En palabras de Geoffrey Parker: Nunca pareció España más grandiosa ni más poderosa que en estos momentos en que a una orden suya, decenas de miles de hombres se alistaban bajo el estandarte de San Andrés, divisa de Borgoña.
En el siglo XVII, con varios frentes abiertos, los ejércitos del rey podían llegar a tener mas de cien mil hombres, que había que repartir entre los ejércitos de Flandes, Italia, la propia Península Ibérica y los presidios africanos. 
En conjunto, españoles podían llegar a rondar los 40-50.000; italianos, entre 15-20.000; los alemanes podían ser unos 20.000; los valones fluctuaban bastante por el gran desgaste de la guerra de Flandes, pero podían rondar otros 20.000; mientras que las aportaciones del resto de naciones eran más reducidas.
Unas tres cuartas partes de las tropas las formaban súbditos del rey. La dependencia de estos extranjeros no sólo era limitada en proporción -comparada con la de otras potencias que hemos visto-, sino que además estas tropas extranjeras no representaban la élite de los ejércitos de los Austrias.

En el ejército de Flandes se necesitaban una media de 65.000 hombres durante los años conflictivos de la Guerra de los 80 Años. Incluso en época de paz era necesario mantener un mínimo de 15.000 hombres. Predominaban en este ejército los propios “flamencos” (mas de un tercio normalmente), seguidos por los alemanes (rondando un cuarto del total). Españoles e italianos eran menos, debido a la mayor dificultad de llevarlos hasta Flandes, “poner una pica en Flandes” quedó como sinónimo de algo costoso y complicado. Los españoles podían representar de media un 15% del total.
En Italia, si era muy importante la presencia española, llegando a rivalizar con los propios “naturales”. No en vano, desde época de Carlos V se habían utilizado tropas españolas como guarnición permanente en Italia. Por contra el uso de alemanes era limitado, a pesar de la relativa cercanía; cercanía que se influyó en que en Italia fuera el único frente en el que tuvo una presencia relevante la nación suiza. 

A continuación vienen una serie de tablas; los datos provienen de los trabajos de Luis Ribot (Las naciones en el ejército de los Austrias), Davide Maffi (En defensa del Imperio) y Juan Luis Sanchez (R&D nº 3).
En algunos casos los datos seleccionados puedan inducir a error. Por ejemplo en el caso del ejército de Cataluña no están reflejados los grandes ejércitos movilizados en 1639 para la campaña de Salces, 25.000 infantes y 1.600 caballos; o el reunido a finales de 1640 en Tortosa, 23.000 infantes y 3.100 caballos


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4. Españoles (I).

Si nos fijamos en los estatutos de la Cofradía de la Santísima Resurreción en Roma (1580), que se declara propia de la nación española, estos afirman: ser español se entienda tener para el dicho efecto tanto el que fuere de la Corona de Castilla, como la de Aragón y del Reino de Portugal y de las Islas de Mallorca, Menorca, Cerdeña e islas y tierra firme de entreambas Indias. En el caso de los ejércitos del Rey, la consideración parece haber sido la misma.

Aunque los portugueses tuvieran abierta su presencia en tercios españoles, desde la "Unión Dinástica" de 1580; en ciertas circunstancias organizaban su propia “gente de guerra” separada. Así, en 1625, la recuperación de Brasil (perteneciente al Imperio portugués) se considera una expedición conjunta hispano-lusitana; campaña en la que los portugueses aportaron dos tercios propios y separados de los españoles: el Tº Viejo de Portugal (de servicio en la Armada de Portugal) y el Tº de Muñíz Barreto, levado para la ocasión. Con la sublevación de Portugal, la presencia portuguesa se limitaría a los disidentes antibragancistas. Ya como tropas extranjeras, se intentó sin éxito obtener permiso en Portugal para reclutar 6.000 hombres en 1697 y destinarlos al frente catalán; aunque los portugueses sí se avinieron a colaborar en la defensa de Ceuta, cuyo sitio empezó en 1694.

Como vemos, entre los españoles se contaba a los sardos, algo que no era extraño si recordamos que Cerdeña dependía del Consejo de Aragón y no del de Italia. Los sardos hicieron contribuciones relevantes a pesar de ser una isla no muy poblada. Inicialmente sobre todo en defensa de la propia isla, ante la amenaza otomana durante el siglo XVI; defensa reforzada por tropas traídas de otros territorios. Ya en el siglo XVII pudieron contribuir ellos a otros frentes. Entre los tercios españoles con un componente netamente sardo destaca el de Jorge de Castelví, que llegó a Flandes en 1640, combatiendo con distinción y resultando al parecer la unidad más castigada en la batalla de Rocroi (1643), cuando fue deshecho su escuadrón por la reserva francesa de Sirot; aun así el tercio no sería disuelto hasta finales de 1646.



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Francesc Riart; tercios catalanes, 1568-1610. Aunque el grueso de los voluntarios de los tercios viniera de Castilla, también los otros reinos contribuían en mayor o menor medida. El mas famoso tercio catalán de la época fue el de Luis de Queralt, que llegó a Flandes en 1587. Entre sus miembros había bandoleros a los que se había prometido el perdón a cambio de alistarse. Dado que muchos de sus miembros solo conocían el catalán, fue apodado el “tercio de los papagayos” y también el “tercio de los valones de España”. 


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Soldados portugueses, siglos XVI y XVII.



El pilar de la Monarquía.
Para describir la relevancia de los españoles en los ejércitos de la Monarquía de los Austrias, mas allá de su mayor o menor presencia numérica en función del frente, nos encontramos que habitualmente se le aplicaban los términos de “pilar de los ejércitos”, “el nervio y fuerza de los ejércitos del Rey”; o ya en palabras de algún autor moderno: la “punta de lanza” de dichos ejércitos. 
Tenemos repetidas menciones a que la presencia española se consideraba imprescindible en cualquiera de los ejércitos en campaña. En 1610, el conde de Gelves recordaba al rey que sin españoles no hay que esperar buen suceso en guerra. Incluso una vez perdida el aura de invencibilidad, su presencia era indispensable; en 1658, el conde de Fuensaldaña se lamentaba de la rendición de Mortara señalando que se había producido sin españoles, sin los cuales lo dice la experiencia nuestra que no se defiende plaza alguna”

La consideración de la española como nación pilar de los ejércitos, se fundamentaba en lo que se consideraba una fidelidad mayor que otras incluso aunque también fueran vasallas del rey y en una superioridad en el propio campo de batalla. Así se afirmaba que en los españoles descansaba la “reputación” del Rey.
De los tercios españoles se podía destacar su versatilidad. Curiosamente una cosa que preocupaba a los teóricos era su predilección por la “potencia de fuego” frente a la pica. Así, Francisco de Valdés, a finales de siglo afirmaba: de ordinario en la infantería española hay mas arcabucería que piquería, en tanto grado que vemos juntarse 9.000 infantes y apenas haber en tan gran número 1.500 picas, siendo los demás arcabuceros. Una proporción que muchos consideraban insuficiente en dicha época.


