El gélido viento ártico se coló en el cobertizo cuando el Unterfeldwebel Topper entró tras realizar la lectura de los aparatos de la central metereólogica que se mecía en el exterior de aquel húmedo chamizo prefabricado.

- ¡Joder, Markus! No cambiaría un metro cuadrado de la finca de mis padres por toda esta jodida isla y su asco de verano.

El otro hombre que estaba sentado frente a un radiotransmisor en el cobertizo sonrió. No sabía si lo que le hacía sonreir era el cerrado acento bávaro de su compañero o la inocencia con la que éste se refería a este verano ártico que a él, veterano de varias misiones en Groenlandia, le parecía inusitadamente benévolo con los 5 grados que se estaban alcanzando estos días al mediodía y que eran los causantes del enfado del suboficial alemán.

-Me parece que lo que a ti te cabrea es que no haya por aquí esquimales para guiñarles un ojo. Si te ves muy mal puedes probar con un oso. Por cierto, Topper, ¿cómo ha ido la lectura?

El robusto pelirrojo asintió varias veces mientras se frotaba las manos frente a la estufa de gasóleo.

-Las altas presiones se confirman en el "Yunque" para la primera semana de Agosto. Puedes comunicar a Thor que es seguro el golpe del Martillo.


Una ardiente bocanada del Averno entró por la puerta detrás del sudoroso Tenente di Vascello Bettini. Era 22 de Julio y Lorenzo batía sin compasión las semidesiertas calles romanas. El recien llegado se aproximó al soldado que estaba dormitando sobre la silla detrás del mostrador. Al llegar al ajado mueble de madera carraspeó sacando del duermevela al imberbe muchacho que alarmado se levantó cuadrándose y atusandose el uniforme en único y descoordinado movimiento.

-Hola, soy el Tenente di Vascello Bettini, el almirante Gatusso me ha mandado llamar.

El soldado guió al oficial subiendo unas hermosas escaleras de mármol y a traves de largos pasillos donde las gruesas moquetas aportaban más pesadez al ambiente, ya de por si cargados por los 40 grados que había en el exterior. Al llegar a una puerta de oscura caoba el soldado abrió un poco la puerta e informó al hombrecillo con gafas y de marcado aspecto de roedor que estaba atrincherado detras de una enorme mesa que contrastaba con su propio tamaño de que el Tenente di vascello Bettini ya había llegado.

-Gracias Mauro, dile que pase.

Bettini entró en el pequeño despacho del secretario del almirante caminando hacia el diminuto hombre que le tendía la mano y que se había puesto en pie.

-Me alegro de conocerlo, dijo, agitando la mano de Felipe Bettini. Le anunciaré, no conviene impacientar a su excelencia.

Bettini vió cómo el personajillo desaparecía detras de la puerta y oyó como anunciaba al almirante su presencia.
Una voz grave proveniente del despacho le invitó a entrar.

-Bien, Bettini, nos ha llegado un radio desde Berlín, -comenzó el almirante despues de que el secretario desapareciese cerrando tras de si la puerta-. Según les ha informado su estación de Groenlandia tendremos altas presiones y calma absoluta en la primera semana de Agosto. Lanzaremos la operación "Gens" el 5 del próximo mes para aprovechar la luna. Veo que ha traído todo, dijo el almirante mirando el abultado maletín de piel marrón que había traido nuestro protagonista.

-Así es mi almirante, aquí esta todo, no sólo la orden de la operación sino también los últimos informes de inteligencia acerca de la fase "Tribu" de la misión. Respecto a nosotros, los muchachos y los torpedos están preparados. El Fieramosca está desde hace tres días preparado para salir desde La Coruña. Y respecto a mi unidad, todos los hombres están deseosos de entrar en combate, seis meses de preparación han sido largos... casi excesivos.

