Texto integro de la conferencia sobre La primera guerra carlista y la conquista del castillo de Alpuente ofrecida por D. Alejandro Mohorte en el ayuntamiento de Alpuente el dia 4 de septiembre

Hay quien cree que donde vive nunca pasa nada, e incluso que nunca ha pasado nada. Pero en todas partes ha pasado algo alguna vez. Además vamos a tratar las guerras carlistas, que abarcan todo el siglo XIX español: un siglo caracterizado por los cambios en todos los órdenes, tanto dentro como fuera de España. Fueron cambios sociales, ideológicos y políticos como el liberalismo y las revoluciones burguesas, la emigración del campo a la ciudad y de Europa al resto del mundo, monarquía absoluta y parlamentaria, república unitaria y federal, unificaciones nacionales en Italia y Alemania, hambres, epidemias, revueltas, guerras y la primera revolución proletaria con la Comuna de París. Cambios económicos como el liberalismo del libre mercado, la industrialización, la expansión colonial y la mundialización del comercio y la economía. Cambios tecnológicos como la aparición del telégrafo, el ferrocarril o la fotografía…


 

A esta distancia, la convulsa Europa del siglo XIX no se diferenciaría demasiado de la actual

Con mucha frecuencia la imagen que tenemos de las cosas procede de las películas. A nivel cinematográfico las guerras carlistas apenas han sido tratadas, por decir algo. Apenas salen de refilón en películas como “Donde vas Alfonso XII” dirigida en 1958 por Luis César Amadori, y “Vacas” dirigida en 1992 por Julio Meden. La única película donde las guerras carlistas tienen un papel central es “Crónica de la guerra carlista” dirigida en 1988 por José María Tuduri pero apenas conocida y prácticamente inencontrable, aunque se usaron muchas de sus imágenes para el capítulo correspondiente de la serie “Memoria de España” producida en 2005 por RTVE. Se puede decir que apenas tenemos una imagen de referencia sobre este conflicto, más allá de las boinas rojas. Y es que tampoco todas las boinas eran rojas, sino blancas, azules e incluso también las hubo verdes.

Y… ¿Cómo se vio todo eso desde una población, como Alpuente? Como veremos la propia Alpuente, en Valencia, conoció la guerra dos veces: en 1840 y en 1875. ¿Y cómo lo vio alguien que vivió esa época? Un testigo destacado de todos estos hechos fue uno de los héroes románticos de aquellas guerras carlistas, don Ramón Cabrera, y con él y la misma población de Alpuente vamos a recorrer una historia que es la nuestra.

Muchas cosas no han cambiado. La población valenciana de Alpuente está a mitad de camino entre la ciudad de Valencia y el núcleo carlista de El Maestrazgo: a 95 kilómetros de Valencia, a 8km de Titaguas, a 150km de Cantavieja (Teruel), y a 176km de Morella (Castellón). En aquella época una fortificación era importante: el castillo de Alpuente es el principal de la zona, y junto con el castillo de El Collado o El Poyo a doce kilómetros del anterior y que depende de él controla toda la comarca de la Serranía Alta.

En el rato que vamos a pasar juntos vamos a ver de dónde surgió el conflicto, sus tres fases principales: la rebelión carlista, las grandes expediciones, el principio del final, y como colofón la toma del castillo de Alpuente por las fuerzas isabelinas en 1840.

El origen de las guerras carlistas

Pero, ¿De dónde surgió todo este conflicto?. Durante el siglo XVIII la Corona española había recuperado su posición de potencia internacional, basando su economía en el monopolio del comercio entre América y Europa, y en la producción industrial de las Reales Fabricas. Así exportaba a Europa tabaco, quinina, maíz, patatas y muchos otros productos americanos, mientras a su vez exportaba a los virreinatos americanos productos industriales europeos y los producidos en las “reales fábricas” desarrolladas por los borbones españoles. Pero en 1808 se produce la invasión de España por Napoleón, empezando la “guerra de la independencia” que se alargará hasta 1814. Al terminar, en el Congreso de Viena de 1815, las potencias europeas vencedoras de Napoleón acuerdan la restauración de las monarquías absolutas, y la formación de la “Santa Alianza” que asegure su sostenimiento frente a revolucionarios y liberales.

Cuando el rey Fernando VII vuelve a España en 1814 el país está arrasado: a los muertos por los combates, epidemias y hambre se añade la destrucción total de las “reales fábricas” que abastecían de productos industriales, y desde 1810 la sublevación independentista en los virreinatos americanos ha acabado con el comercio americano. Los liberales controlan el poder desde 1812, apoyados en la burguesía financiera y la Constitución de Cádiz que reduce el papel del rey a una figura decorativa. Pero el pueblo ha luchado por “el rey, la patria y la religión”: para ellos Fernando VII sigue siendo “el deseado” y su retorno el símbolo de la victoria. Las primeras medidas de Fernando VII al volver a España son la recuperación de la monarquía absoluta aboliendo la Constitución de Cádiz de 1812 que limita sus poderes, y manda al general Morillo a América con un ejército para recuperar los virreinatos rebeldes que pronto quedan reducidos a la actual Argentina.

