Napolitanos, milaneses y sicilianos.
Las provincias italianas de la Monarquía hispánica eran no sólo enclaves estratégicos sino también una gran fuente de hombres y recursos.
Aunque se hablara de la “nación italiana”, sus unidades se dividían en función de la provincia de reclutamiento: napolitanos, lombardos (milaneses) y sicilianos. La norma era que no se mezclaran las diversas naciones italianas, en especial las dos principales: napolitanos y lombardos. Aun así, esto no siempre se cumplía. A finales de 1635, en el Milanesado, se disolvieron varios disminuidos tercios napolitanos y su gente fue repartida entre dos tercios lombardos. Hacia al final del periodo fue todavía más difícil conseguir la separación en algunos ejércitos como el de Flandes; lo que queda reflejado en la conformación en 1682 del Tercio “Vecchio” de infantería italiana de Flandes, producto de la fusión de un tercio lombardo levado en 1597 y un tercio napolitano levado en 1658 (originalmente para servicio en España y trasladado a Flandes en 1668).
El poblado Nápoles destacó por sus contribuciones en el siglo XVII. A modo de ejemplo, entre 1635-1640 se enviaron 50.000 napolitanos a los frentes de Flandes, Alemania, España y Lombardía.
A pesar de la revuelta de Nápoles de 1647 y la gran pestilencia de 1656 -que supuso un duro golpe para el reino-, los reclutamientos no se detuvieron aunque se vieran sin duda afectados. Las tropas napolitanas tendrían a su vez un papel relevante en la Guerra de Mesina (1674-1678).
A partir de 1635, el norte de Italia se convirtió en un escenario frecuente de combates, sufriendo el Milanesado varias invasiones. La estratégica región se pudo conservar gracias a una gran implicación de las propias unidades lombardas tanto de leva como de milicias, a pesar de los efectos devastadores de la pestilencia de 1630. Los milaneses se distinguieron en San Martino di Bozzolo (1647), Cremona (1648) y Pavía (1655).
Aunque no pudieran contribuir grandes cantidades para otros frentes, los milaneses siguieron haciendo aportaciones para Flandes, así como para sofocar la rebelión en Sicilia e incluso para combatir en la propia España. Juan José de Austria afirmaría en 1653 que el tercio lombardo del conde de Arese (formado por veteranos) era una de sus mejores unidades en el ejército de Cataluña.
A diferencia de napolitanos y lombardos, los sicilianos siempre fueron reacios a servir en los ejércitos del rey. Sus contribuciones en el siglo XVI han sido calificadas de “risibles”. Avanzaron el siglo XVII se redoblaron los esfuerzos para conseguir tropas sicilianas, a pesar de que se reconocía su poca inclinación por el servicio militar. En 1629 se consiguió levar a duras penas un tercio para servir en el Milanesado, y en 1631 llegaría otro tercio siciliano a Flandes, aunque no llegó a durar un año antes de tener que ser reformado (disuelto). En 1638, el virrey de Sicilia escribía a la Corte que “las levas de aquel reino son dificultosísimas, de mucho gasto y poco fruto”. Un ingenuo intento en 1643 de reclutar cuatro tercios para servir en Cataluña se saldó con dos teóricos tercios con 1.800 hombres entre los dos, que rápidamente declinaron tanto en hombres como en oficiales de origen siciliano, hasta el punto de que para 1646 ya no existía ninguno.
Escaramuza y ataque español a la Hostería de la Croce Bianca (1615). Aquí tenemos uno de los combates durante la Primera Guerra del Monferrato (1612-1617). Las tropas milanesas eran un componente fundamental del ejército español de Lombardía.
José Daniel Cabrera Peña; el puente de Rheinfelden (1633). El coronel alemán Ossa fue testigo de la hazaña de un alabardero que impidió a cuchilladas que los fugitivos suecos quemaran el puente tras retirarse al otro lado. Lo que no fue capaz de averiguar era si el valiente soldado era español o italiano.
Massimo Mannochi. Guerra de los Nueve Años; piquero de infantería napolitana (1690), soldado-coraza de la caballería de nueva leva (1689) y mosquetero de infantería napolitana (1694).
Los otros italianos.
Aunque menos importantes que los vasallos italianos del Rey, también hubo tropas italianas reclutadas entre los estados aliados o neutrales de la península italiana; en algún caso en competencia con otras potencias como Venecia que también requerían de sus servicios, así durante la guerra de Candía (1645-1669) los venecianos pagaban cuatro veces más por recluta que las autoridades españolas.
