¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

El capitán Brandt, acompañado de los tenientes Kreutz y el recién ascendido Müller (nada que ver con Adrian) fué directo al grano:
-Quiero que reúnan a todos sus hombres y los mantengan en máxima alerta. ¡No se trata de ningún ejercicio! En estos días nos ha llegado apoyo artillero: aproximadamente unas 9 baterías de morteros de 600 mm y cañones de 210 mm; y mañana llegará el "Dresde", uno de los mejores trenes blindados que tenemos actualmente; también contaremos con apoyo blindado. Señores: dentro de dos o tres días, cuando estemos todos y el "Dresde" haya llegado, la 45 se lanzará a la toma de la fortaleza de Brest-Litovsk. ¡Alemania va a declarar la guerra a la Unión Soviética!
Casi todos mostraron una más o menos bien fingida sorpresa y ansiedad, excepto Lothar Streicher, que sonrió por lo bajo. "¡Si supieras cuántos estábamos ya enterados!" pensó Teodor con sarcasmo. Cuando salió de la reunión, le entregaron el último envío de la correspondencia. La carta era de Claus. Raro. No solían escribirse.

"Saludos enclenque.
Supongo que ahora sabrás las "maniobras" que vamos a realizar proximamente así que vamos a estar muy ocupados preparando la "invasión de Inglaterra". Por supuesto nosotros en las SS lo sabiamos mucho antes pues por algo somos mejores. Es una lástima que nuestra unidad esté entre las primeras participantes a diferencia de la tuya, aún así ten cuidado con no tener ningún "accidente" pues sería poco grato para mi no poder mostrarte mi nuevo uniforme. Porque ahora tras haber pasado unos meses en la academia soy todo un untersturmfuhrer al que tendrías que saludar.
También te escribo para informarte de que de no mediar catástrofe, me voy a casar cuando terminen las "maniobras", es decir para el fin de año. La chica se llama Egna van Geer y es una holandesa, por tanto germana, cuyo padre es un miembro del partido holandés leal al Reich. Te la presentaré cuando volvamos a casa.

PD: ¿Por cierto que fue de esa chica que me habías escrito que te gustaba?

Untersturmführer Claus Whenk
"

Así que "nosotros en las SS lo sabiamos mucho antes pues por algo somos mejores". Teodor pensó que empezaba a comprender cómo era que se había filtrado tan pronto la noticia. Pensó en mandarle una carta de respuesta donde dijera que gran parte de los suboficiales e incluso soldados de la 45 también lo habían sabido desde mucho antes. Pero se lo pensó mejor. El hecho que fuera ya a casarse le hizo volver a pensar en Hanna. No había vuelto a saber nada desde que habían salido de Salzburgo. ¿Estaría bien? ¿Qué era lo que había intentado decirle ella en su nota final?

El mejor de los comentarios que había en los corrillos que se habían formado a la salida de la comandancia fue el del Stabsfeldwebel "perro loco" Schwerin:
-Yo ya combatí contra ellos en Przemyśl, en el Vístula, en Lotz, en Gorlice, e incluso en Ucrania.
El hombre tenía ya 45 años y era quizás el más veterano de la división. Acabada la primera Gran Guerra, en vez de volver a la vida civil había preferido seguir en el ejército austríaco. Y estaba en la 4ª austríaca cuando se había formado la 45. Otto Schultz se dirigió a él:
-Muy bien: ¡Oh, tú, que tanto miedo nos metiste en el cuerpo durante la instrucción! ¡Ilumínanos con tu experiencia!
-Muy gracioso, Schultz. Siempre he dicho que eres uno de mis mayores fracasos. Todavía no me explico cómo has llegado a mi altura.- Lo dijo con una sonrisa irónica ¿De verdad tenía "perro loco" sentido del humor? ¿O era que deseaba estar a buenas con un futuro oficial? - Federico el grande tiene razón sobre los rusos: hay que asegurarse que están muertos; son soldados muy sobrios capaces de actuar sin ninguna logística. Y enormemente fatalistas: se mantienen quietos en una posición totalmente arrasada por artillería, e incluso llegan a atacar bajo fuego pesado.
-Parecen duros.-comentó Teodor.
-Bah! -interpuso Lothar.- Somos parte de la blitzkrieg. ¡En pocas semanas, arrasamos ejércitos enteros! ¿Qué valor van a tener las experiencias de hace 20 años de una guerra de trincheras lenta?
-Amplia, muy amplia...-continuó Perro Loco, sin dar muestras de haberlo oído.- la llanura se extiende hasta el cielo, y en Ucrania aún más. Necesitareis botas, botas grandes rellenas de paja y abrigos para el frio.

El 22 de agosto de 1941, según los relojes de la división a las 3:05 de la madrugada resonó el primer disparo de artillería: había comenzado la Operación Barbarroja. El objetivo era la plaza fuerte de Brest en la confluencia de los ríos Bug y Mujavets: una imponente fortaleza con más de 100 años y sucesivas reformas que abarcaba 4 islas. La cual, según la inteligencia militar, estaba custodiada por fracciones de la 6ª y 42ª divisiones de infantería soviéticas y el 17º de destacamento de guardias fronterizos. El objetivo inmediato del 130º regimiento era capturar la isla sur y los 5 puentes entre los ríos con el fin de abrír el camino a la carretera principal para los panzer. Apenas encontraron oposición para cruzar el Bug, lo cual suscitó el comentario de Rolf: "o son tontos, o les gusta que los maten". En los próximos días iban a descubrir que podía tratarse de lo primero, difícilmente lo segundo.

Teodor bajó los gemelos que le había pasado Otto y, contestando a su pregunta dijo:
-No. A mí tampoco se me ocurre nada...
Schulz y él habían recibido la orden de unir sus disminuídos pelotones y rescatar al "Dresde", inmovilizado hacía mucho por los cañones soviéticos. El "Dresde" pronto se había convertido en un gigante inmóvil incapaz de avanzar e incapaz de retroceder un solo paso. Los guardias fronterizos habian volado las vias en un contraataque desesperado guiados por sus "politruki". Inmóvil como estaba, los hombre del "Dresde" habian seguido lanzando salvas de cobertura al avance de los regimientos, pero poco a poco, el tren se estaba convirtiendo en una autentica picadora de carne. A esas alturas, todos sentían un mayor respeto por las palabras del finado "perro loco" Schwerin, que Dios tuviera en su Gloria. Y todo un señor respeto por los soldados soviéticos. El único que seguía empeñado en llamarlos "subhumanos" era Lothar Streicher, pero nadie le hacía ya mucho caso.
-Tal vez pudiéramos conseguirlo... pero a costa de una masacre.-concluyó Otto.
Ni a él ni a Teodor les gustaba esa idea: bastante habían sufrido sus respectivos pelotones a manos de francotiradores y blindados rusos. Ninguno pensaba en perder más hombres de los imprescindibles. El 130º ya había perdido incluso al mismo capitán Brandt de un certero tiro en el entrecejo. Empezaban a ser demasiadas bajas. Teodor y Otto abandonaron el puesto de observación y se dirigieron a reunirse con sus tropas, deliberando por el camino.
-Está claro que hay que retroceder a la posición del "Dresde" para protegerlo, lo que supone volver a atravesar ese laberinto de callejuelas por las que tanto nos ha costado pasar. ¡Maldita sea! - dijo Teodor.
Otto suspiró y sacudiendo la cabeza dijo:
-Creo que lo mejor es tomar la posición desde la cual la artillería rusa está machacando al tren, o al menos hacer un amago de ello... El 46º ala de Stukas no está lejos y en caso de problemas, siempre acudirá en nuestra ayuda.
-A falta de cosa mejor... ¡Las órdenes son muy claras!
Dicho esto, Teodor salía del edificio desde donde habían oteado el terreno, siguiendo a su amigo y ahora Leutnant ("quiero creer que es porque von Topp confía en mí, no porque hayamos perdido tantos oficiales") cuando el ruido de unas cadenas llegó hasta ellos: aparecieron al final de la calle en que se encontraban dos BT-5 y un T-26. Malo. Muy malo. Otto empezaba a preguntar de qué medios antitanque disponía el pelotón de Teodor cuando cuando vieron asomar por la torreta del T-26 a su viejo amigo Hans con una bandera soviética y una ametralladora PPh en el cinto.
-¡Queridos camaradas! ¡Cuánto tiempo sin vernos!
-¿Qué? ¿cómo...?
-Ja! Los cadetitos rusos se han encontrado esta vez con alguien que tiene más aguante que ellos. La veteranía es un grado, muchachos. Cada vez estoy más convencido.
Los cinco amigos se seguían tratando en pie de igualdad cuando las circunstancias lo permitían a pesar de la diferente velocidad a la que iban sus carreras. Hans Pfizer era ahora solo Obergefreiter. Tendían a respetar el grado, aunque de manera muy relajada para los estándares de la Wermacht. Los soldados no se extrañaban debido a la gran cantidad de bajas que había tenido el regimiento. Pero Lothar Streicher se quejaba que eso resentía la disciplina así que von Topp les había llamado la atención alguna vez por ello, para cubrir el expediente. Aunque dejando claro que la cosa no pasaría a mayores mientras el 130º siguiera siendo un regimiento ejemplar.
-Rolf ha vuelto a perderse en este laberinto de calles y Adrian me mandó a mí a buscarle. No he dado con él, pero encontré a unos amigos del 133º. Ellos ganaron los otros BT-5. Yo preferí quedarme con éste, no sé, le ví un toque. Algo con mas... clase.-seguía diciendo Hans.
-¿Sabes conducirlo?
-Con ayuda de este amigo tanquista sí.-señaló a una cabeza que salía entre su enorme humanidad.- Ha perdido a sus compañeros y yo...
De repente, Otto se volvió hacia Teodor y sonrió. Al cabo de un segundo, Teodor le devolvió una sonrisa de comprensión:
-Mi querido Hans: nos acabas de dar una gran idea.

Continuará...


A decir verdad, en esta lucha de cada instante, donde el resultado más corriente es que se petrifique todo lo que hay de más espontáneo y valioso en el mundo, no estoy seguro de que podamos ganar.
André Breton
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

Un par de horas después, algo más de una docena de hombres vestidos con capotes, gorros y pantalones soviéticos. El resto haría el papel de prisioneros. Se dieron ordenes de ocultar las armas ligeras y de preparar el avance. Serían los tanques "soviéticos" los que cerrarían la retaguardia. Los tres amigos se alegraban ahora que, para entretener la espera antes de la por ellos esperada orden de ataque, Rolf les hubiera ido dando clases de ruso que los cuatro habían aprovechado en mayor o menor medida. Hubo una pequeña discusión sobre quién llevaría el uniforme de suboficial del Ejército Rojo (no hubo tiempo de conseguir uno de oficial en condiciones). Teodor alegaba:
-Nadie niega que tienes el pico de oro, Otto, pero te falta vocabulario. Si una conversación tiene más de cinco palabras te liarás...
-Y cuando tú abras la boca descubrirán que eres alemán debido a tu acento incurable. Además, el uniforme me queda mejor a mí.-eso había decidido todo.
Se pusieron en marcha sin más, y avanzaban con rapidez. Teodor, al ver asomarse algunas cabezas ocultas se dio cuenta de cuánto hubiera costado el avance de otra manera. Pero lo que hacían era muy expuesto. ¿Y si alguien se les encaraba y decidía interrogarles?
Pero ya casi estaban en las posiciones de la artillería, tan cerca que podían distinguir claramente a tres comisarios políticos soviéticos que discutían con dos oficiales sobre las operaciones. Estaba siendo muy sencillo. Entonces, a casi todos se les heló la sangre en las venas: un carro de combate T-35 habían tomado posiciones cerca de los cañones. Maldita sea ¿de donde habrían sacado los rusos ese engendro? Con sus 45 Tn de peso y armado con un cañón de 76,2 mm, 2 de 45 mm y media docena de ametralladoras parecía capaz de comerse a los carros que les acompañaban de un bocado; sobre todo porqué estaba justo orientado hacia ellos. Debían acercarse más para poder centrarle de costado y evitar que éste y las baterías rusas pudieran apoyarse mutuamente. Cada paso que daban les aproximaba un poco más. Pero tanto estos como las cadenas hacían un ruido, en opinión de Teodor, ensordecedor. ¿Y si alguno de los oficiales se volviera y les preguntara que hacían ahí? "Que sigan discutiendo, que sigan discutiendo" parecía la plegaría de toda la compañía mientras disimuladamente soltaban los seguros de sus armas y los carros giraban lentamente sus cañones de 45 mm.
Al final ocurrió lo inevitable: que apenas una docena de soldados de infantería dirigidos por un simple subteniente llevaran presos a medio centenar de alemanes, por mucho que les apoyaran tres carros blindados, llamó la atención de un de los comisarios políticos.
-¡Eh, ustedes!-gritó en ruso.-¿Quiénes son ustedes? ¿Cómo se han apoderado de esa gente? ¡Identifíquense ahora mismo!
Teodor se puso a sudar mientras el hombre de la NKVD se acercaba hacia ellos. Otto estaba azorado. Aún suponiendo que hubiera descifrado todo lo que había dicho el comisario, estaría buscando las palabras en ruso. Disimuladamente, Teo comenzó a tentar la Luger que llevaba bien escondida cuando escuchó la voz atronadora de Hans, gritando en ruso:
-¡Rayos, truenos y centellas! ¡Regreso a las asquerosas líneas con cincuenta malditos cerdos alemanes y tengo que devolverlos por culpa de un cretino retrasado mental! ¿Qué clase de mierda es ésta? ¡Seguro que nos dirá que vayamos a buscar la condenada munición al infierno, encima!
Habló a gritos para disimular todo rastro de acento, y encima golpeaba con el puño en la torreta de su carro. El "politruki" obnubilado por el rapapolvo que le había caído encima y jurando para sus adentros que ya se encararía con ese tanquista maleducado y le enseñaría lo que pasaba por llamarle a él "cretino retrasado mental" dio las ordenes correspondientes para que el T- 35 volviese a su posición original.
Una vez despejado el camino, mientras la escolta del T-35 que se replegaba, el ascenso a los cañones fue relativamente fácil y en la cima de la colina la toma de la batería se hizo en pocos minutos; los hombres lo habían hecho cientos de veces en los juegos de guerra y ademas tenían la ventaja de la sorpresa. Fué una batalla furiosa, algo confusa y breve. El comisario político en cuestión acabó con los sesos desparramados por el suelo y transmitieron por radio la clave convenida: "Halcón libre", que significaba que el camino al "Dresde" estaba despejado de la artillería soviética que lo estaba reduciendo a chatarra. Ahora eran los amos de la situación.

Sucedió cuando por fin forzaron el paso a la Ciudadela de Brest-Litovsk. Teodor y Hans, que había sido ascendido a Feldwebel con la recomendación entusiasta de Otto y Teodor, reunieron sus pelotones después de una patrulla relativamente tranquila y se vieron hostilizados de pronto desde dos edificios a ambos lados de la calle. Dieron las órdenes para cubrirse y deliberaron.
-¿Qué te parece?-dijo Teodor.
-Me gusta el de la derecha.-contestó Hans.
-Me dejas el de la izquiera. Bien, vamos a ello.
Teodor llevó a sus hombres por las semiderruidas callejuelas y flanqueó el edificio. Localizó dos entradas y, dividiendo al pelotón, irrumpieron dentro. No había demasiados enemigos y pronto se hicieron con el edificio teniendo que lamentar solo un par de heridos leves. Entonces aguzó el oído. No le llegaba ningún sonido del otro edificio. Salió a la calle y penetró en él. Nunca olvidaría el cuadro que encontró: todo el pelotón rodeando a la única baja que habían tenido: el Feldwebel Pfizer. Herido grave. Ya moribundo.
-¡Hans!.-aulló Teodor, arrodillándose a su lado.-¡A qué esperaís para llamar a los sanitarios!-ordenó a todo el mundo. Entonces, Hans habló:
-Déjalo. Sera mejor... que sanitarios... hagan algo... útil.-por primera vez en su vida, Hans hablaba con un hilo de voz.
-¡No, Hans! ¡Resiste! ¡No te rindas ahora!
-Teo... sabes... tan bien... como...-se quedó con los ojos fijos, abiertos.
-¡HANS! ¡Háblame, Hans!... ¡Por favor!... ...¡Por favor!...
Le tuvieron que abrir a la fuerza los brazos que aún se aferraban al cuerpo inerte de Hans, mientras sollozaba como un niño.

Cuando se apagó el eco de las salvas de honores militares, la totalidad de los miembros del 130º, incluidos los heridos que podían desplazarse se fue dispersando. El funeral había terminado. Solo quedaron cuatro figuras de pie, descubiertas, frente a la tumba.
-Nunca pensé que sería el primero en caer... El primero de nosotros quiero decir.-dijo Adrian.
-Estábamos teniendo mucha suerte.-dijo Rolf- Me temo, chicos, que ya se ha cansado de nosotros.
Teodor había insistido si el cadáver podía ser enviado a casa, pero le habían contestado que era imposible. Todos los trenes que iban al oeste iban llenos de heridos. Cuando todo acabara, volverían para rescatar el cuerpo y enterrarlo en su tierra. Otto concluyó, poniendo una mano en el hombro de Teodor.
-Vámonos. Aquí ya no hacemos nada.
Todo el mundo obedeció. Solo Teodor se volvió una vez para contemplar la sencilla cruz en que figuraba la inscripción: "Feldwebel Hans Pfizer 1918-1941".