Pero en 1820 un segundo ejército, que debía completar la recuperación de los virreinatos americanos, es utilizado por los liberales para ejecutar un golpe militar encabezado por el general Riego. El golpe de estado liberal triunfa y el rey Fernando VII es obligado a jurar la constitución de Cádiz de 1812 que limita sus poderes, a la vez que garantiza el triunfo independentista en América y la pérdida de los territorios americanos de la Corona española que entonces quedan reducidos a Cuba y Filipinas. Fue entonces cuando Fernando VII dicen que pronunció la frase “Vayamos todos juntos y yo el primero por la senda constitucional”, aunque también se le atribuye la frase “Un rey no tiene honor: no puede permitírselo” que da una idea de su condición de superviviente político a cualquier trance. Quien le llamaba “Rey Felón” y esas cosas, evidentemente no era amigo suyo y sí parte interesada en su contra.

 

El rey Fernando VII

Pero no solo era España: es época de revoluciones en toda Europa. También en 1820 en Italia los “carbonarios” se revelan e imponen una constitución liberal en Nápoles, pero la “Santa Alianza” vigila y en 1821 un ejército austriaco aplasta a los carbonarios y restaura la monarquía absoluta napolitana. En 1823 le llega el turno a España: por encargo de la “Santa Alianza” el rey Luis XVIII de Francia envía al duque de Angulema con el ejército de “los cien mil hijos de San Luis”, ante el cual los liberales se derrumban sin apenas ofrecer resistencia y Fernando VII recupera el poder. Absoluto, desde luego.

Un rey absoluto gobierna nombrando a sus ministros, sin más límites que la moral y las leyes. La moral la controlaba la Iglesia, que podía llegar a excomulgar al rey liberando a sus súbditos de su juramento de fidelidad al monarca. En cuanto a las leyes del reino un rey absoluto podía llegar a cambiarlas pero no podía saltárselas, y el conjunto de leyes del reino eran las “constituciones” en plural sin ser un texto unificado –como sigue siendo vigente actualmente en Gran Bretaña, por ejemplo, que no tiene una Constitución como tal-.

El actual concento de “Constitución”, como un texto unificado que actúa como ley suprema, tiene su origen en las revoluciones americana y francesa de finales del siglo XVIII que buscaban eliminar o reducir al mínimo el poder del rey en beneficio de la nueva élite financiera burguesa de ideología liberal. Sin embargo para la gente común el rey era el defensor del pueblo frente a todo abuso o desgracia, y si el rey perdía su poder ¿Quién iba a defender al pueblo?

El infante Carlos María Isidro

En 1823 tras un primer gobierno absolutista presidido por Víctor Damián Sáez que organiza la represión de los liberales, ya en 1824 el rey encarga formar gobierno a Cea Bermúdez marcando un giro total en su política. Sabe que va a ser el último rey absolutista, y lo será hasta su último día, pero prepara el cambio de régimen. A Fernando VII se le podrá acusar de muchas cosas, pero no de ser tonto. En las “bases de 1823” configura un nuevo modelo de estado: rehace al ejército heredado de la Guerra de la Independencia para asegurarse su fidelidad, sustituye a la Inquisición por un cuerpo de policía moderno, aparecen las primeras leyes de presupuestos para encauzar la economía… y en política dedicará el resto de su reinado a separar tanto a absolutistas como a liberales. Así forma un grupo al que se conocerá como “moderados” que aceptan las reformas económicas de los liberales pero también la autoridad del rey con las mínimas limitaciones. Frente a ellos se erigirán los liberales radicales llamados “exaltados” aunque prefieren hacerse llamar “progresistas” que no aceptan ninguna autoridad real y son obsesivamente anticlericales, y sus contrarios los absolutistas radicales llamados “apostólicos” de su hermano el infante Carlos María Isidro.

Para ello Fernando no duda en reprimir brutalmente a ambos grupos radicales: así por ejemplo en 1828 hace ejecutar tanto a los miembros de la junta organizada por los absolutistas apostólicos en Manresa, como a los mucho más conocidos liberales exaltados Mariana Pineda y Torrijos. Las ejecuciones de opositores políticos, incluso su secuestro y asesinato, eran comunes en la Europa de la época. Para haceros una idea en la película “El húsar sobre el tejado”, dirigida en 1995 por Jean-Paul Rappeneau y protagonizada por Juliette Binoche y Olivier Martínez, podéis ver los escasos miramientos de los agentes austriacos con los nacionalistas italianos y además también aparecen otras constantes del siglo XIX como las epidemias y las algaradas populares.

Pero el problema principal es que el rey Fernando VII no tenía heredero. Así que el 11 de diciembre de 1829 Fernando se casa por cuarta vez, ahora con María Cristina de Nápoles. Para asegurar que la sucesión no irá a su hermano Carlos y sus “apostólicos”, el 29 de marzo de 1830 Fernando VII firma la Pragmática de 1789 que anula la “Ley Sálica” de la dinastía borbónica y restaura la tradicional “Ley de Partidas” castellana que permite reinar a las mujeres a falta de heredero directo masculino: por ella pudo reinar Isabel I de Castilla “La Católica” en el siglo XV. La operación se completa, sin que Carlos María Isidro y sus “apostólicos” puedan impedirlo, cuando el 10 de octubre de 1830 la recién nacida princesa Isabel es proclamada heredera de la Corona española.

