Lo que en 1618 con la defenestración de Praga había comenzado como una revuelta local que revelaba las tensiones político-religiosas que subsistían en el seno del imperio de los Hagsburgo de la Casa de Austria, en 1630, con la intervención sueca y el apoyo financiero de Francia se va transformando paulatinamente en un conflicto europeo de envergadura mayor.


España, que siente amenazadas sus posesiones y sobre todo el vital eje que forma “el camino español”, se siente obligada a intervenir, no ya con dinero como venía haciendo hasta entonces, sino también con hombres, y pone en juego lo más granado de su imperio, los tercios españoles e italianos que desde Pavía han marcado su ley en los campos de batalla de la entonces no tan vieja Europa, y así Spínola con el ejercito de Flandes entra en 1621 en el Palatinado, asegurando la ruta terrestre para el movimiento de los tercios.


Con esta intervención exógena, ya apuntada con la anterior participación de los daneses en el bando protestante, lo que era un conflicto entre los príncipes alemanes y su emperador se transforma en un envite simultaneo para discernir quien será la potencia dominante de finales del XVII y principios del XVIII, la Suecia de Gustavo Adolfo que desde el helado norte se apunta como potencia hegemónica, al menos de los estados limítrofes con el Báltico o la vetusta España, aún grande y poderosa, pero a juicio de muchos, ya no tan fuerte. Con sus ejércitos desvencijados de tanto verter sangre en el Campo de Marte y sus arcas empobrecidas de tanta campaña sin fin, prestando más atención a maitines y vísperas que a las finanzas, que hacen insuficientes las riquezas provenientes del Nuevo Mundo. Además, los viejos guerreros, los Alba, Farnesio, Pescara, Fernández de Córdoba y D. Juan de Austria pareciera que no tuvieran sucesores dignos para mandar a sus aún imponentes soldados.

Por su parte, Gustavo Adolfo, el genial rey de los suecos que había revolucionado el arte de la guerra, había planificado su intervención en la guerra en seis objetivos:


1. Asegurar la línea del Oder
2. Controlar la zona del Elba, lo que consiguió tras la batalla de Breintenfeld en 1631, donde destrozó al ejercito imperial organizado a la manera española
3. Alcanzar el rió Main, en esta fase de la campaña se enfrento por primera vez y con éxito a las tropas españolas del Rhin
4. Avance hacia el Sur de Alemania. Esta fue la fase más exitosa, derrotó a los imperiales en la batalla del Lech y ocupó Munich
5. Campaña del Danubio, ya en tierras tradicionales de los Hagsburgo
6. Victoria y Paz

Mientras se desarrollaba la quinta fase de la campaña, los suecos se enfrentaron al mejor general del imperio, Albrech von Wallenstein, quien con brillantes movimientos tácticos logró amenazar la línea de suministros suecas, obligándolos a perseguirle y presentar batalla en Lützen (1632), donde si bien salieron victoriosos perdió la vida Gustavo II Adolfo, lo que sumió al ejercito y al país mismo en un estado de confusión general del que no saldrían hasta la creación de la liga de Heilbromn en 1633.


Un ejército español bajo mando del Duque de Feria fue bloqueado por el mariscal Horn en el lago Constanza mientras el Duque de Weimar entraba profundamente en Baviera. Al mismo tiempo, los sajones de Von Armin llegaban a los muros de Praga.


La situación pareciera decantada definitivamente a favor de los protestantes que contaban con una inmejorable posición táctica, con tropas experimentadas y generales competentes. Para empeorar las cosas en el bando católico, las diferencias entre el emperador Fernando II y Wallenstein eran cada vez más evidentes, por lo que este fue reemplazado por el príncipe Fernando de Hungría (hijo del emperador) mientras que el mando efectivo recaería sobre el duque de Freindland y el general Piccolomini. Días después calló la fortaleza de Landhust.


La situación era verdaderamente insostenible y la corte española debió de pensar que era el momento de acabar de una vez por todas con la amenaza sueca. Una cosa era tener a los suecos merodeando por el Báltico y otra muy distinta tenerlos asentados en el sur de Alemania.


