19. La segunda invasión: Chilcheollyang.
 
Para 1597 los planes japoneses eran reanudar la guerra y resarcirse del fracaso en la mesa de negociaciones. El objetivo ya no era China -aunque en la proclama oficial de Toyotomi Hideyoshi se seguía mencionando- sino un vago “castigar” a Corea. Entre los daimyō se hablaba de la conquista de las tres provincias mas al sur: Gyeongsang, Jeolla y Chungcheong; estas conformarían una coherente y enorme provincia japonesa, con feudos de sobra para premiar a los principales señores implicados. Sin embargo el propio Hideyoshi parece haberse conformado simplemente con una expedición de “castigo” que durara un par de meses y regresara triunfante tras hacer “al mundo” una clara demostración de fuerza.
 
Las fuerzas de ocupación niponas se habían visto reducidas a unos 43.000 soldados en 1593 tras el regreso del grueso a Japón de buena parte del ejército invasor; y para 1596 sólo permanecían la mitad. Los planes nipones consistían en elevar su presencia en Corea hasta los 141.500 hombres. Buena parte del ejército estaba formado por tropas y comandantes que ya habían participado en la campaña de 1592-1593, veteranos curtidos pero no excesivamente entusiastas acerca de su misión. El mando nominal recayó en un joven (20 años) sobrino de Hideyoshi: Kobayakawa Hideaki (hijo adoptivo de Kobayakawa Takakage); actuando Kuroda Yoshitaka (padre de Kuroda Nagamasa) como una suerte de jefe de estado mayor. A diferencia de la vez anterior este nuevo ejército de invasión fue trasladado a Corea de forma pausada y lo más segura posible entre los meses de marzo y agosto.
 

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Modelo de un atakebune.
 
En esta nueva invasión los japoneses se preocuparon mas de los aspectos navales. Konishi Yukinaga fue nombrado comandante supremo de la armada, y sus subordinados estaban esta vez mejor aleccionados a no actuar por su cuenta. No sólo eran mas cautos a la hora de mover sus flotas manteniéndose en lo posible alejados de la armada coreana -a la que mantenían bajo vigilancia-, sino que también trataron de reforzar su propia armada. Se incrementó el número de naves de guerra y se trató de equiparlas con más cañones, aunque con un efecto limitado ya que no se habían desarrollado nuevos modelos de naves capaces tanto de portar un número significativo de cañones así como de usarlos con eficacia. En cualquier caso, las esperanzas de Yukinaga descansaban más en el uso de la astucia que de la fuerza; por ello puso en acción su propia “arma letal”: un doble-agente que debía hacer danzar a los coreanos al son de Yukinaga.
 
Tras sus victorias Yi Sun-sin había ascendido en 1593 a comandante de las escuadras de las tres provincias del sur e incluso había conseguido librarse del molesto Won Gyun en 1594 tras amenazar con dimitir. Sin embargo para 1596 la estrella de Sun-sin estaba en descenso. Yi Sun-sin había vivido los últimos años con la frustración de ser incapaz de golpear a las guarniciones de ocupación japonesas, que se mantenían bien protegidas y encerradas. La corte del rey Seonjo en Seúl también estaba molesta con la situación en general y dado que los chinos se negaban a apoyar e incluso trababan cualquier gran operación terrestre, empezaron a buscar alguien en quien descargar su ira. La facción occidental de la corte (salvo la honrosa excepción de uno de sus ministros) pasó a sugerir abiertamente que Sun-sin no se esforzaba en atacar a los japoneses y que las pasadas victorias no eran sólo merito suyo sino también del “arrojado” Won Gyun; por lo visto ya nadie recordaba que Gyun en su única acción en solitario había destruido casi por completo su escuadra sin necesidad de que interviniera enemigo alguno. 
 
El escenario estaba pues preparado para ejecutar un golpe contra Sun-sin. Un doble-agente: Yojiro (o Yoshira), se presentó ante los mandos coreanos para informarles de que Katō Kiyomasa regresaba de Japón a la cabeza de tropas y que Yukinaga le había filtrado el lugar por donde pasaría su flota para que los coreanos le pudieran librar de su “enemigo personal”. La historia no dejaba de ser creíble ya que era de general conocimiento que el enfrentamiento entre Yukinaga y Kiyomasa se había recrudecido aun mas en los años anteriores al tener opiniones enfrentadas en cuanto a la paz. Yukinaga incluso había conseguido que Kiyomasa cayera durante un breve tiempo en desgracia acusándole de tratar de hacer fracasar las tentativas de paz.
 
A Yi Sun-sin se le ordenó zarpar y emboscar a Katō Kiyomasa en la zona señalada por el doble-agente. Sun-sin se olió una trampa japonesa ya que la zona designada era un tramo de la costa con muchas rocas sumergidas y que en general era poco propicia para maniobrar. Sun-sin puso grandes reparos a cumplir las ordenes y tuvo que venir en persona Gwon Yul (ahora comandante en jefe del ejército coreano) a ordenarle zarpar. Sun-sin partió de su base el 8 de marzo; pero rápidamente apareció Yojiro a comunicar que Kiyomasa había llegado una semana antes a salvo. 
 
Cuando las noticias llegaron a Seúl hubo una gran discusión en la Corte. Sun-sin no sólo había supuestamente dejado pasar la oportunidad de dar un golpe terrible a los japoneses sino que abiertamente había desobedecido las órdenes gubernamentales. En un primer momento se sugirió que de momento su castigo se aplazara y se volviera a algo parecido a la situación de 1592: retirándole a Sun-sin el mando supremo de las escuadras pero manteniéndole al frente de la escuadra de Jeolla mientras que Won Gyun recuperaba el mando de la de Gyeongsang. Sin embargo entró en acción la Oficina de inspección general perteneciente a la todopoderosa Agencia del Censorado, que demandó a la corte un castigo ejemplar a una conducta que sentenciaron como totalmente indefendible en el marco del confucionismo. Sun-sin no sólo fue removido del puesto y puesto bajo arresto el 12 de abril. Pasaría en prisión un mes (donde es posible que fuera torturado) resultando finalmente condenado; inicialmente su castigo habría sido la pena de muerte pero fue conmutado a instancias de un ministro que recordó a la Corte los servicios prestados por el almirante. Tras ser liberado se le obligó a entrar en el ejército como “soldado raso”.
 

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Tōdō Takatora, uno de los comandantes navales japoneses.
 
En este nuevo momento crítico la armada coreana quedó por tanto en las manos de Won Gyun. Bajo su mando la desmoralización se extendía sobre una escuadra que se mantenía anclada mientras los japoneses seguían metódicamente trasladando sus fuerzas de Japón a Corea sin que los coreanos fueran del todo conscientes de la magnitud de sus movimientos. Varios oficiales llegaron incluso a dimitir de sus puestos.
 
En julio apareció de nuevo el espía Yojiro con información sobre los supuestos movimientos japoneses, anunciando que 150.000 japoneses estaban a punto de partir de Japón y que si la armada coreana no lo impedía en septiembre se lanzaría una gran ofensiva. El alto mando coreano dio de nuevo credibilidad a Yojiro y ordenó a Won Gyun zarpar para interceptar a los japoneses en el propio Busan. Won Gyun se negó a ello; tal vez por cobardía o tal vez porque al igual que Sun-sin era capaz de intuir que estaría llevando a su escuadra a una trampa al meterla en una zona que los japoneses habían fortificado intensamente. Una vez más Gwon Yul tuvo que acudir a ordenar personalmente la salida al mar de la armada.
 
Ante la intensa presión recibida, Won Gyun acabó zarpando de la isla de Hansan en dirección a Busan el 17 de agosto con cerca de 200 naves. Los japoneses tenían observadores en las colinas próximas a la isla y la noticia fue rápidamente transmitida. Won Gyun avanzó cautelosamente por la costa hasta acercarse a una deshabitada isla: Cholyongdo, cerca de Busan (20, VIII). Desde ahí pudieron contemplar lo que describieron como 500-1.000 naves enemigas. Se acercaba la noche, se aproximaba una tormenta y los remeros coreanos necesitaban descanso; aun así, Won Gyun ordenó atacar a la flota de guerra japonesa que se mostraba incitadora en formación de combate. Los japoneses respondieron al ataque coreano con gran habilidad: primero replegándose hacia Busan para después volver a avanzar cuando los coreanos cesaban en su avance por temor a internarse demasiado. Los japoneses repitieron este movimiento varias veces, aprovechando que sus remeros estaban más frescos. Al final varias naves coreanas acabaron con sus remeros totalmente exhaustos y a merced de un renovado avance japonés, pudiendo estos tomar con facilidad al asalto a 30 naves coreanas. El resto de la armada coreana pudo retirarse pero necesitaba con urgencia hacer una parada en busca de agua y un poco de descanso; para ello se eligió la isla de Gadeok/Kadok, a pesar de contar con una guarnición japonesa en ella. La aproximación coreana no pasó desapercibida a las tropas de tierra japonesas que se lanzaron sobre aquellos coreanos que desembarcaron y les causaron unas 400 bajas.
 
