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Moneda púnica con la efigie de Amílcar Barca

Son sobradamente conocidas para todos los aficionados a la Historia las eminentes figuras de Alejandro Magno, rey de Macedonia, y de Aníbal Barca, comandante en jefe de las tropas de Cartago en Iberia, generales por antonomasia que para muchos son, sin lugar a dudas y junto a César, los más brillantes conductores de tropas de la Antigüedad, y posiblemente los mejores comandantes de todos los tiempos. Sin embargo, resultaría en mi opinión inimaginable la extraordinaria grandeza que rodeará las carreras y encumbrará las figuras casi míticas de ambos -al menos tal y como las conocemos hoy en día- sin la referencia, influencia, enseñanzas e incluso, en el caso de Alejandro, del desafío que supuso tratar de continuar los proyectos e incluso de superar los logros y expectativas de sus brillantes progenitores: Filipo II de Macedonia en el caso de Alejandro, y el que ha de ser el protagonista de este artículo, Amílcar Barca, padre de Aníbal.



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En el caso de Alejandro, debido al antagonismo y a la tensa relación de odio que existía entre sus padres Olimpia y Filipo, la relación paterno-filial se convertía muchas veces en la de dos auténticos contendientes, una competencia y una rivalidad que le enfrentaba con su padre y que cruzó la raya de la enemistad en diversas ocasiones, provocando incluso el exilio forzoso del príncipe heredero (cuestión llamativa teniendo en cuenta el escaso tiempo que pudieron compartir juntos, dado que Alejandro era aun adolescente cuando Filipo fue asesinado). Sin embargo, en el caso de Aníbal esto no fue así en absoluto. Encontramos en el cartaginés a un hijo respetuoso y amantísimo, influenciado siempre desde muy cerca y positivamente por su padre.
Hay autores que tienden a consideran a Amílcar como una figura menor, un general eficiente y poco más, y que no tendría mayor relevancia en la Historia de no haber sido padre de Aníbal. Ciertamente, Amílcar carecía del virtuosismo de su hijo, pero de ninguna manera podemos pasar por alto su calidad reclutando, formando y conduciendo tropas, su inteligencia táctica, carisma, visión estratégica y valores, capacidades que constituyeron la herencia y la inspiración, y que abonaron las raíces de un Aníbal que, sin la influencia de las mismas, seguramente no habría desarrollado todo su potencial. La relación entre ambos significó para Cartago la continuación de la labor política y militar previamente trazada y puesta en marcha por Amílcar, de quien lo aprendería casi todo y al cual, al igual que sus hermanos, tenía puesto en un altar.

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Retrato de juventud de Aníbal, hijo de Amílcar

Génesis de los Barca

Amílcar (o Hmlqrt, en lengua púnica hermano de Melqart, dios de los fenicios que los cartagineses denominarían Baal y también Moloc) fue la fuente de donde manó la dinastía, el fundador de la estirpe de los Bárcidas o Barca, de Barqa o Baraq, “rayo” o “fulgor” en lengua púnica. Éste, al contrario de lo que podría pensarse a primera vista, no era un
apellido sino más bien un apelativo, una especie de mítico sobrenombre que quedó ligado al linaje de su fundador y definitivamente anclado como un lastre de oro para siempre a su descendencia. Nacido en Cartago entre 275-272 a. C, se considera que pudo ser originario de una familia aristocrática cartaginesa llegada a la capital desde Cirene, territorio situado en la actual Libia. La tradición nos habla de que la familia de Amílcar descendía directamente de Dido (Elishat o Elisa de Tiro, hija del rey fenicio Belo), un personaje donde se entremezclan historia, mito y leyenda, y que la literatura corona como fundadora de la ciudad púnica según la mitología cartaginesa. Poco o nada se sabe de la infancia y juventud de Amílcar, salvo que una vez llegado a la edad adulta era un hombre de constitución fuerte, dotado para las armas, impetuoso y eficaz en el campo de batalla. Un general serio, noble ante sus hombres, de carácter recto y firme en el mando; un líder nato y un patriota convencido de decidido talante.

