Alemanes prisioneros en el frente oriental.
¿POR QUÉ PERDIÓ ALEMANIA LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL?
Errores estratégicos del Imperio Alemán durante la Gran Guerra.
A finales del siglo XIX el Canciller Bismarck declaró que el Imperio Alemán era un “Estado satisfecho”, consciente de la situación de primacía que su país había conseguido tras la Guerra Franco-Prusiana, pero tras la muerte del Káiser Guillermo I y el consecuente relevo del Canciller de Hierro, en Alemania empezó a crecer un sentimiento de insatisfacción; ya no resultaba suficiente ser la principal potencia en Europa, también debía serlo del mundo, se merecía “Un lugar bajo el sol” en palabras del nuevo Káiser Guillermo II. El delicado sistema bismarckiano que había mantenido la paz en Europa y la preminencia de Alemania en el continente durante tres décadas se resquebraja, Francia consigue aliarse con Rusia, mientras la indisimulada política alemana de buscar competir con el Imperio británico, junto a la construcción de una gran Armada, conduce a los anglosajones a apartar su tradicional enemistad con Francia, aunque sin comprometerse en una alianza. Con las principales potencias europeas posicionadas con la antigua alianza entre Alemania y Austria-Hungría, se inicia una carrera de armamento por parte de todas ellas, en previsión de una guerra que estallará a raíz del asesinato del Archiduque y heredero al trono Austro-Húngaro Francisco Fernando en Sarajevo. las cartas están servidas.
La invasión de Bélgica.
El plan Schlieffen.
En los planes de guerra alemanes el factor determinante es tener que combatir en dos frentes, llegando a la conclusión de que su mejor opción es invadir Francia para acto seguido atacar a los rusos, en previsión de la lentitud de estos en movilizar sus amplios recursos humanos. Se adopta el Plan Schlieffen, según el cual una reforzada ala derecha germana atravesaría Bélgica con el fin de rodear las defensas francesas y aplastar sus Ejércitos por la retaguardia tras rodear París por el Oeste. Bélgica, un pequeño país cuyas fronteras no han sido delimitadas hasta 1830, y cuya obligatoria neutralidad está respaldada por todas las potencias europeas a raíz del Tratado de Londres, un hecho que parece pasar por alto el Estado Mayor alemán.
A finales de Julio de 1914 los hechos se precipitan; Rusia, el Imperio Austrohúngaro, el Alemán y Francia movilizan sus Ejércitos, y desde París se urge a Gran Bretaña para que se una a la guerra que está a punto de estallar. El Gobierno británico encabezado por Asquith se muestra favorable, pero los contactos con los diversos grupos políticos de la Cámara de los Comunes le hacen ver que no existe una mayoría suficiente para poder declarar la guerra a los Imperios Centrales. El propio Churchill, Primer Lord de Almirantazgo y firme partidario de que Gran Bretaña entre en guerra, escribía el 30 de Julio: "La mayor parte del Gabinete estaba a favor de la paz. Al menos tres cuartas partes de sus miembros estaban decididos a no dejarse arrastrar hacia ningún conflicto europeo a menos que Gran Bretaña fuese atacada, cosa que no era muy probable...". Mientras en Francia se brama contra lo que consideran una traición, la diplomacia alemana piensa haberse anotado un tanto manteniendo al Imperio Británico fuera del conflicto, aceptando como condiciones que su propia flota no navegará por el Canal de la Mancha, que no se anexionará ningún territorio francés en caso de victoria y que no se violará la neutralidad belga. Ante esta noticia el propio Káiser Guillermo II duda, y pregunta al Jefe del Estado Mayor, Moltke el Joven, si no sería posible cambiar el despliegue del Ejército alemán con el fin de mantenerse a la defensiva en el Oeste y atacar en el Este. Moltke, que lleva años estudiando el Plan Schlieffen, responde que es imposible cambiar el dispositivo, y en consecuencia se envía un ultimátum a Bélgica para que permita el paso de las tropas alemanas. La noticia del ultimátum se recibe con alegría entre los partidarios del Gobierno británico deseosos de entrar en el conflicto, es la baza que necesitaban para convencer a la Cámara de los Comunes, y su vez envían un ultimátum al Imperio Alemán para que retire sus tropas de Bélgica, que será ignorado, con la inevitable consecuencia de que Gran Bretaña se uniría a la Entente. Como escribe Sebastian Haffner en su libro “Los siete pecados capitales del Imperio Alemán”, resulta inverosímil que en Alemania no existiese ningún canal de comunicación entre la diplomacia y el Alto Estado Mayor, o como él explica “la mano izquierda no sabía lo que hacía la derecha”, así como que por la posibilidad (finalmente frustrada) de eliminar a un enemigo (Francia) se asegurase uno nuevo tanto o más poderoso (el Imperio Británico).