 

 

 

 

 

La Reina María Cristina de Nápoles

Pero en el resto del mundo todo estaba en movimiento y no sólo en política: en 1830 se inaugura la primera línea de ferrocarril, la Liverpool-Manchester, en Gran Bretaña. En Francia la “revolución de julio” de 1830 –el telón de fondo del musical “Los Miserables” y de la película “Vidoq” de 2001 protagonizada por Gerard Depardieu- derroca al rey absolutista Carlos X de Borbón, imponiendo en su lugar a Luis Felipe de Orleáns al que se conocerá como “el rey burgués” respaldado por los liberales. También en Inglaterra cambian las cosas, aunque algo más tarde y de forma más tranquila: en 1832 la primera ley de reforma política amplía el derecho al voto en Gran Bretaña, aunque sigue reducido apenas al cinco por cien más rico de la población, dando comienzo a un periodo de reformas en la línea marcada por la ideología liberal que culminarán con la expansión imperialista de Gran Bretaña desde la entronización de la reina Victoria de Inglaterra en 1837 durante su largo reinado. Pero eso no pasa en toda Europa: frente a ellos potencias europeas como Austria, Rusia y Prusia siguen manteniendo el absolutismo real como base de su política. Volviendo a la tecnología de la época en 1833 se instala la primera línea de telégrafo, en la ciudad alemana de Gotinga. Pero al igual que el ferrocarril y la fotografía no empezó a extenderse por Europa, igual que en España, hasta veinte años más tarde.

De todas formas en España el infante Carlos María Isidro y sus “apostólicos” no se rendían y el 18 de septiembre de 1832, aprovechando que Fernando VII estaba gravemente enfermo, consiguen que derogue la pragmática de 1789. Pero no se había dicho la última palabra, aunque el rey estuviera agonizando.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A la izquierda la infanta Luisa Carlota de Borbón Dos Sicilias, y a la derecha el abofeteado ministro Tadeo Calomarde

Ante la situación terminal del rey en octubre de 1832 la reina María Cristina ha de formar un gobierno interino, designando de nuevo al “moderado” Cea Bermúdez para que lo presida, y para calmar los ánimos decreta una amnistía tanto para los liberales exaltados como para los apostólicos. Mientras tanto la infanta Luisa Carlota se apodera del documento de anulación: se presentó en el despacho del ministro Tadeo Calomarde reclamando el documento, él se lo presentó y ella se lo arrancó de las manos, él fue a decir algo y ella le propinó un bofetón antes de marcharse del despacho con el documento. El ministro, ante la cara de pasmo de su secretario que lo había visto todo, dijo la famosa frase “manos blancas no ofenden” dejando correr la cosa. Todo un carácter el de la infanta, que poco después aprovecha una breve mejoría del rey para que firme de nuevo la anulación de la pragmática, y finalmente se promulga el 31 de diciembre de 1832 para que no haya marcha atrás: la niña Isabel será reina de España. Después de eso el infante Carlos María Isidro no puede hacer más que negarse a jurar el reconocimiento de Isabel como Princesa de Asturias, y por ello en junio de 1833 es desterrado a Portugal.

Finalmente el 29 de septiembre de 1833 muere el rey Fernando VII, subiendo al trono su hija de tres años como Isabel II de España. La reina viuda María Cristina establece una regencia como “reina gobernadora”, hasta que la niña Isabel alcance la mayoría de edad y pueda asumir sus poderes como reina, contando con el respaldo de los “moderados” monárquicos y liberales a los que llamarán “cristinos” o “isabelinos”. Frente a ellos el infante Carlos María Isidro no acepta la sucesión y en Portugal se proclama rey como Carlos V con el apoyo de los “apostólicos” que desde entonces serán llamados “carlistas”.

La reina Isabel II hacia 1840, con unos diez años

Pronto los apoyos a uno y otro bando quedan claros: los “isabelinos” tienen el apoyo de las zonas urbanas, de los propietarios de los grandes latifundios del sur, así como de los financieros e industriales entre los que predomina la ideología liberal. Por su parte los “carlistas” tienen el apoyo de las zonas rurales donde predominan los pequeños propietarios y los arrendatarios de tierras, para los que el rey era el protector del pueblo contra toda desgracia y abuso, con el apoyo de la iglesia y con tendencia ideológica tradicional y conservadora. La aristocracia se dividió casi a partes iguales entre uno y otro bando.

 

 

 

 

Primera fase de la Primera Guerra Carlista (1833-1836)

El mismo día 2 de octubre de 1833 en que Fernando VII está siendo enterrado en el panteón real de El Escorial, empieza el levantamiento carlista cuando en Talavera de la Reina (Toledo) el administrador de Correos proclama rey a don Carlos, siendo la revuelta rápidamente sofocada y el administrador de Correos fusilado.