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Cartago

Amílcar empieza a ser retratado (en una mezcla de reconocimiento hacia sus virtudes como general y desprecio como enemigo por parte de los historiadores romanos) a partir del año 247 a. C. cuando, a la edad aproximada de 33 años, asume el mando de las tropas y la armada cartaginesas en Sicilia durante la Primera Guerra Púnica contra Roma.
Amílcar fue, como era habitual en las clases altas de Cartago, padre de una familia numerosa cuyos hijos varones serían miembros de una casta de generales y hombres de estado al servicio del país: Asdrúbal, Magón y el mayor de ellos, Aníbal. Fue también el padre de varias mujeres, siendo una de ellas su primogénita Sofonisba la que, casada con el célebre oficial Asdrúbal el Bello, le emparentaría también con éste último para convertir al yerno a todos los efectos en un hijo más para Amílcar, un “cachorro de león” más de la camada, como a él mismo le gustaba referirse a su prole.

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Amílcar Barca

Se da la circunstancia de que a la hora de investigar acerca de su descendencia nos encontramos en varias ocasiones con la incertidumbre. Un ejemplo claro lo tenemos en el caso de uno de los presuntos hijos de Amílcar, concretamente Hannón Barca, el cual viene siendo una figura secundaria intermitente y nombrada solamente por algunas fuentes, por lo que todo lo referente a sus actuaciones habría que tomarlo con cautela, empezando por su propia existencia. También queremos recordar aquí a la muy célebre pero del todo imaginaria hermana mayor de los Barca, Salambó, a la que el novelista francés Gustave Flaubert dotaría de vida solamente para su novela y que protagonizaría en la ficción la sin embargo muy real y sangrienta Guerra de los Mercenarios.

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Moneda púnica emitida en Iberia con la efigie de Aníbal

Bebiendo de fuentes clásicas parece ser que, de todos sus hijos, Amílcar sentía una especial predilección por el mayor, Aníbal, en el cual veía claramente su apuesta de futuro. Después, en un nivel ligeramente inferior aunque muy similar, Amílcar tenía a su yerno Asdrúbal el Bello. La predilección por Aníbal desde niño vendría, aparte de por ser el mayor de sus “cachorros” varones, porque en sus ojos relucía desde muy pequeño la chispa del talento y de la astucia, y así se encargó personalmente de procurarle una educación privilegiada, siguiendo el ejemplo del rey macedonio Filipo con Alejandro, y que abarcaría casi todos los ámbitos disponibles y útiles para un dirigente de la época, desde los idiomas que regían la diplomacia y la cultura de entonces como eran el latín y el griego, hasta la Historia, pasando por el arte de la guerra en todos sus aspectos y fases, tanto los teóricos como los prácticos. Encargó dicha educación a prestigiosos peritos en guerras y humanidades, que no solamente tutelarían al joven sino que algunos de ellos, en adelante, también lo asesorarían. El lacedemonio Sosilo es un claro ejemplo de esa figura de tutor-asesor militar, alguien que lo mismo repasaba o examinaba su pronunciación y lecturas clásicas en lengua griega, como recomendaba decisiones tácticas en el campo de batalla.

Carrera Militar: Primera Guerra Púnica (264 - 241 a. C.)