-Comprenda que sólo tendremos una oportunidad de dar este golpe, no volveremos a coger al enemigo por sorpresa. Y es necesario que comprendan que la guerra también va con ellos. Este estado de las cosas es intolerable... Además el Duce está deseoso de dar un golpe de efecto al vanidoso cabo del norte. Ya sabe, el honor de la nación está en juego. Los alemanes piensan que lo que tratamos de hacer es introducir espías... ¡Menuda sorpresa se van a llevar!

La alocución del almirante se vio interrumpida por el chirriar de la manilla que era el anuncio de la llegada inminente del tercer protagonista de la reunión, el Comandante Signori de la Regia Aeronautica. Después de las protocolarias presentaciones, el recien llegado se sentó junto a los otros dos oficiales no sin antes presentar las más cumplidas excusas por el retraso, achacable a la casi imposibilidad de encontrar un taxi disponible en toda la ciudad ¡40 grados a la sombra era un poderoso argumento para no desplazarse a pie!

-Mi comandante, -dijo Bettini mientras extendía al aviador un pesado dossier de folios-. Le ruego que después de leerlo me lo entregue y huelga decir que la discreción es una piedra angular de esta operación.

-Eso es una obviedad... dijo Signori en un tono que evidenciaba enojo por el comentario de su colega.

Tras dos horas de lectura absorta en el que goterones de sudor se le deslizaban bajo el cuello de la camisa, el comandante Signori despegó por fin los ojos del dossier. Señor mío, esto es una puta genialidad, -dijo Signori en un tono que describía la euforía que le había causado la lectura del plan-. ¡Si esto sale se hará merecedor de la Medalla del Oro!

Bettini se sonrojó ante el halago, y no pudo dejar de admirar la nobleza de ese hombre que pese al roce anterior no dejaba de reconocer unos méritos que ante él se presentaban.

-Bueno Signorí, nosotros tenemos a nuestros hombres preparados, esperando por los suyos... ¿Cómo van sus preparativos? -dijo el almirante al que el arranque de entusiasmo del joven comandante había placido sobre manera-.

-Los dos hidros están preparados, las tripulaciones son las mejores que se pueden encontrar en Italia y España. El teniente Ferrari es un veterano de la Gran Guerra. Entre las dos guerras estuvo en el Pacífico volando en una pequeña compañía en la Polinesia Francesa. Regresó para presentarse voluntario para el servicio en España. Es tan buen piloto que podría amerizar y despegar en un vaso de grappa.

-¿Que hay del español? -inquirió Gatusso despues de escuchar el perfil del piloto que llevaria al grupo "Rómulo" hasta la zona de operaciones-.

- ¿El teniente Novoa? No hay piloto más valiente. He volado con él muchas veces. Ha participado en 50 rescates de aviadores abatidos, en una ocasión descendió en el medio de un convoy para rescatar a una tripulación alemana abatida que era perseguida a cañonazos por una corbeta inglesa. Créame, no hay mejor piloto de hidro en toda Italia.

- Lo dice usted tan convencido que he de creerle. Bien, si todo está preparado saldrán ustedes para España mañana mismo. Sus hombres llegarán en unos días junto a todo el equipo. En La Coruña les espera el capitán de Artillería Muíños que les facilitará todo durante su estancia en esa ciudad. Daremos orden al Fieramosca para que parta hacia su zona de espera, si algo le ocurriera a nuestro buque, hay un submarino de abastecimiento alemán con carburante para hidroaviones en las inmediaciones... pero sinceramente, me fastidiaría tener que pedirles ayuda a los alemanes en esto.

La tarde había comenzado a caer y parecía que el Sol daba una tregua a los romanos que, como si de una legión de noctámbulos se tratase, comenzaban a poblar las calles de la Ciudad Eterna a la caída de la noche. Bettini llegó a la habitación de su hotel y se sentó sobre la cama mientras lanzaba sus zapatos a la otra esquina de la habitación y se desabrochaba la corbata. Se iba a duchar e iría a tomar una copa de vino de Chipre al bar de la azotea. Quién sabe, tal vez podría conocer a alguna de esas hermosas chicas nórdicas del Comite Internacional de la Cruz Roja que se hospedaban en la planta de arriba. ¿Quién sabe? Quizás Heros quisiera sonreirle, puede que por última vez.

