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LA REVANCHA ESPAÑOLA 

EL desastre de la Gran Armada de 1588 marcó la confirmación de una larga guerra -oficialmente jamás declarada, que terminó en 1604- entre España e Inglaterra, de hecho comenzada en 1585 cuando Isabel I mandó a Holanda un fuerte ejército para que, unido a los rebeldes, combatiera en Flandes contra las fuerzas de Felipe II. 

La derrota de nuestra armada en 1588 impresionó a los ingleses más por sus propias limitaciones que por la magnitud de su éxito. De los más de 130 navíos de esa flota sólo cinco habían sido hundidos o inutilizados y dos capturados. El resto de los, aproximadamente, 60 bajeles naufragados o desaparecidos debieron su suerte a los elementos de la naturaleza o a accidentes fortuitos, ajenos a factores bélicos. Además, los ingleses habían comprobado la habilidad y heroica resistencia de nuestros marinos, que en calamitosas condiciones y superando horrendas tempestades, lograron arribar a España. 

Las instrucciones que el 20 de septiembre de 1588 recibieron los jefes de la expedición fueron muy claras: primeramente tendrían que destruir los navíos del rey de España anclados en Lisboa y en Cádiz. En segundo lugar, deberían ocupar la capital lusitana con el fin de instalar en el trono portugués a don Antonio y fomentar en todo ese país una rebelión que expulsara a los españoles. Y, finalmente, logrados estos objetivos, dirigirse al archipiélago de las Azores para conquistar alguna de las islas y, desde allí, entorpecer o interceptar el tráfico de las flotas de las Indias. 

Pero a fines de octubre llegaron noticias a Londres de que la mayoría de los barcos de la armada de 1588, que habían regresado a España, se encontraban fondeados en los puertos del Cantábrico; principalmente en Santander, San Sebastián y Pasajes. Comprobados estos datos, las instrucciones se alteraron. El 23 de febrero de 1589 se ordenó a Drake que con absoluta prioridad atacara los puertos de Santander y de San Sebastián. Luego podría desplazarse a Lisboa y, ulteriormente, a las Azores. 


La reina Isabel I trataba de impedir a toda costa que esos barcos necesitados de notorias reparaciones, pudieran recuperarse para el servicio activo. Porque no sólo se intentaba evitar más amenazas a Inglaterra, sino también que España estuviera -en el verano de 1589- en disposición de defender sus costas y de escoltar con navíos fuertes las flotas de las Indias. El ideal era que Drake y Norris en ataques realizados, incluso antes de la primavera, destruyesen esos ahora casi indefensos navíos fondeados en los puertos del Cantábrico. 

Finalmente, tras ardua preparación, una flota compuesta de siete galeones reales, sesenta mercantes armados, otros sesenta filibotes holandeses y numerosas embarcaciones menores hasta completar las 170 unidades que transportaban más de 20.000 hombres, zarpó de Plymouth el 14 de abril de 1589. 

En varios aspectos, esta armada inglesa se parecía bastante a la española del año anterior. Transportaba muchos más soldados que marinos; la diversidad de naves era un tanto anárquica; tenía graves problemas de avituallamiento y los navíos iban sobrecargados. Además, contra lo prometido por la reina Isabel, no llevaban cañones de sitio, necesarios para las operaciones terrestres. Igualmente es preciso señalar que las sesenta naves holandeses no se incorporaron voluntariamente a la expedición, sino que fueron detenidas por Drake en su singladura a la Rochelle y obligadas a integrarse en la flota inglesa. Por este motivo a nadie sorprendió que a los tres días de navegación, veinticuatro de aquellos navíos holandeses, con cerca de 3.000 hombres, abandonasen la formación de la flota y buscaran refugio en puertos de Francia y de Flandes. 

