Índice del artículo

Así empiezo a contarles sobre un caballero del aire, Francisco Meroño Pellicer, caballero en el aire y en la tierra; para el enemigo, diablo rojo en los combates aéreos, y un santo, para con sus amigos y seres queridos.
Francisco Meroño, era mi padre, y al noveno aniversario de su muerte, preparando la publicación de sus memorias, como aviador de caza republicano en la GCE y II Guerra Mundial, para su II edición, afloran a la imaginación los recuerdos, los acontecimientos, vividos y presenciados por él en los tiempos de esas dos guerras, así como los que fueron contados por él mismo, estando en el exilio ruso.

FRANCISCO MEROÑO PELLICER nació el 17 de Junio de 1917, en el pueblo de Mula, provincia de Murcia. Perteneció a una familia pobre y numerosa, una familia obrera. Muy pronto se quedó huérfano, por parte de madre, y conoció muy temprano, en su adolescencia, lo que significa un trabajo duro y explotador, pero lo aceptaba así, porque tenía que ayudar a su padre a mantener a cuatro hermanitas, que eran mucho menor que él.

Además, cada día que pasaba, lo hacía con más rabia, más responsabilidad y conciencia, recordando a su madre, cuyo día de muerte, no era de las cosas que se olvidan con el tiempo. Cada año la recordaba con nostalgia y dolor profundos; incluso nosotros, los hijos sabíamos cómo, cuándo y por qué murió nuestra abuela. Sabíamos también, que por esas fechas, nuestro padre se retiraba con tristeza a su habitación, recordándola a solas.

Él recuerda a su madre, incluso en las primeras líneas de su libro: "La muerte prematura de mi madre el día 26 de agosto de 1931 deja en mí la mella más profunda que jamás pueda sentir, vacía mi corazón de todas las ilusiones infantiles, esperanzas y creencia en todo. Mi padre me lleva consigo a la construcción de un pantano en un apartado rincón de la cuenca del río Mundo…

Aquí aprendo un poco de todos los oficios: acarreo cántaros de agua y tubos de hierro, abro zanjas, amaso cemento, golpeo con el macho los hierros candentes de la fragua, muevo los fuelles de la herrería. Por las tardes arranco el motor que mueve la dinamo para dar luz a los edificios, donde se baila, ríe, juega y bromea, mientras yo lloro al son de esa algarabía y griterío, que hasta mí llega confuso, lejano e inaccesible. Estudió por correspondencia en ese revoltijo de contradicciones”.

Como se ve, en vez de disfrutar plenamente de las oportunidades que da la vida, cuando uno es joven, en su tiempo libre buscaba la compañía de su padre, a quién ayudaba en la construcción de un pantano. A su vez, el padre le transmitía su afición por la caza y la pesca, la que mantuvo hasta los últimos días de su vida. Más tarde, consiguió terminar sus estudios en el Instituto Topográfico de Sevilla.

Recuerdo, que yo hablaba mucho con mi padre sobre la patria española; así él me transmitió su amor a todo aquello, que llevaba como adjetivo, la palabra “español”. Las primeras palabras, pronunciadas por mí, fueron “papá” y “mamá” y no “pápa”, “máma”, como se dice en ruso, ya que se suponía que el ruso debía ser mi lengua materna. Me gustaban las costumbres, las tradiciones, la comida españolas, en particular, la paella y el flan que hacía mi padre.

Cuando teníamos invitados en nuestra casa de Moscú o en La Habana, en los días festivos, cuando toda la familia se reunía a nuestra mesa, el que preparaba la comida, era él, porque gustaba mucho la mesa a la española. Mi primera canción, que traté de imitar, fue una canción de una película española; la música que me gustaba escuchar, también era española, canciones, como “Granada”, “Malagueña”, etc. Mi primer baile, lo bailé con un vestido típico español, mandado por mi tía desde Madrid, fue con motivo de un cumpleaños mío, era un baile “flamenco”. En breves palabras, todo lo español me fascinaba, pero no podía pasar por alto la otra parte mía, la rusa, por lo que ahora soy, lo que soy, una intérprete y profesora de los idiomas ruso y español. El destino me llevó a Cuba para hacer unas prácticas, después de haber cursado los estudios universitarios, como filóloga de español, donde conocí a mi futuro esposo, cubano, que conocía muy bien el idioma ruso. Nuestro matrimonio afectó de cierto modo a mi padre, pero lo aceptó, sin embargo, mis tíos españoles no me han comprendido nunca.