En 1934 se conforma en Milán un ejército reorganizado según las ordenanzas de 1632 bajo el mando del Cardenal-Infante Fernando de Austria, hermano del Rey Felipe IV, hasta entonces gobernador de Lombardia. Este ejército formado por 12.500 hombres, debía conseguir dos objetivos simultáneos: obligar a los holandeses a firmar la paz mediante un ataque en profundidad a los territorios de las Provincias Unidas y dar apoyo a los imperiales para evitar el desplome absoluto de estos.


Para cumplir estos objetivos, el traslado a desde Milán a Bruselas no se realizaría por el tradicional “camino de los españoles”, sino más hacia el este, lo que unido al retraso que ese año llevó el verano, supuso penalidades para el ejercito español dignas de otro artículo, con avalanchas, desbordamientos de ríos y escasez de provisiones, durando el viaje más de veinte días.



Al comenzar el mes de septiembre de 1634 la situación estratégica es la siguiente:
El ejército imperial, formado por 6.000 infantes, 9.500 jinetes y 32 piezas de artillería se encuentra sitiando la ciudad de Nördlingen que se encuentra defendida por 600 protestantes.


El ejército proveniente de Italia mas las guarniciones españolas en la zona, conforman un masa de maniobra de 14.000 infantes, 3.000 caballos y 500 dragones que se aprestan en unirse con sus aliados entre los días 2 y 4.


Enfrente, Horn y Weimar reúnen 16.300 infantes, 9.300 soldados de caballería y 54 cañones. Estas tropas, que no han conseguido liberar Donauwörth, caída el 16 de Agosto en manos de los imperiales, se conjuran para derrotar de una vez por todas a los católicos.


En ambos bandos hay discrepancias y alternativas para enfrentar la situación que se les venía encima. Entre los suecos, Horn es partidario de esperar los refuerzos que vienen del norte. Weimar, despreciando la calidad de los españoles y envalentonado por la creencia de que las tropas que manda el hermano del Rey son apenas 5.000 hombres, pretende atacar de inmediato. El empate lo rompe el regente Oxenstierna a favor de las tesis del Duque de Saxe-Weimar, tal vez preocupado por los problemas que esta larga campaña estaba provocando en la economía del país nórdico. Así que reforzados por los 3.400 hombres que trae el General Gratz marchan hacia Nördlingen


Entre los imperiales cunde el desanimo porque la ciudad no cae y se encuentran bloqueados. No pueden avanzar al encuentro del enemigo dejando una plaza fuerte a sus espaldas salvo estableciendo una fuerte guarnición que restará fuerzas para el combate decisivo, por eso el 5 de septiembre se ordena un ataque general que es interrumpido cuando la caballería croata informa que el ejercito protestante avanza contra ellos.


Efectivamente, una vez más los protestantes han conseguido sorprender a los imperiales que ahora deben apresurarse en preparar la defensa. La mejor infantería del mundo corre al encuentro con la fama al enfrentarse a los tercios españoles. Esta vez no habrá disculpas, serán los Tercios Viejos de España e Italia los que tendrán que soportar las eficaces tácticas del “león del norte”, las demoledoras cargas de sus caballos-corazas y la perfecta organización de sus regimientos. La historia militar de Europa está a punto de cambiar.