Al día siguiente Felipe Bettini se encontró con el comandante Signori en la estación Termini de Roma, que toma el nombre de las cercanas termas romanas de Diocleciano, desde donde tendrían que coger un tren que les llevaría hasta Madrid, y allí tomar un avión hasta la hermosa ciudad de cristal que, a esas alturas de la guerra, se había convertido en un importante puerto militar para los medios sutiles italianos merced a un acuerdo secreto suscrito entre los gobiernos español e italiano para el uso del territorio nacional para repostar buques y aparatos italianos que, obviamente, vulneraba en todo punto la neutralidad española.

Tras tres días de agotador viaje nuestros dos oficiales descendían por la escalerilla de un Do-17 en el coruñés aeródromo de Alvedro y allí se toparon con una figura que esperaba erguida junto a la cabecera de la pista. Los dos poderosos motores del bombardero fueron perdiendo potencia hasta acallarse por completo mientras los italianos se presentaban voz en grito al artillero español. Este les subió en un coche y los llevó hasta el tinglado portuario donde tendría su base el grupo italiano. El capitán español les dijo así mismo, que el resto del grupo llegaría esa misma noche en vuelo con los dos hidros. Así pues, a la noche siguiente, se juntarían con sus hombres y les explicarían los pormenores de la inusitada misión que llevarían a cabo el 5 del més de agosto. Después de dormir toda la mañana, los dos oficiales dirigieron al grupo de soldados españoles que habían sido puestos a su disposición para adecentar y despejar aquellas semiabandonadas naves en la que hubo que preparar un espacio para taller y una sala de reuniones.

Una humeda brisa procedente del mar soplaba en la bahía coruñesa cuando la paz de aquella noche de verano se vió truncada por el belicoso bramar de los ocho poderosos propulsores Piaggio P.XII RC.35 que impulsaban a aquellos dos colosales albatros que se disponían a amerizar en el puerto en el medio de la noche. Los dos CANT Z.511, auténticos titanes, que ya se acercaban navegando sobre sus flotadores hasta el punto de amarre donde se encontraban los dos latinos conformaban un espectáculo digno de ser visto, sobre todo a Bettini acostumbrado a ver las familiares siluetas de los hidros Imam a bordo de los buques de la flota, estos gigantes le parecian unos monstruos ascendidos de alguna tenebrosa mazmorra. Al irse acercando al muelle, Bettini pudo reconocer a alguno de sus hombres sobre las alas y flotadores realizando las labores marineras propias del atraque. A los quince minutos los cuatro pilotos de las dos aeronaves saltaban a tierra junto a los dos oficiales de marina jefes de "Rómulo" y "Remo". Tras dar novedades los ocho oficiales se reunieron en un corrillo mientras sus hombres esperaban a discreción.

-Bien, -habló Bettini como coordinador de la misión-, despues de descargar sus cosas cenen algo y vayanse a dormir. Mañana ustedes y sus hombres tendrán el día de asueto hasta despues de la cena en la que nos reuniremos y les expondremos los pormenores de la operación.

El día siguiente transcurrió de forma alegre con el grupete compuesto por los 8 marinos y los 8 aviadores que conformaban la expedición recorriendo las tabernas de las calles más próximas al puerto, como las de la calle de los Olmos, descubriendo con estupor y repugnancia que en esa tierra se comen pulpos y que el vino que beben es ácido y de un gusto al que tarda a hacerse el paladar de los extranjeros. No obstante el buen humor de los latinos era contagioso y se bebieron no pocas tazas de vino de Betanzos. A pesar del desenfado todos eran conscientes que se debía mantener la compostura y la discreción, sobre todo por temor a los espías, especialmenete a aquellos de redondeadas formas y lánguida mirada, como los definiría el gran maestro Luis de la Sierra.

