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Hace ahora aproximadamente un par de años, tenía el placer de elaborar para este foro el que por entonces era el segundo de mis artículos, y que pretendía dar una visión global y generalista acerca del impacto histórico que supuso un personaje -a mi modo de ver- relevante, no ya sólo por las propias actuaciones militares y políticas del fundador de los Bárcidas sino, sobre todo, por la influencia que tendría en la política militar de su país, así como en la formación, el carácter y el desempeño del que fue su heredero y primogénito, Aníbal Barca.

Tras dos años, con algunos libros leídos más y alguna que otra relectura, el trabajo necesitaba sin lugar a dudas ser reformado y completado, de manera que si bien la estructura del mismo respeta la esencia del original, la mayor parte del mismo y algunas de sus conclusiones comprobaréis que han sido construidas o remodeladas por completo.

Ahora solamente queda esperar, con total humildad, que esta revisión sea del agrado del lector y que el esfuerzo invertido haya valido la pena.

Son sobradamente conocidas para todos los aficionados a la Historia las eminentes figuras de Alejandro Magno, rey de Macedonia, y de Aníbal Barca, comandante en jefe de las tropas de Cartago en Iberia, generales por antonomasia que para muchos son, sin lugar a dudas y junto a César, los más brillantes conductores de tropas de la Antigüedad, y posiblemente los mejores comandantes de todos los tiempos. Sin embargo, resultaría en mi opinión inimaginable la extraordinaria grandeza que rodeará las carreras y encumbrará las figuras casi míticas de ambos -al menos tal y como las conocemos hoy en día- sin la referencia, influencia, enseñanzas e incluso, en el caso de Alejandro, del desafío que supuso tratar de continuar los proyectos e incluso de superar los logros y expectativas de sus brillantes progenitores: Filipo II de Macedonia en el caso de Alejandro, y el que ha de ser el protagonista de este artículo, Amílcar Barca, padre de Aníbal.


En el caso de Alejandro, debido al antagonismo y a la tensa relación de odio que existía entre sus padres Olimpia y Filipo, la relación paterno-filial se convertía muchas veces en la de dos auténticos contendientes, una competencia y una rivalidad que le enfrentaba con su padre y que cruzó la raya de la enemistad en diversas ocasiones, provocando incluso el exilio forzoso del príncipe heredero (cuestión llamativa teniendo en cuenta el escaso tiempo que pudieron compartir juntos, dado que Alejandro era aun adolescente cuando Filipo fue asesinado). Sin embargo, en el caso de Aníbal esto no fue así en absoluto. Encontramos en el cartaginés a un hijo respetuoso y amantísimo, influenciado siempre desde muy cerca y positivamente por su padre.
Hay autores que tienden a consideran a Amílcar como una figura menor, un general eficiente y poco más, y que no tendría mayor relevancia en la Historia de no haber sido padre de Aníbal. Ciertamente, Amílcar carecía del virtuosismo de su hijo, pero de ninguna manera podemos pasar por alto su calidad reclutando, formando y conduciendo tropas, su inteligencia táctica, carisma, visión estratégica y valores, capacidades que constituyeron la herencia y la inspiración, y que abonaron las raíces de un Aníbal que, sin la influencia de las mismas, seguramente no habría desarrollado todo su potencial. La relación entre ambos significó para Cartago la continuación de la labor política y militar previamente trazada y puesta en marcha por Amílcar, de quien lo aprendería casi todo y al cual, al igual que sus hermanos, tenía puesto en un altar.

