10. Británicos.
Irlandeses.
Contingentes de los “Tres Reinos” de las Islas Británicas pelearían para la Monarquía Hispánica, pero sin duda sería la nación irlandesa la mas relevante y predilecta de las tres.

La primera unidad irlandesa al servicio hispano lo fue por deserción, no por leva directa. Se trataba del regimiento inglés de William Stanley (católico inglés), compuesto en su mayoría por irlandeses; regimiento que se pasó en 1587 entregando la fortaleza neerlandesa de Deventer, a los pocos días de hacerse cargo de su guarnición. Estos irlandeses en Flandes eran mayoritariamente lo que se denominaba como “civiles” (“old english”), descendientes de los ingleses emigrados a la isla desde el siglo XII. Era entre los “civiles” donde el gobierno inglés solía reclutar a sus tropas.
Por otro lado estaban los “salvajes” (“old irish”) de origen gaélico y abiertamente contrarios a Inglaterra, ya no sólo por una cuestión de religión. La primera impresión que se tenía de los irlandeses “salvajes” no era especialmente favorecedora: «de casta de silvestres y de fieras, cubierto el cuerpo de cintura abajo, lo demás desnudo, con zancos o pértigas de que, levantados en alto, usaban para desguazar los ríos, sobreponiéndose a los otros largamente, y amenazando con arcos y flechas». Algunos de esos “salvajes” habían acabado en España, sirviendo en Galicia y en la Armada, pero en 1591 el capitán Francisco de Toledo informaba de que eran de “poco servicio”.
En 1596, el jesuita Persons informaba al Rey de que entre los guerreros “salvajes” de la isla, los españoles se encontrarían a los famosos mercenarios “gallinglases” (Gallowglass), pero no recomendaba juntarse con ellos pues su estilo de guerra era ir “saltando por acá y por allá, sin orden ni disciplina”. Por entonces, España se encontraba apoyando a los rebeldes irlandeses, los clanes gaélicos, contra Inglaterra. La colaboración culminaría en la expedición de Juan de Águila y la campaña de Kinsale (1601-1602), dejando en los españoles una pobre impresión de los irlandeses, mas hechos a la guerra de guerrillas que a la guerra convencional.

Aun así, la intervención española en Irlanda reforzó la idea de que irlandeses católicos y españoles, eran no sólo aliados naturales sino que España debía velar por los exiliados católicos de Irlanda. Además se había detectado potencial militar en los irlandeses. El propio Persons, ya había indicado que si se sacaba a los irlandeses de su entorno podían ser adecuadamente adiestrados y servir con eficacia, como ya se había visto con los “civiles” en Flandes. Diego Brochero, recomendaba ya en 1598 a Felipe III: «Que todos los años Vuestra Majestad ordene reclutar en Irlanda algunos soldados irlandeses, que son gente dura y fuerte y ni el frío ni la mala comida matan fácilmente como harían con los españoles, ya que en su isla, que es mucho más fría que esta, están casi desnudos, duermen en el suelo y comen pan de avena, carne y agua sin beber nunca vino».
Al exilio voluntario de muchos irlandeses, importante a partir de 1602, se le unió el hecho de que las propias autoridades inglesas permitieron, tras la paz de 1604, algunas levas en la isla con intención de quitarse de encima a potenciales rebeldes o simplemente individuos problemáticos. Todo esto para malestar de los holandeses que no entendían como la Corona británica permitía que el ejército español de Flandes se reforzara. Se calcula que entre 1586 y 1611, cerca de 20.000 irlandeses serían reclutados por España.