En el siglo XVI se llevaron a cabo levas en los territorios de Urbino, Toscana, ducados padanos y el propio Estado Pontificio. Sin embargo a lo largo del siglo XVII, España se encontró con bastantes problemas para obtener tropas a lo largo de la Italia no hispana, e incluso para hacer cumplir a algún estado sus tratados de alianza por el que debían aportar sus propias tropas para defender el Milanesado cuando éste se viera amenazado.
La incorporación de Urbino a las tierras papales en 1631 supuso un golpe para España ya que sus soldados estaban entre los mejor valorados de los estados italianos. La cuestión era que se había prohibido a los súbditos papales servir en ejércitos extranjeros, a lo que se añadía la habitual hostilidad de muchos pontífices hacia España; aunque con ocasión de la presencia de algún pontífice mejor predispuesto se permitiría alguna leva ocasional.
Como era habitual se trató de aprovechar la desmovilización de ejércitos para reforzar los ejércitos hispanos con veteranos licenciados. Así, tras el fin de la guerra de Castro (1642-1644) se consiguieron 1.500 soldados previamente al servicio de Venecia, 4.000 toscanos y 2.000 modeneses; pero en conjunto la recluta fue un fiasco pues la mayoría habían desertado antes de un año. La opinión sobre estos soldados no era excesivamente buena, considerados inferiores a los lombardos y napolitanos . Por ejemplo, de los toscanos y modeneses se afirmaba que carecían de espíritu combativo.
Italia, 1600 (Wikimedia Commons)
Un “aventurero” italiano y un piquero de los estados pontificios, junto a un piquero español y un arcabucero valón.
Compañía de caballos-coraza modeneses, siglo XVII.
El segundo pilar de los ejércitos.
La importancia de las tropas italianas siempre fue alta, pero inicialmente su valoración por parte de los españoles no era excepcional, Tenemos el ejemplo del duque de Alba, que en 1580 pedía al rey Felipe II, de cara a la campaña de Portugal, que: italianos, por amor de Dios, S.M. no traiga más, que será dinero perdido; alemanes... aunque se vendiese la capa es necesario traerlos.
Esta escasa apreciación provocó que inicialmente se les considerara mas de servicio como refuerzo para los tercios viejos españoles en el frente mediterráneo que como fuerza de primera magnitud a emplear en otros frentes de la Monarquía.
Sería precisamente cuando, con reticencias, se tomó la decisión de que participaran en la guerra de Flandes, cuando los tercios italianos pudieron hacerse valer, beneficiándose de una permanencia y del ya comentado efecto positivo de la “expatriación” militar. Así se intuía ya en una carta de Felipe II a Juan de Austria en 1577: aunque hasta ahora no ha parecido que era gente apropósito para esos estados por ser desordenada y que en camino largo se deshacen …. visto ahora que de los valones no se puede hacer el fundamento que hasta aquí, y para que haya gente que meter a la guardia de las plazas recobradas, por no ocupar en esto los españoles que son los que han de campear... serán soldados de quien os podéis valer donde quiera mejor que de ninguna otra nación fuera de los españoles.
Sin ser muy elogiosa para los italianos, lo cierto es que reconoce que tras la española, es la gente que puede dar un mejor servicio en Flandes. Al igual que con las unidades españolas en Flandes, se pasó considerar que era más útil mantenerlas fijas, ya que era más caro levantarlas de nuevo en Italia y traerlas a la región. Puestos a disolver tropas cuando había que reducir fuerzas en Flandes era más fácil tirar de valones y alemanes, que se podían volver a reclutar y poner en campaña con más rapidez.
El servicio continuo en Flandes permitió a los italianos demostrar su valía: aquí tiene muy buena reputación, y particularmente la napolitana, aunque no se puede comparar con la española en opinión ni en valor. Así fue como se fueron ganando el título de pilar y nervio de los ejércitos del rey (junto a los españoles), en palabras entre otros del archiduque Leopoldo Guillermo (1648) y de Baltasar Mercader (1653). Y por último, se les reconocía como “fieles y leales vasallos del Rey”.
De los italianos se destacaban sus similitudes con los españoles: lo propio en el estilo de guerra, trato y trajes; lo que se dice de una nación, este caso se dice de la otra. Militarmente se destacaba que su arcabucería era ágil y maniobrera; considerándoselos también muy aptos para dar asaltos.
Por contra se les reprochaba que no eran tan buenos para la batalla campal, faltándoles algo de la firmeza de podían llegar a exhibir los escuadrones españoles en batalla. De los italianos se ha dicho que destacaban a lo hora de desempeñar las funciones que mas tarde asumiría la “infantería ligera”.
También había acusaciones de que eran “gente muy licenciosa en los desórdenes y malos tratamientos de los villanos”; acusaciones que eran hasta cierto punto comunes a todas las naciones, aunque los españoles defendieran que ellos eran una excepción incluso a la hora de desordenarse.