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Vista física de la antigua Cartago, en el actual Túnez (NASA)

Génesis de los Barca

Amílcar (o Hmlqrt, en lengua púnica hermano de Melqart, dios de los fenicios que los cartagineses denominarían Baal y también Moloc) fue la fuente de donde manó la dinastía, el fundador de la estirpe de los Bárcidas o Barca, de Barqa o Baraq, “rayo” o “fulgor” en lengua púnica. Éste, al contrario de lo que podría pensarse a primera vista, no era un
apellido sino más bien un apelativo, una especie de mítico sobrenombre que quedó ligado al linaje de su fundador y definitivamente anclado como un lastre de oro para siempre a su descendencia. Nacido en Cartago entre 275-272 a. C, se considera que pudo ser originario de una familia aristocrática cartaginesa llegada a la capital desde Cirene, territorio situado en la actual Libia. La tradición nos habla de que la familia de Amílcar descendía directamente de Dido (Elishat o Elisa de Tiro, hija del rey fenicio Belo), un personaje donde se entremezclan historia, mito y leyenda, y que la literatura corona como fundadora de la ciudad púnica según la mitología cartaginesa. Poco o nada se sabe de la infancia y juventud de Amílcar, salvo que una vez llegado a la edad adulta era un hombre de constitución fuerte, dotado para las armas, impetuoso y eficaz en el campo de batalla. Un general serio, noble ante sus hombres, de carácter recto y firme en el mando; un líder nato y un patriota convencido de decidido talante.

Amílcar empieza a ser retratado (en una mezcla de ensalzamiento hacia sus virtudes y desprecio como enemigo por parte de los historiadores romanos) a partir del año 247 a. C cuando, a la edad aproximada de 33 años, asume el mando de las tropas y la armada cartaginesas en Sicilia durante la Primera Guerra Púnica contra Roma.
Amílcar fue, como era habitual en las clases altas de Cartago, padre de una familia numerosa cuyos hijos varones serían miembros de una casta de generales y hombres de estado al servicio del país: Asdrúbal, Magón y el mayor de ellos, Aníbal. Fue también el padre de varias mujeres, siendo una de ellas su primogénita Sofonisba la que, casada con el célebre oficial Asdrúbal el Bello, le emparentaría también con éste último para convertir al yerno a todos los efectos en un hijo más para Amílcar, un “cachorro de león” más de la camada, como a él mismo le gustaba referirse a su prole.


Se da la circunstancia de que a la hora de investigar acerca de su descendencia nos encontramos en varias ocasiones con la incertidumbre. Un ejemplo claro lo tenemos en el caso de uno de los presuntos hijos de Amílcar, concretamente Hannón Barca, el cual viene siendo una figura secundaria intermitente y nombrada solamente por algunas fuentes, por lo que todo lo referente a sus actuaciones habría que tomarlo con cautela, empezando por su propia existencia. También queremos recordar aquí a la muy célebre pero del todo imaginaria hermana mayor de los Barca, Salambó, a la que el novelista francés Gustave Flaubert dotaría de vida solamente para su novela y que protagonizaría en la ficción la sin embargo muy real y sangrienta Guerra de los Mercenarios.

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Bebiendo de fuentes clásicas parece ser que, de todos sus hijos, Amílcar sentía una especial predilección por el mayor, Aníbal, en el cual veía claramente su apuesta de futuro. Después, en un nivel ligeramente inferior aunque muy similar, Amílcar tenía a su yerno Asdrúbal el Bello. La predilección por Aníbal desde niño vendría, aparte de por ser el mayor de sus “cachorros” varones, porque en sus ojos relucía desde muy pequeño la chispa del talento y de la astucia, y así se encargó personalmente de procurarle una educación privilegiada, siguiendo el ejemplo del rey macedonio Filipo con Alejandro, y que abarcaría casi todos los ámbitos disponibles y útiles para un dirigente de la época, desde los idiomas que regían la diplomacia y la cultura de entonces como eran el latín y el griego, hasta la Historia, pasando por el arte de la guerra en todos sus aspectos y fases, tanto los teóricos como los prácticos. Encargó dicha educación a prestigiosos peritos en guerras y humanidades, que no solamente tutelarían al joven sino que algunos de ellos, en adelante, también lo asesorarían. El lacedemonio Sosilo es un claro ejemplo de esa figura de tutor-asesor militar, alguien que lo mismo repasaba o examinaba su pronunciación y lecturas clásicas en lengua griega, como recomendaba decisiones tácticas en el campo de batalla.