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Mapa del Mediterráneo antes de la Primera Guerra Púnica


Durante la última fase de este conflicto que supone la primera de las tres guerras que mantendrán ambos colosos mediterráneos por la supremacía y que finalmente, como sabemos, le costaría la existencia a Cartago, Amílcar fue investido comandante en jefe de un heterogéneo y más bien reducido contingente militar, formado en su mayoría por mercenarios de muy diversas nacionalidades (libios, hispanos, galos, griegos siracusianos, ligures...) que tradicionalmente venían conformando el grueso de los ejércitos púnicos (dicho bien en plural, dado que cada ejército solía tener una composición diferente en función de su comandante), remunerados regularmente estos con la riqueza generada por el alto nivel comercial y mercantil de Cartago, la mayor potencia económica del Mediterráneo al comienzo de la guerra. La elección por parte de los sufetes púnicos de Amílcar al frente de las tropas y de la armada cartaginesas ante una delicada situación de crisis como aquella, nos transmite dos claros mensajes: en primer lugar, que Amílcar no fue de primeras, mientras todavía la guerra estaba pareja o era incluso en sus primeras fases favorable a la potencia africana, elegido como comandante en detrimento de otros generales aristócratas púnicos, como Aníbal Gisgo o Hannón. Esto refleja sin lugar a dudas el hecho de que la familia de Amílcar, si bien pertenecía igualmente a la aristocracia púnica, era solamente una más dentro de esta.

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En segundo lugar, que una vez que la victoria empieza a torcerse tras las severas derrotas cosechadas por los generales anteriores (especialmente en el mar), Amílcar sí accede a un papel protagonista que hasta entonces no había tenido, lo que parece indicar que fue su validez y su prestigio personal (probablemente en un principio reclutando y formando tropas más que dirigiéndolas) y no su estatus familiar los que le llevan al mando. De no ser por estas virtudes, difícilmente podría entenderse la entrega de tamaña responsabilidad cuando de lo que se trata es de evitar la pérdida de pingües territorios o peor aun, una completa derrota del país.
Suponía el mando sobre estas tropas un ejercicio de elevada pericia, no solamente ya de maestría estratégica o táctica como exigiría el manejo de cualquier otro ejército formado como estos por unidades mixtas, sino además, por la necesidad de una gran mano izquierda en la búsqueda del equilibrio y la disciplina entre hombres de pueblos y naciones tan distintas, toda una amalgama de hombres de todas partes al servicio de un general y una patria para ellos extranjeros y a los cuales prestaban sus servicios evidentemente a cambio de una paga, aunque ésta no llegara siempre con la regularidad y la cuantía adecuadas, como más tarde veremos.
Dice también mucho del prestigio de Amílcar el ser posteriormente elegido, terminada la guerra, como delegado para llevar la voz cantante en las negociaciones de paz con Roma ante la firma del armisticio, y de esta certeza podemos deducir que Amílcar debió pasar de simple formador de tropas a general bravo y respetado, sin lugar a dudas carismático, innovador en las tácticas y en las técnicas como sabemos, astuto y ágil, y por supuesto como ya hemos dicho, excelentemente dotado para la conducción de hombres, cualidades todas éstas que, como ya hemos apuntado, traspasaría a su célebre heredero, el cual, como una esponja, crecía y aprendía con cada paso observando a su maestro.

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Mapa de Sicilia

El estreno de Amílcar como jefe militar se produce con un desembarco por sorpresa en el noroeste de la isla de Sicilia, lugar donde habían sido destinadas sus tropas por ser aquel un territorio de la máxima importancia estratégica para Cartago, en primer lugar por su peligrosa cercanía con la capital, y en segundo por la fertilidad y riqueza del territorio. Mediante continuos ataques y contraataques, Amílcar confirma en un principio el control cartaginés sobre la isla, con un constante toma y daca frente a los ejércitos de Roma.

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Batalla naval de la Primera Guerra Púnica

Al encontrarse siempre en una notable inferioridad numérica, se vio forzado a buscar alternativas a la batalla abierta, adaptando para ello tácticas y elementos mixtos al estilo de los que habían mostrado al mundo tiempo atrás con brillantez Pirro de Épiro y Alejandro de Macedonia, e incluyendo innovadoras tácticas que hoy podríamos calificar como de guerra de comandos, con las cuales hostigaba las defensas costeras romanas de Sicilia y del sur de Italia mediante fintas, ataques y retiradas constantes, con el lógico desgaste y desmoralización del enemigo. Ahora sabemos que estos lances no habrían podido ser llevados a cabo, y menos con éxito, sin una excelente preparación previa de sus tropas, habiéndolas pues dotado de una versatilidad y disciplina extraordinarias.

