¿Por qué los franceses atacaron sin rodeos la ciudadela? Esa es la pregunta que se hacía Britto. En las semanas previas al asedio, el portugués pensaba que Condé atacaría primero el castillo de Gardeny, una antigua fortaleza templaria situada en lo alto de una colina, a escasa distancia de la ciudad, en la que mantenía una guarnición de 300 soldados. En caso de tomar la plaza, Condé hubiese estrechado considerablemente la línea de circunvalación y asegurado así sus comunicaciones. Sin embargo, el príncipe juzgó el castillo lo bastante fuerte como para resistir un sitio largo, idea que no le agradaba. Por lo demás, Condé y su plana mayor entendían, acertadamente, que tomar la ciudad antes que el castillo sería una pérdida de tiempo y de hombres, además de que era más sencillo atacar la ciudadela desde fuera que desde dentro de la ciudad.

A los problemas que los franceses padecían ya de por sí se añadió la muerte de su ingeniero jefe, La Vallière. Según Bussy-Rabutin (1), murió de forma increíblemente absurda, ya que hallándose en las trincheras junto al mariscal La Trousse, este tuvo la idea de ponerse al descubierto, y La Vallière, que no deseaba quedarse atrás en valentía, se asomó asimismo al fuego de la plaza. Entonces, un disparo de mosquete le acertó en la cabeza, matándolo al acto. Por otra parte, otro soldado francés, el marqués de Montglat (2) sugiere, al igual que que el conde Galeazzo Gualdo Priorato (3), que La Vallière murió en la salida española contra las trincheras que defendían los suizos. De todos modos, me inclino por la versión de Bussy-Rabutin, dado que su crónica del asedio es mucho más detallista.

Zoom in (real dimensions: 1112 x 673)Imagen
Este mapa de Lérida muestra el sitio de 1707 pero sirve para hacerse una idea de la posición de Gardeny.

 

 

 

 

Read More



Sea como fuere, los galos acusaron acusaron la pérdida no sólo de su ingeniero jefe, sino de la mayor parte de los 22 expertos que había traído consigo La Vallière. Recordemos que Britto había ordenado a sus hombres disparar sin rodeos a los especialistas, por mucho que en aquella época disparar adrede a los oficiales enemigos fuese tenido por poco honorable. En cualquier caso, entre el 6 y el 11 de junio los franceses apenas avanzaron sus ataques, a pesar de que su incesante bombardeo había logrado abrir tres brechas en la muralla. Aquel día, Britto ordenó otra salida sobre las trincheras enemigas, entonces defendidas por el regimiento de Champagne. El ataque cogió desprevenidos a los galos, que apenas opusieron resistencia y fueron desalojados fácilmente. El miedo había hecho mella en ellos y algunos llegaron a disparar sin bala antes de salir pies en polvorosa. De nuevo fue precisa la intervención de Condé, en esta ocasión con los regimientos de caballería de Marsin y Gault, que tuvieron numerosas bajas y llegaron tarde para evitar que los españoles quemasen de nuevo las obras.

Condé ignoraba que a tales alturas Britto se había convertido para la tropa francesa, a causa de las feroces e inesperadas salidas y de los constantes ataques y alarmas, en un brujo capaz de convertirse en lobo para reconocer durante la oscuridad las trincheras y cuarteles franceses. “La curiosidad me pudiera hacer desear otro sitio para ver el papel que me hacían hacer, porque el pasado fue de hereje; este de brujo, el otro como no sea de puto, estos otros lo harán tolerable”, escribió Britto a Luis de Haro, valido de Felipe IV, una vez liberada la ciudad (4). Para contener el miedo, Condé, que regularmente hacía relevar la guardia de las trincheras, no tuvo más remedio que desmontar hasta 400 soldados de caballería con armadura de tres cuartos (5) y agregarlos a la infantería. Para colmo, los zapadores se negaron a volver al rabajo y el príncipe tuvo que emplear a los soldados, que sólo accedieron por una combinación de recompensas y amenazas de sus oficiales.

Zoom in (real dimensions: 732 x 529)Imagen
Soldados franceses con sus pajes en un albergue, Jean Michelin (1616-70).

A medida que la lucha fue volviéndose más virulenta, las deserciones en el campo sitiador fueron en aumento. El miedo y el hambre empujaron a no pocos soldados franceses a desertar, situación que aprovechó el ejército español, que tenía su plaza de armas en Fraga, para ofrecer salvoconducto y un poco de dinero a todo francés que abandonase a Condé. Según Gualdo Priorato (6), además de infinitos soldados, cometieron deserción también algunos oficiales, lo que daba fe de las penurias que se vivían en el campamento sitiador.

Condé, a pesar de los numerosos contratiempos, no había perdido la esperanza de tomar la ciudad. Una de sus minas estaba aún operativa. Britto lo sabía, y para detenerla preparó una salida para el día 13 por la noche. En esta ocasión, al igual que la vez anterior, el gobernador lideró personalmente el ataque, que comenzó a las 11 de la noche y barrió a los franceses de los dos ramales que conducían a la mina. Los defensores mataron a los pocos zapadores que quedaban, tomaron numerosos prisioneros y hasta las 2 de la madrugada estuvieron arrasando las obras. Entonces, inesperadamente, Condé lanzó un potente contraataque. La mayor parte de las tropas españolas se habían replegado ya de vuelta a la ciudadela, pero aún quedaban algunos soldados y oficiales en las minas. Britto, que lo observaba con el sargento mayor Juan Requero desde el camino encubierto, se puso al frente de unos cien soldados y salió en auxilio de los que estaban en peligro.

