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Charles Orde Wingate, nacido en la India en, 1903, fue uno de esos personajes de leyenda que parecen darse exclusivamente en Inglaterra. El Imperio Británico fue como un caldo de cultivo excepcional para genialidades como Gordon «El Chino» o Lawrence de Arabia. Wingate pertenecía  a esta misma raza y, curiosamente, estaba emparentado con el último. Como todos los jóvenes de su generación, creyó  en el mito de su lejano primo y hasta cierto punto imitó sus pautas de conducta: aprendió prontamente a hablar  árabe, y gustó a menudo de vestir ropas de beduino. Pero tal adoración, terminó tempranamente, y Wingate se convirtió, más tarde, en severo crítico de la obra de Lawrence.

A pesar de ello, no puede dejar de establecerse una analogía entre ambos héroes. Los dos eran de cuerpo menudo, descuidados en el vestir, austeras costumbres y misóginos a carta cabal. Ambos buscaron en Oriente-Medio campo para sus andanzas y ambos fueron, por encima de todo, soldados de fortuna: Lawrence, el intelectual, el arqueólogo, desarrolló con sus beduinos una guerrilla original, de su propia invención. Y Wingate, brillante teniente de Artillería salido de Woolwich en 1928, se apartó prontamente de la ortodoxia militar para realizar un tipo de operaciones de corte análogo a las de su primo.

Al contrario que Lawrence, que era  un soñador, que adoraba el desierto y sus habitantes y la  causa árabe fue su única causa, Orde Wingate  era  un megalómano genial; un carácter eminentemente psicopático. Persiguió la gloria y el triunfo allí donde pudieran hallarse hasta que dio con ellos. Los métodos de combate que enseñó y practicó son los que hoy día se practican por las contraguerrillas: la penetración de grupos fuertemente armados y repostados por vía aérea, en zonas hostiles. La creación de  los chindits, fue su último proyecto que llevó a cabo en Birmania y cuyas experiencias sirven hoy de lección en numerosos centros de «rangers», boinas verdes, operaciones especiales, contrainsurgencia, etcétera.

El primer destino del teniente de Artillería Wingate, en 1928, fue la Sudan Defensa Force. Sin duda que en su decisión influyó su admiración por otro de sus parientes ilustres, sir Reginald Wingate, que era «Sirder» o Gobernador General en Khartum durante la Primera Guerra Mundial. Pero Orde no permaneció en la capital, sino que fue remitido a la frontera con Abisinia, donde se le asignó una función singular: perseguir y atajar el tráfico de esclavos y de colmillos de elefante. Era una misión puramente decimonónica... lo que cuadra perfectamente a casi todas las acciones de Wingate. Abisinia, era entonces un Estado aun feudal. Los guerreros amharas de Bagembar, Gojam y Walaga descendían al valle del Nilo como cazadores furtivos de elefantes. En todo el Africa oriental, el comercio de marfil y de esclavos era complementario: los segundos servían, en primer lugar, como medio de transporte de aquél, y sólo en segundo para ser vendidos a los árabes o, en el caso de Abisinia, en los mercados de Addis y Gojam.

Fue en Sudán donde dio forma a sus teorías sobre la guerra irregular. Allí aprendió a moverse por un. territorio de naturaleza hostil, poblado de enemigos crueles y sin escrúpulos. Descubrió, además, una de sus más curiosas virtudes: un portentoso sentido de la orientación que lo llevaba a conducir a sus soldados a cualquier punto, sin perderse ni a la ida ni al regreso.

Uno de los condicionantes más negativos de Wingate es que  nunca tuvo aprecio a la vida humana. La suya propia la puso en peligro continuamente; varias veces estuvo a punto de perecer y el accidente de aviación que definitivamente, le costó la vida, se produjo como una consecuencia de su rutina de afrontar el riesgo.

La actividad de Orde fue  extraordinaria. Con sus pelotones de sudaneses, rastreó la jungla, tendió emboscadas, obtuvo información, y actuó implacablemente con sus prisioneros. Su base estaba en Roseires adonde volvería con Halie Selassie en 1941. La experiencia que lo proporcionaron sus expediciones de perseguidor de depredadores serían fundamentales. Fue en Sudán donde dio forma a sus teorías sobre la guerra irregular. Allí aprendió a moverse por un. territorio de naturaleza hostil, poblado de enemigos crueles y sin escrúpulos.