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Escena de combate naval cuerpo a cuerpo, el tipo de combate cercano que Yi Sun-sin trataba de evitar.
 
Tras su derrota la armada coreana se encerró en el estrecho de Chilcheollyang, al lado de la isla de Geoje. Allí permaneció pasiva una semana con Won Gyun sin saber que hacer, si retirarse de vuelta a su base en Hansan o marchar de nuevo contra los japoneses. Gyun cayó en tal estado de estupor que ni se molestó en tratar de averiguar que estaban haciendo mientras tanto los japoneses. Y estos estaban lejos de estar inactivos. Yukinaga se reunió con sus comandantes navales: Tōdō Takatora, Katō Yoshiaki, Wakizaka Yasuharu y Shimazu Toyohisa; la pobre actuación coreana les dio ánimos para pasar al ataque, aunque no de forma tan impulsiva como en épocas pasadas. Las escuadras japonesas se aprestaron para realizar un ataque nocturno en la noche de luna llena del 27 al 28 de agosto. Como medida adicional se había organizado el transbordo de tropas (2.000) bajo el mando de Shimazu Yoshihiro desde la isla de Gadeok a la propia isla de Geoje.
 
La armada japonesa con varios cientos de naves, consiguió aproximarse al norte del estrecho sin ser detectada y ganado el factor sorpresa se abalanzó a la mayor velocidad posible contra la coreana. Sorprendida por la noche en un espacio relativamente reducido, desmoralizada y mal liderada, la armada coreana no pudo hacer uso de sus tradicionales tácticas de cañoneo a distancia. Los coreanos vieron como sus naves eran aferradas y asaltadas tras ser barridas sus cubiertas por los arcabuceros nipones. Una a una fueron cayendo, mientras que aquellos marineros que presa del pánico trataban de escapar hacia la isla de Geoje eran “cazados” por las tropas de tierra de los Shimazu. Entre las escuadras atacantes resultó especialmente destacada la de Tōdō Takatora del que se dice que destruyó 60 naves enemigas.
 
Los restos de la armada coreana se replegaron hacia el continente en busca de un camino de huida tierra adentro, siendo perseguidos de cerca por los japoneses que prendieron fuego a las naves varadas. Una de las naves que varó en la costa fue el buque insignia de Won Gyun, pero el almirante no pudo huir muy lejos, debido a su edad se quedó rezagado de sus acompañantes y se le vio por última vez corriendo con seis guerreros japoneses en los talones. Además de Won Gyun perecieron los comandantes de escuadra Yi Eok-gi y Choe Ho. Sólo sobrevivió un tercer comandante de escuadra: Bae Seol, y debido a que se retiró con su pequeña escuadra de 12 panokseon al comienzo de la batalla negándose a combatir y ganándose fama de cobarde.
 
El resto de la armada coreana fue destruida. Los japoneses estaban con razón exultantes ya que ahora no había impedimento para que se iniciasen las operaciones terrestres, en especial contra la provincia de Jeolla, cuya costa ahora sí por fin quedaba desprotegida.
 
En la corte de Seúl la noticia cayó como un jarro de agua fría, pero no parece que hubiera un gran ejercicio de asunción de responsabilidades. Se alabó que Won Gyun hubiera muerto “combatiendo”, lamentando que hubiera emprendido una acción demasiado impetuosa al marchar hacia Busan. Se reconoció que tal vez se le había forzado a cometer dicha acción, pero en todo caso eso sería culpa de Gwon Yul, que para eso era comandante del ejército. Aunque en la práctica ya no había armada que mandar era necesario nombrar un nuevo almirante en jefe y como si nada hubiera pasado se decidió ordenar a Yi Sun-sin volver a asumir el puesto. 
 
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Los japoneses prenden fuego en las naves coreanas varadas en la costa (ilustración del Ehon Taikoki)
 

 

20. La campaña terrestre: Namwon; la conquista de Jeolla.
 
Con las manos ya libres, los japoneses pudieron dar rienda suelta a su campaña terrestre. El objetivo de la campaña no era volver a repetir la marcha contra Seúl; marcha en cualquier caso impracticable porque los coreanos esta vez sí habían fortificado y guarnecido el estratégico paso de Joryeong. Esta vez el objetivo inicial de los ejércitos japoneses era la provincia de Jeolla. Dos poderosos ejércitos debían converger sobre la capital provincial: Jeonju. El “ejército de la izquierda” avanzaría primero por la costa para después seguir la ruta de Namwon; mientras que el “ejército de la derecha” seguiría la ruta del interior a través de las montañas Hwangseok.
 

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El general Yang Yuan proclama que detendrá a los japoneses en Namwon.
 
El Ejército de la Izquierda se componía de las siguientes fuerzas: Ukita Hideie (10,000), Konishi Yukinaga (7,000), Sō Yoshitomo (1,000), Matsuura Shigenobu (3,000), Arima Harunobu (2,000), Ōmura Yoshiaki (1,000), Gotō Sumiharu (700), Hachisuka Iemasa (7,200), Mōri Yoshinari/Katsunari (2,000), Ikoma Kazumasa (2,700), Shimazu Yoshihiro (10,000), Shimazu Tadatsune (800), Akizuki Tanenaga (300), Takahashi Mototane (600), Itō Yubei (500) y Sagara Yoriyasu (800). En principio eran 49.600 hombres, aunque la práctica desaparición de la armada coreana, le permitía echar mano de buena parte de los 7.200 hombres asignados a las escuadras navales. 
 
En el camino del ejército de Ukita Hideie se encontraba la fortaleza de Namwon. Esta vez no iban a ser los coreanos los que insistieran en la defensa de una ciudad fortificada, sino sus aliados chinos. Los comandantes coreanos -basándose en experiencias previas- habían sugerido fortificarse en las montañas pero el general chino Yang Yuan insistió en la defensa de lo que no dejaba de ser una buena fortaleza. Yang Yuan había participado en la primera campaña como general de división y ahora regresaba a la vanguardia de un nuevo ejército Ming. La movilización inicial china fue de 38.000 hombres, a los que más tarde se fueron uniendo nuevos contingentes (traídos de regiones más alejadas) tanto terrestres como navales, hasta sumar cerca de 75.000 hombres, algo menos de los 100.000 hombres prometidos por el emperador Wanli. De momento Yang Yuan sólo contaba a mano con 3.000 tropas Ming para defender la ciudad, a las que se acabaron uniendo otros 3.000 soldados coreanos; dentro de la ciudad podría haber cerca de 6.000 civiles. Los defensores confiaban en la fortaleza de las murallas y los amplios preparativos de defensa, que incluían fosos y estacas que hacían difícil el asalto.
 
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Plano japonés realizado durante el propio sitio de Namwon
 
Cuando el ejército japonés llegó ante Namwon, descubrió que sin duda era peligroso lanzarse al asalto directo sin más. El primer día de sitio (23, IX) los japoneses rechazaron una salida de las tropas de la ciudad y más tarde se limitaron a escaramucear con los defensores para observar las disposiciones enemigas en las murallas. Al día siguiente avanzaron en fuerza hacia las murallas, teniendo que rellenar el foso defensivo en varios puntos y refugiándose del intenso fuego recibido entre los restos calcinados de las casas que en su día se extendían fuera de las murallas y que no habían sido del todo demolidas por los defensores.
 
Tras un día de descanso, solicitar repetidamente la rendición de la plaza y verse sometidos a un tiempo lluvioso que dificultaba las operaciones, el ataque se reanudó en la noche del día 26 bajo la luz de la luna. Los japoneses habían procedido a recoger tallos de arroz durante el día, haciendo fardos que apilaron para crear una rampa de asalto artificial en al menos uno de los sectores de las murallas. Además para el asalto se prepararon las correspondientes escaleras de bambú y se consiguió incendiar una de las torres defensivas coreanas; todo ello bajo la protección de continuas salvas de arcabucería que se prolongaron cerca de dos horas y consiguieron mantener a los defensores con las cabezas agachadas.
 
El asalto final devino en una carrera entre las fuerzas de los distintos sectores y clanes con el objetivo de ser los primeros en clavar sus estandartes en lo alto de las murallas. Las banderas de Matsuura Shigenobu se presume que fueron las primeras en coronar las murallas, en el sector occidental; seguidas rápidamente de otras como las de Ōta Kazuyoshi, uno de cuyos samuráis: Ōkōchi Hidemoto, dejó un vivido relato del asalto.
 
