Eastern cavalry officer with germanic warriors | Eastern and ...

“Gaínas era bárbaro de nacimiento pero, tras lograr la ciudadanía romana y habiéndose dedicado al servicio militar, ascendió paso a paso de un rango a otro hasta ser finalmente designado comandante en jefe de la caballería y la infantería romanas. Cuando obtuvo esa elevada posición olvidó su situación y sus relaciones e, incapaz de contenerse, como se suele decir, no dejó piedra por remover para lograr el control del gobierno romano” (Sócrates de Constantinopla, Historia Eclesiástica, Cap. VI.)

En el drama de la Caída del Imperio romano el godo Gaínas es un personaje secundario eclipsado por gigantes como Alarico y Estilicón. La ambición, el valor y las aptitudes militares y políticas de los tres eran similares y sin embargo la diosa Fortuna bendijo a unos con un lugar en la Historia y condenó al otro al fracaso y el olvido. Tal vez Gaínas no merezca contarse entre los grandes generales, pero sin duda fue un buen militar que ascendió por méritos propios desde lo más bajo del escalafón. No existen datos sobre los primeros años de su carrera y cuando por fin hace su aparición en las fuentes lo encontramos ya mandando un cuerpo de ejército. Aunque no se mencione Gaínas debió tomar parte en muchas de las acciones que forjaron el ejército de Teodosio y habría que imaginarlo cargando contra las legiones occidentales en el cruce del Sava, persiguiendo rebeldes en los pantanos de Macedonia e incluso participando en la matanza de Tesalónica. La figura de Gaínas está tan estrechamente ligada a la historia del ejército romano oriental renacido tras el desastre de Adrianópolis que resultaría difícil comprender sus actos sin conocer las características y debilidades de ese ejército. Apelo a la benevolencia del lector que pudiera extrañarse de que en la primera mitad de su bibliografía apenas aparezca mencionado el nombre de Gaínas porque en realidad en este trabajo el ejército teodosiano es tan protagonista como el propio general. 

La importancia histórica de Gaínas residiría no tanto en el personaje en sí mismo sino en las consecuencias que podría haber tenido su triunfo final. Cuando el Imperio romano quedó definitivamente dividido tras la muerte de Teodosio, la parte occidental quedó gobernada "de facto" por una dictadura militar al frente de la que encontramos nombres como Estilicón, Constancio, Bonifacio o Aecio, generales que escribieron páginas de gloria pero que no pudieron impedir que el Imperio romano occidental dejara de existir antes de acabar el siglo V. Por contra en Oriente, durante cincuenta decisivos y dramáticos años, se sucedieron al frente del gobierno una serie de magistrados civiles que supieron mantener a los militares apartados del poder. Estos gobernantes recurrieron a métodos muy poco heroicos, como enfrentar a unos bárbaros contra otros o comprar la retirada de los invasores, pero después de ellos el Imperio romano oriental sobrevivirá otros mil años. Si Gaínas hubiera logrado mantenerse en el poder se habría roto esa tendencia y la Historia posterior podría haber sido muy diferente a como la conocemos. 

Reconstruyendo el ejército después de Adrianópolis 

En el año 374 d.C. irrumpen en el área del Caúcaso los hunos, un pueblo de jinetes nómadas proveniente de las estepas asiáticas. Su llegada tendrá el efecto de una tromba que arrasará a su paso todas las estructuras políticas establecidas al norte del Caspio y el Mar Negro: el reino del Bósforo, los alanos, los godos greutungos y los godos tervingios caerán en rápida sucesión como fichas de un dominó gigante. Entre los godos se desencadenará el pánico y el anciano rey Ermanrico de los greutungos se quitará la vida convencido de la inutilidad de cualquier resistencia mientras que su sucesor Vitimero morirá en combate poco después. Atanarico, rey de los tervingios, tampoco pudo contener a los jinetes de las estepas y se replegó luchando hacia los Cárpatos con un puñado de fieles. Pero un gran número de godos prefirió abandonar sus tierras ante la perspectiva de morir luchando contra los hunos o vivir sometidos a su yugo, y pronto una marea de fugitivos desesperados estaba en marcha hacia las fronteras del Imperio romano. 

