Resultado de imagen de Jan Wendel Gerstenhauer Zimmerman breda 1637

«La mayor victoria que han tenido las armas de Vuestra Magestad después que se començó la guerra en Flandes». Con estas palabras se refirió a la batalla del dique de Kallo el Cardenal Infante Fernando de Habsburgo, gobernador de los Países Bajos Españoles, en una carta a su hermano, el rey Felipe IV. La batalla de Kallo, librada no muy lejos de Amberes el 20 de junio de 1638, fue lo más parecido a una batalla campal que se produjo en la segunda mitad de la guerra de los 80 años, y también la mayor victoria de las armas hispánicas. Sin embargo, apenas existe literatura moderna sobre esta acción, que en su día fue representada sobre lienzo por pintores de la talla de Peter Paul Rubens, Sebastian Vrancx o Pieter Snayers, y que fue objeto de poemas por parte de autores de cada rincón de los Países Bajos católicos. Eran momentos en los que la mayor monarquía del mundo atravesaba dificultades cada vez más serias, y cada triunfo era celebrado por todo lo alto, ¿pero qué sucedió realmente en el dique de Kallo?


Antecedentes: una guerra cuesta arriba.

La reactivación de la guerra de Flandes tras la Tregua de los Nueve Años trajo algunas victorias a la Monarquía Hispánica, siendo la rendición de Breda por Ambrosio Spínola en 1625 la más destacada de todas. Sin embargo, la escasez de medios pronto mermó el esfuerzo bélico español, y los rebeldes, convertidos muchos años atrás en las Provincias Unidas, tomaron la iniciativa. Tras los dramáticos acontecimientos de 1632, en los que los holandeses, ayudados por algunos nobles descontentos encabezados por el antiguo maestre de campo general Hendrik van den Bergh, se apoderaron de una larga lista de ciudades y fuertes, la llegada en 1634 del Cardenal Infante don Fernando, el vencedor de Nördlingen, pareció devolver las aguas a su curso.

Pero entonces Francia intervino. Richelieu firmó una alianza con los Estados Generales de las Provincias Unidas y declaró la guerra a la Monarquía Hispánica y al emperador. Franceses y holandeses se lanzaron juntos a la conquista de los Países Bajos Españoles en mayo de 1635, pero la experiencia acabó en un costoso fiasco ante las murallas de Lovaina. En el posterior contraataque, el Cardenal Infante llegó a tomar el fuerte de Schenkenschanz, construido en una lengua de tierra en la confluencia de los ríos Rin y Waal y tenido por la “llave de Holanda”, ya que exponía las Provincias Unidas a una eventual invasión. La felicidad duró poco, pues los holandeses lo recuperaron tras un duro asedio en abril de 1636. En ese momento la estrategia española en Flandes comenzó a perder el rumbo. El Cardenal Infante, Felipe IV y Olivares tenían ideas muy distintas de lo que debía hacerse.

Resultado de imagen de rendicion de breda 1637
Las dos caras de la moneda: Ambrosio Spínola obtiene la rendición de la ciudad de Breda en 1625 (izda.) y Federico Enrique de Nassau hace lo propio en 1637 (dcha.). Grabados de Jan Wendel Gerstenhauer Zimmerman (Monnickendam 1816 - Rotterdam 1887).

Los acontecimientos –el ofrecimiento del emperador– arrastraron al ejército de Flandes a una invasión del norte de Francia con colaboración imperial. Al avance fue fácil, pero la invasión solo consiguió la ocupación de algunas fortalezas fronterizas y causar pánico en Paris. El año siguiente se repitió el mismo problema: Olivares pensaba de un modo muy diferente al Cardenal Infante. El primero quería subyugar Francia, mientras que el segundo era partidario de la guerra ofensiva contra las Provincias Unidas. De nuevo, los acontecimientos llevaron la batuta; esta vez de forma dramática. El estatúder (1) Federico Enrique de Nassau asedió Breda con un gran ejército mientras los franceses avanzaban en Luxemburgo, Hainault y Artois. Breda cayó junto con varias plazas fronterizas del sur, aunque a la postre Fernando se apoderó de Venlo y Roermond, tomadas por los holandeses en 1632. La pérdida de Breda, además de suponer un duro golpe a la reputación española, debilitaba considerablemente la posición de Amberes, mucho más expuesta desde entonces a sufrir un ataque.