Continuará...
A decir verdad, en esta lucha de cada instante, donde el resultado más corriente es que se petrifique todo lo que hay de más espontáneo y valioso en el mundo, no estoy seguro de que podamos ganar.
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

Camino ya de Moscú, Teodor tenía la pluma en la mano y vacilaba en comenzar a escribir. Ya debía dos cartas a sus padres pero recordaba lo de hacía dos semanas, cuando el Leutnant Otto Balling le había venido con la que había escrito entonces. Era la primera vez que le llamaban la atención por eso.
-¡No puedes mandar esto! ¡Es derrotista! ¡Y parte de lo que dices es información reservada!
Era cierto. Teodor se justificó alegando, lo cual era verdad, que aún no había superado la muerte de Hans. Esperaba un nuevo rapapolvo. En lugar de eso, el alférez Balling había sonreído tristemente y le había dicho:
-Te entiendo, camarada. Más de lo que crees. Mira: vamos a sentarnos juntos y seguro que encontramos la manera...
Al fin, habían escrito entre ambos una versión que Balling consideró "aceptable". Pero aquello había quebrado la confianza de Teodor. Ahora era dolorosamente consciente que otros ojos, aparte de los suyos, iban a ver lo que escribía a sus padres.
Por otra parte: ¿qué les podía contar? ¿La clase de cuadros que había visto cada vez que tenían que cerrar una bolsa? Operarios civiles bailando una especie de danza macabra al ser acribillados por una MG 34. El olor a carne asada que quedaba tras abrasar vivos con los lanzallamas a tantos soldados rusos. Los prisioneros que colgaban de los árboles a cuenta de los compañeros muertos. Los gritos angustiosos de los heridos rematados en el suelo a bayonetazos... Imágenes que poblarían durante años sus peores pesadillas. Lo peor de todas estas atrocidades y otras en las que prefería no pensar era que él mismo había participado en varias de ellas. Poco consuelo era que no había prácticamente ningún soldado de la 45 que siguiera vivo que no hubiera roto, violado o pisoteado más de una de las normas de la Convención de Ginebra. El peor de los que conocía era Rolf, que se había convertido en una verdadera máquina de matar. Todo lo que él mismo hubiera podido hacer, siendo mucho, empalidecía al lado de los actos de Rolf. Pero nadie era inocente. Recordaba un día en que Otto se limpiaba la sangre que llevaba encima (ni una gota era suya) y decía:
-Ahora sé cómo debía sentirse Gregor Samsa.
-¿Quién? - preguntó Rolf, extrañado.
-Un tipo que un día se despertó y se había convertido en un asqueroso bicho monstruoso... - dijo mientras arrojaba fuera el agua ya completamente carmesí.
La expresión de Rolf era indescriptible. Teodor se sintió obligado a aclarar:
-Se trata de un personaje de ficción: es el protagonista de "La metamorfosis" de Franz Kafka.
-Pero ¿por qué?
Teodor, Adrian y Otto se miraron entre ellos. No entendían la pregunta."¿Por qué qué?" Inquirió Adrian.
-¿Por qué se convierte en un bicho monstruoso ese hombre?
-Suponiendo que haya una razón, el autor no la dice. - repuso Teodor.
-Es verdad.-siguió Adrian- Siempre es así con Kafka, nunca hay porqués. ¿Os acordaís de "El proceso"?
-¡¿Habeís leído a KAFKA?!-resonó de pronto la voz de Lothar Streicher, entrando en la pieza. Nuevas miradas de desconcierto, antes de la respuesta de Otto:
-Sí, claro. ¿Qué tiene de malo?
-¡Que era judío!-espetó Streicher.
-Mi querido Lothar, también eran judíos la mayor parte de los autores de la Biblia.
-¡No! Fue Lutero quien...
-...Quien la tradujo.-interpuso Otto.- Él no era el autor. Y, el original está en hebreo.
Aquí comenzó una discusión por momentos absurda por parte de Lothar. Teodor no intervino porque, de pronto, recordó con algunas variaciones el principio de "El proceso", que Adrian había nombrado: "Alguien había hablado mal de Hanna H. Solo así se explica que fuera detenida sin haber hecho nada..." Algo le hizo estremecerse en aquel momento.
Volviendo a la realidad del momento desvió la vista y se fijó en su nueva arma. Recordó la extraña manera en que la había recibido. Un día le llegó un paquete de su hermano. Cosa rara. Claus no era un tipo detallista, nunca lo había sido y faltaba mucho para Navidad. Dentro había una pistola Walther PPK con un cargador extra y una nota de Claus: "Ahora es tuya. Yo puedo conseguir otra. Firmado: Claus." Otra rareza: ese laconismo no era el estilo de Claus. Le había mandado una nota dándole las gracias y la había enseñado a sus amigos. Más que nada porque la única explicación que se le ocurría es que tuviera algún defecto, por mucho que a él no se lo pareciera. Rolf se había entusiasmado, como hacía siempre con las armas, y la había desmontado y vuelto a montar. El veredicto inapelable fue:
-Está usada pero en perfecto estado de funcionamiento.
Luego, los cuatro habían probado su puntería con ella sobre unos botes de conservas vacíos. Una excelente arma: ligera, precisa... En palabras de Otto: "lo mejor de todo, es que según el reglamento, todos deberíamos tener una igual en vez de las Luger que utilizamos". Completamente incomprensible.

Continuará...
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

Un día de finales de noviembre de 1941, Teodor fue llamado por sorpresa ante la presencia del mayor von Topp. Le sorprendió encontrarse allí con un largo y negro capote de las SS. Al principio pensó que su hermano había ido a visitarle. Pero nada más volverse el hombre vio que no se trataba de Claus. Ni siquiera se le parecía, siendo el primer SS de uniforme que le daba esa impresión. No era solo el hecho que usara un bastón. Había algo perturbador en ese hombre. Mientras saludaba cuadrándose perfectamente, a Teodor se le ocurrió que miraba desde detrás de los ojos si tal cosa era posible. Allí había algo agazapado. Algo siniestro. Reprimió un estremecimiento oyendo a von Topp.
-Oberleutnant Whenk, este hombre es...
-Mi nombre es Otto Dietrich zur Linde.-interrumpió el SS desdeñoso, prescindiendo de su propio rango. Teodor buscaba las insignias para descubrirlo cuando llegó el golpe: - Tengo entendido que usted conocía a la señorita Hanna Helzer.-"Cuidado", pensó. Teodor decidió que era mejor no mentir.
-Sí, señor. Así es.
-¿Cuánto la conocía?
-No mucho. Hablamos un par de veces y yo...-enrojeció.- Bueno, es una mujer muy hermosa, si usted me entiende, señor.
-¿Le gustaba a usted?
Aquí von Topp quiso intervenir: "No puedo permitir que le interrogue sobre asuntos tan..." un simple gesto con la mano de zur Linde le hizo callar. Teodor trató de que no se notara que empezaba a estar nervioso.
-Conteste a la pregunta. ¿Le gustaba esa chica?- insistió sur Linde.
-¿No está claro, señor? Yo... en fin...
-¿Qué esperaba usted de ella?-a Teodor le extrañó un poco la pregunta. Enrojeció. Intentó sonreír.
-Lo que todo hombre espera de una mujer, señor. ¿Qué iba a esperar?
-¿Sabía usted que ella era comunista?
No tuvo que fingir la expresión de profunda sorpresa. Era auténtica. Tanto que se pintó una expresión de alivio en la cara de von Topp, mientras la de zur Linde empezó a parecerse a la del depredador que ve escaparse la presa que creía segura. Teodor tardó unos instantes en darse cuenta que el SS hablaba de ella en pasado.
-No... no tenía ni idea. Pensaba que era una buena nacionalsocialista, señor ¿Cómo es que...?
-Fue a causa de su hermano mayor, que era miembro del Partido Comunista austríaco por lo menos desde 1929. ¿Nunca le habló de él?
-No, señor. Solo sabía de su existencia a través de mi comandante, que por gentileza hizo algunas averiguaciones sobre...
Otto Dietrich zur Linde ya no le escuchaba. Se limitaba a observarlo con su extraña mirada. Le observaba como un entomólogo examina a un espécimen curioso de escarabajo. Así se sentía Teodor al menos. Aquellos ojos parecían escrutar todos los rincones de su alma. Descubriendo cosas que ocultaba a todos. Peor: cosas que ni él mismo sabía que existían. Cuando habló pareció que más bien pensaba en voz alta:
-Sí. No es usted jugador. Y diría que apenas bebe. Su punto flaco son las mujeres... Hubiera sido un gran seductor; si de verdad se lo hubiera propuesto. El ejército le ha apartado de ese camino sin saberlo.- Pareció concluir su examen y se dirigió al mayor von Topp. - Al final, tengo que darle la razón, Herr Maior. Creo que eso es todo. Heil Hitler.
Heil!-curiosamente, zur Linde parecía haber hecho el saludo casi como por descuido, mientras que él y von Topp pusieron todo el entusiasmo que eran capaces. Solo cuando comenzó a andar, Teodor se dio cuenta que tenía una pierna ortopédica y el bastón que portaba no era de adorno. Al pasar a su lado, el SS se dirigió a Teodor:
-Voy a darle un consejo, Whenk. Dudo que lo siga, pero la próxima vez piense que ninguna mujer vale los riesgos que se corren por ella.
Y, con estas palabras, salió cojeando por la puerta. Teodor y el mayor von Topp quedaron en silencio, respirando durante unos momentos, como si hasta entonces hubieran contenido el aliento. Al fin, von Topp se dirigió a Teodor: "Puede retirarse, Whenk." Teodor no se lo hizo repetir. Cuando salió fuera del despacho del mayor, se encontró con Otto:
-¿Quién era ese SS? El que ha salido, me refiero.
Por la cara de Teodor pasó una nube de profunda tristeza. - Me ha traído las peores noticias: Hanna ha muerto. No lo ha dicho así pero estoy seguro.
-¡Oh! Lo siento. Lo siento mucho.- Otto le puso una mano en el hombro y él se sobresaltó.
-¡Perdón! No es por tí. Si hubieras visto la mirada de esos ojos...-Teodor se estremeció visiblemente y se secó un sudor frío. Otto se extrañó:
-¿Quieres decir que mira como Rolf en sus peores momentos?
-¡Peor! A Rolf por lo menos lo ves venir. Ya sabes a lo que me refiero, pero éste... Me pareció que tenía ante mí a Mefistófeles. Y yo no soy un sabio, como Fausto.
-A veces, el tonto escapa del lugar donde el sabio se enreda.-concluyó Otto.

Continuará...
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

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12 de Diciembre de 1941: Teodor recordaría esa fecha toda la vida. Habían tenido que retroceder desde las afueras de Moscú, cuando ya se vislumbraba la ciudad en lontananza. Pero era una retirada en orden hasta que llegó ese día. Empezó con el capitán Kemp irrumpiendo en el cuerpo de guardia:
-¡Alerta! ¡Alerta! ¡Agarren lo más imprescindible y tomen las armas! ¡Movilización general!
-¿Qué ocurre, señor?
-¡Nos están rodeando! El contraataque de los rusos nos ha rebasado por el flanco. ¡No se queden ahí parados! ¡Dense prisa! ¡Hemos de salir de aquí!
A toda prisa habían formado los regimientos y reanudado la marcha forzada hacia el Oeste. Pronto se disiparon todas las dudas que pudiera haber de que el ejército soviético se lanzaba sobre ellos. Varios ataques con morteros y artillería ligera diezmaron a los hombres. Su propia artillería apenas pudo responder. Intentaron formar un frente para atacar, pero bajo el fuego graneado los hombres se iban dispersando inevitablemente. Otto y Teodor perdieron el contacto con el mando. En su calidad de tenientes, se encontraron guiando a lo que debían ser los restos de dos o tres pelotones. Por suerte Adrian y Rolf, ahora sargentos, seguían con ellos. Entre los cuatro lograron que la gente no se dispersara de cualquier manera, presa del pánico. Procuraban eludir el combate, aunque no siempre era posible. Llegó un momento en que solo cabía atravesar la línea con la que los rusos intentaban envolverles o caer en el intento. Otto, con aquella visión táctica que siempre le envidió Teodor, supo elegir el punto más débil de la línea enemiga y concentrar toda la fuerza de que disponía sobre éste: "¡A la carga! ¡A la carga!".
Era un lugar donde los rusos no contaban con carros, solo algunos vehículos de transporte. Y aún no les había dado tiempo a instalar verdaderos nidos de ametralladoras. Pero sí que disponían de ellas. Cuando les vieron llegar a paso de carga, empezó el tableteo. Solo faltaban unos metros, pero algunos hombres cayeron sobre la nieve para no levantarse.
-¡Separaos! ¡Dispersaros!- gritaba Teodor mientras preparaba las granadas que le quedaban. Unos pocos metros más y haría uso de ellas.
Solo necesitaba unos metros que corrió rezando. Cuando llegó a la distancia que le pareció buena, arrancó los seguros sin dejar de correr. Se detuvo con un salto hacia adelante y lanzó las dos granadas a la vez. Frente a él, saltaron por los aires varios soldados rusos, incluidos los servidores de una de las ametralladoras. Echó mano de su MP34 y, antes de comenzar a disparar, pudo oír aún el grito salvaje de Rolf que se adelantaba y se abalanzaba materialmente sobre la línea enemiga.
Agradecía por dentro que Otto hubiera descubierto ese lugar relativamente débil mientras ametrallaba a los rusos que trataban de cerrar las brecha abierta ante sí por sus granadas. Vio fugazmente que otros le habían imitado y seguían presionando. Llenó de agujeros rojos el pecho de un oficial soviético que se le puso por delante y se detuvo un momento a evaluar la situación. La nieve iba adquiriendo una tonalidad carmesí en torno suyo. Vio varios hombres con el uniforme feldgrau tendidos en la nieve enrojecida, pero se sintió satisfecho de ver que la mayoría de los caídos llevaban el color marrón de los uniformes de los "Ivanes" y el atragantamiento de estrellas rojas, hoces y martillos de todos los tamaños imaginables. El enemigo se había llevado la peor parte. Estaban pasando a alto precio, pero asumible. Observando, vio cómo uno de los hombres dejaba de lado a un ruso que se rendía y le daba la espalda. Teodor trató de advertirle. Demasiado tarde: el ruso desenfundó la bayoneta y degolló al soldado. Teodor vació el resto del cargador de la MP34 sobre él. Arrancó un SVT-40 de las manos de un soldado ruso muerto y se aseguró que los últimos de los suyos iban pasando. Antes de unirse a ellos, disparó sobre otros soldados soviéticos que tenían la actitud de rendirse. No se entretuvo a ver si había matado a alguno, como Rolf. El sargento estaba rematando a un "Iván" que estaba tendido en el suelo utilizando su pala de campaña.
-¡No te entretengas, Rolf! ¡Vamos, deprisa!
Rolf le miró: estaba cubierto de sangre y llevaba la Luger en la mano izquierda y la pala crispada en la derecha. Pero obedeció, y partió corriendo tras él.

Cotinuará...
A decir verdad, en esta lucha de cada instante, donde el resultado más corriente es que se petrifique todo lo que hay de más espontáneo y valioso en el mundo, no estoy seguro de que podamos ganar.
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

Otto mantuvo la marcha durante más de media hora antes de detenerse un momento para descansar y reagruparse. Adrian contó a los hombres: setenta y ocho personas en total, procedentes del 130º y del 133º. Otto se dirigió entonces a Teodor.
-¡Whenk! ¿Sabe si llega alguien más? - Se refería a gente que llegara rezagada; había habido unos cuantos que se les habían ido uniendo.
-¡No lo sé! El sargento Rolf se ha quedado de guardia. ¡Voy a comprobarlo!
-Si vienen, espérenlos. Si no, vengan aquí ustedes. ¡Seguiremos la marcha!
-Jawhol!
Era importante mantener la estructura jerárquica en aquel momento. Otto era el teniente más antiguo y los hombres debían percibir que existía un orden. Mientras se dirigía a la parte exterior del bosquecillo donde se habían refugiado, vió a Otto empezando a trepar por uno de los árboles. Encontró a Bauer de espaldas a él, oteando el horizonte:
-¡Rolf!
El interpelado se volvió de repente, como un resorte. La expresión feroz. Los ojos de una fiera salvaje. A Teodor le pareció que ni le había reconocido y que iba a lanzarse sobre él en cualquier momento. Alzó las manos con las palmas hacia afuera y habló en tono tranquilizador, obligándose a sonreír.
-Calma, Rolf... Soy yo, Teodor... Tu amigo Teodor...
-¿S...sí? - Parecía que iba volviendo en sí poco a poco. Teodor decidió seguir como si no hubiera pasado nada.
-Sí. Vengo a ver si llega algún otro rezagado.
Rolf pareció darse cuenta de la situación entonces. Observó hacia donde, hasta hacia poco, había estado vigilando y dijo: "No. No veo a nadie." Teodor se puso a su lado y también escrutó el horizonte: nadie.
-Yo tampoco. Vamos, Rolf. No podemos esperar más...
Por un momento Teodor pensó, y se odió por ello, que el grupo eran setenta y siete personas y Rolf. Ambos llegaron por fin al claro, donde Otto no tardó en descender del árbol al pie del cual permanecía Adrian. Otto les llamó junto a ellos. Habló a los tres, señalando un mapa que llevaba:
-Creo que estamos aquí... Y éste es el punto de reunión que nos dijeron antes de partir. Como podeís ver, el punto en la brújula es este.-señaló- Es el rumbo que debemos mantener. Os digo todo esto porque al menos uno de nosotros tiene que concluir esta marcha, con los supervivientes.
-¿Y por qué no hemos de terminarla todos? - preguntó Teodor.
-Dios te oiga.- fue la respuesta - Por el camino, pararemos por estas dos granjas a ver si encontramos algo que nos pueda servir: ropa, paja... Por desgracia no todos los hombres han podido conservar el macuto con la ropa de abrigo y el invierno se presenta crudo. Os lo dice alguien que se crió en los Alpes y conoce las señales.
-¿Continuaremos la marchar durante la noche?
-Creo que es lo mejor. Con un poco de suerte, mañana por la mañana habremos llegado al lugar designado. Rolf y yo abriremos la marcha. Teodor y Adrian cubrirán la retaguardia. Hay que moverse, ¡vamos!

En las granjas hallaron muy poca cosa. Otto se quejó de que las arrasaran en lugar de hacer que trabajaran para ellos. La marcha en sí era bastante penosa. Hasta donde sabían, el terreno que pisaban se hallaba en poder del enemigo. Y aunque los hombres eran conscientes que podían ser atacados en cualquier momento, Adrian y Teodor tuvieron que despabilar a unos cuantos que por poco se quedan dormidos en medio del doloroso avance.
Ya estaba amaneciendo y el hecho que no tuvieran ningún mal encuentro parecía haber animado la moral de los hombres ya muy cansados. Faltaba muy poco para el punto de reunión: apenas un par de kilómetros. Pero al superar una ondulación del terreno (a duras penas se podía llamar colina), vieron otro grupo de soldados soviéticos frente a ellos. Teodor se quedó paralizado por un momento hasta que oyó la voz de Otto:
-¡Adelante! ¡A la carga! ¡Somos más fuertes!
Cuando bajaba a paso ligero por la ondulación se dio cuenta que Schultz tenía razón: tal vez los rusos fueran algo más numerosos, pero poseían pocas armas y además ligeras. Y menos eficaces que las suyas. Tampoco estaban bien organizados: cuando les cayeron encima las pocas granadas que les quedaban a los alemanes, la formación se deshizo como el humo a pesar de los gritos de los comisarios políticos del NKVD que había entre ellos. Aún así los alemanes disparaban, tanto para evitar que el enemigo se reagrupara como para animarse ellos mismos a seguir corriendo.
Teodor había vaciado la SVT-40 y echo mano de la Walther. La única arma que le quedaba sin contar la bayoneta y la pala. Cuando llegó a la altura donde la nieve se había vuelto roja, se encontró frente a un anciano con larga barba herido en el brazo, un individuo de mediana edad con gafas e insignias de suboficial y lo que al principio tomó por un jovencito. Les apuntó con la pistola, pero algo le impedía disparar. Estaban claramente desarmados y se les veía tan indefensos. Pero qué demonios, Rolf no dudaría en...

Sí, Rolf.

-¡Iros!-gritó en ruso.- ¡Marchaos de aquí!
-¡Disparar, cobarde! ¡Se atrever, cerdo teutón! - las palabras en mal alemán lo desconcertaron. Ningún jovencito tiene la voz tan aguda por mucho que...
-¡Atacadle!-oyó gritar en ruso hacia su derecha.- ¡Soís tres contra uno!
Un "politruki" de la NKVD. Teodor les odiaba a muerte. Podía respetar a soldados que luchaban hasta el fin, pero esos tipos se escudaban detrás de otros y eran los primeros en correr cuando venían mal dadas. Estaba un poco lejos; con la Luger ni lo hubiera intentado pero con la Walther tal vez... Nada perdía con probar y todos, desde von Topp al último recluta, reconocían que era el mejor tirador del batallón. En un solo gesto alargó el brazo, apuntó, disparó y el "politruki" cayó al suelo. Acto seguido, se volvió hacia los tres soldados y les repitió en ruso, amenazándolos con la pistola:
-¡Iros, malditos "ivanes"!
No se lo hicieron repetir. Los tres salieron huyendo. La forma de moverse del pretendido jovencito confirmó sus sospechas: se trataba de una chica. El comisario de la NKVD aún trataba de incorporarse. Teodor corrió unos cuantos pasos para aproximarse y lo remató en el suelo de otro tiro. Ya no se movió. Escuchó la voz de Rolf.
-¡Vamos, camarada! ¡No te entretengas!
No podía saber lo que Bauer había visto de la escena. Sea como fuere, era mejor hacerle caso. Todo el mundo corría ya hacia los árboles que había en la cima de la pequeña colina que tenían enfrente. Luego descubriría que en la breve escaramuza solo habían tenido que lamentar tres heridos leves.