De hecho las guarniciones militares mantienen su fidelidad a la reina regente María Cristina y a la niña Isabel II. La revuelta carlista no se extiende hasta que el coronel Tomás de Zumalacárregui dirige el levantamiento en las zonas rurales de Vizcaya, siendo nombrado el 14 de noviembre de 1833 jefe militar del ejército carlista extendiendo la rebelión por Vascongadas, Navarra y La Rioja. Mientras tanto en el Maestrazgo, la zona del interior de Castellón y el Bajo Aragón, el 13 de noviembre de 1833 se produce el levantamiento carlista en Morella: el 16 de noviembre se une a ellos un joven ex-seminarista de 26 años procedente de Tortosa llamado Ramón Cabrera. Pero apenas unos días después el 8 de diciembre de 1833 los carlistas han de evacuar Morella, ante la llegada de una columna del ejército isabelino que el 10 de diciembre ocupa la población y les derrota en Calanda, siendo capturados y fusilados sus jefes don Carlos Victoria y el barón de Hervés.

Partidas carlistas en el Maestrazgo: de izquierda a derecha aragonés, catalán, tortosino y valenciano

Después de la derrota de Calanda los carlistas han de dispersarse por las montañas del Maestrazgo formando partidas, pero desde marzo de 1834 la partida dirigida por el joven cabo Ramón Cabrera empieza a ser conocida por la audacia de sus acciones contra las fuerzas isabelinas siendo ascendido de grado militar una y otra vez.

Caballería isabelina, primera guerra carlista

El 10 de abril de 1834 la reina gobernadora María Cristina promulga el “Estatuto Real”, un sucedáneo de constitución que limita escasamente los poderes del rey, buscando ampliar su apoyo entre los liberales. Los liberales a su vez siguen divididos entre los “moderados” que apoyan a la reina y “exaltados” radicales y anticlericales. En el exterior también busca apoyos, logrando el 22 de abril de 1834 la firma de la “cuádruple alianza” por el que Francia e Inglaterra reconocen a Isabel II como reina de España. Por su parte las monarquías de Austria, Rusia y Prusia apoyan a los carlistas.

Desde Francia el 9 de julio de 1834 el pretendiente Carlos V cruza la frontera y se une a las fuerzas carlistas sublevadas, establece su cuartel general en Zúñiga (Navarra), y el 11 de junio nombra a Tomás de Zumalacárregui jefe militar de todo el ejército del norte. Pero la guerra parece estancarse tanto en el norte como en el Maestrazgo, mientras se recrudece entrando en una espiral de represalias por parte de ambos bandos.

 

Los carlistas tenían presencia en buena parte de España (zona beige), pero solo predominaban en algunas zonas como en el Maestrazgo, el norte de Cataluña, Navarra y Vascongadas (en marrón) y además sin controlas las principales ciudades (en amarillo)

El 9 de marzo de 1835 el ahora coronel de infantería don Ramón Cabrera toma el mando interino del ejército carlista del Maestrazgo, empezando una serie de victorias sobre las tropas isabelinas que culminan el 23 de abril de 1835 en la batalla de Alloza (Teruel) en que rechaza el ataque del general Nogueras.

Entrada de Ramón Cabrera en Rubielos de Mora

Pero el recrudecimiento de la guerra lleva a que el 27 de abril de 1835 se firme el “convenio de Lord Elliott” para humanizar la guerra organizando canjes de prisioneros, aunque los isabelinos reducen su aplicación al frente del norte excluyendo al Maestrazgo.

La reina regente María Cristina tenía problemas y busca más apoyo entre los liberales: en septiembre de 1835 cae el gobierno “moderado” de Martínez de la Rosa, encargando formar gobierno al “exaltado” Juan Álvarez Mendizábal que el 11 de octubre de 1835 impone su línea ideológica radical antieclesiástica con la “desamortización de Mendizábal” decretando la supresión de las comunidades religiosas, así como la confiscación y subasta de los bienes de la Iglesia. Los edificios religiosos fueron abandonados y saqueados, las tierras fueron compradas por la burguesía acomodada que así apoya a los liberales “exaltados”, pero los arrendatarios de las tierras eclesiásticas -demasiado pobres para comprar nada- pierden las tierras que trabajaban quedando reducidos a la condición de jornaleros y aumentando su apoyo a la causa carlista.

Por su parte Carlos V también tiene problemas, ya que necesita reconocimiento internacional para conseguir financiación y para ello ha de controlar al menos un puerto importante. Pero sus fuerzas, aunque predominan en el medio rural, no controlan ninguna ciudad. Por ello el general del ejército del norte Tomás de Zumalacárregui inicia el 10 de junio de 1835 el primer asedio a Bilbao, defendido por el conde de Mirasol, pero el 24 de junio de 1835 Zumalacárregui es alcanzado por un disparo de los defensores muriendo a los pocos días. Le sustituye el general González Moreno, pero el 1 de julio de 1835 ha de levantar el asedio para enfrentarse al ejército isabelino del general Córdoba que el 15 de julio de 1835 le vence en la batalla de Mendigorría.

