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3. Las tropas Joseon: un ejército “culto”.
 

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Lancero coreano
 
 
El ejemplo de Busan y Dongnae, demostró que los coreanos estaban dispuestos a resistir la invasión japonesa. El problema es que a pesar de tratarse de una invasión “anunciada” se había hecho poco en cuanto a preparativos. Buena parte del problema residía en la naturaleza de la aristocracia coreana de la dinastía Joseon: los “yangban”. Divididos en dos facciones: los occidentales y los orientales -en función de sus alojamientos principales en la Corte-, estaban constantemente enfrentados y habían adquirido la costumbre de oponerse casi por sistema a cualquier cosa que la otra facción propusiera. Se llegaron a proponer importantes medidas de refuerzo de las defensas y fortalezas ante una previsible invasión, que fueron boicoteadas alegando el enorme gasto y trastorno social que supondría movilizar a miles de trabajadores. Una propuesta de ataque preventivo contra Japón fue ridiculizada y acabó con su ponente sustituido por un miembro de la facción rival.
 
Se confió en que la amenaza japonesa no fuera para tanto e incluso había quien dudaba de que se atrevieran a atacar. La experiencia militar coreana se basaba en defenderse de los ataques de los wakō (piratas de la tierra de Wa=Japón) y en el control de la frontera norte frente a la amenaza de los yurchen. En principio se consideraba suficiente, frente a lo que se estimaba sería acaso un ataque wakō a gran escala que la fuerte Armada coreana debería ser capaz de ayudar a repeler. De hecho las pocas medidas que se llegaron a tomar estaban casi todas encaminadas a reforzar bases navales y posibles puntos de incursión de piratas.
 
 
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Un yangban practicando con el tradicional arco coreano
 
 
El coreano era un ejército “nacional”, cuya estructura se basaba en 5 “guardias” (ejércitos): había uno por cada una de las 4 provincias estratégicas al norte y al sur, con un quinto encargado de las 4 provincias centrales. A su vez cada ejército contaba con varios “comandos” terrestres y navales, cuyo número variaba en función de la provincia. Los generales de los ejércitos se concentraban en Seúl y no se les permitía asumir el mando salvo en caso de grave crisis nacional. Ello se debía al temor de que trataran de ganarse la voluntad de las tropas para fines políticos. El resultado es que tenían un casi total desconocimiento sobre las tropas que iban a comandar -en algún caso se les permitía una breve visita de inspección, prácticamente inútil-, llegando a no saber siquiera cuantas tenían bajo su mando y cuales eran sus capacidades.
 
El cuerpo de oficial coreano era teóricamente meritocrático, con un sistema confuciano de acceso a través de exámenes. Lo que se valoraba en un oficial era por un lado su cultura: su conocimiento de los clásicos, como Sun Tzu; y por otro habilidades individuales como montar a caballo y uso del arco. Sin embargo no se hacía ningún hincapié en habilidades prácticas de mando y como reconocía un ministro ni uno de cada cien oficiales sabía como adiestrar tropas. Además existía el problema de que el servicio civil era más prestigioso, lo que provocaba que la carrera militar quedara relegada a “segundones”. No sólo eso, sino que cualquier oficial civil se considerara capacitado para aspirar a un mando militar de prestigio, sobre la base de que conocían a los clásicos incluso mejor que los militares. 
 
 

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Jinetes coreanos armados con arco y mayal
 
 
El ejército tenía en teoría una fuerza de 200.000 hombres (entre ejército y armada) con una fuerza adicional de 400.000 reservistas. Esto sobre la base de que todo hombre podía ser reclutado, salvo los hijos de los yangban y los esclavos (propiedad de los yangban, los templos y el Estado); aunque en caso de emergencia sí se podían reclutar esclavos. La realidad era muy diferente y los censos de tropas y hombres sujetos a reclutamiento no se mantenían al día. A ello se añadía la corrupción de muchos oficiales que vendían exenciones de servicio, además de admitir la compra de sustitutos por parte de los reclutas.
 