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Monte Pellegrino, Sicilia

Una vez que consigue hacerse fuerte en el monte Heirktêo Ercte (actual Monte Pellegrino, cerca de Palermo), hace frente a los continuos ataques romanos, como hemos dicho, siempre en inferioridad. Más allá de la defensa, Amílcar consigue armar contraataques constantes. Si bien es cierto que finalmente no llegó a consolidar la recuperación de ninguna de las ciudades púnicas perdidas ante Roma ni a ganar batallas relevantes, su actuación, dados los medios con los que contaba, fue especialmente digna y exitosa, causando numerosas bajas y provocando un elevado y continuo desgaste en recursos materiales y humanos a los romanos, por no hablar de la moral arrebatada. Paradójicamente, y a pesar de la clara derrota cartaginesa en esta Primera Guerra Púnica, Amílcar, en lo relativo a su feudo de operaciones particular, finalizó el conflicto sin conocer la derrota.
Como comentábamos antes, a la finalización del conflicto es elegido por el Senado Púnico para llevar a cabo las negociaciones de paz con Roma. En estas conversaciones, Amílcar hizo gala de una gran altanería, negándose bajo ningún concepto -so pena de seguir luchando hasta el último hombre- a la entrega de las armas que Cartago le había encomendado para la defensa de su territorio, con tal vehemencia y ferocidad que Catulo, representante de Roma en la negociación, finalmente accede a que el Barca se retire de Sicilia con sus aproximadamente 20.000 hombres de manera ordenada y lo más importante: ¡sin rendir las armas!, algo hasta entonces inaudito entre los enemigos derrotados por la Capital del Tíber. Esto, unido a su excelente actuación militar durante la guerra, granjea a Amílcar enorme prestigio y popularidad, convirtiéndole de aquí en adelante en el definitivo protagonista de la vida pública de la potencia norteafricana.

Rebelión de los Mercenarios (241 - 238 a. C.)

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Mapa del Mediterráneo tras la Rebelión de los Mercenarios

