PRIMERA PARTE: Exponemos dos versiones de cual fue el comienzo de la invasión inglesa al Río de la Plata
Marco político económico y militar ( breve reseña)

PRIMERA VERSIÓN

1800: Thomas Maitland cumple un encargo de Sir John Coxe Hippersley, expone la conveniencia de diseñar un plan para atacar las posesiones españolas.
El 31 de mayo de 1801, el Secretario de Guerra Henry Dundas, futuro Lord Melville, la oficializa con anuncio del Ministro Pitt, asesorado por A. Campbell, R. Abercromby Alte. S Smith, nuestro amigo el Comodoro Popham y el venezolano Miranda, exiliado en Londres.
Éste llevo a cabo un trabajo de espionaje descubierto en 1804, realizado por James F. Burke y Mariano Castilla, quienes enviaron a Londres prolijos informes. W. Jacobs, que viajó por la región, aconseja apoderarse de Buenos Aires para que sea una nueva estación naval y un puerto para sacar los cultivos que se fomentarían (lino y cáñamo) y el algodón, y así dejar de depender de la India y Rusia y de paso enriquecer al Imperio.
El 29 de julio de 1805, se entrevistan Pitt y Popham ( y según este) se trató el ataque a Buenos Aires, ya que según Pitt, se buscaba una vía pacífica para conseguir que España restara apoyo a Napoleón. En caso de fracasar en este punto, su intención era volver al primitivo proyecto.
Lo que sí recibió fueron ordenes para que, de inmediato, escoltara al Gral. D. Bird a recuperar Ciudad del Cabo.
Luego de la victoria propuso a los oficiales que, si bien no tenia ordenes expresas, invocando una antigua tradición " de que el Río de la Plata formaba parte de la estación naval del Cabo, como la otra de que los jefes navales en estaciones lejanas, dado el enorme tiempo en pedir y recibir órdenes, estaban facultados para llevar a cabo sin ordenes especiales cualquier operación que estuvieran convencidos si era para bien de su país.-Uno de los argumentos que también utilizó Popham fue que luego de las derrotas de Ulm y Austerlitz, que consolidaban el poder de Napoleón, era lejana la posibilidad de alejar a España de Francia.
Beresford y Pack se dejaron convencer, más cuando le demostró por informes de su antiguo socio en la India, el norteamericano Guillermo Pío White ( menudo socio), que las tropas veteranas existentes en Buenos Aires, no eran enemigo importante para las fogueadas británicas.


El Comandante Baird, fue presionado por estos jefes y si bien no participó de la empresa, dió autorización para llevarla a cabo, dejando sentada su opinión en contrario, sobre un posible fracaso junto con el Cnel. R. Wilson, jefe de la caballería.
Esto fue más o menos el antecedente de los dos intentos británicos de apoderarse de nuestras tierras.
Hay que tomar como base que hasta esa época, el Virreinato del Río de la Plata estaba alejado del conflicto continental, y sus habitantes, mas allá de recibir, analizar y discutir de Europa, todas las ideas surgidas luego de la independencia norteamericana y la revolución francesa, no existía una razón de peso para pensar en la idea de separación.
Se pensaba que el rey, al ser su autoridad directa, debería conceder a America algunas condiciones similares al resto de España, y no regirse por leyes especiales (las de Indias), en algunos casos ya obsoletas.-
Este texto fue presentado por mi en el foro de Invasiones Inglesas

SEGUNDA VERSIÓN

12 de octubre de 1804. En una lujosa mansión de campo situada en las afueras de Londres, se realiza una entrevista que tendrá decisivas consecuencias para el futuro del Río de la Plata. Allí se encuentran reunidos el primer ministro William Pitt, Henry Melville, primer Lord del Almirantazgo, y el Comodoro Home Popham


