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El 11 de septiembre se conmemora en Cataluña “La Diada”, un sentido recuerdo y homenaje a los luchadores por las libertades del pueblo de Cataluña cercenadas por el absolutismo borbónico, cuya figura mítica es Rafael Casanova, inmortalizado en el cuadro titulado L'onze de setembre de 1714 de Antoni Estruch Bros (1872-1857) pintado en 1909, cuando valientemente junto a la bandera de Santa Eulalia defendía las murallas de Barcelona.

Sin embargo, este relato mitológico creado a finales del siglo XIX por el incipiente nacionalismo catalán personificado en Valentí Almirall y La Renaixença, no se es más que una construcción interesada de los sucesos de ese día, olvidado el contexto de la Guerra de Sucesión española y escondiendo de forma premeditada los acontecimientos que tuvieron lugar pasada esa fecha, uno de ellos los que gracias al artista Juan Benavente podemos rescatar del olvido más de doscientos años después.

En primer lugar habría que enmarcar la Guerra de Sucesión y recordar que por lo que se peleaba no era por las libertades del pueblo de Cataluña, sino que el centro del conflicto era la discutida legitimidad al trono de Felipe V de Borbón, heredero de Carlos II de Austria, último rey español de dicha dinastía. Cuando en noviembre de 1700 se abrió el testamento del monarca hispano figuraba como heredero al trono español Felipe de Anjou, nieto de la española María Teresa de Austria, hermana de Felipe IV, casada con Luis XIV de Francia como parte de la Paz de los Pirineos de 1659. Este cambio dinástico fue apoyado en la corte de Madrid por el cardenal Portocarrero frente al denominado bando austracista, el cual, encabezado por el almirante de Castilla y el conde de Oropesa, defendían la sucesión en la figura del archiduque Carlos de Austria, el segundo de los hijos del emperador Leopoldo I.

Cuando Felipe llegó a España juró como rey en las cortes que se celebraron en los distintos territorios que componían las coronas de Castilla y Aragón (por cierto en ningún caso corona catalano-aragonesa, otro invento mitológico de la historiografía de finales del siglo XIX) Las primeras medidas del rey en nada indicaban la implantación del absolutismo ni mucho menos supresión de los fueros de los distintos reinos. Además, nadie en España se lanzó a empuñar las armas en contra del nuevo rey.

No sería hasta 1706 cuando los estados de la corona de Aragón decidieron cambiar de bando y reconocer como su soberano a Carlos en vez de a Felipe (Cataluña nunca fue un reino ni un principado). Esto sucedió cuando parecía que las armas de la casa de borbón iban camino de perder la guerra, tras las derrotas de Blenheim, Ramillies, la toma de Gibraltar por Rooke (en nombre del auto proclamado Carlos III de España y no de su graciosa majestad británica, aunque eso daría para mucho más que esta breve reseña) y el desembarco de dos ejércitos aliados en la Península: uno en Portugal y otro en la corona de Aragón. Ese mismo año el archiduque Carlos entraba en Madrid y la guerra parecía ganada para los austracistas.

Ante tal panorama Luis XIV decide volver a enviar a España al duque de Berwick, FitzJames Stuart y Churchill (todo un personaje, hijo ilegítimo de Jacobo II de Inglaterra, se refugió en Francia tras la Revolución Gloriosa de 1688. Sus sucesores accederían al título de duques de Alba a finales del siglo XVIII hasta la actualidad) Berwick consigue invertir el curso de la guerra en 1707 con la victoria de Almansa que permite recuperar Valencia, Zaragoza e incluso Lérida. Tras ella se publicaría el primer Decreto de Nueva Planta, orden que declarada abolidos los fueros, leyes e instituciones propias de los reinos de Valencia y Aragón “Por el delito de rebelión”, es decir, que les fue aplicado el derecho de conquista por ser territorios rebeldes a su rey. Esto no fue todo, Játiva que se negó a rendirse y fue tomada al asalto fue incendiada hasta los cimientos por orden del rey. No es de extrañas que en Barcelona se comenzase a temer y con razón, un futuro triunfo borbónico en la guerra.