Carrera Militar: Primera Guerra Púnica (264 - 241 a. C)

Si bien la I Guerra Púnica dio comienzo el año 264 a. C, la toma de mando por parte de Amílcar llegaría ya en su última fase, durante el verano de 247 a. C, y duraría hasta el final de aquel conflicto, que supondría la primera de las tres guerras que mantendrán ambos colosos mediterráneos por la supremacía y que finalmente, como sabemos, le costaría la existencia a Cartago.

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Situación en el Mediterráneo previa al comienzo de la I Guerra Púnica

Amílcar sería investido como comandante en jefe de un heterogéneo y bastante reducido contingente expedicionario, formado en su mayoría por mercenarios de muy diversa índole (libios, hispanos, galos, griegos siracusianos, ligures...), tropas que tradicionalmente venían conformando el grueso de los ejércitos púnicos (dicho bien en plural, dado que cada ejército solía tener composiciones y configuraciones diferentes en función de su comandante), remunerados regularmente estos con la riqueza generada por el alto nivel comercial y mercantil de Cartago, la mayor potencia económica del Mediterráneo al comienzo de la guerra. La elección por parte del Senado Púnico de Amílcar al frente de las tropas y de la armada cartaginesa ante una delicada situación de crisis como aquella, nos transmite dos claros mensajes: en primer lugar, que Amílcar no fue de primeras, mientras todavía la guerra estaba pareja o era incluso en sus primeras fases favorable a la potencia africana, elegido como comandante en detrimento de otros generales aristócratas púnicos, como Aníbal Gisgo, Hannón o Cartalón. Esto refleja sin lugar a dudas el hecho de que la familia de Amílcar, si bien pertenecía igualmente a la aristocracia púnica, era solamente una más dentro de esta.
En segundo lugar, que una vez que la victoria empieza a torcerse tras las severas derrotas cosechadas por los generales anteriores (especialmente en el mar), Amílcar sí accede al papel protagonista que hasta entonces no había tenido, lo que parece indicar que fue su validez y su prestigio personal (probablemente en un principio reclutando y formando tropas más que dirigiéndolas) y no su estatus familiar los que le llevan al mando. De no ser por estas virtudes, difícilmente podría entenderse la entrega de tamaña responsabilidad cuando de lo que se trata es de evitar la pérdida de pingües territorios o peor aun, una completa derrota del país.
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Tomó pues Amílcar el mando relevando a Cartalón, general con un planteamiento claramente defensivo, el cual se había limitado a mantener las que entonces todavía quedaban como únicas posiciones púnicas consolidadas existentes en aquella fase postrera del conflicto, Drépano (actual Trapani) y Lilibea (actual Marsala), ambas sitiadas por sendos ejércitos consulares romanos. El estancamiento de la guerra, a estas alturas muy cuesta arriba para Cartago, unido a la pérdida de la isla de Pelias en 247 a. C, motivó una división dentro del Senado Cartaginés (hasta entonces más o menos unificado en favor de mantenerse a la expectativa), ansioso por dar una solución definitiva a un conflicto enquistado y que se antojaba ya demasiado largo y costoso en terreno, hombres, recursos y prestigio. Así, se distinguen dentro de la clase dirigente púnica dos bandos claramente diferenciados: por un lado los que, orgullosos, piensan que la victoria sigue siendo posible, y abogan ahora por retomar la iniciativa, haciendo un nuevo esfuerzo con el reenvío de recursos a Sicilia, proponiendo una nueva ofensiva que pudiera servir para darle un giro a la situación y cuyo delfín sería el propio Amílcar; por otro lado, los conservadores que, cansados tras largos años de lucha, con los territorios púnicos en Libia cada vez más inestables y convencidos de tener la derrota en el horizonte, abogaban por buscar un acuerdo de paz con Roma negociando las mejores condiciones posibles o, caso de no ser esto posible, abandonando Sicilia definitivamente y centrando los esfuerzos en las ya crecientes revueltas de Libia, facción esta última encabezada por Hannón el Grande, el gran enemigo político y personal de Amílcar y de su estirpe.

