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D. Juan de Tassis y Peralta, Conde de Villamediana, procedía de una vieja e ilustre familia, los Torre, Torriano o Turriano, a los que en tiempos del Arzobispo San Ambrosio de Milán les fue encomendada la defensa de una torre, cosa que consiguieron heroicamente y que luego les perteneció. Algunos de los familiares pasaron al Valle de Cornelio en Italia donde está situada la Montaña del Tasso (tejón, animal al que gustaban de cazar, y por este motivo lo colocaron en su escudo de armas nombre con el que fueron conocidos desde entonces). La familia fue dispersándose por varias regiones de Italia, siendo uno de ellos de nombre Rugero fue protegido por el emperador Federico III, que le hizo gentilhombre de cámara y montero mayor. Tuvo dos hijos, Francisco y Simón. Francisco fue el heredero de los cargos de su padre pero no teniendo descendencia llamó a uno de sus sobrinos, hijo de su hermano Simón al que el emperador Maximiliano nombró Correo Mayor, un cargo muy lucrativo. Por su parte Carlos V nombró a sus descendientes Maestros de Hostes y Postas. El mayor de los hermanos, Juan Bautista de Tassis fue Correo Mayor en Flandes casándose allí. Y el primogénito de los 11 hijos que tuvo, llamado Raimundo de Tassis, vino a España donde se casó con Doña Catalina de Acuña, de noble familia.

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El mayor de éstos, Juan, sería el padre del conde del que vamos a tratar aquí. D. Juán de Tassis y Acuña, caballero de la Orden de Santiago y nacido en Valladolid, entró al servicio del Príncipe Don Carlos, hijo de Felipe II, participando en la Guerra de Granada, en la Galera, en el Peñón y en Orán, donde se distinguió por su valor. Felipe III le nombró Conde de Villamediana el 12 de octubre de 1603, confirmándole en el cargo de Correo Mayor General de todos sus estados. Casó con Doña María de Peralta Muñatones, de noble estirpe. Don Juan de Tassis acompañó como Correo Mayor al Duque de Alba en la toma y entrada triunfal en Lisboa el 29 de junio de 1581. Y estando en Lisboa Doña María dio a luz al único hijo que tuvo D. Juan, y que sería D. Juan de Tassis y Peralta, Segundo Conde de Villamediana, motivo de este artículo. Al regresar el Rey a Madrid en 1583, Don Juan padre regresó con su esposa e hijo con el Rey. El niño, que no había aún balbuceado su primera palabra, no volvió jamás a Portugal, ni escribió en portugués.

Al morir Don Juan de Tassis en 1607, fue sepultado en la Capilla Mayor del Convento de San Agustín de Valladolid. Su hijo, D. Juan de Tassis y Peralta, Segundo Conde de Villamediana, tenía 15 años. Se crió D. Juan en Palacio, como correspondía a su alcurnia, recibiendo una buena educación científica y literaria. Tuvo por maestros al famoso humanista Bartolomé Jiménez Patón que le preparó en Lingüística, Retórica y Dialéctica, las Humanidades de entonces. Más tarde el discípulo recompensaría a su maestro nombrándole Correo Mayor de Villanueva de los Infantes. Otro de sus maestros fue el Licenciado Tribaldos de Toledo, que le enseñó todo lo relativo al conocimiento de los antiguos autores castellanos, inculcándole el amor por la poesía que nunca le abandonaría y en la que destacó. El Licenciado Tribaldos se convirtió, años más tarde, en Cronista de Indias y Bibliotecario del Conde-Duque de Olivares. Pasó más tarde D. Juan a la Universidad de Alcalá de Henares, pero por breve tiempo, y no llegó a estudiar ninguna de las carreras que allí se enseñaban.

Cuando Felipe III fue al Reino de Valencia para celebrar su matrimonio con Doña Margarita de Austria, el joven Don Juan le acompañó y se distinguió tanto que el Rey le nombró Gentilhombre de su casa. En Palacio conoció a Doña Magdalena de Guzmán y Mendoza, de noble cuna y de gran influencia en la Corte, viuda de D. Martín Cortés de Monroy, Segundo Marqués del Valle de Guajaca e hijo de Hernán Cortés. Después de su viudez, la Reina la había nombrado aya del hijo que le iba a nacer. La diferencia de edad era grande, no obstante según cuentan sus biógrafos, D. Juan parece que tuvo relaciones amorosas con ella y un soneto de autor anónimo que circuló por Madrid decía que "no se portó muy bien con ella y aún le llegó a poner la mano encima", por lo que se dice que Doña Magdalena siempre le amó y le odió.