El general carlista Zumalacárregui

El 11 de noviembre de 1835 don Carlos nombra a Ramón Cabrera con el cargo de Comandante General del Bajo Aragón, pero el general isabelino Nogueras hace detener a su madre en Tortosa y el 16 de febrero de 1836 ordena que sea fusilada. Semejante atrocidad conmociona a todo el Maestrazgo, y Cabrera desde Valderrobres anuncia represalias que no tarda en empezar a cumplir recrudeciéndose aún más la guerra.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Atrocidades: al nombramiento de Ramón Cabrera (izquierda) como Comandante General del Bajo Aragón respondió el general isabelino Nogueras con la detención y fusilamiento de su madre, que a su vez fue respondido con otras brutalidades

 

Segunda fase de la Primera Guerra Carlista (1836-1837): las grandes expediciones

Tras el fracaso del primer asedio a Bilbao para los carlistas se imponía romper la situación de estancamiento casi a cualquier precio: había que extender la revuelta a toda España para tener posibilidades reales de triunfo.

El primer movimiento es la expedición del general Gómez, que con apenas 3.000 soldados del ejército carlista el 26 de diciembre de 1835 sale de Vizcaya, recorre Cantabria y Asturias, llega a Galicia desfilando por el bastión carlista de Santiago de Compostela. Desde allí cruza todo Castilla-León hasta Albacete, donde en septiembre de 1836 se le une Cabrera desde el Maestrazgo, marchando juntos hacia Andalucía ocupando Córdoba y recorriendo Cádiz, siguiendo hacia Extremadura hasta Cáceres, desde donde vuelve a Córdoba y de allí marcha hacia el norte, volviendo a su punto de partida en Vizcaya el 26 de junio de 1837. La expedición del general Gómez llama la atención internacionalmente y demuestra la debilidad de los isabelinos: durante año y medio ha recorrido España comunicando todos los puntos de rebelión carlista sin poder ser derrotado, pero no ha conseguido su objetivo principal de extender la revuelta.

Mientras la expedición del general Gómez recorría España, en el otro bando en mayo de 1836 la reina regente María Cristina consigue prescindir del “exaltado” Mendizábal, encargando formar gobierno al más fiable “moderado” Istúriz. Pero el 12 de agosto de 1836 el cesado Mendizábal impulsa el llamado “motín de los sargentos” en La Granja que impone a la reina regente otro gobierno de los “exaltados” dirigido por Calatrava, la Constitución de Cádiz que barre los poderes del rey y el retorno a la política antieclesiástica radical.

Tropas carlistas: lanceros y guías de Navarra

El 20 de octubre de 1836 los carlistas inician el segundo asedio a Bilbao, pero el general Baldomero Espartero toma el mando del ejército isabelino y tras la batalla del puente de Luchana el 26 de diciembre de 1836 obliga a levantar el segundo asedio siendo premiado con el título de “conde de Luchana”. La situación se restablece en el norte cuando el ejército carlista del infante Sebastián derrota el 16 de marzo de 1837 en la batalla de Oriamendi (Guipúzcoa, cerca de San Sebastián) al ejército isabelino del general Espartero.

Las grandes expediciones carlistas: la del general Gómez (verde) y la “Expedición Real” con el propio Carlos V (rojo) recorriendo casi toda España

Más al sur el 9 de enero de 1837 Cabrera había dejado la expedición Gómez y vuelto al Maestrazgo, sus fuerzas logran una importante victoria al tomar Cantavieja el 27 de abril de 1836 a la que hace su capital, y en marzo de 1836 avanza hacia Valencia, probablemente entonces entraron en Alpuente si no antes, ocupando en marzo Burjassot casi a las puertas de la ciudad donde Cabrera es acusado de haber hecho fusilar a 700 prisioneros isabelinos.

Después del éxito de la expedición del general Gómez y de la victoria carlista en la batalla de Oriamendi, el pretendiente Carlos V decide encabezar personalmente una gran expedición. La “Expedición Real” sale de Estella (Navarra) el 4 de mayo de 1837 con una fuerza de 12.000 soldados mandados por el infante Sebastián, el triunfador de Oriamendi, atravesando en junio la Rioja y Aragón pasando por el Maestrazgo donde Ramón Cabrera recibe a don Carlos en su capital de Cantavieja, siguiendo la expedición hacia Valencia. Pero el 16 de julio de 1837 en Chiva las fuerzas carlistas del infante Sebastián son rechazadas por el ejército isabelino del general Oráa, debiendo volver al Maestrazgo. Cabrera se une entonces a la “Expedición Real” que desde el Maestrazgo marcha directamente a Madrid, a cuyas proximidades llega el ejército carlista el 12 de septiembre de 1837 emplazándose en Arganda.

