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El general David Petraeus

I.- La popularidad, los medios de comunicación y la milicia.

En los últimos decenios es un fenómeno raro ver a un líder militar aparecer más de una vez en la portada de revistas de circulación popular en un periodo de pocos años. David Petraeus apareció sonriente y muy seguro de sí mismo, ataviado en uniforme de campaña en la portada de la prestigiosa revista norteamericana “Newsweek” en junio del 2004 con el angustioso pero esperanzador encabezado “¿Puede este hombre salvar Irak?”, donde se relataba como este general prometía grandes cosas siendo recién encargado de la preparación de las nuevas fuerzas de seguridad iraquíes que debían tomar el lugar de los militares estadounidenses para cuando viniese su eventual retirada.

La misma revista para marzo del 2008 en su portada mencionaba “La generación Petraeus”, refiriéndose a como la atinada conducción y la aplicación de las medidas adecuadas de este militar estaban logrando lo que apenas un par de años atrás parecía imposible, lograr que la violencia en Irak disminuyese. La situación parecía estar ya bajo control luego de continuos cambios de mando que no habían dado los resultados esperados.



Para julio del 2011 “Newsweek” tenía en portada nuevamente a Petraeus, mostrándose como siempre sonriente y seguro de sí mismo, igual que en el 2004, ¿el título? “La próxima guerra del general”, refiriéndose a la nueva encomienda relacionada con su nombramiento como nueva cabeza de la CIA a petición del presidente Obama. Petraeus estaba en el cenit de su carrera, aunque su papel en Afganistán no parecía haber sido tan exitoso como en Irak, todo parecía indicar que en su corto periodo al frente las cosas realmente estaban cambiando, cuando menos así parecía a juicio de la prensa.

Quizá como broma o sátira del destino, la portada para la segunda semana de noviembre del 2012, incluía referencia a un artículo titulado “Las 12 reglas del liderazgo del general Petraeus”, la autora de dicho artículo era Paula Broadwell, que apenas a principios de ese año había publicado una biografía (según casi todos los críticos realmente una hagiografía) del propio Petraeus. Sin embargo Broadwell se hizo mucho más famosa por ser la causa de la dimisión de Petraeus apenas el día 9 de noviembre. ¿Motivo?, Petraeus, general en retiro de 4 estrellas y hasta el día 9 de noviembre de 2012 director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), había estado sosteniendo un romance extramarital con ella.

El escarnio público no se hizo esperar, los críticos se dieron vuelo señalando mil y una cosas que “Peaches” (“Duraznos”, como le decían quienes no podían pronunciar bien su apellido) había hecho mal. De pronto se tuvo acceso al “lado obscuro” de un hombre que hasta ese momento iba en una carrera ascendente, no era raro pensar que en los años venideros podría estar contendiendo para la presidencia de los EEUU (de hecho Bob Woodward señala que ya había tenido ofrecimientos para ello antes de aceptar el cargo de cabeza de la CIA). Resulta que el hombre que había conseguido “sacar al buey de la barranca” en Irak era conocido también como “BetrayUs” (juego de palabras mezclando “Betrayal” – Traición y el apellido de Petraeus indicando una mala costumbre del general en cuanto a dejar a la gente a su suerte), otros le apodaban “Sr. Burns” en alusión al jefe de Homero Simpson.

No es fácil recordar un caso en la historia reciente en que un líder militar haya pasado de la gloria al escarnio de una manera tan vertiginosa. Su vida y obra me parece que es un buen caso de estudio para entender como el poder de los medios de comunicación puede ser empleado lo mismo para promover una carrera militar que para destruirla, o por lo menos abollarla, por supuesto que debemos de tener en mente que aún hay detalles de su vida y de ciertas decisiones suyas que no han sido develadas y seguramente le veremos retornando a la vida pública luego de lo que los asesores de imagen llaman “control de daños”.

En realidad el fenómeno relacionado con la fama y su aprovechamiento por un militar no es para nada nuevo, de una forma u otra desde siempre la memoria colectiva ha exaltado las hazañas de los héroes, de los vencedores, de los líderes de éxito. El que ese éxito sea producto de su fuerza, ingenio, sabiduría o del uso de métodos menos caballerescos como las heredades, los sobornos, la traición y un larguísimo etc. ya es otra cosa. Por supuesto que si a esa memoria colectiva se le da “ayudas” el asunto mejora mucho para el héroe, vencedor o líder, sobre todo si éste es consciente de la imagen que representa y de los beneficios que una buena imagen permite conseguir, desde cosas tan triviales como recibir más recursos para nuevas campañas hasta poder escalar en la política.

Un ejemplo clásico es Julio Cesar y sus “Comentarios sobre la guerra de las Galias”, ejemplo magistral del autobombo. Claro, Cesar era un maestro en la escritura. Obviamente no todo líder militar exitoso (o que quiere generar una “buena impresión”) tiene el talento de Cesar para escribir él mismo de sí mismo, de allí que desde tiempos inmemoriales, escribas, juglares, pintores, poetas y más recientemente periodistas, comentaristas y analistas sean quienes ya de manera voluntaria o involuntaria contribuyan a edificar lo que sería la leyenda de un buen líder militar.

En los últimos años se han visto cantidad de ejemplos de esa relación entre medios y militares, la segunda guerra mundial nos arroja casos como el de Rommel. Un general con gran talento para hacer mucho con poco. Ralf Georg Reuth en su polémica biografía nos señala de una manera muy precisa como también tenía muchísima visión en cuanto a las ventajas de la propaganda, rodeándose siempre de un nutrido equipo de fotógrafos y periodistas, con lo cual él mismo se iba formando su propia leyenda y ésta se iba registrando a la par. Por supuesto que eso no le quita ni un ápice a sus logros en el ámbito militar, simplemente hay que señalar que a juicio del autor, era perfectamente consciente de que la publicidad le atraería más recursos, siempre necesarios en el Frente de África del Norte.