Jinetes e infantes se armaban con una variedad de armas de asta que iban desde la lanza mas común hasta tridentes pasando por la típica archa de estilo chino. Estas armas de combate cuerpo a cuerpo eran complementadas por espadas tanto rectas como curvas. Una peculiaridad coreana era el uso de mayal por parte de la caballería, un arma que era muy popular y su presencia era habitual en los exámenes a oficial, en la que los aspirantes debían demostrar sus habilidades guerreras.
Los coreanos contaban pues con una variada panoplia de armas cuerpo a cuerpo, pero en su mayoría puestas en manos de reclutas con poca instrucción y escasa confianza en sí mismos, sobre todo en campo abierto. 
 
El arma de la que estaban más orgullosos los coreanos era su arco compuesto: pequeño, potente y con un gran alcance (450 m.). El arco coreano era el resultado de una larga tradición y recientemente se había visto reforzado con la introducción de un complemento: una guía en forma de caña de bambú que permitía disparar pequeñas saetas con el arco. En conjunto era un arco claramente superior al japonés, como estos mismos llegaron a reconocer. El inconveniente del arco era su dificultad de uso, requiriendo una gran potencia muscular y un largo periodo de entrenamiento para conseguir un arquero eficaz. Por lo tanto el número de verdaderos arqueros dentro del ejército sería sin duda limitado ya que un gran número de las tropas eran reclutas que no tendrían mucha práctica con el arco.
Los coreanos también contaban con cierto número de armas de fuego individuales de origen chino pero su presencia y papel eran prácticamente nulos. Habilidad no les faltaba a los herreros coreanos para copiar los modernos arcabuces que los japoneses les habían relegado como demostración de fuerza para tratar de intimidarlos. Los coreanos se habían burlado de los arcabuces japoneses, llamándolos “patas de perro” y considerando ridículo el orgullo que ponían los japoneses en estas armas de origen extranjero. Para el final de la guerra habían cambiado radicalmente de opinión y empezaron a fabricar sus propios arcabuces de estilo europeo. 
 
En cambio, Corea, si podía presumir de un buen número de cañones y artefactos explosivos en general. Se trataba de modelos de inspiración china y su principal uso era naval como más tarde veremos; pero también tenían una presencia relevante tanto en la defensa como en el ataque a fortificaciones. En general se trataba de tubos de metal reforzados por bandas metálicas y que carecían de verdaderas cureñas. Muchos tenían asas para ser transportados a mano a su posición. Dentro del arsenal coreano destacaba la presencia de morteros pesados (Dae-wan'gu) y medios (Jung-wan'gu); así como del curioso lanzacohetes coreano: el “hawcha”, una carretilla con dos ruedas que se usaba de plataforma de lanzamiento para más de un centenar de flechas, impulsadas por pólvora.
 
Finalmente habría que mencionar al sistema de alerta temprana coreano formado por una red de torres de señales que se extendía por buena parte del territorio y era capaz de transmitir mensajes rápidamente hasta la capital. Sin embargo la dejadez y el abandono provocaron que muchas torres no tuvieran personal. De ese modo las noticias de la invasión japonesa acabaron llegando por el tradicional método de mensajero a caballo.
 
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Mortero Joseon del tipo medio: jungwan'gu
 
4. Los japoneses: un ejército experimentado. 

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"Ejército samurái" (Andrei Karashchuk)
 
 
Un grave delito de los coreanos fue el subestimar profundamente a los ejércitos japoneses. La imagen general era la de una tierra de bárbaros incivilizados que llevaban más de un siglo luchando entre sí; y sobre todo la tierra de los piratas “waegu” (wakō). Peligrosos bandidos sin duda, pero incapaces de poner en un campo de batalla terrestre un verdadero ejército civilizado.
 
Hideyoshi se jactó ante los coreanos de ser capaz de levantar un ejército de 1.000.000 de hombres con 300.000 arcabuces. Una bravuconada, al menos hasta cierto punto. En sus últimas campañas había conseguido levantar y mantener operativos ejércitos cada vez mayores y ahora para la invasión de Corea movilizó 335.000 hombres.
 