Hidemoto relata como una vez en el interior se enfrentaron a un desesperado contraataque a caballo de los defensores -probablemente la carga en la que murió Yi Bok-nam, el principal comandante coreano-; mas tarde su grupo tuvo que abatir a un gigantesco espadachín coreano empalándolo con sus lanzas, después el propio Hidemoto estuvo a punto de morir a manos de un grupo de guerreros coreanos, para finalmente llegar hasta uno de los principales comandantes coreanos (Yi Chun-won) al que a pesar de sus heridas consiguió cortar la cabeza.
 
Los japoneses contabilizaron ese día 3.726 cabezas como trofeos. Sólo se conservó intacta la preciada cabeza obtenida por Hidemoto (identificada por prisioneros coreanos); del resto se decidió conservar sólo los narices (en sal) para su envío a Japón. Hideyoshi exigía resultados visibles en esta segunda invasión, lo que acabó desembocando en la práctica de enviarle las narices de los enemigos abatidos. Entre las víctimas de los japoneses no estaba el general Yang Yuan. Este se abrió paso a través de una de las puertas escoltado por una fuerza montada de unos 300 hombres. Dos tercios de la fuerza de Yuan cayeron en el proceso y el propio general resultó gravemente herido; a su regreso a China sería juzgado y decapitado.
 

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Con la fortaleza ya en llamas, Yi Bok-nam realiza un contraataque contra los asaltantes.
 
 
Por su parte, el Ejército de la Derecha se componía de las siguientes fuerzas: Mōri Hidemoto (30,000), Katō Kiyomasa (10,000), Kuroda Nagamasa (5,000), Nabeshima Naoshige/Katsushige (12,000), Ikeda Hideuji (2,800), Chōsokabe Motochika (3,000), Nakagawa Hidenari (2,500). En total unos 65.300. El ejército de Mōri Hidemoto avanzó por la ruta interior, cruzando el río Nakdong tras ignorar al antiguo guerrillero (y ahora general provincial) Gwak Jae-u, que se refugió en una fortaleza montañesa en la confianza de que los japoneses le atacarían en un lugar de su elección prácticamente inexpugnable. 
 
El principal incidente durante su avance fue el combate de Hwangseoksan, una fortaleza en las montañas nada más cruzar la frontera provincial. Las miradas chinas y coreanas estaban centradas en el avance del otro ejército japonés por lo que la guarnición de Hwangseoksan era una fuerza improvisada compuesta por unos cientos de soldados a los que se habían unido un par de miles de civiles. El único comandante coreano con verdadera experiencia militar eligió escapar antes de que los japoneses completaran el cerco. El asalto fue breve y realizado en la noche del 26 al 27 de septiembre. Los japoneses contabilizaron 353 soldados coreanos muertos, a lo que hay que sumar un gran número de civiles que fueron alcanzados cuando trataban de huir de la fortaleza durante la batalla.
 
Ambos ejércitos convergieron victoriosos en la capital provincial de Jeonju (30, IX) que encontraron desierta, abandonada tanto por civiles como por las tropas de guarnición, entre los que se encontraban una fuerza de 2.000 tropas Ming. Tras reunirse en Jeonju los japoneses, se cambió la organización de los ejércitos, dividiéndose en varios grupos que partieron en direcciones opuestas con la misión de peinar la provincia de Jeolla de norte a sur.
 
La campaña de “pacificación” fue llevada a cabo con una especial dureza y crueldad. Se advirtió a todos los campesinos que debían regresar a trabajar sus campos, cualquiera que fuera encontrado fuera (especialmente en las montañas) sería considerado un rebelde y ejecutado. Tanto los oficiales del gobierno como sus familias debían ser ejecutados y sus viviendas quemadas; así como cualquiera que les diera refugio. Como reflejo las cuentas de “narices” enemigas de los libros contables militares japoneses pasaron a reflejar asientos diarios, sin necesidad de que hubiera ningún combate formal con unidad coreana y china alguna.
 

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Mapa de la "segunda invasión" (samurai-archives.com)

 

 

21. Tropiezos por tierra (Jiksan) y mar (Myeongnyang).
 
Los nuevos desastres militares sembraron el pánico en Hanseong/Seúl y el gobierno de nuevo empezó a planificar su evacuación, asumiendo que los japoneses pronto se presentarían ante sus murallas. El general chino Ma Gui, comandante del ejército Ming en Seúl, llegó a proponer el abandono de Corea y la retirada de las tropas Ming al otro lado del Yalu. Al final tuvo que presentarse en Seúl, el supremo comandante Ming para asuntos militares en Corea: el general Yang Hao, y ordenar la defensa de Seúl.
 
Avanzando desde Jeolla en dirección norte iban varias fuerzas japonesas. Mas que tener la intención de tomar Seúl, parece que la intención de dichas fuerzas era ir consolidando un territorio que los comandantes japoneses aspiraban a conservar, una vez acabada la campaña militar. Eso no quita que de haber considerado a Seúl vulnerable, hubieran tratado de conquistarla independientemente de que figurara o no en los planes trazados por Hideyoshi. Tanto se quisiera avanzar hacia Seúl o consolidar el dominio nipón en las tres provincias del sur, había un punto clave: Jiksan, ya que se trataba de un paso a través de las montañas Charyeong en el borde provincial entre la provincias de Chungcheong por donde avanzaban los japoneses y la de Gyeonggi, donde se situaba la capital. 
 

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Heráldica de Kuroda Nagamasa (Emmanuel Valerio)
 
 
Siguiendo instrucciones de Yang Hao, se organizó un ejército Ming de 8.000 hombres que se debía desplazarse hasta Jiksan y emboscarse a la espera de la llegada de los japoneses. Los planes Ming se trazaron con el mayor secreto posible y ni siquiera se los comunicaron a sus aliados coreanos. La batalla de Jiksan (16-17, X) comenzó cuando un contingente del ejército japonés, consistente en los 5.000 hombres de Kuroda Nagamasa, chocó con las fuerzas chinas. Según una versión, la vanguardia de Nagamasa fue completamente tomada por sorpresa por los emboscadas tropas Ming. Otra versión (la del clan Kuroda) afirma que una avanzadilla japonesa en misión de exploración localizó a una gran fuerza china; y a pesar de la disparidad de fuerzas eligió luchar para al menos retrasar al enemigo e impedirle tomar la delantera en la carrera por los puntos estratégicos del campo de batalla, en especial de un paso sobre el río. 
Al oír los disparos que marcaron el comienzo de la batalla, Kuroda Nagamasa envió a Gotō Mototsugu con una unidad montada a reforzar lo más rápidamente posible a las fuerzas en vanguardia, a la vez que se enviaba aviso a la fuerza principal del ejército japonés que marchaba a un día distancia bajo las ordenes de Mōri Hidemoto. Mototsugu llegó a tiempo para lanzar una carga colina abajo que restauró momentáneamente la situación cuando los japoneses ya iban a ser expulsados definitivamente al otro lado del río. Los jinetes samuráis recurrieron varias veces a ocultarse entre los árboles y volver a aparecer, tratando de dar la impresión de que se trataba de una fuerza mas grande que la real. Al final se consiguió ganar tiempo para la llegada casi al anochecer del propio Nagamasa con el resto de las tropas.
 
Al amanecer del día siguiente los japoneses lanzaron un ataque, que fue rechazado por tropas chinas armadas con arcos, armas de fuego individuales y cañones ligeros. Los chinos pasaron al contraataque, reforzados por 2.000 jinetes recién llegados, que completaron la victoria Ming. La persecución terminó cuando los chinos se dieron cuenta de que se aproximaba Mōri Hidemoto en apoyo de las fuerzas de Kuroda Nagamasa. Las pérdidas japonesas fueron de 500-600 hombres, siendo a su vez las pérdidas chinas de varios cientos de hombres. 
 
Tras la batalla, Jiksan fue abandonada y pudo ser tomada por los japoneses. La derrota podía ser considerada anecdótica y el objetivo estratégico conseguido; sin embargo los japoneses se preocuparon por la persistente presencia china en Corea. Parecía claro que la corte Ming no sólo iba a defender de nuevo a Corea, sino que esta vez se había dado prisa en ir enviando refuerzos. A su vez llegaron noticias también preocupantes provenientes de un frente inesperado: el naval.
 