La situación en Cartago tras la derrota era de un profundo y general malestar. Por un lado, los comerciantes y mercaderes, abatidos por la sobresaliente pérdida de la flota (y lo que es más importante, de sus tripulaciones), por la destrucción de la escolta que hasta entonces mantenía seguras las rutas comerciales y por supuesto, por la privación del rentable monopolio comercial marítimo en favor de Roma. Por otro lado, los campesinos y propietarios de tierras, ya que la duración de la guerra había esquilmado por completo sus reservas, destinadas a la alimentación de las tropas. El Senado se encuentra pues con un problema grave y es que, aparte de que las condiciones de la rendición ante Roma suponen una humillante sumisión al vencedor, las arcas del estado estaban casi vacías, tanto por las pérdidas sufridas como por los tributos y rescates a pagar al bando victorioso.
Así que la desazón se hacía ahora especialmente ardua entre las tropas mercenarias que deseaban cobrar su paga, ya que algunos no la cobraban desde varios años antes de acabar el conflicto a pesar de haber luchado disciplinada y valientemente, tal y como de ellos se esperaba. El problema se extendió especialmente rápido entre los campesinos y mercenarios libios.
Esta crisis estalló en lo que se vino en llamar la Rebelión de los Mercenarios los cuales, unidos a númidas, esclavos fugitivos y a malhumorados campesinos ahora empobrecidos, se levantaron en armas contra la propia Cartago. Dirigidos por el líder libio Mathos, el mercenario galo Autariato y el esclavo campano Spendios, alzan un enorme ejército que algunas fuentes sitúan en cerca de 90.000 hombres, ya que esta sublevación se había extendido como la pólvora, creando un alzamiento popular general contra Cartago de sus aliados y vecinos, apoderándose y posteriormente levantando la mayoría de las ciudades aliadas, y llegando al punto de poner cerco a la misma capital.
Ante la coyuntural quiebra económica del estado cartaginés, la falta de medios militares y con la metrópoli en jaque tras las derrotas de las exiguas tropas cartaginesas al mando de Hannón, la potencia norteafricana se colocó en una situación mucho más peligrosa y cercana al saqueo y a la destrucción, quién lo iba a decir, de lo que lo habría de estar durante toda la Primera Guerra Púnica.
Tras el fracaso de Hannón y con la evolución del conflicto peligrosamente favorable hacia el lado rebelde, Amílcar resulta ser de nuevo elegido como caudillo para tratar de sofocar tan peligrosa revuelta, en parte por el respeto y el temor que su imagen infundía entre los mercenarios -muchos de los sublevados habían servido a sus órdenes-, en parte también por el prestigio militar y la demostrada capacidad en el manejo de tropas que había mostrado contra las legiones romanas, ya entonces como ahora, en inferioridad. Así pues, con la ciudad cercada por los rebeldes, aterrada y sin apenas recursos, ordena una leva con lo mejor que pudo reclutar y adiestra un pequeño ejército contra-reloj. Consigue sacar con nocturnidad a sus tropas, muy inferiores en número a las rebeldes -aproximadamente unos 10.000 hombres- por sorpresa, y tras una larga, dura y magistral campaña de hostigamiento, pues el conflicto duraría un total de tres años y cuatro meses de sangrientas y crueles luchas, acaba por fin con la aniquilación de la cruenta rebelión mercenaria, y con los rebeldes supervivientes crucificados a modo de ejemplo para el futuro. Para ello hace gala de ardides tales como la diplomacia (atrae mediante alianzas a alguno de los príncipes númidas rebeldes), la estrategia (aprovecha la inexperiencia de los dirigentes rebeldes Mathos, Spendios y Autariato en el generalato) y la orografía (la derrota del grueso de fuerzas rebeldes se produjo en un angosto valle, donde Amílcar se las ingenió para, con sus escasas fuerzas, encerrarlas y bloquearlas, provocando posteriormente la muerte de la mayoría por inanición y la crucifixión de los escasos supervivientes).

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Ruinas de los célebres "Baños de Amílcar" en Cartago

Terminada la Rebelión y salvada la ciudad, Amílcar es, por si su popularidad era ya poca, un auténtico líder de masas. El Senado y dentro de él sobre todo su opositor, el compungido general Hannón, recelan del gran poder y la popularidad adquiridos por el Barca, pero evidentemente no pueden evitar acceder a este ascenso. Amílcar, que se encuentra con capacidad para decidir sobre qué rumbo tomar, vista la situación del país con las arcas vacías, los abusivos tributos a pagar por la paz con Roma (incrementados ahora a raíz de la pérdida de Cerdeña en la Rebelión), con un ejército agotado y esquilmado y una armada aniquilada, programa un renacimiento que pueda permitir la recuperación de la herida Cartago, y ese renacimiento pasa solamente por un sitio: Iberia. Allí, con el consentimiento del Senado podría el Barca volver a llenar las arcas y los silos de la metrópoli, reactivar el comercio, incrementar de nuevo los territorios del imperio y de paso, establecer nuevas bases de cara al futuro, para poder hacer frente a la eventual amenaza romana que sin duda esperaba apostada en la otra orilla del Mediterráneo.