Del lado aliado por supuesto que los casos abundaban, desde Patton, con sus pistolas de cacha de marfil hasta MacArthur con su eterna pipa y su determinación plasmada en las palabras “¡Volveré!”. Sin embargo el tener a un equipo de periodistas y fotógrafos a un lado no significa por sí mismo el éxito mediático, ni la promoción y propaganda pueden ocultar los errores y malas decisiones, Mark Clark ni con un equipo de relaciones públicas de cincuenta personas pudo borrar la imagen de una campaña mal efectuada en Italia por ejemplo.

II.- La formación de un Líder

David Hollow Peatraeus nació un siete de noviembre de 1952, en el pueblecito de Cornwell, en el estado de Nueva York. Situado a unos 75 Km. al norte de la ciudad de New York. Sus padres fueron Sixtus Petraeus, capitán de la marina mercante de origen danés, emigrado al inicio de la IIGM, y Miriam Howell, una bibliotecaria. Al parecer no había antecedentes directos de alguien que hubiera pertenecido a la milicia en ninguna de las dos familias, aunque Sixtus Petraeus comandó un carguero Liberty durante el conflicto.

De su padre Petraeus heredó la inquietud por los viajes y por ver que había “más allá” de lo cotidiano, además de la inquietud por los deportes, como el atletismo y el futbol soccer. De su madre tomó gusto por la literatura y las puertas que el estudio podía abrir.

Al parecer la niñez y la adolescencia del joven Petraeus transcurrió con la medianía que vivir en la zona de Cornwell puede proporcionar, algo alejada del bullicio de las grandes metrópolis. Sin embargo Petraeus tenía buenas calificaciones y ciertamente destacaba en los deportes, así que cuando termino el “High School” en 1970 los reclutadores de West Point se fijaron en él. La madre de Petraeus tenía sus reservas respecto a que su hijo se uniese a la milicia, pero dado que los recursos de la familia eran limitados y otras opciones iban más allá de lo que podían pagar, terminó aceptando. Petraeus estaba desde luego más que contento, siendo el “gancho” final para atraerlo la posibilidad de unirse al equipo de Soccer de la academia.

Así entonces, a mediados de 1970 David Petraeus ingresó a la academia de West Point (USMA, por sus siglas en ingles). Se le recuerda por ser un cadete aplicado, generalmente calificando entre el 5% de los que obtenían mejores calificaciones en cada uno de los 4 años de estancia. Incluso estuvo elegible para la escuela de medicina militar debido a su rendimiento académico, sin embargo Petraeus resolvió no seguir ese camino.

Sus compañeros de esos años le recuerdan por ser un sujeto algo reservado, no demasiado popular, muy aplicado al estudio y ciertamente ambicioso, muy seguro de sí mismo y hambriento de retos. Deseoso de probarse a sí mismo continuamente.

El penúltimo año de su estancia en West Point, Petraeus conoció a Holly Knowlton en lo que ambos después no han parado de referirse como “una cita a ciegas”. Resulta que Holly era hija del director de la academia, el general William Knowlton, veterano de la IIGM y un militar de renombre. Holly en sí estaba estudiando en el Dickinson College, de donde se graduaría en francés e inglés el mismo año que Petraeus egresaba como subteniente de la academia. Según ambos fue amor a primera vista. Aunque desde luego no deja de haber suspicacias, un condiscípulo de Petraeus mencionó recientemente que “…había 4,000 tipos allí y eligió a David…”, en todo caso ambos compartían muchos intereses y ambiciones, definitivamente ambos son muy inteligentes y siempre han tenido en claro sus metas.

Los Knowlton son una familia de gran tradición militar y desde luego que el ser yerno de un general con la fama e influencias de William Knowlton es una carta de presentación de primera, no es algo necesariamente malo, sobre todo si se es un joven oficial con muchas ganas de sobresalir como Petraeus. Holly conocía perfectamente como eran las cosas en el cerrado mundo de la milicia (ella nació en Paris durante uno de los múltiples destacamentos al exterior de su padre) y es indudable que directa o indirectamente la carrera de Petraeus, por lo menos en sus primeros años, tuvo como uno de sus pilares ese parentesco político.

Así pues, ambos se casaron el seis de julio de 1974, en la capilla de West Point. El joven subteniente recién graduado tenía por delante un gran futuro si sabía aprovecharlo, y vaya que lo hizo.

Es interesante indicar que cuando Petraeus eligió a que rama del ejército iba a ir, se decidió por la infantería, en una época en que dicha arma tiene todo menos el “glamour” y el oropel de otras como los blindados. Como fuese apenas saliendo de West Point entró al curso básico de oficial de infantería, seguido de inmediato por el curso de “Ranger”. Petraeus completó ambos extenuantes cursos de manera meritoria. De allí fue enviado a Italia, donde formaría parte del batallón de infantería aerotransportada 509, entonces destacado en Vicenza. Durante su destacamento Petraeus sirvió como líder de pelotón, luego en el área de logística y más adelante en el área de personal de la misma unidad, desde luego aprendió a saltar en paracaídas y pronto se sintió en su elemento.

Durante esos años se despertó su interés por personajes como el experto en contrainsurgencia David Galula, el general paracaidista Marcel Bigeard y el escritor Jean Lartéguy, de quienes devoró cuanto material escrito pudo encontrar.

Petraeus fue transferido a la división de infantería #24, con base en Fort Stewart, Georgia, a mediados de 1979, para entonces el joven teniente estaba a punto de recibir su ascenso a capitán, en un gesto que demuestra el carácter y presencia de ánimo que siempre ha caracterizado a Petraeus, le envío en avance al comandante de la segunda brigada, el entonces coronel James Shelton, una carta en donde formalmente le pedía el mando de una compañía. Shelton al parecer se impresionó mucho con dicha carta (los biógrafos de Petraeus no indican si también estaba impresionado con el suegro de Petraeus, pero esa es otra historia), así que aceptó ponerle a prueba y al poco tiempo “Peaches” estaba dirigiendo una compañía de fusileros. Luego, una vez ascendido a capitán y en vista del buen trabajo realizado, Petraeus pasó a ser el oficial de operaciones (denominado S3) del segundo batallón del regimiento #19 cuando se presentó una vacante. Hay que indicar que normalmente el “S3” es ocupado por un mayor.