En otoño del año 376 llegó a la ribera del Danubio la primera oleada de desplazados compuesta por decenas de miles de tervingios (pueblo que con el tiempo dará lugar a los visigodos). Sus líderes enviaron una embajada a Valente, Augusto del Imperio romano de Oriente, solicitando permiso para cruzar el río y asentarse en tierras romanas. El emperador dio su autorización y los tervingios pasaron el Danubio pacíficamente, pero antes de que concluyera la operación apareció una segunda oleada de fugitivos formada por greutungos (que serán el germen de los ostrogodos). Los romanos, que empezaban a verse desbordados, prohibieron a los recién llegados la entrada en el Imperio, pero éstos cruzaron en balsas por otro punto aprovechando que las flotillas fluviales romanas estaban ocupadas supervisando el paso de los tervingios. Para acabar de empeorar las cosas la rapacidad y torpeza de las autoridades romanas locales provocó la revuelta de los tervingios que se lanzaron a saquear la diócesis de Tracia. Pronto los greutungos e incluso bandas de aventureros alanos y hunos se unieron al pillaje. La situación estaba totalmente fuera de control y las tropas romanas enviadas a la diócesis se vieron superadas por lo que finalmente el propio Valente tuvo que marchar contra los invasores al frente de su ejército de maniobra. 

El 9 de agosto del año 378 en las proximidades de la ciudad de Adrianópolis las fuerzas romanas sufrieron una aplastante derrota a manos de un ejército bárbaro dirigido por el tervingio Fritigerno. En el enfrentamiento perecieron no menos de 35 tribunos, varios oficiales de alto rango y el propio emperador. Aunque no disponemos de cifras concretas las bajas romanas fueron terribles. Los historiadores modernos estiman que el ejército de Valente contaría con entre 15.000 y 40.000 comitatenses (soldados de las fuerzas móviles) y Amiano Marcelino, que es la mejor fuente para la batalla, escribe que dos de cada tres soldados murieron en el combate, lo que supondría de 10.000 a 25.000 bajas. Fuere cual fuere la cifra real lo cierto es que de un único golpe el ejército de maniobra oriental había dejado de existir como fuerza de combate efectiva. 

El ejército de maniobra occidental se encontraba a pocas jornadas de marcha de Adrianópolis pero el Augusto occidental Graciano tenía sus propios problemas: no había llegado a tiempo para unir sus fuerzas a las de Valente porque había tenido que atajar una incursión alamana en la zona del Rin, y ahora los sármatas habían cruzado el limes (la frontera del Imperio) y saqueaban Panonia. Sin poder hacer frente a varias amenazas simultáneas Graciano recurrió a la fórmula que se venía empleando desde tiempos de Diocleciano y designó un colega para gobernar la mitad oriental del Imperio (en esos momentos ya existía un segundo Augusto, su medio hermano Valentiniano II, pero era todavía un niño). El 19 de enero de 379 en Sirmio, Panonia, Graciano proclamó Augusto de la pars Orientis al hispano Teodosio, uno de sus generales. 

En primavera del año 379 el nuevo emperador trasladó su cuartel general desde Sirmio a Tesalónica en Macedonia. Los dos colegas imperiales habían acordado que Teodosio asumiera la dirección de la campaña contra los godos y que todo ese teatro de operaciones quedase bajo su control por lo que se dividió la prefectura de Iliria y se transfirió temporalmente a Oriente el gobierno de las diócesis de Macedonia y Dacia, quedando solo Panonia bajo administración occidental. Graciano cedió también a su nuevo colega hombres y algunos oficiales de su estado mayor, pero esos refuerzos eran solo una gota en el mar de las necesidades del nuevo Augusto oriental: su ejército de maniobra había perdido dos tercios de sus comitatenses y los supervivientes estaban dispersos y desmoralizados. La reconstrucción de esa fuerza militar era la labor más urgente que debía acometer. 