De cara a la campaña de 1638, Olivares hizo grandes planes. El estadista tenía en mente enviar 4.700.000 ducados a Flandes y aumentar el ejército hasta 80.000 hombres para recuperar Maastricht y al menos una cabeza de puente sobre el Rin. También obtuvo la ayuda del emperador en forma de un ejército al mando del mariscal Ottavio Piccolomini que pasó del electorado de Colonia a los ducados de Cleves y Juliers, donde se acuarteló para pasar el invierno. Nada, pese a ello, salió como estaba previsto: Richelieu hizo llegar socorro a Maastricht y envió tres ejércitos a atacar por el sur mientras el príncipe de Orange hacía lo propio por la frontera norteña. De nuevo, los Países Bajos Españoles estaban seriamente amenazados.



Campaña de 1638: doble ataque fanco-holandés.

La función de 1638 se preveía ambiciosa. Richelieu acordó con los Estado Generales de la República Holandesa que en verano se llevara a cargo un desembarco en Dunkerque con 18.000 infantes y 6.000 caballos al mando de Federico Enrique, príncipe de Orange, y el Conde Guillermo de Nassau-Siegen, pariente suyo, mientras tres ejércitos franceses penetraban en los Países Bajos por el sur para juntar fuerzas con ellos. Entre marzo y abril se hicieron grandes levas en Francia y pudieron reunirse los ejércitos en cuestión. El primero de ellos, compuesto de 15.000 infantes y 6.000 caballos, estaría a cargo del hugonote Gaspard III de Coligny, mariscal de Chatillon, que debía invadir el Bolonais para sitiar Saint Omer. El segundo ejército estaría a las órdenes del Mariscal de la Force, también hugonote, y muy veterano. Con sus 10.000 infantes y 3.000 caballos asediaría Le Catelet e invadiría el país de Cambrésis. El último ejército, de 5.000 infantes y 3.000 caballos, invadiría Luxemburgo a las órdenes de Urbain de Maillé-Brézé.


El alto mando español en Flandes: de izda. a dcha., Guillermo de Lamboy, el Cardenal Infante don Fernando y Tomás de Saboya-Carignano.

Las expectativas hispánicas eran escasas. El ejército de Piccolomini aún no había llegado, y las levas realizadas en Alemania no habían dado los frutos esperados. La defensa era la única opción a contemplar. Para ello, el Cardenal Infante organizó tres ejércitos: uno en Luxemburgo a cargo de Guillermo de Lamboy, sargento mayor de batalla, compuesto por 4.000 infantes y 1.000 caballos; otro en la región valona a cargo del gobernador de las armas, el príncipe Tomás de Saboya-Carignano, de 9.000 infantes y 3.000 caballos; y para oponerse a los holandeses, uno de 10.000 infantes y 3.000 caballos bajo sus órdenes inmediatas. Los aliados franco-holandeses, haciendo cuentas, excedían al ejército de Flandes en 25.000 infantes y 8.000 caballos.

Amberes en peligro: el príncipe de Orange sale en campaña.

Para desgracia de Richelieu, un fuerte temporal azotó la costa atlántica poco después de que la armada holandesa se hiciera a la mar. Varios buques se hundieron y la operación anfibia en Dunkerque tuvo que ser cancelada. Pero eso no significaba, ni mucho menos, que los holandeses no saldrían en campaña. Mientras el mariscal de Chatillon avanzaba sobre Saint Omer, el príncipe de Orange partía de la Haya el 25 de mayo y se dirigía con su esposa y un sinfín de nobles a tomar el mando de su ejército en Lyt ende Littoyen, no muy lejos de ‘s-Hertogenbosch. El 1 de junio se pasó revista y se transmitieron órdenes de embarcar en Mosselkerke. Abrió la marcha la vanguardia del ejército, compuesta en buena medida por mercenarios escoceses y alemanes altos a las órdenes del segundo al mando del príncipe, el Conde Guillermo de Nassau-Siegen, quien iba acompañado por su único hijo, de 17 años. Una flotilla de 30 naves los aguardaba en Mosselkerke, donde se hicieron a la vela el día 12 para desembarcar en Bergen op Zoom el 13 al amanecer.