 
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Goto Mototsugu
 
 
Cuando el almirante Yi Sun-sin recobró el mando se encontró con que su antaño numerosa armada había quedado reducida a 10 navíos supervivientes de la batalla de Chilcheollyang (dos de los doce supervivientes iniciales se habían perdido por el camino) y tres más que se pudieron añadir; en total 13 (mas auxiliares). Además apenas contaba con un puñado desmoralizados marineros para tripularlos. El enérgico Sun-sin se puso rápidamente a trabajar: se restauró la moral (haciendo huir con facilidad a una flotilla de exploradores nipones) y la disciplina. Los navíos existentes fueron transformados en una suerte de mezcla de panokseon y barco tortuga, añadiéndoles protecciones laterales y algo similar al techo con estacas de las naves tortuga.
 
Finalmente se tomó una medida de carácter estratégico; la pequeña armada coreana se retiró al extremo suroccidental de Jeolla en busca de una nueva base mejor protegida: Byeokpajin, en la isla de Jindo y con el estrecho de Myeongnyang al lado. Dicho estrecho tenía que ser la “última línea defensiva” de la costa de Jeolla. Avisados por sus exploradores de que los coreanos volvían a estar activos, los japoneses volvieron a reunir su armada bajo el mando de sus principales comandantes como Tōdō Takatora, Katō Yoshiaki, Wakizaka Yasuharu y Kurushima Michifusa. En total se reunieron 133 naves, al menos varias docenas de ellas de guerra. Una vanguardia de dicha armada se acercó a explorar la isla de Jindo y fue rechazada (17, X).
 

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La batalla de Myeongnyang
 
 
Para la inevitable batalla de Myeongnyang (26, X), Sun-sin planificó dar un buen uso a su conocimiento de las mareas en el estrecho, estrecho que también era conocido como el canal rugiente por la fiereza de sus aguas -con una corriente que llegaba a alcanzar entre 9-11 nudos- y que en su punto mas estrecho únicamente medía unos 250 metros de ancho. Sun-sin situó a su escuadra oculta en una bahía pasado al otro lado de la parte más estrecha del pasaje y situó como cebo a una flotilla de barcos de pesca, algo más alejada pero a la vista de tal modo que en la distancia simulaban ser una línea de naves de combate. Finalmente les recordó a sus capitanes que no había retirada posible mas alla de esa línea.
 
Como Sun-sin esperaba la armada japonesa entró en el estrecho por la mañana con la marea a favor, impulsados por la corriente, teniendo que dividirse en 4-5 escuadrones al no poder entrar todos a la vez. Al otro lado les esperaba Sun-sin emboscado en la zona en que las aguas ya se calmaban y la corriente no era tan fuerte. Yi Sun-sin se lanzó al ataque contra los sorprendidos nipones; su navío lideró el ataque seguido por el resto de capitanes, a varios de los cuales les costó un poco vencer su inicial temor al ver lo que se les venía encima desde el otro lado del estrecho.
 
Los 13 navíos coreanos se vieron pronto rodeados pero se defendieron con ferocidad a lo largo de varios ataques, recurriendo tanto a cañonazos como a arrojar todo tipo de proyéctiles que se tuvieran a mano. Fieles a los preceptos de Sun-sin trataron de evitar en todo momento ser abordados, y sólo uno de ellos llego a ser asaltado aunque el abordaje fue rechazado. Las protecciones extra que Sun-sin había hecho instalar demostraron su valor en el tipo de combate que se desarrolló. Alrederor de las “fortalezas flotantes” coreanas se iban acumulando los restos de naves y hombres enemigos; entre ellos el de uno de los comandantes navales enemigos: Kurushima Michifusa (identificado por un desertor nipón).
 
Aun así tarde o temprano la pequeña escuadra de Sun-sin se hubiera visto superada, pero como ya éste había previsto la marea cambió y la fuerte corriente empezó a empujar a las naves japonesas de vuelta por donde habían venido. Los coreanos por su parte se dejaron llevar también por la corriente, aprovechando para seguir infligiendo daño a una armada completamente desorganizada. Cuando frenaron la persecución por el cansancio, habían destruido 31 naves enemigas sin perder una sola. 
 
Los desmoralizados almirantes japoneses se retiraron de la costa de Jeolla tras la batalla, regresando a Busan. El denominado “milagro de Myeongnyang” había impedido que la armada nipona penetrara en el Mar Amarillo y de nuevo sus fuerzas terrestres avanzadas se veían privadas de un vital apoyo. 
 

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Batalla naval entre coreanos y japoneses, probablemente se corresponde con Myeongnyang.
 
 
Una vez analizada la situación, los comandantes nipones consideraron que teniendo en cuenta la llegada del invierno, la presencia de refuerzos chinos y el nuevo fracaso de su armada, no merecía la pena continuar las operaciones y/o tratar de mantener el nuevo terreno conquistado. Dicha retirada parece haber estado en consonancia con los planes de Hideyoshi desde un principio. Los ejércitos japoneses emprendieron el camino de vuelta, aprovechando para sembrar aun mas la destrucción a su pado. En dicho regreso, algunos como Kato Kiyomasa dieron un rodeo, aprovechando para regresar a través de Gyeongju (antigua capital del reino de Silla) y reducir a cenizas el complejo de templos de Bulguksa. 
 
De vuelta al punto de partida, los japoneses aprovecharon para extender algo su antiguo perimetro en torno a Busan, de tal manera que ahora pasó a extenderse desde Ulsan hasta Suncheon.
 

 

22. La guerra de los Wajō : Ulsan.
 

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Distribución de las fortalezas japonesas (Osprey Publishing).
 
 
Tras sembrar la destrucción por el sur de Corea, las tropas japonesas regresaron a sus fortalezas en el sureste coreano. El nuevo “perímetro de Busan” medía unos 250 kilómetros, con la incorporación de varias nuevas fortalezas en sus extremos: desde Ulsan hasta Suncheon.
 
Las fortalezas japonesas en Corea reciben el nombre de wajō (“waeseong” para los coreanos), Estas fortalezas se trataba o bien de reconstrucciones de antiguas fortalezas coreanas, ya presentes en lugares estratégicos, o bien de nuevas edificaciones. Se trataba de grandes proyectos que necesitaron del trabajo intensivo de numerosos obreros coreanos.
 
Los comandantes nipones no se sentían especialmente impresionados por las características de las antiguas fortalezas coreanas, habiéndose demostrado muchas de ellas poco preparadas para resistir el asalto de ejércitos que contaban con armas de fuego. Así pues se implantó un modelo de fortaleza que tomaba como ejemplo los desarrollos tenidos lugar en el propio Japón. En general el ideal nipón era escoger una posición en colina y “esculpir” la colina a base de pico y pala creando diversos fosos, motas y reductos que daban lugar a varias líneas de defensa, dificultando enormemente el avance de los asaltantes que debían avanzar a través de varias circunvalaciones. Las fortificaciones propiamente dichas se construían combinando piedra, arcilla y madera. Los muros defensivos solían asentarse sobre una sólida base de piedra y contaban con numerosas aspilleras para los arcabuceros. Muchas fortificaciones incorporaban torres y torreones, pero estas eran construcciones de madera, a diferencia de los que sucedía en Occidente.
 

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El ejército Ming-Joseon se dirige hacia Ulsan.
 
El primer wajō en ser puesto a prueba fue el de Ulsan, en el extremo oriental de la línea defensiva. De hecho se trataba de una fortaleza en construcción, ya que era una incorporación de última hora. El área estaba asignada a Katō Kiyomasa y éste había decidido a su regreso de la campaña levantar una nueva fortaleza en la colina de Tosan, en un enclave estratégico junto al estuario del río Taehwa. Se ordenó a los obreros trabajar a marchas forzadas y para vigilar los trabajos se dejó a una fuerza de 7.000/10.000 hombres bajo el mando de Asano Nagayoshi. 
 
Mientras los obreros coreanos eran obligados a trabajar durante el duro invierno, tropas chinas habían ido llegando a Corea en gran número. Tras hacerse cargo personalmente de los refuerzos, Yang Hao se reunió con el general chino Ma Gui y el coreano Gwon Yul. En total el ejército combinado Ming-Joseon sumaba unos 55.000 hombres (40.000+ de ellos chinos), y emprendió la marcha contra Ulsan.
 
Los japoneses se vieron completamente sorprendidos y la primera noticia que tuvieron del avance enemigo fue el ataque de un escuadrón volante equipado con flechas incendiarias contra los barracones de la guarnición japonesa. Al amanecer del día siguiente (29 de enero de 1598) una vanguardia sino-coreana de caballería se presentó ante las posiciones japonesas y tras lanzar su ataque fingió la huida, atrayendo a la guarnición hasta una fuerza mayor que esperaba en formación de combate (en formación de grulla con las alas extendidas). Los japoneses consiguieron a duras penas replegarse pero sufriendo cerca de 500 bajas, siendo perseguidos hasta las propias puertas de la incompleta fortaleza de Ulsan. 
 

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La guarnición nipona de Ulsan completamente rodeada.
 