Dispuesto a actuar con eficacia, persiguió a los amharas dentro de territorio abisinio, y no dudó en matar fríamente a supervivientes molestos, cuyo testimonio hubiera producido complicaciones internacionales.

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En 1937 había creado en Palestina, entonces bajo mandato británico, unos pelotones de «comandos» con. los judíos de los kibbutz, a los que había denominado «Special Night Squeds» (SNS) o Escuadras Especiales Nocturnas. La actuación de los SNS en defensa de las comunidades judías contra los ataques de los árabes palestinos no hubiera tenido especial relevancia de no ser porque de sus cuadros iban a salir los generales del primer ejército israelita: el Tachal o Ejército de Israel.

En Palestina, Wingate pudo actuar con entera libertad de acción gracias a su facultad para convencer al general en jefe, Wawell, de que fortaleciendo a grupos judíos, protegerían instalaciones británicas (oleoducto y refinaría da Haifa)

Así contempló la llegada de Wingate el que había de ser el más famoso de sus discípulos: Moshe Dayan.

Dayan, Zvi Brenna y un pequeño grupo de «sabras» fueron los primeros reclutas de las SNS. A ellos fueron dirigidas unas instrucciones geniales, como aquella que decía: «No hay que preocuparse por el número de enemigos. Si ellos son doscientos y vosotros veinte, o si ellos están en lo alto de la colina y vosotros debajo, siempre hay un modo de batirlos. Siempre existe un sistema para, mediante un golpe decisivo, resolver la situación en nuestro favor». Parece el plan de campaña de Dayan en la Guerra de Seis Días.

En 1935, Mussolini había ordenado la invasión de Abisinia y su incorporación al «Imperio», lo que constituyó el último acto del fenómeno colonialista europeo. La acción no había tenido buena prensa; en parte, por toda la estúpida retórica fascista que la había rodeado; y en parte porque, temerosos de un nuevo Adua, los italianos habían empleado todo su arsenal de armas modernas que incluía los terribles gases vesicantes (iperita). Su utilizaci6n había sido prohibida por el protocolo de Ginebra de 1925. 

Por otro lado, es cierto que la administración italiana operó con mano diestra, y puso, un poco de orden en el tremendo caso etíope y que entre los beneficiados figuraban los nilotas engeshna de las riberas del Nilo Azul y del Dinder, de cuya protección se cuidara Wingate en otro tiempo: la esclavitud, como Institución, había sido suprimida.

Al entrar Italia en la Segunda Guerra Mundial, el virrey de Abisinia, duque de Aosta, disponía de un ejército numeroso, con una fuerte aviación, y abundantes recursos. El núcleo lo constituían 90.000 soldados y «Camisas negras» italianos, a los que se podían sumar 200,000 abisinios. Los ingleses no podían oponer más que 8.000 hombres en Kenya y 9.000 en Sudán. Parecía natural que Aosta tomara la iniciativa, y tratara de enlazar con Libia. Pero por exceso de prudencia, cedió por completo la iniciativa a sus enemigos.

Wawell, estableció que las operaciones se iniciarían en primavera de 1941, al acabar la época de lluvias. Wawell dio luz verde al comandante Wingate para penetrar en Abisinia el frente de la «Gideon Force», llevando consigo el mismísimo Haile Salasie,  además  incorporó a un joven judío, Abrabam Akavia, que Wingate hizo venir desde Jerusalén, y que fue su ayudante, jefe de logística, y hasta en más de una ocasión dirigió personalmente operaciones militares...

Orde voló a Khartum en octubre de 1940 La idea de invadir Abisinia con una tropa indígena fiable había  nacido en El Cairo, cuando inspeccionando Wingate los archivos, había encontrado un informe redactado, poco antes, por cinco australianos, que habían vivido unos días entre la colonia de abisinios desterrados en Jerusalén desde 1935. Por los sueños de los exilados se podía creer que la recuperación de la independencia era el ideal de todo el pueblo, y que a la  sola llegada del Emperador, se levantarían en armas contra lo italianos. 

