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Cuando se estudia la Historia Antigua es normal empezar por las primeras civilizaciones del creciente fértil, continuar con Egipto, luego Babilonia, los hititas, Asiria... tocamos los orígenes de la cultura griega, llegamos al encontronazo de las Guerras Médicas, de ahí pasamos a Alejandro y, posteriormente, los reinos macedónicos en el Mediterráneo Oriental y el ascenso de Roma y Cartago en el Occidental. El capítulo final abarca desde la segunda guerra púnica hasta el saqueo de Roma a principios del siglo V. 
 
Esta manera de encarar la Historia tiene tres fallos. El primero es metodológico, ya que suele estudiarse de forma progresiva, como si la aparición de uno supusiera la desaparición de los anteriores. Ésta es una grave limitación porque algunas civilizaciones van y vienen antes de desaparecer, mientras otras continúan su camino, aunque permanezcan apartadas del escenario principal. El segundo error, igualmente de método, es el de tratar las civilizaciones como si fueran salas separadas y estancas, ajenas a lo que sucede en el resto del mundo hasta el momento en que chocan y estallan los conflictos. Sin embargo la guerra no es el modo natural de contacto entre los pueblos, y lo normal es que todas las civilizaciones se relacionen con sus coetáneos mediante el comercio, y esa relación se traduce en influencias culturales. Incluso una civilización aparentemente tan inamovible como la egipcia se ve sometida a cambios al tomar contacto con lugares tan alejados como Tartessos o la India. 
 
El tercer error es la escasa o nula atención prestada por los historiadores al pueblo que posibilitó esos cambios, al poner en contacto todas las esquinas del mundo conocido por los antiguos: los fenicios. 
 
Aún recuerdo mis viejos libros de texto, allá por la EGB. Los fenicios apenas eran una nota a pie de página, mencionados de pasada como un pueblo de comerciantes y navegantes que fundaron Cádiz y Cartago. Nada más. Ni siquiera una localización geográfica, como si sus barcos surgieran del mar ya enjaezados y luego desaparecieran al cruzar el horizonte. 
 
Esta falta de atención obedece a dos motivos. El primero es que, si bien los navegantes púnicos fundaron algunas importantes ciudades a lo largo de las costas mediterráneas, nunca forjaron un imperio. Eso hace que su historia no esté cuajada de poderosos reyes, imponentes conquistas o sangrientas batallas. El otro es que Occidente heredó su modo de entender la Historia de manos de Roma, y ésta tenía dos prejuicios contra los fenicios. Eran comerciantes, un modo de ganarse el sustento indigno, vil, ya que los romanos sólo consideraban nobles la agricultura, la ganadería y el saqueo. Y eran los padres de Cartago, el único enemigo al que temió la Roma repúblicana, y de todos los que tuvo, el que más odió. 
 
A eso se sumó el origen racial de los fenicios. Eran semitas, una raza que, salvo por la exagerada importancia atribuida a Israel (debida a la autoridad de la Biblia), era considerada culturalmente inferior, incapaz de los grandes logros atribuidos a egipcios, babilonios, persas y, por supuesto, griegos. Todo ello contribuyó a esconder los logros de los fenicios, su legado cultural, todavía vivo, sus asombrosos viajes, inigualados hasta el siglo XIV, y su carácter nacional, basado en la inteligencia, el espíritu práctico, el valor, y su amor por la libertad, que remataría su Historia con un heroico y trágico broche. 

 

EL DON DE LA PALABRA. EL ARTE DE NEGOCIAR 
 
He hablado de logros. Al margen de sus conocimientos náuticos, notables para la época pero no especialmente espectaculares, o de su arte, que a nuestros ojos, acostumbrados al realismo grecorromano o la monumentalidad egipcia, resulta bastante deslucido, los fenicios destacaron en la más noble de las ciencias: la comunicación. Y como prueba, nos legaron la herramienta con la que estoy redactando este texto: el alfabeto. 
 
