabuceros se cobraría la vida del valiente Hwang Jin, cuya pérdida tuvo un marcado efecto negativo en la moral de los defensores. 
 
La población de Jinju se había aferrado a la idea de que un salvador ejército chino llegaría en su ayuda. Al ver como los japoneses abrían finalmente brecha en la muralla (27, VII) el pánico se extendió y muchos civiles buscaron unas vías de escape de la ciudad que simplemente no existían. Por su parte Kim Cheon-il -consciente de la imposibilidad de defender las brechas- permitió a sus subordinados actuar como estimaran oportuno. Algunos se aprestaron a una defensa a ultranza, otros intentaron escapar sin éxito; mientras que el propio Cheon-il, su hijo y varios comandantes se retiraron al pabellón Chokseoknu y tras hacer una reverencia en dirección al rey Seonjo en Seúl se arrojaron desde las rocas al río Nam. 
 
Los japoneses no mostraron clemencia ni con la ciudad ni con sus habitantes. La ciudad fue completamente arrasada. Muchos civiles eligieron suicidarse arrojándose al río antes de ser victimas de los japoneses. De entre todos los civiles la historia mas celebrada es la de la joven gisaeng (un modelo coreano de cortesana) Nongae que fue convocada a entretener a varios oficiales nipones; Nongae abrazó a uno de ellos (Keyamura Rokosuke) y tras aferrarlo con firmeza se arrojó con él al río. Según las crónicas coreanas perecieron 60.000 personas en Jinju; las japonesas hablan de 15.300 cabezas cortadas de chinos y coreanos, con una estimación de unas 25.000 victimas en total. 
 
Saciada su sed de venganza los japoneses se retiraron de Jinju; sería el último combate de la “1ª invasión”. Parte de las tropas japonesas regresaron a Japón pero para desesperación de los coreanos, estos pudieron comprobar como no todas lo hacían e incluso se empezaban a acumular suministros para pasar un nuevo invierno en Corea. 
 
 
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Nongae, la heroina coreana. La roca desde la que se arrojó al río sería marcada más tarde con los caracteres "Uiam" (roca de la virtud)
 
Mientras tanto en Nagoya las conversaciones diplomáticas habían seguido su curso, Hideyoshi había recibido a los enviados chinos procedentes de Corea pero no les expuso directamente sus demandas. Es difícil saber hasta que punto Hideyoshi vivía engañado o se hacía voluntariamente “el tonto”. Oficialmente se proclamó vencedor pero un vencedor generoso que se conformaba con que la corte de Beijing le mostrara el debido respeto a él, que había unificado el Japón y había ayudado a la propia China prohibiendo por siempre la piratería. Por ello sus demandas se reducían a siete; varias de ellas se referían a votos de “amistad” e intercambio de rehenes; las importantes eran las que estipulaban que la corte Ming mandaría una princesa como consorte del emperador de Japón, se reanudaría el tráfico comercial oficial y Japón se quedaría con cuatro provincias coreanas (del sur) renunciando al resto.
 
El hecho de que las demandas no las hiciera él personalmente y tuvieran que ser notificadas por sus delegados en Corea parece indicar que Hideyoshi sospechaba (o sabía) que la situación estaba lejos de ser una victoria y estaba dispuesto a conformarse con menos. La responsabilidad recaía en los comandantes de Hideyoshi que debían negociar algo factible tomando como punto de partida las demandas del taikō; si el resultado final acababa siendo dañino para el prestigio en Japón de Hideyoshi, este siempre podía alegar que su confianza había sido traicionada por sus subordinados e incluso “pedir sus cabezas”. Sin embargo había un problema de partida a la hora de negociar; desde el punto de vista de Beijing cualquier tipo de negociación debía empezar por la sumisión oficial de Hideyoshi. Como bien sabían los comandantes japoneses si había algo irrenunciable para su amo eran su status y prestigio personal.
 
En teoría no había negociación posible ya que era impensable que ni la corte de Beijing ni Hideyoshi dieran su brazo a torcer respecto a la cuestión del vasallaje. Sin embargo ni los representantes chinos ni los japoneses presentes en Corea tenían muchas ganas de reanudar la guerra. Al parecer fue idea tanto de Konishi Yukinaga como del negociador chino Shen Weijing, el manipular las demandas tanto de Hideyoshi como de Beijing y presentarlas a sus respectivos amos de forma distorsionada.
 