Descansaron cuando alcanzaron un antiguo apeadero y puesto telegráfico al lado de la vía del tren. Era el punto de reunión. El 130º, el 133º y el 135º habían abierto varias brechas por las que había pasado el grueso de la división. El suyo era uno de los grupos dispersos más numeroso; von Topp llegó con ciento diez y Streicher con treinta y dos. Ocho hombres llegaron habiéndose apropiado, quién sabía cómo, de un vehículo de transporte soviético (quizás no era tan buena idea, estuvieron a punto de ser acribillados). El resto de rezagados fueron llegando la mayoría en grupos de entre doce y veinte soldados, algunos otros grupos contaban menos individuos y aún hubo quien alcanzó el punto solo. En palabras de von Topp: "Por suerte, hicimos saltar la trampa cuando aún no estaba bien cerrada".
La buena noticia era que la división aún existía. La mala que había perdido casi todo su equipo y el invierno se presentaba muy duro.

Continuará...
A decir verdad, en esta lucha de cada instante, donde el resultado más corriente es que se petrifique todo lo que hay de más espontáneo y valioso en el mundo, no estoy seguro de que podamos ganar.
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

Hacía frío. Mucho frío. En Altheim había conocido inviernos rigurosos, pero ninguno como éste. El frío se metía hasta el tuétano y, a pesar de estar cubierto por una manta y cerca de un fuego que ardía seguía sin sentirse caliente. En esto estaba cuando se le acercó Adrian Müller y le preguntó si podían hablar a solas un momento. Maldita la gracia que le hacía alejarse del fuego, pero Teodor accedió y se alejaron unos metros, en dirección a lo que quedaba de la aldea a la que había dado servicio en tiempos el apeadero del tren. Adrian dijo:
-Teo: pienso que hay que hacer algo con Rolf.
-¿Qué quieres decir?
-Que se está convirtiendo en un asesino a sangre fría delante de nuestras narices. En cualquier momento, podría perder el control...
-¡Vamos, Adrian! Yo mismo, en esta maldita campaña, he cometido atrocidades. ¡Y no me digas que tú no!
-Es cierto, esta condenada guerra está sacando fuera lo peor de todos. Pero Rolf... ¿Recuerdas cuando los partisanos mataron a dos de los nuestros e hicieron ejecutar a diez prisioneros a cambio? ¡Fue Rolf el que se ofreció a hacerlo y lo hizo a su modo!
Teodor recordaba: Rolf había colgado a los diez que había elegido por los pies, cabeza abajo y se había dedicado a hacer blanco con ellos cargando a la bayoneta, uno a uno, por orden jerárquico empezando por dos civiles y terminando por un capitán del ejército rojo. Habían obligado al resto de presos a verlo. Teodor se había sentido enfermo de tener que contemplarlo. Von Topp se había mantenido impasible. Pero Rolf parecía efectivamente haberlo disfrutado.
-Bueno, quizás Streicher lo haya logrado convencer que los rusos son menos que humanos. No sería el único...
-Es posible, pero ¿no habíamos quedado en que tú no creías eso?
-Yo, no. Pero quizás él sí, como Streicher.
Adrian se quedó pensativo. Había habido discusiones con Lothar Streicher cuando le cuestionaban que los rusos fueran "subhumanos". Otto y Teodor sostenían que nadie que ofrecía tanta y tan encarnizada resistencia podía serlo. Cuando Lothar se había vuelto a Billing en busca de ayuda, éste se había limitado a decir que no estaban en las SS, y que podían discutirlo entre ellos tranquilamente, aunque no recomendaba que esa opinión se pusieran por escrito... "a menos de ser un jefazo, como Guderian." La frase final había sorprendido a todos. Cuando Teodor interrogó a Otto en su calidad de antiguo miembro de las SA, éste había sido muy claro: "lo de la superioridad racial es un delirio. Bonito, pero delirio. Los camisas pardas lo sabíamos, y era divertido ver cómo tanta gente que se tiene por inteligente caía en esa idea delirante. Lo malo fue que cuando hubo bastante gente que se creyó el decorado, los que conocíamos la tramoya nos volvimos innecesarios... y peligrosos". Müller habló por fin.
-Tal vez sea eso, de acuerdo. Pero no es de eso de lo que quería hablarte exactamente.
-Entonces...
-Ayer casi mata a uno de nuestros soldados por una tontería. Había cometido una falta, cierto. Pero bastaba con llamarle la atención y Rolf empezó a apalizarlo hasta que le detuve yo. Si hubieras visto su mirada cuando lo hice...
Teodor pensó que ya conocía esa mirada. Recordó la noche en que le había parecido un tigre o un oso furioso a punto de atacarle. Pero aún así acabó por decir:
-Bueno, todos estamos un poco nerviosos estos días. No lo estamos pasando bien, precisamente.
-Es posible... es posible...
Con estas palabras, Adrian dió por terminada la conversación y se aproximó de nuevo a la hoguera. Teodor se retrasó meditando sobre un punto: todo el mundo sabía que Rolf Bauer no era más que un loco asesino. ¿A qué engañarse? Incluso él había terminado por convencerse. ¿Por qué demonios tenía entonces que tratar de justificarlo? Llegaría el día en que...
-Psst... Tovarich. ¡Señor teniente!
Al oír estas palabras en ruso y alemán, extrajo rápidamente la Walther y apuntó hacia la sombra que se recortaba contra el cielo nocturno.
-¡No dispare! ¡Nos conocemos, señor teniente!
A la débil luz que llegaba desde la fogata, pudo distinguir al suboficial soviético de mediana edad con gafas que había perdonado hacía tres días. Se había quitado todas las insignias del capote pero ¿qué diablos hacía allí?
-¿Esto es una trampa?-preguntó.
-No. ¡Se lo aseguro! Acompáñeme, por favor...
La lógica le decía que le pegara un tiro y acabara con el asunto de una vez, pero tenía curiosidad. Le hizo dar la vuelta al ruso, apoyó el cañón de la pistola en su nuca y le dijo:
-¡Vamos! Pero tenga en cuenta que, si se trata de una traición...
-Seré el primero en caer. No es necesario, pero entiendo que desconfíe. Sígame.
Durante el camino hacia los restos de la aldea le dijo que se llamaba Dimitri Vladimirovich Korolenko, notario y aspirante a poeta.
-Aspirante a... ¿poeta?
-Oh! No soy un Mandelstam, mucho menos un Bulgákov, pero lo intento... O mejor dicho lo intentaba, hasta que me detuvo la NKVD.
-No me haga reír: llevaba usted insignias de suboficial...
-De cabo, para ser exactos. Me alistaron a la fuerza, sin recibir instrucción, en el ejército rojo. Igual que a todos los que salimos a recibirles. ¿Por qué piensa que pasaron con tanta facilidad? Nuestros comisarios creían que irían llegando en pequeños grupos de dos o de tres... En lugar de eso, aparece medio centenar de soldados armados hasta los dientes con una especie de diablo encarnado en cabeza. -"Ese es Rolf" pensó Teodor y dijo:
-¿Por qué no ha vuelto a sus líneas?
-Ninguno de nosotros lo ha hecho: Daina llegó a Moscú desde Estonia siguiendo a su padre, a quien detuvieron no sabe por qué. Y Pavel es un antiguo monje ortodoxo. Nos pusieron a nosotros y al pobre Alexei en fila con una sola arma. Cayó Alexei y Pavel trató de agarrar el arma cuando le hirieron en el brazo. Entonces apareció usted...
-¿Ese Pavel es religioso? ¡Pues era él o yo! ¿Y ponen a esa clase de hombres a disparar?
-Dudo mucho que Pavel hubiera disparado, estaba dispuesto a ser un mártir. Por lo que hace a lo demás, le recuerdo que la Unión Soviética es un estado oficialmente ateo.
-Bueno ¿y a qué viene todo esto?
-Que si volvemos nos fusilarán por haber perdido a nuestro comisario político. Nosotros somos prescindibles, ellos no deben morir. Y, anticipándome a su pregunta: a Pavel no le importa morir, pero no así.
Teodor se quedó asombrado. No entendía la lógica del asunto, si es que la tenía. Se alegró aún más de haber liquidado al "politruki". Así hablando llegaron a la puerta de la Iglesia de la aldea. Teodor empujó a Dimitri para que entrara primero dentro, luego se quedó plantado en el umbral, con la pistola preparada. Pronto comprobó que no iba a hacerle falta.
Había una pequeña fogata que iluminaba a la chica que estaba cerca de ella ¿Daina había dicho que se llamaba? Y el viejo de barba blanca había hallado en alguna parte un traje talar que se había puesto sobre el capote militar. Dimitri volvió a hablar:
-Hemos conseguido arreglárnoslas hasta ahora, pero necesitamos comida...
-¿Ah sí? ¿Y se la voy a proporcionar yo?
-Usted nos metió en el lío. Pavel lo tiene por un buen cristiano y a mí me parece un caballero...
"Hipócrita" pensó Teodor "lo que en realidad haces es venderme una mercancía". ¿Cómo si no explicar que expusieran a Daina de tal forma que la viera bien? Habían procurado que se viera lo más atractiva posible, con un éxito limitado: con el pelo cortado casi al rape y tan delgada como estaba parecía más un espantapájaros que una mujer. Sin embargo, Teodor notó que algo reaccionaba en su bajo vientre a pesar de la expresión feroz que ponía la chica cuando le pasaba la mirada por encima. Estaban dejándole claro de forma solapada que tenían algo que él quería. Y le insinuaban que podía ser suyo a cambio de algo que él tenía y ellos querían. "¿Será verdad que mi debilidad son las mujeres? Ya son dos que lo creen..."

Continuará...
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

Durante la siguiente semana, Teodor se puso voluntariamente a media ración, pidió a los otros un poco más y hasta rebañó la cocina en busca de restos. Aún así, al final tuvo que saquear la despensa. La primera vez que lo hizo, apenas llegaba con su botín a la iglesia y se encontraba con los tres rusos, oyó una voz a sus espaldas:
Oberleutnant Whenk! ¡Queda usted arrestado!
Al volverse vio a von Topp, Otto Schultz y algunos más que le apuntaban con las armas. Teodor puso los brazos en alto sin dudar.
-¡Está robando comida y confraternizando con el enemigo! ¿Qué tiene que decir a eso?
"Piensa rápido, Teodor"-¡No es el enemigo! ¡Es mi esposa!
Acababa de soltar una bomba. Lo supo en cuanto vio la expresión atónita de sus compañeros. Era el momento de insistir, atacar por la brecha abierta:
-Nos casamos cuando estuvimos en el suroeste de Moscú. Una tontería, lo sé... No sé cómo me siguió hasta aquí, pero...
-S-su... esposa...-era von Topp con los ojos desorbitados, tratando de recuperar el aliento.
-Sí, yo fui su testigo, y consigné el certificado, como notario de la ciudad de Mostrengen.- "gracias, Dimitri", pensó Teodor "has acertado el lugar"- Y este hombre... - señaló a Pavel - es quien los casó. Por desgracia, no tengo ni idea de dónde se hallan ahora los registros.
-¿Habla usted alemán? - intervino Otto.
-Sí, señor. Además de ruso y ucraniano.
Dimitri mantenía la mano en del hombro de Daina como por descuido. Ella sabía algo de alemán, y no era cuestión que protestara ahora si adivinaba el sentido que iba tomando la conversación. El mayor von Topp parecía más desconcertado que nunca. Otto dijo por fin:
-¿Qué hacemos, señor?
-¡Arrestenlo! ¡Pienso llegar al fondo de este asunto!- y salió de la capilla como una exhalación.
Otto le arrestó sin mucha ceremonia y le susurró: "Lo siento, pero el almacén de víveres está demasiado bien vigilado para encubrirte".

Al cabo de quince días, Teodor estaba de nuevo de pie frente al Major von Topp, escuchando un discurso horrible:
"¡A pesar de todo tiene usted suerte, Oberfeldwebel Whenk!" Hizo una breve pausa en estas palabras, para recalcar que lo habían degradado, cosa que ya sabía Teodor después de una ceremonia pública humillante. "El hecho de que fuera la primera vez y su hoja de servicios hasta ahora brillante, unido a otras circunstancias atenuantes le ha librado del pelotón de ejecución o del regimiento disciplinario. Pero aquí termina su fulgurante carrera, Whenk. Ya no hay sitio para usted en esta división. En su informe se sugería que en cuanto fuera posible, le trasladaran a ingenieros y eso es lo que hemos hecho. Ahí, en el sobre que hay encima de mi escritorio tiene su nuevo destino. Para otra clase de hombre, sería una sinecura, pero sé que a alguien de su temple le va a doler mucho. Si le ha de dar las gracias a alguien, no me las dé a mí, sino a von Rundstedt. ¡Se pasará el resto de la guerra cavando zanjas y ya no va a pasar de sargento! Eso es todo, Whenk. ¡Váyase! No quiero volver a verle."

Continuará...
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

Teodor agradeció que Adrian, Otto y Rolf fueran a despedirlo cuando iba a partir en un tren que se dirigía al oeste cargado de heridos.
-716º Regimiento de ingenieros de la 716ª División de Infantería.-leyó Teodor a sus amigos.-Séptimo ejército. OK West. Me dan casi dos meses para unirme a ellos. ¿Por qué tanto tiempo?
-No te engañes, el viaje va a ser largo. -repuso Adrian- Están trayendo toda clase de material para la ofensiva del verano, y los trenes están colapsados. A nosotros nos van a trasladar, no sé a dónde. Ya te escribiremos...
-Creo que lo que quería decir el viejo con von Rundstedt es de cuando te rebautizaron: parece que alguien le dijo al mariscal que las llamadas divisiones fijas (no me preguntes a qué se refiere ese término) estaban muy mal dotadas y éste respondió que si llevaban a unos cuantos suboficiales como un tal Benegorf al que había condecorado hacía tiempo, la cosa iba a mejorar seguro. Se estaban volviendo locos buscando al tal Benegorf hasta que alguien recordó el incidente.
-Has tenido suerte de no acabar en un disciplinario. -dijo Rolf- Una vez que me perdí en Brest-Litovsk...
-¿Cúal de ellas? - preguntó Adrian.
-Una de las veces, antes de conseguir volver con el pelotón me encontré con un grupo de uno de los disciplinarios. En mi vida he visto tipos más duros. No hablaban mucho, salvo uno de ellos: un tal Hassel. Si es verdad solo la mitad de lo que contaba...
Teodor miró a sus amigos. Era una despedida, quien sabía si para siempre:
-Quién iba a decir que acabaría así.-dijo.
-Por si te sirve de algo, la mayoría de los chicos piensa que es una injusticia.-dijo Otto.
-No sabía que siendo uno católico era tan difícil deshacer un matrimonio según el rito ortodoxo. Que para anularlo haya que llegar hasta el Obispo y quizás incluso al mismo Papa de Roma... El pater te ayudó cuando expuso esto.-dijo Adrian.
-También ayudó que el tipo de los certificados raciales dijera que ella no es eslava, sino báltica occidental, quizás con algo de escandinava... En mi vida he visto un tipo más nervioso, por cierto.
-Será porque nunca ha estado tan cerca del frente...-repuso Rolf. Y era verdad: estaban muy cerca de la última colina que habían atravesado en su huida. Allí habían instalado un puesto avanzado. A partir de ahí empezaba la tierra de nadie y, yendo siempre hacia el este, las líneas soviéticas.
-Es probable. -dijo Otto.- En confianza: creo que nuestro amigo Lothar Streicher tiene algo que ver en todo esto. Es ambicioso, y tú le molestabas...
-Shht!- Adrian hizo el gesto de silencio. A ninguno de ellos les gustaba Sreicher, pero empezaba a subir como la espuma. Teodor alargó su mano para estrecharla pero, al fin, conteniendo las lágrimas, acabó por abrazarse a todos, uno tras otro. Cuando deshizo el último abrazo dijo:
-Será mejor que suba...
-Sí, no te entretengas más.
Teodor subió al departamento que le habían asignado. De momento en el tren no había muchos heridos, aunque iría recogiendo por el camino, y el personal sanitario había podido dejarle una pequeña cabina. Dejó el macuto en un asiento y observó que alguien se había dejado un saco en el maletero de enfrente. El saco empezó entonces a moverse. Se subió al asiento y lo abrió. Era Daina atada y amordazada. Su pequeño cuerpo cabía en el saco un poco a la fuerza. Descubrió una nota: "Buen chico, no te olvides de tu mala chica". Aflojaba la mordaza cuando oyó el silbido del tren que partía ya. Se asomó al cristal y vio a Otto, Adrian y Rolf que se rieron al ver su cara. Poco a poco, también empezó él a reírse. Se estaban desternillando los cuatro cuando el tren salía para un largo viaje mientras Daina, que había conseguido soltar la mordaza, gritaba:
-¡Soltar, maldito! ¡No se reir, puerco! ¡Soltar!