Ya hemos hablado de las pendencias entre españoles e italianos por el tema de los privilegios. El privilegio de organizarse en tercios, ya lo obtuvieron antes que otras naciones. Organizados a mediados del siglo XVI en coronelías, ya nos encontramos tercios italianos en Flandes, al menos desde 1582.
Sí en el siglo XVII los españoles exigían la vanguardia y el cuerno derecho, los italianos exigían por su parte “la retaguardia en las marchas” y “el cuerno izquierdo en el frente de banderas” (línea de batalla). Esta exigencia la remontaban a un privilegio de Carlos V, que originalmente habrían ostentado los napolitanos.
El problema estribaba en que los españoles, como hemos visto, exigían en ocasiones trocar la vanguardia por la retaguardia, dependiendo de la situación del enemigo. Las quejas italianas de que los españoles no respetaban sus privilegios se sucedieron, dando lugar a la emisión de una “Orden en la vanguardia y retaguardia entre las nacionesespañola e italiana” en 1663 para calmar los ánimos.
Pablo Outeiral. Tercios italianos durante el sitio del castillo de Krakau (1605). Ocupado por tropas holandesas, fue un cuerpo "italiano" compuesto por los tercios de Pompeo Giustiniano, Lelio Brancaccio y Guido de San Jorge, el encargado de someter la plaza.
Ángel García Pinto, combate de Terheijden durante el sitio de Breda (1625). Carlo Roma, sargento mayor del tercio de Campoleratto, tras coger la rodela de un caído, dirige un contraataque contra los ingleses de Vere; consiguiendo asegurar la posición clave de Terheijden.
Zvonimir Grbasic; rendición de Larache (1689). Entre la guarnición se encontraban los miembros del Tercio napolitano de la Armada, que habían sido enviados a socorrer la plaza.
Los italianos demostraron repetidamente su fiabilidad en Flandes. Camino de Flandes, con el ejército del cardenal-infante, tuvieron un destacado papel en la victoria de Nördlingen (1634) ya que conformaban buena parte del ejército hispano: 4 tercios napolitanos, 3 tercios lombardos y 32 compañías de caballería napolitanas y lombardas. En la batalla se destacó el tercio napolitano de Toraldo, aguantando las feroces cargas del ejército sueco, cuando a su lado los alemanes se desmoronaban ; y sobre todo destacó la caballería napolitana de Gambacorta, cuyas cargas fueron claves para aguantar la posición de la colina del Albruch.
Al año siguiente, 1635, el tercio lombardo de Sfondrati se lució en la batalla de Avins. Cuando el ejército hispánico fue puesto en fuga por un superior ejército francés -dándose el caso de que “la infantería de naciones se retiró a toda prisa”-; éste tercio permaneció junto al español de Ladrón de Guevara. Ambos lucharon “mas por la reputación que por la victoria, con obstinado valor”, resultando prácticamente aniquilados, tras aguantar cinco asaltos franceses.
Por contra el de Rocroi no fue precisamente el mejor día de los infantes italianos al servicio de los Austrias. Los terciospresentes se retiraron del campo de batalla en orden y con pocas bajas en cuanto se vieron amenazados por los jinetes franceses que venían acompañados de destacamentos de mosqueteros. Por contra compañías de jinetes italianas como las de Cesare Toraldo y Virgilio Ursino, pelearon denodadamente.
La actitud de la infantería italiana dicho día ha sido atribuida al hecho de que habría un molestar al haber sido apartados por completo de la primera línea por los tercios españoles. El caso no es ya que no resistieran con la misma firmeza que los españoles sino que parece que ese día tanto valones como alemanes ofrecieron más pelea que los italianos.
A pesar de este baldón, los italianos siguieron consolidándose como segundo pilar de los ejércitos de Flandes. Todavía en la época de Carlos II, siguieron teniendo una importante presencia en Flandes y prestando destacados servicios. Tras el sitio de Maastricht (1673), un victorioso Luis XIV invitó a su mesa -a modo de galardón- al maestre de campo Marzio Origlia, cuyo tercio napolitano se distinguió por lo encarnizado de su defensa. A su vez, en el sitio de St.Omer (1677) se distinguiría el tercio lombardo de Fabio Buonamici.
Si la presencia italiana en España fue escasa a lo largo del XVI, no sucedería lo mismo en el siglo XVII. La guerra con Francia, a partir de 1635 demandó la presencia de numerosas tropas en el frente peninsular y los italianos estaban bien posicionados para proporcionarlas, aunque a la vez tuvieran que cubrir su propio frente.
Ya había alguna presencia ocasional, como la del tercio napolitano del marqués de Torrecuso, que llegó incluso a participar en la jornada de Brasil (1625), aprovechando que estaba recién llegado a la Península para reforzar a la Armada del Mar Océano y la del Estrecho.