El porqué antes de arribar a Lisboa atracó con sus naves ante La Coruña, el 4 de mayo, es una cuestión que aún hoy se sigue discutiendo. La versión oficial de Drake fue que había sido avisado de que en ese puerto se hallaban casi doscientas embarcaciones cargadas con ricos bastimentos. Esta noticia sin duda alguna era pura invención. Sin embargo, otra versión que ofrece mayor credibilidad nos comunica que ese desembarco obedeció a que varias tripulaciones de sus naves amenazaron con amotinarse si no se les ofrecía la oportunidad de saquear la capital gallega. Además, entre los oficiales de la flota. corrió el rumor de que en La Coruña, días antes, un galeón había depositado lingotes de oro por valor de 5.000.000 de ducados. 

Les salieron al paso las compañías de los capitanes Alvaro Troncoso y Antonio Herrera. Mas como al cabo de las tres horas de este primer encuentro, el número de los desembarcados había aumentado a 7.000, mandados por los coroneles Fenner, Huntley y Wingfield, el marqués de Cerralbo ordenó a los españoles que se refugiaran en el interior del recinto de la Pescadería. 

Frustrados hasta ahora los intentos del enemigo por conquistar la ciudad alta, el jueves día 11, con cinco piezas sometieron a la muralla a un duro castigo, y al mismo tiempo cargaron con pólvora una mina que días antes habían trabajado con mucho silencio. Por haber errado en sus cálculos, cuando la mina explotó, a las cuatro de la tarde, reventó por la parte exterior del muro, sin causar casi daños a los defensores. 

Entre los civiles que lucharon con los soldados del rey, las mujeres de La Coruña destacaron especialmente: por su heroísmo se distinguió doña Mayor Fernández de la Cámara Pita, que viendo muerto a su marido Gregorio Rocamunde y que se debilitaban los ánimos de algunos defensores, arrebató a un difunto la espada y la rodela y acometió a los britanos con increíble audacia. Este ejemplo incitó a los españoles a reanudar con mayores bríos el combate con el que rechazaron a los invasores. 

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María Pita 

El miércoles 17, comprobando Drake y Norris la inutilidad de sus esfuerzos y temiendo la llegada de más tropas españolas, determinaron embarcarse con el escaso botín logrado y partir lo antes posible. El jueves 18, al amanecer, se hicieron a la vela, dejando en la bahía tres de sus navíos desmantelados y otras cuatro embarcaciones menores destruidas. De sus marineros y soldados, más de 1.500 perecieron en La Coruña, unos, muertos en los violentos combates, y otros -según muchos cronistas ingleses-, por su excesiva afición al vino español. Las bajas mortales del bando español, entre civiles y militares, no pasaron de 900. 

Ahora Drake y Norris debían explicar a Isabel I no sólo las razones de su inesperado y frustrado ataque a La Coruña, sino también el motivo de su desviación a Lisboa, en lugar de dirigirse a Santander como se les había ordenado. Pero otra vez los convenientes vientos contrarios, alegaría Drake, le impedirían cumplir aquel mandato real. Nadie creyó este pretexto, pero el marino inglés, confiado en su buena estrella, esperaba que con un resonante triunfo en Portugal, su indisciplina sería olvidada y la reina le perdonaría. 

No obstante, malamente se iniciaba esta nueva singladura a Lisboa. A las pocas horas de zarpar, doce navíos con unos 2.000 hombres desertaron hacia puertos de Francia. Estas defecciones, unidas a las de veinticuatro naves con 3.000 infantes y marineros que también huyeron antes de alcanzar La Coruña, suponían una disminución en las fuerzas de la expedición de 5.000 hombres y 36 barcos con su correspondiente armamento. 