Pero, ¿tenía razón Moltke cuando aseguró al Káiser que variar el despliegue de las tropas en el último momento no era posible? El General von Staaf, encargado de los transportes militares de todo el Imperio Alemán en 1914, escribió en un libro tras la guerra que hubiese sido factible enviar cinco Ejércitos al Este y tres a la frontera francesa, desmintiendo a Moltke. Si se hubiese actuado de este modo, y conociendo las ventajas que proporcionaba una posición defensiva dado el desarrollo del armamento, es lógico pensar que esos tres Ejércitos ubicados en Alsacia-Lorena (más las reservas que se movilizaron rápidamente durante los primeros meses de la guerra), no hubiesen tenido problemas en mantener sus posiciones frente a los ataques franceses, mientras los cinco Ejércitos enviados al Este, combinados con los efectivos austrohúngaros, hubieran obligado a que el Imperio Ruso se retirase de Polonia bajo el riesgo de que sus Ejércitos quedasen cercados. La guerra hubiese sido larga y dura, pero resulta complicado pensar en otro desenlace que no fuese la derrota final del Imperio Ruso ante el empuje de las Potencias Centrales, hecho que dejaría a una desangrada Francia sola, posiblemente obligada a solicitar la paz ante la imposibilidad de ganar la guerra. Con la invasión de Bélgica el Imperio Alemán dejó pasar su primera y mejor oportunidad de vencer en la Gran Guerra.
Portada del Daily Mail de 5 de Agosto de 1914.
El Plan Schlieffen y la batalla del Marne.
El Imperio Alemán se había disparado en un pie incluso antes de que se iniciasen los primeros combates, pero la superioridad de su Ejército sobre el de sus enemigos le concedería la oportunidad de al menos derrotar a Francia. El General Schlieffen desarrolló el plan que lleva su nombre a principios del siglo XX, modernizándose con diversas adaptaciones después de su muerte. Inicialmente se contemplaba que el ala derecha alemana en el Frente Occidental sería siete veces más fuerte que su centro, pero finalmente Moltke rebajó la proporción a un más prudente 3:1. Pese a la paridad numérica entre los bandos enfrentados en el Frente Occidental, los alemanes demostraron su superioridad cualitativa venciendo a los franco-británicos en la denominada “Batalla de las Fronteras”, poco resolutiva en lo referente a la captura de prisioneros, pero que les permitió iniciar una larga persecución a través de Bélgica y el Norte de Francia de los Ejércitos enemigos en retirada. Su estrategia se vio favorecida por la francesa, el denominado “Plan 17” que pretendía abrirse paso a través de Alsacia-Lorena, concentrando por lo tanto la mayor parte de sus tropas en su propio flanco derecho. Este plan resultó un sangriento fracaso ante las bien parapetadas tropas alemanas del flanco izquierdo, motivo por el Mariscal Joffre dedujo equivocadamente que, dado que ambos flancos alemanes se mostraban tan poderosos, atacaría su centro a través de Las Ardenas, con el único resultado de cosechar otra aplastante derrota, llegando a sufrir los franceses la muerte de 27.000 hombres en un solo día (22 de Agosto), un número mayor que el de los británicos fallecidos en el primer día de la batalla del Somme.