Un silencio tenso reinaba en la improvisada sala de juntas, los 16 hombres aguardaban la llegada de los dos oficiales superiores que debían de explicarles la misión tan importante que llevarían a cabo unos días más tarde. Tan solo sabían que lo que iban a hacer podía tener consecuencias muy importantes en el devenir de la guerra y que la misión era peligrosa, se habían pedido exclusivamente hombres voluntarios y sin familia a su cargo, por tanto las posibilidades de volver eran escasas. Nada de ello amedraba a ninguno de aquellos 8 marinos ya todos fogueados en numerosas incursiones submarinas a pesar de su juventud. El sargento Totti, un giganton ligur que antes de la guerra había destacado en el equipo olimpico de natación, había regresado nadando al petrolero Olterra, buque amarrado en Algeciras y que albergaba una base secreta de torpedos humanos italianos desde donde atacaban frecuentemetnne el puerto de "La Roca" manteniendo a flote a su cabo buzo desde Gibraltar. Y ésta sólo era una de las muchas historias que tenían de bagaje aquellos aguerridos hombres que formaban el grupo seleccionado por Bettini. Todos se pusieron en pie cuando los dos oficiales entraron en la sala.

-Siéntense por favor, -dijo Signori como oficial más antiguo-. A continuación el Tenente di Vascello Bettini les informará de la misión propiamente dicha.

-Bien, caballeros, la misión que nos ocupa es dar un golpe de mano contra el corazón y alma del enemigo... El puerto de Nueva York.

Un murmullo de excitación recorrió toda la sala.

-Es por ello para lo que han sido adiestrados durante los últimos seis meses. Bien, el plan es sencillo, cruzarán el Atlántico en los dos hidroaviones. Habrá dos equipos "Rómulo" que mandará el sottotenente Visconti y "Remo" al mando del Sottotenente di Vascello Pagliuca. Solo los "Maiale" de Remo llevarán carga, Rómulo llevará equipo. A 5 millas de la costa seran lanzados, debiendo alcanzar el puerto de Nueva York por sus medios y una vez allí tendrán discrecionalidad para atacar cualquier blanco de oportunidad.

-Mi comandante, -interrumpió Pagliuca-, no hay posibilidad de regreso... luego nos tendremos que rendir....

-Déjeme acabar, Pagliuca, todo a su tiempo. Una vez consumidas sus cargas comenzará la fase denominada en clave "Tribu". Deberan dirigirse al colector de aguas residuales al este del puente de Brooklin, -dijo señalando en una foto aérea del área tomada antes de la guerra durante el raid de Balbo y sus Savoia catamaranes-. Una vez allí deberán remontar el conducto hasta un ensanche donde les estarán esperando el nucleo de apoyo "Capitolina", que son miembros de la mafia italiana de la costa Este de los Estados Unidos. Allí, con el equipo transportado por Rómulo, deberán montar un taller para la elaboración de cargas destinadas a ser colocadas en los buques del puerto en sucesivos ataques que llevarán a cabo los nadadores del grupo. Es ahí donde entra usted, Lucio, -dijo señalando al buzo mecánico que acababa de entender el por qué lo necesitaban en una misión de estas características-. Durante todo el período que pasen en Nueva York serán ocultados y protegidos por las familias italianas, quienes a su vez les proveeran del explosivo para elaborar las cargas. Las cargas llevarán un sistema de tiempo con una hélice, de manera que las cargas sólo detonen cuando el barco se halla adentrado varias millas en el mar de forma que no puedan descubrir qué provocó la pérdida del navío.

Las miradas de incredulidad cruzaron la sala

-Aunque les parezca increíble, en Alejandreta el agregado naval Ferraro, en realidad un Alférez de Navío de la X Escuadrilla MAS, ha hundido 24.000 toneladas de mercantes de esa manera. Pero tú eres mejor, Rodrigo.

-No lo dude, mi comandante, -respodió el sargento Totti orgulloso del comentario de su jefe-.