A primera hora de la tarde del 26 de mayo, la flota inglesa apareció ante el cabo Peniche. El desembarco se efectuó en este lugar, situado a unos setenta kilómetros de Lisboa, porque se confiaba en provocar una insurrección en toda la región, y con un ejército bien respaldado e incrementado por millares de portugueses partidarios de don Antonio, el pretendiente rival de Felipe II, sería más fácil entrar en Lisboa, donde también se esperaba una favorable actividad de la quinta columna. 
La estrategia de Norris era forzar a la reducida guarnición de Lisboa a salir de la capital para enfrentarse a los invasores -mucho más numerosos- en campo abierto. Mientras tanto, con una ciudad prácticamente desguarnecida, a Drake le sería muy fácil entrar en el puerto y, con la ayuda de los previstos insurrectos portugueses, completar la ocupación de la capital lusitana. Pero ni el archiduque Alberto, virrey de Portugal y sobrino de Felipe II, ni el conde de Fuentes, jefe supremo del ejército español, cayeron en esa trampa. 

De los 8.000 soldados de la guarnición de Lisboa, más de la mitad eran portugueses de dudosa lealtad a España y, dada esta circunstancia, hubiera sido una locura abandonar la ciudad para en batalla campal luchar contra un enemigo que les superaba en número de hombres. Lógicamente, Norris deseaba esa batalla porque era consciente de su superioridad en infantes y sabía que si llegaba ante las murallas de Lisboa, por carecer de artillería de sitio, difícilmente podría expugnarla. Su única esperanza era una rebelión interna -factible si gran parte del ejército español salía de la capital-, o la entrada en el puerto lisboeta de las naves de Drake

Tras una agotadora marcha en la que perdieron muchos hombres, el 7 de junio los ingleses llegaron a los arrabales de Lisboa. Ahora la situación de los infantes de Norris y de Essex era dramática porque carecían de medios para forzar su entrada en la capital. Les faltaba pólvora y municiones, no tenían caballos ni cañones y se les habían agotado los alimentos. 

El conde de Fuentes, evitando siempre la batalla campal, diariamente en acciones que hoy calificaríamos de comando, enviaba a sus hombres a agredir a las fuerzas inglesas, exhaustas y mal atrincheradas. Tal fue la salida efectuada por el capitán Sancho Bravo, quien con su compañía se introdujo en la retaguardia enemiga y por sorpresa les atacó, causándoles muchas bajas y arrebatándoles tres banderas. Víctimas mortales de estas acciones fueron los coroneles Batt y Doiphin y los capitanes Carsey y Cave. 

El día 9, Norris, con su ejército diezmado por los choques con los españoles, más de la mitad de sus infantes enfermos o moribundos, harto de esperar la prometida sublevación de los lisboetas, abandonó el asedio a la capital y se dirigió hacia Cascaes para unirse a 
las fuerzas de Drake

Entretanto, ¿qué hacía Drake? El almirante inglés había llegado sin problemas el día 29 a Cascaes y fácilmente se apoderó de su fortaleza. Durante el resto de los días se mantuvo indeciso, sin atreverse a cumplir la parte de su cometido en aquella empresa; es decir, la entrada en el puerto de la capital lusitana. 

Finalmente, entre el 9 y el 10 de junio llegaron a Cascaes, derrotadas y en lamentable estado, las tropas de Norris. El encuentro entre ambos comandantes debió ser muy desagradable. Un portugués, partidario de don Antonio, Faria de Sousa, escribió: Que por no haber entrado en el Tajo con su flota, sir John Norris y don Antonio llamaron a Drakeabiertamente cobarde. 

La única compensación para Drake en esos dramáticos días fue la captura de sesenta pequeños bájeles hanseáticos que transportaban mercancías a España. Sin embargo, poco duraría esa alegría porque al regresar a Inglaterra, para acallar las protestas de las ciudades de la Hansa, esos navíos tuvieron que ser devueltos con sus mercancías a sus legítimos propietarios. 

La intención de Drake al zarpar de Lisboa era que una parte de la flota se dirigiera a las Azores y otras intentara poner rumbo hacia los puertos españoles del Cantábrico, pero debido a una meteorología adversa, sólo una docena de navíos ingleses pudieron llegar a la isla de Porto Santo. El capitán John Fenner, que mandaba aquel escuadrón, tras una serie de desafortunados choques con los defensores de la isla, ordenó el retorno de las naves a Inglaterra. 