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Grabado representando una escena naval de la I Guerra Púnica

El ejército expedicionario de Amílcar estaba formado, en su mayoría, por mercenarios. Suponía el mando sobre este tipo de tropas un ejercicio de elevada pericia, no solamente ya de maestría estratégica o táctica, como exigía el manejo de cualquier otro ejército formado por unidades mixtas, sino además, por la necesidad de una gran mano izquierda en la búsqueda del equilibrio y la disciplina entre hombres de pueblos y naciones tan distintas, toda una amalgama de hombres de todas partes al servicio de un general y una patria para ellos extranjeros y a los cuales prestaban sus servicios evidentemente a cambio de una paga, aunque ésta no llegara siempre con la regularidad y la cuantía adecuadas, como más tarde veremos.
Dice también mucho del prestigio de Amílcar el hecho de que fuera posteriormente elegido, terminada ya la guerra, como delegado para llevar la voz cantante en las negociaciones de paz con Roma ante la firma del Tratado de Lutacio, y de esta certeza podemos deducir que Amílcar debió pasar en poco tiempo de simple formador de tropas a general prestigioso y respetado, sin lugar a dudas carismático, innovador en las tácticas y en las técnicas como sabemos, astuto y ágil, excelentemente dotado para la conducción de hombres, cualidades todas estas que, como ya hemos apuntado, traspasaría a su célebre heredero, el cual, como una esponja, crecía y aprendía con cada paso observando a su maestro y que reconoceremos -depuradas y mejoradas- en sus actuaciones durante su carrera militar después.

Decíamos que el comienzo de Amílcar como comandante en jefe del contingente expedicionario púnico se produciría en Sicilia, territorio con pasado reciente cartaginés y todavía de vital importancia para Cartago. En primer lugar por su peligrosa cercanía con la metrópoli (claramente susceptible de convertirse en una amenazadora base naval contra Cartago, Roma la veía del mismo modo pero en sentido inverso), y en segundo lugar por la propia fertilidad y riqueza de dicho territorio. Como hemos señalado, la situación en la isla era de relativo estancamiento, pero con un claro y creciente control romano.
Aunque no está documentado por otros autores, el historiador clásico Zonaras propone que Amílcar debutó con el intento de liberación de la ciudad púnica de Drépano, con un primer enfrentamiento regular entre las tropas púnicas y el ejército consular de Fabio Buteo que acabaría en la derrota del primero a manos del segundo y el consiguiente fracaso. Nos dice que en esta presunta primera acción, Amílcar desembarcó por sorpresa cerca de Drépano -ciudad que aguantaba el sitio por la escasa calidad de la poliercética contemporánea, unido esto a que se encontraba en una península que la hacía prácticamente inexpugnable-, con la intención de liberarla del asedio al que durante años venía siendo sometida por las tropas del cónsul Fabio Buteo. No sabemos si dicho desembarco se habría producido ya como una decisión autónoma del propio Amílcar (lo cual parece lógico) o siguiendo instrucciones desde Cartago, que habría decidido dicha ofensiva. Si analizamos que el resto de historiadores (Polibio, Diodoro...) comentan que Amílcar evitó siempre las batallas campales contra Roma, conocedor de la inferioridad de su contingente frente a los ejércitos consulares, podemos permitirnos ciertas reservas acerca de dicho primer supuesto enfrentamiento y derrota, si bien dicha presunta primera derrota también explicaría el hecho de evitar el enfrentamiento regular con el ejército romano de ahora en adelante.