Los altos mandos holandeses: Guillermo de Nassau-Siegen y el príncipe de Orange, Federico Enrique.

De Bergen op Zoom partieron el mismo día 13, pasado el mediodía, el Conde Guillermo y su hijo. Se embarcaron a bordo de 53 barcazas con 7.000 soldados de infantería y 300 de caballería; toda la vanguardia del ejército de las provincias, además de gran cantidad de artillería y material de zapa. Su fuerza consistía en 8 compañías de su propio regimiento, 7 compañías escocesas al mando del coronel Sandel, 7 compañías de alemanes altos del regimiento del Conde Enrique Casimiro, 7 de valones y alemanes del regimiento de Nord-Hollande, 7 del regimiento del conde Mauricio, gobernador de las Indias Occidentales Holandesas, 7 más a cargo del coronel Thyter, y 7 del señor de Brederode, además de otras unidades a cargo del coronel Belfort que completaban los 7.000 infantes. La caballería se componía de cuatro cornetas al mando de los capitanes Reoul van Oms, Brouchoven, Wingen, y señor de Durve, esta última francesa. El designio del pequeño ejército era claro: tomar los fuertes exteriores de Amberes en el margen izquierdo del río Escalada como paso previo a que el príncipe, con el grueso del ejército, pusiera sitio a la ciudad.

Don Felipe da Silva, caballero portugués, castellano y gobernador de Amberes, advirtió que los holandeses espiaban desde hacía poco los fuertes en cuestión. Suponiendo que intentarían un ataque o incursión de algún tipo, Da Silva despachó al maestre de campo Catres al mando de tres compañías de infantería valona de la guarnición de la ciudadela para reemplazar las guarniciones ordinarias de los fuertes del Escalada, entre ellos el de Kallo, un antiguo bastión erigido en 1579 sobre un dique que entroncaba con la cercana localidad de Hulst. La guarnición del fuerte en cuestión, al mando del capitán Vander Straten, fue sustituida por 40 soldados y 70 aldeanos del país de Waas a las órdenes de un capitán apellidado Maes. Para reforzar la posición, Da Silva dispuso sobre el dique el regimiento de alemanes bajos de Brion con su coronel, llegado hacía poco de Namur. El día 13, el mismo que el Conde Guillermo partió con sus tropas de Bergen op Zoom, dio comienzo el esperado desembarco, cuya entidad resultaría muy superior a la esperada.

Desembarco en Kallo: Guillermo de Nassau toma el fuerte.

Los holandeses vadearon el Escalada con la marea baja. Dos mil soldados atravesaron el río, hundidos en el fango hasta las rodillas, frente al reducto de Steentant, emplazado en el dique que unía el fuerte de Kallo con el de Verbroeck (al oeste). Llevaban cuatro piezas de artillería sobre trineos y tomaron el reducto por asalto. La guarnición hispánica, de tan solo 15 hombres, escapó sin combatir. De allí los holandeses se encaminaron hacia una esclusa que separaba el reducto del fuerte de Kallo. Defendían la posición 300 infantes del regimiento de Brion y 300 aldeanos con 2 medios cuartos de cañón, pero no pudieron presentar una defensa eficaz y se retiraron hacia el fuerte de Santa Maria, abandonando la artillería tras de sí. Nada impedía ya que los holandeses asaltaran el fuerte de Kallo. El coronel Brion, alertado por el alboroto, quiso entrar con parte de sus tropas, pero el capitán Maes no lo permitió, lo cual, junto con el hecho de que el fuerte capituló sin que a los asaltantes les hiciera falta lanzar más que dos granadas, hizo suponer que Maes había sido sobornado por el enemigo. Sus hombres fueron pasados a cuchillo, ajenos al trato.