Continuará...
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por APV »

fco_mig escribió:-También ayudó que el tipo de los certificados raciales dijera que ella no es eslava, sino báltica occidental, quizás con algo de escandinava... En mi vida he visto un tipo más nervioso, por cierto.
Me da la impresión de que un poco más y hubiera firmado que pertenecía a la noble estirpe de los barones bálticos, incluso descendiente de los caballeros teutónicos, con varios von en el apellido.
Conoce al enemigo y conócete a ti mismo; y en cien batallas no estarás jamás en peligro Sun Tzu.
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

Más menos, APV, más o menos... El asunto tiene truco. :- Pero no voy a destripar la solución ahora. :-X Tranquilo, que todo llegará a su tiempo.
Última edición por fco_mig el 22 Dic 2015, editado 1 vez en total.
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

5. -Cavando zanjas.
El tren comenzó un viaje que se iba a hacer muy largo. Al principio, avanzaron a buen ritmo, pero pronto tuvieron que quedarse horas enteras en vía muerta, en cualquier estación o apeadero, para dejar paso a los convoyes que se dirigían al este. Teodor les vio transportando todo: tanques, cañones, combustible... todo tipo de material alemán, italiano, húngaro, rumano, búlgaro... hasta anticuados modelos checos, franceses y polacos. Largos, interminables trenes recorrían las vías que los ingenieros habían tenido que preparar para el ancho normal. Estaba claro que se preparaba una nueva gran ofensiva. Le golpeó el hecho de ser consciente que él ya no formaba parte de todo aquello. Ahora comprendía qué había querido decir von Topp cuando dijo que "a un hombre de su temple le va a doler".
Si abundaban los trenes en dirección contraria, el suyo se iba llenando, con cada parada, de nuevos heridos y evacuados. Pronto Teodor y Daina empezaron a ayudar a los sanitarios, a petición de ellos primero y después voluntariamente. A veces, lo único que podía hacer Teodor era escuchar las historias escalofriantes que contaban algunos heridos. En esas ocasiones, solía repetir un latiguillo que parecía tranquilizarles: "Valor, compañero. Ya pasó. Valor." Los sanitarios, a cambio, trataban de darles un mínimo de intimidad a él y a su pretendida esposa. Teodor se había prometido no volver a tocarla, pero lo cierto es que no pudo mantener esa promesa ni veinticuatro horas.
Teodor y Daina hablaban en una especie de batiburrillo idiomático. El sabía mejor ruso que ella alemán, pero poco a poco ambos iban adquiriendo soltura en el idioma del otro. Se llamaba Daina Alexeieva Lehtla y era de Tartu, en Estonia. En su casa se hablaba casi por igual el ruso y el estonio. Su padre, profesor de instituto, había sido considerado sospechoso desde la invasión del Ejército Rojo en 1940 por "simpatías nacionalistas", ello a pesar de que siempre se había considerado un hombre de izquierdas próximo a los comunistas. Poco después, había sido detenido por la Cheka y llevado a Moscú. La familia había seguido su rastro, intentando descubrir cuáles eran los cargos que se le imputaban. Lo único que consiguieron es que la madre fuera detenida a su vez. Se habían quedado solos ella y su hermano Grigor cuando empezó la Operación Barbarroja. Lo último que sabía Daina de su hermano es que había corrido a alistarse en el ejército soviético al enterarse de la noticia. Teodor le preguntó por qué, teniendo en cuenta que sus padres estaban detenidos, sin motivo aparente, por las autoridades. La respuesta fue: "Sois extranjeros invasores." En cuanto a ella: la última vez que había pasado a preguntar por sus padres en la oficina de la NKVD donde suponía estaban detenidos, la habían retenido sin explicación. Luego la habían llevado por breve tiempo a una prisión de la que había salido cuando le entregaron un uniforme y la habían mandado al frente a cargo de un comisario político: el mismo que Teodor, según ella, había asesinado.
-¿Asesinato? Yo lo llamaría más bien eliminación de basura.
-¡Mal hombre no era! Se aprovechaba solo un poco...
-¡Rusos! ¿Por qué teneís que aguantar que os avasalle vuestra propia gente cuando sois capaces de pelear tan bien?
-¡Alemanes! ¿Por qué teneís que arreglar una otra casa antes de ordenar en la vuestra?
-He matado a otros que me pesan, Daina. Incluso varios compatriotas tuyos. Pero este no.
Lo que Teodor tampoco era capaz de entender era cómo habían mandado a tanta gente (hombres e incluso mujeres, pues Daina le aseguró que no era la única) a enfrentarse con la Wermatch sin una mínima instrucción o preparación. Y prácticamente sin armas, pues ella confirmó casi punto por punto lo que Dimitri le había dicho acerca de su grupo. Daina no supo explicar tampoco el propósito de ello, como no fuera liquidar rápido y de manera útil a gente en la que no se confiaba. "Lo dicho: matar a ese tipo fue eliminación de basura", había concluido Teodor. La chica le lanzó igual una mirada feroz. La idea de pedirle comida a él se le había ocurrido, como no, a Dimitri cuando el azote del hambre se había vuelto demasiado atroz: "¿no viste cómo te miraba aquel oficial alemán que habla ruso?" le había preguntado a ella. El resto ya lo sabía.
El tren siguió su marcha, lenta, irregular, hasta que llegó a un apeadero en medio de ninguna parte. Allí habían montado un hospital de campaña, grande pero improvisado. Tuvieron que bajar todos del tren, pues éste volvía hacia el este para ser usado de nuevo para otros menesteres. Teodor preguntó al director del hospital cuándo podrían reanudar el viaje. El doctor se encogió de hombros: la frecuencia de los trenes hacia el oeste era imprevisible. Iban a ver pasar muchos trenes por allí, pero en el sentido contrario. Las vías estaban saturadas y, tal como añadió ominoso: "luego está la faena de los partisanos: las líneas del ferrocarril son uno de sus objetivos preferidos".
Era cierto: Teodor y Daina perdieron allí más de dos semanas, contemplando el desfile de trenes y más trenes cargados con material y tropas dirigiéndose hacia el este. La única excepción, por lo demás notable, fue un tren que pasó a toda prisa hacia el oeste. Parecía un tren de mercancías normal, pero iba custodiado por soldados de las SS. No se detuvo en el enorme e improvisado hospital, pero hasta el director de éste salió a contemplar el prodigio: ¿qué clase de mercancía era tan importante como para requerir un tren custodiado por las SS que además tuviera prioridad sobre los convoyes que iban hacia el este? Cuando hubo pasado, Teodor y el director se miraron y se encogieron de hombros: a ninguno se le ocurría una explicación.

Continuará...
A decir verdad, en esta lucha de cada instante, donde el resultado más corriente es que se petrifique todo lo que hay de más espontáneo y valioso en el mundo, no estoy seguro de que podamos ganar.
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

Dos días después, Daina y él, junto con otros evacuados, pudieron por fin subir a un tren. De nuevo, retrasos justificados por el hecho de tener que dejar paso a los trenes que iban en sentido contrario. El único otro incidente destacable fue cuando tuvieron que parar porque habían saboteado las vías. Teodor examinó el asunto y descubrió que, aunque habían quitado los rieles del lado "bueno", seguramente para facilitar el trabajo, en el otro lado quedaban los dos rieles paralelos resultantes de ajustar el ancho de las vías. Teodor preguntó a los maquinistas si tenían herramientas. Cuando las obtuvo, organizó grupos de trabajo y consiguió remontar las vías como para que pudiera pasar el convoy. Una chapuza, pero les permitió llegar hasta la siguiente parada donde pudieron dar parte del hecho y solicitar que mandaran a alguien que reparara de verdad la línea. El capitán al cual dio parte de la novedad comentó: "¡Esos malditos partisanos! ¡Este sector está infestado de ellos!" De nuevo, a Teodor le hubiera gustado quedarse y echar una mano, aunque fuera sólo en esa labor más bien policial. Pero tenía que reanudar su viaje. Ya a punto de entrar en territorio del Gobierno General de Polonia pasaron otros tres días retenidos en otra estación. De nuevo dejando paso a trenes que llevaban la dirección contraria. De nuevo, con la única excepción de un tren de carga que iba hacia el oeste custodiado por hombres de las SS. ¿Qué demonios significaba aquello?

Alcanzaron por fin Varsovia y tuvieron que despedirse de los sanitarios. El tren acababa su viaje en esa ciudad. A partir de allí Daina y él tendrían que seguir por su cuenta. Los sanitarios se despidieron de ellos pidiéndoles perdón por no haber podido ofrecerles un viaje de novios mejor. Daina les dijo que había viajado en condiciones mucho peores y tenía razón. Le había explicado a Teodor el increíble hacinamiento que padeció cuando la habían desplazado desde la prisión al frente. Las enfermeras le habían proporcionado a ella alguna ropa y, cuando abandonaban el andén, Teodor se sorprendió. Ahora que la observaba detenidamente por primera vez desde que salieron, no podía creer que el extraño cruce entre gato montés y espantapájaros que había tenido entre sus brazos se hubiera transformado en la hermosa joven que caminaba a su lado. Pensó vagamente que aquello le iba a ahorrar muchas explicaciones a sus padres. Habían acordado que mantendrían la farsa de su casamiento en secreto al menos hasta presentarla a sus padres en Altheim. Después, ella podría ir donde quisiera y ya inventarían algo para justificarlo.
Se sorprendió aún más al ver el reflejo de ambos en un cristal: ¿de verdad eran Daina y él mismo aquella pareja formada por un joven y gallardo Oberfeldwebel de la Wermatch y su bellísima acompañante? Era una visión que levantaba la moral de cualquiera que no supiera las verdaderas circunstancias. Le vinieron a la cabeza las palabras de Otto sobre la tramoya que ocultaban las cosas.

Cuando fue a la ventanilla de la estación para comprar los billetes para Munich, se encontró con que el primer tren salía al cabo de una semana.
-¿No tiene nada antes de eso?
-Como no sea en un tren especial de las SS...-comentó el vendedor, como de pasada.
-¿Un tren especial de las SS? ¿Qué es eso? ¿Se puede acceder a ellos?
De golpe, el vendedor se había puesto muy nervioso y un hombre que estaba dentro de la oficina lo miraba con asombro. Estaba claro que a su interlocutor se le había escapado algo que no debía. ¿Qué estaba pasando? El vendedor intentó arreglarlo.
-Son... Es algo que están probando los de las SS, ¿sabe?... Veo que usted no pertenece a ellas. Así que no. No es posible acceder a esos trenes... ¡No a usted!
Ahí había algo raro. Teodor lo hubiera jurado sobre la Biblia. Pero decidió que no había tanta prisa y tampoco quería poner en más apuros al vendedor de billetes. Así que compró lo que había y preguntó dónde podían encontrar un alojamiento a buen precio. El vendedor se apresuró a aconsejarles, con una precipitación que denotaba de nuevo que era consciente de haber cometido un error. De pronto, recordó aquellos trenes de carga custodiados por las SS que había visto dirigirse al oeste saltándose la prioridad ¿Serían esos algunos de aquellos "trenes especiales" de las SS en pruebas? En fin, se lo preguntaría a Claus, si es que condescendía a explicárselo y no le salía con su famoso latiguillo de: "es cosa de las SS. Vosotros, simples mortales, no teneís por qué saberlo."

Hubieran visitado la ciudad, que parecía bastante interesante, pero se encontraron con un ambiente extraño, insano. Cuando Teodor iba de uniforme, la gente que hablaba detenía la conversación cuando pasaban, y eso que ninguno de los dos entendía el polaco. Descubrieron miradas subrepticias, que entreveraban el miedo y el odio. La gente que les atendía parecía incómoda al hacerlo... Por fin, Teodor dio algún dinero a Daina para que se comprara ropa y le comprara a él un traje civil. Iba contra las ordenanzas, pero fué la única manera de pasear con comodidad por las calles. Si no abrían la boca, la gente no reparaba en ellos. De todos modos, había algo en el aire. Ambos lo notaban. ¿Sería debido al guetto donde se hacinaban miles de judíos? Imposible saberlo: sin conocer el idioma no se podía preguntar por la calle y cuando Teodor intentó ojear la prensa alemana, dejó de inspirarle confianza desde que leyó las noticias que traía del frente. Podía comprender que era preciso mantener alta la moral de la población pero ¿eran necesarias tantas mentiras descaradas? Pintaban la situación en Rusia de un color de rosa que distaba mucho de ser real.
Al fin tomaron el tren en dirección hacia Munich. Al partir, Teodor no pudo evitar comentar: "Aquí pasa algo raro, Daina. Aquí pasa algo". La chica solo había podido mirarle y decir: "Sí, pero ¿qué?" Ninguno de los dos tenía entonces respuesta para esa pregunta. No hubo ningún otro incidente digno de mención hasta llegar a Altheim, donde ya les esperaba la familia Whenk: sus padres y su hermano Claus. Este último parecía extrañamente ajeno y silencioso.

En contra de los peores temores de Teodor, Daina pareció caer bien a la familia. Cuando Teodor explicó avergonzado a Franz Whenk que podía dar por acabada su carrera militar, su padre había señalado un retrato colgado en la pared y había dicho: "No te preocupes, hijo. Tu bisabuelo tampoco pasó nunca de sargento." Era el cuadro de Maximus Whenk, con el uniforme de 1870 y luciendo la Cruz de Hierro de primera clase obtenida en la batalla de Sedán. También era, aunque eso se recordaba menos, el fundador del negocio familiar. Luego, Teodor le había preguntado a Gretchen: "Oh! Se lo toma con tanta calma porque se ha resignado a la maldición familiar."
-¿Maldición familiar? ¿Es que hay una maldición sobre los Whenk?
-Son cosas de tu padre. Dice que, en cada generación, ha de haber un Whenk que lo tire todo por la borda por haberse enamorado de la persona equivocada. Ya sabes que no le gustan las supersticiones, pero no las tenía todas desde lo de tu tío Helmut.
-¿Lo de mi tío? ¿Qué me estás diciendo?
-¿No sabías que papá heredó el negocio entero porque tu abuelo desheredó a tu tío Helmut a causa de una mujer? También se dice que fue un escándalo de faldas lo que obligó al bisabuelo Max a volver a la vida civil después de Sedán.
-Creía que papá le había comprado su parte al tío Helmut. No sabía que lo habían desheredado.
-Es toda una historia... Ya te la contará él mismo un día, si se lo pides.

Continuará...
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por APV »

Una maldición familiar :lol:

Posiblemente remonte a la Antigüedad cuando un guerrero bávaro tras una victoria por las prisas hiciese un sacrificio en un templo en honor a Freya y no a Wotan.
Conoce al enemigo y conócete a ti mismo; y en cien batallas no estarás jamás en peligro Sun Tzu.
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

APV escribió:Una maldición familiar :lol:

Posiblemente remonte a la Antigüedad cuando un guerrero bávaro tras una victoria por las prisas hiciese un sacrificio en un templo en honor a Freya y no a Wotan.
Más probablemente, una gitana cuando el primer Whenk que luchaba con Wallenstein le saqueó lo poco que tenía :-))
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

Esa misma noche, dormitando con Daina acurrucada a su lado, le pareció oír jaleo en el piso inferior. ¿Podría haberse colado un intruso o eran imaginaciones suyas? Con cuidado para no despertar a Daina, bajó de la cama y, poniéndose una bata por encima descendió por los escalones procurando no hacer ruido. Sí que había alguien abajo: cantaba con voz pastosa y reconoció la canción. Era "Horst Wessel", pero no con la letra normal, sino la versión que les había enseñado Otto a escondidas al grupo. Tan obscena que solo la cantaban cuando estaban seguros que nadie podía escucharles. Teodor recordaba cómo habían tenido que vigilar a Hans para que no se le escapara en momentos inoportunos. Por fin descubrió al cantante en el salón de la cervecería, frente a una botella de Schnapps vacía, otra a medias y un vaso lleno en la mano. Pero lo que más le sorprendió fue la identidad de éste:
-¡Claus! ¿Estás borracho? ¡¿Tú?! - Era increíble pero cierto. Teodor nunca había visto a su hermano borracho desde que tenía uso de razón. El interpelado contestó tropezando con las palabras.
-Enha... Enhorabun... Enhorabuena, enclenque. Te felicito por la mu... la mush... la chica. Es más rusa que Lenin pero no importa. Si aún creyera en esas tonterías quizás te ded... denan... denunciaría pero la raza superior es una pura idiat... idiotaz...
-¿Delirios, quizás? - le ayudó Teodor, cada vez más asombrado.
-¡Eso! ¡Delirios! ¡Bien dicho! A tu salud...-bebió un trago del vaso que tenía en la mano.- Tenemos unos jefes d-delit... delirantes, ¡te lo digo yo!
-¿Sabes lo que estás diciendo, Claus? - Estaba empezando a preocuparse. Por mucho que fuera Untersturmführer de las SS todo lo que llevaba ya dicho podía meterlo en un buen lío, incluso alegando estado de ebriedad.
-¿Si lo sé?... Ja!... Sois vosotros los que no sabéis nada... Nada de lo que se ha decidido... ¿Sabes que me ofrecieron un puesto en la retaguardia?
-Lo explicaste durante la cena, -por cierto que en la cena, ahora lo recordaba Teodor, Claus ya había bebido más de lo que acostumbraba- dijiste que rehusaste porque los nuevos reclutas de la Leibstandarte te van a necesitar.
-¡Naaa...! Lo hice porque la Leibstandarte es algo de lo que puedo enor... enorgol... estar orgulloso, eso. Lo otro, lo que me ofrecían, era... repugnante... odioso - de golpe, en medio de la mirada beoda de su hermano, Teodor creyó ver un reflejo de horror.
-¿Qué quieres decir? ¿Que donde me mandan a mí...?
-Noooo... Enclenque, lo tuyo es algo limpio... Como una patena, oye.
Teodor se quedó desconcertado:-Pues yo no creo que algunas de las cosas que hice en Rusia fueran limpias. Ni estoy para nada orgulloso.-dijo, con pesar.
-Beh! Eso es la guerra. El que crea que no es zon... ton... tonto. Si supieras lo que llegamos a hacer nosotros...
-No es sólo que hice. También lo que tuve que ver...
-¡Teneis un si--psi-psicopato..! eh... psicópata en el regimiento ¡Como si lo viera! Pues nosotros os superamos: ¡tenemos dos! ¡ja,,ja, ja!... ¡Bah! P-p-pecatta minuta, como dice el tío Sandro... La milicia los atrae como la miel a las moscas... Yo hablo de lo que hacemos en la retaguardia...
-¿Qué pasa en la retaguardia? - De repente, Teodor acababa de recordar el extraño ambiente que se respiraba en Varsovia.
-Es un secreto... Y tú no deberías car... car....-Claus se detuvo de pronto y cambió de tema, su voz pareció volver por un momento al borde de la sobriedad.- ¿Sabes por qué te regalé la Walther?
-No. Es algo que me he estado preguntado.
-Me senté a una mesa y tracé una raya con tiza en medio. Luego, hice girar la pistola... Si el cañón apuntaba a la parte donde yo no estaba sentado, me desharía de ella de algún modo; si apuntaba a mi lado, me iba a volar la tapa de los sesos... Y tuviste suerte, enclenque, pues salió que me deshiciera de la pistolita. Siempre t-t-tienes suerte al final...je! - con las últimas frases, fue regresando a la ebriedad. Teodor estaba cada vez más desconcertado.
-¿Tú tenías ideas de suicidio? ¡¿Por qué?!
-Porque es una fass... fras... una farsa. ¡Todo una farsa!
-¿Una farsa? ¿Qué es una farsa?
Claus tomó otro trago, se levantó de la mesa, alzó el vaso, lleno aún aproximadamente por la mitad y lo alzó en lo que parecía, a la vez, un brindis hacia nadie en concreto y una burla del saludo nazi. Declamó:
-El nazismo es, en esencia, un hecho moral: desprenderse del hombre viejo que está corrompido para vestir el nuevo... El nuevo hombre... ¿Y cúal es el aspecto del hombre nuevo? ¡JA! - Apuró el vaso de un solo trago y empezó a tambalearse. El vaso se estrelló contra el suelo y Claus iba a seguirlo con seguridad. Teodor consiguió sujetarlo e intentó que acabara de explicarle, pero solo obtuvo una especie de balbuceos ininteligibles. Cargó a su hermano como pudo y lo subió arrastrando al piso superior. Lo acomodó como pudo en la cama de éste, le quitó las botas y le abrió la chaqueta, aunque no logró quitársela. Ya hablarían al día siguiente. Si es que Claus estaba en condiciones de hacerlo, claro.

Al día siguiente, Claus no estaba en condiciones de hablar. No hizo falta explicar mucho a unos padres que llevaban toda la vida trabajando en una cervecería. Gretchen interrogó a Teodor preguntando si por la noche habían empezado una competición a ver quién de los dos resistía más bebiendo.
-Eso fue sólo una vez, y cuando éramos adolescentes, mamá. Además, ¿te parece que yo he tomado?
-No. Pero no es propio de Claus emborracharse. ¿Te explicó algo?
-Solo incoherencias, mamá.- Teodor prefirió no preocupar a su madre con lo que le había explicado Claus acerca de su intento de suicidio. Quería creer que eran simples elucubraciones de borracho.
Por su parte, Franz llegó de la cervecería con una infusión bien cargada (casi imposible conseguir café) y un chorro de Schnapps para Claus: "lo mejor es un poco de veneno del bicho que te picó" le dijo a su hijo mayor. Claus no se veía capaz comer nada ese día. Marchó antes del mediodía. La familia fue a despedirle a la estación, bastante preocupada. Especularon con que podría tratarse de algún problema con Egna van Geer, a quien todavía no conocían. De hecho, nadie se explicaba por qué habían suspendido el casamiento esos dos. Solo a Teodor se le ocurrió otra posible explicación, aunque no la comentó: daba la impresión que guardaba un secreto, como zur Linde. Pero lo que a éste parecía divertirle, a Claus le estaba destrozando por dentro.

Continuará...