La situación acabó convertida en una pantomima diplomática en la que al final Beijing acabó creyendo que Hideyoshi aceptaba “postrarse” ante el Celeste Trono a cambió de recibir del Imperio el título de “Rey de Japón”, y renunciando a todo lo demás. Para entonces ya era 1595 y la encantada corte Ming preparó el edicto correspondiente, el sello dorado y los atavíos que enviaría a Hideyoshi para la ceremonia formal de investidura. Cuando la embajada china llegó a la Corea ocupada camino de Japón, Yukinaga se desesperó: había confiado en conseguir al menos la apertura de comercio con China pero su enviado a China le había fallado al respecto. Al otro lado del mar le esperaba un Hideyoshi al que se le había hecho creer que las negociaciones iban por buen camino. Y ahora había que presentarle un tratado de paz que le ofrecía algo que en realidad no había pedido (el título de “rey”) y nada de lo que había exigido (ni princesa, ni tierras, ni comercio).
 
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El enviado chino en Corea: Shen Weijing (ilustración del Ehon Taikoki)
 
El momento de la verdad se retrasó unos meses debido a la negativa de la embajada china a viajar a Japón hasta que las fuerzas de ocupación niponas no abandonaran Corea. Lo cierto es que los coreanos no podían dejar de ver con enojo como pasaban los años y los japoneses permanecían en sus costas; no sólo eso sino que todas las negociaciones eran bilaterales y ellos: los perjudicados, no estaban invitados mas que como espectadores. Los coreanos siguieron manteniendo una guerra de muy baja intensidad con los japoneses, reducida a pequeñas escaramuzas; ganándose por su parte las recriminaciones de los chinos. Al final Konishi Yukinaga hizo un gesto de cara a la galería abandonando tres fuertes y organizando el envío a casa de soldados heridos y enfermos, presentándolo como una suerte de inicio de evacuación. Tras ello acompañó a la embajada china ante un expectante Hideyoshi. 
 
La grandiosa ceremonia de paz tuvo lugar en octubre de 1596, en el castillo de Osaka. Al principio parecía ir bien, Hideyoshi aceptó encantado los ropajes ceremoniales. La cosa se empezó a torcer cuando Hideyoshi se negó a inclinarse a modo de reverencia ante el edicto imperial; aunque los enviados chinos aceptaron pasar por alto tamaña descortesía, cuando un avispado sirviente les sugirió que Hideyoshi no podía inclinarse por culpa de una inflamación en la rodilla. El estallido vino al día siguiente cuando tras un banquete de celebración, el taikō encargó a un monje de su confianza leer y traducir el decreto imperial de los Ming, que no sólo estaba redactado en un insultante tono condescendiente sino que no contenía ni una sola de las demandas de Hideyoshi.
 
Hideyoshi estalló en cólera, haciendo trizas sus ropajes ceremoniales y arrojando al suelo la corona que le habían entregado como acompañamiento. Los embajadores Ming estuvieran cerca de perder sus vidas pero al final se les permitió marcharse e incluso se les ofrecieron regalos como desagravio. Por su parte el destino de Yukinaga parecía el de verse obligado a cometer seppuku, pero milagrosamente se libró. Miembros del círculo interno de Hideyoshi defendieron a Yukinaga afirmando que sin duda había sido engañado por los chinos y que si bien había fracasado si se le obligaba a suicidarse habría que hacer lo mismo con varios de los otros altos mandos japoneses como por ejemplo los altos consejeros que había enviado a asesorar a Ukita Hideie. Yukinaga salvaría la cabeza y pasado un tiempo volvió a recuperar la confianza de Hideyoshi. No ocurrió lo mismo con el enviado chino en Corea, Shen Weijing; al descubrirse sus manipulaciones intentó desertar pero fue capturado y ejecutado por traición.
 
La cólera de Hideyoshi fue desviada hacia otro lado; la humillación exigía retribución y a Corea se le asignó el papel del que paga los platos rotos de una negociación en la que no había tenido parte.
 

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Katō Kiyomasa cazando tigres en Corea. La caza del tigre fue un pasatiempo habitual entre los oficiales nipones durante el periodo de ocupación de Corea.