Para Wingate, el principal interés era verificar sus teorías sobre la «penetración a grandes distancias» en un país de grandes dimensiones, una tropa no muy numerosa puede penetrar y combatir con total independencia de la fortaleza del enemigo, siempre que encuentre el medio de ser abastecida. En Abisinia contaba con abastecerse en el país, gracias e la influencia del Negus.

Para Wawell, o para su subordinado en Khartum, el general William Platt, la virtud de los planes de Wingate radicaba en los escasos medios que iba a requerir. Y como necesitaban tomar la iniciativa en algún lugar, lo dejaron actuar. Inglaterra retrocedía en todos los frentes desde más de un año antes.

Otro personaje singular en esta aventura fue el coronel «Dan» Sandford. Era un sexagenario retirado que, al principio de la guerra, se había introducido en las montañas del Gojam a predicar la rebelión contra los italianos. El enlace con él era precario, pero sus informaciones podían ser vitales.

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Confortados por estos informes, los 1.660 hombres del Ejército de Gedeón entraron en campaña el 19 de enero de 1941.

El Emperador pasó revista a sus tropas en Um Iddia. Halie Selasies saludó militarmente al descender del automóvil; junto a él, Wingate, con un uniforme inhabitualmente limpio, mantuvo el saludo con solemnidad. La trascendencia del momento hacía olvidar el aspecto harapiento de la mayoría de los soldados y el desagradable olor de los camellos. Conforme a la tradición, se pensaba  brindar con champaña, pero alguien se había olvidado éste en Khartum. Hubo que recurrir a botellas, de cerveza, por supuesto caliente. Y la aventura dio comienzo.

Conocedor del terreno, Wingate sabía que trasladar sus tropas desde las tierras bajas del Nilo y el Dinder hasta la meseta de Gojam era una aventura casi sobrehumana. . Había que remontar más da 2.000 metros de desnivel y recorrer 1.50 km. para llegar a la ciudad de Belaya, en la que se pensaba establecer el cuartel general del Negus. Fue una marcha agotadora. Para colmo de males, los 25.000 camellos alquilados para acarrear los suministros empezaron a morir. Ni uno sólo sobrevivió a la campaña. Se dice que el último pereció a la vista ya de Addis Abeba, y que aún hoy día puede seguirse el itinerario de la «Gideon force» por sus esqueletos.

 Wingate, iba a caballo en cabeza, trataba de que se marchara de prisa, pero no había forma de hacerlo. Continuamente estaba voceando; iba sin afeitar y con el rostro lleno de polvo; realmente parecía  un profeta del Antiguo Testamento conduciendo sus huestes.

Había 35.000 italianos en la región, pero su servicio de información funcionaba detestablemente. Pensaban que los invasores eran mucho más numerosos, y no tenían mucha confianza en los indígenas. Wingate actuó con todo su genio. Bien informado de los movimientos de los italianos, los acosaba ininterrumpidamente cuando se replegaban. Durante quince días estuvo hostigando una brigada que sorprendió en el desfiladero de Dangilla. Al final los italianos corrieron en desbandada.

Los sudafricanos entraron el 6 de abril en Addis Abeba casi sin disparar un tiro. Había ocurrido algo inesperado, que facilitó el avance de Cunningham. En Dire Daws, un centro administrativo de Harar, la retirada italiana había dejado la ciudad a merced de los etíopes, y la población blanca rival había pagado las consecuencias de los saqueos: era la vieja guerra africana.

Wingate, mantuvo el ritmo trepidante de la campaña, no permitiendo un minuto de respiro a los italianos. El Ras Hailu, una especie de Quisling abisinio, acabó presentándose con su rutilante uniforme en el campamento del Negus. Esto obligó al general Nasti a evacuar la importante ciudad de Debra Markos.

Wingate, se crecía ante el peligro. Estaba seguro de sí mismo y se sentía capaz de conquistar toda Etiopía. Maldecía a Khartum y El Cairo porque le tenían abandonado, sin armas ni suministros; carecía de médicos y ni siquiera podía contar con un correo regular.

Lo peor era la falta de atención médica. Los heridos fallecían desangrados, las pésimas condiciones higiénicas de la comida y la bebida afectaron a todos los blancos. Ni uno solo dejó de ser un enfermo crónico el resto de sus días.

