El tema de la batalla de Karánsebes, en el subforo de Historia Militar Moderna y Contemporánea, me recuerda que no son pocas las batallas cuyo resultado difiere en función de que pluma las refiere. Un ejemplo interesante, en este sentido, es el de la batalla de Montijo, prácticamente el único combate de entidad de la Guerra de Restauración Portuguesa durante el reinado de Juan IV de Braganza. Esta batalla no ha recibido demasiada atención por parte de historiadores modernos, pero en su momento fue objeto de un cruce de invectivas entre plumíferos españoles y portugueses, que adjudicaban la victoria a su bando y trataban de justificar sus motivos en libelos que circulaban públicamente.

The Battle of Montijo (26 May, 1644), azulejo decorations in Patio ...
Batalha de Montijo, azulejo en el Pátio dos Canhões de Lisboa.

Guerra de Restauración

El 1 de septiembre de 1640, una revolución nobiliaria en Lisboa elevó al duque Juan de Braganza al trono de Portugal. Sus partidarios se hicieron rápidamente con el control del país aprovechando que la mayor parte de las fuerzas españolas habían sido enviadas a Aragón para integrarse en el ejército que debía someter Cataluña. Los rebeldes portugueses comenzaron desde entonces a reclutar y organizar sus fuerzas, al tiempo que el consejo de estado español encabezado por el Conde-Duque de Olivares creaba un ejército en Extremadura para oponérseles. El reino portugués se convirtió de este modo en un nuevo escenario militar que debía afrontar una monarquía hispánica cada vez más falta de recursos.

El portugués era un frente miserable. Los ejércitos se componían en su mayoría de milicias locales que desertaban en masa en la época de siembra; el clima era seco y caluroso, tanto que entre los meses de julio y octubre era forzoso suspender las operaciones, pues el calor endurecía las carreteras destrozando el transporte sobre ruedas, y la falta de lluvia secaba el pasto, privando a los caballos y al ganado de alimento. Apenas hubo combates en los tres primeros años de la guerra. El Braganza seguía una estrategia defensiva, y los españoles no disponían de fuerzas para organizar incursiones de importancia.

En 1643 los portugueses penetraron en Castilla. Su objetivo no era otro que buscar una situación favorable de cara a eventuales negociaciones. Tomaron Villanueva del Fresno, Valverde y Alconchel, pero fracasaron en un improvisado asalto sobre Badajoz, plaza de armas del ejército de Extremadura. En 1644 llevaron de nuevo la iniciativa, esta vez lanzando una ofensiva más ambiciosa. Dom Matías de Albuquerque, antiguo administrador de Pernambuco, tenía el mando del principal ejército del reino, el de Alentejo. Abandonó su base en Elvas y reunió sus tropas en Campo Maior.

El ejército portugués marchó sobre la villa de Alburquerque dispuesto a sitiarla, pero el marqués de Torrecuso, capitán general del ejército de Extremadura, envió al lugar un tercio de 600 infantes y tres compañías de caballos, con lo cual Matías de Albuquerque abandonó la empresa. Seguidamente entró en el condado de Montijo, donde quemó Villar del Rey y otros lugares prácticamente indefensos antes de abrir trinchera en torno a la población de Montijo, que saqueó por completo. Torrecuso aguardaba entre tanto en Badajoz, donde reunía las tropas de infantería y caballería de las guarniciones de la provincia y convocaba a los paisanos para encaminarse al encuentro de los portugueses, cosa que no agradó a sus generales y maestres de campo, que rechazaron abiertamente el plan.

La indolente actitud de los oficiales principales, frecuente a lo largo de la guerra en el frente portugués, irritó tanto a Torrecuso que decidió salir de inmediato para Madrid. El obispo de Badajoz lo detuvo y lo aprisionó en un convento de extramuros justo cuando estaba apunto de partir. El ejército quedó así al mando del capitán general de la caballería, el barón de Molinguen, que se hallaba acantonado en unos esguazos del Guadiana, no lejos de Montijo. Tras recibir algunos refuerzos desde Badajoz, el barón sometió a votación la resolución a emprender. Los maestres de campo resolvieron, sin excepción, avanzar sobre Montijo y presentar batalla.