Pese a la preocupación de Moltke por la falta de prisioneros y la inesperada defensa belga, que obliga a dejar atrás un Cuerpo de Ejército, las primeras semanas de combate en el Oeste parecen dar razón a los defensores del Plan Schieffen; los Ejércitos alemanes han rechazado los ataques franceses en Alsacia-Lorena y Las Ardenas, conquistado casi toda Bélgica y persiguen a los franco-británicos acercándose a París, pero pronto empiezan a cometerse los primeros errores. El Ejército ruso se ha movilizado antes de lo previsto y traspasa la frontera en Prusia, venciendo a los germanos en un pequeño combate, que no afecta las capacidades del VIII Ejército alemán, el único presente en el Este. Temeroso ante estas noticias, Moltke empieza a perder los nervios y decide sacar dos Cuerpos de Ejército de su victoriosas tropas en Francia y enviarlos a Prusia, 100.000 hombres que estarán en tierra de nadie cuando más necesarios resultaban en el Oeste, pues cuando quisieron llegar a Prusia el VIII Ejército se había bastado por sí solo para derrotar de forma aplastante a los rusos en la batalla de Tannenberg. Mientras en su flanco izquierdo, exaltado por el éxito defensivo de sus hombres, Moltke ordena que pasen al contraataque, imaginando una batalla de Cannas a gran escala, obviando los planes originales que otorgaban todo el peso de la ofensiva al flanco derecho. Como era de presumir ante las ventajas que ofrece una posición defensiva, la ofensiva no conducirá a ninguna parte y se pierde la ocasión de trasladar tropas a los Ejércitos que avanzan, mientras el ejército francés sí empieza a desplazar hombres de su flanco derecho al centro y al izquierdo, conscientes por fin del peligro que representa el avance germano al norte de París.
Infantería francesa en la batalla del Marne.
Los 100.000 hombres trasladados inútilmente a Prusia, más otros tantos que podrían haberse trasladado del flanco izquierdo, podrían haber ocupado los huecos que el Primer y Segundo Ejército fueron dejando en su avance hacia París, y en cualquier caso hubiesen estado disponibles durante la batalla del Marne y quién sabe si hubiesen podido resultar decisivos, porque en la guerra la concentración de efectivos en el lugar y fecha señalados lo es todo, una lección básica que Moltke no tuvo presente.
La campaña submarina irrestricta.
A principios de 1915 se inició la primera Campaña submarina irrestricta, que se dio por finalizada en Agosto del mismo año por las presiones de EE.UU., para disgusto del Alto Mando de la Armada (dimisión de von Tirpitz incluida), pero el Canciller Bethmann pudo imponer su opinión, pues consideraba que involucrar en el conflicto a EE.UU. era sinónimo de derrota.
Un submarino alemán se dispone a hundir un mercante británico.
A finales de 1916 la situación sobre el mapa de las Potencias Centrales resultaba favorable, continuaban ocupando casi toda Bélgica, el Nordeste de Francia, Polonia y Rumanía, pero los efectos del bloqueo británico se hacían notar y cundía cierto pesimismo en el Estado Mayor, que solo contemplaba la victoria total como fin de la guerra y temía que esta no sería posible a tenor de las restricciones de materias primas con las que alimentar la industria armamentística. La Armada, que nunca había dejado de presionar para reanudar la Campaña submarina irrestricta, vuelve a la carga presentando el memorándum del Almirante Holtzendorff, que sería estudiado por el Estado Mayor y el propio Káiser en la conferencia de Pless, el 8 de Enero de 1917. Dicho memorándum indicaba que la potencia de la Entente radicaba en Gran Bretaña, y que sacarla de la guerra aseguraría la victoria. Para ello había que cortar de raíz los suministros que recibía desde todo el globo, por lo que resultaba perentorio reanudar la Campaña submarina irrestricta, con la idea de que hundiendo 600.000 toneladas mensuales durante un periodo de seis meses Gran Bretaña no podría continuar su participación en el conflicto. También se señalaba que el temor que despertaría entre los países neutrales el hundimiento de mercantes sin previo aviso llevaría a que estos se negasen a navegar en las aguas que rodean las islas británicas, y aunque se reconocía la alta posibilidad de que EE.UU. declarase la guerra a Alemania, se pensaba que para cuando este país fuese capaz de formar un Ejército, el conflicto ya se habría resuelto a su favor. El propio Almirante Scheer prometió al Káiser que ningún soldado estadounidense lograría pisar Europa porque los submarinos darían buena cuenta de los transportes. Solo el Canciller Bethmann se oponía frontalmente a este plan, pero estaba en minoría desde que von Falkenhayn resultó destituido del Estado Mayor tras el fracaso de su plan para aplastar al Ejército francés en Verdún y su puesto ocupado por la dupla Hindenburg/Ludendorff, quienes apoyaban a la Armada sin reservas. Finalmente el Káiser aceptó la reanudación de la Campaña submarina irrestricta con inicio el 1 de Febrero de 1917, para disgusto del Canciller Bethmann, que llegó a exclamar “Este es el fin de Alemania”. No se equivocaba.