Sería esta oleada de irlandeses durante la primera década del siglo XVII la que asentaría a los irlandeses como nación en el marco de los ejércitos hispánicos. Diego de Villalobos y Benavides (1612) comenta sobre su buena adaptación a la guerra de Flandes: «los irlandeses pasan en relativamente poco tiempo de hacer la guerra como los bandoleros de Cataluña y Calabria a mezclarse con los españoles». Además también comenta el privilegio conseguido por los irlandeses: «tienen los soldados irlandeses, por merced particular de mucho tiempo, que sus soldados son admitidos en las compañías de los españoles, y en los puestos y ocasiones se mezclan con ellos, como si todos fuesen una nación, y merécenlo por razón de muy gallardos soldados».
Estas nuevas unidades de irlandeses, se constituirían ya como tercios, a pesar de ser técnicamente tropas “foráneas”. Asimismo se procuró que ya no hubiera oficiales ingleses ni escoceses al mando de los irlandeses.
Ante la tregua de 1609 y dado que se planteaba en Flandes la necesidad de reformar el ejército (disolviendo unidades), desde Madrid se escribió al archiduque Alberto para que se preservara al tercio irlandés, debido a “las causas que obligan a tener cuenta con aquella nación”, tratándose ya mas de una cuestión política que militar, dándose tanto una cuestión de prestigio como de mantener y recompensar los servicios de unos oficiales irlandeses con buenos contactos en la Corte.

Incluso entre los irlandeses al servicio de España había cierto provincialismo. Así el coronel Maurice McSwiney se quejaba en 1640 que tras 25 años de servicios en Flandes se había quedado sin puesto ni pensión debido a «los malos servicios hechos contra él por parte de los hombres de su nación de la provincia de Ulster, que no permiten que otros, especialmente aquellos de la provincia de Munster, puedan obtener cualquier promoción en el ejército de nuestro Rey». En concreto el ataque iba dirigido a los O´Neill y su monopolio en el mando del Tercio Viejo de irlandeses.


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Javier Álvarez Barroso; sargento de infantería irlandesa, 1588.




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David Sque. Rebeldes irlandeses en la época de la campaña de Kinsale. Aunque sus armas tradicionales eran mas bien el arco, los dardos y los espadones; unos cuantos tenían armas de fuego y los españoles distribuyeron unos cientos de picas.


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Mosquetero irlandés, junto a dos piqueros; batalla de Nieuwpoort (1600).



Los irlandeses se fueron ganando en Flandes, fama de ser de las mejores tropas en Flandes, tras los propios españoles y junto a los italianos. Su número no era normalmente muy elevado, pero por ejemplo en 1623 se estima que podían ascender a unos teóricos 4.000, aunque las muestras que se pasaban avanzada la campaña solían dar una cifra notablemente inferior ya que la tasa de desgaste en esa época no era raro que fuera del 50% anual.
Entre sus acciones más distinguidas en Flandes se encuentra la defensa de Arras (1640), aunque finalmente cayera la plaza ante un nutrido ejército francés; así como la de Gennep (1641), culminada en una capitulación honrosa.

Por contra, su presencia en el ejército de Lombardía fue apenas testimonial, por ejemplo un pequeño tercio irlandés de 400 hombres en 1655. Durante la Guerra de los Nueve Años también había otro tercio irlandés en Milán, formado en esta ocasión con desertores entre los irlandeses al servicio de Francia.


A diferencia de otras tropas extranjeras, la presencia de irlandeses estaba bien vista en la Península. Con ocasión de la reanudación de la guerra con Francia en tiempos de Felipe IV, se ordenó traer irlandeses de Flandes. En 1638 arribaron a La Coruña los tercios de Tyrone y Tyrconnell, justo a tiempo para distinguirse en la defensa y socorro de Fuenterrabía (1638). Constituidos como una élite dentro del ejército peninsular, tuvieron un papel destacado en el sitio de Salses (1639) y la batalla de Monjuic (1641). Tras participar en numerosas ocasiones en primera línea, las unidades irlandesas quedaron bastante diezmadas, siendo además un parte enviada a servir en el conflicto de Portugal.

El estallido de la guerra en Irlanda en 1641 dificultó en extremo las levas de irlandeses; y no sólo eso sino que muchos veteranos, sobre todo oficiales regresaron a Irlanda. El fin del conflicto supuso de nuevo un aluvión de hombres disponibles, varias decenas de miles a partir de 1649, en especial en los años 1653 y 1654 en que llegaron el grueso: 12.000. La mayoría fueran trasladados hacia la Península para los frentes de Cataluña y Portugal, acabando algunos también en la Armada
Pero estos nuevos irlandeses carecían de la calidad y lealtad de los viejos voluntarios irlandeses de antaño. Muchos eran exiliados forzosos y su motivación escasa. Trasladados a los frentes peninsulares donde apenas había recursos para sostenerles, los irlandeses se pasaban en buen número a portugueses y franceses. En este último caso, había el añadido que desde 1635 Francia había empezado también a ser un destino atractivo para los irlandeses.