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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

Ya durante la comida, la madre dijo a Daina y a Teodor que había que planear el casamiento católico cuanto antes. "Es verdad, hay que ponerse en orden con Roma lo antes posible", la apoyó su marido. Teodor alegó que tenían poco tiempo: debía presentarse en su nuevo destino como máximo el siete de marzo y ya estaban a veintiséis de febrero. Gretchen dijo entonces que podrían hacer una ceremonia pequeña e íntima. Teodor agradeció con alivio que Daina contestara que, si se iba a casar, quería una verdadera ceremonia con un bonito vestido y montones de invitados, pues lo otro "ya lo habían tenido". Acabada la colación, Franz Whenk se llevó a Teodor aparte y sacó del fondo de su bolsillo dos cigarros puros. Le ofreció uno y encendieron ambos.
-Los guardo desde antes de la guerra para una ocasión. No se me ocurre otra mejor que celebrar que uno de mis hijos ya es padre de familia.-dijo. Avergonzado, Teodor bajó la cabeza y fumó, pero su padre reparó en que estaba perturbado: "¿Qué te ocurre, hijo?" Teodor logró salir de nuevo por la tangente:
-Pensaba en Varsovia: noté algo raro allí. ¿Sabes que sólo me atrevía a salir a la calle vestido de civil? Tenía la sensación que, yendo de uniforme, la multitud se nos echaría encima al menor paso en falso.
-Bah! Es el sentimiento típico del vencido hacia el vencedor.
-No. No era eso. - Teodor había empezado a hablar por cambiar de tema pero, ahora que pensaba, cada vez lo veía más claro.- En Francia sí lo era: nos miraban con temor y rabia. Pero allí era algo más: había temor, rabia... y Odio. Así, con mayúsculas: Odio. Me preocupa desde que salimos de Varsovia.
-No sé. Tal vez sea que el temperamento polaco es diferente del francés.
-Tal vez...
-Por otra parte, las cosas aquí no están yendo tan bien como todo eso.
-¿Qué quieres decir, papá?
-Verás: ¿Te acuerdas de Ren Stöll?
-¿El Loco Stöll? Claro. ¿Qué tal está ahora?
-Ha muerto.
-¿Qué? ¿Cómo? No era tan viejo. ¿Qué pasó?
-Le eutanizaron por deficiente mental.
-¿Pero qué me dices? Si era inofensivo. La parroquia...
-En uno de sus internamientos periódicos desapareció y luego nos enteramos que le habían aplicado el programa de eutanasia para enfermos mentales. El párroco redactó una carta de protesta y muchos firmamos, incluidos varios militantes de base del NSDAP, como yo mismo. Siento decir que Kurt Hagel no lo hizo.- Hagel era secretario del ayuntamiento, además del presidente de la Sociedad de Amigos de las SS de Altheim. Un hombre ambicioso cuyas diferencias con Franz Whenk eran desde antiguo públicas y notorias. Gracias a ello, por mucho que lo intentara, las denuncias que pudiera hacer Hagel contra ellos no eran tenidas en cuenta por las autoridades locales. - Hubo muchas cartas así, de varios lugares. Consiguieron parar el programa. Pero para Stöll ya era demasiado tarde. El mal estaba hecho. - Padre e hijo permanecieron un momento en silencio - ¿Sabes, hijo, que he conocido a Heinrich Himmler? Estuvo de visita en Landshut. Se ve que estudió allí.
-¿Y qué te pareció?
-Ya que no está aquí tu hermano voy a decírtelo: me decepcionó.
-¿Por qué? - Teodor no salía de su asombro. La noche pasada, Claus se emborracha y dice cosas que nunca creyó llegar a oír de sus labios. Ahora su padre empieza a mostrarse crítico con el régimen.
-Un hombrecillo regordete, fantasioso y con ojillos de ratón. Eso es lo que me pareció. No comprendo por qué el Führer permite que medre a su lado. Quizás sea que le hace reír pero... ¡es el segundo hombre más poderoso del Reich! Por otra parte: ¿Sabías que nos han estado bombardeando? Los ingleses han bombardeado Berlín y Hamburgo, por lo menos. Y en octubre también Núremberg, estoy seguro.
Teodor recordó cierto simulacro de bombardeo, ocurrido hacía ya mucho tiempo, pero dijo:
-No lo sabía.
-Tía Hildegard ha escrito desde Italia: allí también han bombardeado. Parece que lo dijeron Goebbels y Goering era pura propaganda.
Teodor empezaba a pensar que su padre estaba volviendo a sus antiguas convicciones cristiano-demócratas. Pero no era exactamente así: todavía creía en Adolf Hitler, aunque hubiese empezado a desconfiar de la gente que lo rodeaba. Lo más parecido a una crítica sobre la persona que le oyó es que temía que estuviera perdiendo el contacto con la realidad del día a día:
-Entiendo que la guerra tiene prioridad, pero creo que el Führer debería salir un poco de la Wolfsschanze y pisar la calle. Mi padre me dijo, en el 17, que hay un límite a lo que puede soportar la retaguardia. Y empiezo a entender lo que quería decirme. No; - se anticipó Franz al gesto de su hijo - no hemos llegado a ese límite, ni mucho menos. Estamos muy lejos de eso. Pero empezamos a entreverlo en el horizonte.
Aquello era bastante más de lo que Teodor hubiera creído posible después de ver el entusiasmo inicial de su padre por el nazismo. También le impresionaba que, por primera vez en su vida, su padre le hablara como a un igual. La única autoridad que parecía reservarse era la que proporciona la experiencia. Aún podía dar consejos, por lo que pudieran valer. Pero eso era todo. Los dos hombres apuraron los cigarros y finalmente Franz dijo: "Venga, es hora de reunirse con las señoras." Al día siguiente, Teodor partió por la mañana hacia Francia.

Continuará...
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

El 7 de marzo de 1942, Teodor se presentó en las oficinas del 716º Regimiento de Ingenieros de la 716ª División de la Wermatch. Se encontró con un hombre alto y con gafas, con galones de Feldwebel y una calva incipiente que parecía estar escribiendo algo. Le llamó la atención el desorden, por lo menos aparente, que había en los despachos. Teodor se dirigió al hombre con gafas.
Heil Hitler! Se presenta el Oberfeldwebel Teodor Whenk, anteriormente de la 45ª División.
-Hmmm... ¿Ha dicho Whenk? - contestó el hombre.
-Sí, Teodor Whenk. W-h-e-n-k. Oberfeldwebel procedente de la 45ª División. Creo que me esperaban...
-Eh... Un momento...
El hombre comenzó a revolver papeles, dejándolos de lado cada vez que comprobaba que no era lo que buscaba. Cuando acabó con los que había desparramados por el escritorio empezó a abrir los cajones del mismo sin resultado. El hombre entonces llamó a un tal "Fritz": apareció un Obergefreiter, un muchacho gordo casi adolescente, al que preguntó si sabía algo de la orden. A Teodor empezaba a caerle el alma a los pies; en la 45ª, habrían tenido preparada y a mano la orden de recepción desde el día anterior, por lo menos. Finalmente, el tal Fritz se dirigió a un archivador y, luego de buscar un poco, sacó por fin la orden y se la entregó al hombre de las gafas, que se dirigió a Teodor:
-Sí... es esta. Firme aquí. - Teodor lo hizo - No olvide presentarse al capitán Staffen.
-¿Dónde? - preguntó Teodor.
-Ah! Estará por ahí. Pregunte.
-Se lo pregunto a usted. - dijo Teodor, ya fastidiado.
-Pues yo no lo sé. Seguro que, en el cuartel, alguien sabrá indicarle.- dicho esto, volvió a lo que estaba escribiendo al principio. Teodor iba a decir algo más, pero prefirió callarse. ¿A qué clase de regimiento había ido a parar? Cuando salió, aún oyó oír decir al hombre de las gafas: "Oye, Fritz, ¿que rima con 'discreta' que no sea 'secreta' ni 'concreta'?".
-¡Poeta! - gritó Teodor al salir, aguantando el enfado. No llegó a oír las sinceras "gracias" que le respondieron.

-Whenk... Whenk... Ah, sí! El ladrón de comida. Pues le aseguro que aquí va a sudar todo lo que coma, Whenk.- Hubiera sido más efectivo si el capitán Staffen no lo hubiera dicho mirándose en un espejo de cuerpo entero, pasándose un cepillo por el uniforme de gala.- Aquí trabajamos todos para la organización Todt. Casi nueve horas al día, de lunes a sábado...
-Pero, señor, entonces: ¿Cuánto tiempo queda para la instrucción?
-Unas tres horas, domingos aparte, aunque entonces casi un tercio del regimiento suele estar de permiso. De todos modos, usted ha de pasar dos horas haciendo el correspondiente curso para ingenieros con un profesor de la misma organización Todt, los lunes, miércoles y viernes. El teniente Möller le mostrará su alojamiento. A menos que quiera rascarse el bolsillo y alquilar una habitación en Caen. Eso es todo de momento, Whenk, puede retirarse.
Staffen omitió el "Heil" y por esa razón, Teodor se limitó a saludar militarmente antes de salir de la pieza. Ahora estaba seguro: si el regimiento de ingenieros era una muestra, la 716ª era una división infame.

Al día siguiente, el Obergefreiter Fritz Hagen (el chico gordo de la oficina) le entregó una carta que había llegado hacía unos días. Al menos, tuvo el detalle de disculparse por no habérsela entregado en el momento en que llegó. Era de Adrian Müller:
"Querido Teodor:
Siento decirte que nuestro amigo, Rolf Bauer, ha muerto por congelación el día 13 de febrero. Es decir, un par de semanas después de marcharte tú. Lo enterramos el día de ayer. Siento también decir que los únicos que estuvimos presentes en el funeral fuimos Otto y yo, aparte del padre Brühl. Un gran contraste con el funeral por Hans, al que fue casi todo el mundo. No hubo honores militares. Me temo que nuestro Rolf no se había hecho estimar por la gente, precisamente. Tampoco había ningún pariente a quién notificar, según nos dijo Otto Balling. Parece que él mismo se había extrañado y le había preguntado a Rolf para confirmarlo, pues era de los pocos en la división que no tenía deudos. Quien no se consuela es porque no quiere.
Tampoco tenía muchas posesiones. Lo que más llamaba la atención es una versión en ruso, manuscrita y resumida, aunque no mala, de "La metamorfosis" de Kafka. Raro ¿verdad? Sea como fuere, todo se acabó para él. Puede que haya sido mejor así.
Por otra parte, espero que al recibo de ésta os encontreís bien de salud, tú y tu esposa. Pronto, si Dios quiere, Otto irá a visitarte a casa de tus padres en Altheim. Había acumulado permisos pendientes y ha decidido que era el momento de tomarlos, antes de la ofensiva que se prepara. No creo estar contándote ningún secreto si te digo que nos han trasladado al frente sur y ahora somos parte del II Ejército.
Recibe los mejores deseos de tu amigo:
Adrian.
"

Recordando algunos momentos protagonizados por Rolf, Teodor estaba de acuerdo con Adrian: probablemente, hubiera sido mejor así. Era evidente, en los últimos tiempos, que estaba perdiendo el poco control que aún tenía sobre sus instintos asesinos. A veces, le costaba creer que una vez le hubiera podido llamar amigo. Por lo que hacía a Otto, seguramente habría llegado a la cervecería sin hallarle. Lo cual confirmó una carta posterior de su madre:
"Querido hijo:
Espero que, al recibo de ésta te encuentres bien de salud. Todos quisiéramos saber cómo te encuentras en tu nuevo destino. Tu mujer, dice que quiere reunirse contigo en cuanto sea posible. Ha oído hablar de las francesas y no le ha gustado lo que ha oído. He intentado tranquilizarla, pero ella insiste. Y creo que te tiene reservada una sorpresa que no le voy a descubrir. Tiene sus cosas, como todas, pero si te sirve mi opinión, creo que a pesar de todo has elegido bien.
Ayer vino a verte aquí, en la cervecería, tu amigo Otto Schultz. Preguntó por tí a papá y cuando supo que no estabas iba a marcharse. Pero, ansiosos como estábamos por conocerlo, papá insistió en que no se iba sin probar nuestras salchichas con chucrut acompañados de cerveza casera. Y él no se pudo negar.
Es tan simpático y culto como decías y nos hizo pasar a todos una velada agradable. Y eso que, según insiste él mismo, la única universidad en la que ha estudiado es la de la vida. Procede de una aldea tan pequeña que ni siquiera figura en el mapa de Baviera que exhibimos en la cervecería. Señaló el lugar más cercano que aparece en el mapa: Bad Hindelang, en medio de los Alpes. Pero, como ya sabes, ejerce de berlinés y se tiene por tal. El único momento un poco difícil fue cuando papá le preguntó por su época en las SA. Otto contestó que lo había dejado después de lo que hicieron con Röhm. Tu padre protestó, pero él dijo que, dejando de lado con quién se iba al catre, no podía creer que Röhm hubiera sido un traidor. "No. Nunca hubiera hecho traición a la Patria; él no.", recuerdo que dijo. Eso parece haber hecho algo raro con papá. ¿Sabes que le han llamado la atención un par de veces en las reuniones del partido nazi? Poco a poco, parece estar volviendo a ser el socialcristiano que fué. Yo que pensaba que nunca volvería a pensar por sí mismo.
Por lo demás, Otto nos hizo reír a todos con sus historias. Está claro que os quiere mucho: a tí y al resto. Cuando se despidió, camino de Berlín, Daina y yo comentamos y estuvimos de acuerdo en que, cuando todo esto termine, necesitará una mujer. No va a ser fácil dar con ella, pues está claro que es un hombre refinado, de mundo. Pero seguro que entre las dos encontraremos.

Recuerdos de tu padre y besos de tu madre y de tu mujer:
Gretchen Whenk
/ (En caracteres Cirílicos) Daina

PD: Otto me dijo que su tío Gottlieb le iba a enviar el paquete a un tal Fritz Schwerin a la lista de correos de Caen, que le informaras de ello."

Teodor no pudo evitar sonreír cuando leyó que su madre estaba empeñada en encontrarle una novia a Otto. También le intrigó que Daina quisiera reunirse con él. ¿Por qué motivo iba a hacerlo? Sería una excusa para desaparecer, probablemente. La postdata le pareció extraña hasta que se dio cuenta: Otto, el muy pillo, había dado con un sistema para eludir la censura militar.

Continuará...
A decir verdad, en esta lucha de cada instante, donde el resultado más corriente es que se petrifique todo lo que hay de más espontáneo y valioso en el mundo, no estoy seguro de que podamos ganar.
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

El 14 de marzo le llegó a Teodor una extraña carta. Nunca supo cómo ni por qué medios había eludido la censura, pues se la habían reenviado del cuartel general de la 45ª en Salzburgo. Quizás habían vacilado al ver que la carta estaba perfumada y la caligrafía femenil. Una caligrafía cuya única muestra había quemado, pero llevaba grabada en el corazón. Que la 716ª no la hubiera examinado no le extrañaba tanto: Fritz y Hermann (el sargento-poeta con gafas que lo había recibido) no eran gente muy competente. La carta no tenía remitente y rezaba:
"Querido Teodor:
Si llegas a leer ésta puedes considerarla como mi último adiós, pues significa que he muerto, o no tardaré. En mi corazón quiero creer que ambos conseguiremos sobrevivir, reencontrarnos, estar juntos por fin, pero en mi mente no creo que lo logremos. Creo que te debo una explicación por todo lo que pasó y lo que no pasó entre nosotros.
En primer lugar, tengo que confesarte que soy miembro del Kommunistische Partei Österreichs desde que tenía 16 años. Me metí en ello por lealtad a mi hermano mayor, Klaus y, poco a poco, me he ido comprometiendo con la causa hasta el punto que estoy completamente metida en ella ahora.
La primera vez que te ví, cuando el accidente de tren, pensé que eras el hombre más hermoso que había visto jamás. Sentí mucho que desaparecieras así, sin más. Me alegró reencontrarte en el café la noche del refugio. Pero me encontraste en mal momento. Tengo que confesarlo, aunque me duele: como parte de mi labor, tenía que engatusar a cierto oficial de las SS y sacarle todo lo que sabía. He estado haciendo cosas así desde hace unos meses. Todo por la causa. Y nunca me sentí tan sucia como cuando te ví en ese momento.
Como bien puedes imaginar, era un juego peligroso. Y finalmente, la Gestapo dió con nuestra cédula. En aquel momento mi madre, que también se halla involucrada, y yo tuvimos que huir de Salzburgo. Redacté la note apresurada que, según mi hermano, te hizo llegar mediante el método de prestigitador que de pequeños perfeccionamos los dos. El mismo que utilicé para colocarte una de mis tarjetas de visita. Espero que la hayas leído y, como te dije, destruído. De otro modo, corres un gran peligro. Deshazte de ella como debes deshacerte de esta carta.
Hemos perdido el contacto con mi hermano hace ya una semana y la Gestapo está estrechando el cerco sobre nosotras. Tenemos amigos que intentarán hacernos llegar hasta Suiza. Si pasamos, te enviaré una carta desde allí y nunca recibirás ésta. Si no, un amigo se encargará de hacértela llegar. No me preguntes cómo. Ni yo lo sé ni es bueno que lo sepas tú.
Lo siento mucho si te he hecho daño.
Tuya:
Hanna Helzer.
"

Esa misiva marcó el punto más bajo de su estado moral en todo el tiempo que estuvo sirviendo en el 716º de Ingenieros.