En Japón no había un ejército centralizado sino un sistema militar feudal. Cuando hablamos de un ejército japonés hablamos en realidad de una coalición de clanes cuyos señores rendían vasallaje a Toyotomi Hideyoshi, pero cuya lealtad era mejor no poner en exceso a prueba. Parecía de sentido común no hacer una demanda de tropas excesiva a los diferentes daimyō. 
 

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Samurái armado con lanza y espada del tipo tachi (ilustración de Utagawa Kuniyoshi).
 
 
El cuartel general para la guerra de Corea se estableció en el recién levantado castillo de Nagoya, en la isla de Kyushu. A los daimyō más alejados se les reclamó un aporte menor de tropas. Además no todas las tropas movilizadas tenían por destino Corea, sino que parte se tenían que quedar a custodiar aquellas zonas “de retaguardia” que quedaran más vulnerables por la marcha de tropas a la guerra, por ejemplo la capital: Kioto.
 
100.000 se distribuyeron a lo largo del país y de los 235.000 concentrados en Nagoya, una parte tenía que quedarse para protegerla: cerca de 75.000 hombres proporcionados por daimyō orientales como Tokugawa Ieyasu, Uesegi Kagekatsu y Date Masamune. Por tanto la fuerza de invasión de 158.500 era proporcionada en general por los clanes “occidentales”. Los propios clanes de Kyushu (junto a islas asociadas como la de Tsushima) contribuían con el 52% de la fuerza expedicionaria, sobre la base de que eran los más cercanos a Corea; no sólo eso sino que constituían la fuerza de vanguardia por lo que la que el grueso del combate iba a recaer sobre ellos. 
 
Dentro de los planes de Hideyoshi estaba la idea de que una vez repartidas las tierras coreanas, los daimyō agraciados con ellas levantaran tropas coreanas para completar la conquista del norte de China; en un movimiento en cadena se utilizarían tropas del norte de China para conquistar el sur y tropas del sur de China para conquistar el oeste de China y así sucesivamente, extendiendo las conquistas por las fronteras de China. Por tanto el planteamiento inicial de Hideyoshi en la gestión de sus conquistas se asemejaba a un efecto dominó en el que las tropas puramente japonesas sólo harían el primer movimiento.
 
 
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"Cuartel general" de un daimyō en campaña (Andrei Karashchuk)
 
 
Los contingentes japoneses se articulaban en torno al kashindan; el grupo de vasallos de un daimyō, en el que los samuráis con propiedades aportaban no sólo su servicio personal sino el de sus propios servidores. Algunos de estos servidores iban a la batalla como asistentes personales de su señor, en un puro sentido feudal; pero la mayoría eran asignados a las diferentes unidades de combate: tai (escuadras) y gumi (compañía/grupo). Además de los combatientes propiamente dichos, los contingentes japoneses se componían de un gran número de personal auxiliar, básicamente porteadores, no era raro que fueran cerca del 50%-60% de una fuerza no fueran estrictamente combatientes. E incluso en el caso de los contingentes desplazados a Corea hay que tener en cuenta que normalmente incluyen marineros. Así por ejemplo de los mencionados 700 hombres del clan Gotō, sólo 220 eran samuráis y ashigaru; el resto se completaba con 280 porteadores/trabajadores y 200 hombres que aparecen con la denominación de “barqueros”. Esto hay que tenerlo en cuenta cada vez que hablemos del tamaño de las diversas divisiones japonesas. 
 
El samurái había sido antaño un orgulloso arquero a caballo pero tras la revolución militar que había tenido lugar en el último siglo había pasado a ser primordial mente un lancero y que en muchos casos luchaba a pie, usando el caballo para desplazarse. Los caballos japoneses eran pequeños y robustos, poco aptos para tácticas de choque, lo que unido al gran desarrollo de la infantería y de las fortificaciones, había supuesto relegar a la caballería a una función auxiliar de reconocimiento y persecución. La naturaleza de la guerra de Corea -combates en terreno poco apto para la caballería, mucha guerra de asedio y escaso nivel de amenaza por parte de la caballería coreana- tampoco favoreció poner un especial énfasis en reforzar el contingente de caballería.
 