Se decía de los españoles que deseaban "más merecer las mercedes que alcanzarlas".
El desmedido orgullo y celo por mantener la reputación podía provocar a veces efectos perniciosos. La "cólera fogosa de la nación española" llevaba a veces a lanzar ataques que se traducían en bajas innecesarias. Así se criticaba que se quería “acometer” en cuanto se vislumbraba “un portillo de una braza” (una pequeña brecha en un muro). 
Los españoles solían presumir de ser “la gente más doméstica y bien disciplinada”, algo que entraba muchas veces en conflicto con esa “fogosidad”. Ello provocó que las ordenanzas tuvieran que incluir un buen número de preceptos para castigar una indisciplina consistente en lanzarse sin permiso a tareas como provocara al enemigo, trabar escaramuzas y efectuar reconocimientos. 
Para muchos mandos que asumían como indiscutible esa cólera de la nación española, la cuestión era como encauzarla de tal manera que como se decía: no darles ocasión de enfriárseles, sino que habiendo de venir a las manos, no dilatarles el que efectúen su trabajo.


Extremadamente raro era que los mandos criticaran a las tropas españolas. Aunque como bien dice el historiador Luis Ribot: Es posible que se tratase realmente de buenos soldados, pero hay que tener en cuenta también el hecho de que, consciente o inconscientemente, en la estimación de sus jefes, los soldados españoles (en su mayoría de la Corona de Castilla) eran los propios, los de casa, los que podían sentir como suyo un problema de la Monarquía, en mayor grado que los milaneses o los napolitanos. 

Durante el asedio de Calais (1596), el archiduque Alberto quiso que en el asalto que se había de dar todas las nacionespresentes compartieran la gloria por lo que ordenó que participara una compañía de cada nación (había presentes españoles, italianos, valones, alemanes e irlandeses). Viendo el archiduque como las tropas asaltantes se retiraban tras hacer los franceses explotar unas minas, se dirigió a dos maestres de campo españoles señalando: pues ¿como los españoles se retiran?”. Uno de los maestres de campo, Manuel de Vega, replicó: No son, Señor, los españoles que se retiran, sino la mezcla que vuestra Alteza mandó poner con ellos. Dé vuestra Alteza licencia para que solas tres compañías de españoles vuelvan a dar el asalto, que entonces verá vuestra Alteza si se retiran los españoles. Así se hizo y efectivamente los españoles “con grande presteza y valor” penetraron en la ciudadela con éxito.
Ese mismo año de 1596, el ejército del archiduque Alberto, se dirigió contra Hulst. Dos revellines exteriores eran el principal obstáculo para tomar la ciudadela. Se decidió que uno fuera asaltado por españoles y otro por napolitanos. Los españoles tomaron el suyo pero los napolitanos desistieron del ataque al tener noticia de que el revellín estaba minado; avergonzados al ver que los españoles habían conquistado el suyo se avinieron a asaltarlo al día siguiente siendo rechazados “con gran quiebra de reputación”. El día posterior al fallido asalto, dos compañías de españoles se unieron a los napolitanos y se tomó el revellín (favorecido el asalto por la explosión prematura de la mina que efectivamente tenían preparada los defensores).



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Ángel García Pinto; asalto a San Quintín, 1557. Aunque los españoles propiamente dichos eran minoría en el ejército español que libró la campaña – 5.142 infantes de 35.230 y 623 jinetes de 17.311-, su contribución como élite del ejército reforzó su papel de “pilar de los ejércitos”. En la ilustración varios españoles del Tº de Navarrete asaltan uno de los sectores de la ciudad, tras el fracaso inicial de los alemanes del regimiento de Swendi, uno de cuyos miembros se une al asalto español portando una gran espada a dos manos.


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La toma de Calais en 1596 (tapiz flamenco de la serie Triunfos y batallas del Archiduque Alberto)



Milicia vieja vs bisoños.
En cualquier caso hay que recordar que la consideración de los españoles variaba mucho si eran gente nueva o veterana (“vieja”), y si luchaban dentro de las fronteras peninsulares o fuera. 
Ya en 1521 se reconoce el problema de que los españoles aparentemente no rinden lo mismo en “casa” que en Italia, y se demandan alemanes para defender España, ya que: nuestra infantería estando en su naturaleza no aprueban tan bien como lejos de ella. En 1570 nos encontramos con que Luis de Requesens reconoce que para sofocar la revuelta de las Alpujarras hay problemas pues: con gente nueva y en su propia tierra no la puede haber tal como con soldados viejos y fuera del reino. 
También el duque de Alba reparó en ello y lamentó que las tropas de la nación española necesitaban su tiempo para hacerse “pláticas” para la guerra, en especial si se encontraban en un periodo de paz. Alba se quejaba cuando recibía españoles bisoños en Flandes: bisoños prueban muy mal en estos estados y si no están alojados uno y dos años, y muy regalados, no salen de servicio.


Los españoles habían ganado en su día incontables laureles en las guerras de Italia. Y para ellos era motivo de orgullo, haber sido señalados en su día por Carlos V como su mejor infantería; consideraban que tal predilección quedaba reflejada en la propia génesis de los tercios, y su señalamiento inicial como unidades de guarnición permanente en Italia. Así se jactaban de que, a diferencia de otros: aunque algunos son naturales vasallos, no se tiene la fidelidad y esperanza que de los españoles, de manera que estas naciones se puede decir que sirven por la necesidad del tiempo, porque acomodadas las cosas de la guerra con los reinos con que se hace, son pagados y despedidos, lo cual no es de la nación española, sino que entonces se señala y pone en el tercio y reino donde ha de servir como cosa perpetua.