Cuando el privado del Rey, el Duque de Lerma consiguió que el Rey trasladase la Corte a Valladolid, donde permaneció cinco años, D. Juan siguió al Rey a Valladolid, donde contraería matrimonio con Doña Ana de Mendoza y de la Cerda, descendiente del famoso poeta el Marqués de Santillana. Con ello enriquecía Don Juan su nobleza, aunque no su riqueza. Tuvieron varios hijos durante su matrimonio, pero, por desgracia, todos se malograron. Con todo, la Corte en aquellos tiempos no era una buena escuela de moralidad. Dice Cotarelo que el reinado de Felipe III era “una síntesis de vicio e hipocresía". El Rey era muy aficionado al juego, a los naipes y se decía que el Duque de Lerma era un tahur. Se gastaban sumas inmensas en toda clase de cosas superfluas, cuando la economía del país y el Erario público estaban exhaustos y el Rey no tenía con qué pagar a los criados. De hecho, en una noche el monarca perdió en el juego un millón cien mil reales que le ganó el Marqués de Povar. La Reina y sus damas no quedaban atrás como ludópatas, y Lerma, el valido, tenía siempre montada una timba con los ricos genoveses. Villamediana no podía ser menos, llegando a ser con los naipes un consumado maestro, y comenzó así su leyenda. Incluso Cervantes hace alusión a él en El Quijote bajo el nombre de Pierres Papin. Mme. D'Aulnoy en su viaje por España cuenta una anécdota referente al Conde: "Hallándose el Conde un día en la Iglesia de Atocha se le presentó un fraile con un cepillo pidiendo para las ánimas del Purgatorio. Villamediana le dio un ducado y el fraile le dijo: "Acabáis, Señor, de librar un alma". El Conde le dio otro ducado y el fraile le dijo: "Otra más redimida". Fue dándole algunos educados más en tanto que el fraile repetía a cada uno que daba: "Un alma acaba de salir del Purgatorio". "¿Me lo aseguráis? le dijo entonces el Conde. "Sí, Señor, ya están en el cielo". "Devolvedme entonces el dinero que puesto que están en el cielo, no hay que temer que vuelvan al Purgatorio, en tanto que mis ducados corren el grave peligro de no volver a mi bolsillo". D'Aulnoy afirma que, sin embargo, no recogió su dinero.

Precisamente su fortuna fue su desgracia: fue tan afortunado en el juego que dio motivo para que le expulsaran de la Corte, que había vuelto a Madrid, el 19 de enero de 1608 por haber ganado más de 30.000 ducados. Entonces marchó a Valladolid donde tenía amigos y parientes. Sin embargo regresa pronto a Madrid donde su espíritu inquieto le hace partir para Valencia acompañando al Marqués de Santa Cruz y de allí a Italia donde se instala cerca del Virrey recién nombrado, D. Pedro Fernández de Castro, Conde de Lemos, y pronto forma parte de la "Academia de los Ociosos" en la que se reunían poetas y escritores en torno al Mecenas que era Lemos, y enter cuyos miembros se contó a Quevedo, y en la que no pudo entrar Cervantes, a pesar de lo cual escribiría aquellos famosos versos del "Viaje al Parnaso" que comienzan: "Tú, el de Villamediana, el más famoso / de cuantos entre griegos y latinos/ alcanzara el lauro venturoso".

Villamediana se distinguió pronto en Nápoles como consumado poeta, haciendo las delicias de los napolitanos. Tenía el Conde por entonces 33 años (1615) y con su fortaleza, su buen físico y su destreza en las armas, se hizo muy popular. El Duque de Rivas le dedicó estos versos en romance:

"Era el gran Don Juan de Tassis, / Caballero cortesano, / Conde de Villamediana / De Madrid y España encanto / Por su esclarecido ingenio, / Por su generoso trato, / Por su gallarda presencia, / Por su discreción y fausto"

El cargo de Correo Mayor le proporcionaba pingües beneficios, y por ello no tenía empacho en ser generoso en extremo y sus gastos eran fabulosos, lo que le permitió hacerse con una buena colección de obras de arte, pinturas de los mejores autores italianos y españoles, esculturas, armas y numerosos objeto de valor que enviaba a España como ornamento de su casa. Era especialmente aficionado a los diamantes que engastaba en plomo para hacerlos brillar más y de los que enviaba muchos a su esposa Doña Ana que había permanecido en España. Además tenía en sus cuadras los mejores caballos, que nunca vendía sino que a veces los regalaba. Seis años pasó en Italia, dónde comenzaron a surgir relatos en los que se hacían referencia a posibles relaciones homosexuales del conde, y regresó en 1617 a Madrid, quedando asqueado de cuanto vio en la Corte, lo que le hizo escribir en sus poemas diatribas contra todo y contra todos, ganándose muchos y poderosos enemigos. Su poesía satírica era arrojada como un ardo envenenado contra aquello o aquéllos que no le gustaban. Sus críticas se hicieron famosas y circulaban por todo Madrid, de mano en mano, copiándolas unos y otros e incrementando su círculo de enemigos.

