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Septiembre ha sido un mes bastante significativo para México: muchas de sus célebres efemérides han sucedido en este mes. Cito el Grito de Dolores, el 16 de septiembre de 1810, también la entrada del Ejército de las Tres Garantías (o Trigarante), el 27 de septiembre de 1821. También han tenido lugar en ese mes otros hechos más luctuosos, pero no menos perdurables en la historia mexicana. 

La toma del castillo de Chapultepec, el 13 de septiembre de 1847, y posteriormente de Ciudad de México, al día siguiente, en el contexto de la Guerra entre Estados Unidos y México (Mexican-American War para los estadounidenses, Guerra de Intervención para los mexicanos), representa uno de los episodios más tristes de México como república. Entre otras cosas, porque ha sido la única vez que no se cumplió el tradicional grito de “¡Viva México!” desde el Palacio Nacional, ubicado en el Zócalo, el centro histórico de Ciudad de México.
Hay un hecho que todavía genera debate público: la hazaña de los Niños Héroes. La historia oficial nos dice que es un hecho cierto; algunos dicen que nunca ocurrió; y otros dicen que en realidad sucedió, pero ha tomado ribetes de leyenda.
Empecemos por lo primero: los hechos irrebatibles.

 

Los hechos

Ciudad de México, 12 de septiembre de 1847. 06:00 a.m. En otras circunstancias, hubiese sido una plácida mañana en Ciudad de México y sus alrededores. Ver el amanecer reflejado en el lago de Xochimilco, la gente dirigirse a su centro de trabajo o a su faena de campo a las afueras de la ciudad, las mujeres en el mercado comprando lo necesario para abastecer la cocina. Todo el mundo protegiéndose de un clima templado, gracias a los 2.240 metros sobre el nivel del mar donde está situada la ciudad.
Desgraciadamente, el ambiente no estaba para romanticismos. La guerra borra toda ilusión de tranquilidad.

Hasta ese día de septiembre, la guerra entre Estados Unidos y México, librada en 1846, arrojaba un impresionante balance negativo para los defensores. No se había registrado una sola victoria mexicana, aunque estuvieron a punto de lograrlo en la batalla de Buena Vista (febrero de 1847). El noreste de México estaba ocupado por los estadounidenses; el noroeste (California) ya había sido controlado por la Marina estadounidense desde finales de 1846.

Para empeorar la situación de los defensores, el general Winfield Scott sitió Veracruz por mar durante 12 días en marzo de 1847, con lo que desembarcaron 12.000 hombres para dirigirse a la capital mexicana. Luego, siguió una cadena de derrotas consecutivas: Cerro Gordo, Churubusco y Molino del Rey. Después de esta última batalla, librada el 8 de septiembre, las tropas estadounidenses ya estaban a las puertas de Ciudad de México.

Sólo les quedaba un obstáculo.

Construido a finales del siglo XVIII, el Castillo de Chapultepec está enclavado sobre el cerro del mismo nombre (que significa cerro del saltamontes, en nahuátl), y está rodeado de un bosque de pinos, cedros, cipreses y ahuehuetes, algunos de estos últimos milenarios. Está situado a 5 ½ Km. del Zócalo. El cerro se eleva a 57 metros sobre el nivel de la ciudad, y en algunos sitios es un peñón escarpado, casi perpendicular. La situación del Castillo (en la cumbre del cerro) les daba a los defensores un excelente puesto de observación, pero esto convertía al castillo en blanco fácil para un bombardeo de artillería.

El castillo era entonces la sede del Colegio Militar. Los cadetes que eran instruidos allí estaban alerta ante la cercanía del invasor. Asimismo, estaba el Batallón de San Blas, comandado por el teniente coronel Felipe Santiago Xicoténcatl, que contaba con 600 hombres. Entre todos, cadetes y soldados regulares, conformaban una menguada defensa de 832 hombres, todos organizados para la defensa del castillo, cuya responsabilidad recaía sobre el general Nicolás Bravo y sobre el general José Mariano Monterde, director del Colegio.
Por su parte, Scott venía con sus 12.000 soldados apenas menguados por las batallas, aunque algunos de ellos habían sufrido los embates de la fiebre amarilla. Traían varios prisioneros, especialmente varios soldados del célebre Batallón de San Patricio que habían sobrevivido a la batalla de Chrurubusco.

Al amanecer del 12 de septiembre, la artillería estadounidense comenzó a disparar su carga de fuego contra el Castillo. Los cañones resonaron durante todo el día, hasta que el bombardeo cesó al caer la tarde. El día siguiente, 13 de septiembre, amaneció con la reanudación del bombardeo del día anterior. Sin embargo, los cañones cesaron de rugir a las 8 de la mañana. Scott había dado la orden de atacar a la infantería.

Scott planteó el ataque por dos frentes: por el este, con tropas de la 3° División al mando del Brigadier General Gideon Pillow, y por el suroeste, con soldados de la 4° División, comandados por el Brigadier General John Quitman. Ambas columnas tenían un mismo objetivo, que era tomar el Castillo y rendirlo.