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Cartago

En este punto son muchos los autores, empezando por Polibio, Apiano y Cornelio Nepote, que nos hablan del célebre y mítico juramento de "odio eterno hacia Roma" que Amílcar habría obligado a realizar a sus "cachorros" en el templo de Baal-Hamán de Cartago, justo antes de partir hacia la conquista de nuevos territorios en Iberia. Algunos historiadores presentan este supuesto odio enfermizo y sentimiento de revancha como el principal motivo para que Amílcar proyectara una nueva guerra contra Roma y que finalmente perpetraría su heredero. Cierto es que, tras la derrota ante Roma, la otrora suprema potencia púnica se encontraba ahora de rodillas, empobrecida y humillada, por lo que la población cartaginesa no debía sentir precisamente simpatía hacia su enemigo, eso es evidente. Sin embargo, este capítulo de un juramento ritual parece más fruto de la leyenda y de la fábula literaria que un acontecimiento probable. Hay sin duda muchos motivos económicos, políticos y militares que justificarían el estallido de aquella Segunda Guerra Púnica, ya que ante todo, se trataba de una guerra de supervivencia más que de ninguna otra cosa, una guerra que había quedado latente desde la finalización de la Primera (perfectamente se puede hablar de una continuación del primero más que de un segundo nuevo conflicto). Y todos estos motivos, Amílcar, patriota como era, los compartía y los aprobaba, por lo que parece ser que la idea de atacar Roma una vez recuperada anímica, económica y militarmente Cartago sería sin duda un proyecto lógico del propio Amílcar, trasladado mediante su influencia a su "camada", en un proyecto paralelo al que Filipo II había esbozado de cara a la conquista del Imperio Persa, proyecto que su muerte también le impediría llevar a cabo, y que finalmente interpretó Alejandro -éste sí y al contrario que Aníbal, con éxito-.
Queda pues clara una muestra más del paralelismo entre ambos padres y sus respectivos hijos, con proyectos y sueños que quedan rotos por fallecimientos prematuros y que sin embargo, son llevados a cabo con entusiasmo por sus sucesores, tras haberlos asimilado como suyos, llevándolos en la práctica tal vez hasta donde sus padres nunca soñaron.

Expansión hacia Iberia (236 a.C.)

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Colonización púnica de Iberia

Como decíamos, tras tan notable y esforzado triunfo, Amílcar consigue a cambio una enorme celebridad, y a pesar de los recelos de sus adversarios en el Senado Cartaginés que empiezan a verle como un líder en peligroso auge, consigue sin oposición el puesto de comandante en jefe del ejército, convirtiéndose prácticamente en el auténtico dueño y señor de Cartago, una especie de caudillo nacional, aunque por supuesto, sin serlo realmente.

Tras la pérdida de las ricas pertenencias territoriales ante Roma, el desgaste y el empobrecimiento notable de la ciudad, decíamos que Cartago había puesto sus miras en Iberia, inhóspita tierra de extraordinaria riqueza, como base para una nueva expansión, y también, cómo no, para poder compensar las pérdidas económicas y navales sufridas, comenzando de esta manera la reconstrucción y el renacimiento de la potencia cartaginesa.
Amílcar recluta y entrena pues un nuevo ejército con el que comenzar el resurgir púnico y, encomendada a su yerno y lugarteniente Asdrúbal la pacificación de Numidia y sellado el control cartaginés sobre el norte de África, decide lanzarse por fin sobre Iberia (236 a. C.), desembarcando en Gades (actual Cádiz).
Durante ocho años de continuas guerras, con sus cachorros creciendo en las mismas tiendas de campaña del ejército, consolidaría Amílcar los cimientos de lo que devengaría en la nueva potencia cartaginesa a partir de la riqueza de los nuevos territorios conquistados en Iberia, estableciendo alianzas diplomáticas con los pueblos nativos y sacando provecho de los ricos yacimientos mineros ibéricos, así como de las demás materias primas del territorio.
Se dedica a engrosar y fortalecer las tropas cartaginesas con los muy válidos y fieros soldados íberos y baleares, y consigue sofocar, en compañía de su yerno Asdrúbal el Bello, una tras otra las numerosas y continuas rebeliones de los pueblos nativos no sumisos ante la ocupación cartaginesa. Sería precisamente en invierno de 229-228 a. C, en una escaramuza contra rebeldes oretanos donde acontecería su prematura muerte en las cercanías de Helike (Elche de la Sierra-Albacete; o tal vez Elche-Alicante), parece ser que en una emboscada donde, según la tradición, se vio obligado a realizar una especie maniobra de ataque suicida con el fin de proteger la huída de su hijo Aníbal y su yerno Asdrúbal que le acompañaban, siendo sucedido por este último en el mando de la tropa y de las posesiones cartaginesas en Iberia.