Sí sabemos con claridad que durante su mandato en Sicilia, Amílcar combatiría generalmente a Roma con técnicas guerrilleras y razias, lo que hoy en día llamamos "enfrentamientos irregulares". Mediante estos continuos ataques y contraataques rápidos y esporádicos, Amílcar lograría recuperar en un principio -sin llegar a consolidar- cierto control cartaginés sobre la isla, con un constante toma y daca frente a los ejércitos de Roma, evitando siempre presentar batalla. Entendemos esta metodología dado que, al encontrarse en una notable inferioridad numérica, se vio forzado a buscar alternativas a la batalla abierta, adaptando para ello tácticas y elementos mixtos al estilo de los que habían mostrado al mundo tiempo atrás con brillantez Pirro de Épiro y Alejandro de Macedonia, e incluyendo al mismo tiempo innovadoras tácticas anfibias de comandos, con las cuales hostigaría las posiciones y defensas costeras romanas de Sicilia y del sur de Italia mediante fintas, ataques y retiradas constantes, con el lógico desgaste y desmoralización del enemigo, y utilizando los botines conseguidos en estas rapiñas para financiar y abastecer su ejército de mercenarios, abaratando con ello el coste de mantenimiento de dichas tropas para la metrópoli, la cual, no lo olvidemos, había recortado drásticamente el envío de recursos al frente siciliano conforme Roma había ido ganando terreno. Ahora sabemos que estos lances no habrían podido ser llevados a cabo, y menos con éxito, sin una excelente preparación previa de sus tropas, habiéndolas pues dotado de una versatilidad y disciplina extraordinarias.

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Retrato ideal de Amílcar

En cuanto a la visión de Amílcar como general, resulta importante señalar que autores clásicos como Polibio o Cornelio Nepote ensalzan hasta la mitificación la figura de Amílcar como un caudillo incuestionable, describiéndolo como un genio rotundo e invicto que encontraría finalmente la muerte presa de su propio ímpetu. Dichos autores no fueron contemporáneos del Barca, y probablemente, a su falta de conocimiento detallado y directo de las campañas, se une la pretensión de ensalzamiento del enemigo cartaginés para mayor gloria de los romanos que les derrotaron, algo que por otro lado es tradicional en los historiadores romanos, con una innegable función propagandística.
Por contra, existen autores clásicos como el anteriormente nombrado Zonaras que aluden sin tapujos a los errores y derrotas del fundador de los Barca, e incluso reconocidos autores actuales, como el profesor de la Universidad de Alcalá Gómez de Caso Zuriaga, se muestran en sus valiosos estudios muy críticos con las acciones llevadas a cabo por Amílcar, cuestionando -con notable buen criterio, dicho sea de paso- su genialidad militar, basándose en el no cumplimiento de los objetivos marcados, y por lo tanto, controvertiendo su eficacia. Bien cierto es que, como señala el profesor, Amílcar no consiguió finalmente sus objetivos estratégicos, en primer lugar, conseguir un ejército autónomo y parcialmente autoabastecido en el frente (Sicilia), financiando como era su deseo las tropas casi por completo a través de los botines obtenidos con los hostigamientos e incursiones a las posiciones costeras romanas, evitando con ello una sangría de recursos para la metrópoli. En segundo lugar, conseguir la fortaleza suficiente para dar un golpe de efecto rotundo, una sonora victoria que estimulara de nuevo la fe en la victoria de los dirigentes cartagineses y con ello reanudar el envío de recursos desde la metrópoli, cambiando el curso de la guerra. Zonaras nos habla de motines de mercenarios en su contingente, debido a que los botines obtenidos en la rapiña no llegaban a cubrir los gastos del ejército, lo que unido a la economía de guerra propuesta desde la metrópoli, ponía ciertamente en jaque la posición del Barca.
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Reconstrucción de una birreme púnica