Para 1635 había unos 5.000 italianos en España, que serían reforzados en los años siguientes. Los italianos representaban una parte muy importante del ejército hispánico en la campaña de Salses (1639), y en 1640 constituían el 25% del ejército en Cataluña.
Como tropas veteranas, su contribución fue muy importante en esas campañas; sin embargo su mal comportamiento con los civiles fue causa de graves alborotos. Ya en 1637 un tercio napolitano se hizo notar con sus desmanes durante su estancia en Villfranca del Penedés. Mas adelante el tercio del duque de Módena fue calificado de “incontrolable”. En vez de ir a mejor, los desmanes fueron empeorando en el ámbito de la gran concentración de tropas de la campaña de Salses. El virrey, conde de Santa Coloma, molesto con el comportamiento de las tropas italianas, se enfrentó al destacado maestre de campo napolitano marqués de Torrecuso, arrestando tanto al marqués como a su hijo. Dicha decisión cayó mal entre los italianos y llegó a ser contraproducente porque lo pagaron con los civiles que les alojaban.
Estallaron enfrentamientos entre paisanos y soldados; y los italianos se vengaron duramente de la población civil. Tras el asesinato del conde de Santa Coloma, su sucesor -Cardona- intentó apaciguar los ánimos haciendo encarcelar a los maestres de campo italianos más impopulares: Leonardo Moles y Geri della Rena, por la notoria indisciplina de sus terciosy la vista gorda que hacían con las libertades que permitían a sus hombres.
Generalizada la rebelión en Cataluña, no se pudo prescindir de los vitales italianos, e incluso encontramos a Torrecuso ascendido a maestre de campo general en la campaña que culminó en la derrota de Montjuic (1641).
En 1643 los 4.000 italianos serían claves en la victoriosa campaña de Lérida; pero se irían desangrando en posteriores combates, hasta reducirse a 500 hombres en 1645. Nuevas levas, asegurarían una importante presencia italiana en el frente catalán durante toda la guerra. Entre otras muchas acciones, los italianos se distinguirían en la defensa y socorro de Gerona (1653) y en el sitio de Puigcerdá (1654), en este último el maestre de campo Giovanni Battista Cattaneo deshizo una columna francesa y clavó la artillería que esta traía para batir la fortaleza.
Aunque el frente de Portugal fue secundario, al menos hasta la paz con Francia en 1659, ya en 1643 llegaron las primeras tropas italianas al ejército de Extremadura. El estreno italiano fue bastante malo, ya que la guarnición napolitana de Valverde rindió la plaza sin lucha y muchos de sus 400 hombres se pasaron a los portugueses. Por contra, un año más tarde, el tercio de Giovanni Battista Pignatelli destacaría en la victoria de Montijo (1644).
A partir de 1660 llegarían numerosas tropas italianas de infantería y caballería, liberadas ya de la güera con Francia. Se calcula que hasta unos 20.000 italianos llegaron a la Península entre 1660 y 1668. La mayor parte eran napolitanos (8.147) y milaneses (7.299), pero también vinieron toscanos (1.093), piamonteses y saboyanos (1.853); por contra la contribución sicilianas fue ridícula: 240 hombres.
Las nuevas guerras con Francia en época de Carlos II, provocaron que los italianos siguieran presentes en España. Los 1.000 veteranos supervivientes de la campaña de Portugal fueron enviados a combatir a Flandes, mientras que a España se traían nuevos reclutas de Italia. La contribución de la infantería italiana en las diversas campañas de la época sería bastante relevante, en especial durante la Guerra de los Nueve Años (1688-1697). Los italianos sufrieron fuertes perdidas con ocasión de acciones como la batalla del Ter (1694), la defensa de Gerona (1694) y la de Barcelona (1697). La caballería italiana también tendría un papel relevante durante este último periodo, pero las numerosas bajas provocaron que al final muchas compañías italianas lo fueran solo nominalmente y acabaran llenas de reclutas españoles.
La presencia de muchos reclutas bisoños italianos y la falta de suministros, provocó que muchos desertaran, especialmente tras la pérdida de Gerona.
Mikel Olazabal; batalla de Nördlingen (1634). El tercio napolitano de Toraldo rechaza las cargas de la caballería sueca.
Batalla de les Avins, 1635. Durante esta batalla se distinguió el tercio lombardo de Sfrondati.
Dionisio Alvarez Cueto; Rocroi (1643). el Tercio italiano de Ponti se retira en buen orden del campo de batalla.
Batalla del río Ter o Torroella (1694). Tras las bajas sufridas, hubo que reclamar a Italia el envío de nuevos tercios.
"Con más facilidad se les llama bravos a los audaces que seguros a los prudentes".
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