"¡Submarinos fuera!". Cartel de una película propagandística alemana de 1918.
En sus memorias el Almirante Scheer escribió tras la guerra que el fracaso de la Campaña submarina se debió a no haberla iniciado antes, permitiendo de este modo que Gran Bretaña se preparase para la misma. Esta afirmación no parece tener mucha base, pues en Febrero se hundieron 554.000 toneladas de mercantes, 600.000 en Marzo y el máximo de 881.000 en Abril, Gran Bretaña no estaba en absoluto preparada para la afrontar la Campaña submarina, pese a que la existencia de planes para que los mercantes navegasen en convoyes escoltados existían desde muchos meses antes, una idea que no hacía más que copiar lo que con gran éxito habían llevado a cabo los españoles durante siglos. El Almirante Jellicoe se oponía porque pensaba que los mercantes no serían capaces de navegar en formación y que los accidentes por abordaje causarían más pérdidas que los propios U-Boote, pero ante el elevado número de hundimientos durante los primeros meses de la Campaña se terminó por adoptar con gran éxito, lo que unido a que los buques neutrales nunca de dejaron de navegar con destino a Gran Bretaña, hicieron fracasar la Campaña submarina irrestricta. Al igual que en 1914, por la posibilidad, nuevamente frustrada, de sacar del tablero de juego a un rival (Gran Bretaña) Alemania se aseguraba uno nuevo y más poderoso (EE.UU.), una postura estratégica difícil de justificar.
La Revolución Rusa y las Ofensivas de Primavera.
Encuentro de las delegaciones alemana y soviética en la estación de tren de Brest-Litovsk.
Una última esperanza, sino ya de vencer, al menos de no resultar completamente derrotados, se ofrece al Imperio Alemán cuando estalla la Revolución Rusa, con el consiguiente colapso de su Ejército durante 1917, aunque el Tratado de Brest-Litovsk no se firma hasta el 3 de Marzo de 1918, acuerdo por el cual las Potencias Centrales se aseguran la producción agrícola tanto de Ucrania, como de Rumanía y los Estados Bálticos, además de materias primas como el carbón de la cuenca del Donetsk e incluso el manganeso de Georgia. Por entonces Alemania todavía cuenta con casi cinco millones de soldados y tiene dos alternativas tras vencer en el Frente Oriental, una actitud defensiva o intentar una victoria completa en el Frente Occidental antes de que los millones de hombres que se están entrenando en EE.UU. puedan decantar la balanza. Se rechaza la primera porque el Estado Mayor, con Ludendorff al frente, no concibe otro resultado que no sea una paz victoriosa, aunque quizá un mando más realista hubiese entendido que para entonces esta opción resultaba imposible, y se hubiese podido intentar negociar una paz que contemplase el abandono de Bélgica y un plebiscito en Alsacia-Lorena a cambio de algunas ventajas territoriales en el Este.
Unidad alemana de Stoßtruppen.