Hacía responsable de toda la desmoralización imperante al Duque de Lerma, el privado del Rey, codicioso, venal y rapaz. Traficaba con los destinos, llegando sólo en "donativos" a obtener una suma de 44.000.000 de ducados. La expulsión de los moriscos le proporcionó enormes beneficios en propiedades y dinero. El oro que venía de Indias, cuando no quedaba en manos de piratas y corsarios, pasaba a engrosar las arcas del Duque y sus paniaguados, en lugar de invertirlo en el desarrollo de España. Uno de los que más se distinguió por los abusos cometidos siguiendo el ejemplo de su protector, fue D. Rodrigo Calderón, Marqués de Siete Iglesias, que era el valido del valido, favorito del favorito, que de simple paje del Duque se había elevado a la Secretaría de Estado. Dice Cotarelo: "Asusta leer la lista de riquezas que sólo en alhajas se le halló cuando la formación de su proceso que precedió a su muerte en la horca". Aquello que vió Villamediana a su regreso de Italia, era un verdadero saqueo de España. Para salvarse de lo que veía venir, Lerma pidió al Papa Pablo V el capelo cardenalicio que le fue concedido. Villamediana declaró una guerra implacable contra aquellos malos Ministros y Gobernantes de entonces, entre los que el fraude y el cohecho eran la regla. Fue aquella época una de las más tristes páginas de nuestra Historia. He aquí alguna de las décimas de Villamediana dirigidas al Rey, en las que muestra su patriotismo:

"Las Indias le están rindiendo / el oro y plata a montones, / y España con sus millones, / aunque la van destruyendo; / cada día están vendiendo / cien mil oficios, Señor: / usan muy grande rigor / en destruir vuestra tierra; / gastóse aquesto en la guerra.../ o en Lerma diré mejor. / Cien mil moriscos salieron / y cien mil casas dejaron; / las haciendas que se hallaron / ¿en qué se distribuyeron? / La moneda que subieron, / causa es de pena y de lloro, / y subir también el oro / con tan poco fundamento; / arbitrio, en fin, de avariento / para aumentar su tesoro..."

No se puede dudar, pues, de su sentido patriótico, que le obligó en ocasiones a realizar con el arma de sus versos una crítica despiadada contra los vicios de España. Y a los que pensaron que era un descreído, bastará este soneto

"A Cristo crucificado"

"Cuando os miro pendiente de un madero / de sacrílegas lenguas blasfemado, / por mil partes herido y traspasado /
el pecho sacro del agudo acero, / Temo el rigor del Tribunal severo / viendo el duro castigo ejecutado, / en quien ni fue ni pudo ser culpado, / rayo de inmensa luz, Dios verdadero./ Mas entre el miedo crece la esperanza / en la inocente sangre derramada, / que por lavar mis culpas dio su vida. / Fe cuyo aliento a conocer alcanza / que alma con sangre de su Dios comprada / será a su mismo autor restituida".

Mientras tanto, en el mundo de la política, la vida seguía: pese la privanza y el capelo, el Rey desterró a Lerma a Valladolid (4 octubre 1618). Villamediana escribió en aquella ocasión:

"El mayor ladrón del mundo, / por no morir ahorcado, /se vistió de colorado"...

A Jorge de Tobar, Secretario del Real Patronato, luego Secretario de Estado, le dedicó varias composiciones con motivo de haberle concedido el Rey el hábito de Santiago, en las que le llamaba judío:

"¡Y quiere hoy ponerse cruz, / al que puso a Dios en ella!" /"¡Si es que estás bautizado, / dinos cuándo!"

No dejó títere con cabeza y fue tal la cantidad y la calidad de aquellos a quienes iban dirigidos sus insultos, escritos infamantes, diatribas y sátiras que concitó muchos odios, preparando así su trágico final. A tal punto llegó la inquina contra él, que el Rey por segunda vez le desterró de Madrid con la prohibición de acercarse a menos de 20 leguas, así como tampoco a las principales ciudades del Reino. Desterrado, pasó el Conde por Sigüenza, luego fue a Córdoba a pesar de la prohibición y desde allí siguió haciendo sátiras. Estaba siempre al tanto de cómo estaba la política del Reino. Así se enteró de que D. Rodrigo Calderón había perdido el favor real por faltarle su protector el Duque de Lerma. Preso éste en 19 febrero 1619, fue llevado al Castillo de Montánchez, luego al de Santorcaz y por último a Madrid donde se le formó proceso y acabó en el cadalso. Se decía de Villamediana que escribía con lodo. Atacaba por todos los flancos sin respetar ni la vida privada. Ultrajando incluso a muchos inocentes. Había un alguacil llamado Pedro Vergel, al que dirigió esta cuarteta:

"¡Qué galán entró Vergel / con cintillo de diamantes! /¡Diamantes que fueron antes /de amantes de su mujer!"

Y al Conde de Salazar que era muy feo, así como su mujer:

"Al de Salazar ayer / mirarse a un espejo ví; /perdiéndose el miedo en sí / para mirar su mujer"

Era todo un ejemplo de maledicencia que, sin embargo concurría a certámenes literarios, ganando el primer premio con su poesía de las grandes fiestas de San Isidro el 15 de mayo de 1620. En aquella ocasión Lope de Vega que estaba en el tribunal que le premió, le alabó mucho. Mientras tanto, de su infeliz esposa, la Condesa Doña Ana, ni se habla. Pasó desapercibida, como una sombra. Seguía en Valladolid donde murió, posiblemente en soledad.