A 25 de mayo el ejército español pasó a la otra orilla del Guadiana por la villa de Lobón y se desplegó en batalla en el llano entre esta y Montijo. La disposición de las tropas corrió a cargo del general de la artillería, don Dionisio de Guzmán. El 26 por la mañana fue el turno de los portugueses de desplegarse. Los órdenes de batalla de ambos ejércitos son los que siguen:



Plano de la batalla, con los ejércitos en formación antes del combate.

Ejército español

La infanteria se dispuso en el centro, repartida en dos líneas. En la primera se emplazaron un batallón napolitano (Piñatelo), un batallón irlandés (Geraldino); ambos reforzados con soldados españoles, y 2 batallones españoles (Xeoler y Pulgar). En la segunda línea 3 batallones españoles (Monroy, Olivera y Agüero). La caballería se desplegó en los flancos: en el ala izquierda con 6 escuadrones al mando de Don Francisco Velasco, y en el ala derecha con 6 escuadrones al mando del propio Barón de Molingen. Otros 2 escuadrones quedaron en reserva. Se plantaron dos piezas de artillería en los claros entre los batallones de la primera línea de infantería.

En total, unos 4.200 infantes y 1.700 caballos.

Ejército portugués

Matías de Albuquerque disponía de 9 terços de infantería (Ayres de Saldanha, Nuno Mascarenhas, Luis da Silva, Joao Saldanha de Sousa, Francisco de Mello, Martim Ferreira, Eustacio Pique, David Calem y Conde do Pardo) desplegados en 10 batallones, y de 11 escuadrones de caballería. La infantería se desplegó en el centro con 5 batallones en primera línea y 4 en segunda línea. Los 11 escuadrones de caballería fueron dispuestos en las dos alas, con Gaspar Pinto Pestanha a la izquierda y el Montero Mayor del Reyno a la derecha. Uno se componía de 150 holandeses (Capitán Piper). El tren de equipaje quedó vigilado por 400 mosqueteros y un batallón de infantería. La artillería, 6 piezas bajo las ordenes de Joâo da Costa, se destacó en vanguardia entre los claros de la infantería.

En total, unos 6.000 infantes y 1.000 caballos.

Fase inicial

La batalla comenzó con un breve intercambio de fuego artillero. Los portugueses dispararon sus seis piezas cargadas con balas de mosquete y palanquetas, causando a los españoles algunas bajas, pero sin mermar su ímpetu. La caballería del barón de Molinguen cargó rápidamente sobre la caballería portuguesa del flanco izquierdo y la puso en fuga sin dificultades. Simultáneamente, la infantería española avanzó y fue entrando en acción con su homóloga portuguesa. La fuerza del ataque recayó sobre el flanco izquierdo portugués, ya que el avance no se hizo completamente de frente y la infantería y caballería españolas del ala derecha tardaron más en entrar en combate. La lucha se libró cuerpo a cuerpo con espada y pica.

La desbandada de la caballería del ala izquierda portuguesa se contagió entre las demás tropas lusitanas tras el choque con la infantería. Muchos soldados bisoños no arbolaron sus picas, lo que permitió a la caballería del barón de Molinguen destrozar dos batallones del flanco izquierdo portugués e ir rodeando el resto del ala hasta poner en fuga a las demás tropas de dicho flanco. Esta maniobra se repitió en el flanco izquierdo español: la caballería al mando de Francisco de Velasco, viendo que Molinguen había desbaratado la izquierda portuguesa, cargó sobre la diestra, disgregando su caballería y desorganizando la infantería con apoyo del tercio de Monroy. Con esto, la desbandada portuguesa fue completa.