“Considerando haber perdido los reinos de Aragón y de Valencia, y todos sus habitadores, por la rebelión que cometieron, faltando enteramente al juramento de fidelidad que me hicieron como a su legítimo Rey y Señor, todos los fueros, privilegios, exenciones y libertades que gozaban, y que con tal liberal mano se les había concedido, así por mí como por los reyes mis predecesores, particularizándose en esto de los demás reinos de mi corona; y tocándome el dominio absoluto de los referido reinos de Aragón y Valencia, pues a la circunstancia de ser comprendidos en los demás, que tan legítimamente poseo en esta monarquía, se añade ahora la del justo derecho de la conquista que de ellos han hecho últimamente mis armas con el motivo de su rebelión”

La guerra continuó con victorias borbónicas hasta que las potencias decidieron firmar en 1713 la paz en Utrech, posiblemente el peor tratado de paz firmado por España en toda su historia, pero que conseguía saciar las aspiraciones de casi todos, al quedarse los Borbones con la corona española, los austriacos con las posesiones europeas y los ingleses con beneficios económicos que favorecieron sobre manera su desarrollo en el siglo XVIII. Ese año las tropas imperiales abandonaban Cataluña dejando únicamente al príncipe de Starhemberg como virrey y una más que cuestionable promesa de regreso por parte del ahora emperador Carlos VI de Austria.

La causa austracista se había venido abajo, solamente quedaron luchando catalanes y mallorquines, pero más que por el regreso de la casa de Austria por salvar sus propias vidas, abandonados por todos y aterrados ante la llegada de un ejército del legítimo rey de España, por ellos mismos reconocido y que no parecía tener el más mínimo deseo de olvidad el delito de traición cometido por sus súbditos. Y es que no se podía esperar violar las leyes y los juramentos dados y luego creer que la justicia no les alcanzaría al sentirse por encima de todo y de todos.

Comenzó el asedio de Barcelona, decidida a resistir como lo hizo Numancia. El borbónico duque de Pópoli cercó la ciudad, aunque esta siguió recibiendo ayuda desde Mallorca, Cerdeña e Italia. El asedio de Pópoli duró nueve meses y no se puede decir que fuese muy efectivo. El mazazo definitivo a la causa austracista llegó en marzo de 1714 cuando Francia y Austria firmaron la paz de Rastatt. Carlos envió una carta a la Diputación General explicando los motivos de su decisión. Me permito dudar que esta nota insuflase más ánimos a los defensores, no todos barceloneses ni catalanes, ya que dentro de la muralla de la ciudad había regimientos de valencianos, aragoneses y castellanos, todos partidarios del archiduque.

Durante los nueve meses de asedio de Popoli y los dos siguientes, ahora al mando del duque de Berwick, el rey Felipe V conminó a los rebeldes a rendirse en numerosas ocasiones y evitar así el sufrimiento a la población del asedio y bombardeo de la ciudad, pero debe de ser una costumbre muy arraigada en las autoridades de la ciudad condal el no hacer caso de los mensajes tendentes a llegar a acuerdos y evitar de esa manera males mayores.

Le costó dos meses a Berwick abrir brecha en la muralla de la ciudad y el 11 de septiembre, con las tropas borbónicas presentes ya en el interior de la ciudad condal, las autoridades municipales solicitaban un alto el fuego y condiciones de rendición. Aquí paree que para muchas personas se acaba todo y comienza una feroz y sanguinaria represión española frente al desvalido pueblo de Cataluña. Así que pasaremos a explicar qué sucedió a partir de ese momento y el porqué de la importancia del trabajo de Juan Benavente en “La Rendición”

Pese a la creencia popular no hubo ni asalto, ni saqueo ni derramamiento gratuito de sangre, ya que Berwick ordenó a sus tropas respetar la vida y hacienda de los barceloneses mientras solicitaba instrucciones al rey Felipe. Por otro lado las máximas autoridades ciudadanas, excluido Rafael Casanova que estaba herido, aunque no de gravedad, en su caso era una herida leve en la pierna, lo que no le hubiese impedido ni seguir combatiendo ni formar parte de la delegación barcelonesa, otra caso sería conocer los verdaderos motivos que tuvo para quedarse en cama esperando los acontecimientos, creo que huelga señalarlos.