En el colegio nos explicaban que el alfabeto era un invento griego, no podía ser de otro modo, pero los griegos nunca ocultaron que lo tomaron de los fenicios. Otros pueblos tenían ideogramas, sistemas de escritura en base a palabras o, como herramienta más aproximada, escritura cuneiforme. Pero al dar a cada sonido una representación escrita sencilla (probablemente derivada de un ideograma similar a los empleados por los egipcios), los fenicios volvieron sencillo el aprendizaje de la escritura y expandieron sus posibilidades hasta el infinito. Los griegos, posteriormente, añadieron los signos correspondientes a las vocales, inexistentes en las lenguas semíticas, perfeccionando así una herramienta universal.
 
Es lógico que fueran los fenicios los creadores del alfabeto. Después de todo su existencia como pueblo se basó en su habilidad para comunicarse con los demás, por lejanos o extraños que resultaran. Para entenderlo basta con tener a la vista un mapa de sus expediciones. Por el Este, a través del Golfo Pérsico,los barcos fenicios alcanzaban los puertos de la India. Desde el mar Rojo, con el permiso de los faraones, llegaron al Yemen y Etiopía en busca de inciensos. Por el Oeste, desde sus ciudades natales en la costa del Líbano, sus galeras recorrieron toda la costa del Mediterráneo, sin olvidar la más pequeña isla ni la cala más escondida. También se adentraron en el mar negro, subiendo hasta Crimea, donde cambiaban sus mercancías por trigo, pieles, miel y, sobre todo, ámbar.
 
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Más allá de las columnas de Hércules, tras fundar Gades, los fenicios recorrieron las costas del Atlántico, volviendo con sus bodegas repletas de estaño de las islas británicas, arriesgándose hasta latitudes donde el mar se endurecía por el frío, en la Última Thule (probablemente las Shetland, tal vez la propia costa de Noruega). Algunas expediciones se internaron en el Báltico, tras el codiciado ámbar, ya que los pueblos del Mar Negro les habían dicho que lo recibían desde el lejano Norte.
 
Al sur del Atlántico, Hannon el navegante llegó hasta el golfo de Guinea, donde supo de un pueblo salvaje, feroz e hirsuto. Los hombres huyeron al interior, pero algunas mujeres no lograron escapar. Empero, lucharon hasta la muerte, sólo con su tremenda fuerza, sus uñas y sus dientes. Las tribus que comerciaban con Hannon le dijeron que esas extrañas gentes no hablaban como el resto de los hombres, y eran conocidos como gorilas.
 
La más grande de las hazañas náuticas de los fenicios fue tildada de mentira por Herodoto. Era imposible, según el padre de la Historia, que el sol saliera por poniente, como dijeron los marinos que, a sueldo del faraón Necao, dieron la vuelta a África. Los griegos aún no sabían que la tierra era redonda, y gracias a ello sabemos que lo lograron. Lo que Herodoto creía una prueba de falacia, demuestra precisamente que sí, los fenicios navegaron más allá del Ecuador, saliendo desde el Mar Rojo y costeando el continente hasta alcanzar el Mediterráneo por las columnas de Hércules.
 
Lo dicho hasta ahora puede parecer impresionante, pero resulta mucho más asombroso si tenemos en cuenta que, en todas partes, los marinos de Tiro y Sidón entablaron buenas relaciones con los nativos. No sólo comerciaron con tartesios, celtas, mallorquines, libios, mauritanos, bretones, escitas, germanos... también con pueblos tan remotos que nunca llegaremos a conocer su nombre. Y todo ello no con las armas en la mano, sólo con la paciencia del negociador y la honradez del que sabe que, si engaña a sus anfitriones, no será recibido la próxima vez. ¿Porqué luchar y saquear, cuando es posible que todos queden satisfechos? Comparados con los pueblos que convivieron con ellos, y con los que les sucedieron, los fenicios se nos aparecen como gentes asombrosamente prácticas y, para la época, profundamente racionales.
 