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Elefante de combate

Tras la repentina muerte de Amílcar en 229 a. C. y a pesar de que el heredero natural de éste debía de haber sido Aníbal, más que por el parentesco directo (no se trataba de una jefatura hereditaria ya que debía ser ratificada por el Senado), por el prestigio del linaje, la educación y el adiestramiento recibidos a tal efecto, se produce en la Iberia Púnica un momentáneo vacío de poder. La elección del yerno de Amílcar, Asdrúbal el Bello, por parte del Senado Cartaginés se lleva a cabo por varias razones: en primer lugar porque Aníbal, el lógico sucesor de Amílcar, aun siendo el mayor de sus hermanos varones, tenía alrededor de 15 años y carecía de la debida experiencia, ya que simplemente empezaba por aquel entonces a comandar por sí sólo a la caballería cartaginesa. En cambio, Asdrúbal era ya un hombre hecho y derecho de cerca de 40 años.
En segundo lugar, Asdrúbal había sido considerado desde su matrimonio con Sofonisba, como ya sabemos, un "leoncillo" más de la camada de Amílcar. Contaba con experiencia militar y, sobre todo, con una notable mano izquierda en la diplomacia, superior en esto incluso a la del propio Amílcar. Su valía como jefe había sido demostrada de facto ya que era el comandante de la flota púnica que había partido a la conquista de Iberia, y además había representado a Amílcar alrededor del 230 a. C. en la brillante campaña contra los númidas en el norte de África con notable éxito diplomático y militar, sometiendo y ganando para la causa púnica a este legendario pueblo de jinetes que a la postre tanta repercusión tendría, primero en la preliminar fase de victorias púnicas como, a raíz de su posterior cambio de bando por parte de su rey Masinisa, en la definitiva derrota cartaginesa.
Por último, la constante revuelta en los territorios ibero-púnicos no permitía la regencia, sino que se hacía necesario gobernar con firmeza desde el principio para consolidar a unos pueblos, los de Iberia, belicosos e indomables, so pena de perder lo que tan duramente había conseguido Amílcar durante los últimos ocho años.
El miedo que el Senado de Cartago tenía -seguramente con razón- desde el principio ante la administración de aquellos nuevos territorios en Iberia era la posibilidad de que, ante la inmensa riqueza y no escasa lejanía de aquellos territorios, la colonia pudiera convertirse primero en una especie de "virreinato" para seguidamente pasar a emanciparse (como lo hizo en su día la misma Cartago de la fenicia Tiro). Si bien es cierto que Amílcar mostró siempre gran autonomía del Senado Cartaginés tanto en su política como en la conquista y administración de los nuevos territorios, basada sobre todo en su prestigio y liderazgo personales, llevó su labor a cabo siempre dentro de una incuestionable, inquebrantable y absoluta lealtad a la metrópoli.