La “Expedición Real” carlista con el propio Carlos V cruza el Ebro

 

Con las tropas carlistas avanzando sobre Madrid la regente María Cristina consigue hacer caer al gobierno del “exaltado” Calatrava, e imponer un gobierno de los más fiables “moderados” con una constitución que le da derecho a veto real reforzando su posición. Para los carlistas, a las puertas de Madrid, la “Expedición Real” es el último gran intento para extender la rebelión carlista al resto de España, pero sigue sin extenderse y ante la reforzada posición de la regente se hace una propuesta de pacto dinástico a María Cristina para solucionar el conflicto: que el primogénito de Carlos V, el conde de Montemolín, se case con su prima la reina Isabel II. Finalmente el ejército isabelino del general Espartero llega desde el norte e impone rechazar el pacto, debiendo la “Expedición Real” volver a su punto de partida en Navarra, mientras Ramón Cabrera vuelve al Maestrazgo a finales de septiembre.

Tercera fase de la Primera Guerra Carlista (1837-1840)

En el Maestrazgo las fuerzas carlistas de Ramón Cabrera toman Morella el 26 de enero de 1838, y poco después toman también Benicarló. Desde Valencia el ejército isabelino del general Oráa se moviliza y el 26 de julio empieza el asedio a Morella, pero Cabrera resiste durante un mes hasta que los isabelinos han de levantar el asedio el 24 de agosto de 1838. Por ello Carlos V asciende a Cabrera al rango de teniente general y le otorga el título de conde de Morella. Las operaciones se completan el 1 de octubre de 1838 en la batalla de Maella (Zaragoza) en la que Cabrera, tras un agónico combate en el que ambos bandos llegan a ver rotas sus líneas, vence a los isabelinos del prestigioso general Pardiñas que resulta muerto en combate.

Los grandes éxitos de Cabrera: la toma de Morella y la batalla de Maella

Pero tras seis años de guerra la rebelión carlista sigue sin extenderse al resto de España, y en su capital de Estella en Navarra se debate qué hacer ahora. Entre los carlistas aparecen dos grupos: los carlistas “moderados” que admiten un pacto como solución al conflicto, y los “apostólicos” o “apostólicos puros” que se niegan a toda negociación. En un primer momento predominan los “apostólicos”, pero tras una serie de desórdenes en Estella el pretendiente Carlos V entrega en diciembre de 1838 el mando militar al moderado general Rafael Maroto. Para terminar con los conflictos internos el 17 de febrero de 1839 Maroto hace fusilar a varios jefes “apostólicos”, y eliminada la oposición en abril entabla negociaciones con los isabelinos.

Mientras tanto Cabrera en el Maestrazgo está en la cima de su poder, y la brutalidad de la guerra de represalias ya está fuera de lugar. Entre el 1 y el 3 de abril de 1839 Ramón Cabrera pacta con el general isabelino Juan Van Halen el “convenio de Lézera” o “de Segura” por el que se regulan los canjes de prisioneros y se limitan los desmanes que habían caracterizado la guerra hasta ese momento.

Intercambio de prisioneros durante la Primera Guerra Carlista

En el norte los generales Espartero por los isabelinos y Maroto por los carlistas firman el 31 de agosto de 1839 el convenio o “abrazo” de Vergara, poniendo fin a la guerra en norte. Tras ello, el 14 de septiembre de 1839 el pretendiente don Carlos V con los restos de sus tropas cruza la frontera y se interna en Francia.

El “Abrazo de Vergara” entre los generales Espartero y Maroto

Pero en el Maestrazgo se ve el pacto de Vergara como una traición y Cabrera no lo acepta. La guerra sigue y el general Espartero reúne nada menos que 44.000 soldados isabelinos para enfrentarse a los 20.000 carlistas de Cabrera, desencadenando la ofensiva final desde febrero de 1840, avanzando hacia Alpuente.

La toma del castillo de Alpuente, el 2 de mayo de 1840.

Como dijimos al principio Alpuente está a 95 kilómetros de Valencia, a 8km de Titaguas, a 150km de Cantavieja (Teruel), y a 176km de Morella (Castellón) que eran los núcleos carlistas principales. El castillo de Alpuente es el principal de la zona, y junto con el castillo de El Collado o El Poyo a doce kilómetros del anterior y que depende de él controla toda la Serranía Alta.

El 24 de abril de 1840 el general isabelino Azpíroz recibió la orden de tomar Alpuente, reuniéndose en Titaguas la fuerza de operaciones. Esta fuerza estaba formada por tres brigadas en las que se incluían infantería ligera, fusileros, la tropa de élite de los granaderos, caballería y artillería. La noche del 25 de abril dos compañías del 6º ligero ocuparon la altura de San Cristóbal, donde se iba a construir la batería de la brecha, y el resto de la tropa salió de Titaguas el 26 de abril a las 8 de la mañana.

El castillo de Alpuente, en lo alto del cerro testigo, y a sus pies la iglesia y la población.