En conclusión, no consiguió lo pretendido y desde ese punto de vista podemos hablar de fracaso, pero en defensa del Barca cabe señalar que Amílcar llega al mando con una posición muy delicada y claramente desfavorable, con la guerra ya prácticamente perdida, con un mínimo y decreciente apoyo y financiación desde Cartago debido a la existencia de una importante y poderosa facción dentro del Senado Púnico criticando y cuestionando cada paso dado por él, y a la vez, con un enemigo en superioridad, cada vez más poderoso y envalentonado.
No obstante esto, desde el punto de vista estratégico la idea del bárcida es incuestionable y significativamente buena: dado que carecía de flujo continuo de tropas y recursos desde la metrópoli, plantea razias y guerra de guerrillas, tratando de abaratar al máximo el coste de mantenimiento de dichas tropas (al tratarse de un ejército de mercenarios, dicho coste de mantenimiento sería tremendo), evitando plantar batalla contra Roma porque, sin duda, tendría las de perder, y planeando operaciones sigilosas, sorpresivas (en este aspecto fue un auténtico maestro) y que, caso de tener éxito, habrían resultado impactantes de cara a unificar en su favor al dividido Senado Púnico, como lo eran la liberación de alguna de las ciudades ocupadas o sitiadas, en primer lugar Palermo (ciudad dominada por Roma, con una guarnición relativamente escasa), por otro lado, la propia Drépano. En ambos casos propone y consigue ventajas tácticas significativas e incuestionables mediante la toma de posiciones elevadas cercanas a los objetivos, en el primer caso Heirktêo Ercte (actual Monte Pellegrino), en el segundo caso Érice (actual Monte Giuliano).

La primera de estas acciones sería la reconquista de Palermo. Actuando como casi siempre con absoluta discreción, conquista sigilosa y exitosamente la cima del cercano Heirktêo Ercte, y a partir de la consolidación de aquella privilegiada e inexpugnable posición, el contingente púnico amenaza ahora con atacar Palermo. Bien pudo esta ser una maniobra disuasoria, deducido esto a partir de lo que vendría después. Amílcar, conocedor de que el grueso de las fuerzas romanas asediaba, como ya hemos dicho, las plazas púnicas de Drépano y Lilibea, encuentra que Palermo ofrecía una guarnición mucho más asequible para sus limitadas fuerzas. Lo cierto es que plantear el asedio de Palermo desde Heirktêo Ercte sin la maquinaria poliorcética adecuada, como era el caso, suponía una locura, y esperar hasta construir dicha maquinaria, una pérdida preciosa de tiempo y recursos que, sin duda, Roma aprovecharía para fortalecer la guarnición defensiva de Palermo con las tropas que asediaban la cercana Drépano (resulta lógico defender una posición romana, como lo era Palermo, desguarneciendo el asedio a una ciudad enemiga antes que perder una relevante posición propia sin garantías de obtener la rendición de Drépano a medio plazo). Efectivamente, Roma optó por trasladar gran parte del contingente de asedio desde Drépano hacia Palermo, acantonándolo exactamente entre la amenaza púnica, ahora en Heirktêo Ercte, y la ciudad amenazada.

El transcurso de tres largos años, que fue lo que tardó Amílcar en actuar, hace pensar a los autores que cuestionan al Bárcida que es solamente tras el fracaso en su idea de conquista de Palermo, cuando Amílcar se decide a cambiar de objetivo en favor -esta vez- de Drépano. Lo cierto es que en todo ese tiempo Amílcar ni construyó material de asedio, ni trató de atacar Palermo (sin duda lo habría hecho en algún momento si este hubiera sido su propósito), así que podemos deducir que dicho retraso tal vez se debía a la precaria situación de las tropas púnicas, que debían proveerse constantemente con sus rapiñas ante la ausencia de suministros y financiación suficientes desde Cartago. Probablemente Amílcar esperaba, mostrando el éxito de la primera fase de su plan, cierto esfuerzo por parte del Senado Púnico en forma de nuevas tropas o recursos que financiaran dicho contingente; tal vez el exiguo resultado de las necesarias razias de autoabastecimiento a las que se veía obligado no era el esperado y por tanto, no dispuso nunca en aquellos tres años de la capacidad de ataque adecuada. A todos estos problemas se une el hecho de que en uno de dichos ataques, la flota púnica sufrió una clamorosa derrota naval, lo que unido a una tremenda tempestad posterior con sus consiguientes naufragios, supuso un importante varapalo para Cartago y el Bárcida.