Esta voluntad de mantener unos cuantos tercios españoles de manera permanente permitió no sólo mantener el espíritu de corps y la ascendencia militar ganada por los españoles en las guerras de Italia, sino reforzarlo. Los reclutas españoles que eran destinados a los presidios italianos, acababan en un entorno ideal tanto para ser disciplinados como para ganar experiencia en las luchas contras los piratas berberiscos en el Mediterráneo, en aquella época en que Italia se encontraba en paz. Así, los tercios viejos españoles de Italia se convertían en un semillero de tropas de calidad.
Roger Williams, un inglés veterano del ejército de Flandes, explicaba y alababa el sistema español en Italia: su misión es abastecer, donde hay guerras, a los regimientos que están combatiendo, con guarniciones de fuera de sus dominios y provincias; antes de ir, sus puestos son reemplazados con “besonios” (bisoños), novatos como nosotros los llamamos. Por este medio él entrena a sus “besonios” y nutre a sus ejércitos de soldados entrenados.
El sistema contaba además con la ventaja de que Italia era un destino popular, por lo que era más fácil atraer gente en una leva si esta era destinada inicialmente a servir en ella. Esto se resumía en el dicho: “España mi natura, Italia mi ventura y Flandes mi sepultura”. El propio término bisoño tiene origen en este modelo ya que como dice la R.A.E.:Del it. bisogno 'necesidad', aplicado por los italianos en el s. XVI a los soldados españoles recién llegados a Italia, por lo mal vestidos que iban, como reclutas allegadizos.



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Pablo Outeiral. Arcabucero español veterano, en torno a 1540, se reengancha para una nueva campaña. Los soldados “viejos” eran habitualmente bien recibidos de vuelta en los Tercios


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Socorro de Malta, 1565. Los tercios no se limitaban a guarnecer Italia y entrenarse; podían ser llamados a enfrentarse tanto a piratas berberiscos como a participar en grandes campañas como las de Malta y Lepanto.



Espíritu de cuerpo.
Los tercios “viejos” fueron capaz de crear un “ésprit de corps” con sus habituales beneficios: sus miembros eran profesionales conscientes de pertenecer a un cuerpo con una solida y gloriosa tradición, de cuya continuidad se sentían responsables.
Mas allá de ese supuesto mayor sentir de los españoles acerca de los problemas de la Monarquía, lo que sí se desarrolló internamente fue unos fuertes lazos de lealtad. En primer lugar hacía los compañeros, algo no extraño en ningún ejército; aunque en el caso español se reforzaba dicho hecho por la institución de las “camaradas” ; cuadrillas que se formaban en el seno de una unidad para compartir una “cámara”, es decir un alojamiento, y que se traducía en compartir gastos comunes, comida, utensilios... Un informe veneciano de principios del XVII, describía así la institución: Hacen la “camareta”, esto es, se unen ocho o diez para vivir juntos dándose entre ellos fé y juramento de sustentarse en la necesidad y en la enfermedad como hermanos. Ponen en esa camareta las pagas reunidas y proveyendo primero a su vivir y después se van vistiendo con el mismo tenor, el cual da satisfacción y lustre a toda la compañía.
Las ordenanzas de 1632 intentaron que no se perdiera esta tradición, alegando que: son las que más han conservado a la nación española, porque un soldado solo no puede entretener el gasto forzoso, como juntándose algunos lo pueden hacer, ni tiene quien lo cure y lo retire, si está malo o herido 

También había una cierta lealtad a la unidad y su capitán/comandante. Dicha vinculación se sacaba a relucir en muchos casos para intentar evitar las temidas “reformaciones”, disolución y unificación de banderas y tercios que se habían quedado escasos de personal. 
El duque de Alba, avisaba en 1580, que prefería que no se reformaran las compañías españolas procedentes de Flandes: Es necesario que allá no se haga en ninguna manera del mundo reformación, sino que vengan las banderas con los capitanes y gente que cada uno tuviere, porque aunque no tengan sino 20 soldados y aun 15 cada bandera, dándoles acá y juntándose con ellos los bisoños se pueden contar todos por banderas viejas, y tenga S.M. milicia española vieja... que con ella sola me atrevería yo a hacer la conquista, y mantendría SM la milicia vieja de ésta nación para siempre, porque aquellas banderas son las reliquias solas que han quedado de la milicia, después que nuestra nación tuvo nombre.

A veces una unidad, por mucha tradición que tuviera, era disuelta como castigo disciplinario y sus miembros repartidos entre otras unidades. Así sucedió en Flandes, en 1589, con el Tº de Martínez de Leiva, cuyo origen era el Tº Viejo de Lombardía. Famiano Estrada nos relata la disolución de tan destacada unidad, que tomaron como un funeral sus miembros:
Ea, le dice, batid la bandera, y plegadla; pues ya de ahora nunca ira delante del Tercio viejo. Obedeció el alférez: quito del asta el velo, e hizo piezas el asta. Siguieron los otros alféreces el ejemplo, mas no todos con prontitud igual. Algunos no pudieron detener las lagrimas a fuerza del deshonor, y los que tantas veces habían tolerado sus heridas, con los ojos secos, como ajenas, ahora traspasados con mas penetrante dardo, entre suspiros y gemidos, se rendían oprimidos del dolor. Aun hizo en otros mas sensibles efectos. Porque mandándoles dejar las banderas, las despedazaron con las manos, deshicieron en menudos trozos las astas, como desobligados ya a venerar al Príncipe en ellas; y no sufriendo por eso, que de tan gloriosos instrumentos de Victorias, quedase ni la temor parte para la ignominia. Eran de ver algunas compañías a un mismo tiempo, cuyos alféreces, batidos y arrastrados por el suelo los velos de las banderas; y los capitanes arrojadas a la tierra, o quebradas las jinetas; los sargentos, vueltas al suelo las puntas de las alabardas; los atambores, y los pífanos con lúgubre sonido; todos con Pompa fúnebre lloraban al Tercio como a difunto, que se llevaba al sepulcro. Pero instando ya el repartimiento, entraron en mas vivo cuidado,mirando a todos lados,que lugar escogería cada uno para si, o se le daría la suerte. 