Mientras esto sucedía, el Conde Guillermo despachó otro cuerpo de tropas a apoderarse del fuerte de Verbroeck, situado a una legua del de Kallo y custodiado por una compañía de infantería cuyo capitán, Antoneda, se alojaba en un pueblo homónimo situado no muy lejos. De nuevo, los holandeses apenas encontraron resistencia y tomaron el fuerte sin dificultades. En el de Santa María (cerca del de Kallo, al este), en cambio, las cosas no les fueron tan favorables. Muchos de los fugitivos de los otros puestos y reductos se habían parapetado en su entrada encubierta, y esta vez lograron rechazar los asaltos encaminados a tomar el fuerte. Felipe da Silva, visto el éxito, ordenó a las tropas que había reunido que avanzaran y ocuparan el dique de Kallo para evitar que los holandeses cortaran las comunicaciones entre dicho fuerte y el de la Perla, que se encontraba ya bajo el fuego de tres cañones. Ocupado el dique, Da Silva regresó a Amberes, dejando a cargo de los puestos exteriores al maestre de campo Catres.

Mapa de la batalla de Kallo:
Resultado de imagen de Mapa de la batalla de Kallo:
Leyenda:

1. Lugar del desembarco holandés
2. Reducto de estuco
3. Reducto construido por los holandeses
4. Barcos de avituallamiento holandeses
5. Iglesia de Kallo
6. Cuartel y almacenes holandeses
7. Trinchera
8. Doble hornabeque
9. Doble reducto con caballería frisona
10. Ataque del conde de Fuenclara
11. Ataque del marqués de Lede
12. Cuartel del marqués de Lede
13. Dique de Beveren
14. Ataque de Andrea Cantelmo
15. Aproche de Ribacourt en la presa de Vrassemer
16. Los holandeses tratan de escapar a nado
17. Colina de Sint Athonis
18. Batería holandesa en Kettenis

Desde Amberes, Da Silva escribió a don Enrique de Alagón, Conde de Fuenclara, cuyo tercio estaba en Hulst, y al maestre de campo Ribacourt, que estaba con el suyo en Selfate, pidiéndoles a uno y otro que se encaminasen urgentemente hacia Burcht, un pueblo localizado al sur de Amberes de gran importancia para proteger la ciudad. Las noticies no tardaron en llegar a oídos del Cardenal Infante, que alarmado por el desembarco y el movimiento de caballería y carros en los alrededores de Bergen op Zoom, partió inmediatamente hacia Amberes. También advertido, el teniente maestre de campo general don Esteban de Gamarra se avanzó con algunas tropas hasta Rupelmonde, desde donde notificó al Cardenal Infante que varios fuertes habían caído ya, y que él iría hacia Burcht a comprobar si la villa estaba guarnecida. No lo estaba, de manera que se acercó hasta Amberes y tomó medidas para resolver el problema.

El marqués de Sfondrati, teniente general de la caballería, fue enviado a Burcht con 700 infantes valones de las guarniciones de Demer y Erentales y toda la caballería que tenía en Brabante, a la espera de recibir tres regimientos de infantería imperial que invernaban en Luxemburgo. Gamarra escribió al marqués de Lier para que enviase 300 de sus soldados a Burcht, y al marqués de Lede para que cruzara el Mosa con sus tropas y acudiese a Amberes, concretamente por el camino de Malinas para evitar un choque fortuito con el príncipe de Orange, cuyas tropas ocupaban el margen derecho del Escalada. Poco después, el Cardenal Infante llegó a Amberes y tomó el mando de las operaciones resuelto a desalojar a los holandeses de los fuertes que habían conquistado, los cuales, especialmente el de Kallo, estaban fortificando con materiales llevados en barca desde su territorio en la orilla oriental del río.