El resto de la flota comandad por Drake, al llegar a la altura de Vigo, detuvo su singladura para atacar esta ciudad gallega, cuyo asalto no tuvo graves consecuencias porque su vecindario se había retirado con todos los objetos de valor. Decenas de casas fueron incendiadas, pero repelidos por la milicia local que les causó numerosos muertos -entre ellos William Fenner, contraalmirante de la flota-, sin apenas obtener botín, a las pocas horas se vieron obligados a embarcar. 

En la flota de Drake la indisciplina dominó hasta el final. Al arribar a Plymouth el 10 de julio, la soldadesca se amotinó porque no aceptaban los míseros cinco chelines que como paga se les ofreció. Y tan mal cariz tomó la protesta que para reprimirla ahorcaron a siete amotinados. 

Pocos días después, el Consejo Privado estableció una comisión especial para valorar y analizar detalladamente los resultados de la expedición, cuyo balance final no pudo ser más decepcionante. 

Entre los cañones capturados en La Coruña, los bastimentos y otras mercancías de variada índole confiscadas en Galicia y en Portugal, el total de botín no alcanzaba las 29.000 libras. Teniendo en cuenta que la inversión había superado las 160.000 libras, el negocio no podía ser más ruinoso. 

En cuanto a pérdidas humanas, la expedición de la contraarmada, todavía hoy es considerada como el mayor desastre de la historia naval de la Gran Bretaña. De los más de 23.000 hombres que el mismo Drake admite, habrá que descontar los 3.000 que huyeron al salir de Plymouth y los 2.000 que desertaron al zarpar de La Coruña, que hacen un total de 5.000. Pues bien, de los 18.000 que nos quedan, según el historiador británico M. S. Hume, sólo 5.000 regresaron vivos a su patria. Es decir, más del 70 por 100 de los expedicionarios fallecieron en la empresa. Entre la oficialidad, las bajas mortales también fueron muy altas; el contraalmirante William Fenner, ocho coroneles, decenas de capitanes y centenares de nobles voluntarios sucumbieron en aquel desastre. A estas sensibles pérdidas hay que añadir la destrucción o captura por los españoles de al menos doce navíos. 

Inglaterra, por culpa de la indisciplina de Drake, había fallado en sus principales objetivos. A partir de entonces Drake quedó condenado a un casi total ostracismo. Su actividad en la mar, su elemento esencial y el que mejor conocía, fue nula. Se le destinó a supervisar las defensas del puerto de Plymouth. Solamente en 1595, no sin cierto recelo por parte de la reina, Drake, juntamente con John Hawkins, emprendió otra expedición al Caribe, en la que también sería derrotado y muerto por sus eternos enemigos, los españoles. 

Con respecto a don Antonio, el ilusionado pretendiente al trono portugués, el desastre de 1589 puso fin a todas sus esperanzas. Olvidado por ingleses y franceses, se retiró al pueblo de Reuil, cerca de París, en donde después de pasar toda suerte de privaciones, falleció en agosto de 1595. 

En general los historiadores británicos han escrito muy someramente sobre el desastre de la contra-armada. Han disminuido su trascendencia y tergiversado a su favor esos dramáticos acontecimientos. Pero lo más sorprendente es que los españoles hayan dedicado tan pocas líneas a esa victoria -algunos manuales ni siquiera la citan que tuvo importancia capital. Porque si en 1589 los navíos supervivientes de la Armada hubieran sido rematados en los puertos del Cantábrico y las Azores y Portugal ocupados por los ingleses y sus aliados, España habría tenido que firmar una paz cruel con las probables graves consecuencias del fin de su imperio americano y de su rango de potencia europea.

FORO DE DISCUSIÓN