Otro aspecto importante a resaltar de los tercios españoles, y que incidió en su gran calidad durante su época de esplendor, es la importante presencia en muchas unidades de caballeros y particulares, que directamente podían servir sin sueldo; así como de entretenidos y oficiales reformados, que con sueldo, estaban a la espera de vacantes de oficiales.
Todos estos particulares, que no eran exactamente ni soldados (aunque en batalla pelearan como tales) ni oficiales, formaban un contingente de voluntarios altamente motivados que eran muy bien recibidos por los mandos. El duque de Alba habla de su satisfacción al comprobar que el ejército que conduce a Flandes en 1567 cuenta con gran número de particulares, ya que no hay que dejar la infantería “toda en poder de labradores y lacayos”. 
Como ejemplo tenemos que en Jemmingen (1568), el ataque decisivo encabezado por unos pocos infantes de Lope de Figueroa, es rápidamente apoyado no por una unidad regular de caballería sino por los particulares: con don Lope de Figueroa cerraron los treinta caballos de caballeros y personas particulares.
En 1580, el duque de Alba refleja de manera especial su relevancia en ciertas campañas: Me han dicho que a S. M. y a los señores les parece que yo he dado licencia a muchos soldados y los mas granados del ejército, y es así verdad, que son muchos a los que he dado licencia y a la flor del ejército; pero a todos los que la he dado han sido aventureros, que vinieron a servir sin sueldo y han servido sin él toda la jornada, y muy bien servido todos ellos, cuanto bien yo he visto servir a soldados. Acabóseles su hacienda y las de sus amigos que les prestaban para comer; morían de hambre; pidieron licencia para irse, dísela, porque yo no tenia ninguna razón contra ellos para poderlos detener.
Todavía en 1640 se afirma que la gente particular (son) las personas que sustentan el peso de una batalla y obligan y animan con su ejemplo a los demás soldados de menos obligaciones a que estén firmes y peleen con valor.



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Johann Wilhelm Baur; batalla de Jemmingen (1568).


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Sebastian Vrancx; campamento durante un sitio, probablemente el de Ostende (1601-1604).


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Augusto Ferrer-Dalmau; Rocroi, el último tercio. Los franceses no pudieron menos que reconocer: ”Aquella brava infantería española hizo una bella y extraordinaria resistencia que en los siglos venideros parecerá increíble”.

5. Españoles (II).
La precedencia entre naciones.
No debe extrañar que los éxitos españoles llevaran a muchos a pensar que existían unas virtudes intrínsecas que les hacían superior a otras naciones. Así se afirmaba que : la nación española, por su naturaleza, es inclinada a las armas y desea las ocasiones, y que ello se debía al clima y natural de la tierra, que tiene superioridad y fuerza. A veces se llegaba al extremo ridículo de afirmar que los soldados españoles tenían miembros y talle de personas, conformes, iguales, más que no los franceses, germanos e italianos, que son de más desacompasados miembros y diferentes en la composición de ellos. 
Según esta misma línea de pensamiento, los odios que podían despertar los españoles eran fruto de la envidia y el aborrecimiento a reconocer la superioridad española: dan las demás naciones el primer lugar a la española, cosa que pocas veces lo suelen confesar, si no es a fuerza de tormentos.
Esto era obvio para cualquier tratadista español. Bernardino de Escalante (1583) reconocía que: ninguna nación hay que no estime de sí ser la más valerosa, y de todas entiendo que salen hombres de gran determinación. Pero a continuación invocaba una anécdota de Plutarco sobre como Temístocles obtuvo la prez (el honor asociado a la victoria sobre los persas) en una votación en la que todos los líderes griegos se votaron a sí mismos primero y en segundo lugar a Temístocles, para concluir que dado que todas las demás naciones daban a la española el segundo lugar después de sí mismas, el resultado obvio era que se situaba la primera.
A pesar de las quejas de los tratadistas españoles sobre la falta de reconocimiento de la primacía española por parte de tratadistas extranjeros, lo cierto es que sí se daban casos de admiración y alabanza, aunque fueran matizados como el del francés Blaise de Vigenère (1605): Por lo que a los españoles se refiere, no se puede negar que son los mejores soldados del mundo; pero son tan pocos, que apenas se pueden reclutar cinco o seis mil cada vez.

Ese sentimiento de superioridad de los infantes españoles no se traducía sólo en una fuente potencial de encontronazos con soldados de otras naciones ,sino que derivó en un tema muy serio que afectaba al propio orden de batalla y conducción de las operaciones. Era el caso de la exigencia de la infantería española de llevar la vanguardia; una pretensión que se enconó en el cambio de siglo. Se alegaba ser cosa no vista en Flandes, habiendo españoles dar la vanguardia a otra nación.

La cuestión no era baladí como confirma el intercambio epistolar entre el rey Felipe III y Ambrosio Spínola a cuenta del “incidente de Rheinberg” (1606). Durante dicho sitio se dio un hecho aparentemente sin mayor relevancia pero que generó un conflicto. El ejército estaba dividido en varios campamentos y en una ocasión Luis de Velasco tuvo que enviar socorros al campamento principal del propio Spínola. Los socorros consistían en el tercio de milaneses del conde Guido de San Jorge que llevarían como refuerzo “una parte de españoles”. El italiano llevó en vanguardia a sus milaneses a pesar de que Velasco le había recordado que los españoles debían ir de vanguardia “como les tocaba”. Velasco se indignó a pesar de que San Jorge replicó que los españoles se retrasaban y había prisa en cruzar un puente, por lo que decidió no esperar. El pobre Spínola tuvo que hacer detener al conde italiano, pero le pasó la decisión final sobre castigar o no al archiduque Alberto, el cual aceptó las explicaciones de Guido. 
Desde la Corte en Madrid veían el tema de manera diferente; aparte del no castigo, el rey confiesa a Spínola que esperaba que el archiduque hubiera proclamado por escrito la confirmación del hecho de tocar a la nación española las vanguardias y el gobernar en iguales cargos a las demás, como está acordado y se ha hecho siempre. Era bastante discutible la afirmación de que así se había hecho siempre; ya que había sido costumbre, al menos bajo el duque de Alba, el turnar en dicho puesto a españoles e italianos o a españoles con italianos y valones. 
Sin embargo en la misma misiva se nos da una explicación más relevante del tema de la precedencia en la vanguardia: pues habiéndolas puesto (a las otras naciones) al pie de la española no le queda a esta otra preeminencia con que diferenciarse de las otras. Así pues, fue el hecho de que otras naciones empezaran a organizarse también en tercios al estilo español lo que llevó a los españoles a hacer hincapié en un privilegio que permitiera evidenciar que no era lo mismo un tercio español y un tercio de las (otras) naciones.