Al siguiente día se lanzó un ataque masivo contra Ulsan precedido por una barrera de fuego de artillería. Los atacantes se aprovecharon de la brecha existente en la incompleta muralla exterior (había un gran hueco donde debía ir una de las puertas de acceso) para penetrar en la fortaleza obligando a los japoneses a retirarse al recinto interior. Asano Nagayoshi lideró, arcabuz en mano en vez de la tradicional lanza, un exitoso contraataque en el sector oriental. Los Ming cambiaran entonces su esfuerzo hacia el sector noroccidental de las murallas; lograron coronar las murallas y penetrar en el interior pero no con suficiente fuerza, siendo también rechazados. 
 
Los defensores habían tenido 660 bajas. Más grave que las bajas era que atrás habían quedado destruidos e incendiados sus barracones y almacenes. Apenas se habían podido introducir suministros en el recinto interior y no existían pozos. Para conseguir agua había que recurrir a derretir nieve o recogerla del foso. A lo largo del sitio la aparición de algún día lluvioso ocasional sería recibido como una verdadera bendición, pero nunca fue suficiente. De momento el único consuelo era que Katō Kiyomasa había conseguido llegar a través del río hasta la fortaleza (acompañado de un puñado de hombres de su guardia personal) antes de que se cerrara el cerco y comunicado a los defensores de que se había dado aviso a los otros comandantes para reunir un ejército de rescate.
 
Tras el fin del primer asalto, la artillería Ming-Joseon volvió a entrar en acción, pero dada la posición elevada del reducto interior, los artilleros chinos descubrieron que sus disparos eran prácticamente inútiles ya que chocaban contra la sólida base de piedra inferior. Eso no quita que por ejemplo un disparo de cañón partiera en dos a uno de los guardaespaldas de Kiyomasa. Por su parte chinos y coreanos probaron a tratar de acercarse a las murallas protegidos por grandes escudos, pero pronto los tiradores japoneses calcularon a que distancia sus disparos penetraban en los escudos enemigos.
 
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Ilustración de un intento de asalto a Ulsan (Peter Dennis para Osprey Publishing)
 
El 1 de febrero llegaron a Ulsan los comandantes en jefe chinos: Yang Hao y Ma Gui. Tras analizar la situación se decidieron en contra de nuevos y costosos asaltos, optando por un sitio formal. La idea era sensata sobre todo sabiendo de las carencias en el interior de la fortaleza. Los hombres de Katō Kiyomasa tuvieron que sacrificar sus caballos y más tarde pasar a comer raíces o comer cuero hervido; es muy probable que se tuviera que recurrir al canibalismo. A la sed y el hambre, se le unió la llegada de una ola de frio el 3 de febrero que causó estragos por congelación. Los sitiadores eran conscientes de los padecimientos de la guarnición a través de los prisioneros -muchos de ellos capturados cuando desesperados salían en busca de comida y/o agua- pero ellos mismos sufrían a causa del frio y la falta de suficientes suministros para mantener a un ejército tan grande. Otra fuente de preocupación para Yang Hao era que estaban empezando a aparecer refuerzos nipones. De momento el ejército Ming-Joseon era capaz de mantener alejados a dichos refuerzos, impidiendo varios intentos de desembarco de tropas cerca de la asediada fortaleza.
 
Los diversos comandantes japoneses habían ido enviando tropas a levantar el sitio de Ulsan, incluso Konishi Yukinaga se había desprendido de un contingente. El ejército de relevo quedó al mando de Mōri Hidemoto, pero en un primer momento lo único que pudo hacer fue plantar la mayor cantidad de banderas posibles en una colina a la vista tanto de sitiadores como de sitiados (8 de febrero). El ejército de Hidemoto -que llegaría a sumar 13.000 tropas- era en principio insuficiente para levantar el sólido cerco de Ulsan; pero su presencia no dejaba de tener un efecto psicológico tanto en sitiados como sitiadores.
 
Finalmente Yang Hao decidió que no podía esperar más. Tarde o temprano los japoneses reunirían suficientes tropas para lanzar un ataque y los defensores se negaban a rendirse teniendo tan próximos a sus compañeros. El asalto final tuvo lugar el 19 de febrero; las tropas de asalto chinas y coreanas volvieron a avanzar con sus escaleras bajo la cobertura de numerosos arqueros y arcabuceros. Para repeler el asalto quedaban unos 1.000 defensores capaces todavía de luchar; se trataba en su mayoría de arcabuceros ya que Katō Kiyomasa había ordenado dar prioridad en las raciones a aquellos soldados capaces de manejar un arcabuz. Dicha medida dio un amplio rédito cuando los asaltantes fueron recibidos por una lluvia de balas. Yang Hao dio por finalizado el asalto tras perder unos 500 hombres. 
 

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Inoue Nagayoshi, uno de los defensores de Ulsan (ilustración de Utagawa Kuniyoshi)
 
Desde el punto de vista de Yang Hao era hora de levantar el sitio y retirarse para evitar más pérdidas. No se había conquistado Ulsan pero quedaba el consuelo de que prácticamente toda la guarnición enemiga había causado baja en una forma u otra; quien no estaba muerto, herido o capturado, estaba al borde del desfallecimiento, capaz de defender su posición pero de poco más.
 
Sin embargo lo que tenía que haber sido una retirada ordenada se convirtió en un desastre. Se corrió el rumor de un desembarco nipón y el ejército empezó a desintegrarse. Cuando el ejército nipón de Hidemoto descubrió que chinos y coreanos no sólo se retiraban sino que además lo hacían en desorden, cayeron sobre ellos cazando a numerosos soldados dispersos. Sumando las bajas del sitio a las de la desastrosa retirada, el ejército Ming-Joseon perdió varios miles de hombres. Las crónicas coreanas reconocen 3.000-4.000 bajas durante la retirada; por su parte las chinas son conflictivas, reconociendo una tan sólo 1.800 mientras que otra las asciende a 10.000. Los japoneses llegaron a hablar de 20.000 bajas enemigas pero también estimaron al ejército enemigo en el doble de sus verdadera fuerza.
 
Los desfallecidos supervivientes de Ulsan tuvieron que ser sustituidos por otras tropas. Para muchos su milagrosa supervivencia era un signo de un claro favor divino. Otros no dejaron de ser conscientes de un elemento decisivo en el curso tanto del combate como a lo largo de toda la guerra: Asano Nagayoshi escribió a su padre en Japón y le advirtió que debía dar ordenes estrictas de que futuras tropas que se desplazaran a Corea debían traer la mayor cantidad de arcabuces posibles; incluso los propios samuráis deberían equiparse con arcabuces.

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El avance del ejército de Hidemoto contra el ejército Ming en retirada.

 

 

 

23. La gran ofensiva: Sacheon y Suncheon.
 
Una vez finalizado el sitio de Ulsan era hora de que Hideyoshi y los comandantes nipones reflexionaran sobre el futuro de la presencia nipona en Corea. Por un lado Hideyoshi se sentía satisfecho con que sus ejércitos hubieran barrido Corea recogiendo numerosos trofeos en forma de “narices”. A estas alturas ya se conformaba únicamente con una apariencia de victoria pero el ataque contra Ulsan le presentaba un problema: si retiraba ahora sus tropas podía parecer una muestra inaceptable de debilidad. De momento ordenó a sus comandantes mantener sus posiciones en los wajō Para junio, tras pasar varios meses sin que se renovaran los intentos de tomar un wajō aceptó que regresara a Japón la mitad de las tropas y se abandonara alguno de las fortalezas. De momento quedaron en Corea 64.700 soldados japoneses, a la espera de que Hideyoshi encontrara una excusa para sacarlos de allí sin menoscabo a su dignidad. 
 
El ejército Ming en Corea había confiado en lanzar su “gran” ofensiva contra las posiciones niponas en junio. Sin embargo una rebelión en la provincia de Liaodong alteró todos sus planes y las tropas en tránsito hacia Corea tuvieron que detenerse a restaurar el orden. Un nuevo problema surgió cuando una investigación oficial sobre lo ocurrido en Ulsan desembocó en la presentación de cargos contra Yang Hao y la puesta en duda de la propia pertinencia de la presencia Ming en Corea. Al final se impuso la facción pro-guerra, pero entre unas cosas y otras, la ofensiva para expulsar a los japoneses se tuvo que retrasar hasta el inicio del otoño.
 
Los aliados identificaron como objetivos claves de la línea japonesa los wajō de Suncheon, Sacheon y Ulsan. El ejército Ming-Joseon se dividió en tres columnas, decidido a atacar los tres objetivos. Contra Ulsan marchó el ejército del general Ma Gui (24.000 chinos y 5.500 coreanos). Sacheon era el objetivo del general Dong Yiyuan (26.800 chinos y 2.300 coreanos); mientras que Suncheon fue asignado al ejército del general Liu Ting (26.000 chinos y 13.000 coreanos).
 
 

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Arcabucero coreano en la etapa final de la guerra.
 
El general Dong Yiyuan era un recién llegado a la guerra de Corea y avanzó con decisión hacia Sacheon tomando por el camino un pequeño fuerte auxiliar abandonado en el último momento por los japoneses, aunque los chinos pudieron cazar a un puñado de los miembros de la guarnición fugitiva. En Sacheon le esperaban los 8.000 hombres del veterano Shimazu Yoshihiro El hijo de Yoshihiro, Tadatsune, quiso lanzar un ataque inmediato contra los Ming pero su padre se lo prohibió, recordándole que era mejor que primero el enemigo se “ablandase” intentando tomar la fortaleza.
 
Yoshihiro tenía razón ya que el “novato” Yiyuan estaba decidido a lanzarse rápidamente al ataque. El asalto tuvo lugar el 30 de octubre, precedido por la habitual barrera de artillería Ming. Como complemento a los cañonazos, los chinos consiguieron acercar un ingenio de sitio contra la puerta; no esta claro si dentro había una especie de ariete con artefactos explosivos adosados o bien un cañón de asedio cubierto al que se consiguió acercar para disparar a bocajarro. El caso es que la puerta principal de la fortaleza fue destrozada y los asaltantes se lanzaron a penetrar por la brecha que había surgido en su lugar, a la vez que se traían escaleras para asaltar las murallas. Los defensores estaban esperando para repeler el asalto, recibiendo a los atacantes con una lluvia de proyectiles. Al poco de empezar el asalto hubo una enorme explosión; al parecer los japoneses consiguieron alcanzar con un proyectil o con un artefacto incendiario al mencionado ingenio de asedio, prendiendo fuego a los frascos de pólvora que los zapadores chinos habían traído consigo. La explosión no sólo causó bajas sino una enorme confusión entre los asaltantes que los japoneses estuvieron prestos a aprovechar. 
 
Los Shimazu pasaron al contraataque, saliendo tanto por la destrozada puerta como por otras dos. A pesar de la confusión, el ejército Ming no se desintegró ante el contraataque y consiguió oponer resistencia. Los japoneses tuvieron que cambiar de táctica y mandar unos destacamentos por los flancos a atacar la retaguardia china; concretamente el campamento de los sitiadores. Como sospechaban, las tropas que guardaban el campamento eran las de peor calidad y cedieron rápidamente al pánico, arrastrando a parte del ejército con ellos. Aun así el grueso del ejército Ming resistía en formación y seguía siendo superior en número a los Shimazu. 
 
Las esperanzas de Dong Yiyuan de darle la vuelta a la batalla se derrumbaron cuando los chinos notaron la aproximación de refuerzos nipones procedentes de otro wajō cercano. El ejército se desintegró en una retirada desordenada. Perseguidos hasta el río Nam, las bajas chinas fueron enormes. Los japoneses se jactaron de haber tomado 37.000 cabezas, aunque en realidad no había tantos sitiadores. Por su parte los coreanos estimaron las bajas en unos nada despreciables 7.000-8.000 hombres.
 
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Los Shimazu se lanzan al contraataque 
 
 
Suncheon era el wajō más occidental y el único construido en la provincia de Jeolla. El reducto principal se asentaba en un acantilado rocoso al lado del mar protegiendo dos puertos en los que anclaban varias centenares de naves japonesas (transportes principalmente). La pendiente de la colina era relativamente suave en el lado terrestre y las murallas exteriores no eran excesivamente altas, pero la guarnición era numerosa al estar formada por 13.700 hombres bajo el mando de Konishi Yukinaga. 
 
Para tomarlo se optó por intentar una operación combinada entre la armada y el ejército. Tras desprenderse de algunas tropas, los generales Liu Ting (chino) y Gwon Yul (coreano) contaban con 23.600-28.000 hombres. En el frente naval había varios cientos naves, comandadas por Yi Sun-sin y el almirante chino Chen Lin, que transportaban a bordo cerca de 25.000 hombres, incluidos numerosos guerreros chinos. 
 
El sitio comenzó el 19 de octubre cuando tanto el ejército como la armada empezaron un bombardeo de las fortificaciones niponas que se iba a prolongar durante varios días. El plan era realizar un asalto coordinado tanto por tierra como por mar, abrumando a los defensores. Tras varios amagos de asalto cancelados porque las tropas de tierra todavía no estaban listas, el esperado ataque tuvo lugar el 31 de octubre. Liu Ting había hecho construir numerosos ingenios de asalto, tales como escudos móviles, torres de asedio, carretas “protegidas” para acercar cañones a corta distancia de la muralla o las famosas “yunti che” (“escalera a las nubes”): escaleras de asalto plegables instaladas en carretas.
 
 
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Ilustración de una "yunti che" china
 
 
El asalto comenzó con la armada sino-coreana acercándose a Suncheon con la marea para bombardear a corta distancia las posiciones japonesas. Por el lado terrestre los aliados avanzaron tratando de acercar sus ingenios de asedio a las murallas. Muchos de esos ingenios eran excesivamente pesados por lo que avanzaban con dificultad y pronto los defensores se dieron cuenta de que lo mejor era concentrar el fuego contra ellos. Los asaltantes estaban tan concentrados en hacer avanzar los dichosos ingenios que Yukinaga se dio cuenta de que podía permitir a sus tropas “lanzar una salida” contra ellos ya que los enemigos no estaban bien desplegados para impedirla. La carga japonesa puso fin al primer asalto; Liu Ting aún ordenaría repetirlo otras dos veces pero sin éxito. Por su parte la armada se retiró cuando cambió la marea; según Sun-sin en dicho sector se causaron bastantes bajas a los defensores por pocas propias. Es de suponer que al ver la falta de progreso terrestre no se llegó a intentar desembarcar a las tropas embarcadas.
 
Al día siguiente al fallido asalto, Liu Ting pidió a la armada que realizara un ataque nocturno contra Suncheon. El almirante Chen Lin aceptó el encargo mientras que el prudente Sun-sin sólo se avino a prestar apoyo ya que no veía clara la operación. La armada avanzó hacia Suncheon con la marea nocturna y Chen Lin acercó sus naves a corta distancia para bombardear las fortificaciones niponas, mientras Sun-sin lo hacía desde más lejos. Pasado un tiempo Sun-sin le advirtió con un mensaje de que la marea iba a cambiar, pero Chen Lin fue lento en extraer a sus naves y entre 30-40 quedaron encalladas. La guarnición japonesa interpretó que se estaba produciendo un intento de desembarco anfibio nocturno y se ordenó rechazarlo “en las playas”. Los japoneses se sorprendieron al encontrar a los chinos “sentados” en sus naves esperando un nuevo cambio en la marea y procedieron a asaltar aquellas que habían quedado más accesibles, capturando y/o destruyendo al menos 19 de ellas.
 
En teoría el ataque naval nocturno debía haber servido para atraer la atención de los defensores y que Liu Ting lanzara su propio ataque por el lado terrestre. Sin embargo este no se llegó a materializar, probablemente porque el general chino recibió la noticia del desastre ocurrido en Sacheon. Los sitiadores aun permanecieron 3 días más en la zona y Yi Sun-sin aun intentó seguir con el cañoneo a los defensores pero la suerte del sitio ya estaba echada. El ejército Ming se retiró de Suncheon.
 

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La fortaleza de Suncheon bajo sitio.
 
 
La derrota de Sacheon también llegó a oídos de Ma Gui en Ulsan. El segundo sitio de Ulsan no había sido como el primero. Ma Gui había estado presente en el anterior y ahora se encontró con que la fortaleza en la colina Tosan ya había sido completada y contaba con una decidida guarnición de 10.000 soldados de nuevo bajo mando de Katō Kiyomasa, que ciertamente no iba a ceder ahora cuando su situación era mucho mejor que en la anterior ocasión. Ma Gui no estaba por la labor de perder hombres en asaltos que sabía que tenían pocos visos de triunfo, por lo que se limitó a poner cerco a la fortaleza y esperar acontecimientos. Se hizo algún intento de provocar a los defensores a realizar una salida pero en vano. 
 
Las noticias del fracaso en Sacheon y rumores de la formación de un ejército de rescate, impulsaron a Ma Gui retirarse; aunque esta vez se realizó en buen orden y sin contratiempos.
 
La triple ofensiva aliada contra los wajō había acabado en victoria para las tropas japonesas, un éxito del que no podría regocijarse Toyotomi Hideyoshi ya que el taikō había muerto un par de semanas antes...
 