La lucha contra España es ya, para los dirigentes británicos, una realidad, aun cuando no se haya todavía concretado la ruptura de las hostilidades. La reunión, por lo tanto, tiene por fin analizar los posibles planes de acción contra las posesiones españolas en América. Por ello, allí se encuentra Popham. Este, junto con Francisco Miranda, ha trabajado intensamente en la elaboración de proyectos destinados a operar militarmente en tierras americanas para separar a las colonias españolas de la metrópoli. Pitt y Melville escuchan atentamente los informes del Comodoro y se muestran de acuerdo con sus propósitos. Un punto, sin embargo, preocupa a Pitt: desea tener la seguridad de que, en caso de que la guerra prevista contra España no llegue a estallar, Miranda no llevará adelante la operación. Popham responde categóricamente:

-Mirando, a quien conozco muy bien, no violará jamás su compromiso. Respetará hasta el fin la palabra empeñada.
En esta forma concluyó la discusión. Popham recibió de sus superiores la orden de redactar detalladamente el proyecto y presentarlo en el término de cuatro días a Lord Melville.

Así nació el célebre “Memorial de Popham”, punto de partida del ataque británico a Buenos Aires en Junio de 1806. Al recibir la noticia, Miranda se reunió con el Comodoro y, valiéndose de documentos y mapas, procedió junto con él a completar el memorial. El objetivo principal eran Venezuela, y Nueva Granada, en donde Miranda se proponía desembarcar y lanzar el grito de independencia. Popham a su vez, introdujo en el proyecto una operación secundaria, dirigida contra el Virreinato del Río de la Plata, al que atacaría utilizando una fuerza de 3.000 hombres. Propuso también que tropas traídas de la India y Australia actuasen en el Pacífico contra Valparaíso, Lima y Panamá. Miranda ejercería el mando de las fuerzas que operarían en Venezuela, y Popham tomaría a su cargo la jefatura de la expedición contra Buenos Aires.
Los propósitos del plan estaban claramente definidos: la idea de conquistar a América del Sur quedaba completamente descartada, pues el objetivo era promover su emancipación. Se contemplaba, sin embargo, “la posibilidad de ganar todos sus puntos prominentes, estableciendo algunas posesiones militares". El mercado americano, a su vez, sería abierto al comercio británico.

El 16 de Octubre, puntualmente, Popham y Miranda hicieron entrega al Vizconde de Melville del memorial. Este lo halló satisfactorio, pero se abstuvo de expresar una opinión definitiva acerca de la realización del proyecto, ya que Inglaterra enfrentaba en ese momento una gravísima amenaza, que la obligaba a concentrar todas sus fuerzas. En la otra orilla del Canal de la Mancha, en el campo militar de Boulogne, Napoleón había alistado un ejército de casi 200.000 soldados. El Emperador estaba decidido a realizar lo que parecía irrealizable: la invasión a las Islas Británicas. “Puesto que puede hacerse... ¡debe hacerse!”, había manifestado en orden categórica a su Ministro de Marina. Al conjuro de esa directiva, en todos los puertos de la costa francesa los astilleros trabajaban febrilmente en la construcción de miles de embarcaciones destinadas a asegurar el paso del ejército a través del canal. En uno de sus despachos, Napoleón definió claramente su inconmovible resolución: “¡Seamos dueños del canal durante seis horas, y seremos dueños del mundo!”
El peligro de un desembarco francés era, por lo tanto, inminente.

Dentro del clima de extrema alarma creado por esa situación, era inevitable que los planes de Popham y Miranda fuesen dejados de lado. Otro hecho no menos importante vino a sumarse para contribuir al definitivo aplazamiento de las expediciones proyectadas. Rusia, inició gestiones ante el gobierno británico para formar una nueva coalición de las potencias europeas contra Napoleón. Sin embargo, como condición de esa alianza, el Zar Alejandro I exigió que se intentase atraer también a España a la coalición. Pitt se vio así obligado a suspender toda acción contra las colonias de América.

Esa actitud fue mantenida aún después de que España hubo declarado formalmente, el 12 de Diciembre de 1804, la guerra a Gran Bretaña. De nada valieron los insistentes reclamos que Miranda hizo llegar a Pitt. Este se mantuvo imperturbable, y comunicó al general venezolano que la situación política de Europa no había alcanzado todavía el grado de madurez necesaria para iniciar la empresa.