Continuará...
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

Para Teodor fue fácil, aprovechando una de las demasiado frecuentes ocasiones en que Hermann y Fritz discutían a gritos en las oficinas, hacerse con una cartilla de identificación en blanco y con los sellos en regla de la división. Sólo tuvo que rellenarla con algunos de sus datos y el nombre del recordado "perro loco" al que degradó a simple soldado, poner un garabato ilegible como firma y pegarle una foto propia no muy clara, por seguridad. Era poco probable que alguien se diera cuenta cuando el mismo cuadro de efectivos que se exhibía en las oficinas era inexacto, como había podido comprobar.
Una vez estuvo seguro que nadie echaba de menos una cartilla de identificación perdida (cosa que le hizo estremecerse ante lo que hubiera podido hacer la Resistencia Francesa, si lo supiera) fue a la lista de Correos de Caen, se identificó como Fritz Schwerin y le entregaron un paquete que había a su nombre, enviado por un tal Gottlieb Schultz, de quien dijo que era un amigo civil. Nadie hizo preguntas incómodas. Dentro del paquete había un simple marco de foto vacío, para darle peso y dos cartas. Una era de Otto:
"Querido Teodor:
Traté de encontrarte en casa de tus padres pero, como ya debes de saber a estas alturas, no pude dar contigo. Así que he tenido que idear este sistema, pues hay cosas que debo decirte que no me permitirían por el correo de la división. Adrian te contó lo que se podía contar, así que algunas cosas no tengo que explicártelas. Pero no podía decirlo todo.
Como ya sabes, Rolf Bauer murió por congelación, y debo decir que no ha sido el único. Pero su caso es, como mínimo, curioso. Los últimos tiempos solía desaparecer por las noches y, a la mañana siguiente, repartía ropa de abrigo entre los soldados. Nunca lo explicó abiertamente pero a veces encontrábamos el cadáver desnudo de un ruso, civil o militar, en algún rincón. Debo destacar que él mismo nunca se quedó con una sola prenda. Las repartía todas. El 13 de febrero lo que encontramos fué su propio cadáver congelado, con una sonrisa en los labios. Podría suponerse que era a causa de que la muerte por congelación, como nos explicó en su día el doctor, es dulce cuando llegan los últimos estadios, pero quizás hubiera algo más.
Como ya sabes, Rolf era cualquier cosa en el regimiento excepto popular. Al funeral solo asistimos, por un extraño sentido de la lealtad, Adrian y yo. Pero el padre Brühl hizo uno de los panegíricos más sentidos que le he oído, insistiendo que se trataba de un alma atormentada por quien nos rogó que rezáramos para que pudiera hallar la paz.
Adrian te habrá dicho también que hallamos en su petate algo inesperado: una versión en ruso, resumida y manuscrita, de una historia de Kafka y, en un sobre cerrado, una carta dirigida a tí. He tenido que hacer un enorme esfuerzo para no abrirla, pues ya sabes que soy un curiosón. Por eso te ruego que, cuando nos volvamos a ver, me expliques qué te decía en ella.
¿Recuerdas a Dimitri Korolenko? ¡Qué digo! seguro que sí. Debes saber que el tipo terminó ocupando el lugar del inestable Rolf como traductor en el Estado Mayor de la división. Hace poco, ha ido a unirse al ejército de Vlasov. Müller le despidió y le hizo un comentario al que Adrian, entonces, no dió importancia. El comentario era que no había visto ningún judío entre la gente que, poco a poco, se ha ido reagrupando en torno a la Iglesia que ahora regenta el padre Pavel. Le parecía raro pues tenía entendido que en esta región abundaban los judíos.
Como te he dicho, Adrian no dió importancia al comentario hasta que lo incluyó en una carta suya y Balling vino a verle diciendo que no podía enviarla así. Naturalmente, preguntamos por qué y nos dijo que desde hace un par de meses está prohibido mencionar la cuestión judía. Cuando le preguntamos de nuevo nos dijo que las normas son las normas, pero que no sabe el por qué de esa directiva. No sé si creerle.
Otra cosa extraña cuando venía hacia el Oeste: el tráfico ferroviario sigue imposible, pero resulta que conozco a cierto oficial de la Luftwaffe (del cual solo te diré que es muy dulce, si me entiendes) que aceptó encantado llevarme parte del camino en un Storch hasta un lugar donde no había tanto problema. Pues bien: cuando llegué a la estación donde iba a proseguir mi viaje, me crucé con una patrulla de las SS. No pertenecían la Waffen SS, estoy seguro. Tú mismo me has enseñado a reconocer las insignias de sus cinco divisiones. Cuando le pregunté a alguien que se hallaba cerca, me dijo que se trataba de un Einsatzgruppe de las SS. Puse mi mejor cara de ingenuo y pregunté: "¿Y qué es un Einsatzgruppe de las SS?" El muy maleducado en lugar de contestame, me hizo una mueca y me dió la espalda. Raro, ¿verdad?
Adrian ya te ha informado que nos cambian de lugar en el frente cara a la ofensiva de este año. Esperamos que esta vez sea la definitiva. Por otra parte, he conocido a tu familia. Muy simpáticos. Les mando mis recuerdos.
Con afecto:
Otto Schulz.
"

La carta le hizo pensar: estaba claro que las SS se traían algo raro entre manos. Algo se lo decía desde lo de zur Linde. Que odiaban a muerte a los judíos no era ningún secreto pero ¿qué tendría eso que ver con aquellos misteriosos Einsatzgruppen? Y ¿por qué ya no se podía hablar de la cuestión judía por correo?
Lo de la llamada Cuestión Judía no era algo que hubiera preocupado gran cosa a Teodor y su familia. En Altheim, que ellos supieran, solo había dos familias judías. Y representando lo que representaba la cervercería de los Whenk hubiera sido muy raro que hubiese otra que desconocieran. De estas dos familias, una era un viudo ya mayor: Eleazar Goldstein, cuyos hijos vivían en Munich. La otra era la de Moisés Tauber. Lo de Tauber había sido memorable, y uno de los motivos de queja de Franz Whenk para con Kurt Hagel: cuando se había exigido que los judíos vendieran sus negocios a arios, Whenk no había dudado en ir a ver a Tauber para arreglar la venta. Hacía tiempo que el padre de Teodor iba detrás de la pensión Tauber, pero su vecino no quería venderla. En vista de las circunstancias habían llegado rápidamente a un acuerdo: Tauber vendía por menos de lo que en otra ocasión hubiera pedido, pero se llevaba lo que no dejaba de ser una buena suma. Franz Whenk había ido entonces al banco a pedir el correspondiente crédito, que se había demorado inexplicablemente, hasta que Kurt Hagel le compró el negocio a Tauber por menos de la mitad de lo que le ofrecía Whenk. Luego, Moisés Tauber y su familia se habían marchado de Altheim en dirección a Múnich, como ya había hecho el prestamista viudo Goldstein. Claus había tenido que emplearse a fondo con su padre para que no rompiera el carnet del Partido nazi entonces. En la escuela, los hijos de Tauber habían sido demasiado jóvenes y los de Goldstein demasiado mayores para ser condiscípulos de Teodor.
En el instituto, en Landshut, sí había algunos judíos estudiando cuando él estaba. Pero bastante había tenido Teodor peleándose con los libros el primer año antes de tener que abandonar durante el segundo. Ahora que lo pensaba, ni siquiera había hecho verdaderos amigos en el Gymnasium: no podía recordar ninguna cara. En cambio, Claus hubiera podido ir a la Universidad si el NSDAP y las SS no se hubieran cruzado en su camino. Aquello había sido una fuente de frustración en tiempos: de pequeños, Claus solía decir que Teodor trabajaría para él en el negocio familiar, pero llegado a la adolescencia cambió de opinión: "Si te gusta, págame mi parte y quédate con la cervecería. Esto es un pueblo grande más que una ciudad pequeña".
En aquel momento, frente al problema que planteaba Otto se sentía como cuando el profesor de Filosofía, que tantos dolores de cabeza le había dado, le hacía salir al encerado a pelearse inútilmente con los silogismos. "Lo tiene en las narices, Whenk. Solo ha de unir los puntos" le decía con suficiencia, lo cual solo conseguía poner a Teodor aún más nervioso. Y, de nuevo, tuvo la misma sensación de frustración: No conseguía unir los puntos. Lo mejor sería dejarlo a otros más listos y leer la carta de Rolf.
"Querido Teo:
Seguramente te extrañarás de estas líneas. Te preguntas por qué me dirijo a tí y no a otro. La respuesta no te va a gustar, así que la dejaré para el final. Antes, tengo otras cosas que decir.
Primera: Soy un monstruo. Lo sé desde el momento en que disfruté viendo cómo mi padre se desangraba en la trampa que yo mismo le había preparado. Se lo tenía merecido, aunque muchos dirían (algunos lo dijeron) que no tenía derecho. Para la ley fue un accidente. Mi familia nunca se lo creyó y por eso me repudió. Como a Gregor Samsa, aunque entonces no sabía nada de él. Hasta que os conocí a vosotros, solo sabía leer, escribir y contar. Mi padre (el diablo se lo haya llevado si hay infierno) creía que cualquier otra cosa era perder el tiempo y por eso me obligó a dejar la escuela.
Una vez la familia me dió la espalda sospechando lo que la ley no pudo probar, me fui de mis lugares. La gente decía que habría guerra y cualquiera que tuviera los ojos abiertos podía verlo. Así que cuando se anexionaron Austria, entré en ese país y me alisté voluntario. Dí el nombre de Bauer, que no es el mío. En el ejército podía alimentar legalmente a la bestia sedienta de sangre que llevo dentro. De no haber tenido esta salida hubiera acabado ahorcado por algún crimen horrible. Estoy seguro. Pero todavía en el ejército seguía siendo un extraño, un monstruo.
Segunda: Si quieres saber algo más que lo que ya te he dicho, el padre Brühl sabe toda la historia. No sé si el secreto de confesión se aplica después de muerto. Se interesó por mí, aunque estoy más allá de toda ayuda. Aceptó hacerme un favor y embrollar todo el asunto de tu casamiento por el rito ortodoxo. Al tipo de los certificados de pureza racial (he olvidado su nombre) tuve que amenazarlo de muerte para que dijera lo dijo, en lugar de lo que pensaba decir. De algo iba a servir tener fama de loco homicida (se dice así, ¿no?). Ni siquiera cuando más lo necesitaba fue capaz de ver la cantidad de sangre judía que corre por mis venas. O era un imbécil que también, o su ciencia es una patraña. Yo creo que las dos cosas.
Tercera: ¿Por qué lo hice? Tiene que ver con vosotros, pues os considero mi familia y os quiero tanto como puede querer un monstruo. Y con lo que no te va a gustar. No me acerqué a vosotros por el tonto de Hans, ni por el blandengue de Adrian ni por el marica de Otto (sí, yo también lo sé, pero soy lo bastante listo para no dejar que él lo sepa). Fue por tí. Porque nos parecemos. Porque llevas dentro otra bestia sedienta de sangre, aunque tú no lo sepas.
¿De verdad crees que esos tres habrían sobrevivido o, por lo menos, habrían sobrevivido tanto sin nosotros? Claro que no. Fuimos nosotros los que les enseñamos de qué va el negocio: de matar y no morir. Y que nos importe un comino. Y pudimos porque nos sale así. El entrenamiento ayuda pero la Bestia hace más. Te envidio porque tu bestia es perezosa, soñolienta. Cuando la molestan, liquida al que lo ha hecho y se vuelve a dormir. La mía es inquieta. Peor que eso: ansiosa. Cuanto más le doy, más quiere. Llegará un momento que me pedirá a uno de vosotros. No voy a permitirlo. Si para ello tengo que morir yo, sea. Mientras, intentaré hacer algo útil, como procurar que pase frío la menor gente posible.
Como Gregor Samsa, soy un hombre que se volvió un monstruo. Como él, debo morir. Eso me ha enseñado Kafka con "La metamorfosis". Korolenko se extrañó cuando se lo pedí pero accedió a escribirme una versión resumida a mano. En ruso, claro. Pero eso no es problema para mí. Te deseo que la bestia que llevas dentro siga igual de perezosa. Por tu propio bien.
Por último: no sé si servirá de algo. Ni siquiera sé si tengo alma pero ¿te importaría rezar una oración por mí? Si hay un más allá, te estaré eternamente agradecido, por lo que pueda valer.
Tu amigo:
Rolf

PD: No te preocupes que el de los certificados de pureza racial pueda cambiar de opinión. Si lo encuentran, cosa que dudo, le echarán la culpa a los partisanos. Quedamos en que soy un monstruo ¿por qué iba a mantener mis promesas?
"

Cuando acabó de leer la carta de Rolf, Teodor la dejó a un lado. Estuvo unos momentos meditando en silencio. Luego, lentamente, unió sus manos y, desde lo más profundo, comenzó a recitar:
-Pater Noster, qui es in caelis, sanctificétur nomen Tuum...

Continuará...
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por APV »

fco_mig escribió: ¿Recuerdas a Dimitri Korolenko? ¡Qué digo! seguro que sí. Debes saber que el tipo terminó ocupando el lugar del inestable Rolf como traductor en el Estado Mayor de la división. Hace poco, ha ido a unirse al ejército de Vlasov. Müller le despidió y le hizo un comentario al que Adrian, entonces, no dió importancia. El comentario era que no había visto ningún judío entre la gente que, poco a poco, se ha ido reagrupando en torno a la Iglesia que ahora regenta el padre Pavel. Le parecía raro pues tenía entendido que en esta región abundaban los judíos.
Vlasov no fue capturado hasta julio de 1942, el ROA no se creó oficialmente hasta 1944.
Conoce al enemigo y conócete a ti mismo; y en cien batallas no estarás jamás en peligro Sun Tzu.
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

Gracias, APV, lo arreglaré en la versión definitiva que me ha pedido Fonsado. A esto me refería. Demasiadas cosas que controlar respecto a la cronología.
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

En contra de los temores de Teodor, la ingeniería le resultó muy interesante. Más que eso: apasionante. Quizás fuera porque se trataba de buscar soluciones concretas a problemas concretos, en lugar de perderse en elucubraciones abstractas. Quizás porque la organización Todt disponía de un profesor al que le apasionaba la enseñanza y que estaba dispuesto a repetir las cosas cuatro veces de cuatro maneras distintas si era necesario para que algo quedara claro. Muy pronto, el profesor se dio cuenta del extraordinario potencial de Teodor y se interesó por él. De hecho, intentó que lo trasladaran al XV ejército, en lugar del VII donde, según él, lo único que hacían era desaprovecharlo. Pero se encontró con la oposición de un Generalmajor nacionalsocialista fanático, que se negó a trasladar a alguien que había osado casarse con una "eslava subhumana". Lo único que consiguió el Generalmajor en cuestión es que el profesor de la organización Todt pensara que era verdad aquello de que "inteligencia militar" era una Contradictio in terminis.
Lo que sí logró el profesor, a pesar de todo, es que ascendieran a Teodor a Stabsfeldwebel, y ello gracias a que el capitán Staffen descubrió que hablaba ruso. Al fin habría alguien que podría entenderse con la mayoría de la gente de las Osttruppen.
Cuando le llegaron las nuevas insignias, Teodor no estaba precisamente de buen humor. Su moral había recibido muchos golpes en poco tiempo. Llegar a sargento mayor después de haber sido teniente y casi capitán le parecía un mal consuelo. Y no saldría nunca de la maldita 716ª. Contemplaba las insignias de su nuevo rango totalmente desolado. Entonces oyó muy claro, casi a su lado:
-No es mal rango, Teo.
Se sobresaltó: no podía haberlo oído. Saltó de la silla gritando: -¡¿Hans?!
Nadie. Estaba solo en la pieza. Se abalanzó a la puerta. La abrió: nadie tampoco en el pasillo. Si era una broma, no le veía la gracia. Además ¿quién y cómo habría podido imitar tan bien la voz del gigante? En su nueva división, no le había hablado a nadie de Hans Pfizer y lo que había representado para él. Por la ventana le pareció oír voces. Abriéndola, descubrió a otro sargento dando órdenes a voz en cuello a los hombres. ¿Podía ser que le hubieran llegado distorsionada alguna de esas órdenes y que su imaginación hubiera hecho el resto? ¿O de verdad Hans Pfizer seguía, de alguna manera, cerca de él? Por si acaso, no perdió tiempo en coserse en el uniforme las enseñas de su nuevo rango.

Continuará...
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

Otro episodio más o menos alegre contribuyó a levantarle la moral el primer domingo de abril. Llamaron a la puerta y se encontró una visita inesperada:
-¡Tío Helmut! ¿Qué haces aquí?
-He venido a traértela, ya que tus padres no podían. Te mandan muchos recuerdos. Pero ella es tozuda y en su estado no iba a viajar sola.- Se apartó para señalar a Daina, que se encontraba tras él. O ella había engordado o... - ¡Enhorabuena, sobrino! Si todo va bien, seré tío-abuelo en octubre.- Helmut Whenk lo dijo con una gran sonrisa. De modo que esa era la "sorpresa" de la que le había hablado su madre en la carta:
-¡Oh, no! - dijo Teodor, pesaroso- ¿Por qué todo tiene que ir todo distinto a como se ha planeado?
-Estas cosas no se planean, Teodor ¡Vienen cuando vienen! ¿No nos vas a dejar entrar? Sé que no será gran cosa, pero he estado en sitios peores.
Uniendo la acción a la palabra, Helmut Whenk penetró en el cuarto. Teodor miró a Daina por un segundo. Ella sonrió tristemente. El le abrió paso al interior y la chica penetró en la estancia.
Ahora tendrían que buscar alojamiento fuera del cuartel. Por suerte, era posible encontrar habitaciones a buen precio en Bayeux o en Caen. El tío Helmut le explicó las últimas noticias de casa: Claus había dado por definitivamente roto su compromiso con la chica holandesa. No, no había dado ninguna explicación. Tal vez algún día. Sí, a sus padres empezaba también a preocuparles su hijo mayor. Su carrera parecía haberse estancado y llegaban rumores que, en ocasiones, bebía demasiado. Yendo a asuntos más alegres, la hermana de Helmut y Franz: Hildegard Whenk, casada con el aquitecto italiano Sandro Acquaviva (el tío Sandro mencionado por Claus) decía que podía arreglar el casamiento para el año siguiente en una iglesia de Parma, la ciudad donde vivían. Habría que hacer algún que otro arreglo para el bautizo, además. Pero no iba a ser tan difícil teniendo en cuenta que el tío Sandro tenía un hermano que era sacerdote católico, y estaba dispuesto a oficiar las dos ceremonias. Teodor se sentía como el proverbial hombre atado de pies y manos a bordo de una barca al que la caprichosa corriente llevaba a donde quería. Para cambiar de tema le preguntó a Helmut sobre lo de la "maldición familiar".
-Sí. Franz lo llama así. Pero de verdad, sobrino, si pudiera volver atrás sabiendo lo que ahora sé, volvería a actuar exactamente igual como lo hice entonces. No muchos pueden decir esto.
-¿Sí? ¿Y cómo actuó usted? - preguntó Daina con su acento característico.
-Es una historia bastante larga y ya pasada.
-Nadie tiene prisa.- dijo Teodor. Daina y él estaban sentados en su catre de campaña. Habían insistido para que el tío Helmut ocupara la única silla. El hermano de su padre lo pensó un momento y por fin dijo:
-¿Por qué no? Contada hoy incluso es graciosa...
Tenía razón: al final de la historia, Daina y Teodor se reían a carcajadas mientras el tío Helmut concluía, riendo también:
-...Y escuché la voz de tu abuelo bramando a mis espadas: "!Estás desheredado! ¿Me oyes, hijo ingrato? ¡Desheredadoooo!" Y yo me volví y le grité a mi vez: "Háganos un favor a todos, padre: ¡Vete al cuerno!" Ya veis: entonces era todo un drama y ahora, nos reímos.-suspiró- Tengo la esperanza que algún día podamos también reírnos de todo lo que está pasando ahora.
-Me dijeron que ella murió joven.-dijo Daina.
-Sí.-fue la triste respuesta- Aún así, como he dicho, volvería a hacerlo. Por eso mi hijo Helmut es tan especial para mí. ¡No os engañéis! Quiero mucho a Ingrid y a Dieter y también a Freida, mi esposa. Pero Helmut es todo lo que me queda de Angelique... Tuve que resignarme a perderla.
Teodor recordó a Hanna. También él había tenido que resignarse a perder a un amor. Y a él no le quedaba nada de ella.

El 11 de abril, otra visita inesperada. Al principio, no reconoció al joven con uniforme de Sottotenente de la Regia Aeronautica que estaba plantado en el umbral. Pero luego, se imaginó la cara del italiano rejuvenecida y exclamó sonriendo:
-Pero hombre, ¡Sandrino!
-¡Teodoretto! - exclamó el otro, devolviéndole la sonrisa.
Ambos rieron y se abrazon. Daina salió del interior del piso que había alquilado en Caen y preguntó en alemán:
-¿Quién es este?
-Ah, sí! Daina: te presento a mi primo, Sandro Acquaviva. Es el hijo mayor de la tía Hildegard y el tío Sandro. Le llamamos Sandrino para distinguirlo de su padre. Sandrino, esta es mi mujer, Daina Whenk, nacida Lehtla, mi esposa.
-É un piacere, signora. Buon giorno. Es decir: es un placer, señora. Guten Morgen.
-No sabía que tenías tantos parientes. ¿Qué más me ocultas?-dijo Daina.
-Es que no nos veíamos desde hace... ¿cuánto? ¿Seis años, Sandrino?
-...Y casi cuatro meses, Teodoretto. Pasa el tiempo sin darnos cuenta.
-Y ¿qué haces aquí?
-Ora ti espiego tutto, cugino: Verás, me gradué como piloto y me enviaron al Norte de Africa, con il Condottiero...
"El Condotiero" era como Sandrino se refería a Erwin Rommel. Estaba orgulloso de haber servido a sus órdenes. Había tripulado generalmente un IMAM Ro.37 Lince, en misiones de reconocimiento, en las que casi lo habían especializado. Pero él prefería la caza y no había parado hasta que le cambiaron: ya llevaba seis derribos con un Fiat CR.42 Falco. Había sido trasladado para tomar parte en la campaña aérea contra Malta. Tenía que presentarse en la 5ª Squadra aérea el día 17. Volvería a cambiar de aparato: ahora un Macchi C.202 Folgore. Solo podía quedarse un día en Caen. Había ido por dos razones: fijar ya la fecha definitiva de la boda y, naturalmente, conocer a la novia. Quedaron de acuerdo en la fecha: El domingo 10 de enero de 1943: tiempo suficiente para que todos los interesados pidieran el respectivo permiso y para que Daina se hubiera recuperado del parto. Antes de la noche, Sandrino les felicitó y se marchó para el norte de Africa, donde estaba radicada la 5ª Squadra. Cuando se quedaron solos, Daina y Teodor volvieron a la discusión de siempre que, de tan repetida, había dejado de ser violenta para volverse cansina: "¿Cómo diablos nos metimos en todo este lío?" Teodor usaba el argumento (muy flojo, lo sabía) de "La culpa es tuya por quedarte embarazada." Daina tenía otro argumento de mucho mayor peso: "¿Culpa mía? Eres tú el que me ha estado violando desde la región de Kalug, por lo menos." La conclusión a la que llegaban era la de siempre: el asunto había tomado vida propia. Pero estaba escrito que Sandrino Acquaviva, que tanto hizo por organizar el casamiento, no iba a asistir a éste.