Final del Imperio Romano de Occidente - Arre caballo!

Una de las primeras iniciativas de Teodosio fue transferir tropas desde las provincias asiáticas a las balcánicas pero esa medida tenía necesariamente un alcance muy limitado ya que no se podían dejar desguarnecidas las fronteras con la Persia Sasánida: solo una leva de emergencia permitiría remplazar a los caídos en Adrianópolis. Amiano compara esa derrota con la de Cannas en el año 216 a.C., pero mientras que en aquella ocasión Roma solo necesitó unos meses para reemplazar las legiones perdidas, en el siglo IV, pese a que el potencial demográfico de la pars Orientis era muy superior al de la Italia de las Guerras Púnicas, el Imperio era incapaz de llevar a cabo un reclutamiento masivo. El ejército de ciudadanos que permitió a la vieja República sustituir una y otra vez las legiones aniquiladas por el genio de Aníbal era apenas un recuerdo, e igualmente eran cosa del pasado los días en los que no faltaban voluntarios que encontraban bajo la sombra de las águilas paga, botín, donativos imperiales y una vida mejor que la que podían esperar destripando terrones de sol a sol en sus aldeas o malviviendo con pan y circo en la Urbe. En el periodo tardoimperial no existía entre la población un sentimiento patriótico que impulsara a los hombres a alistarse: podían organizarse ante un peligro inminente cuando sus familias y hogares eran amenazados, pero eran reacios a incorporarse a filas sabiendo que eso podía suponer ser enviados al otro confín del Imperio. Además las continuas devaluaciones habían hecho que las pagas resultaran, en términos reales, mucho más reducidas que en siglos anteriores. Eso, unido a la falta de botines como consecuencia del final de las guerras de conquista, hacía que la vida militar resultara muy poco atractiva económicamente. 

La escasez de voluntarios había obligado a introducir el reclutamiento forzoso. Por una parte los hijos de soldados debían por ley heredar el oficio de sus padres y por otra se obligaba a los terratenientes a proveer de reclutas al ejército. Los propietarios se organizaban en consortia que debían proporcionar cada año un cierto número de hombres, aunque en muchos casos preferían conmutar esa obligación por un pago en metálico para no ver reducida la mano de obra agraria en sus fincas. Por cortedad de miras, por egoísmo o por falta de patriotismo los propietarios ponían todo tipo de trabas al reclutamiento: incluso cuando en el año 397 el rebelde Gildón bloqueaba los envíos de trigo a Italia los senadores lograron impedir una leva de emergencia en sus propiedades. El sistema favorecía la picaresca y la corrupción siendo habitual que los reclutadores incluyeran en los contingentes que enviaban al ejército siervos pertenecientes a terceros. Los hombres obtenidos con esos métodos no eran ni los más apropiados ni los más animosos: muchos se mutilaban los pulgares para evitar ser alistados y las deserciones eran tan frecuentes que los soldados debían ser marcados. Muchas de las leyes emitidas durante los primeros años del reinado de Teodosio tratan sobre reclutamiento, prófugos y desertores, y reflejan los desesperados intentos por incorporar nuevos reclutas. Así, una ley de Valentiniano I condenaba a ser quemados vivos a los que se mutilaban los pulgares para escapar del servicio, mientras que una nueva ley de Teodosio establecía que deberían incorporarse al ejército y servir sin pulgares, aclarando que a efectos de cupo dos reclutas mutilados contaban como uno "entero". El sistema permitía, mejor o peor, cubrir las necesidades ordinarias del ejército, pero no sustituir rápidamente a los miles de caídos en Adrianópolis. Se hacía necesario buscar otras fuentes de reclutamiento. 