Cuando el comandante de la división, el general James Cochran pasó a retiro en 1981, su substituto, el general James Galvin, tomó a Petraeus como su ayuda de campo, Calvin apreció mucho el talento organizativo de Petraeus así como su presencia de ánimo.

Es claro que la influencia de Galvin en Petraeus fue decisiva, James Galvin no solo era para entonces un militar destacado, con experiencia de combate en Vietnam, sino también un personaje de gran estima en los medios académicos de los EEUU, ostentando una maestría por la Universidad de Columbia y teniendo entre sus logros haber sido decano de la universidad Tufts, de Boston. Galvin en toda regla representaba una peculiar mezcla de intelectual y militar.

Es interesante indicar que la división #24 formaba parte de lo que en esos años se denominaba “fuerza de despliegue inmediato”, es decir, parte de un grupo conjunto que debía estar preparado y equipado para ser enviado de manera expedita a cualquier parte del mundo en caso de una crisis. Todos sabían que el punto más probable de despliegue sería Oriente Medio. Galvin convirtió a la división en una unidad que de haber sido necesario hubiese cumplido ese objetivo con creces según los expertos. Petraeus tomaría nota de los enfoques poco ortodoxos que Galvin manejaba, reforzando su creencia en la aplicación de la infantería ligera. Pero también asimilaría de Galvin cuestiones sobre como se puede aprender de la historia y de como la flexibilidad ante las situaciones imprevistas puede significar la diferencia entre la victoria y la derrota. De hecho Galvin alentó a Petraeus a que ampliase su horizonte académico y profesional.

Así pues, Petraeus entró en la Escuela de Comando y Estado Mayor de Fort Leavenworth, Kansas en 1982, destacándose tanto por sus elevadas notas, graduándose primero en su clase como por ser también el más joven de la misma, teniendo casi todos sus condiscípulos el grado de mayor. Hasta ese momento Petraeus tenía en mente obtener el mando de una unidad de “Rangers”, pero luego de egresar de Fort Leavenworth y al parecer gracias a los consejos de Galvin, decidió aprovechar las facilidades que los programas académicos de la Universidad de Princenton ofrecían y se matriculó en una maestría en Administración Pública en 1984, al mismo tiempo que nacía su hija Anne. Al año siguiente sería destacado a West Point, en el departamento de Ciencias Sociales, donde impartió clases como profesor asistente en el área de relaciones internacionales. Su promoción a mayor llegó en 1985. En 1986 está repartiendo su tiempo entre la enseñanza en West Point y el estudio en Princenton, ese año nace su segundo hijo, Stephen.

En 1987 recibiría el doctorado en Relaciones Internacionales por la Universidad de Princenton, su tesis titulada “Los militares norteamericanos y las lecciones de Vietnam, un estudio de la influencia militar y el uso de la fuerza en la era post-Vietnam” es muy interesante como documento que muestra el pensamiento de Petraeus en relación a como el estudio de la historia, si se efectúa de la manera correcta, permite evitar los errores del pasado, algo más que obvio pero que continuamente se pasa por alto.

Las conclusiones finales de un artículo que Petraeus pública en la edición de finales de 1986 en la revista “Parameters” del “War College” del ejército, titulado “Lecciones de historia y lecciones de Vietnam” resume lo que expresó en su tesis de doctorado:

‘’ Por tanto debemos estar atentos a la aplicación literal de las lecciones extraídas de Vietnam, o de cualquier otro evento del pasado, para solucionar problemas presentes o futuros sin hacerlo conforme las circunstancias especificas que rodean a dichos problemas. El estudio de Vietnam, así como de otras ocurrencias históricas, debe servir para ganar perspectiva y entendimiento, más que para lograr lecciones lapidarias y rápidas que pueden ser aplicadas demasiado liberalmente sin la reflexión propia y el suficiente análisis riguroso. "Cada situación histórica es única." ha advertido George Herring, "y el uso de la analogía es a lo menos confuso, y en el peor caso, peligroso." ‘’

La historia y su estudio como ayuda para el presente y futuro, pero no dejando de lado que cada situación tiene sus propios enredos y cada problema al final se debe arreglar de una manera diferente, así podríamos resumir el pensamiento de Petraeus.

Los últimos años de la década de los ochentas traerían a Petraeus otras encomiendas, Galvin fue nombrado comandante supremo de las fuerzas aliadas de la OTAN en 1987 y le pidió a su ex ayuda de campo que volviese a colaborar con él. Petraeus aceptó y luego de algunos movimientos algo “fuera del reglamento” Galvin pudo contar nuevamente con la ayuda de su oficial favorito, a quien le encomendó la elaboración de sus discursos así como otras actividades propias de un asistente de ese nivel.
Un año después de trabajar con Galvin, sin que exista alguna causa aparente, éste le deja ir a cubrir una vacante en la tercera división de infantería, estacionada en Alemania. Allí trabaja como oficial de operaciones en uno de los batallones, para luego escalar al cuartel general de la primera brigada, desempeñando el puesto de oficial de operaciones asistente. Sus biógrafos coinciden en que sus superiores no dejaron de alabarlo por sus excelentes cualidades de organización y comunicación.
Resulta por demás interesante que la reputación de Petraeus (y probablemente la fama de su suegro) hacen que el general Carl Vuono, jefe del estado mayor del ejército, le llame para que haga las funciones de ayuda de campo, como en su momento pasó con Galvin en el verano de 1989.

Petraeus sirve en dichas funciones en el Pentágono hasta 1991, luego expresaría que nunca se sintió bien en ese puesto, pues se perdió “Tormenta del Desierto”, aunque el trabajo allí le permitió estar en contacto con las altas esferas de decisión y entender mucho como funciona el asunto de la toma de decisiones y la política a esos niveles. Cuando Vouno se retiró a mediados de 1991 el ascenso a teniente coronel también llego para Petraeus. Iniciaba una nueva etapa.

III.- Los primeros años de mando y la escalada al generalato

En agosto de 1991 el teniente coronel David Petraeus toma el mando del tercer batallón del 187 regimiento de infantería de la 101 división aerotransportada en Fort Campbell, Kentucky, probablemente una de las unidades más prestigiosas del ejército norteamericano.