El segundo privilegio, como menciona el rey, es el de “gobernar en iguales cargos”. De hecho era bastante más relevante que el de llevar la vanguardia. Así se tendía a resumir: es costumbre inmemorial de la guerra de Flandes, entre los capitanes de naciones, gobernar siempre el capitán español, y entre los maestres de campo, no consentir sino ser gobernados por el de su nación. Curiosamente se llegaba a alegar como ejemplo y excusa que los mismos españoles, cuando eran provincia de los romanos, aunque no menos valerosos que ahora, no pretendieron jamás ni dentro ni fuera de España igualarles en honores militares .
Aun teniendo en cuenta ese favoritismo hacia los mandos españoles a igual rango, lo cierto es que los de otras nacionespudieron progresar en la cadena de mando, ya que vemos a numerosos altos mandos en el propio ejército de Flandes que no eran españoles sino de otras de las naciones
Esto no quita para que pudieran darse casos de rencillas al respecto o desaires. En la propia misiva de Felipe III sobre el incidente de Rheinberg se menciona otro incidente en el que el general valón conde de Bucquoy marchó a hacer un reconocimiento con 2.000 soldados dejando al frente del resto de su cuerpo (otros 10.000 hombres) a un maestre de campo español. Bucquoy se hizo acompañar por los otros 7 maestres de campo y coroneles (e incluso algunos sargentos mayores) de las naciones. Cuando el maestre de campo español se vio obligado a poner el cuerpo de ejercito en marcha: lo hizo solo con toda la gente y aventura de que el enemigo le rompiese por no tener la gente oficiales. Desde la Corte evidentemente sospechaban que la peligrosa situación se había producido por no querer Bucquoy dejar sometidos al español a los otros comandantes de tercio y regimiento.

Como colofón mencionar que Spínola contestó al rey: donde me he hallado, ha siempre tenido la nación española la vanguardia, como es justo, sin que nadie haya replicado palabra, y las tropas que he enviado cuando ha venido ocasión, he hecho mandar al maestre de campo español y los otros obedecer.



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El sitio de Rheinberg (1606) por el ejército de Spínola.


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Emilio Marín Ferrer; infantería española en la batalla de Nieuwpoort (1600). La bandera azul de la Inmaculada entre una luna y una estrella, fue la elegida por los amotinados españoles presentes en la batalla. Se ofrecieron a colaborar con el ejército del archiduque, pero en sus propios términos, entre los cuales estaban el formar la vanguardia. Siendo responsables de la derrota, al exigir atacar sin esperar la llegada de refuerzos, supuestamente por “la codicia del pillaje y de la gloria” que les animaba. 

La preeminencia en cuanto a la vanguardia acabó evolucionando hasta traducirse en varios puntos adicionales; principalmente:
- Ocupar el cuerno (flanco) derecho de la formación de batalla; considerado el mas prestigioso.
- Ser los últimos en cesar el contacto con el enemigo. En caso de retirada, formar la retaguardia.
- Lanzar el ataque principal contra una plaza, siendo los primeros en atravesar una brecha abierta.
- Ser los primeros en entrar en una plaza rendida.
- Defender la puerta mas expuesta de una plaza sitiada.
- Constituir la guardia del general.

En las ordenanzas de 1632 hay una extensa referencia a esta preeminencia reforzada sobre las demás naciones.
Art. 77. Muy grandes dificultades, y cuidados causan en mis Ejércitos, a los Capitanes Generales de ellos, las muchas Competencias que se han ido introduciendo entre los Oficiales, sobre cuáles han de mandar, y cuáles obedecer; siendo este punto el que importa este mas asentado, por ser la obediencia lo principal en todo género de Gobierno, particularmente en el Militar, donde sin ella se redujera todo a confusión, desorden, y disensiones,impidiéndose los efectos, y progresos grandes de mi servicio, poniendo a conocimiento riesgo la reputación de mis Armas, y el bien de la Religión, y de la Causa Publica, a que se enderezan; y teniendo entendido, que esto ha procedido del defecto de Órdenes expresas, declarando mi voluntad, con la cual se ajustarán todos como deben, casando las pretensiones, e introducciones de hasta aquí, deseando, como deseo, dar a cada Ministro el mayor honor que se pueda, sin perjudicar al buen Gobierno de mis Ejércitos: ordeno, y mando, que regular, y generalmente en todos los casos, y ocasiones, el cargo superior gobierne al inferior, sin distinción ni diferencia de Naciones; y en igualdad de cargos, prefiera el Español, por muchas razones que hay, para que esto deba ser, y ejecutarse así; y entre los Españoles el más antiguo al más moderno, con lo cual, dando a la Nación Española, lo que le toca, se le acrecienta en las demás, que los cargos superiores de ellas gobiernen a los inferiores, aunque sean Españoles, que es el temperamento que se puede tomar a la estimación de los unos, y otros puestos; lo cual se ejecute inviolablemente, sin admitir contra ello pretensión, replica, ni dificultad alguna. Y encargo a mis Virreyes, Gobernadores, y Capitanes Generales, procuren, en igualdad de cargos, ordenarlo de manera en las facciones que se encomendaren a Españoles, que el Español sea el más antiguo Oficial que los otros, o por lo menos, que tenga poca desproporción, para que con esto se ejecute lo referido con más suavidad, y mayor consuelo, y satisfacción de todos.