El 5 de mayo de 1941 Halie Selassie realizó, por fin, su ansiada entrada triunfal en Addis Abeba.

Se había perdido la espontaneidad de los primeros momentos, y el ambiente era más bien de frialdad. Wingate entró a caballo, detrás del flamante Alfa-Romeo puesto a disposición del Negus por el Ras Hailu. Junto a él cabalgaba Akavia, y detrás el batallón etíope del Ejército de Gedeón. Apenas un puñado de hombres, pero que habían obtenido unos resultados sensacionales: Habían capturado dado muerte a casi 5.000 italianos y 14.000 abisinios, y tomado 12 cañones, 60 ametralladoras y 12.000 fusiles.

Su siguiente misión y la última porque pereció en un accidente de aviación en un viaje rutinario, fue Birmania. La  ancha corriente de agua de los grandes ríos como el Chidwin y el más lejano Irawadi, cadenas montañosas, cortadas, barrancos y, sobre todo, una vegetación espesa y salvaje, formaba frontera entre dos mundos en guerra: el Imperio Japonés e Inglaterra y sus aliados. 

Los inicios de la guerra en el Sudeste asiático y en pocos teatros de la guerra, como en éste, abundaron tanto como el de Birmania las tensiones y conflictos entre aliados. El coctel era. explosivo: el Gobierno británico; el Gobierno de Nueva Delhi; los oficiales «nuevo estilo», como Wingate; las tradiciones parsimoniosas y fastuosas del Ejército anglo-indio; Chang Kai-chek; las divisiones chinas en la India (el C.A.I.); Joe Stilwell «Vinagre», por otro nombre el «norteamericano mal educado»; la U.S. Air Force y los grandiosos planes estratégicos del general Chennault... Y además, los Japoneses, claro está. Y los birmanos, decididos a ganar en la partida su independencia.

Allí pudo desarrollar todas sus dotes para la guerra irregular en la retaguardia del enemigo y siendo abastecido, con mejor o peor fortuna, desde el aire. Formó el famoso cuerpo de los chindits, temido y admirado por todos.

Desde enero de 1943, tres mil ingleses y gurkhas, bajo el mando del pintoresco brigadier Wingate, se habían introducido en la retaguardia japonesa para sabotear, ferrocarriles y carreteras, y levantar bandas armadas de birmanos contra el ocupante.

El 27 de abril de 1943, en, la región fronteriza entro la India y Birmania, el mayor White, jefe de aquel sector, del frente, y los oficiales de su «staff» trataban de combatir el calor sofocante refugiándose bajo un toldo, en la semipenumbra de, la jungla.

Un soldado llegó apresurado con. la noticia, desde los puestos destacados junto al río Chidwin, con la noticia: «Llegan los chindits,  señor»

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Delante de ellos, caminando por su propio pie, iba un hombrecillo algo cuellicorto, cuyos ojos azules revelaban una fina inteligencia y una fría determinación. A diferencia de sus camaradas, llevaba casco colonial, los faldones de la camisa se balanceaban curiosamente al andar, y debajo emergían unas piernas esqueléticas, desnudas: no llevaba pantalones; se podía adivinar que los trapos que envolvían sus pies, a la manera de los beduinos, eran sus restos. Se adelantó hacia el mayor White y se identificó:

«Soy el general Wingate.»

Charles Orde Wingate tenía entonces 40 años. La hazaña de los chindits, aireada por el eficiente servicio de propaganda británico, iba a elevarla al pináculo de la fama. Sin embargo, en dos ocasiones anteriores había realizado proezas singulares, que hubieran podido tener las mismas consecuencias, de no ser por su elevada capacidad para granjearse todo clase de enemigos entro los mandos del ejército.

El 27 de marzo de 1944, como consecuencia del fallecimiento en un desafortunado accidente de aviación del general Wingate, tomó el mando de los chindits, o brigadas L.R.P., el general Lentaigne, que hasta entonces había mandado la III Brigada.

Durante toda la campaña, hasta la terminación de la contienda, una unidad europea, la 36 División británica, entrenada según los métodos de Wingate, dio un rendimiento extraordinario, igual o superior al de las tropas japonesas mejor adaptadas a la lucha y la supervivencia en la jungla.

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