Orden de Batalla del ejército Protestante
Dividido en dos alas:
Ala derecha (mandando por Horn, ejercito sueco)
Primera línea
2 brigadas de infantería (escocesa y Pfuel) y 3 escuadrones de caballería a las órdenes de Witzlchen
Segunda línea
3 brigadas de infantería (Horn, Rantzau y Würtemberg) y 8 escuadrones de caballería a las órdenes de Von Brandenburg
Artillería desplegada a la derecha de la colina Haselberg
Total, 4.000 caballos y 9.000 infantes
Ala izquierda (Saxe-Weimar, Sajones)
Primera línea: 3 brigadas de infantería (Thurn, dRosen y dWeimar) y 8 escuadrones de caballería (Courville) junto con 4 escuadrones de dragones (Taupadel), atacarían y tomarían la colina Haselberg
Segunda línea: 13 escuadrones de caballería bajo mando del Coronel Beckerman y el General Gratz
Orden de batalla del ejército Católico.
Ejército español
3 regimientos alemanes, Salms, Wurmser, Schwarzenberg
4 Tercios napolitanos, Torralto, San Severo, Torrescusa y Cárdenas
3 Tercios lombardos, Panigerola, Lunato, Guasco
2 Tercios Españoles, Idiaquez y Fuenclara
Caballería española, imperial e italiana
Ejército Imperial y Ejército de la Liga Católica
2 regimientos borgoñeses y uno alemán de la liga católica
3 regimientos alemanes del imperio
Caballería Imperial y de la liga

Ejército católico - Disposición de fuerzas


Asentados en el flanco derecho, el ejercito español ocupaba la estratégica colina de Albuch, defendida por tres bastiones de campaña. El de la izquierda era protegido por los regimientos imperiales de Leslie y Fugger, el del centro por los regimientos alemanes, al servicio de España, de Salms y Würmser y el de la derecha, frente a la colina de Haselberg, por el Tercio de Torralto reforzado con una manga del de San Severo. En reserva en el centro quedaba el Tercio de Idiaquez flanqueado a derecha e izquierda por caballería imperial, italiana y borgoñesa, mas a la derecha los tercios lombardos de Panigerola y Guasco junto a un destacamento de 500 mosqueteros imperiales y la brigada imperial Webel. Culminaban el dispositivo de defensa 14 piezas de artillería ligera. Total 9.000 infantes y 2.700 jinetes.
En el ala izquierda se encontraba el ejercito de la liga católica o ejercito de Baviera, mandada por el Duque Carlos de Lorena con los regimientos Hartenberg y Ruepp y 11 escuadrones de caballería, junto a ellos, el ejercito imperial, mandado por el general Matthias Gallas formaba con 3 brigadas de infantería compuestas por los regimientos de Suys, Diodati, Moriamez, Tiefembach, Viejo de Aldringer, Nuevo de Aldringer y Nuevo de Breuner y una segunda línea de 7 escuadrones de caballería y los guardias del Rey de Hungría (dos regimientos más).


Como apoyo inmediato se encontraban 7 escuadrones de caballería bajo mando directo de Gallas. En el extremo de la línea, forman los jinetes ligeros croatas y en el centro la artillería.
Total, 5.000 infantes y 9.500 caballos
Reserva. Sobre la colina Schönmfeld y bajo mando del Marques de Leganez, los tres tercios napolitanos, restantes, el Tercio de Fuenclara, dos Tercios de Borgoña (de la Tour y Alberg), el tercio de Lunato (lombardo), los dragones de Santacelia, 5 escuadrones de caballería italiana e imperial (Piccolomini) y dos compañías de la guardia del Cardenal - Infante
Total 1.500 caballos y 5.000 infantes

Además las formaciones variaban en cuanto número y eficacia. Mientras los protestantes eran bastante homogéneos en cantidad y calidad (aunque con una cierta ventaja para los suecos), los católicos iban desde los 800 hombres del Tercio de Torralto a los 2.500 de algún regimiento alemán. Pero mientras los tercios italianos, especialmente el de Torralto, eran soldados profesionales y bragados en cientos de batallas, los alemanes del imperio dejaban bastante que desear. Los españoles por su parte, aunque a los italianos se les podía considerar a todos los efectos como españoles, eran simplemente excepcionales. Formados por tropas fogueadas, con un inmejorable espíritu de corps y compuestos además por una cantidad inusitadamente alta de oficiales y sargentos que servían como simples soldados al haberse visto desarticuladas sus unidades, eran dignos herederos de los soldados que habían sojuzgado Europa.
Horn que se encontraba en Bopfingen, a diez kilómetros de Nördlingen, optó por enfrentar a los católicos para derrotarlos antes de entrar en la ciudad, por lo que se dirigió hacia Neresheim a través de las colinas, para mediante un movimiento de aproximación caer sobre el campamento enemigo al amparo de la noche.