Su paso como líder de dicho batallón es recordado por sus subalternos básicamente de dos formas, como un gran líder o como un déspota implacable. Cuando recibe el mando del batallón ya tenía más de cuarenta años, pero se conservaba en óptimas condiciones físicas, algo que cada elemento de su unidad siempre recordará, pues preparó una gran cantidad de nuevos estándares, mucho más rigurosos que los que la 101 estaba manejando en esa época, para cuestiones físicas y de entrenamiento.

Petraeus siempre predicaba con el ejemplo y era particularmente notorio ver que tipos con la mitad de su edad se quejaban de no poder igualarlo en las pruebas físicas que estableció. Además procuraba ser el primero en llegar y el último en irse, nadie debía fumar ni emplear mal lenguaje, estableció normas estrictas para el uso de uniformes, corte de cabello, maneras de conducirse y cantidad de cosas que parecerían triviales, algún oficial bajo su mando se quejó de que de hecho quería controlar todo aspecto, hasta los más triviales, de la gente en su unidad. Otra faceta de su programa de entrenamiento se basaba mucho en el empleo de municiones reales y la reproducción en la medida de lo posible de condiciones reales.

Lo cierto es que a pesar de las críticas Petraeus lograba que el tercer batallón se desempeñase de manera excelente en los ejercicios de la división. Es en esta época que tiene lugar un incidente que por poco le cuesta la vida. Durante uno de los entrenamientos con munición viva, mientras observaba junto con el general Jack Keane, segundo al mando de la división 101 un ejercicio que incluía lanzamiento de granadas y el empleo de fuego de cobertura para los granaderos, uno de éstos se apoyó inadvertidamente de manera inapropiada en su fusil M16, disparándose éste de manera accidental. Un único proyectil escapó del cañón y fue directo sobre Petraeus, hiriéndole de gravedad en el torso del lado derecho.

La oportuna atención médica le salvó de una muerte segura, requiriéndose una cirugía de seis horas. Los médicos le indicaron que requeriría unas 10 semanas de reposo antes de ver si podía retomar sus actividades anteriores, pero en un arranque ya legendario, Petraeus estaba de pie al mes, justo a tiempo para llevar a su unidad a los ejercicios de campo programados antes del incidente.

Al parecer las secuelas físicas del incidente no fueron muchas, al final todo quedó registrado como un lamentable accidente sin que hubiese responsables. Es un hecho que la forma en que Petraeus encaró el asunto y su rápida recuperación le añadió todavía más prestigio en el ejército. Por supuesto que Petraeus no dejaba a un lado ninguna oportunidad de presumir de sus logros al mando de esa unidad. Definitivamente la discreción y le humildad no estaban en su agenda.

Lo cierto es que para julio de 1993 Petraeus estaba asignado como oficial de operaciones (“G3”) de la 101 división, esto gracias a los auspicios del general Keane, quien al parecer estaba maravillado con el talento de Petraeus para las tareas relacionadas con la organización. Para este tiempo Petraeus también es ampliamente conocido por sus artículos y trabajos en donde defiende tanto el empleo de unidades de infantería ligera de despliegue rápido al estilo de los “Rangers” y las aerotropas, como la idea de que el ejército debía de cambiar su paradigma en cuanto a los nuevos enemigos que debería enfrentar dado que la caída de la Unión Soviética había dejado obsoletos (a su parecer) los enfoques que pregonaban el empleo de las fuerzas armadas norteamericanas respecto a privilegiar operaciones rápidas tipo “blitzkrieg” contra enemigos eminentemente convencionales. Petraeus pertenecía a un grupo de oficiales que consideraba ya desde tiempo atrás que aunque ese paradigma había funcionado, no se podía esperar que los siguientes conflictos luego de “Tormenta del Desierto” fuesen de un estilo “fácil” para el ejército norteamericano. Lo más lógico decían, era que los conflictos venideros fuesen más al estilo de guerras asimétricas, lo que implicaba volver a abrir el “librito” de contrainsurgencia. En esa época sin embargo se trataba de solo una “minoría molesta” a la que no se le hizo mucho caso.

En 1994, al cumplir su ciclo en la 101, Petraeus aprovechó nuevamente las oportunidades que ofrecía el esquema educacional del ejército y toma cursos avanzados en la universidad de Georgetown, donde se interesa por el tema de Haití, de hecho se envuelve tanto en el tema que el general Joe Kinzer, comandante del contingente de la ONU encargado de restablecer las condiciones democráticas en el país le llama para que colabore en diversas tareas, Petraeus es encargado entre otras cosas de elaborar los manuales de procedimientos y reglas para la conducta de las tropas de la ONU. Así mismo se vio envuelto en las labores de coordinación para la reconstrucción de las fuerzas de seguridad de Haití, así como de cuestiones que iban desde la puesta a punto de escuelas hasta la normalización de los servicios públicos esenciales como agua y energía eléctrica.

A mediados de 1995 recibió su promoción a coronel, por lo que fue asignado a otro puesto de mando, ni más ni menos que de la primera brigada de la 82 división aerotransportada. En Forth Bragg, North Carolina.

Su paso por la primera brigada, al igual que cuando comandó el tercer batallón en la 101, fue polémico, instituyó el mismo tipo de riguroso entrenamiento y de medidas ascéticas que le habían hecho famoso, aunque no popular, entre la tropa. Como siempre, poniendo él mismo el ejemplo. Aunque hay algún detalle que llama la atención, como por ejemplo el hecho de que durante su periodo al mando ordenó que todo el personal de la brigada emplease el “apretón del diablo” (“devil grip”) que no era otra cosa que el mantener el dedo índice cerrado mientras portaban sus armas, aparentemente para evitar un incidente similar al acontecido años atrás y que casi le cuesta la vida. Tampoco generó muchas simpatías entre su gente la imposición del mismo estilo de corte de pelo tipo “cepillo” que ya había aplicado en el tercer batallón. Lo que nadie niega es su dedicación al trabajo y su incansable esfuerzo por lograr que la unidad resaltase. También fue en ese lapso que se manifestó otra costumbre, ya era conocido de por sí por no ser precisamente muy popular entre sus condiscípulos de la misma antigüedad de West Point, para ese momento de su carrera generalmente buscaba rodearse de la compañía de oficiales jóvenes que fuesen afines a sus ideas, daba la impresión desde entonces que gozaba ser visto como mentor y no como igual. Fue en esa época que se ganó el apelativo de “Sr. Burns”, en alusión a un personaje de la seria animada “Los Simpsons”, y no precisamente por su buen aura.