 

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Heráldica de Shimazu Yoshihiro (recreación de Emmanuel Valerio)

 

 

 

24. Punto final: Noryang.
 
A lo largo de 1598 Hideyoshi se dio cuenta de que se avecinaba su muerte según se iba deteriorando su estado de salud. Sus pensamientos cada vez estaban más lejos de Corea y más concentrados en asegurar el futuro de su heredero: Hideyori, que sólo tenía 5 años. Toyotomi Hideyoshi murió el 18 de septiembre (con 62 años), pero el consejo de los cinco regentes mantuvo en secreto su muerte durante un tiempo. Una de las últimas órdenes de un moribundo Hideyoshi había sido poner fin a la guerra, y los regentes -junto a los cinco comisionados que manejaban el día a día de Japón en nombre de Hideyoshi- se pusieron a trabajar en ello. Se ordenó en nombre de un supuestamente vivo Hideyoshi que los daimyō en Corea negociaran la paz: debían reclamar un príncipe como rehén “trofeo” y en caso de que no fuera posible se debía reclamar un tributo simbólico en forma de arroz, miel y pieles de tigre y leopardo. En realidad cualquier cosa valía siempre que se pudiera utilizar para mostrar que los japoneses “habían vencido”. La noticia de la muerte se acabó filtrando -en torno a una semana después de las victorias en Sacheon y Suncheon- y ahora las ordenes pasaron a ser evacuar de la mejor manera posible.
 
Las tropas de la fortalezas orientales, como Ulsan, no tuvieron problemas en trasladarse hacia Busan para su evacuación. La situación era más complicada en el oeste, debido a la presencia de la armada sino-coreana. Las fuerzas de Konishi Yukinaga en Suncheon se encontraban bloqueadas por mar y vigiladas por tierra. Tratar de abrirse paso por tierra hasta la siguiente fortaleza portuaria nipona no era en realidad solución ya que la armada enemiga le iría siguiendo de puerto en puerto. Yukinaga, el primero en desembarcar en 1592, ahora corría el riesgo de ser el último que quedara en Corea y perecer allí. Eso era algo a lo que no estaba dispuesto y tanteó a los comandantes enemigos para conseguir paso franco. Chen Lin se mostró receptivo, ya que como la mayoría de los comandantes chinos no sentía especiales deseos de que se prolongara innecesariamente la guerra. Sin embargo Sun-sin no estaba dispuesto a oír hablar de ello. Cuando Chen Lin propuso mover la armada de su posición de bloqueo para atacar alguna la posición nipona en la isla de Namhae, Sun-sin se negó, temiendo que fuera un ardid para permitir el escape de Yukinaga.
 
Viendo que la diplomacia no funcionaba, Yukinaga se vio forzado a enviar una nave correo a Shimazu Yoshihiro, en Sacheon, y pedirle ayuda para salir ambos de sus fortalezas. Nave que se sospecha que pudo pasar el bloqueo con la connivencia china. Shimazu Yoshihiro, Tachibana Muneshige (comandante de la fortaleza de Goseong) y Sō Yoshitoshi (comandante de la fortaleza de Namhae) prepararon una armada de 300-500 naves, con intención de romper el bloqueo y junto a las naves de Yukinaga evacuar de forma conjunta las fortalezas occidentales.
 

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Mapa del bloqueo de Suncheon y la batalla de Noryang.
 
 
Para levantar el bloqueo la armada nipona debía aproximarse desde Sacheon a través del estrecho de Noryang. Cuando Sun-sin tuvo noticia por sus exploradores de las intenciones niponas se trasladó allí con una armada sino-coreana, formada por unas 150 naves. 
 
Aunque ya hemos visto a dicha armada en acción en el sitio de Sacheon, es hora de explicar su origen. Tras la milagrosa batalla de Myeongnyang, Yi Sun-sin había dedicado varios meses a reconstruir la armada coreana; hasta el punto de reunir unas notable fuerza de 85 naves de guerra. La armada coreana se había visto reforzada por la aparición en aguas coreanas de la armada china. Se habían reunido entre 250-500 naves, bajo el mando de Chen Lin, supuestamente un experto en artillería y veterano de varias campañas en el sur de China contra rebeldes. En su mayoría se trataba de naves auxiliares, útiles mas que nada para transportar tropas de un lado a otro. El temor en Beijing a que los taimados “piratas” japoneses lanzaran un golpe de mano contra la propia China, hizo que se retuvieran en casa a las principales naves de guerra. En Noryang la armada china se componía de 6 grandes juncos de guerra y 57 naves a remos más pequeñas. La contribución china no se limitaba a naves, sino que 2.600 guerreros Ming embarcaron en las naves coreanas para reforzar sus dotaciones.
 
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Escena de combate naval.
 
La batalla tuvo lugar el 16 de diciembre. La armada nipona había llegado el día anterior al estrecho de Noryang y anclado para pasar la noche. Sun-sin decidió atacar por sorpresa antes de que amaneciera (a pesar de la malas experiencias nocturnas previas) y el combate se inició sobre las dos de la mañana. La armada aliada avanzó dividida en tres escuadras: la de la derecha comandada por el propio Sun-sin, la del centro por Chen Lin y la de la izquierda por otro almirante Ming: Deng Zilong.
 
El combate nocturno se desarrolló con chinos y coreanos haciendo uso de su superior artillería para ir “demoliendo” la armada rival. Hay que tener en cuenta que aunque los japoneses eran superiores en número de naves, muchas de ellas eran simples transportes. Al ser el ataque nocturno y la zona de batalla relativamente estrecha, el combate se desarrolló a más corta distancia de lo que había sido habitual en otras batallas de Sun-sin. Los arcabuceros nipones pudieron cobrarse su buen puñado de víctimas y varias naves aliadas se vieron en apuros. Una de dichas naves fue la de Chen Lin que fue abordada por los japoneses; el propio hijo de Chen Lin cayó herido defendiendo a su padre. Chen Lin consiguió al final salvarse, cuando el propio Yi Sun-sin acudió en su ayuda. Peor suerte tuvo Deng Zilong: durante la batalla se acercó a un panokseon coreano para subir a bordo junto a sus hombres y presuntamente usarlo para acudir en apoyo de Chen Lin; en la confusión de la batalla otra nave aliada interpretó que el panokseon estaba siendo abordado por japoneses y se acercó a eliminar a los “asaltantes”, causando la muerte de Deng Zilong y la posterior perdida del dañado panokseon. 
 
Cuando llegó el amanecer la armada nipona había resultado claramente derrotada con numerosas naves perdidas; pero no había sido aniquilada completamente y sus restos escapaban a la vez que continuaban rociando con el fuego de sus arcabuces a quienquiera que se acercara a corta distancia. Yi Sun-sin urgió a la armada a perseguirlos; durante el combate había llegado a empuñar su arco pero ahora retomó su puesto formal comandante, que era en proa junto al gran tambor de guerra que se usaba para dar ánimos y órdenes. Una bala perdida le alcanzó durante la persecución y se desplomó junto a su hijo y su sobrino; al parecer sólo tuvo tiempo de ordenarles ocultar su muerte a los hombres. Como si el destino se hubiera conjurado para agrandar su leyenda: Yi Sun-sin moriría a bordo de su nave insignia, en la última y victoriosa batalla de la guerra.
 
La batalla fue una gran victoria para coreanos y chinos, perdiendo los japoneses cerca de 200-300 naves. El propio Shimazu Yoshihiro se salvo por los pelos, siendo sus naves las que se llevaron la peor parte de la batalla al recibir el grueso de la embestida rival. Mejor lo tuvo Konishi Yukinaga, que aprovechó que se estaba combatiendo en Noryang para sacar a su flota de Suncheon y escurrirse sin ser molestado; salvándose a costa del enorme sacrificio de los Shimazu. 
 
La guerra terminó unos días más tarde: el 24 de diciembre cuando los japoneses abandonaron Busan sin ser molestados. Eso sí, Katō Kiyomasa antes de marcharse se aseguró de dejar un mensaje a sus adversarios: que no pensaran que los japoneses huían, cumplían con los deseos póstumos del taikō pero Japón era fuerte y mas les valía a los coreanos apaciguar a los japoneses o estos volverían de nuevo...
 
 
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Yi Sun-sin cae abatido a bordo de su nave insignia. Su cuerpo fue trasladado abajo cubierto por un escudo para ocultar su muerte mientras su sobrino se ocupaba de que el tambor de guerra siguiera sonando y se mantenía alzada la insignia del almirante.

 

 

 

25. Epílogo.
 
Con el regreso de las tropas a casa era hora de hacer balance de la Guerra Imjin. No se dio una cifra oficial de muertos, pero se estima que las pérdidas niponas en la guerra fueron de al menos 60.000-70.000 hombres; y tal vez podrían haber alcanzado o superado los 100.000. Muchas de las bajas no habrían sido tanto en combate como debido a los penurias sufridas, sobretodo en ciertas fases de la guerra.
 