Art. 78. Y cuanto quiera que en lo que toca a las Vanguardias se ha observado, como cosa tan justa, el darla a la Nación Española, sin que en todo se pueda haber puesto genero alguno de dificultad, he resuelto declararlo expresamente por Orden; y en virtud de la presente, es mi voluntad, y mando, que en todas ocasiones, sin excepción alguna, se le haya de dar, y de la Vanguardia, sin que contra esto se admita cosa en contrario; y para mayor declaración ordeno y mando lo siguiente.
Que estando el Ejército en Presidio, la parte de la Muralla, y puerta de más cuidado, por estar a la frente del Enemigo, se entregue a los Españoles, y también el Cuerpo de Guardia principal de la Plaza de Armas, sin mezclase en esto las demás Naciones, las cuales harán su Cuerpo de Guardia en el distrito de sus Cuarteles, o en otras Plazas, o calles, entrando primero la Guardia Española de la Plaza de Armas, y hasta que haya arrimado las suyas, no comiencen a entras las demás Naciones sus Guardias. Las Rondas, y Contra Rondas de la Muralla Españolas la rondarán toda enteramente, y las otras Naciones no saldrán cada una de su distrito. La Ronda Española, que saliere del Cuerpo de Guardia principal, ronde todo el Lugar, y las de los Cuerpos de Guardia de las otras Naciones no se alarguen de su Cuartel particular; y si el Alojamiento estuviere mezclado no se despachen Rondas.
El Cuerpo de Guardia de la Casa del General es de Españoles siempre en todas partes, y es mi voluntad que así se observe. Y porque cuando el Maestro de Campo General, el General de Caballería, o el de la Artillería, salen gobernando alguna parte del Ejército, ordenan que a su Alojamiento entre de Guardia una Compañía de Españoles, y algunas veces han platicado que sea con Bandera, lo cual se opone a la costumbre antigua, que solo les permitía un Sargento con veinte y cinco o treinta Soldados , no solo estando el General presente, sino también en ausencia suya; y conviene a mi servicio, que esto se reduzca a lo que por lo pasado se hizo: ordeno, y mando, que se observe así; y que cuando las personas referidas salieren gobernando parte del Ejército, no tengan Guardia más de una Escuadra de veinte y cinco, o treinta Soldados, con Sargento, reservando, como solamente reservo, para el Capitán General, de cualquiera Nación que sea, el entrar en su Alojamiento de Guardia Compañía entera de Españoles con Capitán, y Bandera. Y cuando al tocar de las Alboradas, se comience de la casa del Capitán General, esperando a esto todo el Cuartel, y después de aquella Guardia toque en el frente de Banderas por el cuerno derecho de los Españoles, y consecutivamente las demás Naciones, como fueren siguiendo. Si el Ejército, o parte de él hubiere de marchar de noche, antes de tocar a recoger, el Escuadrón de Vanguardia, o la gente que hubiere de salir con Cajas del Cuartel, avisará al Cuerpo de Guardia de la casa del general, para que lo tenga entendido.
Cuando el Ejército estuviere Acuartelado en Campaña, en Lugar Debajo de cubierto, estando todo el Ejército en un Lugar solo donde se suele repartir por Barrios, y las Guardias por Avenidas, se dé siempre a los Españoles el Barrio, y Avenida que cayere a la frente del Enemigo, como se ha acostumbrado. Si el ejército se repartiere en diferentes Lugares, se darán a la Nación Española los que estuvieren más vecinos al enemigo; y si el estuviere algo apartado, se atenderá a darla los de
mayor comodidad, y el General asistirá siempre al Cuartel de los Españoles. Cuando el Ejército estuviere acuartelado en Barracas, y si fuere campeando, haciendo alto las noches (en cuyo caso se dispone la gente con frente de Banderas) se dé el cuerno derecho siempre a los Españoles; y lo mismo se haga en los sitios que se pusieren a las Plazas del Enemigo, en que también se dispone la gente en frente de Banderas; porque raras veces, y solo a vista del Enemigo, suelen quedarse en Escuadrón los Batallones, y ocupar los Lugares,que en frente de Banderas hubieran de ocupar. Y porque en los sitios de plazas se tiene más consideración en repartir los Cuarteles a los puestos más a propósito para hacer los aproches, que al cuerno derecho, o al izquierdo: ordeno, y mando que a la Nación Española se encomiende la parte, donde hubiere mejor disposición de poder apretar la plaza.
Cuando el Ejército saliere de Cuartel sobre arma, que haya tocado el Enemigo, con resolución de llegar a las manos aquel día, salgan siempre los españoles de Vanguardia; y caso que habiendo salido el Ejército, o parte de él, en la forma dicha, por faltar tiempo, u otro accidente, se hubiere de hacer Cuartel, o volver al mismo, para ejecutar el día siguiente el propio designio, salgan también de Vanguardia los Españoles, y esto todas las veces que se saliere del Cuartel, con fin determinado de que aquel día se haya de pelear en cualquier forma que sea; y lo mismo se entienda el día que el Ejército se presentare sobre la Plaza que hubiere que sitiar.
Los días que se tratare solo de marchar, el primero (después que el Ejército se hubiere juntado en la Plaza de armas) marchara la Nación Española de Vanguardia, y las demás como el General las repartiere. Y porque los demás días se van los Escuadrones mudando por su turno, y el que iba de Vanguardia, pasa al día siguiente a la retaguardia, quedando de Vanguardia el que le seguía: es mi voluntad, que si marchando se tocare a arma, y por encontrar con el Enemigo de repente, no hubiere lugar de disponer el Ejército en batalla, antes de comenzar al pelear, dando la vanguardia a la Nación española, si no que sea fuerza que comience el Escuadrón, por cuyo puesto el Enemigo acometiere, (pues ni podrá, ni será razón que deje su lugar) irán ocupando los puestos, que el General les señalare los demás Escuadrones, como fueren llegando, conforme la necesidad del combate. Y porque podrá suceder, que los Españoles sean los más apartados, y no habrá, en tales casos, forma para darles su lugar por elección, sino por necesidad, según el estado en que se hallare el combate, y puestos que estuvieren por ocupar: es mi voluntad, que siempre que se ofreciere ir mejorando gente de unos a otros, se vaya adelantando la Española, prefiriendo a las demás, pasando ella, del puesto en que se hallare, a incorporarse con el Escuadrón que tuviere Vanguardia, y no a precederle.
Y si hubiere tiempo para disponer el Ejército en batalla, el cuerno derecho toca a los Españoles, y caso que algún Escuadrón se haya de adelantar a puesto más cercano al enemigo, le toca también aquel lugar, con aditamento, que si el cuerno derecho estuviere más retirado, o cubierto con marrazos, riveras, o puestos tales, que se pueda juzgar que lo fuerte del combate no puede ser por aquella parte, se le debe dar, y dará de los otros puestos el más cuidadoso, pues la acción que tienen es a la Vanguardia, y esta se considera en la parte más vecina a pelear con el Enemigo, y de mayor cuidado, sea a un lado, o sea al otro, adelante, o atrás, y así en las retiradas, cuando el Enemigo quedare a las espaldas, la que por respeto de marchar fuere Retroguardia, por esta consideración vendrá a ser Vanguardia, y tocara a los Españoles retirarse los últimos.
Cuando se formare un Batallón de diferentes Naciones, se le dará el costado derecho a los Españoles, sin que se muden alternativamente del uno al otro costado, como las demás Naciones lo acostumbran entre sí: pues el costado derecho marcha siempre el primero, cuando el Escuadrón se reduce a Trozos, si no es en los casos referidos de quedar el Enemigo a las espaldas, porque en ellos, el cuerno izquierdo debe retirarse primero.
Porque en la guarnición de las Trincheras sobre una Plaza, sucede algunas veces, que los Españoles no son bastantes en número para continuar solos un aproche, y en las trincheras de cada Compañía de por sí: ordeno, y mando, que todas las de Españoles entren en Vanguardia, siguiéndose después la gente, que de otra nación fuere menester para acabar de guarnecer el remanente de las Trincheras.
Y finalmente declaro, que siempre, y en todas maneras, y ocasiones se debe dar, y es mi voluntad, ordeno, y mando, que se dé a la Nación española la Vanguardia, sin que se admita contra esto disputa, pretensión, ni dificultad alguna.