Continuará...
A decir verdad, en esta lucha de cada instante, donde el resultado más corriente es que se petrifique todo lo que hay de más espontáneo y valioso en el mundo, no estoy seguro de que podamos ganar.
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

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El 12 de Agosto, el subteniente volaba con otros dos Folgore sobre las aguas al noroeste de Malta, aquella pequeña isla convertida en un clavo en la bota de Italia y en el zapato de Rommel. En principio, era una misión de búsqueda: habían llegado informes de que por lo menos un petrolero y un buque de carga desprendidos de un convoy se hallaban en ese sector. La labor de Sandrino y sus compañeros era localizarlos y dirigir contra ellos a los bombarderos y torpederos con base en Sicilia o en su defecto al U-73, que merodeaba también por esas aguas. De momento, sólo habían localizado al submarino alemán. Sandrino habló por radio en lengua tudesca con el capitán Deckert: tampoco habían visto a los objetivos en cuestión. De eso hacía ya mucho tiempo. Crepitó la radio:
-Líder a grupo Garza: ¿pueden indicarme su nivel de combustible? Cambio.
Sandrino observó la aguja y comunicó:
-Aquí Garza 2: estoy bajo de combustible. Cambio.
-Garza 3: yo también ando muy justo. Cambio.
Al cabo de unos segundos, se oyó de nuevo la voz del capitán Leporello (Líder Garza):
-Líder a grupo Garza: o esos barcos no se encuentran ya por aquí o nosotros no sabemos encontrarlos. Volvemos a la base. Cambio.
-Garza 2: Entendido. Cambio.
-Garza 3: Entendido. Cambio y... ¡Aviones enemigos a las ocho en punto!
El subteniente Aldo Martinelli (Garza tres) era el más joven de ellos: recién salido de la academia. Sandrino comprobó por sí mismo antes de comunicar al capitán Leporello:
-Garza 2 a líder Garza: Confirmado. Cuento cinco Hurricanes. Se nos echan encima muy rápido. Cambio.
-Líder a Garza 2: ¿Recuerda la maniobra cinco? Cambio.
-Garza 2 a líder Garza: Sí la recuerdo. Cambio.
-Líder a Grupo Garza: Cierren la formación. A mi orden, ejecutamos la maniobra. ¿Me ha entendido, Garza 2? Cambio.
-Garza 2: Comprendido. Cambio y corto.
Los tres Folgore, que se habían mantenido lo más lejos posible unos de otros para abarcar más terreno, fueron acercándose para cerrar la formación. Poco a poco, los Hurricanes se acercaron por la espalda a los tres italianos y, llegado el momento, se oyó la voz de Leporello por los auriculares.
-Líder a Garza 2: Cuando diga ahora... ¡Ahora!
Los dos aviones, simultáneamente, realizaron un giro de Immelman. El capitán y Sandrino lo habían ensayado muchas veces. Por desgracia, Aldo, era demasiado nuevo para ello. Cuando completaron el giro, Sandrino y Leporello derribaron cada uno a un Hurricane. El capitán se lanzó entonces sobre uno de los restantes mientras ordenaba a Sadrino:
-Líder a Garza 2: Ayude a Garza 3. Cambio.
-Garza 2: Comprendido. Cambio y corto.
Martinelli tenía pegados dos Hurricanes. Sandrino se lanzó contra uno de ellos. El inglés estaba expuesto, pero comenzó a ganar altitud. Sandrino sonrió: quería cazarle con su propio lazo. Solo tuvo que completar su propio giro Immelman y volvió a la situación anterior. El inglés no tardó en ser derribado.
Sandrino miró hacia las dos, donde veía caer envuelto en llamas otro aparato. Pensó que Martinelli había cumplido con su parte... Hasta que vió las insignias: el que caía era Garza 3. Pero entonces el británico que le tocaba... Una maniobra evasiva casi por instinto le salvó. Aún así, tuvo que descubrir dónde estaba el Hurricane en cuestión escuchando el golpeo de metal contra metal y sintiendo un dolor agudo en la pierna derecha.
Sandrino aceleró y comenzó a hacer toda clase de maniobras y acrobacias para desprenderse del inglés. Pero había dado con otro aspirante a as. Y el combustible comenzaba a estar peligrosamente bajo debido a la velocidad. Entonces se le ocurrió la idea: descendió hacia el agua, aún a toda velocidad, perseguido por el Hurricane que seguía disparando. Luego, de repente, frenó. El Hurricane, todavía a gran velocidad, le rebasó por encima y Sandrino completó la parábola ganando entonces altura, disparando a su vez. Si algo le sobraba era munición. El inglés no tardó en comenzar a echar humo y tratar de escapar. Sandrino le permitió irse: iba mal de combustible y tenía sus propios problemas. Lo primero, hacerse un torniquete en la pierna con el cinturón. Luego, tratar de contactar con Líder Garza por radio, pues no se veía ni a él ni al otro inglés por ninguna parte. Nada. Lo intentó con la base, luego con Sicilia. Silencio. Ni siquiera escuchaba estática cuando cambiaba el dial. Lo más probable es que la ráfaga del Hurricane hubiera estropeado la radio. Iba rumbo a Sicilia. Con suerte, tendría suficiente combustible, pero era dudoso que pudiera dar con un aeródromo sin ayuda de la radio. Estaba considerando la posibilidad de amerizar cerca de la costa y realizar el resto del trayecto a nado. Si no fuera por la pierna herida sería relativamente fácil.
Entonces, la salvación: un sumergible medio emergido. "El U-73. Qué oportuno." Pensó Sandrino. Comenzó el amerizaje sin más. Por suerte estaban en el Mediterráneo y era un día despejado, con aquel azul claro en el cielo y el mar turquesa. El agua salada golpeó durante un amerizaje algo difícil, pero lo consiguió. Abrió la carlinga y se dirigió a la gente que le observaba desde el submarino. Se alzó y dijo:
-Eh! ¡Freuden...
Lo primero que apreciaron sus ojos transalpinos fue que el diseño del buque no era el de un Uberboot. Luego, que aún en la distancia, los uniformes tampoco eran los correctos. Entonces, llegó a sus oídos las risas de los que le contemplaban. Lo supo antes de que el más gracioso de todos desplegara la bandera de combate de la Royal Navy: a esos imbéciles les había caído literalmente del cielo un aviador italiano. "Porco Dio!"

Continuará...
A decir verdad, en esta lucha de cada instante, donde el resultado más corriente es que se petrifique todo lo que hay de más espontáneo y valioso en el mundo, no estoy seguro de que podamos ganar.
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

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6.- ¡Sopla viento!...
El domingo, 10 de enero de 1943, en la Iglesia Pieve di San Geminiano, en Vicofertile, cerca de Parma, el padre Girolamo Acquaviva pronunció estas palabras:
-...Quod ergo Deus coniunxit, homo non separet.
"Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre", no lo dijo con énfasis, pero solo entonces Teodor se dio cuenta de lo que realmente acababa de hacer. Del inmediatamente posterior bautizo de su hija (si era niño, debía haber sido Claus, como el padrino, pero siendo niña le pusieron Claudia) casi ni se enteró. Lágrimas de alegría de su madre. Emoción en los ojos de su padre. La enhorabuena por parte de sus amigos (Otto fue su padrino de bodas, pues Claus había declinado siendo ya el de la hija y al berlinés le hacía ilusión porque, en sus propias palabras: "Es lo más cerca que estaré nunca del altar"). Y la familia Whenk-Acquaviva al completo por primera vez en mucho tiempo. Daina estaba un poco triste: le hubiera gustado que al menos su hermano Grigor estuviera allí para verlo, pero eso era imposible. Teodor nunca supo cómo se las había arreglado Otto para conseguir a Dimitri Korolenko para entregar a la novia (muy apropiado y poéticamente humorístico). Daina y él tenían que hacerse las fotos de rigor, con y sin la niña. A la salida de la iglesia se formaron algunos corrillos.
-¡Enhorabuena, abuelo, por la parte que te toca! - decía Hildegard Whenk dirigiéndose a su hermano Franz.
-Gracias, gracias... Hoy en día no hay muchas cosas de las que alegrarse.
-Es verdad.-intervino Gretchen.-¿Sabeís algo de Sandrino?
Una expresión de tristeza surgió en el rostro de Hildegard:-Lo último es que lo iban a mandar a un campo de prisioneros en Canadá. La pierna ya está curada, aunque es posible que le queden secuelas.
-¡Eso no es problema!-repuso Franz- Yo mismo tengo una bala en la pierna desde Verdún...
-Sí.- intervino el tío Sandro.- Pero para nuestro hijo, volar era su vida. No sabemos si podrá seguir haciéndolo...

Claus era el único que permanecía aparte, completamente solo. Estaba haciendo tiempo, recordando lo ocurrido en la mañana. El día había comenzado con una conversación con su hermano, cuando ambos iban a vestirse con el respectivo uniforme de rigor para la ceremonia:"¿De verdad te encuentras bien, Claus?"
-Muy bien, enclenque. ¿Cómo me iba a encontrar?
-¿No te han vuelto a entrar ganas de... regalarme otra pistola?
Claus sonrió lúgubre: -Cuando siento ese impulso, me planteo si lo mejor es agarrar una pistola o una botella. De momento, gana la botella.
Más tarde, ya con el uniforme de gala, se había fijado en un pequeño cuadro (un dibujo a lápiz y carboncillo) colgado en el comedor de la casa de Sandro Acquaviva: mostraba a dos mujeres jóvenes y era de "arte degenerado". Antaño, ni lo hubiera mirado, pero ahora se entretuvo. Al principio sólo sintió rechazo, a cualquier cosa le llaman arte... Pero lenta, inexorablemente, fue entrando en el dibujo. De pronto se halló frente a dos bellezas germánicas de expresión incitante y traviesa. Y había algo en sus facciones...
-¿Qué te parece, Claus?¿Te gusta?- Era la voz de su madre.
-Mamá: ¡no me digas que la chica morena del cuadro eres tú!
-Pues si te dijera que no te mentiría, hijo. La rubia es tu tía Hildegard. Un pintor de paso por la cervecería nos lo regaló en 1912. Un tal Pechstein, si no recuerdo mal. No lo tenemos en casa porque a tu padre le ponía nervioso ese artista. Estaba preocupado de verdad. Por entonces, Franz ya se había fijado en mí. El muy tonto no se dió cuenta que el pintor, en realidad, se había fijado en Hilde ¡ay!
-¿Te arrepientes de que no haber sido tú en la que se fijara?
-¡No, por favor! Incluso entonces era yo demasiado razonable para partir con alguien tan mercurial, tan variable. Franz era y es mucho más sólido, más confiable.
-¿Como el abuelo?
-No exactamente. Tú apenas lo conociste, a tu abuelo. Tenías seis años cuando murió.
-¡Mejor que no lo conocieras bien! -intervino aquí Hildegard, que acababa de salir del cuarto, ya arreglada.- ¡Aún recuerdo cuando nos sorprendió a Sandro y a mí en plena acción!
Mamma mía! ¿Cómo olvidarlo?- se unió al grupo el tío Sandro.- Recuerdo que dijo algo como: "Herr o Signore Acquaviva: espero que repare lo que ha hecho. O aténgase a las consecuencias." No dijo cuáles eran las consecuencias, pero tenía la respuesta escrita en los ojos: ¡La morte! ¡Me hubiera matado, seguro! No pensaba casarme, aún no había terminado la carrera en la Universidad de Múnich. Pero frente a la alternativa...
Claus se quedó en silencio, impresionado.
-Ese era tu abuelo, que en paz descanse.- concluyó su madre.- Después de esto, vendió la parte de la casa de huéspedes a Tauber. No a Moisés, a su padre...
Claus se excusó entonces y se fue. Le ponía nervioso que se tocara la cuestión judía, aunque fuera de manera tangencial. El fondo de su ruptura con Egna había sido ése. ¿Cómo podía esa chica hablar tan tranquila de la "solución final del problema judío"? Como si matar gente por el solo hecho de ser judíos fuera... "No. No pienses en eso. Te come la moral", se repitió por enésima vez. Se había dirigido a la cocina, allí debían de tener lambrusco. ¡Necesitaba una copa! Estaba rebuscando dentro cuando oyó otra voz a su espalda.
-Salve a lei. El primo Claus, ¿no? ¿Que estás buscando aquí?
Se volvió y le pareció ver una aparición: -¿Gina? ¿Tú eres Gina?- Ella contestó con una sonrisa sugerente: la última vez que Claus la había visto, ella era todavía una niña. Nada hacía prever que se convertiría en aquella belleza morena que le observaba con unos ojos en los que, además de curiosidad, parecía haber fuego. Al cabo de cinco minutos, ya había olvidado el lambrusco.
Ahora, acabado el casamiento, mientras se dirigía hacia la parte posterior del Pieve luego de asegurarse que nadie se fijaba ni le había seguido, como habían acordado, no pudo evitar reprimir una sonrisa maliciosa. Las aventuras galantes eran algo nuevo para él. Su noviazgo con Egna le había resultado insulso. Gina no se parecía en nada a ella. Ni en el carácter ni en el físico: a diferencia de su hermano Sandrino, que era un Acquaviva pero algo en su aspecto recordaba a los Whenk, Gina tenía un físico completamente transalpino (pensaba de esa forma por hábito, ya no creía que hubiera ninguna base para ello). Según el tío Sandro era "la mamma rediviva" Después de ella estaba Catarina: una versión morena de tía Hildegard. El último era el pequeño Girolamino que en apariencia no tenía nada de Whenk, pero había bastado verlo junto al joven Helmut y el pequeño Dieter para que el parentesco saltara a la vista.
Claus dió un último vistazo para asegurarse que nadie le seguía. Había llegado la hora de descubrir si Gina tenía fuego en el cuerpo, además de los ojos.

Continuará...
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

Dimitri Korolenko acunaba a la niña junto con Daina. Claudia Teodorova (como siempre la llamarían) se estaba portando muy bien. Y Daina reprochaba a Dimitri dónde la había llevado todo. El antiguo notario y todavía aspirante a poeta, se defendía diciendo que no le había ido tan mal a ella. El comunismo, en la realidad, no les había favorecido a ninguno de los dos. Y había pasado a formar parte de una familia maravillosa. Lo único a lamentar es que no hubiera forma de contactar con su hermano y mucho menos, con sus padres. Al menos, tendrían las fotos si alguna vez aparecían sus parientes. Ahora ambos estaban vigilando a los niños con la ayuda de Gina Acquaviva.
Dimitri buscó con los ojos a Gina. Había visto mujeres atractivas en su vida, empezando por Daina. Pero esa italiana era algo especial: para encontrar comparación, tenía que remontarse a tiempos lejanos. A las mujeres más atractivas que había visto. No se la veía por ninguna parte. Y ahora que pensaba: ¿dónde se había metido aquel oficial de las SS? Sí, el hermano del novio.

-Así que os tocó la región de Voronezh...-decía Teodor
-Sí, junto a los húngaros.-contestó Adrian Müller.- Lamento que todo condujera finalmente a la perdición del Sexto Ejército que, por lo que sé, sigue en el caldero.
-He aquí algo que todavía no comprendo: ¿Cómo se deja atrapar así todo un ejército?
-Es que había órdenes en contra de retirarse, y ése es el resultado.- Intervino Otto.
Schultz ya había llegado a capitán y Adrian, a Oberleutnant. Continuaban en el 130º Regimiento. Teodor les había hablado de Rolf y su terrible carta. Y ellos le contestaron con las también terribles noticias del Frente Oriental. Y aún algo más:
-Ya sé lo que son los Einsatzgruppen. También andan metidos el SD, la Gestapo y, me duele decirlo, las SA: son grupos de individuos que se dedican a fusilar masivamente a judíos, por el solo hecho de serlo.
Teodor se quedó impresionado: -¿Estás seguro?
-Completamente. Ví uno en acción cuando volvía de permiso. Estaban fusilando a cientos de trabajadores judíos que ya no se tenían en pie. Lo ví yo y cuantos estábamos en el vagón. Y lo peor es que, cuando me escandalicé, un individuo me reprochó: "Solo son judíos: la peste del mundo. Esos hombres hacen muy bien y alguien que lleva uniforme, como usted, no debería reprocharles nada. ¡Todo lo contrario!" Siento decir que me callé y me senté. Tal vez hubiera allí alguien que pensara como yo, pero estaba claro que no iba a prestarme ayuda...
-¿Y quién era ese hombre?
-No lo sé: un tipo de mediana edad con aspecto de contable. Nunca lo había visto.
A Teodor le costaba creer que un paisano se creyera autorizado a llamar la atención y afearle la conducta a todo un capitán de la Wermacht. Pero entonces recordó a Kurt Hagel. Todo el mundo en Altheim estaba prácticamente seguro que él estaba detrás de la desaparición de gente como la señora Meyer. Y todos sabían la jugarreta que les había hecho a Moisés Tauber y Franz Whenk. Pero nadie se atrevía a toserle por lo que pudiera pasar. El padre de Claus y Teodor era miembro del partido en parte para protegerse de él. Y Hagel tenía sus corifeos y simpatizantes en el pueblo. No eran muchos, pero sí demasiados como para ser dejados de lado. O combatidos, desde el momento en que estaba prohibida cualquier otra organización capaz de articular a la gente. Sólo quedaba la Iglesia. Teodor recordó entonces que uno de los que se empeñaba en llamar "Solsticio de Invierno" a la Navidad era precisamente Hagel. Franz Whenk había dejado muy claro a Claus desde el principio que en su casa no se celebraría otra cosa que no fuera la Natividad de Nuestro Señor. Sí permitía que los dos hermanos fueran a las fiestas y reuniones organizadas por la Sociedad de Amigos de las SS. Según su padre porque "así nos devuelve Hagel parte de lo que nos quitó con lo de la pensión Tauber". Teodor se preguntó cuántos Kurt Hagel habría esparcidos por toda Alemania.
-Entonces era cierto...-dijo Adrian Müller.
-¿El qué?- preguntó Teodor.
-Un par de miembros de mi pelotón me lo habían contado en confianza. Según ellos, no solo se trata de trabajadores exhaustos, sino también mujeres y niños. ¡Dios! Pensar que era incapaz de creerles cuando me lo dijeron...
-Ya decía yo que las SS acabarían por meternos a todos en un lío. ¿Recordaís a Kurt Bär?
-¿El que organizo todo aquel asunto de los pogromos en Franconia? Le condenaron por ello.
-Eso fue de cara a la galería: está libre. No llegó a cumplir ni un mes.
-¡¿Qué nos dices?!- saltó Adrian.
-Lo que oyes: está libre. No en las SS: demasiado loco incluso para ellos. Pero está libre. Creo que el mensaje queda claro, ¿no?
Cayó un silencio ominoso sobre los tres amigos. Habían estado discutiendo sobre la marcha de la guerra y ninguno era muy optimista. Recordaba que incluso Claus dudaba de la Operación Ciudadela que se estaba preparando: quería creer que iban a lograrlo esta vez pero... Por su parte Otto era muy escéptico: "El verano pasado ya les lanzamos de todo y lo mejor que teníamos. ¿Por qué iba a ser diferente este año? Y te aseguro que el Ejército Rojo está cada vez mejor preparado."
-¿Sabeís? Hay una manera muy sencilla de parar todo esto. -dijo por fin Otto- Bastaría con una bala bien dirigida, o una bomba en el lugar y el momento oportunos...
-¿Quieres decir que hay que matar a...?- Empezó Teodor.
-Chiist!- Le cortó Otto.- Veo que nos entendemos.
-¡Pero es casi imposible!-dijo Teodor- La única vez que le ví personalmente estaba en un pabellón lleno de gente. Y yo no me encontraba precisamente en las primeras filas.
-Cuando estaba en las SA, una vez lo tuve a cuatro pasos. ¡Cuatro pasos! Si lo llego a saber entonces...
-No os lo reprocheís, chicos.-dijo Adrian- Es posible que nosotros, personalmente, no tengamos que hacer nada.
-¿Qué dices?
-Puede que sea solo un rumor que me ha llegado. O puede que no. Pero dicen que hay quien, desde una posición mucho mejor que la nuestra, está planeando ya algo así. No sé quién, ni hasta dónde han llegado con los planes. Pero el rumor existe.
En aquel momento, Teodor examinó los alrededores discretamente, tratando de ubicar a Claus. Si llegaba a saber algo de esa conversación...
-No te preocupes por tu hermano.-dijo Adrian.- Hace rato que no está por aquí. De lo contrario, no hubiera dicho lo que "no" he dicho.
-Comprendo.-dijo Teodor- Lo que me pregunto es dónde se habrá metido Claus.
-Buena pregunta.-dijo Otto, sonriendo discretamente- Pero tengo otra mejor: ¿dónde se ha metido tu primita italiana?
-¿Qué?
-Creo que la lealtad al nacionalsocialismo debe ser lo último en que ahora estará pensando tu querido hermano.-Otto sonrió ampliamente. Teodor empezaba a inquietarse:
-Pero ¿de verdad crees que...?
-Estamos en medio del campo en el país donde florecen los limoneros... ¿Qué, si no?- dijo Otto haciendo un amplio gesto con los brazos y sonriendo aún más. A su vez, Teodor vio cómo Daina y Dimitri se acercaban al grupo donde sus padres y sus tíos intercambiaban recuerdos y les decían algo. Entonces, fueron sus padres y sus tíos los que empezaron a inquietarse:"¡Gina! ¡¿Dónde estás? GINA!" Otto ya había empezado a reírse abiertamente, igual que Adrian.