Para ello, debían escalar el cerro que estaba ante ellos. Afortunadamente para los atacantes, el cerro no era muy alto. Sin embargo, el fuego de la infantería mexicana les hizo comprender que subir la cuesta no les sería fácil. En el avance, Pillow es herido en la pierna derecha, sin embargo ordena a su segundo tomar el mando y a sus hombres les conmina a seguir avanzando. Las tropas estadounidenses continúan la ardua marcha hacia la cima. En poco tiempo, ya están a los pies del baluarte. Han despedazado al Batallón de San Blas y han muerto la mayoría de sus integrantes, entre ellos el teniente coronel Xicoténcatl (quien fue ascendido a coronel post-mortem por su valiente actuación). El resto se ha replegado al castillo.

Batalla de Chapultepec


El general Bravo, viéndose atacado por dos frentes, ante la proximidad del enemigo y las grandes bajas que han sufrido las tropas a su mando, ordena una desesperada retirada, que se convierte en estampida, quedando pocos soldados disponibles y cadetes del Colegio Militar para la defensa. Aun con gran resistencia de los defensores, los estadounidenses lograron tomar el Castillo, logrando apresar al general Bravo.

Al día siguiente, la 1° División, al mando del general William Worth, tomó las puertas de Belén y San Cosme, y así, los estadounidenses entraron en la ciudad.

La narración de los Niños Héroes

Lo que sigue a continuación es una mezcla de las versiones que se han relatado sobre lo ocurrido en el interior del castillo. Aquí comienza la controversia para muchas personas.

En el castillo quedaron un puñado de soldados regulares y varios cadetes jóvenes, con edades entre 13 y 19 años, que están determinados a defender el castillo a cualquier costo.

El subteniente Juan de la Barrera, el alumno agregado Juan Escutia, los cadetes Francisco Márquez, Fernando Montes de Oca, Agustín Melgar, Vicente Suárez, Miguel Miramón y Teófilo Noris, entre otros, quedaron expuestos a un ejército numeroso, pero esto no los arredraba. Estaban dispuestos a realizar lo que los norteamericanos llamaron “la resistencia más desesperada”.

Los Niños Héroes

El general Monterde quedó indispuesto por padecer de una enfermedad estomacal, por lo que los cadetes quedaron al mando de un teniente profesor de artillería. En el fragor de la batalla, el teniente pidió permiso al general Bravo para huir con los cadetes, pero éste no quiso o no pudo decidir un curso de acción, principalmente por el estado tan crítico en que se encontraba la defensa. Lo único que parece que pudo hacer fue asignar a los remanentes del Batallón Activo de San Blas a los dormitorios y a la protección de los cadetes. Sin órdenes que cumplir y viendo al enemigo avanzar, los cadetes líderes junto con el teniente trataron de decidir el curso a seguir. El teniente era de la opinión de salir todos por el lado del jardín botánico pero varios cadetes, entre ellos Noris y Melgar, preferían quedarse a pelear con el resto de los soldados del Batallón de San Blas. La decisión fue dividir el grupo y Escutia, con el teniente y los cadetes Suárez y Montes de Oca saldrían por el lado del jardín botánico protegiendo a los cadetes más jóvenes, entre ellos Márquez y Miramón.
La decisión de salir por el jardín botánico fue un error, ya que provocó que los cadetes estuvieran a tiro fácil de los soldados estadounidenses; no obstante las muertes de Suárez (muerto cuando defendía las habitaciones) y Montes de Oca (muerto al saltar por la ventana al vacío una vez protegida la salida de los demás), los cadetes lograron huir siendo protegidos en la retaguardia por un aguerrido Francisco Márquez, que a sus 13 años (era el cadete más joven de todos) logró mantener a raya al enemigo hasta ser muerto a balazos.
De los cadetes que murieron ese día, siempre se exaltan dos episodios aparte: las muertes heroicas de Agustín Melgar y Juan Escutia.
Melgar se dirigió a la sala central del Castillo, cuya entrada defendió hasta que, herido de varios balazos, fue rematado a bayonetazos. Se cuenta que el general Worth, que había presenciado la escena, se conmovió profundamente, levantando el cuerpo de Melgar, le besó la frente y ordenó a sus hombres que le prestaran todos los esfuerzos posibles para salvarlo. Pese a las amputaciones y curas hechas, Melgar no resistió: murió al día siguiente.

La muerte de Escutia fue un poco más cantada. Al principio, fue uno de los que bajó al pie del cerro para luchar junto al Batallón de San Blas; luego se replegó al castillo y peleó cuerpo a cuerpo con los soldados estadounidenses. La tradición señala que, al ver la situación desesperada de los defensores, saltó al vacío arropado con la bandera mexicana, para impedir que ésta cayera en poder del enemigo.