Ante la llegada de las fuerzas isabelinas las tropas carlistas se hicieron fuertes en la iglesia y el castillo de Alpuente, abriendo fuego de artillería desde el castillo para cubrir el repliegue del general Palacios. A pesar de su clara inferioridad el general carlista mantuvo sus puestos avanzados en las alturas de los alrededores de Alpuente, preparado para aprovechar la menor oportunidad, mientras concentraba el resto de su fuerza en la aldea de El Collado y el castillo de El Poyo. Por ello de las tres brigadas isabelinas disponibles para el ataque solo una fue dedicada al asedio, y las otras dos con la caballería hubo que destinarlas a la protección del propio asedio frente a la amenaza de las fuerzas del general Palacios. La misma noche del día 26 se inició la construcción de tres baterías de asedio en los cerros de San Cristóbal, el Abrevadero del Fraile al norte y Laudiel. Al día siguiente 27 de abril la obra estaba terminada, subiéndose las piezas artilleras a sus posiciones a brazo esa noche a pesar del fuego de la artillería carlista. A las cuatro de la mañana del día 28 de abril, con el toque de diana, las tres baterías empezaron el bombardeo. 

Infantería isabelina de la Primera guerra Carlista

El fuego de la artillería se centró sobre la iglesia, contra la torre que defiende la entrada al castillo, contra el camino cubierto y contra un baluarte del segundo recinto del propio castillo. Al llegar la noche gran parte de la iglesia estaba destruida, y en la oscuridad los defensores carlistas lograron escapar de los escombros y las llamas uniéndose a los defensores del castillo. Al día siguiente 29 de abril el fuego artillero se centró en el segundo recinto del castillo, y un grupo de granaderos provinciales ocupó la iglesia lo que alarmó a los defensores del castillo que arrojaron grandes piedras y granadas de mano. Esa noche tres compañías de cazadores penetraron en el pueblo, y a pesar del fuego que hacían los carlistas se atrincheraron en la iglesia y las casas inmediatas al acceso al castillo.

Una vez ocupado el pueblo el 30 de abril se cambió de sitio la batería de morteros al cerro de San Cristóbal, la artillería de mayor calibre se dedicó solo a abrir la brecha derribando un sector de la muralla por donde lanzar el asalto de la infantería, mientras se inspeccionaba la base del castillo para hacer una mina. La mina consistía en excavar un túnel hasta la base de las defensas, y bajo ella poner explosivos para volar tanto las fortificaciones como a los defensores que estuvieran dentro. La inspección de los ingenieros dio resultado negativo, que no se podía hacer una mina, pero unos vecinos del pueblo decían que sí era posible debajo de la misma torre. La hicieron ellos mismos bajo la supervisión de los ingenieros, aunque los profesionales tenían poca confianza en el proyecto más allá de lograr una gran explosión que intimidara a los defensores. También se hizo una propuesta de rendición a los sitiados que rechazaron.

Tropas isabelinas desalojan a fuerzas carlistas en una población

Pero a pesar del constante bombardeo los defensores reparaban por la noche lo que los cañones destruían durante el día, con piedras y sacos terreros, y el 1 de mayo hubo que dedicarlo a destruir las obras de reparación que habían hecho los carlistas. Acto seguido se hizo un amago de asalto para ver cómo respondían los defensores, pero se demostró que la brecha abierta aún no era suficiente y los defensores estaban dispuestos a la lucha. Los protagonistas del día fueron dos cornetas isabelinos: los cornetas eran soldados muy jóvenes y los músicos no eran conocidos por su valentía, pero éstos se pusieron a escalar el muro y uno de ellos llegó a colgarse de uno de los sacos terreros que coronaba el muro de los carlistas, hasta que uno de ellos le dio una patada cayendo saco y corneta muralla abajo. Quizá porque los vieron muy jóvenes y desarmados, el caso es que nos carlistas no les dispararon y ambos cornetas volvieron a las filas isabelinas con varias magulladuras pero ilesos y entre vítores, ganándose la felicitación personal del general Aspíroz.

Pero a pesar de los cuatro días de bombardeo constante los defensores no daban muestras de desánimo. Cuando amaneció el día 2 de mayo la brecha estaba otra vez reparada, y además los defensores provocaban a gritos a los atacantes. –Es fácil de imaginar los gritos “¡A ver si subís! ¡Viva don Carlos!”. Para muchos la reina Isabel II a sus diez años era “la niña Isabel”, y como las tropas isabelinas iban mejor equipadas y uniformadas los carlistas les gritaban “¡La niña Isabel nos manda a sus muñecas!”... y cosas por el estilo-. Pero la mina estaba preparada y la fuerza de asalto que debía actuar a continuación también dispuesta al mando del comandante Perurena, el mayor Bañuelos y el capitán de estado mayor Aumada.

El principal escenario de los combates: la iglesia y la subida al castillo de Alpuente

De todas formas para apoyar el asalto se decidió que desde el amanecer la artillería de asedio se concentrara sobre el torreón y las obras reparadas, mientras la de campaña se asentaba en otra batería más próxima en el cerro de San Cristóbal para apoyar el asalto. A las nueve de la mañana la brecha ya era practicable, la columna de asalto formó a cubierto de unas casas con una evidente sensación de impaciencia. Entonces se encendió la mecha de la mina y se produjo la explosión, que no derribó ningún elemento del castillo pero hizo temblar el torreón de tal manera que sus defensores lo abandonaron temiendo su derrumbe.