Cuando llegaron las instrucciones desde la corte no se ordenó ni la ejecución de los rebeldes, de hecho ni uno solo de ellos fue pasado por las armas, pese a que las normas de la guerra de la época así lo contemplaban con los sublevados contra su rey, ni la ciudad fue incendiada o saqueada con el caso de Játiva.

Berwick ordenó que las banderas del ejército defensor, entre las que se encontraban la de Santa Eulalia y la de San Jorge fueran entregadas en las Atarazanas reales. Esta es el momento en que el artista plasma en esta maravillosa obra de un acontecimiento que ha pasado olvidado más de 200 años. En un mundo como el actual donde algunas personas desprecian el significado y simbolismo de las banderas, aunque más bien soy de la opinión que desprecian los símbolos y banderas de los que no opinan como ellos, no se puede entender el momento tan dramático de la escena aquí representada. Las banderas, sobre todo para los militares, representaban lo más sagrado e importante. Su defensa se encargaba en los tercios a un alférez y servía como unión de los miembros de la unidad, la pertenencia a una familia “ser camaradas”. No se permitía que tocasen el suelo ni siquiera en combate y solamente se inclinaban ante el rey, así que imaginen la congoja que supone rendir las banderas ante el enemigo y la importancia del momento aquí representado.

Aquí no acabó todo. Enviadas las banderas a la corte Felipe no las quiso guardar para sí como trofeos, una costumbre de la época, sino que decidió devolverlas a Barcelona, considerando que al ser de rebeldes a su persona no merecían tal tratamiento. Así que días después se ordenó que fuesen quemadas públicamente.

Tampoco Rafael Casanova terminó sus días exiliado ni en prisión. El rey Felipe dictó un perdón general en el que estuvo incluido, ejerciendo como abogado en Barcelona hasta 1743 (no veo muestras de la feroz represión borbónica). Tampoco su segundo al mando durante el asedio, Salvador Feliu de la Peña, sufrió daño alguno y volvió a sus negocios hasta su muerte en 1733. Por cierto que no volvieron a dirigirse la palabra en el resto de sus vidas, me ahorraré las comparaciones con el momento actual.

Si es cierto que Cataluña perdió sus fueros, como antes lo hicieron Valencia y Aragón, y posteriormente lo haría Mallorca, territorio que fue el último en seguir defendiendo la causa del archiduque Carlos hasta 1716, no Barcelona, la historia de la Guerra de Sucesión como se puede ver no se terminó en 1714. Aunque tampoco es cierto que perdiese todas ellas, ya que en años posteriores José Patiño, entonces superintendente de Cataluña medió ante el Rey para que se mantuviese el derecho privado catalán, el cual tenía como figuras claves la existencia del “heredeu” (un único heredero de las propiedades agrícolas, luego de los negocios y fábricas) y de la enfiteusis (se fijaba la renta a pagar por los payese), ambas medidas permitieron el desarrollo económico de Cataluña, así como el acceso definitivo al mercado virreinal. Conviene preguntarse qué situación económica hubiese tenido una Cataluña con sus fueros pero privada del acceso a los mercados, españoles y europeos. Creo que estamos aburridos de escucharlo últimamente pero referida a una Cataluña independiente pero fuera de la UE y el euro.

Parece que hoy en día sigue habiendo políticos que envueltos en sus banderas siguen defendiendo el derecho medieval de unas pocas oligarquías sin importarles las consecuencias que para la población pueden tener este extremismo marcado por la ocultación de la historia y el deseo de seguir en la cúspide del poder a toda costa.     

Afortunadamente obras como las de Juan Benavente al que me gusta calificar como el “moldeador de historias” permiten el recuperar pequeños retazos de una historia de España olvidada o más bien escondida y que por causa de su desconocimiento algunos parecen condenados a repetirla.

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