La tradición de incorporar bárbaros al ejército romano venía de muy antiguo, pero fue durante la Tetrarquía cuando los soldados de origen bárbaro se convirtieron en las tropas de choque del ejército romano. Constantino, antes de enfrentarse a Magencio, incorporó a su ejército un gran número de bárbaros, especialmente germanos: voluntarios llegados desde el otro lado del limes, levas de bárbaros asentados por los tetrarcas dentro del Imperio (laeti, gentiles o inquilini), y prisioneros de guerra (dediticii). Con estos bárbaros se formaron unidades de choque de nuevo cuño: scholae de la guardia y auxilia, que pese a estar integradas por bárbaros eran unidades regulares, diferentes a las unidades de foederati (aliados) que quedaban fuera de la estructura oficial del ejército. La importancia numérica de los bárbaros en los ejércitos tardorromanos era variable: serían más numerosos en los auxilia y scholae que en las legiones (al menos hasta Teodosio) y más numerosos en los ejércitos de maniobra (comitatenses) que en los fronterizos (limitanei). Igualmente estarían mejor representados en los ejércitos galos que en los orientales, y en ese sentido Juliano se comprometió a enviar regularmente a Constancio reclutas germanos (laeti y dediticii) con destino a las scholae orientales (habían pocos auxilia en Oriente antes de las reformas de Teodosio) pues se asumía que la pars Orientis era deficitaria en cuanto a reclutas de ese origen. De hecho, una de las razones que llevaron a Valente a admitir a los tervingios en el Imperio fue que los veía como una fuente de reclutamiento que le permitiría subsanar esa deficiencia. En general se consideraba que los germanos resultaban mejores soldados que los habitantes del Imperio: en Occidente los reclutas provenientes de las provincias fronterizas galas eran todavía tenidos en buena consideración (aunque se mostraban reacios a servir lejos de su tierra), pero en Oriente el campesinado estaba desmilitarizado incluso antes de la conquista romana y solo se consideraban de calidad aceptable los reclutas isauros (que sin embargo preferían emplear sus aptitudes en el bandidaje antes que en la milicia). Por último, frente al rechazo que generaba el reclutamiento de romanos, siempre había disponible un buen número de guerreros bárbaros ansiosos por enrolarse en el ejército romano. 

Solo recurriendo al reclutamiento de bárbaros pudo Teodosio reconstruir su ejército de maniobra. Las fuentes mencionan unidades de asirios, libios, armenios e íberos (de la Iberia del Caúcaso), unidades "étnicas" de foederati que no aparecen en el orden de batalla del ejército regular (que conocemos con detalle gracias a la Notitia Dignitatum, un documento oficial datable, en lo que hace a la pars Orientis, hacia el año 395). Pero si en aquellos días existía un pueblo bárbaro que podía ofrecer de manera inmediata al ejército romano un gran número de reclutas era jústamente el godo: la reciente caída de sus reinos a manos de los hunos había provocado que miles de guerreros  quedaran disponibles y muchos estaban dispuestos a abandonar una vida errante y un destino incierto a cambio de soldada y sustento para sus familias (la annona garantizaba el suministro regular de grano por parte del estado). Como la reconstrucción del ejército no admitía demoras se aprobó el reclutamiento masivo de godos que se mezclaron con los romanos en las mermadas unidades supervivientes del desastre de Adrianópolis (incluso en las legiones), de tal modo que, si hemos de creer al historiador Zósimo, los godos llegaron a superar en número a los romanos en el nuevo ejército de maniobra de Teodosio. 

Se trataba de una medida desesperada y peligrosa pues se pretendía que esos reclutas godos lucharan contra sus congéneres que arrasaban los Balcanes. Para reducir los riesgos se tomó la decisión de enviar a Egipto una parte de ellos y sustituirlos por veteranos de las legiones "tebanas" I Maximiana y III Diocletiana. Hacia finales del año 379 estas unidades transfirieron al ejército de maniobra de Teodosio la mayor parte de sus efectivos manteniéndose en cuadro en espera de los nuevos reclutas. Pero mientras que los legionarios egipcios no causaron problemas en las poblaciones por las que pasaban los reclutas godos marcharon hacia sus nuevos cuarteles dejando un rastro de destrucción a su paso: carentes de disciplina no mostraban ningún respeto hacia la población civil. Los dos grupos en tránsito se encontraron en la ciudad de Filadelfia de Lidia donde se produjo un serio incidente: un godo hirió a un comerciante y unos legionarios egipcios salieron en defensa del civil; pronto la reyerta degeneró en una batalla campal entre unos y otros que se saldó con cientos de muertos. Cuando los legionarios egipcios llegaron por fin a Macedonia quedaron espantados de la indisciplina que reinaba en el campamento de Teodosio. Un joven recluta bárbaro integrado en una unidad de soldados veteranos y formado por oficiales con experiencia se convertía con el tiempo en un soldado profesional, pero las bajas sufridas en Adrianópolis habían reducido mucho el número de instructores disponibles para adiestrar a los miles de reclutas godos que se habían incorporado en pocos meses. Con tiempo se hubiera podido completar esa labor, pero la Guerra Gótica seguía su curso y no iba a ofrecer ni un momento de respiro: el nuevo ejército de maniobra oriental iba a entrar en combate tan solo un año después de la proclamación de Teodosio. 

Los godos apenas habían sacado partido de su victoria sobre Valente. Tras la batalla habían intentado sin éxito tomar la ciudad de Adrianópolis donde habían quedado los bagages y el tesoro del ejército derrotado, y tampoco lograron nada ante las fuertes defensas de Constantinopla. Fritigerno ocultó su incapacidad afirmando que los godos estaban "en paz con las murallas". Al no poder acceder a las provisiones puestas a buen recaudo en las ciudades los bárbaros debieron dividirse en pequeñas partidas que se dispersaron en busca de víveres y botín. Esos grupos menores resultaban vulnerables si las fuerzas romanas se movían con rapidez y atacaban antes de que los bárbaros pudieran reaccionar y reunirse en gran número (como había sucedido en Adrianópolis). Una fuerza romana logró aniquilar en un ataque sorpresa a uno de esos grupos en Tracia en el año 379. En esa ocasión los romanos estaban dirigidos por Modares, un oficial godo del que se dice que "no hacía mucho tiempo que se había pasado a los romanos". A principios del verano del año 380 el pillaje había dejado exhausta Tracia y los bárbaros volvieron a ponerse en movimiento en busca de nuevas tierras que saquear. Se dividieron en dos grandes grupos: por una parte los greutungos y alanos, dirigidos por Aleteo y Safraco, marcharon hacia Panonia, mientras que los tervingios al mando de Fritigerno probaron fortuna en la diócesis de Macedonia. El primer grupo se las tendría que ver con el ejército de maniobra occidental que no había sufrido las consecuencias de Adrianópolis. En cambio los tervingios de Fritigerno iban a enfrentarse con el ejército de Teodosio, bisoño, indisciplinado y con una mayoría de soldados godos de dudosa fidelidad. 

División de los godos - Arre caballo!

Fritigerno supo a través de desertores godos que Teodosio iba a su encuentro y preparó un ataque nocturno. O hubo negligencia por parte de los romanos a la hora de fortificar el campamento de marcha o los guardias estaban en connivencia con los atacantes. Esto último es más probable pues Zósimo escribe que los soldados de origen godo cambiaron de bando nada más iniciarse el combate y como resultado los tervingios penetraron en tromba en el campamento llegando hasta la misma tienda del emperador. Pese a que los soldados romanos lucharon con valentía fueron finalmente derrotados pero al menos su resistencia sirvió para que Teodosio pudiera escapar con vida. El nuevo ejército de maniobra había sido destruido en una sola noche y los esfuerzos del último año habían resultado inútiles. 

Teodosio reforzó las guarniciones de Macedonia y Tesalia y a principios de septiembre viajó a Sirmio para entrevistarse con Graciano. Resultaba evidente que el Augusto de la pars Orientis ya no podía llevar el peso de las operaciones contra los tervingios por lo que se decidió que las diócesis de Macedonia y Dacia volvieran a quedar bajo administración occidental. Como consecuencia del nuevo reparto territorial Teodosio trasladó su cuartel general desde Tesalónica a Constantinopla, ciudad en la que entraba el 24 de noviembre del año 380. Graciano concluyó rápidamente un tratado con el grupo de Aleteo y Safraco por el que les permitía asentarse en Panonia a cambio de sus servicios como foederati, e inmediatamente envió un ejército al mando de los generales Bauto y Arbogasto (ambos de origen franco) contra los tervingios. Estos no tenía ningún interés en enfrentarse a los comitatenses occidentales por lo que se replegaron hacia el este, regresando a Tracia después de haber saqueado Macedonia y Tesalia durante varios meses. 

De nuevo sin ejército de maniobra Teodosio entendió que la derrota militar de los tervingios no era posible y que debía encontrar una salida diplomática a la guerra. En ese sentido la ayuda iba a llegar de quien menos podía esperarse: Atanarico, el orgulloso rey de los tervingios que se había negado a huir ante el empuje de los hunos y había resistido durante años en las montañas, solicitaba ahora humildemente asilo en el Imperio. Teodosio dio su aprobación ya que el viejo monarca era un enemigo personal de Fritigerno y su prestigio entre los godos era todavía grande aunque su poder efectivo se limitara al grupo de incondicionales que le acompañaban. El propio Teodosio salió al encuentro de Atanarico a cierta de distancia de Constantinopla y le acompañó en su entrada en la ciudad: era el 11 de enero del año 381. El godo quedó impresionado por la grandeza de la capital, el esplendor de la corte y la cordialidad de Teodosio llegando a decir que "el emperador es sin lugar a dudas un dios en la tierra, y cualquiera que levante su mano contra él ha de pagarlo con su propia sangre". El anciano rey fue objeto de todo tipo agasajos pero falleció por causas naturales unas pocas semanas más tarde. Se organizó entonces un entierro de estado y Teodosio le honró caminando delante del féretro en la comitiva fúnebre. 

El episodio de Atanarico se convirtió en una excelente herramienta de propaganda, un ejemplo del trato que podían esperar los godos que se avinieran a llegar a un acuerdo con Teodosio. Los líderes tervingios sabían que, pese a las victorias, sus carencias logísticas y poliorcéticas hacían imposible que a la larga pudieran ganar la guerra, y tan solo podían ofrecer a su pueblo una existencia errante en busca de víveres y botín por provincias repetidamente saqueadas, perseguidos por el fantasma del hambre y hostigados por las fuerzas romanas. Ahora el Imperio les ofrecía como alternativa una paz digna, honores y riquezas para los jefes, tierras y sustento para los guerreros y sus familias. El emperador encargó al general Saturnino que iniciara conversaciones con los líderes godos. Desconocemos los nombres de los interlocutores de Saturnino, pero es llamativo que Fritigerno no sea mencionado. De hecho no se vuelve a saber nada de él después del ataque nocturno al campamento de Teodosio. Tal vez hubiera muerto, o tal vez se había convertido en un obstáculo y su cabeza fue el precio a pagar por la paz. Finalmente el 3 de octubre del año 382 se llega a un acuerdo firmándose un foedus o tratado de alianza entre tervingios y romanos: la Guerra Gótica había terminado.

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