-Bueno, hasta aquí mi parte, mañana les daré a los jefes de los torpedos la documentación necesaria. Cedo la palabra al comandante Signori jefe de la parte aérea de la operación.

-Bien, nosotros depegaremos a la noche del día 4 de Agosto y nos dirigiremos a un punto del Atlántico Central donde contactaremos con el sumergible Ettore Fieramosca del cual repostaremos. Para encontrarnos con el submarino tenemos una ventana de 3 horas en la que debemos contactar con él. Una vez repostados volaremos hasta amerizar a 50 millas de la costa punto desde el cual nos dirigiremos navegando para evitar el RADAR hasta el punto de lanzamiento de los torpedos.

-El veterano Ferrari asintió metiendo los labios. Nuestra parte es más simple, -acabó por decir-.

-Bien señores, mañana será un dia duro, si no hay preguntas pueden retirarse. -Todos se levantaron y se encaminaron hacia el área de vida donde antes de asearse comentarían la misión. Solo Pagliuca se quedó rezagado-.

-A la orden mi comandante...

-Dime, Pagliuca.

-Verá usted, no lo quise decir delante de los hombres, pero...

-Hable de una vez, hombre.

-Que son delincuentes, mi comandante, que voy a fiar la seguridad de mis hombres a unos delincuentes. Comprenda usted que no me parece una idea muy tranquilizadora...

-Ojalá pudiera darle más seguridades, pero piense que también los delincuentes tienen patria. Descanse. Y cuide de los hombres, ande.


Los días siguientes fueron de un total ajetreo en el grupo italiano, preparando hasta los más mínimos detalles de la misión. El ambiente era bueno y tal vez como modo de aceptar lo inevitable, cada día que pasaba más crecía la confianza del grupo de italianos. El Prima Classe Scelto Lucio comprobaba una y otra vez los útiles y herramientas que llevaría en los arcones de su torpedo en vez de las cargas. Pagliuca y Visconti memorizaban la cartografía del puerto mientras los hombres no descuidaban su instrucción física y revisaban compulsivamente sus monturas. Finalmente, la tarde del día 3 quedaba todo cargado y dispuesto en los hidroaviones.

-Mi comandante, está todo listo. Mañana partiremos a hacer historia para la Nación.

-Bien, Visconti, bien. Tómense el resto del día libre. Diviértanse pero con moderación, que mañana Italia los necesita con los cinco sentidos.

A pesar de la invitación del mando ninguno de los hombres salió aquella tarde. Como si se tratasen de caballeros medievales que velasen sus armas, ninguno se alejó del muelle donde amarrados a tierra se mecian cual manta rayas los dos soberbios hidroaviones. Al final del día los innumerables pensamientos que en aquellas horas pasaron por las cabezas de aquellos bizarros hombres se vieron condensadas en 16 cartas de despedida que, a su debido tiempo, alcanzarían el país transalpino por valija diplomática. Al marinero buzo Marinetti lo que más le abrumaba era la posibilidad de permanecer dias, semanas, meses, quién sabe si más en un auténtico inframundo de tinieblas... no tenía certeza de poderlo superar sin enloquecer. Ojalá sus padres rezasen mucho por él.

Un fino orvallo acariciaba las olas de la bahía coruñesa en aquella fresca madrugada de Agosto. Un puñado de hombres se introducía en los albatros de metal que ponían sus motores en marcha, en un principio con sus sonidos estertóreos hasta quedar finalmente compasados en un monótono rugir. Sólo dos figuras resguardadas en gabardinas permanecían en el muelle. De pie permanecieron mientras los gigantescos hidros desatracaban y se alejaban progresivamente del muelle. De pie permanecieron mientras los poderosos pájaros tomaban velocidad en las negras aguas del mar. De pie permanecieron cuando los dos Z.511 se elevaban rumbo a lo incierto. Y de pie, mudos, silentes con las manos en los bolsillos permanecieron hasta mucho tiempo después.

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