La cuestión de la precedencia se seguiría arrastrando a lo largo de todo el periodo, no siendo raros los incumplimientos y las quejas al respecto.
Uno de dichos incidentes tuvo lugar durante el intento de socorro de Arras (1640), en concreto en el combate del 2 de agosto. Una de las columnas de ataque estaba comandada por el napolitano Andrea Cantelmo, y la vanguardia se dio a los tercios napolitanos de Giovanni delli Ponti y Alonzo Strozzi, en detrimento del español de Pedro de León. Un molesto Lorenzo de Cevallos escribía al respecto: los maestres de campo italianos embistieron con gran valor, más no les bastó, porque dos veces fueron rechazados; justo castigo que dio Dios a la malicia de Cantelmo, pues quitó la precedencia que tocaba a nuestra nación, como aquella que ha conquistado a las demás. A pesar de lo expresado por Cevallos, el ataque inicial tuvo cierto éxito o bien los italianos no fueron tan contundentemente rechazados o bien se rehicieron apoyados por los de Pedro de León (herido y capturado en la batalla).
En 1661 tenemos un nuevo caso, en esta ocasión durante la campaña de Portugal. Varios maestres de campo y sargentos mayores italianos presentaron un memorial a Juan José de Austria. El motivo era que en una marcha, habían sido situados en vanguardia, intercambiando su posición con los españoles, siendo en esta ocasión que el enemigo estaba a retaguardia. Los italianos defendieron que el de la retaguardia era un privilegio tradicional suyo, y en 1663 la Corte les dio la razón.
También en Portugal, en 1662, nos encontramos con una queja de los coroneles alemanes, solicitando que los capitanes de caballos y sargentos mayores de los tercios les obedecerían; reflejando que los españoles no siempre acataban la regla de que a superioridad de rango no intervenía la precedencia y que había problemas de coordinación entre tercios y regimientos. Estos últimos problemas de coordinación se solventaron nombrando para el ejército de Portugal un sargento general de batalla, cargo superior al de maestre de campo y coronel.
A lo largo de la guerra de Mesina (1674-1678) parece que hubo bastantes pendencias por el tema de las rondas y guardias, especialmente entre españoles e italianos. Algo que había que vigilar, ya que se tenía constancia de que en 1675 en Reggio (Calabria) una disputa entre oficiales españoles y napolitanos había acabado a tiros, muriendo algunos oficiales españoles.




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Derrota del intento de socorro de Arras (1640), escenario de conflicto entre españoles e italianos.


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Claudio Fernández; asalto a una posición durante las campañas del cardenal-infante. Una de las exigencias de los españoles era ser los primeros en asaltar una brecha.


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Hendrick de Meijer; sitio de Hulst (1645). El de Hulst, que culminó con su captura por los neerlandeses, sería el último sitio importante de una guerra que se caracterizó mas por la guerra de asedio que por las escasas batallas campales. No es de extraña pues, que los españoles también exigieran ciertas preeminencias cuando estaban presentes como defensores en un sitio, aunque habitualmente se les reservaba para el ejército de campaña propiamente dicho, por lo que era más habitual encontrarles en los intentos de socorro a una plaza sitiada.

La quiebra del sistema.
A finales del reinado de Felipe II se estimaba que se necesitaban anualmente del orden de 7000-9000 nuevos reemplazos para las unidades españolas, cifras que a veces estaban lejos de cubrirse. La apertura de múltiples frentes en época de Felipe IV y la galopante crisis demográfica que afectó a España durante el siglo XVII provocaron que ya no se pudieran sostener las unidades españolas con voluntarios; en una época en la que se necesitaban teóricamente al menos 12.000 hombres anuales. 
Para la campaña de 1632, la leva en España, inicialmente prevista en 8.000 hombres, se decidió que había que duplicarla, debido a la creación de un nuevo ejército, el de Alsacia, que debía operar en Alemania y “despejar” el camino español desde el Milanesado a Flandes. Resultó imposible levar tantos hombres, pero aun así el esfuerzo titánico permitió reunir 7.000 hombres. Puede que la cifra no llegara ni a los 8.000 inicialmente previstos pero eran mas de los 4.000 hombres que veteranos como el marqués de Gelves estimaban que se podían obtener en España ya para esas fechas. Eso sí, hubo que recurrir a sacar hombres de guarniciones menores y de la Armada para completar dicha cifra de 7.000.

El sistema tradicional de reclutamiento en España tuvo que cambiar. A partir de mediados de los años 30 los recursos a asientos (frente al reclutamiento directo por capitanes), coronelías de nobles, milicias y levas forzosas, permitieron incrementar inicialmente el número de hombres pero a costa de agotar las reservas de efectivos humanos para posteriores levas. Ademas la urgente necesidad de trasladar los nuevos reclutas al frente, quebrantó el tradicional sistema de rotación por el que los bisoños eran disciplinados y entrenados durante bastantes meses en los presidios de Italia. Todo ello a costa de dinamitar ese trabajado espíritu de cuerpo en base a un núcleo de voluntarios fuertemente profesionales; aunque se siguió procurando que los ahora menos comunes voluntarios siguieran siendo destinados a Flandes y el Milanesado.