Corre el mes de Julio de 1805. Miranda, completamente desilusionado ante el fracaso de sus gestiones, resuelve abandonar Gran Bretaña y dirigirse a EE.UU., donde confía en que habrá de recibir ayuda para llevar adelante la cruzada emancipadora. Popham, a su vez, ha perdido toda esperanza. Se encuentra prestando servicios en el puerto de Plymouth, alejado de Londres y de sus contactos con los altos dirigentes de la política, inglesa. Para ese hombre aventurero, la inacción, sin embargo, no puede prolongarse.

Llegan así a su conocimiento secretos informes acerca de la debilidad de las fuerzas que defienden a la colonia holandesa de Cabo de Buena Esperanza, en el extremo sur del continente africano. Esas noticias bastan para que el marino conciba una nueva y audaz empresa. Sin tardanza se dirige a Londres, y allí se entrevista con uno de los miembros del gabinete. Para el comodoro es necesario, y así lo manifiesta, aprovechar la extraordinaria oportunidad que se presenta y, mediante un sorpresivo ataque, adueñarse de la colonia mencionada.
Enterado, Pitt resuelve poner inmediatamente en marcha la operación. Esta vez, a diferencia de lo acaecido con los proyectos americanos, el Primer Ministro no muestra vacilación alguna. Sin duda, Cabo de Buena Esperanza constituye un punto vital para Gran Bretaña, pues domina la ruta de comunicación marítima con sus posesiones en la India. Para los ingleses es imprescindible que esa posición estratégica no caiga en manos de los franceses que, se sabe, han destacado fuerzas navales en el Atlántico sur.
El 25 de Julio de 1805 son cursadas, bajo el rótulo de “muy secretas”, las instrucciones pertinentes al general David Baird, quien ha sido designado jefe de las fuerzas de ataque. Seis regimientos de infantería y uno de caballería, con un total de casi 6.000 soldados, son destinados a la expedición. Popham recibe el mando de la flotilla de escolta, integrada por cinco naves de guerra.

Cuatro días más tarde, Popham sostiene una última entrevista con Pitt. El marino ha recibido, entretanto, nuevos y confidenciales informes. Un poderoso comerciante de Londres, Thomas Wilson, le comunica que tiene positivas noticias de que Montevideo y Buenos Aires se hallan prácticamente desguarnecidas, y que bastará una fuerza de mil soldados para concretar la conquista de ambas plazas.
En la conversación que mantiene con Pitt, el Comodoro lo pone al tanto de los datos señalados. El Primer Ministro, empero, manifiesta al Comodoro que, en vista de la posición adoptada por Rusia, que exige que España sea atraída a las filas de la coalición contra Napoleón, no puede autorizar ninguna acción hostil contra las colonias de América. Concluye, sin embargo, con una declaración que tendrá decisiva influencia en la conducta posterior de Popham. Estas fueron las palabras de Pitt:

-Pese a ello, Popham, y en caso de que fracasen las gestiones que estamos realizando con España, estoy resuelto a volver a adoptar su proyecto.
Así, el Comodoro partió a unirse con sus barcos, convencido de que no pasaría mucho tiempo antes de que Pitt le hiciese llegar la orden de atacar a Buenos Aires. Al embarcarse en Portsmouth en su buque insignia, el “Diadem”, Popham lleva en su equipaje una copia del memorial que, en Octubre de 1804, redactara junto con Francisco Miranda. El plan, después de todo, habrá de realizarse en cuanto surja la oportunidad favorable.
11 de Noviembre de 1805. La población del puerto brasileño de Bahía se congrega en los muelles y presencia el inesperado arribo de la fuerza expedicionaria británica. Popham desciende a tierra y obtiene allí, además del agua y los alimentos que necesita para su escuadra, nuevos informes que confirman los que ya ha recibido en Londres. El Río de la Plata carece de fuerzas militares suficientes para resistir un asalto llevado con decisión y audacia. Un inglés que acaba de arribar a Bahía, procedente de Montevideo, no vacila en declarar a Popham: "Si se realiza el ataque, los mismos habitantes de la ciudad obligarán a la guarnición española a capitular sin disparar un solo tiro...”