 

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Samuráis a caballo
 
 
En la Guerra Onin se inició un cambio progresivo por el que los ashigaru (“pies ligeros”) habían pasado de ser una banda de auxiliares indisciplinados a ser una fuerza dominante en el campo de batalla, derribando de su pedestal al samurái. Los ashigaru se organizaban en unidades de lanceros y tiradores. En las regulaciones Tokugawa de 1649 los lanceros representan el 50% de la fuerza ashigaru y los tiradores el otro 50% divididos a partes iguales entre arqueros y arcabuceros. 
 
En la época de la guerra de Corea puede que no todos los clanes estuvieran en condiciones de poner en el campo de batalla un mismo número de tiradores que de lanceros; al menos en un caso de movilización total. Sin embargo se da el caso curioso de la movilización de los Shimazu, que según sus cuentas levantaron -además de a 600 samuráis- una fuerza de 3.600 ashigaru divididos de la siguiente forma: 1.500 arqueros, 1.500 arcabuceros, 300 lanceros (piqueros) y 300 “portabanderas”. Tenemos pues un número muy pequeño de lanceros, tal vez sabiendo de antemano que en Corea no iban a ser muy necesarios. Pues de hecho las primeras tropas japonesas que lucharon en Corea insistieron a sus compañeros en casa de que no era necesario que los refuerzos trajeran más lanzas, sino que eran más útiles tropas equipadas con arcabuces; se recomendaba que incluso los samuráis vinieran equipados con arcabuces.
 
 

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Ashigaru: arquero, lancero y arcabucero.
 
 
Y es que Corea iba a ser la guerra del “tanegashima” o más genéricamente: “teppo”. Introducido “oficialmente” por los portugueses en 1543 (tras arribar por accidente a la isla de Tanegashima), el moderno arcabuz europeo junto a una fórmula de la pólvora más potente que la tradicional china, habían supuesto un importante añadido a unos ejércitos cada vez más grandes y necesitados de tiradores. Un arcabucero era mucho más rápido de entrenar que un arquero y su “letalidad” en el campo de batalla era superior. Su uso se había extendido enormemente en las dos décadas anteriores a la guerra y las tácticas de las unidades de arcabuceros se habían ido refinando. No en vano presumieron los japoneses ante los coreanos de sus arcabuces, aunque estos no lo entendieron hasta que no los sufrieron en sus propias carnes. Dado su especial grado de éxito en el entorno la guerra imjin y las mencionadas peticiones de más tropas armadas con arcabuces, podemos suponer que la proporción de arcabuces en los contingentes japoneses fue más elevada de lo que sería un típico ejército japonés de la época. 
 
Como hemos visto, el tradicional arco (yumi) no había desaparecido del inventario japonés y aunque menos relevante que el arcabuz, no dejaba de ser útil. No era raro que se combinaran arcabuceros y arqueros en las mismas unidades de tal modo que los arqueros proporcionaban protección a las primeros gracias a su mayor cadencia de tiro, permitiendo a los arcabuceros reservar su fuego hasta una distancia de tiro donde pudieran ser realmente efectivos.
 
 

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Un arcabucero y un "teppo ko gashira" (el comandante de una escuadra de arcabuceros); (ilustración del Zohyo Monogatari)
 
 
Tras barrer al enemigo con proyectiles, si hacia falta se recurría al cuerpo a cuerpo, en el que los japoneses tenían una gran ventaja sobre los coreanos. Las espadas (katanas, tachis, nodachis...) y otras armas par el cuerpo a cuerpo como la naginata y la lanza (yari), eran letales en manos de los experimentados samuráis. Y no era raro que los reclutas coreanos entraran en pánico al ver aproximarse el momento del cuerpo a cuerpo. En el caso de los ashigaru, lo normal era que contaran al menos con una espada corta como medida de protección si ellos también tenían que llegar al combate cuerpo a cuerpo.
 
Aunque algunos clanes japoneses disponían de cañones, su uso en las guerras de sitio parece haber sido poco relevante con anterioridad a la campaña de Osaka de 1615 para la que Tokugawa Ieyasu si reunió ya un relevante parque de artillería. En ese aspecto los ejércitos japoneses estaban retrasados respecto a coreanos y chinos.
 
 

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 Tropas japonesas (Kato Kiyomasa) combatiendo cuerpo a cuerpo