El general Azpíroz aprovechó el evidente pánico reinante para hacer otra propuesta de rendición, y para su sorpresa se presentó un capitán de los sitiados ofreciendo la entrega del castillo, aunque no aceptó otra condición que respetar la vida de los defensores. Pero parte de la guarnición no estaba dispuesta a la rendición y se sublevó contra sus oficiales, intentando reiniciar el fuego ante lo cual los tiradores de la guardia provincial tomaron también posiciones, pero los oficiales de ambos bandos lograron calmar la situación y hacer acatar el pacto.

Así a las 11 de la mañana del día 2 de mayo de 1840 el castillo había sido tomado. Se rindieron tres antiguos gobernadores de poblaciones carlistas, veintidós oficiales y doscientos veintidós soldados en su mayoría heridos, capturándose tres cañones y 250 fusiles: eran compañías de preferencia, de élite, de los batallones del Turia y habían demostrado su valor en este asedio, como demostraron los cuerpos enterrados por los derrumbes encontrados por los ingenieros al reparar el castillo y el precio pagado por las tropas isabelinas en su conquista. El castillo era una de las plazas más fuertes de la zona, bien abastecido y con una buena guarnición, así que su pérdida era realmente grave para los carlistas.

Los prisioneros fueron trasladados rápidamente a Valencia, y los tres gobernadores capturados fueron encerrados en prisión. La segunda brigada se quedó en Alpuente como guarnición y la tercera en Valdosar, para proteger a los zapadores que debían desescombrar el castillo, mientras la primera brigada con la artillería, el hospital y el cuartel general se retiraron a Titaguas. Por su parte el general carlista Palacios, sin haber tenido la menor oportunidad de intervenir, no tuvo más remedio que retirarse a la sierra de Javalambre y la orilla derecha del Turia, abandonando El Collado y el castillo de El Poyo que consideró sería pronto atacado. Y acertadamente esa era la idea del general Azpíroz, pero las órdenes recibidas fueron avanzar sobre Bejís y el castillo de El Poyo fue dejado atrás.

El final de la guerra

Después de Alpuente el 30 de mayo de 1840 cae la propia Morella tras dos semanas de asedio. Tras estas derrotas Cabrera da la orden de abandonar la resistencia en el Maestrazgo marchando con los restos de sus fuerzas hacia el norte, mientras recoge a su paso partidas de voluntarios carlistas catalanes. Pero la resistencia carlista también se está derrumbando en Cataluña y finalmente el 6 de julio de 1840 cruza la frontera con los últimos 10.000 soldados carlistas internándose en Francia.

El general Ramón Cabrera, en el monumento erigido en Morella

Por fin la guerra ha terminado, y el general Espartero recibe de la reina regente el título de duque de la Victoria. Por su parte Ramón Cabrera en Francia es detenido y confinado por el gobierno francés en los castillos de Ham y Lille, hasta que en octubre de 1840 es puesto en libertad vigilada instalándose en Lyón, donde vive de una pensión del gobierno francés.

Ramón Cabrera apenas tiene 33 años y no ha dicho su última palabra, pero esa ya es otra historia.

El general Baldomero Espartero, el vencedor de la Primera Guerra Carlista

Así acabó la Primera Guerra Carlista. Un conflicto en el que se enfrentaban dos modelos de sociedad, el mundo rural y agrícola de los carlistas en nombre de la tradición frente a la sociedad urbana y capitalista de los isabelinos en nombre de la modernidad, luchando a brazo partido por lo que cada uno de ellos creía que era justo y buscando un futuro mejor. Lo mismo que pasaba por las mismas fechas en toda Europa.

Finalmente fue la niña Isabel la que ganó aquella primera guerra y, casi dos siglos después de aquel primer enfrentamiento, de su victoria nació el mundo en el que hoy vivimos. Por ello hacer diferencias en algo que pasó hace tanto tiempo está fuera de lugar y hoy recordamos a todos aquellos españoles que, con su participación personal desde cualquiera de los bandos, hicieron con sus manos y su esfuerzo parte de este mundo en el que vivimos.

Bibliografía:

Libros:

“Memoria del general D. Francisco Javier de Azpíroz sobre la última campaña de la Primera División del Ejército del Centro” Francisco Javier Azpíroz. Madrid, 1848. Imprenta del Archivo Militar.

“Atlas histórico mundial II” Hermann Kinder y Werner Hilgemann. Edit Itsmo (1990)

“Atlas histórico de España II” Enrique Martínez, Consuelo Maqueda y Emilio de Diego (coord.). Edit. Itsmo (1999).

Artículos:

“Los escuadrones blancos. Húsares carlistas -1833-1840-“ Carlos Canales Torres, ilustraciones Luis Leza Suárez. Revista “Ristre”, año III. Número 14. Mayo-junio 2004.

“Abárzuza 1874: el punto de equilibrio” Carlos Canales Torres, ilustraciones Luis Leza Suárez. Revista “Ristre”, año III. Número 14. Mayo-junio 2004.

 

Enlaces:

http://cabrerayelmaestrazgocarlista.blogspot.com/2009/09/cronologia-de-las-guerras-carlistas-en.html

http://rcrochina.iespana.es/conquista_del_castillo.htm