En 1653 Felipe IV escribía escandalizado sobre la traición del maestre de campo Ricardo Grass que se había pasado con su tercio de irlandeses a los franceses: «acción tan indigna de nación de quien yo me servía en mis ejércitos con la seguridad y confianza que se hace de la española». Los oficiales irlandeses que servían en Cataluña se apresuraron a hacer un manifiesto contra la “perfidia” de su antiguo camarada y la “injuria” causada a la nación irlandesa.
En ese mismo año de 1653, Miguel Parets describía la lastimosa apariencia de los soldados irlandeses del ejército de Juan José de Austria, alojados en Barcelona, y los problemas que acarreaba su desatención:
«Los irlandeses, gente que por su pobreza, muchedumbre y nada de policía, llevaban siempre consigo las enfermedades y la porquería, esparciéronse por la ciudad por no tener cuarteles, y por estar casi todos enfermizos ninguno los admitía por las casas; dormían y alojábanse por los cubiertos de las plazas y calles; en la Plaza Nueva, bajo un tejado que hay en el Palacio del Obispo, estaban más de trescientos cargados de mujeres e hijos, que vivían como brutos, y era lástima verlos: salíanse de día a buscar fajos de verde de se, y después de haber dormido sobre ellos los vendían; y por esta causa se fue extendiendo de nuevo el contagio por la ciudad, y también que a la misma sazón llegaron de la parte de Valencia, en barca, muchos irlandeses, soldados que traían consigo el contagio o enfermedades, porque al desembarcarse se veían todos enfermizos y perdidos, que los mas pasaron al Hospital General».
Incluso en Flandes también empezaron a dar problemas, produciéndose en 1655 el motín del tercio irlandés de O´Reilly, significativo por ser el primer amotinamiento desde 1607. En 1655 se terminaría con las levas masivas de irlandeses, aunque seguirían incorporándose hombres a título individual.

Durante la Guerra de los Nueve Años hubo interés en conseguir que Guillermo de Orange permitiría reclutar en la propia Irlanda, en 1694-95; intento infructuoso ya que Guillermo requería de todo el potencial humano posible para sus propias fuerzas. La campaña orangista en Irlanda provocó un nuevo exilio de irlandeses, pero lógicamente estos eligieron como destino Francia y no una España, aliada de Inglaterra. Para 1697, el tercio irlandés combatiendo en Cataluña estaba reducido a 30 hombres -combatía mezclado con la infantería española-, y fue finalmente reformado tras servir en la defensa de Barcelona ese mismo año.



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Zvonimir Grbasic; arcabucero irlandés, 1606.


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Sitio de Fuenterrabía, 1638. En la defensa de la plaza participaron los tercios irlandeses de Tyrone y Tyrconnell, recién llegados a la Península desde Flandes.


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Mosquetero irlandés durante las Guerras Civiles inglesas.



Ingleses y escoceses.
La presencia inglesa y escocesa en los tercios estuvo inicialmente ligada a la irlandesa, y por los mismos motivos, deserción de unidades al bando hispano o exilio de católicos. Ya hemos visto que la primera unidad irlandesa se creó gracias a la deserción del regimiento “inglés” de Stanley en 1587.
Las primeras unidades de ingleses y escoceses (al igual que el caso irlandés) no lo fueron por levas directas sino por deserciones, como el caso de las guarniciones escocesas de Lier (1582) y Gueldres (1588), y la inglesa de Aalst (1583), que permitieron la formación de un regimiento inglés y de un regimiento escocés, aunque sin continuidad.