A las 15:00 los hombres de Weimar entablan combate con las avanzadas católicas, dragones de Pedro Santacelia, croatas y 3.000 imperiales en las laderas de la colina de Lachberg, que por fin cae a las 18:00

En la noche del 5, los suecos comenzaron su ataque nocturno. La táctica empleados por estos consistía en situar carros de municiones y cañones frente al campamento enemigo y arrasarlo por sorpresa. Pero la oscuridad y el barro hicieron que estos se atascaran y volcaran, provocando un gran estruendo y atrayendo a la caballería ligera croata que actuaba como avanzada de alerta. Perdido el factor sorpresa, los atacantes se retiraron.


Con la mañana, los protestantes se sitúan frente a los católicos. Weimar a la izquierda con sus alemanes, Horn y los suecos a la derecha y Thurn en el centro como enlace. E inmediatamente los suecos se lanzan al asalto contra la colina de Albuch. El ataque fue simultáneo contra las dos posiciones, la colina Hasselber y la colina Albuch. Las tropas de Horn, (los alemanes de Weimar), tal y como lo hicieron en Lech, en Breintfeld o en Lützen asaltaron la colina a despecho de la artillería española. Por bien que se defendieran las tropas defensoras, la rapidez de carga y descarga de los mosqueteros suecos consiguieron desalojar a los católicos de sus posiciones en Himmelreich, Ländle, Lachbreg o la colina de Hasselberg. Pero la colina de Albuch era el objetivo deseado, desde su cima, los suecos podrían instalar sus baterías y batir las posiciones católicas, pero antes, había que tomarla.


Parcialmente desarbolados, los generales imperiales mandan 3.000 jinetes a retrasar el avance sueco mientras los infantes se aprestan a consolidar sus posiciones. A las faldas de la colina se encuentra un pequeño bosquecillo y allí se van a dar los primeros encuentros de importancia. La táctica sueca era mezclar mosqueteros con las unidades de caballería, lo que hace que la caballería católica tenga que retirarse, pero han conseguido su finalidad, a costa de graves bajas han retrasado el ataque enemigo y varias mangas de arcabuceros han tomado posiciones en las faldas de la colina.


Weimar, después de esta victoria gira para encarar a los 200 españoles que junto a 200 italianos y 200 borgoñeses se han hecho fuertes entre los árboles bajo las órdenes del Sgto. Mayor del Tercio de Fuenclara. Las líneas de arcabuceros se van turnando para hacer fuego contra los suecos y este es tan efectivo que el ataque se resiente, hasta el punto de situar varias piezas de artillería para batir el bosquecillo. Se sabe que la posición es indefendible y que antes o después esta caerá. Solo son 600 hombres y algunos dragones, por tanto hay que apresurarse para consolidar las defensas en lo alto de la colina de Albuch. Se asienta la artillería pesada en lo alto de la posición y se ordena a los alemanes de Salms y Wurmser su defensa. No contento con esto, el infante de España ordena que los hombres del Torralto se sitúen detrás de los regimientos alemanes junto con 200 más del de San Severo y por último se envía otros 500 arcabuceros a reforzar a los hombres del Sgto. Mayor Escobar que ya aguantan más de lo esperado.


Poco antes de media noche, un ataque en fuerza de los protestantes con más de 4.000 hombres toma el control del bosquecillo y se afanan por avanzar hacia la cima. Los españoles comenzaron a retroceder, pero manteniendo en todo momento la formación, la colina de Haselberg ha caído, la estrategia de los generales suecos parece que ha tenido éxito a costa de no excesivas bajas, y de inmediato los hombres de Horn se lanzan al asalto de Albuch.


Todo parecía indicar que los suecos iban a imponerse una vez más, pero una nueva desgracia vino a frustrar sus planes. Las tropas suecas no mantenían una buena comunicación con las sajonas y dos regimientos que avanzaban al asalto de la colina, entre el humo y la oscuridad se tomaron por enemigos y comenzaron a dispararse entre si. Al tiempo, un almacén de munición abandonado, explotó al paso de los asaltantes provocando una gran desazón entre los luteranos que temieron que esa noche Dios era católico. Don Fernando de Austria que ha visto el desorden que momentáneamente reina entre sus enemigos, jugándose la jornada ordena a la caballería que cargue contra sus enemigos. Los caballos-coraza españoles, aún equipados con media armadura y pesadas espadas se lanzan cuesta abajo ganando impulso a cada paso. Como un vendaval destrozan las líneas suecas aún sin formar, en un torbellino de sangre, hierro y fuego en el que se mezclan los fogonazos de las pistolas de los coraceros y los de las armas de los mosqueteros que responden al ataque. Tras un cuarto de hora, los piqueros suecos logran formar y rechazar a la caballería, pero ésta, por segunda vez, ha dado tiempo a los defensores para que se apresten a la defensa. La colina se ha salvado, pero la hora decisiva está por llegar.


El Sargento Mayor Escobar había sido echo prisionero e interrogado por Weimar notifica a este las tropas con las que cuenta el Cardenal Infante, pero el alemán, ensoberbecido por las victorias pasadas no da crédito a los informes, piensa que las tropas imperiales son muy inferiores a las que le dice el de Fuenclara y sobre todo, desprecia profundamente a los “desarrapados soldados españoles”.


En el bando católico, se despliega la caballería en los flancos de Albuch mientras que la cima se fortifica en lo posible. El Marques de Grana, tiene claro cual será el nudo gordiano de la batalla que se espera para el día siguiente: “Señores, en esta batalla nos van mucho Reinos y Provincias, y así, con licencia de SM y de SAR diré lo que siento: El peso de la batalla ha de ser en lo alto de aquella colina y de los tercios que están en ella, uno es nuevo y en su vida ha visto al enemigo, será necesario enviar allí un Tercio de Españoles e irle socorriendo con más gente según vaya siendo preciso”. Es el Tercio de Martín de Idiáquez el escogido para colocarse en posición.
El despliegue se realizó de la siguiente forma: En primera línea los dos regimientos alemanes y el Tercio de Torralto. En segunda línea el Tercio de Idiáquez, la caballería imperial y algunas piezas de artillería, el resto de las unidades a la derecha de la colina.


En frente, los protestantes sitúan a los suecos de Horn con los alemanes de Weimar a la izquierda y la caballería a la derecha.


Al primer encontronazo los regimientos alemanes que defienden el bastión del centro ceden ante el empuje de la caballería enemiga y se produce la desbandada, pero el tercio de Torralto aguanta el tirón en el bastión norte y da tiempo a los jinetes napolitanos de Gambacorta para que presionando por el flanco a los suecos los hagan retroceder. Se consigue reestablecer el orden entre los alemanes y se consigue recuperar el bastión central.

Los suecos se preparan para realizar el nuevo asalto y esta vez en vanguardia irá el Regimiento Amarillo, pero enfrente están los hombres del Torralto, y no es cosa de que se vayan a amilanar por un ataque más o menos, así que no les quedaba más remedio que rechazar el ataque, y eso hicieron. Pero no todos resisten igual que los bravos italianos, los dos Regimientos alemanes, que habían visto muy menguadas sus ganas de pelea en el anterior ataque, se desmoronan irremediablemente y huyen sin control, dejando muerto sobre el campo a su coronel, el bravo Wurmser, quien con humildad y valor había pedido el puesto de más peligro para sus hombres.


Quedan pues sobre la cima del cerro los dos tercios mano a mano, el de Torralto, muy baqueteado por los ataques rechazados y el de Idiáquez, aún fresco y preparado para lo que se avecinaba. Los italianos, más adelantados, pues no han cedido ni un metro, están aguantando toda la presión de los suecos. En ese momento, el tercio español entra en fuego. En perfecta formación comienzan a avanzar contra los suecos, las mangas de arcabuceros se adelantan a las picas, vomitan su carga de fuego y muerte y vuelven a la formación ordenadamente. Lenta pero concienzudamente los españoles desalojan a los suecos y ocupan las posiciones perdidas por los alemanes.