El hecho es que si analizamos friamente el plan, es impecable desde el punto de vista teórico, y caso de haber obtenido un mínimo apoyo desde la metrópoli (mismo caso de su primogénito años después en Italia), el contingente púnico no habría tenido que recurrir a las razias, el ataque a Drépano habría sido más ágil y seguramente los planes de Amílcar habrían tenido los resultados esperados.

Como decimos, tras tres años Amílcar desaparece sigilosamente de Heirktêo Ercte, embarcando sin ser descubierto para ocupar Érice, la posición elevada cercana a Drépano. En este momento, actuaría con gran celeridad para evitar que acudieran las guarniciones romanas cercanas, aunque si bien logra tomar la posición, no consigue desalojar una guarnición romana en la cota más alta de la posición. Esto no habría supuesto una amenaza grave en exceso en el caso de haber contado con tropas suficientes como para cercar dicha posición. Sin embargo, como no era el caso, el destacamento romano consigue aguantar sin llegar al aislamiento, y la posición de Amílcar no resulta cómoda, en cuanto a que carece de poder para liberar el ahora nuevamente reforzado asedio de Drépano mientras es hostigado desde la cima y las faldas del Érice, teniendo tremendas dificultades para mantener abastecidas sus tropas, que solamente reciben suministros por mar. Llegado el momento en el que Cartago pierde su capacidad naval, Amílcar queda desabastecido y recibe órdenes desde la metrópoli de rendirse.

Recapitulando: si bien es cierto que finalmente no llegó a consolidar la recuperación de ninguna de las ciudades púnicas perdidas ante Roma ni tampoco a ganar batallas de manera relevante (su clara inferioridad numérica impedía incluso poder presentar batalla), su actuación, dados los medios con los que contaba, fue especialmente digna y exitosa, causando numerosas y constantes bajas, y provocando un elevado y continuo desgaste en recursos materiales y humanos a los romanos, alargando el conflicto, por no hablar de la moral arrebatada. Paradójicamente, y a pesar de la clara derrota cartaginesa en esta Primera Guerra Púnica, Amílcar, en lo relativo a su feudo de operaciones particular tuvo un papel más que digno, y su planificación estratégica resulta más que correcta, en muchos casos, brillante.

Comentábamos antes que, a la finalización del conflicto, el Bárcida resultaría elegido como delegado por el Senado Púnico para llevar a cabo las negociaciones de paz con Roma con el delegado romano Cayo Lutacio Cátulo. En aquellas conversaciones, Amílcar parece ser que hizo gala de una gran altanería, negándose bajo ningún concepto -so pena de seguir luchando hasta el último hombre- a la entrega de las armas que Cartago le había encomendado para la defensa de su territorio, con tal vehemencia y ferocidad que Cátulo, a pesar de las ventajas leoninas que el Tratado concedía para Roma, finalmente accede a que el Barca pueda retirarse dignamente de Sicilia con sus aproximadamente 20.000 hombres de manera ordenada y lo más importante: ¡sin rendir las armas!, algo inaudito entre los enemigos derrotados por la Capital del Tíber.

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Cayo Lutacio discutiendo la paz con Amílcar, de Jacobo Ripanda

Era costumbre en Cartago juzgar y condenar, a menudo con la pena capital, a los generales púnicos que caían derrotados. Algún historiador clásico, caso de Apiano, sostiene que Amílcar afrontó uno de estos juicios, pero lo cierto es que no parece lógico que un general cuestionado o condenado pudiera volver a tener responsabilidades en el mando, como sucedería posteriormente con Amílcar.
De todo esto deducimos que su digna actuación militar en inferioridad durante la guerra granjeó a Amílcar, a pesar de la derrota, el apoyo incondicional de su facción en el Senado, así como un enorme prestigio y popularidad, convirtiéndole a él y a su clan, de ahora en adelante, en los definitivos protagonistas de la vida pública de la potencia norteafricana.


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