Según los japoneses la guerra había sido un éxito “contable”: en sus libros se recogía que 160.000 hombres habían marchado a Corea y regresado con 185.738 cabezas/narices coreanas y 29.014 chinas. Con las narices enviadas a Japón se haría un túmulo funerario muy cerca del templo dedicado a la memoria de Toyotomi Hideyoshi. A falta de tierras, príncipes Joseon rehenes o princesas Ming casaderas, se tenían que conformar con eso y con el botín de guerra.
 
Numerosos coreanos (50.000-60.000) fueron llevados a Japón y forzados a trabajar allí como mano de obra esclava. Aunque la mayoría eran simples campesinos pero también había artesanos y escolares entre ellos, que se convirtieron en piezas muy codiciadas entre los daimyō japoneses. Además de esclavos, también se llevaron a Japón pergaminos, imprentas, artefactos religiosos, piezas de arte, trajes suntuosos... La realidad era que Japón estaba atrasado en bastantes aspectos respecto a la más “culta” Corea. 
 
Tal vez lo mas llamativo fue que la guerra produjo una revolución en la industria de la cerámica nipona, muy atrasada respecto a la continental. No sólo se llevaron a Japón numerosas piezas en forma de trofeo, sino que los artesanos coreanos cautivos introdujeron las técnicas mas avanzadas y de hecho fue un coreano el creador de la primera fábrica de porcelana en Japón.
 
 
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El túmulo Mimizuka en Kyoto. A pesar de que su nombre es "tumba de las orejas", es es lugar de descanso de las narices cortadas a enemigos caídos que se remitieron a Japón como trofeos.
 
La muerte de Toyotomi Hideyoshi volvió a traer a la palestra el espectro de la guerra civil. Muchos de los daimyō que habían batallado en Corea se encontraría en campos opuestos en esta nueva contienda civil. La batalla de Sekigahara (1600) dio el triunfo a Tokugawa Ieyasu, que completaría la pacificación del Japón, siendo proclamado sogún en 1603. Una de las cosas pendientes en la agenda del sogún era restablecer las relaciones con Corea.
Desde el fin de la guerra, el clan Sō de Tsushima se había esforzado en ejercer de mediador tratando de recuperar sus pasados privilegios comerciales. Para ello no vacilaron incluso en volver a las andadas y falsificar documentos oficiales. Como muestra de buena voluntad hacia los coreanos, se produjeron varias liberaciones de prisioneros coreanos. En 1608 hubo una primera embajada coreana que abrió el camino y los Sō consiguieron permiso para enviar un puñado anual de naves comerciales a Busan. 
 
Aun así ,un año después en 1609, se produjo una nueva muestra de agresión por parte del Japón de los samuráis. En esta ocasión no iba dirigida contra Corea, aunque si había cierta relación. Se autorizó al clan Shimazu a lanzar una expedición punitiva contra el reino de las islas Ryūkyū (Okinawa e islas adyacentes) por no haber contribuido a la invasión de Corea y persistir en negarse a ser un vasallo de Japón, a pesar de que en su día habían supuestamente prometido vasallaje a Hideyoshi. El reino fue conquistado pero no ocupado y se le permitió mantener un extraño doble vasallaje a China y Japón a la vez; lo que tenía la ventaja de que se le podía utilizar como intermediario de relaciones comerciales entre los dos países sin que ninguno se doblegara ante el otro.
Las relaciones con Corea se normalizarían sobre todo a partir de llegada a Japón de una embajada en 1617: los enviados coreanos acudieron a congratular a los Tokugawa por su destrucción del clan Toyotomi (tras el sitio de Osaka en 1615), que después de todo había sido el causante del conflicto.
A finales de la década de 1630, los Tokugawa cerraron el país casi por completo al exterior. La rebelión de Shimabara (1637-1638) sería el último conflicto de relevancia hasta el siglo XIX. La casta samurái se convertiría en la administradora de un país en paz. No sería hasta después de la caída de los samuráis cuando los japoneses volvieran de nuevo a pisar Corea en son de guerra.
 

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Tokugawa Ieyasu.
 
 
La guerra Imjin es recordada en Corea con orgullo como una victoria patriótica, pero con pesar al tratarse de una de las mayores calamidades en la historia del país. Se estima que las perdidas coreanas a causa de la guerra de 1592-1598 superaron el millón y pueden llegar a haber alcanzado los 2 millones (20% de la población); mucho de ellos muertos por el hambre y las enfermedades que asolaron un país devastado. Con sus campos arrasados, al igual que muchas villas y ciudades (sobre todo en el sur), Corea estaba en la ruina. Se calcula que los ingresos por impuestos se habían reducido en 1601 a una quinta parte de los ingresos de preguerra.
 
El destrozado país apenas estaba en proceso de recuperación cuando en 1616 los yurchen declararon la guerra al Imperio Ming. Corea se vio en la obligación moral de apoyar a los Ming, aunque apenas pudo enviar 10.000 soldados y lo hizo al parecer sin demasiadas ganas. En décadas posteriores se vería invadida dos veces por los manchúes (nombre adoptado por los yurchen): en 1627 y en 1637. En esta última el rey coreano Injo fue capturado y los coreanos aceptaron convertirse en tributarios de los manchúes, que acababan de fundar la dinastía Quing.
 
En cuanto a China, el Imperio Ming vio como se acentuaba su decadencia. Aparte de cierta decepción con el rendimiento del ejército, estaba el hecho de que la movilización de ejércitos para combatir en Corea había supuesto una carga gravosa para la Tesorería Imperial. Cualquier esfuerzo fiscal “extra” por parte de la administración Ming se traducía en problemas que se acumulaban a los ya existentes.
 
La creciente debilidad del Imperio animó a los envalentonados yurchen/manchúes a romper sus lazos con los Ming en 1616. En 1619, el general Yang Hao -al que vimos en Corea- sufrió una terrible derrota a manos de los manchúes, perdiendo 46.000 hombres. Unas pocas décadas más tarde el Imperio había caído en la espiral de la guerra civil y Beijing estaba en manos rebeldes. Los manchúes se animaron a poner en cuestión el “Mandato del Cielo” de los Ming, proponiéndose ellos mismos como sustitutos; cruzaron la Gran Muralla e instalaron su propia dinastía en China: los Qing (1644-1912). Uno de los últimos actos de los lealistas Ming sería pedir ayuda militar a Japón (en 1649) pero los Tokugawa no se mostraron interesados en lo más mínimo en “aventuras en el extranjero”.
 

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La batalla de Sarhu (1619), victoria de los manchúes sobre los Ming.
 
Fuentes:
Las dos principales han sido: 
Turnbull, Stephen. Samurai Invasion: Japan's Korean War 1592–98. Cassell & Co, 2002. 
Hawley, Samuel, The Imjin War. The Royal Asiatic Society, Korea Branch/UC Berkeley Press, 2005. 
Hawley muestra más en profundidad la visión coreana de la guerra de lo que lo hace Turnbull. A la hora de elaborar este trabajo, he echado en falta no contar con otro libro, que tengo entendido que aporta cosas interesantes desde el punto de vista chino, en concreto:
Swope, Kenneth M. A Dragon's Head and a Serpent's Tail: Ming China and the First Great East Asian War, 1592–1598.University of Oklahoma Press, 2009. 
 
Otros libros consultados han sido:
Conlan, Thomas. Armas & Técnicas bélicas del samurái, 1200-1877. LIBSA, 2010.
Lorge, Peter. The Asian Military Revolution: From Gunpowder to the Bomb. Cambridge University Press, 2008.
Peers, C.J. Soldiers of the Dragon: Chinese Armies, 1500 BC - AD 1840. Osprey Publishing, 2006.
Turnbull, Stephen. Fighting Ships of the Far East: Japan and Korea (AD 612-1639). Osprey Publishing, 2003.
Turnbull, Stephen. Japanese Castles in Korea 1592-1598. Osprey Publishing, 2007.
Turnbull, Stephen. Samurai Armies, 1467-1649. Osprey Publishing, 2008.
VV.AA. The Cambridge History of Japan: Volume 4, Early Modern Japan. Cambridge University Press, 1991.
 
Recursos en internet:
The Samurai Archives (http://www.samurai-archives.com/); de especial interés la parte heráldica en el siguiente topic:
Admiral Yi Sun-sin, Hero of the Korean Peoplehttps://slee39.wordpress.com/
 
 
Confío en que hayáis disfrutado con la exposición y sepáis disculpar fallos en la redacción. Gracias a todos los que han hecho aportaciones o simplemente han aportado sus ánimos.

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