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Busto de Asdrúbal El Bello, fundador de Qart-Hadast (Cartagena)

En el período de Asdrúbal el Bello, esta fidelidad a Cartago se mantendría de una manera no tan clara, pues si bien todas las acciones de Amílcar habían ido encaminadas a enriquecer a la metrópoli con materias primas, hombres y nuevos territorios, Asdrúbal se dedicaría a desarrollar más los nuevos territorios en sí comenzando por crear, al estilo de los reyes helenísticos, una capital en Qart-Hadast (la actual Cartagena) y estableciendo aquella especie de “virreinato” cuyo creciente esplendor el Senado tanto temía. Tal vez el breve cuasi-reinado del Bello evitó posibles problemas secesionistas ulteriores, problemas que quedarían atajados de golpe cuando a la muerte de su cuñado, Aníbal tomó el poder, retomando a la vez la senda de la fidelidad absoluta hacia una metrópoli a la que apenas recordaba físicamente pero a la cual amaba profundamente, ya que Amílcar se había dedicado en cuerpo y alma a transmitirle dicho sentimiento a su progenie.

Así pues, y ya para terminar, tratando de dejar a un lado el mito de la fides punica, la perfidia púnica que los historiadores romanos convertirían para la posteridad en sinónimo latino de traición, y en el marco de la cual nos han sido transmitidos los escasos datos que poseemos acerca de la vida de los Bárcidas, podemos destejer de todo ello que detrás del hondo desprecio y los prejuicios romanos latía también un miedo estremecedor, mezclado todo ello con una honda admiración por un linaje que sería capaz de llevar a cabo empresas inimaginables; que hizo renacer el poder de Cartago a partir de sus cenizas en otras tierras; que desarrollaría maniobras, tácticas y pacificaría territorios tremendamente hostiles, conduciendo para ello poderosos y complejos ejércitos con un rotundo éxito, la mayoría de las veces sin el debido respaldo por parte de los órganos de gobierno de la metrópoli, pero mostrando a la vez, en todo momento, la máxima lealtad hacia la misma, hasta el punto de conseguir poner contra las cuerdas a la mayor potencia mundial del mundo antiguo.

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Retrato ideal de Amílcar Barca

Lo que se ha pretendido a lo largo de estas líneas, es pues hacer un repaso a la figura del hombre que esbozara y encarrilara la brillante carrera de Aníbal, y que si bien -y esto es innegable- la nación a la que ambos tan fielmente defendieron finalmente acabó derrotada, la impronta dejada en sus tropas, en sus enemigos y en los anales de la Historia quedó grabada con tanta brillantez y profundidad que aun hoy en día siguen siendo un indeleble ejemplo y una magistral doctrina a seguir, tanto de la disciplina táctica como del manejo de tropas mixtas.
Es por tanto justo vindicar a Amílcar reconociendo que, a pesar de las cualidades innatas y del talento de Aníbal, el célebre general no habría conseguido la excelencia sin la notable influencia y el concurso de su padre Amílcar, el León de Cartago.


BIBLIOGRAFÍA:

http://www.wikipedia.org
http://www.livius.org/ha-hd/hamilcar/hamilcar2.html
http://www.answers.com/topic/hamilcar-barca
• The First Punic War (John Lazenby)
• Historia de Roma (Indro Montanelli)
• Vidas (Cornelio Nepote)
• Historia de Roma (Polibio)
• Historia de Roma desde su fundación (Tito Livio)
• Historia Romana I (Apiano)
• Poliorcética/Estratagemas (Polieno)
• La República Romana (Isaac Asimov)
• Aníbal, enemigo de Roma (Gabriel Glassman)
• La Guerra en el Mundo Antiguo (Víctor Barreiro Rubín)
• Cartago contra Roma: soldados y batallas de las Guerras Púnicas (Rubén Sáez)
• La Caída de Cartago (Adrian Goldsworthy)
• César, Alejandro, Aníbal: genios militares de la Antigüedad (José Ignacio Lago)
• Roma, Cartago, íberos y celtíberos (Francisco Gracia Alonso)
• Hannibal (Osprey)
• Aníbal y los enemigos de Roma (Peter Connoly)
• Greece and Rome at war (Peter Connoly)
• Pasajes de la Historia LRV (Juan Antonio Cebrián)


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