Volviendo a recordar mi infancia, la época, cuando el cariño entre el padre y la hija es inmenso y, prácticamente, los dos éramos como si fuéramos uno sólo, estaba yo soñando con ingresar en una escuela de ballet, y mi padre me contaba sus sueños de la infancia: la quimera de su infancia.

Y es así, como empieza su primer libro: “Dicen que la edad de 14 años es la más propicia para hincar el jalón primero en el itinerario del destino futuro, es decir, escoger la ruta a seguir por el mundo para ser útil a la sociedad y cubrir las propias ambiciones. ¡Es posible! Aunque yo creo que, para un camino tan áspero, es harto arriesgado elegir con tan exigua experiencia. Precisamente a esta edad, quince céntimos, conseguidos del noble corazón de mamá, me permitieron ver la película francesa titulada “Alas”, argumentada en el fondo de la Primera Guerra Mundial de los años 1914-1918. Esta inflama la llama que alumbra la idea de hacer de mí un aviador, pero existe una inmensa enumeración de controversias que irremisiblemente, si las circunstancias no cambian, abolirán mis inverosímiles aspiraciones…Yo pertenezco a una familia pobre y numerosa, obrera, así que lo máximo que yo puedo alcanzar en mis pretensiones, podrá ser, como los de mi clase, ingresar de soldado en el Arma de Aviación y lavar y preparar esos aparatos para que los vuelen esos señoritos…” Así pasó un tiempo, en el que se maduró su carácter.

Pero, “…un día claro y transparente, (como muchos días del año en nuestra península), el 18 de julio de 1936, la radio de Tetuán envía al espacio la consigna de: "Todo el cielo de España está despejado". En España comenzaba el levantamiento fascista…”

En uno de esos primeros días, el adolescente Paco fue herido con una “bala loca” en una pierna. Pero, apenas recuperado, “después de que la herida se tapó con un velo tierno de piel, cojeando, en una noche sin luna, negra como la faz del fascismo, en un tren repleto de gentes mal vestidas, sudorosas y armadas todas con las más diversas armas, salgo con rumbo hacia Madrid, sin documentación ni aval político que garantice mi persona”.

Sí, el destino lo llevó al aeródromo de “Cuatro Vientos” de Madrid. Luego, como voluntario, partió a Murcia, con otros compatriotas voluntarios, y así, empezaron a cumplirse sus sueños de convertirse en un buen piloto. Desde el primer día de la Guerra Civil en España, combatió como voluntario en las filas del Ejército Republicano: estuvo por el aeródromo de Alcantarilla, en la Finca de Los Llanos (Provincia de Albacete). A mediados de diciembre de 1936 se presentó en la convocatoria en el aeródromo de Los Alcázares para ingresar en el curso de pilotos. “… Una nota del Ministerio del Aire convoca a presentarse en el aeródromo de Los Alcázares a todo, el que solicitara la entrada al curso de pilotos...”

Después de una previa selección, el grupo de los afortunados, parte para el puerto de Cartagena, y de allí, en el barco “Ciudad de Cádiz” zarpan con destino hacia la Unión Soviética, para luego ser trasladados a la ciudad de Kirovabad. Allá, los ponen en la Escuela de preparación de pilotos y, desde enero hasta abril de 1937, viven allá, cursando los correspondientes estudios. Después, en el barco “María Uliánova”, en el mismo grupo volvió nuevamente al frente, como piloto de caza. Bajo el mando del instructor soviético Pligunov Serguey G., cuyo pseudónimo en España era, simplemente, Antonio, pasó el entrenamiento en el aeródromo de El Carmolí.