Reacción española:

El 15 de junio por la noche, don Fernando se acercó hasta la aldea Verbroeck para estudiar el terreno personalmente. En vista a que el conde Guillermo había ocupado el fuerte de Verbroeck, temió que pudiera utilizarlo como posición avanzada para sitiar Hulst, y decidió emplazar el regimiento de Ribacourt en Sint Jansteen, al noroeste de Verbroeck. Asimismo, envió a Beveren, al sur de Kallo, al Conde de Fontaine, capitán general de la artillería, con diez compañías de su tercio y el regimiento imperial de Aldeshoden, acabado de llegar de Luxemburgo, apoyados por varias compañías de caballería. La idea del Cardenal Infante era afianzarse en el dique de iba de Kallo a Melsen para evitar que los holandeses penetraran con profundidad en el país. Aquel mismo día, por la noche, el conde Guillermo comenzó a percatarse de que se iban juntando más y más tropas españoles en el pólder de Beveren y adoptó una actitud defensiva, abandonando una media luna (2) que había tomado entre Kallo y Santa María, fuerte que, sin embargo, pudo ocupar al haber sido desatendido por su guarnición alemana.

A su vez, el conde de Fontaine comenzó a trabajar en la edificación una cortadura (3) en el dique cuya defensa se le había encomendado. Los holandeses hicieron una salida sobre la inacabada fortificación con 1.200 infantes y varias compañías de caballería, entre las que se contaban algunas de carabineros. Fontaine salió a su encuentro con su caballería y dos mangas de mosqueteros, y se produjo una cruenta escaramuza que dejó el campo sembrado de cadáveres. Los holandeses se batieron en retirada, teniendo que lamentar la muerte del joven hijo del conde, atravesado de un extremo a otro del cuerpo por una espada enemiga. El único consuelo de Guillermo de Nassau-Siegen fue que al menos su cadáver pudo ser recuperado y tratado como era debido. No hubo más escaramuzas en los tres siguientes días; tan solo un intercambio de fuego artillero mientras los holandeses se apresuraban a fortificarse.

Dos de los principales oficiales españoles: el conde de Fontaine (izda.) y don Andrea Cantelmo (dcha.).

El día 18 el Cardenal Infante se reunió con sus principales oficiales para resolver como desalojar a los holandeses de los fuertes ocupados. Asistieron al encuentro el marqués de Lede y el maestre de campo napolitano don Andrea Cantelmo, que habían llegado ya con sus tropas; el conde de Fontaine, el marqués de Cerralbo, Felipe da Silva, el barón de Balançon, capitán general de la artillería; el conde de Feira, gobernador de las armas del ejército de Brabante, y el septuagenario barón de Grobbendonck, consejero de guerra. Tras escuchar sus pareceres, don Fernando resolvió atacar a los holandeses en tres puntos distintos de sus fortificaciones. Don Enrique de Alagón lo haría en el fuerte de Santa María con 15 compañías de su tercio, españolas, y las guarniciones de Herentals, Lier y Demer, valonas. El marqués de Lede atacaría a través del dique de Melsen con los regimientos de Brion, Octavio Guasco y el imperial de Aldelshoven, y seis compañías de caballería.

El ataque más complejo era el de Don Andrea Cantelmo, a quien Fernando ordenó atacar Verbroeck a través de dos diques; el que iba a Hulst y el que venía de Brassen. Para ello recibió el mando de 5 compañías del tercio del marqués de Velada y 5 del de Fuenclara, de los tercios del duque de Avellano, de Ribacourt y de Criqui, del regimiento de Luxemburgo y de 10 compañías de caballería. Cantelmo, como Fuenclara y el marqués de Lede, recibió órdenes de reconocer las fortificaciones holandesas y atacar a un mismo tiempo para desalojarlos. Si esto no era posible, debían arrimarse todo lo posible a los fuertes para abrir trinchera y plantar batería. El día señalado para el ataque fue inicialmente el 19 de junio, pero hubo que posponerlo hasta el 20, domingo, ya que parte de la infantería no había llegado todavía a las posiciones de partida. A medianoche dio comienzo la batalla.

La batalla por el fuerte de Kallo:

Andrea Cantelmo comenzó el ataque por el dique de Hulst. Dispuso sus 10 compañías de españoles en el flanco derecho, las italianas en el izquierdo y las alemanas y valones en el centro. Los holandeses ofrecieron una feroz resistencia, pero no pudieron impedir que los hispánicos se hicieran dueños de cinco cortaduras, un reducto y la torre de Verbroeck, que estaba cerca del fuerte. Durante los combates, Cantelmo ordenó al maestre de campo Ribacourt que se adelantase con sus tropas por el dique de Brassen y escaramuzase por aquella parte para distraer a los holandeses. El napolitano dispuso su caballería entre ambos diques e hizo instalar dos medios cuartos de cañón sobre el de Hulst, con los que bombardeó las fortificaciones holandesas abriendo grandes brechas. Ambos contendientes sufrieron elevadas bajas en la cruenta lucha, que se extendió hasta las 10 de la mañana, pero la ventaja fue para los hispánicos, que desalojaron a los holandeses de todas las fortificaciones exteriores salvo dos cortaduras.

Al mismo tiempo que atacaba Cantelmo, lo hacía el marqués de Lede, apoderándose de una cortadura situada a 400 pasos de la posición del conde de Fuenclara. Don Enrique de Alagón atacó también, asistido por el conde de Fontaine. Su ataque, como el de Cantelmo, encontró una decidida resistencia. Tras doce horas de batalla ininterrumpida se quebró por fin el ímpetu holandés, y españoles y valones penetraron al asalto en el fuerte de Santa María. Los holandeses se batieron en retirada hacia Kallo, abandonando las fortificaciones cercanas. Fuenclara hizo perseguirlos, y sus tropas pudieron incluso enseñorearse de un hornabeque (4) que los zapadores holandeses habían construido delante del fuerte de Kallo. El avance fue espectacular, aunque a costa de numerosos muertos y heridos; tantos que el conde solicitó refuerzos a don Fernando. Este le envió apresuradamente 200 piqueros de la guarnición de Amberes y 4 compañías de caballería, dos de corazas (5) y dos de arcabuceros a caballo.

La batalla de Kallo: huída de los holandeses, según un grabado del Theatrum Europaeum.

Aquel día, sin embargo, no pudo avanzarse más. Quedaba asaltar el fuerte mejor defendido, y tras doce horas de combate los soldados estaban agotados, de modo que se dejó el ataque final para la noche siguiente y se relevó a las unidades que habían combatido durante más tiempo. La hora del segundo ataque fue la misma: a medianoche, pero los sucesos se desarrollaron de forma muy distinta. Al no observar señal alguna de presencia enemiga en las fortificaciones, Fuenclara envió a investigar a algunos soldados, que regresaron a toda prisa asegurando que los fuertes estaban vacíos. Fuenclara avanzó y los ocupó rápidamente. Entonces advirtió que el conde Guillermo había hecho formar su ejército en el terreno que se extendía entre Kallo y Verbroeck, con ánimo de pasar de nuevo a la orilla oriental del río. Alertados, el marqués de Lede y Cantelmo, que movilizó sus tropas y acudió a través del dique de Kallo, lo acometieron con tal virulencia que lo desbandaron completamente. Centenares de holandeses arrojaron sus armas al suelo, suplicando cuartel; incluso la caballería. Otros muchos huyeron pies en polvorosa hacia el embarcadero y, llevados por la locura, se lanzaron al agua tratando de alcanzar sus barcas. Cientos de ellos se ahogaron.