Zoom in (real dimensions: 800 x 481)Imagen
Escena de combate, Jacques Courtois (1621-76).

El gobernador logró rescatar a los soldados que se habían quedado atrás, pero a un alto precio: recibió dos heridas de mosquete en la pierna derecha, una en la pantorrila y otra en el muslo. Además, tuvo que lamentar 16 muertos, entre ellos Requero, y 40 heridos. Con todo la salida había sido un éxito y la última mina francesa quedó fuera de juego. Pese a ello, el peligro seguía siendo considerable, pues los bombardeos franceses habían abierto brecha en las murallas y tal vez Condé, cuya fama de general agresivo era notoria en toda Europa, se atraviese a lanzar un asalto. Por ello, Britto dispuso que tras la brecha se construyese un terraplén con foso, parapeto y estacada y, a pesar de sus heridas, siguió al mando de la defensa. Aunque no podía caminar, se hacía llevar en una silla de manos de un lugar para otro, en espera de un gran asalto francés que nunca llegó.

El 17 de junio, por la noche, el ejército francés comenzó a retirarse de sus puestos en el mayor silencio posible. Cuando amaneció, los defensores de Lérida descubrieron que el grueso del ejército enemigo, con su artillería y los bagajes, cruzaba por el puente de barcas a la otra orilla del Segre. La caballería se quedó detrás, no tanto para cubrir la retirada, pues no había fuerzas en Lérida para perseguirlos, como para incendiar los cuarteles, donde habían almacenado gran cantidad de leña y forraje. Así, tras un asedio de 35 días, Lérida quedó libre de nuevo. Sobre las pérdidas humanas, sabemos que la guarnición de Lérida perdió 2 sargentos mayores, seis capitanes y entre 70 y 80 soldados, además de unos 250 heridos (7). Las bajas francesas no son conocidas, si bien un estudio de 1916 señala que los tres asedios y las tres batallas que entre 1642 y 1647 se libraron en Lérida le costaron a Francia las vidas de 25.000 soldados (8).

Zoom in (real dimensions: 1769 x 1235)Imagen
Campamento francés en Les Borges Blanques, establecido tras el sitio de Lérida. Mapa de Caballero de Beaulieu.

A Condé le quedaron fuerzas suficientes para tomar Àger en octubre de aquel año, pero su campaña, en la que tantas esperanzas había depositado Mazzarino, se saldaba con un completo fracaso. En invierno volvió a Francia y no regresó al frente catalán. El príncipe, que según escribió muchos años después su coetáneo Bossuet en su Oración fúnebre, hablaba con admiración de la victoria de César en Ilerda (9), vio en cambio como su reputación sufría un menoscabo importante. En una carta a la reina regente, Ana de Austria, Condé declaró que habría preferido que la guarnición de Lérida contase con 3.000 hombres más en lugar de tener a Britto como comandante.

Condé, a pesar de su derrota, era aún joven y prosiguió su carrera con éxito. En el caso de Britto, dos años al frente de la defensa de Lérida habían hecho mella en su salud y agriado su carácter. Poco después de la liberación de la ciudad tuvo un encontronazo con Antonio de Saavedra, general de la artillería, que culminó con el arresto de ambos tras desafiarse a un duelo. Al mismo tiempo, la ciudad de Lérida envió a la corte un memorial contra Britto, al que acusaba de haber actuado despóticamente contra algunos caballeros de la ciudad. A tales alturas, el portugués sólo deseaba que lo relevasen del gobierno de la plaza y le diesen tiempo para curarse de sus heridas. A pesar de los enemigos que se había hecho en el ejército y la ciudad, la Junta de Guerra lo libró de todo cargo y Felipe IV en persona hizo que lo nombrasen general de artillería del Ejército de Cataluña, así como Vizconde de Térmens. Por desgracia, Britto murió al poco tiempo, el 6 de abril de 1648, seguramente a causa de secuelas de las heridas que recibió en la salida del 13 de junio.

Notas:

(1) Bussy-Rabutin, Roger de: Mémoires. París: Chez Rigaud, 1704, p. 221.

(2) Clermont, François de Paule (marqués de Montglat): Mémoires. París: Foucault, Libraire de Sorbonne, 1826, p. 80.

(3) Gualdo Priorato, Galeazzo: Delle historie del conte Galeazzo Gualdo Priorato parte quarta. Venecia: Turrini, 1654, p. 146.

(4) Copia de carta de don Gregorio Britto para el señor don Luis de Haro, dándole cuenta de la victoria sobre Lérida, el año de 1647. En: Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España, XCV. Madrid: Real Academia de la Historia, 1890, pp. 260-63

(5) La armadura de tres cuartos protegía completamente al soldado hasta las rodillas. La usaban habitualmente las tropas de caballería pesada, los denominados corazas.

(6) Gualdo Priorato, ídem, p. 146.

(7) Copia de carta de don Gregorio Britto, pp. 260-63.

(8) Bodart, Gaston; Kellogg, Vernon L.: Losses of life in modern wars: Austria-Hungary; France. Oxford: Clarendon Press, 1916, p. 88.

(9) Bossuet, Jacques Bénigne: Oraison funèbre de tres-haut et tres-puissant prince Louis de Bourbon, prince de Condé, premier prince du sang. París: chez Sébastien Mabre-Cramoisy, 1687.