Tras un breve respiro tras 1659, aunque el conflicto con Portugal obligó a mantener tropas en ese frente, las guerras con Luis XIV provocaron una nueva demanda de tropas que la monarquía de Carlos II estaba en difíciles condiciones de proveer y sobre todo sustentar económicamente. Todavía a finales de la década de los 60 se pudo hacer una gran recluta, permitiendo por ejemplo elevar el número de españoles en el ejército de Flandes a 10.000. Ya para entonces se experimentaba una grave crisis económica, y en el futuro se tuvo que depender cada vez más de ayudas financieras extranjeras y de las aportaciones de reinos y ciudades.



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Vicente Carducho, expugnación de Rheinfelden (1633). La campaña del duque de Feria en el Rin, exigió un gran esfuerzo de recluta para poder constituir el ejército de Alsacia.


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José Mª Bueno; coronelía de las Guardas del Rey. A la vez que se intentó fomentar por parte de la nobleza la creación de coronelías (regimientos), Felipe IV ordenó (en 1632) la organización de una coronelía para su propia custodia en caso de acudir en persona a la guerra, coronelía a formar con “soldados veteranos, reenganchados y caballeros de noble abolengo” . Entre 1633 y 1639, el mando de la coronelía lo ostentó el conde-duque de Olivares.


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Antonio Manzano Lahoz; soldado del Tercio de Aragón, década de los 80 del siglo XVII. En 1678 se levantaron dos terciosa costa del reino de Aragón, comprometiéndose el rey a aportar el “pan de munición y las armas”. Ambos tercios serían refundidos en uno sólo en 1680.

Ya hemos comentado que era más común la deserción en aquellos que servían en su propio país. Y los habitualmente fiables españoles no acabaron siendo una excepción cuando fueron llamados en época de Felipe IV a luchar en la propia Península.
Además de la propia naturaleza de la tropa (voluntaria o milicia), había un importante factor de cercanía al propio hogar. Ya en 1637 una muestra del cuerpo situado en las cercanías de Fuenterrabía refleja un 16% de huidos. La proporción de desertores es más alta en los tercios provinciales de Guipúzcoa, Álava, Vizcaya y Navarra, un 32%; y entre estos es superior la del tercio “local” de Guipúzcoa: un 54%.
Durante la Guerra de Portugal (1640-1668), se convirtió en un escenario habitual el abandono del servicio en las épocas de siembra y cosecha, habida cuenta de que los sueldos de jornalero eran superiores a lo que podían recibir en la propia milicia. Las unidades del ejército de Extremadura veían como sus milicianos marchaban en verano a participar en las campañas de cosecha de Andalucía y Extremadura; y en otoño marchaban a sus casas para colaborar en la siembra. 
Especialmente grave fue la deserción entre las tropas del ejército de Cataluña en la segunda mitad del siglo XVII. Se han estudiado unidades en servicio en dicho ejército entre 1673 y 1695, en las que la deserción constituía entre el 30,5 y el 74,6% de todas las perdidas de efectivos. 

Para 1678 el embajador de Venecia declaraba que los españoles habían perdido “el espíritu militar que había sustentado sus éxitos del pasado”. La calidad de los reclutas forzosos era ciertamente limitada, y en aquellos frentes como el de Cataluña, donde se tendía a concentrar las unidades españoles menos solidas, sin duda la imagen de la nación española se veía perjudicada.
La falta de hombres y de unos adecuados suministros y financiación, se hacían notar en demasía. La deserción incluso llegó a alcanzar los frentes de Flandes y Lombardía; donde los tradicionales motines habían ido dando paso a la deserción como solución a las malas condiciones de servicio. Incluso nos encontramos la humillante situación de españoles pasándose al lado francés, hasta el punto de que el veedor general de Flandes llegara a declarar en 1694 que la “flor” de España estaba sirviendo a Luis XIV. 

A pesar de todos los problemas, incluso en la etapa de Carlos II seguía habiendo ejemplos en el campo de batalla de tropas españoles luchando con distinción, ganándose el respeto de sus aliados en ocasiones como las de Seneffe (1674) y Saint Denis (1678); así como de sus adversarios franceses en Fleurus (1690) que afirmaron que “las tropas de Rocroi no habían sido más valientes”, y también en Marsaglia (1693) en la que los españoles todavía se mantuvieron firmes cuando otros ya cedían. También hay que recordar, que aunque los españoles ya no fueran los innovadores en cuanto a táctica militar, no por ello dejaron de asimilar las nuevas tácticas que se iban desarrollando.
En palabras del historiador Eduardo de Mesa: No fue un momento de victorias ni de conquistas, pero tampoco de postración e ignominia. A la muerte del último de los Austrias, las posesiones de la Monarquía permanecían intactas en su mayor parte, y desde luego que no gracias a la supuesta “benignidad” del enemigo o de los aliados -todos deseosos de asegurarse una parte de la jugosa herencia más pronto que tarde-. Habían sido los tercios, tanto españoles como de naciones, los que habían defendido las ciudades de Flandes con gran tenacidad.

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Augusto Ferrer-Dalmau: Valenciennes (1656). Esta batalla, saldada con una aplastante victoria sobre los franceses, es considerada como la última gran victoria de los Tercios.


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Romeyn de Hooghe; batalla de Saint Denis (1678). En esta victoria aliada tuvieron un destacado papel los jinetes y dragones españoles del duque de Villahermosa. La caballería española había ido cobrando un papel creciente al final del periodo, ante la necesidad de hacer frente a la francesa. Igualmente en esta época se incorporó la figura de los dragones, “infantería montada”.


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J.C. Iribarren; tropas españolas durante el sitio de Luxemburgo (1684). A pesar de la tenaz defensa de la guarnición, el metódico sitio francés y la ausencia de un socorro llevaron a la pérdida de tan importante plaza.


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José Montes Ramos. Tropas españolas, sitio de Ceuta (1694).

 

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