Continuará...
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

-"...Dahin! dahin / Möcht ich mit dir, o mein Geliebter, ziehn."- Terminó de recitar Teodor, entre risas.
-Hazme un favor, enclenque: deja en paz a Goethe. Y, ya puestos ¡déjame en paz a mí!- exclamó Claus, fastidiado.
-Mejor esto que tratar de justificarse con lo de la maldición familiar. Hubieras visto la cara que puso el tío Helmut al oírlo...
-¿Qué...?¿Es que lo habeís oído todo?
-Lo difícil era no oírlo.- rió Teodor.
Claus cargaba con su petate. Ambos iban camino de la estación: Ni Franz Whenk ni Sandro Acquaviva pensaban permitir que Claus se quedara ni un minuto más en Parma, mucho menos cerca de Gina. Había tenido que adelantar la reincorporación a su división.
-A quién era difícil no oír era al tío Sandro. Papá es peor: ladra mucho menos pero muerde bastante más. No sé si me entiendes...-dijo Claus.
-¡ Vaya si te entiendo, hermano! Vaya si te entiendo...
-Perdóname por hacer el oso así precisamente el día de tu boda.
-No tienes que disculparte. Lo considero un regalo de bodas.
Ante la expresión interrogativa de Claus, Teodor explicó: -Desde que tengo uso de razón, yo me he llevado todas las broncas de papá y tú has conseguido escabullirte. Y ayer, mira por dónde, eres tú el que se las gana todas juntas. ¡Valió la pena esperar un cuarto de siglo!
-Sí, ríete. Tú vete riendo...
-¿A qué te refieres?
Claus detuvo su caminar y miró a su hermano a los ojos:
-Mira, enclenque. Te lo diré en tres palabras: Valió-la-pena. ¡Vaya si valió la pena! He aguantado una bronca terrible, sí... pero volvería a pasar por ello otra vez. ¡No me arrepiento de nada!
Teodor le miró sorprendido: -Ahora sí que te has vuelto loco: ¡Sois casi hermanos!
-¡Solo somos primos! Y casi no nos conocemos.
-¡Y empezaís a hacerlo en el sentido bíblico! Aún creo que te has metido en un lío.
-Hay líos peores...-Claus desvió de pronto la mirada. De nuevo en su voz aquel tono sombrío que le había oído durante la borrachera en la cervercería familiar. De nuevo pareció a punto de explicarle algo a Teodor. De nuevo se arrepintió en el último momento. Estuvieron en silencio hasta llegar a la estación. Allí, Teodor escuchó de labios de su hermano una declaración extraña.
-Teo, hermano. Si sobrevivo a todo esto, te deberé un montón de explicaciones. Si no es así, quédate con el hecho que te pido, aquí y ahora humildemente, perdón. Eso sí, te lo pido en mi propio nombre, no en el de las SS. Si hubiera sabido que iba a convertime en cómplice de... ¡No! No te lo diré. Pero, si sucediera lo peor, no olvides decirles, a papá y mamá, que les agradezco desde lo más profundo la educación católica que tanto se esforzaron en inculcarnos. Gracias a ellos, soy sólo un simple cómplice.
-Hablas como si no fueras a volver jamás.-dijo Teodor.
-No lo sé, Teo.-dijo, compungido, Claus.- Como te he dicho, no tengo mucha confianza en la Operación Ciudadela. Hay que intentarlo, pero...
Por primera vez en su vida, Teodor se abrazó a su hermano de corazón. Ambos estaban al borde de las lágrimas. Claus, sin embargo, le golpeaba la espalda diciendo "Venga, enclenque, no me decepciones ahora". Por fin, deshicieron el abrazo y Claus subió al tren. Saludó a su hermano cuando éste partía. Entonces Teodor recordó algo que le había comentado Daina y que se arrepintió de no haberle comunicado a su hermano, por mucho que en principio no hubiera querido hacerlo para no envanecerlo. Al parecer, después de la bronca, Gina había comentado con su mujer que tenía que decirle a su amiga Margetta que su teoría que los hombres guapos eran malos amantes era una mentira como una casa.

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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

El 28 de Abril de 1943, Teodor iba a llevar a cabo una operación especial junto al capitán Staffen. Estas "operaciones especiales" no eran otra cosa que reparar los daños causados por los sabotajes de la Resistencia Francesa (oficialmente actos terroristas) en carreteras, líneas férreas y otras infraestructuras. Generalmente, no les llevaba tanto tiempo como la construcción de búnkers para la Organización Todt, pero últimamente las acciones parecían haberse intensificado. Teodor viajaba en el asiento del acompañante de un Kübelwagen abriendo paso al capitán Staffen, que viajaba, como siempre, en su Horch y al semioruga SD.KFZ 7 que transportaba la mayoría del personal y el equipo necesario para la reparación. Algo rutinario en el fondo. Pero esta vez iba a ser diferente.
Cuando el Kübelwagen en que viajaba iba a enfilar una curva hubo un estallido de fuego (luego supo que se trataba de un cóctel molotov) y una rápida sucesión de disparos de metralleta. El conductor cayó sobre el volante. Teodor trató de hacerse con el control del vehículo. Demasiado tarde. Salieron de la carretera y chocaron violentamente contra un árbol. Teodor debió perder el conocimiento unos segundos. Al despertar sentía que un líquido cálido y de sabor metálico se deslizaba desde la frente hacia su ojo izquierdo. Le dolía el costado. Escuchó claramente el ruido de disparos. Parecía que algunos ingenieros habían hecho caso a su recomendación: en territorio enemigo siempre, siempre, siempre ir armados. A veces pensaba que predicaba en el desierto.
El conductor estaba muerto. Teodor salió como pudo del vehículo. Quizás el capitán estuviera dirigiendo a la gente que repelía el ataque, pero no podía estar seguro. Cuando llegó arriba, descubrió que había hecho bien: no se veía al Horch por ninguna parte. Los del semioruga habían abandonado el vehículo y algunos se dirigían derechos hacía el lugar desde el que los hostilizaban. Pero no había nadie al mando. Descubrió que un par de hombres se acercaban demasiado a la cuneta y trató de advertirles. Si los terroristas tenían un cóctel molotov...
-¡No se acerquen tanto! ¡Es peligroso!
De nuevo demasiado tarde, varios cócteles molotov salieron de la espesura y estallaron. Varios hombres corrían convertidos en antorchas. Uno de ellos, bajito, pasó por su lado. Cargo contra él, le hizo caer al suelo y, con su propio cuerpo y a manotazos, apagó las llamas de su ropa. Luego, se arrodilló al lado del hombre, extrajo su Walther venciendo el dolor agudo del costado y ordenó.
-¡Todos a cubierto! ¡Fuego contra la cuneta!
Poco a poco, los disparos de quizás media docena de hombres pusieron en fuga a los resistentes. Pudo ver sombras deslizándose por la espesura frente a ellos. Dudó si ordenar que los persiguieran, más que nada porque le dolía cada vez que gritaba. Luego, un fortísimo golpe en el hombro. Demasiado dolor para...

Cuando despertó y la vio solo se le ocurrió preguntar: -Daina ¿has estado llorando?
Ella se echó a llorar de nuevo y se abrazó a él. Teodor gimió. Su esposa aflojó el abrazo. Un médico francés les hablaba en su alemán con acento.
-Lo peor han sido las costillas rotas. No debió usted salir del vehículo en esas condiciones. Por otra parte, lo de la frente es solo la rozadura de una bala: llamativa, pero poco profunda. La bala de la clavícula sí tiene delito...
-¿A qué se refiere?-preguntó Teodor.
-Según creemos, entró por el omóplato y subió hasta chocar con la clavícula. La trayectoria iba de atrás hacia adelante...
-¡Lo sabía! Siempre digo que tenemos que hacer prácticas de tiro. No me hacen caso y luego suceden cosas así.
Aparte del conductor del Kübelwagen, había otro hombre muerto: una de las antorchas humanas encendidas por los cócteles molotov. Los otros dos que habían acabado envueltos en llamas se habían salvado: uno era el hombre que él mismo había interceptado. El otro fue gracias a otros compañeros que, al ver cómo obraba Teodor, habían hecho igual. Otro herido de bala en una pierna lo había sido por fuego amigo, como él. Al menos a juzgar por el calibre de la bala. En cuanto al capitán Staffen, probablemente el destinatario de la emboscada, se había largado pitando en su Horch. No había recibido ni un rasguño.
-Cuanto lo lamen... Quiero decir, cuanto me alegro.-dijo Teodor al saberlo.
Era su segunda herida grave. Curiosamente, se había tratado de un enemigo teóricamente inferior en ambos casos: el ejército polaco en el anterior, los resistentes franceses en el presente. Al parecer, era verdad aquello de que no existe enemigo pequeño. En Rusia lo habían herido otras veces, pero en ninguna había necesitado internamiento fuera de un par de días. Según el médico, esta vez tendría que permanecer hospitalizado por lo menos hasta bien entrado julio.

En el tiempo que permaneció en el hospital, Daina le llevaba cartas de su familia. La idea era leérselas en voz alta, pero pronto se dieron cuenta que era mejor leer en silencio. Aunque a primera vista, eran cartas normales, cualquiera que conociera a los padres de Teodor tan bien por lo menos como Daina y supiera leer entre líneas, podía captar el sabor del derrotismo: nuevos bombardeos en Alemania e Italia. Decretos de trabajo obligatorio para las mujeres. Goebbels había declarado la guerra total (aquí su padre mencionaba, sin entrar en detalles, cuando él y sus propios padres habían vivido una situación similar). Más restricciones y escasez de productos. También mencionaban, como de pasada, ciertos disturbios estudiantiles en Múnich. Eran noticias atrasadas y fragmentarias, pero la prensa no se había hecho eco de la mayoría. Por otra parte, Claus se había reincorporado a su división y partido ya hacia el Frente Oriental. Llegó también una carta de Adrian confirmando que la 45ª también había partido hacia un lugar llamado Ponyri, abandonando la reserva del Noveno Ejército.

Continuará...
A decir verdad, en esta lucha de cada instante, donde el resultado más corriente es que se petrifique todo lo que hay de más espontáneo y valioso en el mundo, no estoy seguro de que podamos ganar.
André Breton
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fco_mig
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

Cerca de Prójorovka, 12 de julio de 1943: el Obersturmführer Claus Whenk, en su Panzer IV de cañón largo, acompañaba junto con otros tres carros al Hauptsturmführer von Libensbergen. Había disminuido su ritmo de consumo de alcohol y había llegado por fin el ascenso tanto tiempo esperado. Pero no le había sabido igual que los otros. Era irónico: ahora que parecía de nuevo encarrilada su carrera, Claus empezaba a sentirse incómodo entre todos aquellos nazis fanáticos. ¿Dónde se habían dejado el sentido común? Parco consuelo era pensar que, una vez, él también había sido así. De todos los que habían empezado con él, quedaban ya muy pocos en el frente: los buenos habían muerto con gloria, los malos se habían incorporado con entusiasmo a la industria de muerte que florecía en la retaguardia. Un asco. Quizás sería mejor pedir el traslado a la Wermacht. Sería un escándalo, lo nunca visto. pero ser el único en la división que creía que Reinhard Heydrich había tenido lo que merecía... Muchas veces se imaginaba aquella cara de comadreja sarnosa asomando entre los hielos del último círculo del Infierno que había cantado Dante (lo recordaba de cuando Sandrino y él, de jóvenes, habían intentado traducir esos cantos al alemán). Von Libensbergen, en cambio, lo tenía en un altar. Igual que Egna van Geer, seguro.

Solo había visto a Heydrich una vez, pero sus palabras le habían llevado a recordar algo que había oído en una ocasión: "¿sabes que me gustaría? me gustaría que toda la escoria de la Tierra estuviera en una sola garganta y tener mis manos en torno a ella". Cuando Reinhard Heydrich acabó de explicar sus planes, Claus supo que toda la escoria de la Tierra estaba en esa garganta. Pero tanto Egna como todos los presentes, en lugar de pedirle que lo estrangulara allí mismo, aplaudían a aquel asqueroso degenerado de la raza humana. Solo él permanecía allí plantado, lleno de asombro. ¿A esa clase de gentuza se había unido? Ese día supo que su compromiso estaba roto, aunque no lo explicitó entonces. Habían tenido luego una discusión con Egna en la que Claus había debido ir con cuidado, pues ella estuvo a punto de acusarlo de traidor. Claus llegó a plantear la cosa de manera cínicamente razonada: "Si hay que elegir entre ganar la guerra o exterminar a los judíos, ¿qué elegirías?" Egna dijo que prefería lo segundo. Dos días después, él le había mandado una misiva en la que decía que a partir de aquel momento ella quedaba libre de cualquier promesa que le hubiera hecho y por su parte consideraba inexistente todo compromiso contraído entre ellos. La gente se había extrañado que, ya fijada la fecha de la boda, todo se echara atrás de repente. Nadie lo entendió. Y lo peor de todo es que Egna van Geer era la que menos parecía comprenderlo. Tenían un acuerdo tácito con Teodor: Claus no preguntaba por Hanna y Teo no preguntaba por Egna. Estaba bien así.

Zumbó la radio con la voz del capitán von Libensbergen: dirigirse hacia las columnas de humo que se veían en el interminable horizonte. Este capitán también estaba empezando a cargarle a Claus. Era lo contrario de su hermano. Decían que Teodor y él no paraban de competir: se equivocaban de medio a medio. Es imposible competir con alguien que no cree realmente en sus posibilidades. Había intentado mil veces hacerle ver a Teodor que en realidad perdía solo porque realmente no creía poder ganar. Solo por eso. Y lo mejor de todo es que tenía suerte. Y el enclenque era incapaz de percibirlo a pesar de ser casi matemático: cuando todo lo demás fallaba, la suerte se ponía de parte de Teodor. Hasta Sandrino se había dado cuenta de jóvenes. Se lo habían dicho, pero Teodor seguía sin creerlo. Claus se preguntaba a menudo de dónde sacaba Teodor tanto autodesprecio. Todo lo contrario de Karl von Libensbergen: siempre creía en sus posibilidades, ni se le pasaba por la cabeza la posibilidad de perder. Pero no tenía suerte. No le gustaba a aquella volátil dama. El resultado es que Claus había tenido que sacarle de varias encerronas. Había en el regimiento el rumor que el rango de Hauptsturmführer lo merecía Claus más que von Libensbergen. Los hombres percibían, de algún modo, que no estaban en las mejores manos. Solo por eso, era mal momento para pedir cualquier traslado. El daño a la moral podía ser irreparable.

Su conductor, Lars Braun, que había empezado un año después que él lo expresaba de otra forma, como el jugador inveterado que era: "Puedes apostar a que, si en una partida, el Hauptsturmführer tiene un póker de ases seguro que otro jugador de la misma mesa tiene escalera de color". Hasta hacía poco, Claus no se había fijado que Lars tampoco había querido abandonar la división, pues él no se iba. Claus se preguntaba el por qué de tanta lealtad: incluso le había encubierto y ayudado un par de veces que lo encontró borracho. Y hasta parecía alegrarse que se estuviera alejando del alcohol. A Claus Whenk se le ocurría, a veces, que hubiera sido mejor seguir bebiendo en exceso y que lo echaran de las SS, como le habían amenazado una vez. Pero no. La verdad era que el alcohol lo estaba destrozando. Si al menos pudiera volver a creer que merecían ganar esa guerra... Alto. Era mejor parar ahí, antes de perder la moral que aún le quedaba. Debía hacer un esfuerzo, pensar en otra cosa.
Y la mente le traicionó por otro camino: pues le vino a la cabeza el cuerpo desnudo de Gina Acquaviva tendido entre los matorrales. Se revolvió incómodo: esperaba que a ninguno de los tripulantes se le ocurriera mirarle ahora la parte del cuerpo de cintura para abajo, que ocultaba la torreta del blindado. Menos aún a Braun, que le tenía demasiada confianza como para no chancearse aunque fuera su superior en rango. Se prometió que, si lograba sobrevivir, se casaría con su prima a no importa qué precio. "¡Qué demonios, así somos los Whenk! Esa es la única maldición: fuera quien fuese el que nos hizo, nos diseñó así." ¿Quién dijo que el éxito y el fracaso no son más que impostores? ¿Un inglés quizás?

Continuará...
A decir verdad, en esta lucha de cada instante, donde el resultado más corriente es que se petrifique todo lo que hay de más espontáneo y valioso en el mundo, no estoy seguro de que podamos ganar.
André Breton
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