En las costas del Mediterráneo o el Índico las cosas eran sencillas. Podían buscarse intérpretes y encontrar lenguas conocidas por ambos pueblos, pero en las tierras más alejadas, los trueques dependían de la buena voluntad antes que de los acuerdos. Los marinos desembarcaban y mostraban sus mercancías. Las gentes del lugar señalaban sus preferencias y los comerciantes, tras enseñarles muestras de los productos que les interesaban (metales, marfil, pieles, ámbar, tal vez provisiones, vinos...) volvían al barco, dejando las mercancías en la playa. Tras reunir los productos para el intercambio, los lugareños volvían y dejaban el precio que creían adecuado junto a las mercancías. Se apartaban y esperaban a que los fenicios volvieran. Si estos consideraban correcto el precio, se cerraba el acuerdo; si no, volvían a retirarse, y viceversa, en el caso de que los navegantes quisieran obtener demasiado beneficio. Y así hasta que ambas partes quedaban conformes, porque, no lo olvidemos, los fenicios buscaban clientes, no víctimas. De hecho, las pocas veces en que un capitán trató de estafar en el trueque, los propios archiveros las consignaron con señales de vergüenza. Porque al abusar, los especuladores ponían en peligro las siguientes expediciones.
 
Esta capacidad para negociar y entablar lazos fue mucho más lejos de lo que podemos imaginar desde nuestro punto de vista moderno. Hablamos de una época en la que los navegantes arriesgaban su vida cada vez que desembarcaban en tierras extrañas. Seguramente muchos fenicios acabaron sus días muertos a golpes en alguna cala olvidada, o en el fondo del mar, víctimas de algún pirata, pero con el tiempo todo el mundo aceptaba que su llegada era una buena noticia y les recibían con respeto, si no con alegría. Pues, además de mercancías útiles o raros objetos suntuarios, podían traer con ellos nuevas de un mundo asombrosamente distante.
 
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Bastan tres ejemplos para entender hasta qué punto hicieron los fenicios un arte de su don. Los griegos podrían haber cortado fácilmente el acceso de los fenicios al Mar Negro y monopolizar las rutas del trigo, la miel y el ámbar. De hecho combatieron con ellos en varias ocasiones, pero no sólo no prohibieron su paso, sino que permitieron asentamientos en sus ciudades para facilitar el comercio (algo a lo que no debió ser ajena la belleza de las telas fenicias: ni un sólo artesano heleno podía soñar con imitar el bellísimo púrpura del Líbano). Los faraones no aceptaban que pueblos extraños se afincaran en sus tierras, pero los fenicios llegaron a establecerse en menfis y obtuvieron permiso para edificar sus propios templos y rendir culto a Melkart. Los hebreos, finalmente, siempre dividieron el mundo en dos partes claras: Ellos y Los Enemigos. Pero en la biblia leemos palabras amables, respetuosas incluso, acerca de Tiro y Sidón, su belleza, su grandeza y la de sus gentes. Los reyes legendarios, David y Salomón, señalan con orgullo sus buenas relaciones con las ciudades de la costa. Judea y Samaria ofrecían a Fenicia trigo, aceite y vino a buen precio, rutas hacia Oriente y trabajo para sus artesanos. Éstos les compensaban con cedro, incienso, telas, y sus conocimientos en las artes que Israel no dominaba... El Libro no duda en afirmar con orgullo que el templo de Salomón, corazón de la nación judía, fue edificado por canteros fenicios, y embellecido por la labor de sus orfebres, siempre bajo la atenta mirada de Hiram, señor y maestro de Tiro. Probablemente los fenicios fueron los únicos vecinos a los que llegaron a considerar amigos.

 

 

 

El carácter de los fenicios bebía de su especial relación con el mar. Desde mediados de la edad del bronce los barcos fenicios empezaron a recorrer las costas del mediterraneo, quizás en la estela de los navegantes micénicos, pero es a partir del comienzo de la edad del hierro y la devastadora migración de los pueblos del mar cuando las ciudades costeras de Canaan se lanzaron decididamente al mar. La causa fue la degradación de sus tierras, motivada por la deforestación, ya que la madera de cedro era una de las mercancías más apreciadas de la época. Hacia el siglo X Fenicia dependía de Israel y Siria para aprovisionarse, y el único modo de conseguir los recurso necesarios para pagar esos alimentos era el comercio. Y puesto que ya no era posible seguir exportando madera (a partir de esa época los envíos de cedro se convierten en valiosos presentes) la solución era la manufactura: telas, marfiles, orfebrería, alfarería, armas, herramientas, incluso los primeros objetos de vidrio... Y el único modo de conseguir las materias primas era navegar en su busca. Así, junto a una aristocracia al estilo clásico, cuya riqueza e influencia dependía de la agricultura, nació una audaz casta comerciante, aliada con los templos, que financiaron las primeras expediciones. 
 