Con esas palabras él recuerda en su libro el comienzo de la práctica: “…Se aproxima el amanecer. El reloj de la pequeña iglesia de Los Alcázares acaba de dar las cinco de la madrugada, hora cuando las siluetas de los hangares comienzan a tomar forma. El capitán Villimar mueve la llave de la cerradura donde dormimos. Y enseguida, su voz de mando: ¡Arriba, muchachos! -acompañada de las típicas palmaditas, costumbre que adquirió en la escuela de Kirovabad. - ¡Arriba, muchachos, que ya es hora! Sin encender las luces comenzamos a abrir las ventanas. Hace calor. Los taconazos de las botas por los pasillos van llenando el edificio de ruidos. Es la última mañana que despertamos aquí. Hoy, después de unos cuantos vuelos de reentrenamiento, saldremos rumbo al frente: ¿A cuál? - ¡Oye, Pedro! ¿Tú no sabes quién será el profesor de vuelos, que nos entrenará hoy? - ¡Sí! ¡Antonio! ¡El soviético! ¡Menos mal! Porque si es alguno de esos viejos pilotos, que todavía quedan por aquí...”

En mayo de 1937, el piloto Meroño forma parte de una escuadrilla de “Moscas” en Totana (Murcia), que después sale para el frente de Madrid. El 1 de junio de 1937, él ingresa en el Partido Comunista Español. En diciembre de 1937, estuvo defendiendo el Puerto de Alicante y los barcos soviéticos, después participa en la ofensiva de Teruel. En marzo de 1938 defiende Valencia, participa en los combates aéreos de Caspe y en el frente aragonés. Una vez terminado el descanso en La Casa de Reposo de la Malvarrosa (marzo-abril), se ubica en el aeródromo de Camporobles y participa en la ofensiva por el frente de Aragón. El 30 de julio pasa a la zona catalana para tomar parte, en agosto de 1938, en la ofensiva del Ebro, hasta el 15 de noviembre de 1938. En enero de 1939 está en Barcelona, Valencia, Albacete, vuelve a La Finca de Los Llanos y pasa por el aeródromo de Figueras.

En los primeros días de febrero de 1939 tienen lugar unos acontecimientos, cuyo reflejo lo describe en sus memorias de la siguiente manera: “…Primeros días de febrero de 1939. - Ayer derribaron a Cortizo en el último aparato que nos quedaba de la sexta escuadrilla, dice Arias. Aterrizan los dos "Moscas" que salieron a la alarma. El piloto Torras calcula mal y se mete debajo del "Junkers" que nos trajo hasta aquí. Se incendian los dos aviones, quemándose el piloto, los dos aviones y las esperanzas que teníamos puestas en poder salir de España por aire. Los tanques fascistas están a pocos kilómetros de Figueras. Prendemos fuego a todo lo que queda útil: aviones, coches rotos, cajas con municiones...Los aviones alemanes están tirando bombas por todas partes. La gente corre de un lado para otro, escuchan la nueva tanda de bombas y vuelven a correr. Por la mañana, cesa la lluvia y esclarece el cielo para darles otra oportunidad a los fascistas. Las fuerzas se agotaron, quedan solamente las escasas para arrastrar los pies en el tramo postrer lleno de barro y sangre que nos queda para llegar a Francia, subir y bajar los Pirineos. Sin almuerzo, nerviosos, comenzamos a enterrar a los muertos del bombardeo nocturno. No hay ataúdes, el cementerio está lejos y los tanques enemigos cerca. Los obuses ladran el camino y los estallidos llegan hasta nuestros oídos. En las mismas zanjas que nos sirvieron de refugio colocamos los cadáveres en filas de a dos, uno al lado de otro. Una vieja, con el rosario en la mano, cuenta: dos, cuatro, seis... Mujeres y niños lloran en silencio, se oyen voces amargas. La zanja va disminuyendo... Aquí hemos enterrado a treinta y seis cadáveres, en el pueblo hay centenares. Se llenaron las zanjas, hacemos otras. En un pozo enterramos a los que no tienen familiares ni amigos. Sobre la tierra fresca y removida no dejamos nada; ni cruces, ni lápidas, ni flores. Si fuera verano, las cogeríamos en el campo, ahora está todo muerto…”