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Desde que comenzó la Primera Guerra Mundial, la Escuadra de Cruceros de Asia Oriental del vicealmirante Graf von Spee, que en sus momentos de mayor potencia llegó a contar con dos cruceros acorazados, tres ligeros y varias naves auxiliares, no tuvo que combatir contra naves enemigas comparables a las suyas. No por eso el alemán y sus hombres se sentían a salvo, pues eran conscientes de que su nuevo enemigo, el Reino Unido –con el que jamás habían luchado–, mucho más poderoso en el mar, les buscaba con recursos muy superiores a los suyos.

Esa búsqueda dio lugar a dos batallas navales separadas por 38 días, en lugares tan lejanos de Alemania y Reino Unido como la costa chilena frente a Coronel y el Atlántico, al sur de las Islas Falkland, o Malvinas.

Fueron batallas luchadas a un estilo que ya no se repetiría jamás, el de armadas que no saben dónde se hallan las contrarias, y si están cerca o no. Un estilo que propiciaba una forma de guerra en el mar ya desaparecida: la de cuando la lucha implacable y a muerte entre unidades de combate fuertemente armadas era, todavía, un asunto de caballeros.

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