Así, el mar y la necesidad forjaron el caracter de Fenicia: audacia, espíritu emprendedor, sentido práctico y amor por la independencia. Porque los que pasaban sus días aventurándose en las aguas no gustaban demasiado de recibir órdenes.
 
Siempre se nos ha enseñado que el amor de los griegos por las libertades, que les llevó a desafiar y, en última instancia, aplastar al imperio persa, se debía, entre otros factores, a la peculiar orografía de Grecia. El torturado relieve de la península helena hizo imposible la formación de un gran estado unificado, de modo que la identidad de las gentes se configuró en torno a las ciudades-estado, lo que hizo nacer el concepto de la ciudadanía y, a la vez, el de una comunidad de pueblos con una lengua y herencia común, la Hélade. De ahí la fiera resistencia de los griego a ser sometidos por el dominio de otra ciudad, ya que ninguna se consideraba inferior a las demás. No digamos ya su reacción ante cualquier intento de imposición desde el extranjero.
 
Con diferentes detalles, por supuesto, podemos aplicar ese mismo argumento a la antigua Fenicia, ya que la estrecha franja costera de Siria y el Líbano, y las montañas que la limitan al Este, separándola del desierto y las llanuras aluviales del Creciente Fértil, configuraron una identidad nacional dispersa, sin una autoridad central, concentrada en las ciudades que fueron surgiendo en torno a las calas susceptibles de acoger un puerto. Por eso, los fenicios, siendo muy conscientes del parentesco que unía a todas sus ciudades, nunca se sometieron de buen grado a un poder central, mucho menos a uno impuesto.
 
Al igual que en el caso griego, por supuesto, hubo ciudades que ejercieron mucho más peso que otras. La diferencia es que mientras Atenas, Esparta y, posteriormente, Tebas, trataron de imponerse por la vía de la fuerza y la conquista a sus vecinos una vez terminadas las guerras Médicas, las ciudades-estado fenicias, no trataban de dominar militarmente a sus vecinos, usando en cambio su potencial naval y sus redes comerciales como baza principal a la hora de hacer pesar su influencia. Primero fueron Biblos y Ugarit, luego SIdón y Tiro Estas dos ciudades, que apenas distaban entre sí una treintena de kilómetros, rivalizaban además por su antigüedad (junto con Biblos y Berytis, su fundación se remonta a casi 1400 años antes de nuestra Era) siendo así que sus templos eran los más prestigiosos de la región. Herodoto, nos relata el pasmo que sintió ante la majestad del templo de Melkart en Tiro, y añade en ese punto una reflexión sorprendentemente racional, ya que tras corroborar in situ que el culto a Melkart es similar al de Hércules en Grecia, y asumiendo que la antigüedad del templo de Tiro es asombrosa (su estimación retrasaría la fundación de la ciudad al 2700 A. C), deduce a continuación que el hijo de Anfitrión no es sino uno más de los personajes que han llevado ese nombre, y desde luego no el único, ni mucho menos el primero.
 
SIdón dominó la costa durante la primera parte de la edad del hierro, pero a la larga fue Tiro la que acabó imponiendo su influencia sobre el la región. Los demás puertos simplemente asumieron la pujanza de su poderoso vecino, y aunque nunca dejaron de intentar afirmarse (sobre todo Sidón, que no olvidaba su antigua supremacía), no hubo choques de gravedad, al estilo de las guerras que asolaron el Peloponeso y quebraron la fuerza de Atenas y Esparta. 

 

Otro aspecto en el que el mar influyó en los fenicios fue en la apertura de su sociedad. A priori la imagen que se tiene de ellos es la de un pueblo asiático típico, con una monarquía de caracter divino, un sistema de templos y una religión cruel, que incluía el sacrificio de niños*. Pero bajo esa fachada había detalles muy significativos.
 
Hemos mencionado la aparición de una casta comerciante. Las familias de navegantes fueron ganando importancia a medida que crecía la dependencia exterior de los fenicios. Al principio estas actividades dependían del Palacio, pero tras las invasiones de los Pueblos del Mar el poder y prestigio de los reyes quedó menoscabado. Con apoyo de los sacerdotes (en particular de los de Melkart) y en unión de las corporaciones de artesanos, convertidas a partir del S. VIII en una verdadera clase media, fueron formándose asambleas de notables que poco a poco arrinconaron a la aristocracia tradicional y lograron el control de las ciudades a través de magistrados civiles (sufetes). Esta organización social pasó a las colonias y en algunas de ellas sevolucionó a un sistema de tipo senatorial.
 
La propia sociedad era bastante abierta. Era inevitable ya que, dependiendo para su existencia del esfuerzo de artesanos y marinos, la iniciativa, el esfuerzo y la dedicación estaban bien vistos (al contrario que en Roma, donde el artesano y el comerciante eran vistos con desprecio por la clase gobernante). Incluso los esclavos gozaban de ciertos derechos, como el de fundar una familia.
 
El último aspecto en el que la sociedad fenicia resulta sorprendente es en el papel de la mujer. Pese a ser un pueblo tradicionalmente patriarcal, las mujeres fueron mejorando su posición como consecuencia de su papel como gestoras del hogar durante los largos viajes de los marinos. Así, tenían derecho a heredar y a establecer sus propios negocios. Las reinas actuaban como regentes y, de acuerdo a la tradición, Cartago fue fundada por una muejr, Elisa, regente de Tiro obligada a exiliarse al ascender al trono su hermano.
 
* Es probable que el infanticidio religioso asociado al culto de MolochBaal obedeciera a la presión demográfica, que reduciría notablente el valor dado a los hijos. En Roma y Grecia esa misma devalorización adoptaba formas igual de tristes, pero menos llamativas, como el derecho paterno a matar a los recién nacidos o el abandono de los niños en calles y vertederos.
 
Las ciudades cananeas procuraron mantener siempre el equilibrio entre los poderes de la zona para preservar su independencia. Así, aunque siempre tuvieron relaciones estrechas con Egipto, su poderoso cliente al Sur, lograron salir adelante en situaciones muy difíciles, como el largo pulso entre los faraones y los hititas.
 
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La llegada de los Pueblos del Mar lo alteró todo. Hatti sucumbió, al igual que los estados cananeos del interior. Egipto logró sobrevivir al embite bajo la dirección de Ramses III, pero su poder quedó seriamente dañado. Sidón vio sus tierras asoladas por los invasores y perdió su situación de privilegio a favor de Tiro. Y entraron en el escenario nuevos actores con los que no era posible razonar: los asirios.
 
Hacia el 870, Assurnasirpal recorrió Canaan en una de sus campañas contra Egipto, pero no impuso condiciones demasiado duras a los puertos, ya que estaba más interesado en asegurar su dominio sobre Siria. Su hijo Salmanassar, en cambio, cita entre sus victorias el sometimiento de los reinos de Damasco y Hannath, y los 20 reyes del Mar. Desde entonces los fenicios, si bien siguieron gobernándose con sus propias costumbres, estaban obligados a entregar fuertes tributos en forma de ricas mercancías, púrpura y cedro. Esta situación enfrentó aún más al Palacio con los navegantes y el Templo, ya que eran estos quienes más sufrían con las exigencias imperiales.
 
La calma se mantuvo, empero, hasta mediados del siglo VIII, cuando el imperio incrementó los tributos y empezó a instalar guarniciones en las ciudades de la costa. Desde entonces, y hasta la desaparición del dominio de Assur, se sucedieron las revueltas. La primera fue alentada y encabezada por la ciudad de Tiro, a la sazón el más importante de los puertos comerciales.
 
La ciudad de Tiro fue construida originalmente sobre una serie de islotes cercanos entre sí y paralelos a la costa, de la que les separaba un canal de unos 600-800 m de anchura. A lo largo de los años los huecos entre las islas fueron rellenados con rocas y asentados con mampostería, formando un amplio recinto, sólidamente fortificado con un muro que en sus puntos más altos llegó a alcanzar los 35 m de altura. Al sur de la isla se situaba el Palacio, pero los edificios más importantes eran sus templos, en particular el de Melkart, que llegó a ser el más prestigioso de Canaan. 
 
La ciudad tenía un puerto natural al Este, frente a la costa. Posteriormente se le sumó uno mayor al Norte, formado dos arrecifes consolidados de forma artificial hasta formar una estrecha boca de unos 45 m, que podía cerrarse con una sólida cadena de hierro, y daba paso a un espacio interior de unos 350 x 210 m. Ambos puertos fueron unidos mediante un canal en tiempos de Hiram, el constructor del Templo de Salomón, de modo que los barcos pudieran trasladarse de una a otra ensenada sin riesgos. Los astilleros y buena parte de las factorías de murex estaban en el lado oriental de la isla, y toda la ciudad estaba llena de talleres.
 
Frente a la ciudad original nació un puerto hermano, en la costa, a partir de los asentamientos donde los tiriotas se abastecían de agua y provisiones. Éstos fueron creciendo y acabaron uniéndose en una segunda ciudad, llamada por los griegos palae-tyrus, que absorbió la población excedente de la isla, ya que ésta no podía crecer más allá de sus muros. Este puerto costero estaba también sólidamente fortificado, pero la propia isla era, en sí, la mejor fortaleza del Mediterráneo Oriental.
 
El alzamiento tuvo lugar en tiempos del rey Shalmanassar. El monarca dirigió a sus tropas en una dura campaña de castigo, pero los fenicios se defendieron tras sus muros, sin luchar en campo abierto. No habiendo una capital que someter, y con sus fuerzas demasiado dispersas ante tantas ciudades amuralladas, el rey se retiró, planeando una estrategia diferente. Al año siguiente, avanzó poco a poco sometiendo los puertos uno por uno tras devastar su campiña y cortarles los suministros. Así, de una en una, las ciudades cananeas fueron sometidas, pero no fueron arrasadas con saña asiria, ya que el Imperio no quería perder las riquezas que sólo los barcos fenicios podían suministrarle. Al final de la victoriosa campaña, Palae-Tyrus cayó, pero la isla mantuvo su desafío. 
 
El rey ordenó al resto de los puertos que le suministraran todos los barcos posibles y embarcó buena parte de sus tropas para acabar con ese último baluarte, convencido de una rápida victoria. Antes de que la flota pudiera prepararse para el asalto, los barcos tiriotas salieron del puerto y se lanzaron contra sus enemigos, dispersándolos pese a su gran inferioridad numérica y regresando a sus muelles incólumes y cargados con centenares de prisioneros. Furioso, Shalmanassar ordenó asediar la ciudad, esperando rendirla por hambre y sed.
 
La isla resistió, sobreviviendo gracias a la pesca, el comercio con sus colonias, la lluvia y los pozos de agua salobre, pero potable, excavados en los propios islotes. Cinco años después, en el 722, Shalmanassar fue depuesto y el cerco fue levantado. El nuevo rey, Sargón II, tuvo que combatir duramente por todo el imperio para consolidar su poder y no podía atender un conflicto tan estéril y prolongado. En los siguientes años, Tiro consolidó sus defensas, reconstruyó Palae-Tyrus y volvió a extender su influencia sobre la costa.
 
Dos décadas después, Senaquerib volvió a irrumpir en Canaan al frente de un poderoso ejército. El rey proclamó su victoria en las estelas, y anunció la captura de Sidón, Saneptá, Hosah… pero no de Tiro. Ante la perspectiva de un nuevo asedio, es probable que el monarca acabara por ofrecer su perdón a cambio de una sumisión nominal y la renovación del tributo.
 
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A la muerte de Senaquerib siguió un nuevo alzamiento. El rey Assarhaddon arrasó Sidón y deportó a sus habitantes, al igual que hizo con otras ciudades costeras. Tiro sobrevivió bajo duras condiciones, pero pudo preservar parte de su independencia bajo la corona de Baal-Melkart, puesto en el trono por los asirios. Cuando el rey inició la conquista de Egipto, en el 672, todo parecía tranquilo en la costa.
 
Para sorpresa de Assarhaddon, Baal-Melkart, cerró sus puertas y se preparó a defenderse. Ante la urgencia de la campaña en el Nilo, el monarca tuvo que tragarse la ofensa, esperando resarcirse más adelante. El alzamiento del reino recién conquistado se lo impidió, y tampoco su hijo, Assurbanipal, pudo hacer otra cosa que guerrear en los territorios recién conquistados durante años. Finalmente puso cerco a la ciudad, pero acabó por aceptar un nuevo sometimiento formal, ya que Baal-MelKart sobrevivió y mantuvo su corona.
 
El rey tuvo todavía que hacer frente a otras dos revueltas, saldadas a sangre y fuego. Pese a todo el poder de los asirios, pese a la caída de Egipto y el sometimiento de todo el Creciente Fértil, los fenicios no estaban dispuestos a aceptar el yugo sin luchar, y a cada signo de debilidad del opresor seguía una nueva intentona.
 
Los señores de Niniveh comprendieron a la larga que el único modo de pacificar definitivamente la región sería asolándola hasta sus cimientos y convirtiendo Canaan en un erial, pero eso suponía renunciar a los tesoros de allende los mares, y poco a poco el dominio fue aflojándose.  

 

A finales del siglo VII las hordas escitas debilitaron el poder de Asiria y en el año 615 medos y babilonios derrotaron definitivamente a sus ejércitos. Egipto recuperó su soberanía bajo el reinado del faraón Psametiko y durante unos años los fenicios volvieron a navegar sin amos extranjeros.
 
NOTA DEL AUTOR: 
Hola a todos. El hilo que voy a presentar es un tanto atípico, ya que bebe de algunas fuentes inusuales.

Una de las grandes ventajas de la Red es la posibilidad de acceder a textos que, en otras condiciones, estarían fuera de nuestro alcance. Iniciativas como el proyecto Guttemberg han puesto a nuestra disposición obras descatalogadas hace decenios, y la apertura de archivos como el de la biblioteca del Congreso de los EEUU o nuestra Biblioteca Nacional facilitan mucho la consulta de documentos muy cercanos a las fuentes originales, cuando no las fuentes mismas. Yo, personalmente, he aprovechado para buscar textos científicos que, por desgracia, no se habían publicado en España (como la obra de Thomas Huxley, uno de mis ídolos intelectuales) pero también he aprovechado para bucear un poco en los anaqueles dedicados a la antigüedad clásica. 

En una de mis expediciones de pesca, me encontré con una verdadera curiosidad, una amplia y exhaustiva monografía llamada History of Phoenicia, un texto de finales del siglo XIX escrito por el profesor G. Rawlison, de la universidad de Oxford. Aparte delvalor de una obra general sobre uno de los pueblos más... ¿olvidados? ¿ignorados? pese a formar un aporte muy importante de las raíces de nuestra cultura, esta obra incluye un apartado de extraordinario interés, un estudio de la campaña de Alejandro desde el punto de vista de los fenicios, en el que el autor explica primero con brevedad pero de forma precisa el modo en el que el imperio persa se preparó para hacer frente a la amenaza de Filipo, y cómo la flota fenicia pudo haber sido el factor decisivo para salvar al imperio, para centrarse luego con gran detalle y vigor en la heroica resistencia de Tiro frente a los macedonios.

Dado que el conjunto de la obra puede resultar tediosa a quien no esté interesado en temas de detalle como la geografía de la costa del Líbano, la producción de la púrpura o la arquitectura y literatura púnicas, y que no todo el mundo puede traducir un texto de cierta envergadura con comodidad (más en éste caso, ya que el libro abunda en terminología hoy en desuso, lo que me ha obligado a consultar en profundidad el Oxford Dict.) he pensado que sería una buena idea ofrecer a los usuarios del foro mi propia traducción de los capítulos dedicados a las guerras Médicas que, como digo, me han dejado un excelente sabor de boca.

No obstante, creo que es necesario introducir el tema para facilitar la comprensión de lo sucedido en esos años decisivos para la historia occidental, ya que, como dije arriba, es muy escasa la información que tiene el público sobre el pueblo fenicio. Así pues, haré una presentación relativamente amplia sobre el tema, basada en el texto principal y complementada (muy ligeramente) con otras fuentes de mi biblioteca, antes de entrar de lleno en el texto de Rawlison. Espero que me disculpéis si el tono suena excesivamente entusiasta, pero para mí ha sido una grata sorpresa encontrarme con esta obra. Disponible, por cierto, a través delproyecto Gutemberg en http://www.gutenberg.org/ebooks/2331

Por supuesto, cualquier aportación al tema será más que bienvenida, y si alguien tiene otras referencias bibliograficas, espero, no, suplico que las comparta con nosotros.