La victoria española no pudo ser más completa. 2.500 soldados, 2 coroneles, de tenientes coroneles, 24 capitanes de infantería y 2 de caballería fueron hechos prisioneros; se tomaron 3 estandartes y más de 50 banderas, así como 26 piezas de artillería, 81 barcazas, algunas de ellas cargadas con víveres y municiones, 2 pontones y dos fragatillas. El precio a pagar fue de 234 soldados muertos y 822 heridos, escaso sí se compara con los cerca de 3.000 holandeses que murieron en combate o se ahogaron en el Escalada. Las bajas más señaladas fueron el capitán don Matías de Lizarazu, cuyo cuerpo sin vida fue encontrado con la espada en la mano y una cruz en los labios fríos, don José de Vergara, don Felipe de Campos y don Antonio Verdeja, también capitanes, y el teniente general de la artillería. Guillermo de Nassau-Siegen fue uno de los pocos holandeses que se salvó. Llegó al fuerte de Lillo agotado y allí cayó enfermo, no solo en cuerpo, sino también en mente por la muerte de su hijo.


1638: pequeño Annus mirabilis
Resultado de imagen de carroza de kallo
legoría de la victoria de Kallo, por C. Galle (izda.) y un dibujo de la carroza triunfal de Rubens, por el mismo.

Cuando los ciudadanos de Amberes vieron regresar a los soldados hispánicos cargados de botín y con innumerables prisioneros, estallaron de alegría. Armas y enseres de toda clase acabaron en las paredes de casas y templos, y una carroza triunfal diseñada por el mismísimo Peter Paul Rubens con las banderas capturadas se paseó por toda la ciudad en señal de victoria. Poco después Federico Enrique se retiró de vuelta a sus cuarteles y el Cardenal Infante pudo concentrarse en contrarrestar la amenaza francesa. Tomás de Carignano y Ottavio Piccolomini desalojaron al mariscal de Chatillon de sus líneas el 12 de julio. Los Países Bajos Españoles, contra todo pronóstico, quedaban a salvo del invasor. Federico Enrique no se dio por vencido y puso Güeldres bajo asedio a mediados de agosto, pero el Cardenal Infante acudió al socorro y lo rechazó. Tras las calamidades de 1637, 1638 fue para la monarquía un pequeño annus mirabilis. Además de las victorias en Flandes, Breme y Vercelli fueron tomadas en Italia, Hondarribia salvada del príncipe de Condé, y la flota de la plata llegó a buen puerto tras una reñida batalla con el temido Pie de Palo. Habrían de pasar muchos años para que se repitieran éxitos semejantes.

Notas:

(1) Estatúder: jefe o magistrado supremo de la antigua república de los Países Ba-jos. En un principio fueron lugartenientes del rey de España.
(2) Media luna: Especie de fortificación que se construye delante de las capitales de los baluartes, sin cubrir enteramente sus caras.
(3) Cortadura: obra que comúnmente consta de un foso, y su parapeto de tierra y fajinas. Se hace en los pasos estrechos para defenderlos.
(4) Hornabeque: fortificación exterior que se compone de dos medios baluartes trabados con una cortina.
(5) Coraza: soldado de caballería equipado con armadura, arma de fuego y espada.


Bibliografía:
Obras del ilustrissimo ... Don Juan de Palafox y Mendoza ... Obispo de ... y de Osma ...: tomo X : Tratados varios : Dictamenes espirituales, y politicos, Dialogo politico des estado de Alemania, Sitio, y socorro de Fuente-Rabìa, De la naturaleza del indio, Conquista de la China y Ortographia.

http://books.google.es/books?id=7PzOa_w1R0AC



Commelin, Isaak. Histoire De La Vie & Actes memorables De Frederic Henry de Nassau Prince d'Orange: Enrichie de Figures en taille douce et fidelement translatée du Flamand en Francois : Divisée en Deux Parties. Amsterdan, Jansson, 1656.

http://books.google.es/books?id=JkhDAAAAcAAJ



Israel, Jonathan I. Conflicts of empires: Spain, the low countries and the struggle for world supremacy, 1585-1713. Londres, Continuum International Publishing Group, 1997.

________________________________________________________________________

Si quieres debatir este artículo entra en su foro de discusión