A los dos años y medio su destierro terminó coincidiendo con los cambios políticos que tuvieron lugar en la Corte. El 3 de marzo de 1621 muere Felipe III, que había sido un juguete en manos del Duque de Lerma, del de Uceda y del Padre Aliaga, su confesor. Le sucedió Felipe IV, que venía ya con favorito incorporado, D. Gaspar de Guzmán, Conde de Olivares. Felipe IV tenía 16 años y estaba casado con Doña Isabel de Borbón, hija de Enrique IV de Francia y de María de Médicis. Por la naturaleza del rey, no le costó gran trabajo a Olivares anularlo, apartándole del gobierno. El se encargó de la decadente nación que le entregaron, haciendo cambios radicales en el Gobierno: los desterrados volvieron y entre ellos Villamediana, que fue nombrado Gentilhombre de la Reina y repuesto en su cargo de Correo Mayor. Pero Don Juan no podía detener su estilo satírico y dirigió contra los caídos Ministros escritos rencorosos, contando con la anuencia del Rey y de Olivares. Era, como se decía en un anónimo que corrió por todo Madrid, "como un buitre después de la tempestad". Fueron pocas las personas que escaparon al látigo del Conde. Pero había hecho muchos "discípulos" y ahora las poesías satíricas y los libelos menudearon contra él. Por aquel entonces (1621), Villamediana, atraído por los encantos de la Reina Doña Isabel, al parecer se enamoró perdidamente de ella. Se ha hablado mucho sobre estos amores, que pertenecen más al territorio de la leyenda que a la historia, llegando incluso a atribuirse su trágico final especialmente a estos "amores reales".

Parecía como si buscase el conde el peligro y disfrutara haciéndose enemigos. ¿Era, tal vez, un deseo subconsciente de suicidarse? Veamos unos de sus actos más escandálosos, según la moral de la época, y que dio pie a leyendas después de su muerte: Con motivo de terminar el luto por Felipe III idearon los monarcas organizar unas grandes fiestas en Aranjuez al estilo versallesco. La Reina encargó a Villamediana una comedia que ella y sus propias damas representarían. A tal efecto se levantó un teatro en el Jardín de la Isla, construido por el Ingeniero Julio Fontana, a quien conocía el Conde desde su estancia en Italia. Se iluminó todo con antorchas y el Rey y la Corte se aprestaron a disfrutar de la comedia, una alegoría política titulada "La gloria de Niquea", que estuvo precedida por una serie de danzas a cargo de las damas de la Corte. Era el 15 de mayo de 1622.

El escenario era una maravilla, con el entorno de los espléndidos jardines de Aranjuez. Dio comienzo la representación. La Reina estaba situada sobre una nube hecha de cartón y seda, y las damas, cada una en su papel, lo hacían lo hacían a las mil maravillas, según las crónicas cortesanas de la época. Terminó el primer acto con gran satisfacción del público. Dio comienzo el segundo acto y a poco de empezar una antorcha cayó sobre las telas y comenzó a arder el escenario. Se organizó el natural alboroto, y todo el mundo corría, temiendo ser alcanzado por el fuego. La Reina estaba en un lugar peligroso, pero allí estaba el Conde de Villamediana para salvar a su Reina. Saltó como un resorte, tomó en sus brazos a Doña Isabel, "salvándola de perecer" y La Reina llegó sin novedad donde estaban los demás invitados. Más tarde se dijo que el incendio había sido provocado por el mismo Conde o por uno de sus lacayos, para así con ese pretexto tener a la Reina en sus brazos aunque fuese por poco tiempo. Cierto o no, el rumor corrió por todo Madrid.

Las fiestas continuaron en la Corte, esta vez con motivo de la canonización de San Isidro, San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, San Felipe Neri y Santa Teresa. Hubo desde corridas de toros hasta representaciones teatrales en la Plaza Mayor. Villamediana era experto alanceador de toros así como corriendo cañas. Tuvo una excelente actuación delante de los Reyes, hasta el punto de que la Reina entusiasmada exclamó dirigiéndose a su augusto esposo: "¡Qué bien pica el Conde!" a lo que el Rey contestó: "Pica bien, pero pica alto". Parece que ya barruntaba lo que quizás no hubo más que en la imaginación popular. Que el Conde estaba enamorado de Doña Isabel era indudable. Hay demasiados indicios que Villamediana no trataba de ocultar. En una de aquellas fiestas se presentó con un magnífico terno sobre el que habían sido colocadas en su pecho una serie de monedas de las recién puestas en circulación, reales de plata y sobre ellas un lema bordado en oro que decía: "Son mis amores reales". La imprudencia de Don Juan fue enseguida observada por toda la Corte y en especial por el Conde-Duque de Olivares, que se lo hizo ver al Rey. Toda una temeridad. Isabel, sin embargo, nunca correspondió las intenciones de un libertino que con tantas mujeres estuvo.

Parecía Villamediana estar en la cúspide del éxito, destinado a triunfar en la vida por su nacimiento, su fortuna y sus condiciones naturales. Pero no nos olvidemos que de que, hábil rimador, se había especializado en una poesía de circunstancias con la que alabó y, más frecuentemente, satirizó a personajes de su época. De esta forma, Villamediana se ganó una gran cantidad de enemigos en la corte, tan poderosos, o más, como el mismo conde, labrándose así, como ya se ha dicho, su propia caída.

Por su manera de comportarse y vestirse, Villamediana convirtió sus atuendos en regla de la corte, sus fiestas constituían el centro de la actividad cultural de Madrid y sus expresiones eran comentadas al día siguiente en los llamados mentideros, lugares de reunión de los ociosos. Don Juan de Tassis, o Tarsis como castellanizó su nombre y aparece citado muchas veces, fue un poeta conceptista y lírico que mostró un gran manejo del lenguaje como instrumento explicativo y como arma de ataque. Famoso en su tiempo, compartió batallas, en el mismo o en distintos bandos, con las más célebres figuras del barroco. De Góngora fue amigo e imitador; de Quevedo fue enemigo abierto; y despreció a Lope de Vega. Arriesgado con sus sátiras, se ganó la popularidad. Su ingenio criticó la corrupción del gobierno de Felipe III y el fanatismo religioso de la Santa Inquisición.

Sin embargo, hubo algo en lo que no fue precisamente hábil: la política, tan competitiva y despiadada en su tiempo. En su día, el extravagante conde no pasaba desapercibido. Era extremado en todo. Provocador, ambicioso, audaz... Exagerado en la palabra y gesto, extravagante en el vestir, endeudado jugador (como su amigo Góngora), y desenfrenado conquistador de mujeres. Atractivo, no estaba plenamente satisfecho con sus relaciones maritales, al parecer, por lo que se sus infidelidades con diversas mujeres fueron no pocas. Sedujo a doncellas casadas –aumentando su ya crecida cuenta de enemigos- y fue cliente habitual de los burdeles. A pesar de todo, existían rumores de que era homosexual, como recordaremos con motivo de su trágico final.

Vivió, pues, en pleno declive del Imperio Español, sumido poco a poco en una crisis progresiva, que iba royendo poco a poco su corazón. La corte dedicaba el dinero y el oro de América, que tanto poder daba a España, en excéntricas fiestas y caprichos y la Santa Inquisición sembraba por el país sus prácticas "piadosas". Juan de Tassis denunció con ingenio este desalentador panorama. Al ascenso al trono de Felipe IV, que, como ya se ha dicho, heredó de su padre la poca predisposición a los asuntos políticos y el gusto por el placer palaciego, y por los lances amorosos, pues ya desde el primer día de casado fue un adúltero redomado, Villamediana se halla cerca del monarca, como su gentilhombre de cámara y hombre de confianza, ganándose el favor del rey escribiendo sonetos para sus amores y enalteciendo su figura en representaciones teatrales. Pese a recibir muchas amenazas desde distintos frentes, para que depusiera su actitud crítica, continuó con sus poemas y su tren de vida desenfrenado, labrándose su propio fin, y su vida licenciosa. llegando así a su trágico fin una calurosa noche de agosto de 1622, en uno de los sitios más públicos de la corte.

Quevedo, que no tenía precisamente mucho afecto a Villamediana por haber escrito el Conde unos versos satíricos contra el Duque de Osuna, protector de Quevedo, refiere que, siendo el confesor del Rey y el Conde-Duque, D. Beltrán de Zúñiga “como intérprete del Angel de la Guarda del Conde de Villamediana” le advirtió “que mirara por sí que tenía peligro su vida", pero el Conde no le hizo mucho caso. Sigue contando Quevedo:

¨El Conde, gozoso de haber logrado una malicia en el religioso, se divirtió, de suerte que habiéndose paseado todo el día en su coche con D. Luis de Haro, hermano del Marqués del Carpio gran amigo suyo), a la mano izquierda en la testera, descubierto al estribo del coche, en la calle Mayor donde vivía, salió un hombre del Portal de los Pellejeros, mandó parar el coche so pretexto de dar un recado urgente al Conde y reconocido, le dió tal herida que le partió el corazón. El Conde, animosamente, asistiendo a la venganza más que a la piedad, exclamó "Esto es hecho" y empezando a sacar la espada y quitando el estribo, se arrojó a la calle donde expiró luego, entre la fiereza de este ademán y las pocas palabras referidas. Corrió al arroyo toda su sangre y luego arrebatadamente, fue llevado al portal de su casa, donde concurrió toda la Corte a ver la herida, que cuando a pocos dio compasión, a muchos fue espantosa; la conjetura atribuía a instrumento, no a brazo". (Parece que le asesinaron con una ballestilla).

"Y hubo personas ...que nombraron los cómplices y culpan al Príncipe, osando decir que le introdujeron el enojo por lograr su venganza; que su orden fue que lo hiriesen". Pero alguien más corrigió al Rey y recomendó al asesino que "acabaran" con él. Otros decían que pudiendo y debiendo morir de otra manera por justicia, había sucedido violentamente, porque ni en su vida ni en su muerte hubiese cosa sin pecado. Solicitar uno su herida y su desdicha con todas las coyunturas y el castigo con todo su cuerpo, y no prevenirse, fue decir: "Ni la justicia ni el odio han de poder hacer en mí mayor castigo que yo propio". Y todo lo que vivió fue por culpar a la justicia en su remisión y la venganza en su honra: y cada día que vivía y cada noche que se acostaba era oprobio de los jueces y de los agraviados; diferentemente en su muerte y en las causas della".

La justicia hizo diligencias para averiguar quienes habían sido los culpables, pero con órdenes de no averiguar nada y así quedó impune el crimen y solitario en la leyenda.


Muerte del conde de Villamediana, de Manuel Castellano, 1868, Museo del Prado.

Otra versión es la de D. Gonzalo de Céspedes y Meneses, Historiador del Reinado de Felipe IV, que publicó en 1631 una obra en la que narraba, con menos encono que la de Quevedo, cómo fue la muerte de Villamediana:

"Sucedió en el mes de agosto... mas mucho antes prevenido... D. Juan de Tassis, Conde de Villamediana... El 21 de agosto entró en Palacio rodeado de criados... estuvo allí corto tiempo, saliendo con D. Luis de Haro, hijo heredero del De Carpio y menino de la Reina, al cual con ruegos y porfías metió en su coche y le pidió que viniese a pasear...por fatal destino suyo parece que le quiso traer para testigo de su muerte. Iba Don Juan bien descuidado y hablando con su compañero de cosas de gusto y diversión, de caballos, música y poesía de que perdidamente era tentado para su mal... Así llegaron a la Puerta de Guadalajara... Quiso Don Luis seguir otro camino... pero insistió el Conde y siguió adelante sacando la cabeza para llamar a sus criados... yendo el Conde al otro estribo recostado, le embistió un hombre y le tiró un solo golpe, mas tan grande que arrebatándole la manga y carne del brazo hasta los huesos, penetró el pecho y corazón y fue a salir a las espaldas. A la voz triste que dió el Conde, atropellado del dolor, volvió Don Luis y conociendo el mal recaudo sucedido (aunque sin armas) saltó luego para prender al homicida... El Conde puso la mano en la espada, fue con tan ciego destino que tropezando uno sobre otro...y en tanto el Conde revolviéndose, vomitó el alma por la herida, de cuyas bocas (por disformes) juzgaron muchos haber sido hecha con arma artificiosa, para desplazar cualquier defensa. [...] Aqueste fue su infausto fin; algunas de sus causas... unos han dicho se produjo de tiernos yerros amorosos, que le trujeron recatado todo el resto de su vida; porque él sin duda era de aquellos que comprenden en sus ánimas cuanto les brinda la fortuna y otros de partes de su ingenio que abrieron puertas a su ruina". En un Códice que se encuentra en la Biblioteca Nacional de Madrid (F.f.-73) se dice: "Este año de 1622, a 18 de agosto (fue en realidad el 21), mataron al Correo Mayor, a boca de noche en la calle Mayor, junto a la de los Boteros, yendo en su coche, un hijo del Marqués de Carpio, y dicen que le mataron con un arma como ballesta al uso de Venecia y que se callase se mandó".

León Pinelo dice: "Domingo 21 de agosto 1622, en la calle Mayor, yendo en su coche D. Juan de Tassis, Conde de Villamediana, aún casi de día, se llegó al estribo un hombre y con alguna arma fuerte y que hería de golpe, por si llevaba defensa, se le dió tan cruel, que rompiéndole las costillas no le dio más lugar que para decir: "Jesús esto es hecho" y luego murió..." En versos que corrieron por todo Madrid se le achacó al Conde-Duque de Olivares la muerte del Conde de Villamediana como autor intelectual e inductor. Una nota al margen de un anónimo autor del libelo contra el Conde-Duque titulado "La Cueva de Meliso", se dice: "Dijeron en el caso del poeta Villamediana, que había muerto por las sátiras que escribió contra Don Gaspar (Conde-Duque de Olivares) y las demostraciones frenéticas que ejecutó por la Reina Isabel. Al que lo mató hizo el Conde-Duque Guarda Mayor de los Reales Bosques, llamado Ignacio Méndez, natural de Illescas. Fue común opinión que murió este asesino envenenado por su mujer, que se llamaba Micaela de la Fuente." Otros decían que el matador fue Alonso Mateo, Ballestero del Rey. El escribano del Rey, Manuel de Pernia certificó y dio fe de que "Don Juan de Tassis, Conde de Villamediana, Correo Mayor de estos Reinos estaba muerto en su casa de una estocada que le habían dado en la calle Mayor. Y para que conste, etc...21 agosto 1622". Depositado el féretro en San Felipe el Real, fue luego conducido a Valladolid y sepultado en la Capilla Mayor del Convento de San Agustín, patronato de la familia. Muchos años después hallaron incorrupto su cadáver, lo cual se atribuyó a la sangre derramada por la ancha herida que le habían causado. Mira de Amescua escribió sobre él el siguiente epitafio:

"¡Golpe fatal, cruel hecho / que en bárbara impiedad toca! / Que por cerrarme la boca / Me la abrieron por el pecho; / Y aunque este lugar estrecho / me oprime y muerto me ven, / no es bien seguros estén / de mi lengua, porque es tal, / que hablará de muchos mal / si ellos no vivieren bien"

Y Don Juan Ruiz de Alarcón otro epitafio:

"Aquí yace un maldiciente / que hasta de sí dijo mal, / cuya ceniza mortal / sepulcro ocupa decente. /Memoria dejó a la gente / del bien y del mal vivir; /con hierro vino a morir /dando a todos a entender / cómo pudo un mal hacer / acabar su mal-decir"

La mayoría de los poetas que le conocieron creyeron que debían escribir algo sobre él. Luis de Góngora atribuía su muerte a muy altos poderes:

"Mentidero de Madrid, / decidnos: ¿Quién mató al Conde? / Ni se sabe ni se esconde: / Sin discurso discurrid./ -Dicen que le mató el Cid / por ser el Conde Lozano; / ¡disparate chabacano! / La verdad del caso ha sido / que el matador fue Bellido / y el impulso soberano"

Don Antonio Hurtado hace un retrato del Conde y trata de explicar las causas de su muerte:

"Ya sabéis que era Don Juan / dado al juego y los placeres; / amábanle las mujeres / por discreto y por galán. / Valiente como Roldán / y más mordaz que valiente / ...más pulido que Medoro / y en el vestir sin segundo, / causaban asombro al mundo / sus trajes bordados de oro...

...Muy diestro en rejonear, / muy amigo de reñir, / muy ganoso de servir, / muy desprendido en el dar. / Tal fama llegó a alcanzar / en toda la Corte entera, / que no hubo dentro ni fuera / grande que le contrastara, / mujer que no le adorara, / hombre que no le temiera..."

En la décima de Luis de Góngora citada, parece sugerir que no fue el Conde-Duque de Olivares el autor intelectual que ordenó la muerte del Conde, sino un asesino infame por orden del Rey. No fue traidor el asesino como Bellido Dolfos, pues obró con orden y consentimiento del Rey, sino un mero ejecutor de la justicia real. Hartzenbusch afirmaba que "la mano que le hirió era vendida, un bruto como Ignacio Méndez o Alonso Mateo", o los dos. Estos fueron los autores materiales del crimen, pero los autores intelectuales del crimen fueron el Rey o el Conde-Duque de Olivares, o los dos. De todas formas era una muerte cantada y por encargo. Los asesinos fueron protegidos por el Rey y por el Conde-Duque. Se había hecho tantos enemigos por sus sátiras hirientes que muchos pensaron en que fue una conjura y desde luego muchos aplaudieron su muerte. Hay varios hechos que llegan entre líneas hasta nosotros.

1º El hecho de que el propio confesor del Rey llamándole aparte, le había advertido: "Téngase y mire lo que habla, que tiene peligro de la vida". Sabía lo que se tramaba y deseaba que se pusiera en salvo.

2º El hecho de que los asesinos fueran a cara descubierta y en pleno día con el movimiento de paseantes que había en la calle Mayor, está diciendo claramente que se sentían protegidos y que la justicia no les iba a perseguir. Quiere decir que "gozaban de impunidad".

3º A los autores intelectuales no les importó mucho que supiera que habían sido ellos. Eso es lo que querían para que todo el mundo supiera que con ellos no se podía jugar.

Pero realmente ¿hubo algo entre Doña Isabel y el Conde de Villamediana? No cabe la menor duda de que el Conde estaba loco por Doña Isabel y por eso hizo tantas locuras, el incendio para tenerla entre sus brazos, la colocación de los reales de plata y el lema "Son mis amores reales". No le importaban ni los riesgos, ni el qué dirán. El se creía por encima de todos los peligros ... o los buscaba. Si damos un vistazo a su poesía, podemos observar que son de un "enamorado sin esperanza", de un enamorado que no ha visto satisfecho su amor. Pero demos un vistazo por algunos de esos versos y las alusiones que hace:

"Ando tan altamente, que no alcanza / al sujeto la vista... / Ni un átomo de sombra de esperanza / a mi suerte jamás puede atreverse (o sería mejor entreverse?)
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"Callar quiero y sufrir, pues la osadía / de haber puesto tan alto el pensamiento... / ...Sufrir quiero y callar; mas si algún día / los ojos descubrieran lo que siento / no castiguéis en mí su atrevimiento / que lo que mueve Amor no es culpa mía"
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"Es tan glorioso y alto el pensamiento / que me mantiene en vida y causa muerte... / que entre misterios de un dolor secreto / amor es fuerza y esperar locura...

"Amo de vos lo que de vos entiendo, /no lo que espero porque nada espero.../ De vos no quiero más que lo que os quiero."