Ahora los dos tercios forman en línea, si entre ellos hubo alguna mirada tuvo que ser de confianza, no se harían ilusiones sobre lo que se les venía encima, pero esta vez, su flanco lo cubrían hombres tan duros como ellos mismos. Si había un buen día para morir, ese era de los mejores. Y así comienzan a repeler los asaltos de la caballería luterana.


El centro de la acción empieza a centrarse en al cima del Albuch, si no lo estaba ya, y los generales católicos comienzan a enviar mangas de arcabuceros a reforzar a las tropas que combaten en lo alto mientras se produce la tercera carga contra los defensores. Los tercios españoles, ya hemos dicho que a los italianos se les puede considerar españoles, aguantan sin ceder ni un paso, pero en el lado derecho, las fuerzas de la Liga Católica están cediendo terreno y es necesaria una carga de la caballería para permitirles que recuperen el terreno perdido.


A estas alturas la batalla se ha convertido ya en una pelea de taberna, todas las fuerzas confluyen hacia la colina donde los tercios aún flamean el estandarte, ya no se trata de una posición táctica desde la que dominar el campamento católico. La batalla, y con ella quizá la guerra toda, se decidirá en esos cuatro palmos de terreno que los meridionales se han negado a ceder al enemigo. Horn lo sabe y apura a sus mejores tropas, los regimientos negro y azul, para que tomen de una vez por todas la maldita colina que la mala suerte y la improvisación le han negado.


Hasta catorce ataques llevan ya rechazados los de Idiáquez y el de Torralto cuando entran en juego las mejores tropas protestantes, mezclados con los negros y los azules van los pistoleros, tropas especializadas en el combate con armas de fuego que tan buen resultado han dado al rey Gustavo.


En este momento es cuando la improvisación latina, fruto de muchas batallas y mucha sangre derramada, entra en juego. El maestre de campo Martín de Idiáquez sabe lo que tiene en frente, sabe que las tropas suecas no son unos cualquiera y que habrá de hacer acopio de todo el valor del mundo para aventajarlos en coraje y bravura y da una orden sorprendente a sus hombres.


“Ea señores, parece que estos demonios sin Dios nos quieren dar la puntilla y contra nosotros viene lo mejor que pueden poner en el campo, será cuestión de echarle redaños y aguantar firme. Cuando esos demonios amarillos se dejen ver, no quiero que ninguno desfallezca, aguantad firmes ante ellos y esperar a oír la detonación de sus mosquetes, en ese momento todo el mundo a tierra”


Con esta estrategia, tan ingeniosa como suicida, los españoles consiguieron que los disparos protestantes se pierdan por encima de sus cabezas. Inmediatamente se pusieron en pie y mientras los piqueros adoptaban posiciones de defensa los arcabuceros hicieron fuego, ahora si, a bocajarro contra los asaltantes. La descarga fue devastadora y las primeras filas cayeron abatidas por el certero fuego de los tercios. Esto ya fue demasiado para los suecos que después de catorce infructuosas cargas se ven sometidos a un castigo mayúsculo en la que había de ser la definitiva y dudan en su avance. Ante la duda los españoles ya no pueden contenerse y rompiendo la formación cargan contra los suecos. Un grito rompe el quejumbroso silencio del campo de batalla ¡¡¡Santiago y cierra España!!! Y con picas, espadas y arcabuces se lanzan contra el enemigo.


Esto pudo haber ocasionado a los tercios un disgusto de grandes proporciones, ya que abandonar la formación desorganizadamente era una invitación a la caballería enemiga para que cargase contra ellos, pero estos hombres, que estoicamente habían resistido los ataques suecos vieron la ocasión de vengarse en carne enemiga y por una vez, rompiendo la disciplina avanzaron guiados por el mismo corazón que le había hecho resistir tantas horas. En cualquier caso, los suecos tampoco estaban para grandes exhibiciones y a las diez de la mañana se logro recomponer la situación.