Recuperación portuguesa

Las desbandadas tropas portuguesas se recogieron al amparo de un bosque cercano al curso del río Gévora. Su artillería y el tren de bagaje quedaron en poder de los españoles, que al ver que la caballería enemiga había desaparecido y la infantería huía, dieron el combate por concluido y se esparcieron por la campiña para recoger los frutos de la victoria. Unos se ocuparon en desvestir a los muertos; otros saquearon el tren de bagaje. Fruto de este desorden, la artillería fue llevada a Lobón, al creer sus oficiales que la fuga de caballería portuguesa era en realidad una maniobra para atacar los cañones por la retaguardia. Para empeorar la situación, algunos soldados desengancharon las mulas de las cureñas y los bueyes de tiro de los carros para cargar en ellos el botín, cosa que hizo imposible retirar la artillería enemiga del campo. Tal caos lo aprovechó Matías de Albuquerque para reorganizar su ejército.

Al general portugués le habían matado el caballo de un disparo y él mismo había estado cerca de morir, pero el capitán de su guardia, el francés Henri de Lamorle, le ofreció su montura, y pudo reunirse con el general de la artillería, dom Joâo da Costa, y con varios maestres de campo, que lograron detener la fuga de la parte de la infantería. Con estas fuerzas Matías de Albuquerque formó cuatro batallones improvisados, a los que sumó algunas docenas de caballos divididos en dos escuadrones, y avanzó sobre los españoles que quedaban en el campo. Sorprendido, Molinguen formó dos batallones con la gente que tenía cerca y dio órdenes para que las tropas que volvían a Badajoz regresaran a toda prisa. Lo máximo que sus oficiales pudieron conseguir fue mantener cierto orden en la retirada.

El controvertido final

Tratando de conservar lo ganado, el barón de Molinguen quiso saber qué había sido de la artillería portuguesa. Entonces descubrió con gran frustración que seguía en el campo, a tiro de mosquete de los batallones improvisados portugueses, y que las mulas que quedaban se habían convertido en un medio de huida para los soldados que las tenían a mano. En aquellos momentos el valón contaba con unos 300 caballos gracias el regreso de parte de los jinetes de don Francisco de Velasco, bajo cuyo cobijo recompuso los dos batallones que había formado con anterioridad –de 400 hombres cada uno– y que la fuga del resto de soldados había desorganizado. Pero era demasiado tarde para salvar los cañones. Los portugueses los recuperaron y Joâo da Costa los volvió contra los españoles, causándoles algún daño.

Aquí viene la parte controvertida...

Las relaciones portuguesas dicen que el contraataque de Matías de Albuquerque obligó al barón de Molinguen a replegarse a la orilla opuesta del Guadiana, tras lo que el general portugués habría hecho regresar sus tropas al campo de batalla, recogido los heridos y marchado de vuelta a Campo Maior con la artillería. Las narraciones españolas, por el contrario, aseguran que el barón de Molinguen persiguió a los portugueses con cinco tropillas de caballería, hostigando su retaguardia y obligándoles a abandonar más de 30 carros de bastimentos, algunos con heridos; un trabuco de bronce, e incluso el carruaje del Matías de Albuquerque.

También las bajas son objeto de grandes divergencias entre los cronistas de uno y otro bando. Los portugueses admiten 900 propias entre muertos y prisioneros, en los que destacan los maestres de campo Ayres de Saldanha y Nuno Mascarenhas, muertos; y Estacius Pick, prisionero. Los españoles les adjudican 4.000 bajas y, por su parte, declaran haber sufrido 433 muertos y 380 heridos; estando el maestre de campo don José del Pulgar entre los primeros. Los portugueses hacen subir dicha pérdida a más 3.000 hombres.

Foro de discusión:

http://www.elgrancapitan.org/foro/viewtopic.php?f=45&t=19289&p=1052558&hilit=montijo+1644#p1052558

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