Cuando Popham abandona la costa brasileña y enfila hacia Cabo de Buena Esperanza ya ha decidido, prácticamente, intentar la empresa. Sólo falta ahora que la situación en Europa dé el giro necesario para que las autoridades de Londres depongan su negativa a la realización del ataque.

La noticia de la recalada de la flota inglesa en Bahía no tarda en difundirse. En Buenos Aires cunde la alarma, y el Virrey Rafael de Sobremonte moviliza a todas las fuerzas para enfrentar la invasión, que considera inminente. En EE.UU, a su vez, los diarios, basándose en rumores y erróneos informes, se adelantan a los acontecimientos y, cuatro meses antes de que las tropas británicas desembarquen en el Río de la Plata, publican la noticia de que Buenos Aires ya ha sido conquistada por Popham y Baird.


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La agresión, no obstante, todavía no habría de producirse. Desviándose de las costas americanas, los ingleses se dirigieron a Cabo de Buena Esperanza, donde arribaron en los primeros días de enero de 1806. La conquista de la colonia se obtuvo fácilmente, tras derrotar a las fuerzas holandesas en corto combate. Quedaba así cumplida la misión. Popham, impaciente, se mantiene entonces a la espera de los informes de Europa, dispuesto a lanzarse sobre el Río de la Plata apenas las circunstancias se lo permitan.


En el mes de febrero llegan a manos del Comodoro los partes de la extraordinaria victoria obtenida por el Almirante Nelson en Trafalgar. Las flotas de Francia y de España han sido eliminadas como fuerzas combativas, en una jornada de lucha que asegura, en forma definitiva, la supremacía de Gran Bretaña en todos los mares. Pero ese triunfo se ve contrarrestado, poco después, por la aplastante derrota que, en Austerlitz Napoleón inflige a los ejércitos austriacos y rusos. La nueva de esta última batalla la obtiene Popham el 4 de marzo de 1806, a través de la tripulación de una fragata francesa que los ingleses capturan frente a Cabo de Buena Esperanza.

Un hecho concreto se deriva, sin embargo, de estos dos acontecimientos. España ha quedado definitivamente ligada a su alianza con Napoleón, y ya no existe posibilidad alguna de atraerla a las filas de la coalición que, prácticamente, ha dejado de existir. El Comodoro, por lo tanto, está en libertad de acción para llevar adelante sus planes.

El comodoro resuelve entonces obrar. Thomas Waine, capitán del “Elizabeth”, un buque negrero norteamericano que ha realizado varios viajes a Buenos Aires y Montevideo, le confirma las noticias sobre la debilidad de las fuerzas que defienden ambas plazas. No hay, en consecuencia, que perder más tiempo. El 9 de Abril Popham envía una carta al almirantazgo en la que comunica que ha decidido no permanecer inactivo en Cabo, pues allí ya ha desaparecido todo peligro, y que parte con sus naves a operar sobre las costas del Río de la Plata
Al día siguiente Popham se hace a la vela, pero poco después debe interrumpir la navegación al amainar el viento. Aprovecha entonces la circunstancia para exigir resueltamente al general Baird que secunde sus planes, facilitándole un contingente de tropas. Los informes del capitán norteamericano y los que obtiene de un marinero inglés que ha vivido ocho años en Buenos Aires le sirven como poderoso argumento en la discusión que mantiene con su colega. Finalmente Baird, convencido de que ya nada detendrá a Popham en su aventura, decide darle el apoyo que solicita.

Queda así resuelto el ataque a Buenos Aires. El 14 de Abril de 1806 zarpan de Ciudad del Cabo los barcos de Popham, escoltando a cinco transportes en los que viajan más de 1.000 soldados, comandados por el general Guillermo Carr Beresford.


Veterano de muchas campañas, Beresford es, por su resolución y coraje, el hombre indicado para intentar el plan. Como principal fuerza de asalto, el jefe británico cuenta con los efectivos del aguerrido regimiento escocés 71.


Durante seis jornadas la flota navega sin inconvenientes, rumbo al oeste. El 20 de abril, sin embargo, se desencadena un violento vendaval y los barcos se dispersan, perdiéndose contacto con uno de los transportes de tropas. Popham, para cubrir la pérdida, se dirige a la isla Santa Elena, donde solicita y obtiene del gobernador británico un refuerzo de casi 300 hombres. Antes de abandonar la isla, el marino envía una última carta al almirantazgo para justificar, nuevamente, su conducta. A esa nota adjunta el célebre memorial que, en 1804, presentara a Pitt. Esa es la prueba de que la expedición no responde a una decisión improvisada, sino que es el resultado de un plan ya estudiado por el gobierno británico. La conquista de Buenos Aires, señala Popham, dará a los ingleses la posesión del "centro comercial más importante de toda Sudamérica".
Se inicia entonces la larga travesía. Una fragata, la “Leda”, se adelanta al grueso de la flota y navega velozmente hacia las costas americanas, con la misión de reconocer el terreno. La aparición de esa nave, que se presenta ante la fortaleza de Santa Teresa, en la Banda Oriental, el 20 de mayo de 1806, da la primera alarma a las autoridades del Virreinato.

13 de Junio de 1806. Desde hace cinco jornadas la flota británica se encuentra en las aguas del Río de la Plata. Popham y Beresford están ahora reunidos a bordo de la fragata “Narcissus”, junto con sus principales lugartenientes. Los dos jefes británicos han convocado a una junta de guerra, para tomar la resolución definitiva acerca de cuál será el objetivo de ataque. Hasta ese momento, Beresford ha sostenido la conveniencia de ocupar en primer término a Montevideo, pues esta plaza cuenta con poderosas fortificaciones que serán de gran utilidad para la reducida fuerza invasora, si se produce una violenta reacción de la población del Virreinato. Popham, sin embargo, está resuelto a atacar directamente a Buenos Aires, y tiene en su favor un argumento extraordinariamente convincente: gracias a los informes de un escocés, que viajaba en un barco capturado por los ingleses pocos días antes, se sabe que en Buenos Aires se encuentran depositados los caudales reales destinados a ser enviados a España. La perspectiva de echar mano al tesoro disipa, finalmente, todas las dudas. Además, la conquista de Buenos Aires, capital del Virreinato, tendrá, a juicio de Popham, una influencia mucho mayor sobre el ánimo de la población de la colonia que la captura del puesto secundario de Montevideo. Con extrema audacia, el marino británico decide así jugarse el todo por el todo.
22 de junio de 1806. Al caer la tarde fondea en el puerto de la Ensenada de Barragán, a pocos kilómetros al este de Buenos Aires, una embarcación española. El comandante de la nave trae alarmantes noticias que no tardarán en llegar a conocimiento del Virrey Sobremonte: los barcos ingleses se dirigen hacia Ensenada, lo que indica que el ataque será descargado contra la capital del Virreinato. Sobremonte, al recibir el informe, ordena inmediatamente el envío de refuerzos a la batería de ocho cañones emplazada en la Ensenada, y designa al oficial de marina Santiago de Liniers para que se haga cargo de la defensa de la posición. Liniers parte sin tardanza para asumir el nuevo comando.

A partir de ese momento, los acontecimientos se precipitan. El 24 de junio, y ante la llegada de nuevos informes que señalan la aparición de las naves inglesas frente a la Ensenada, Sobremonte lanza un bando convocando a todos los hombres aptos para empuñar las armas a incorporarse en el plazo de tres días a los cuerpos de milicias. Pese a la gravedad de la situación, esa noche el Virrey asiste, junto con su familia, a una función que se realiza en el teatro de Comedias. Su aparente serenidad, sin embargo, pronto habrá de desvanecerse por completo.

En medio de la representación irrumpe en el palco del Virrey un oficial que trae urgentes pliegos enviados por Liniers desde la Ensenada. Los ingleses, esa mañana, acaban de realizar un amago de desembarco, aproximando a tierra ocho lanchas cargadas de soldados. El ataque, sin embargo, no se concretó, lo que induce a Liniers a señalar en su despacho que la flota enemiga no está integrada por unidades de la Marina Real inglesa, sino “por despreciables corsarios, sin el valor y resolución para atacar, propios de los buques de guerra de toda nación”.

Sobremonte, sin embargo, no participa del juicio de Liniers. Abandona inmediatamente el teatro, sin aguardar a que concluya la función, y se dirige rápidamente a su despacho en el Fuerte. Allí redacta y firma una orden disponiendo la concentración y el alistamiento de todas las fuerzas de defensa. Para no provocar la alarma en la ciudad, que duerme ajena al inminente peligro, dispone que no sean disparados los cañonazos reglamentarios, y envía partidas de oficiales y soldados a comunicar verbalmente la orden de movilización a los milicianos.

Llega así la mañana del 25 de Junio. Frente a Buenos Aires aparecen, en línea de batalla, los barcos ingleses. En el Fuerte truenan los cañones, dando la alarma, y una extrema confusión se extiende por toda la ciudad. Centenares de hombres acuden desde todos los barrios hacia los cuarteles, donde se han comenzado ya a repartir, en medio de un terrible desorden, las armas y equipos.

Poco después de las 11h y ante la sorpresa de Sobremonte, las naves enemigas se hacen nuevamente a la vela y ponen rumbo hacia el sudeste. El Virrey cree que los ingleses han renunciado al ataque. Pronto, sin embargo, sale de su engaño. Desde Quilmes resuena el cañón de alarma, anunciando que allí se ha iniciado el desembarco.



Al mediodía del 25 de junio ponen pie en tierra, en la playa de Quilmes, los primeros soldados británicos. La operación de desembarco continúa sin oposición alguna durante el resto de la jornada. Hombres y armas son conducidos en un incesante ir y venir a tierra, por veinte chalupas. Al llegar la noche, Beresford pasa revista a sus hombres bajo una fría llovizna que no tarda en convertirse en fuerte aguacero. Son sólo 1.600 soldados y oficiales, y cuentan, como único armamento pesado con ocho piezas de artillería. Sin embargo, esa reducida fuerza está integrada por combatientes profesionales, para los cuales la guerra no es más que un oficio. Veteranos de cien combates, están resueltos, al igual que su jefe, a tomar por asalto una ciudad cuya población supera los 40.000 habitantes. Esa es la orden, y habrán de cumplirla, enfrentando cualquier riesgo.
Beresford, por el contrario, actúa con toda la energía que exigen las circunstancias. Después del combate de Quilmes sólo da a sus tropas dos horas de descanso, y, a continuación, emprende con tenacidad la persecución del enemigo derrotado. No logra, sin embargo, llegar a tiempo para impedir la destrucción del Puente de Gálvez, pero el 27 de junio, somete la posición de los defensores en la otra orilla a un violento cañoneo, y los obliga a retirarse. Se arrojan entonces al agua varios marineros y traen de la margen opuesta botes y balsas, en los cuales cruza la corriente una primera fuerza de asalto.

Así se conquista un punto de apoyo. Beresford ordena entonces tender inmediatamente un puente improvisado, valiéndose de las embarcaciones, y el resto de sus tropas cruza rápidamente el Riachuelo. Ya nada podrá impedir el avance británico sobre el centro de la ciudad capital del Virreinato.
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Sobremonte ha presenciado, desde la retaguardia, las acciones que culminan con el abandono de la posición del Puente de Gálvez. En ese momento se encuentra al frente de las fuerzas de caballería que, con la llegada de refuerzos provenientes de Olivos, San Isidro y Las Conchas, suman cerca de 2.000 hombres. Rehúye, sin embargo, el combate, y emprende la retirada hacia la ciudad por la "calle larga de Barracas" (actual avenida Montes de Oca).
Los que no están al tanto de los planes del Virrey suponen que ese movimiento tiene por fin organizar una última resistencia en el centro de Buenos Aires. No obstante, al llegar a la "calle de las Torres" (actual Rivadavia), en vez de dirigirse hacia el Fuerte, Sobremonte dobla en sentido contrario y abandona la capital. Su apresurada marcha, a la que no tarda en incorporarse su familia, continuará en sucesivas etapas hasta concluir finalmente en la ciudad de Córdoba.