Viendo la situación en la que se encontraban sus aliados, el príncipe Bernardo manda a su caballería contra el ala derecha imperial, pero quedan empeñados en mitad de la carga sin lograr avance alguno. En el centro los imperiales de Piccolomini están haciendo retroceder a los de Thurn, y la descoordinación reina en el campo nórdico. Mientras que los suecos avanzan, los alemanes retroceden, por lo que temeroso de que los católicos logren romper el frente y viendo como la caballería católica, que ha rechazado una carga de la protestante amenaza con envolverlos, tras siete horas de carnicería, Horn decide retirarse.


Este movimiento no ha pasado desapercibido a los generales católicos. Los soldados exteriores del caudro que aún aguantan en el Albuch pudieron ver a un jinete rubio de negra armadura que, con la banda roja de los generales imperiales en su pecho, avanza agitando su sombrero emplumado. Es D. Fernando de Austria que les pide a sus tercios un último esfuerzo. Los soldados veteranos entienden de inmediato el gesto, sacan fuerzas de flaqueza, empuñan picas y espadas y adelantando sus posiciones cargan cuesta abajo tras el enemigo en retirada al grito, una vez más, atronador de ¡Santiago! ¡Cierra España!


A su derecha los imperiales también están dando buena cuenta de los alemanes y poco después los de la liga, se unen también a la persecución.


El desastre protestante es total, la retirada se convirtió en una fuga y la fuga en desbandada. Las tropas suecas fueron literalmente arrasadas. El mariscal Horn, 14 coroneles y 6.000 hombres son hechos prisioneros, 7.000 más han caído en la batalla, los vencedores han tomado, toda la artillería, el tren de suministros al completo, 4.000 carros y 80 banderas por 1.500 muertos y 2.000 heridos.


El mito de la invencibilidad sueca quedo roto para siempre, una vez más se demostró que cuando de morir se trata, los viejos tercios seguían siendo los señores de la guerra. Sus mugrientos harapos, como los había calificado Weimar, no bastaban para contener su bizarría y así, a despecho de pagas atrasadas y sufrimientos padecidos pasearon una vez más el inmortal nombre de España por los campos de batalla.


“Todo lo que habíamos ganado con el gran rey Gustavo Adolfo en sangrientas batallas lo perdimos en un día de desgracia”. Quien resumía así el resultado de la jornada era el coronel de coraceros Kaspar Ostau. El poder sueco en Alemania desapareció, las guarniciones al sur del Main fueron abandonadas y la Liga de Hielbronn se desintegró, los suecos se retiraron a la cabeza de puente en Pomerania.


Después, cuando la guerra parecía ya ganada, la intervención de Francia daría al traste con los planes del Conde-Duque, pero eso ya quedaba fuera del alcance de las picas y las lanzas de los soldados y sargentos que aquel día combatieron en una tierra perdida al sur de Alemania por la gloria de España y de su religión.

Fuentes:
De Pavía a Rocroi: los tercios de infantería española en los siglos XVI y XVII Julio Albi de la Cuesta. Ediciones S.L.
Revista Ristre , nº 3
http://www.geocities.com/aow1617/Nordlingen3.html
http://es.geocities.com/capitancontreras/nordlingen.htm
Y por último, pero no menos importante, datos extraídos del fenomenal trabajo del forista Tercio Idiaquez en foro militar
El mapa del camino español lo encontré en un pdf en la red, pero por el estilo creo que la autoría pertenece a satrapa1
Para saber más:
http://www.elgrancapitan.org/foro/viewtopic.php?t=13171
http://en.wikipedia.org/wiki/Battle_of_N%C3%B6rdlingen_%281634%29
Diego de Aedo y Gallart, Viaje, suceso y guerras del Infante Cardenal de. Fernando de Austria
Eduardo de Mesa, Nördlingen 1634. Victoria decisiva de los tercios. Serie Guerreros y Batallas nº 9, ediciones Almena


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