Al igual que con el caso de los irlandeses, tras la paz de 1604 se abrieron las puertas a reclutar en la propia Inglaterra y Escocia. La “"Conspiración de la Pólvora" (1605), en la que participó algún que otro veterano de Flandes como Guy Fawkes -oficial inglés que había servido en el regimiento de Stanley/Bostock-, amenazó con cortar de raíz el reclutamiento de súbditos ingleses. Al final prevaleció el interés por librarse de sujetos problemáticos, aunque se declaró que todo inglés debía prestar juramento de lealtad al rey, antes de marchar a servir a otro príncipe.
Las levas no fueron significativas hasta los primeros años de la década de los 20, en que se pudo formar un tercio escocés (Argyll) y un tercio inglés (Vaux). Se había dado permiso para reclutar hasta 8.000 hombres pero el resultado final fue muy escaso, ya que los capitanes reclutadores encontraron problemas para reunir tanta gente. Aunque los escoceses eran habituales mercenarios en esa época, no parece que les atrajera mucho el servicio para España, y los que eran católicos preferían antes Francia que España.
A la llegada a Flandes, ambos tercios se encontraron combatiendo en Bergen-op-Zoom (1622) contra ingleses y escoceses que servían en el lado holandés. A los ingleses de Vaux se les engañó diciéndoles que sólo combatirían contra ingleses y no contra compatriotas; lo que contribuyó a una enorme tasa de deserciones. En cuanto a los escoceses, durante la leva inicial se había hecho circular la noticia de que marcharían a Sicilia para protegerla de los otomanos.
A pesar de estos problemas se seguirían reclutando infantes ingleses y escoceses, cuando las circunstancias políticas lo permitían. Lo que parece que nunca se planteó fue el reclutar jinetes de las islas, aunque por ejemplo en Holanda sí servían compañías de caballería inglesas y escocesas.


A ambas naciones se tenía en Flandes por “valerosísimas, y las veces que han servido allí nunca han hecho cosa mala”. En 1659, el marqués de Caracena, afirmaba que el tercio inglés del ejército de Flandes era de los mejores unidades.
Se les acogía al igual que irlandeses por católicos y perseguidos, pero se tenían sospechas de su lealtad y de que cobijaran “herejes”. En 1645 ante un ofrecimiento de permitir la recluta de 6.000 escoceses, se rechazó: «porque en este numero de escoceses cuando hubiere católicos serán muy pocos y no conviene traerlos a España siendo herejes».
Por eso, aun cuando se llevaba a cabo una recluta, se prefería usar ingleses y escoceses en Flandes ya que como declaraba Felipe IV en 1647 al respecto de donde usar 2.500 ingleses y 1.500 escoceses: «para el servicio de España sería más deseable que se quedasen en Flandes», porque los herejes era mejor dejarlos allí.
Sin embargo poco después, las necesidades de los frentes peninsulares, forzaron el cambio de opinión. En 1648 se incorporaría al Ejército de Extremadura una unidad, reclutada por el conde de Crawford, en la que convivían escoceses, ingleses e irlandeses.

En 1667, Carlos II de Inglaterra permitió que España reclutara 4.000 hombres en sus dominios, pero sólo se reclutó la mitad, y de estos la mayoría acabaría desertando rápidamente ante la falta de pago.
El pié británico languideció a finales del siglo XVII. Tal vez por cuestiones políticas, se hizo un esfuerzo por mantenerlo como tal. En 1678 se decretó que el ejército de Flandes conservara tres tercios, uno de cada nacionalidad: irlandesa, inglesa y escocesa; aunque sus fuerzas fueran muy reducidas como para justificar el tener tercios propios. Todavía en 1681 se pudo realizar alguna leva en Inglaterra. Pero en 1690, los tres sumaban 173 hombres, siendo reformados en meras compañías para 1692.



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Entrada de los españoles en Lier (1582), entregada por los escoceses de Sempill (o Semple).


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Stephen Walsh. Mosqueteros ingleses durante la era de los Estuardo, primera mitad del siglo XVII.


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Emilio Marín Ferrer. Tercios británicos, 1681; mosquetero del tercio inglés (de azul), piquero del tercio escocés (de amarillo) y sargento del Tercio Viejo de irlandeses (de rojo).