Mientras tanto, en Buenos Aires reina una espantosa confusión. Desde el Riachuelo afluyen, en grupos desordenados, las unidades de milicianos que, sin disparar prácticamente un solo tiro, han sido obligadas a retirarse, después de la retirada del Virrey.

El Fuerte se convierte entonces en centro de los acontecimientos que culminarán con la capitulación. Allí se encuentran reunidos los jefes militares, los funcionarios de la Audiencia, los miembros del Cabildo y el Obispo Lué.

Totalmente abatidos, después de recibir la noticia de la retirada de Sobremonte, los funcionarios españoles aguardan la llegada de Beresford para rendir la plaza. Tienen la impresión de que, en la hora más difícil, el jefe del Virreinato y representante del monarca los ha abandonado.

Poco después de mediodía arriba al Fuerte, con bandera de parlamento, un oficial británico enviado por Beresford. Este expresa que su jefe exige la entrega inmediata de la ciudad y que cese la resistencia, comprometiéndose a respetar la religión y las propiedades de los habitantes.

Los españoles no vacilan en aceptar la intimación, limitándose a exponer una serie de condiciones mínimas en un documento de capitulación que envían a Beresford sin tardanza. Así, Buenos Aires y sus 40.000 habitantes son entregados a 1.600 ingleses que sólo han disparado unos pocos tiros.

El audaz golpe planeado por Popham ha dado pleno resultado. La ciudad está en sus manos, y los británicos sólo han tenido que pagar, como precio por la extraordinaria conquista, la pérdida de un marinero muerto. Las restantes bajas de las fuerzas de Invasión sólo suman trece soldados heridos y uno desaparecido.

Beresford marcha ya resueltamente sobre el Fuerte. En el camino recibe las condiciones escritas de capitulación que le hacen llegar las autoridades españolas. El general sólo detiene su avance unos minutos, para leer los pliegos, y luego manifiesta autoritariamente al portador del documento:

-Vaya y diga a sus superiores que estoy conforme y firmaré la capitulación en cuanto dé término a la ocupación de la ciudad... ¡Ahora no puedo perder más tiempo!
A las 4 de la tarde desembocan en la Plaza Mayor (actual Plaza de Mayo) las tropas británicas, mientras cae sobre la ciudad una fuerte lluvia. Los soldados ingleses, a pesar de su agotamiento, desfilan marcialmente, acompañados por la música de su banda y sus gaiteros. El general Beresford trata de dar la máxima impresión de fuerza y ha dispuesto que sus hombres marchen en columnas espaciadas. La improvisada artimaña, empero, no puede ocultar a la vista de la población el reducido número de las tropas invasoras que se presentan ante el Fuerte.

El General británico, acompañado por sus ofíciales, hace entonces entrada en la fortaleza, y recibe la rendición formal de la capital del Virreinato. Al día siguiente, flamea ya sobre el edificio la bandera inglesa. Durante cuarenta y seis jornadas, la enseña permanecerá allí como símbolo de un intento de dominación que, sin embargo, no llegará a concretarse.

Efectivamente. Ninguno de los dos jefes británicos considera que la empresa ha concluido. A pesar del acatamiento formal que les prestan las autoridades, saben que la indignación cunde en el pueblo al verificar que la ciudad ha sido capturada por un simple puñado de soldados.

La resistencia, que no tardará en organizarse, sólo podrá ser enfrentada mediante la llegada de los refuerzos que Beresford y Popham se apresuran a solicitar al gobierno de Londres.


Fuentes históricas consultadas:

* Biblioteca y Achivos del Archivo Historico del Ejército Argentino
* Documentos del Virreynato del Río de la Plata. Archivo General de la Nación
* Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia de la República Argentina.
* Curso de Historia Nacional, por Alfredo B. Grosso. Edición 1934


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