Fue al final del 26 de Agosto de 1346 cuando, arrollando a sus propios ballesteros genoveses, que se retiraban bajo una lluvia de flechas, la caballería nobiliaria francesa se lanzaba en tromba contra la a primera vista débil línea inglesa. 

Aquel día un arma no desconocida, el arco largo, marcó por primera vez la diferencia, excelentemente aprovechada por el génio táctico inglés. 

El arco largo es una pieza cuyo tamaño varía según el usuario, pero alcanzaba normalmente la altura del hombre que lo usaba, y una potencia de fuego extraordinaria. Los mejores eran de haya, española para más señas, es uno de los primeros ejemplos de importación de materias primas estratégicas que se conoce. Su fabricación debía ser precisa hasta el punto que el fabricante de arcos que era sorprendido trabajando de noche era multado. 

La razón de las victorias inglesas gracias al arco largo no se debió a que fuera un arma nueva, sino a circunstancias sociales y a´una táctica revolucionaria. 
 


Socialmente el arco largo es en la inglaterra bajomedieval el deporte rey. En todas las comunidades, grandes y pequeñas, los hombres se precian de manejar dicho instrumento. Principalmente para la caza, ocasionalmente en cotos reales, pero también como deporte, siendo muy habituales los concursos de tiro con sustanciosos premios. Esto hace que desde muy pequeños los ingleses se entrenaran en el ejercicio del arma, desarrollando la musculatura necesaria para su empleo. Los arqueros tenían brazos extraordinariamente fuertes. Esta circunstancia hizo que su empleo masivo fuera muy dificil de imitar por otros ejércitos. Simplemente no disponían de bastante gente con la capacidad física necesaria. En cambio para entrenar a un ballestero bastaban un par de meses. El uso del arco largo llegó en inglaterra hasta tal punto que al final de la guerra de los cien años todos los varones ingleses tenían la obligación de ejercitarse con él al menos una vez por semana. Y entre sus enemigos se llegó a convertir en costumbres cortar los dedos de la mano derecha a los arqueros capturados. 

El día de Crecy, un cansado ejército inglés, acosado y con escasos suministros, se enfrentó a la flor y nata de la caballería francesa, con el oriflama al frente. 

En ese momento surgió la pericia táctica, e innovadora, del ejército inglés. Conocedores de que en una lucha nobiliaria montada tradicional saldrían rápidamente derrotados, los jefes del ejército inglés probaron otra cosa. La nobleza combatiría a pie, flanqueada y precedida por los arqueros, resguardados tras hileras de estacas afiladas. Cuando el ejército se desplazaba cada arquero tenía la obligación de cargar con una de dichas estacas, que clavaba en tierra delante de su posición. Dichas estacas tenían como objetivo desviar a los caballos franceses, de tal modo que el arquero evitaba el ataque frontal, y en cambio el jinete presentaba su flanco al hacer el giro, si no quedaba empalado. 

A pesar de que la hora tardía hacía suponer que no habría batalla hasta el día siguiente, la nobleza francesa cargó, y cuando estuvieron a tiro, los arqueros ingleses empezaron a sembrar el campo de muerte. Las armaduras del S XIV eran excelentes, y era dificil que una flecha las atravesara, pero no era esa la intención primordial de la línea de arqueros. Capaces de tirar hasta diez flechas por minuto (se les animaba a olvidar su flecha después de soltarla, ya que llegaban a soltar la segunda antes de que la primera hiciera blanco) su blanco principal eran los caballos. 

Cargando los franceses en masa, hombro con hombro en líneas apretadas para aprovechar lo más posible la fuerza del impacto, era imposible fallar para los arqueros. Pronto los caballos empezaron a sufrir los punzantes dardos, encabritándose, tirando a sus jinetes y empujando a los que cabalgaban junto a ellos, cayendo sobre los orgullosos nobles y haciendo tropezar a los que seguían después. La línea francesa se convirtió en el caos. Muchos nobles llegaron a las líneas inglesas a pie, arrastrando sus pesadas armaduras y listos para ser derribados por los ingleses, que a sabiendas de que combatirían a pie, llevaban armaduras más ligeras. Una vez en tierra eran capturados para cobrar un rescate o eliminados por las dagas de fina hoja llamadas "de misericordia". En cuanto a los escasos jinetes que llegaban montados, no eran rival para la masa de enemigos que encontraban ante ellos, y en medio de la "melée", los mismos arqueros, con sus cuchillos, desjarretaban a los caballos para tirarlos a tierra. 

Hasta tres veces cargó la nobleza francesa: una línea nueva cada vez, y cada vez los supervivientes que pudieron regresar a sus líneas lo hicieron derrotados en el físico y en el orgullo. Para mayor desastre, aquel día se perdió la oriflama. 

Sin embargo la batalla sólo tuvo una consecuencia seria para el reino de Francia, la pérdida de Calais tras lo que sería un largo asedio. El ejército francés se retiró, y lucharía de nuevo, sin aprender de sus errores, en lo que sería la jornada desastrosa de Agincourt el 25 de octubre de 1415. Aquel día moriría definitivamente el madieval espírtu de la guerra nobiliaria, para abrir camino a formas de combatir menos clasistas y más efectivas.