Sin embargo, la popularidad de Petraeus era ya tal que el escritor Tom Clancy basó mucho de lo que escribió en el libro “Airborne” (“Aerotransportado”), publicado en 1997, precisamente en entrevistas y análisis sobre el trabajo de la primera brigada. Aunque esto se hizo en colaboración con la sección de relaciones públicas del ejército, “Airborne” sería el primero de los títulos en que Petraeus aparece, seguramente esto le hizo ver la importancia de atraer la atención de los medios, tal y como estaba logrando atraer la mirada de sus superiores.

A mediados de 1997 Petraeus fue nuevamente transferido, ahora al Pentágono, donde pasaría los siguientes dos años como asistente del jefe del estado mayor conjunto, el general Hugh Shelton, como en casos anteriores, usando a fondo todos sus conocimientos y destreza en tareas de organización. Su estancia en ese puesto le permitió adentrarse todavía más en las cuestiones de la alta política, aunque de dientes para afuera manifestaba que él prefería estar al mando de tropas, lo cierto es que cada vez estaba ascendiendo peldaños en una carrera meteórica.

A mediados de 1999 se le destinó de nuevo a la 82 división, estando ya programado su ascenso a general de brigada (de una estrella). En esa ocasión Petraeus ya como jefe de operaciones, prácticamente el segundo al mando de la división. En ese tenor continuó desplegando su ya famosa manera de trabajar, para el 2000 fue nombrado jefe de estado mayor del Cuerpo Aerotransportado XVIII, unidad de despliegue rápido que incluye a la 82 y 101 divisiones.

Sin embargo fue también en el 2000 cuando sufre un accidente relacionado con su afición por el paracaidismo, en un salto deportivo a baja altitud su paracaídas falló en abrirse al completo y Petraeus se lastimó severamente, sufriendo fractura de pelvis y otras lesiones. Nuevamente se pudo recuperar gracias a una tremenda fuerza de voluntad y mucho trabajo de parte del centro médico militar de Fort Bragg. Al año y medio después de sufrir esas heridas, que probablemente habrían hecho renunciar a alguien con menos deseos de salir adelante, Petraeus estaba corriendo en la carrera anual de 10 millas del ejército en Washington. Si algo es cierto es que “David el Terrible”, como también le denominaban sus detractores, no gustaba que se le viera en el suelo…

En el 2001 el ya general Petraeus es destinado a la Ex Yugoslavia como parte del despliegue de la OTAN denominado “Joint Forge”, específicamente sirviendo en Bosnia como jefe de estado mayor asistente de las fuerzas de estabilización. En Bosnia también se desempeñó como delegado de la fuerza conjunta de tarea inter agencias de contra terrorismo, dedicándose a la delicada tarea de seguirle la pista a varios criminales de guerra que en el reciente conflicto en la zona habían cometido tropelías diversas. Allí estaba cuando sucedieron los atentados del 11 de septiembre del 2001.

IV.- Al mando de tropas en el frente de batalla, la aplicación del sentido común y una nota obscura

No es posible por cuestiones de espacio describir de manera amplia los diversos cambios y decisiones que tuvieron lugar en el gobierno y fuerzas armadas norteamericanos luego de los atentados del 11 de septiembre. Todos seguramente recordamos el ambiente de incertidumbre que siguió a los mismos, así como las primeras acciones que tuvieron lugar como respuesta, englobadas en lo que la administración Bush denomino “Guerra al terrorismo”, más específicamente, a Al-Qaeda, a su líder visible, Osama Bin Laden y al régimen talibán que le apoyaba en Afganistán.

Las operaciones “Enduring Freedom” y “Anaconda” de finales del 2001 y principios del 2002 en Afganistán fueron parte inicial de dicha respuesta, actualmente, con la ventaja que da el tiempo, sabemos que el enfoque empleado no fue precisamente el correcto, pues aunque Al-Qaeda y el régimen talibán fueron aparentemente reducidos a un mínimo apenas visible, se crearon a la larga problemas de un carácter casi irresoluble, Bin Laden escaparía y se mantendría a salto de mata durante varios años, los talibanes simplemente “se irían al monte” continuando una guerra de guerrillas interminable que en realidad venía desde la época de la ocupación soviética, y Al-Queda demostraría ser especialmente duradera al ser una organización de tipo más bien horizontal, en donde la eliminación de una célula y/o una o varias cabezas solo representaría un pequeño descalabro. Todo esto mientras el costo económico y sobre todo humano se multiplicaría de una manera astronómica.

Pero en los meses y primeros años después del 11 de septiembre, la capacidad de análisis y de cuestionamiento en las agencias y organizaciones relacionadas con el asunto estaba “trabado” por la impresión de la magnitud de dichos atentados, al parecer de manera más inconsciente que racional el gobierno de los EEUU no estaba buscando quien se la había hecho, sino “quien pagase por ello”. En ese tiempo las acciones en Afganistán parecían ser las correctas, y venía más.

Así pues, cuando algunas piezas de información de inteligencia incompletas y sin confirmar indicaban que el régimen de Saddam Hussein, dirigente vitalicio de Irak, podía tener todavía en su poder armas consideradas “de destrucción masiva” (químicas, bacteriológicas y quizás nucleares) así como quizá la infraestructura para desarrollarlas y fabricarlas, esto se tomó como algo más que cierto y de inmediato se dieron los pasos necesarios para incluir a Irak en la “Guerra contra el Terrorismo”.

Debemos de entender que en ese momento de nervios crispados, la doctrina formulada por el poderoso vicepresidente norteamericano Dick Cheney, denominada “Doctrina del uno por ciento” implicaba que toda amenaza, por incierta o difusa que fuese, debía tomarse en serio. De esa manera pues, para el año 2003 y luego de una serie de escaladas en interpretaciones de las piezas de inteligencia descritas anteriormente, lo que “podía” ser un laboratorio móvil para fabricar armas bacteriológicas pasó a “definitivamente ser” eso, la anécdota “poco creíble” de un exiliado iraquí que había oído de un amigo que otro amigo le había dicho algo sobre armas químicas, pasó a ser un testimonio “de primera mano y totalmente confirmado” sobre la existencia de dichas armas y así sucesivamente. Finalmente el secretario de estado Collin Powell terminó dando un discurso (actualmente infame) en el pleno de la ONU en febrero del 2003 exhibiendo esas “pruebas” y dándolas como totalmente ciertas. Una guerra contra Irak era algo que se venía encima…

A todo esto, la administración Bush se estaba lanzando a una aventura en Irak que a primera vista era una copia algo escalada hacia arriba de lo que había sido “Enduring Freedom”, una operación relámpago para deponer a la cabeza visible del régimen y su gobierno, más al estilo de un golpe de estado de una republica bananera que a una operación de ocupación. Intentando dar cierta lavada de cara al asunto formando una coalición internacional para la intervención en Irak que no tuvo desde luego el mismo apoyo que la de Afganistán poco antes.

Describir todos los sinsentidos que se hicieron durante la planeación de la intervención en Irak tomaría varios volúmenes, basta señalar que por ejemplo, como parte del plan se tenía la certeza de que las fuerzas de seguridad y las mismas fuerzas armadas iraquíes se cambiarían de bando en tropel apenas se iniciase la invasión de Irak, por supuesto que existían las armas de destrucción masiva, pretexto para la invasión, que los mismos iraquíes conducirían a las tropas invasoras hacia dichas armas, que los invasores serian recibidos como héroes y con los brazos abiertos y que por tanto, la cantidad de tropas que se requerirían seria mínima.

Eso último fue especialmente trágico, el secretario de la defensa norteamericano, Donald Rumsfeld y Cheney, se empeñaron en manejar lo que luego los expertos denominarían un esquema “minimalista” en la invasión de Irak, pretendiendo que “la economía de fuerza” se justificaba plenamente dado que todos los supuestos indicados anteriormente se cumplirían a cabalidad. Al parecer tenían una excesiva confianza en los dichos de Ahmed Chalabi, un empresario de origen iraquí que a lo largo de muchos años había entablado una relación informal con varios personajes claves de Washington, aunque en realidad manejaba una agenda propia. Dicha agenda nada tenía que ver con la realidad iraquí.

Basándose en esos supuestos, las fuerzas armadas norteamericanas elaboraron un plan de invasión contra Irak que incluía básicamente el empleo de dos divisiones, la tercera de infantería del ejército y la primera del cuerpo de infantería de marina (“Marines”), junto con dichas fuerzas irían elementos de las divisiones aerotransportadas 82 y 101, así como la primera división blindada británica. Según el plan inicial la primera división blindada y la primera división de caballería del ejército norteamericano les seguirían algunos días después para colaborar en las tareas de búsqueda de las armas de destrucción masiva. Sin embargo Rumsfeld al final decidió que la primera división de caballería no era necesaria. Debemos de tomar en cuenta que los planes iniciales de invasión para Irak preveían el empleo de unos 500,000 elementos. Pero bajo las instancias de Rumsfeld, aparentemente preocupado por cuestiones presupuestales, dicha cantidad se redujo a la mitad, con la idea de reducir la cantidad de soldados a la mitad en cuanto las tareas de ocupación se “encarrilasen” tentativamente a final de ese año.

En este contexto que retornamos a ver que acontecía con Petraeus. Le habíamos dejado en Bosnia, en el verano de 2002, al terminar su periodo allí y recibir el ascenso a general de dos estrellas, también recibió noticias que sin lugar a dudas le dejaron contento, iba a asignársele el mando de la 101 división aerotransportada. Apenas tomó el mando de la división, Petraeus debió encarar un esquema de entrenamiento a marchas forzadas, era un secreto a voces que la división participaría en una eventual invasión de Irak, así que como siempre, trabajó para que la unidad a su mando diese lo mejor de sí. Cuando a finales del 2002 se alistaron los planes a nivel táctico, la 101 división estaba más que lista.

A principios del 2003 la 101 estaba siendo desplegada en Kuwait, donde junto con las demás unidades involucradas, esperaría el desencadenamiento de las hostilidades. El plan era sencillo en naturaleza, siendo el objetivo final, la ciudad de Bagdag.

La ofensiva se partiría en dos puntas, la oeste, conformada por el V cuerpo del ejército norteamericano, dirigido por el general “Bill” Scott Wallace, y la este, englobadas sus unidades en la primera fuerza expedicionaria de infantería de marina, comandada por el general James Conway. El V Cuerpo, con la 3ª división de infantería y elementos de las divisiones 82 y 101 iniciarían el avance por el oeste rumbo al norte, mientras que la fuerza expedicionaria de los marines, integrada por la 1ª división de marines y la 1ª división blindada británica harían lo propio por el este (la división británica se dirigiría a ocupar Basora, la segunda ciudad en tamaño e importancia de Irak, mientras los marines continuaban hacia el norte. Ambos grupos debían converger en Bagdag. Las demás unidades les seguirían a los pocos días.

La ofensiva, denominada “Iraqui Freedom” (“Libertad para Irak”) inició la madrugada del día 20 de marzo del 2003, la 101 división avanzó de inmediato, encontrando inicialmente poca resistencia, principalmente en Najaf, Karbala y al Hillah. Parte de la misión de la 82 y la 101 era asegurar los flancos de avance del V cuerpo, así que era inevitable que se sucedieran encuentros con elementos rezagados del ejército iraquí. Especialmente difíciles fueron los combates en Najaf, aunque un cuidadoso empleo de las armas a su disposición permitieron vencer la resistencia en dicha población con relativamente pocas bajas y mejor aún, reduciendo al mínimo daños y muertes entre la población civil (Najaf tenía alrededor de 300,000 Habitantes).

Para el primero de abril las tropas de avanzada del V cuerpo estaban pasando Karbala y para el cuatro de abril estaban a las afueras de Bagdag. El último trazo del régimen iraquí se desvaneció el día 9. Había sido una ofensiva rápida, aparentemente con pocas bajas y el objetivo de eliminar el régimen de Hussein se había logrado. Claro que apenas era el inicio de todo…

En esa etapa el manejo de la 101 división por parte de Petraeus fue impecable, precisamente era el tipo de guerra para la que él y su gente se había entrenado, avanzando básicamente con vehículos ligeros y recibiendo apoyo cuando fuera necesario de los helicópteros Apache y en pocas ocasiones de la aviación, una campaña corta de guerra convencional. El paradigma del ejército norteamericano en esa época, resumido en “la velocidad mata”, parecía cumplirse una vez más.

Hay una cosa que algunos biógrafos de Petraeus mencionan poco, y es que con la 101 división iba un periodista e historiador ya famoso y ganador del premio Pulitzer llamado Rick Atkinson, quien para ese momento había escrito ya algunos libros, incluida la primera parte de una trilogía, titulado ese primer volumen “Un ejército al amanecer”. El resultado de lo que ese periodista vio en su andar con dicha unidad quedó plasmado en una buena cantidad de artículos en el periódico “Washington Post” y eventualmente en un libro publicado en el 2005 titulado “In company of Soldiers” (“En compañía de soldados”). Aunque el libro es un relativamente buen trabajo periodístico, leyendo entre líneas se puede ver que Atkinson, al parecer de manera inconsciente, quedó envuelto en lo que luego se ha llamado el “aura” de Petraeus. Resulta que mientras manejaba a la división, Petraeus se cuidó bastante de manejar una campaña de relaciones publicas especialmente agresiva, pero llevada de tal manera que el grueso de reporteros que le acompañaban no lo notaban y se volvían cómplices inocentes de ese manejo.

Para eso debemos de recordar que Petraeus ya tenía mucha experiencia con los medios y había descubierto tiempo atrás las ventajas de que terceras personas hablasen bien de él, de tal manera que procuró llevar una política de “puertas abiertas” (“Open access”) con la prensa. Esto, que parecería algo normal, de hecho dejaba sorprendidos a los periodistas, generalmente acostumbrados a que los generales les regateasen las conferencias de prensa y fuesen especialmente parcos y espartanos con las entrevistas, negándose a proporcionar información aunque ésta no tuviese relevancia. Especialmente cercana estaba la experiencia de “Tormenta del Desierto”, donde la prensa materialmente se topó con un muro, debiendo contentarse con un esquema de conferencias de prensa bastante controlado y una casi nula libertad para acompañar a las tropas.

Petraeus en cambio se mostraba muy abierto, respondiendo a las preguntas y atendiendo a la prensa de una manera inusualmente atenta, eso sí, manejando a la gente de los medios de comunicación con una maestría tal que siempre quedaban contentos, aunque en realidad Petraeus no les hubiera informado de nada importante. Es en ese contexto que debemos ver el trabajo de Rick Atkinson, que de hecho se volvió un admirador de Petraeus, el retrato que hace de él en el libro citado es, visto con los años, de tal nivel hagiográfico, que rivaliza con lo que un fanático de una estrella de rock pudiera escribir sobre su ídolo.

La cosa es que mientras la euforia de la caída del régimen de Hussein no terminaba de disiparse, la 101 división, ya al completo, es enviada a Mosul, al norte de Irak. Cierto es que en dicha área había llegado el 26 de marzo parte de la 173 brigada aerotransportada, pero la zona era demasiado grande, y se temía que los kurdos y el resto de los iraquíes comenzasen a guerrear entre ellos. En la provincia (Ninewa) había unos dos millones de habitantes, que incluían tanto kurdos como musulmanes chiitas y sunitas así como cristianos, todos deseosos de ajustar cuentas entre sí.

El 22 de abril Petraeus y su gente llegaron a Mosul, las escenas en la ciudad eran similares a las que se vivían en el resto del país, los servicios públicos habían prácticamente dejado de funcionar, no había seguridad, la burocracia estaba ausente, en fin, el caos.

Sería en ese escenario que Petraeus mostró sus mejores cualidades, supo evaluar de inmediato la situación y darse cuenta de inmediato que operar como lo estaban haciendo sus homólogos más al sur, esto es, dejando que las cosas ocurriesen y/o sobreactuando en caso de violencia, no era el camino, de inmediato implantó una serie de medidas que redujeron la tensión.

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El Major General Petraeus, comandante de la 101 División Aerotransportada, patrullando las calles de Mosul (Irak) en compañía del General Schoomaker (agosto 2003).

El orden fue restablecido mediante el empleo adecuado de los 17,000 elementos de la división, que mantuvieron una presencia constante, pero sin incurrir en el uso indiscriminado de la fuerza. Petraeus siempre mantuvo que había que procurar no tocar a los civiles, empleando a fondo la “HUMINT” (siglas en ingles de “inteligencia recabada en el terreno”) y “golpes quirúrgicos” con el mínimo de bajas posible. Por ejemplo, es famoso el caso en que se hizo un operativo para detener a 35 sospechosos de pertenecer a células de la naciente insurgencia en Mosul, un operativo “quirúrgico” con miembros de las fuerzas especiales y elementos de la 101 división aplicado a las dos de la mañana de manera simultánea permitió detener a 23 de ellos sin disparar un solo tiro. Petraeus había entendido rápidamente que para la población civil, y más para los musulmanes, el humillarles sobre todo frente a sus familias era algo imperdonable, de tal manera que se dictaron normas estrictas y métodos de operar que evitaban en lo posible el abuso de autoridad.

Pero hubo avances en otros campos. Los servicios públicos se restablecieron en la medida de lo posible, los burócratas fueron alentados a retornar a sus empleos y se arregló que la representación regional del banco nacional de Irak les pagase su salario normalmente. Las escuelas volvieron a funcionar e incluso la universidad de Mosul reabrió sus puertas. Petraeus dirigió todo básicamente empleando a fondo su experiencia en Haití y en Bosnia, así como grandes dosis de sentido común. Lo cierto es que lo que se veía como una potencial fuente de problemas pasó a ser un modelo que desgraciadamente no se siguió en el resto de Irak.

Petraeus mismo luego comentaría que su periodo en Mosul fue para él como “ser al mismo tiempo Presidente y Papa”. Es claro que otra de las cualidades que Petraeus no posee es la modestia. Sin embargo no se le puede negar que mientras que al sur y centro del país la insurgencia estaba tomando auge, en el área de Mosul la misma se mantuvo bastante controlada mientras la 101 división permaneció allí. Los detractores de Petraeus argumentan que en su momento se exageró el nivel de tensión en Mosul y que la zona debido a su carácter multicultural en realidad no se prestaba a la clase de problemas que reinaban en otras partes de Irak. Quien sabe que hubiera ocurrido si la 101 hubiera sido destacada al área de Falluja en vez de la 82 división o posteriormente la primera división de la infantería de marina.

Tanto el general Charles Swannack, de la 82, como el general James Mattis, de la 1ª de “Marines” tenían calificaciones muy similares a las de Petraeus, eran también firmes convencidos del empleo de tácticas de guerra “asimétrica” y de usar enfoques no tradicionales para la resolución de problemas, Mattis incluso es probable que tenga una biblioteca mucho más nutrida que Petraeus. Pero así es el destino, y el “Rey David” como le llamaban en Mosul a Petraeus, supo aprovechar muy bien el momento.

Como quiera que sea la escalada de violencia en Irak aumentó vertiginosamente. Alimentada por las malas decisiones tomadas por la administración Bush, como privilegiar la búsqueda de armas de destrucción masiva, que no existían, mientras los arsenales de armas convencionales fueron vaciados por la naciente insurgencia. Disolver el ejército iraquí, con lo que quedaron en la calle cientos de miles de tipos descontentos y con experiencia militar listos para pelear contra las fuerzas de ocupación. La burocracia prácticamente fue disuelta al prohibir la permanencia en la misma de elementos del gobiernista partido Baaz, con lo que el descontento y la desorganización aumentaron. El nombramiento de Paul Bremer como máxima autoridad civil y del general Ricardo Sánchez como máxima autoridad militar en Irak agregó su parte al caos, Bremer jamás entendió que ocurría y fue pieza clave para muchas malas decisiones, mientras que Sánchez, un militar muy profesional pero de hechura convencional, no fue capaz de tomar las medidas correctas durante el primer año de la ocupación. Otra cuestión particularmente problemática fue el empleo de grandes números de “contratistas” privados en áreas de seguridad, a quienes se les concedió virtual “carta blanca” para actuar sin tener que preocuparse por violar las leyes a las que los militares están sujetos, con los consecuentes abusos y atropellos a la población civil. Los desastres en Falluha y el penoso escándalo de la prisión de Abu Ghraib son solo dos ejemplos que ilustran como la conjunción de esos factores desembocó en una situación diametralmente opuesta de la que se había dibujado antes de la invasión. Al final resultó que Irak que convirtió en un imán para cuanto extremista hubiese en el área, quedándose los EEUU con una “papa caliente” que le quemaba las manos a quien la recibiera.

Por lo pronto la 101 fue llamada de regreso a los EEUU en febrero de 2004. Petraeus se lamentaría que las cosas empeoraron rápidamente luego de su salida, pues fueron reemplazados por fuerzas muy menores en cantidad, que no pudieron controlar las cosas, a tal grado que para noviembre de ese año se libraron batallas que no tenían nada que envidiar a las que ocurrían más al sur.

A su retorno a los EEUU Petraeus fue ascendido a general de tres estrellas. Para junio del 2004 estaba de regreso en Irak, con la encomienda de organizar la formación e instrucción de las fuerzas de seguridad iraquíes (“ISF” por sus siglas en ingles). Curiosamente éste es un periodo en el cual sus biógrafos (y hagiógrafos) normalmente no tocan mucho, básicamente basándose en lo que el mismo Petraeus, ya bastante experto en “dirigir” a la prensa, declaraba sobre el tema.

La encomienda para Petraeus, ordenada por el nuevo jefe militar en Irak, el general George Casey, que substituyó a Sánchez ese mismo mes, era basta, formar un nuevo ejército, de unas 10 divisiones (100,000 hombres) así como una nueva policía (más de 130,000 elementos). El “Rey David” como siempre aceptó el reto y para finales del año parecía haber progresos significativos en cuanto a la cantidad de elementos reclutados y entrenados, cuando menos eso era lo que Petraeus declaraba a la prensa. Sin embargo la realidad es que el ambiente en el país se había vuelto todavía más caótico, los reclutas desertaban a las pocas semanas debido a las amenazas de la insurgencia, quienes no lo hacían debían temer ser objetivos de todo tipo de ataques mortales dirigidos a ellos y a sus familias. Se llegó a habla mucho sobre que parte de las armas y equipo que se distribuyeron al nuevo ejército y policía iraquíes en realidad terminaron en manos de la misma insurgencia, o bien fueron empleados en las luchas sectarias que para ese momento eran cosa cotidiana en el país.

Recientemente una investigación periodística del diario inglés “The Guardian” reveló aspectos aún más tenebrosos de la estancia de Petraeus en Irak en esa época. Al parecer con el conocimiento y la anuencia del general en su calidad de encargado de la formación de las fuerzas de seguridad iraquíes se fomentó el empleo de técnicas de tortura y otros métodos “no convencionales” a fin de recabar información de inteligencia con los detenidos por las fuerzas especiales iraquíes. Peor aún, es muy probable que parte de las acciones emprendidas “en la penumbra” por dichas fuerzas especiales, realmente hayan contribuido a que la lucha sectaria se volviese todavía más cruda. Petraeus ha negado que él haya instigado ese tipo de prácticas, pero la cosa queda allí, como una nota negra en el de por sí opaco panorama de la violencia en Irak.
A finales del 2005 Petraeus parte nuevamente de Irak, claramente asienta que su labor está lejos de estar terminada, pero se le llama para que tome el cargo de director del Centro de Armas Combinadas de Forth Leavenworth. Viene su oportunidad de oro para literalmente “reescribir el guión”.

 


 

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El General David Petraeus, ascender y caer por los medios 2ª parte