Estos fragmentos revelan un amor imposible, no a lo que él estaba acostumbrado, a mujeres que se le rendían más o menos fácilmente. Sospechaba que sólo podía esperar la muerte marchando por ese camino y creo que la deseaba al ver la imposibilidad de amarla como él quería. Los versos que se encontraron en su bolsillo después de crimen parecen indicarlo así:

"Mas como todo lo iguala / temida, buscada muerte..."

Y en efecto buscó la muerte y la encontró. ¿Y Doña Isabel? ¿Qué sentía por él? El Conde de Villamediana era un hombre aún joven aunque se llevaban una buena diferencia de edad. El le doblaba la edad. Ella veinte, él cuarenta. El era un hombre apuesto, elegante, amado por las mujeres, buen poeta, buen justador, buen rejoneador, temido por su espada por los hombres. ¿Quizás le gustaba a la reina, en su fuero interno, que un hombre así le manifieste su locura por ella? Pero ella públicamente no se fijaba en él, ni, al parecer, hacía caso de sus querellas amorosas. Y esto le hacía sufrir más a él que veía un imposible en aquel amor. Y no cabe duda que ella se debía interesar por él pero sin dar el paso fatal.

Otra anécdota se cuenta sobre este asunto. ¿Verdad o leyenda? "En cierta ocasión, hallándose la Reina en un balcón de Palacio se llegó por detrás el Rey calladamente y le puso las manos sobre los ojos. Creyendo ella que era Villamediana , le dijo: "¡Estáos quieto Conde!" a lo que el monarca sorprendido exclamó: "¿Conde?". Y ella que tenía siempre la respuesta adecuada, le contestó: "¡Sí, Conde! ¿No sois vos Conde de Barcelona?". A pesar de la rapidez y agilidad verbal de Doña Isabel, el Rey que ya debía estar un tanto amoscado por las asiduidades de Villamediana, debió quedar más preocupado todavía. Y cuando el Conde-Duque de Olivares, que debía tener muchos deseos de enfrentar al Rey con Villamediana, le echó más leña al fuego, cosa que debió hacer con frecuencia, comenzó a pensar que aquel rival podía ser peligroso. Olivares llegó a temer que Villamediana le iba a quitar la privanza del monarca al que se había ido ganando ayudándole a hacer versos y con ciertas tercerías. Con sus intrigas el Conde-Duque mataba dos pájaros de un tiro. Cotarelo señala que "El Conde de Villamediana no estaba exento de defectos, pero sus contemporáneos conocieron la bondad de su corazón, su generosidad, la afabilidad de su trato. Pero también conocieron su orgullo, la mordacidad de su carácter y su naturaleza apasionada. Unas oscurecieron las otras, pero no totalmente".

Epitafios alababan su figura y el pueblo extendió su mito de buen amante, cayendo sobre el rey la responsabilidad del crimen. El conde estorbaba más muerto que vivo. Tras su muerte, Olivares se sacó de la manga un motivo para oscurecer la figura del difunto: Procesó al muerto conde por sodomía. Fue declarado culpable y ya nadie lamentaba su muerte.

Tuvo numerosas amantes, con las cuales llegó a veces a las manos públicamente, y amoríos peligrosos con una de las cortesanas del rey, una tal Marfisa. Luis Rosales ha descubierto, además, que la Inquisición le abrió un proceso secreto por sodomía con algunos esclavos negros y conjetura que Felipe IV ordenó su asesinato para evitar el escándalo, aunque muchos tenían sobrados motivos para ello. Consciente de su carácter temerario y atrevido, ("Sépase, pues ya no puedo / levantarme ni caer / que al menos puedo tener / perdido a Fortuna el miedo") se sabía condenado a la muerte y en su poesía aparece este sentimiento fatalista plasmado a través del mito ovidiano de Faetón, en que también es posible observar un cierto complejo edípico respecto a su padre.

Son sus temas poéticos predilectos el silencio, la temeridad, el mito de Faetón y todos los relacionados con el fuego. Se muestra especialmente introspectivo en las redondillas y suele acumular los pronombres personales en señal de su desequilibrado narcisismo. Su lenguaje poético, esencialmente culterano, introduce cultismos nuevos que no aparecen en las obras de Luis de Góngora, que era amigo suyo. Escribió especialmente sonetos de diversos temas morales, amorosos y satíricos; algunos de los mejores son los dedicados a su destierro, como "Silencio, en tu sepulcro deposito...", que ha pasado a todas las antologías de poesía barroca. Su obra ha sido estudiada por Juan Manuel Rozas, Luis Rosales y otros autores.

Fuentes:
Internet.
http://www.ucm.es/info/museoafc/loscriminales/magnicidios/conde%20villamediana.html
http://es.wikipedia.org/wiki/Conde_de_Villamediana
http://www.lcc.uma.es/~perez/sonetos/villamediana.html
http://amediavoz.com/detasis.htm

Bibliografía
-RUESTES, María Teresa (ed.): Conde de Villamediana. Poesía, Planeta, Barcelona, 1992, (Clásicos Universales, nº 205).
-RUÍZ CASANOVA, José Francisco (ed.): Conde de Villamediana. Poesía impresa completa, Cátedra, Madrid, 1990, (Letras Hispánicas, nº 320)."


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