Una vez decidido atacar en el Frente Occidental se trasladan allí a todos los hombres menores de 35 años y son entrenados en las tácticas de las stosstruppen (tropas de asalto), que tan magnífico resultado habían ofrecido en las batallas de Riga y Caporetto. Aunque sin duda seguía resultando necesaria la presencia de un poderoso Ejército en el convulso Este para asegurar la fidelidad de los nuevos Estados creados tras Brest-Litovsk, de modo un tanto incomprensible se deja un millón de hombres en el Frente Oriental, una cifra demasiado elevada cuando te estás jugando toda la guerra a una carta en Occidente. Aún así por primera vez durante el conflicto los alemanes cuentan con superioridad numérica frente a sus adversarios en el Frente Occidental, más de 3.600.000 hombres encuadrados en 191 Divisiones frente a 178 de franceses, británicos y pequeños contingentes de países aliados como Bélgica. Italia y Portugal. Tras estudiar varias alternativas el plan consistirá en atacar en la zona de unión de los Ejércitos francés y británico, penetrando las líneas de estos últimos para separarles de sus aliados y obligarles a retirarse hasta el mar. Para la denominada Operación Michael los alemanes concentraron 77 Divisiones y 6.000 piezas de artillería, que solo durante el primer día de la ofensiva dispararon un total de 3,2 millones de proyectiles, destrozando la primera línea británica, que resultó quebrada por el avance de los stosstruppen, aunque pronto la defensa se fortaleció en la segunda y tercera línea y llegaron refuerzos franceses, por lo que tras 16 días de ofensiva los alemanes tuvieron que detenerla. El éxito táctico era rotundo, se habían ocupado 3.100 Km cuadrados de territorio enemigo, diez veces más que los británicos durante los tres meses de la batalla del Somme, pero no se había conseguido ningún éxito estratégico al quedarse las tropas a 16 Km del centro logístico de Amiens, además de formarse un gran saliente que creó problemas logísticos, donde las improvisadas fortificaciones de campaña eran mucho menos poderosas que las del punto de partida en la Línea Hindenburg y sus flancos resultaban vulnerables. Aunque la gran ofensiva había causado 255.000 bajas a los franco-británicos los germanos habían sufrido a su vez 239.000, la mayor parte entre las escogidas tropas de asalto, amén de que los primeros recibían todos lo meses refuerzos llegados desde EE.UU. mientras los segundos ya no podían cubrir sus bajas, lo que llevó a exclamar al Mariscal Hindenburg que “La batalla en Francia ha terminado” y que “Una operación sin un punto focal es como un hombre sin carácter”. Quizá había llegado el momento de retroceder a las posiciones iniciales e intentar negociar una paz lo menos gravosa posible para el Imperio Alemán, pero Ludendorff continuaba siendo optimista y desde principios de Abril hasta mediados de Julio lanzó otras cuatro ofensivas, con el mismo resultado de limitados éxitos tácticos pero ninguno estratégico, creando nuevos salientes que extendieron las líneas alemanas de tal modo que, cuando se iniciaron los contraataques aliados a finales de Julio, estas cedieron en varios puntos. Tras haber prometido a sus tropas que las Ofensivas de Primavera les llevarían a la victoria, la constatación de que sus esfuerzos no habían servido de nada quebró la moral de muchos hombres, impidiendo una defensa firme y prolongada que permitiese negociar en condiciones más favorables. En lugar de ello Alemania se vio abocada a firmar un armisticio que era un reconocimiento de su derrota, ratificada en el humillante Tratado de Versalles.
Bibliografía.
David Stevenson. “1914-1918 Historia de la Primera Guerra Mundial”.
Sebastian Haffner. “Los siete pecados capitales del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial”.
Bárbara Tuchman. “Los cañones de Agosto”.
Max Hastings. “1914: El año de la catástrofe”.
Vicente Castroviejo. “Submarinos alemanes en la Gran Guerra”.
Hew Strachan. “La Primera Guerra Mundial”.
Reinhard Scheer. “Germany's high sea fleet in the World War”.
Desperta Ferro. “Kaiserschlacht”
Foro de Historia Militar “El Gran Capitán”.
Foro de discusión:
https://elgrancapitan.org/foro/viewtopic.php?f=97&t=26092
Lectura recomendada: