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De Gaulle Antes de 1940. 

En 1934 un coronel francés, Charles De Gaulle, totalmente desconocido para el gran público, escribió un libro, Vers l´armée de metier –Hacia el ejército profesional-, en el que este oficial exponía su opinión sobre el futuro de las fuerzas armadas, y en particular sobre el papel que en éstas tendrían las fuerzas acorazadas y mecanizadas. Esta obra exponía las teorías sobre el empleo autónomo de grandes unidades de carros de combate, que actuarían como elementos de ruptura frente a la masa de la infantería tradicional. Tendencias que, mantenían en los primeros años 30 teóricos militares como los británicos Sir Basil Liddel Hart y J.C.F. Fuller, o los alemanes Heinz Guderian y Von Masntein. 

Por otra parte la obra presentaba las opiniones que el autor venía defendiendo desde hacía ya tiempo en su puesto de la Escuela Superior de Estudios Militares, donde este oficial era profesor. Vers l´armée de metier no contaba con el apoyo de prácticamente ningún mando del ejército francés. El mariscal Pétain, en cuyo Estado Mayor había servido el coronel De Gaulle, leyó el manuscrito y prometió su apoyo, pero posteriormente, temiendo la más que predecible opinión en contra de las altas esferas militares, retiró su apoyo a la publicación; negándose a dar explicaciones al respecto al coronel. Este episodio marcó para siempre una profunda enemistad personal entre De Gaulle y el mariscal Pétain, de quien hasta 1934 había sido protegido. 


La publicación, por cuenta de De Gaulle, de Vers l´armée de metier, acogida con un gélido silencio por los medios militares franceses, frustró la prometedora carrera militar del coronel De Gaulle, invalidándole para futuras promociones hasta el inicio de la II Guerra mundial. El ejército francés, presa del inmovilismo de los vencedores de la I Guerra Mundial, seguía confiando en la masa de la infantería y en la fe en la línea. Las fuerzas armadas francesas si habían convertido en una gerontocracia militar en cuyo seno las ideas innovadoras sobre armamento y táctica simplemente no tenían cabida. 

Entre los medios políticos franceses Paul Reynud fue, con seguridad, el único estadista de cierta relevancia que estudió la obra con cierto cuidado, expresó su acuerdo general con las teorías del coronel y le prometió su protección y apoyo, si en algún momento llegaba a estar en posición de ofrecérselo. 

La caída de Francia. 

Poco después de iniciada la II Guerra Mundial De Gaulle fue ascendido a general provisional de brigada, y como era el único especialista francés en carros fue puesto al frente de la única división acorazada operativa con que llegaría a contar Francia. De Gaulle atacó la penetración alemana sobre el Mosa con la primera división acorazada francesa, y tras duros combates, hubo de replegarse. En la práctica de las 130 largas divisiones aliadas que participaron en la batalla de Flandes, y posteriormente en la batalla de Francia, el cuerpo de De Gaulle fue el único que logro algún tipo de avance o posicionamiento táctico ventajoso frente a los alemanes. El 15 de marzo la primera división acorazada francesa quedo prácticamente desmantelada, perdiendo todos sus tanques de combate y la mayoría de sus blindados, pero había conseguido frenar el ataque alemán y destruir más de 100 carros enemigos. 

“El 15 de marzo la vanguardia de Rommel avanzó 20 kilómetros, al día siguiente 40, el 17 el general regresó en busca de sus tropas que habían quedado atrás mientras su carro se internaba en el despliegue francés. 
El mismo día, el coronel De Gaulle recibió la orden de atacar (La penetración alemana), al frente de su cuerpo de carros. Según las previsiones del alto mando, otros dos cuerpos (Acorazados) debían de estar con él. Pero estaba solo. Los 150 vehículos avanzaron 20 kilómetros en solitario, sin apoyo de nadie. Al fin debieron retirarse ante el ataque de los Stukas. (...). Los intentos franceses para organizar posiciones de barrera resultaban estériles: antes de que las tropas estuviesen situadas (en sus posiciones de barrera) llegaban los blindados alemanes. 

El día 19, mientras la división de Rommel descansaba 20 horas, De Gaulle se empeñó en otro combate infructuoso hacia el Norte, hasta que el alto mando le ordenó retirarse. 

A los 8 días de haber cruzado el Mosa (EL 19 Mayo), los blindados (Alemanes) llegaron al mar. Habían cortado las líneas de suministro de los aliados en Bélgica, y los Panzer estaban a su retaguardia (de la principal fuerza aliada)" (2). 

Una vez los alemanes llegaron al mar, tras una penetración desde las Ardenas-Luxemburgo hasta Abbeville, en la costa del canal de la Mancha, Francia había perdido la guerra. Sus mejores tropas se encontraban aisladas en Flandes-Bélgica de donde no podrían salir, al menos con sus equipos. En definitiva la única maniobra que podía haber evitado el colapso aliado, un ataque de flanco sobre la rápida penetración alemana, no pudo ser llevada a cabo con decisión, De Gaulle lo intentó completamente sólo, porque el Alto Mando francés, incapaz de abandonar su plan inicial, seguía pensando que el objetivo principal de los alemanes era París. 

La gerontocracia militar que dominaba el ejército francés seguía teniendo en mente una repetición de la guerra de 1914, y por tanto fue incapaz de percatarse de la importancia de un nuevo factor: la movilidad. Los franco-británicos, y conviene resaltar parte de la culpa que los británicos tuvieron en el colapso de Francia, pensaban que la guerra tenía su protocolo, primero los movimientos preeliminares, luego el afianzamiento de los frentes, posteriormente la estabilización de las posiciones, a continuación la intervención en masa de la artillería pesada, y posteriormente la carnicería. Esta convicción, que resultó cierta en 1914, llevaría a la ruina a los franco-británicos en 1940. 

Francia no fue derrotada por la superioridad numérica ni material alemana sinó por el ritmo que los alemanes imprimieron a la batalla, ritmo ante el cual los mandos franceses, tal vez en parte por su edad, fueron incapaces de reaccionar (3) . Como resume Liddell Hart: 

“Un ejército de movimientos lentos (El francés), no pudo ejercer una presión eficaz hasta que ya fue demasiado tarde (4) ”. 

Para desgracia de Francia las teóricas de De Gaulle eran completamente correctas, amplias formaciones de carros de combate actuando de manera autónoma actuaron como elementos de ruptura y desbordaron al ejército francés. De Gaulle culpará, con razón, a sus superiores jerárquicos de ser los máximos responsables de la derrota de Francia, y albergara un profundo resentimiento contra los militares “clasicistas”. 

Apenas dos semanas antes de la caída del gobierno, una vez los alemanes ya habían liquidado la bolsa de Dunquerque y se preparaban a lanzarse sobre Francia; en el marco del plan amarillo, Reynaud envió a buscar a De Gaulle, que se encontraba el campo de batalla, para ofrecerle el cargo de una de las subsecretarías de guerra. Mientras el propio Reynaud conservaba la cartera de guerra el sus manos. Al aceptar este cargo De Gaulle desempeñaba su primer cargo político. Esta situación tiene su importancia porque a partir de aquí De Gaulle se comportó siempre más como un político que como un militar. Inmediatamente De Gaulle, que actuaba en la práctica como ministro de defensa, defendió más enérgicamente que nadie la idea de proseguir la guerra, y se manifestaba totalmente en contra de cualquier tipo de armisticio, negociación o rendición. 

Incluso cuando la situación militar era totalmente desesperada y ya no había resistencia organizada frente a los alemanes De Gaulle rogó, reiteradas veces, que se le permitiese recoger lo que quedara del ejército francés bajo su mando para proseguir la lucha contra los alemanes. Sea como fuere lo cierto es que De Gaulle no obtuvo nunca este permiso. La falta de combatividad y decisión del gabinete y de los militares marcaran profundamente a De Gaulle, incitándole a la decisión –de cometer un acto totalmente en contra de sus principios como era la deserción- que tomará después. 

El 5 de junio los alemanes se lanzaron sobre lo que quedaba del ejército francés, que bajo el mando de Weygand había reconstruido apresuradamente una línea defensiva que seguía el Somme, desde Abbeville hasta el río Aisne, y luego enlazaba con el extremo occidental de la línea Maginot, que aunque ya no defendía nada- seguía estando fuertemente guarnecida. Los generales Buhrer y Prételat, postulaban cambiar de táctica, los soldados encerrados en la línea Maginot ya no defendían nada, era necesario sacarlos de sus madrigueras de hormigón y atacar a los alemanes para fijar sus posiciones e impedir el avance de éstos. De Gaulle quería reunir los 1.200 carros y blindados con que aún contaba Francia y lanzarlos contra los alemanes. Nadie les hizo caso, y cuando Francia quiso reunir sus blindados ya era tarde, y además resulto fatal. 

El 5 de junio los alemanes se lanzan al ataque. Durante 2 días la situación estuvo equilibrada, los franceses aguantaban a los alemanes y conseguían tapar las brechas que éstos abrían en su despliegue, el flanco izquierdo francés lograba incluso contraatacar y desbordaba parte de las líneas alemanas, sin embargo al tercer día de combates, el 8 de junio, los franceses agotaron sus reservas y ya no pudieron evitar las penetraciones alemanas. Esta vez no hubo, como en 1914, un resurgimiento milagroso de Joffre en el Somme. Francia había perdido la guerra. 
Una vez más el planteamiento francés había sido erróneo, Weygand apostó por una batalla clásica de desgaste, batalla que Francia simplemente ya no podía ganar. La mitad mejor equipada de su ejército se había perdido en la batalla de Flandes y a otra mitad no bastaba para contener a los alemanes. Para colmo entre el 10-11 de junio, en el combate de carros de Juinville, las cuñas acorazadas de Guderian envolvieron y destrozaron al cuerpo acorazado de maniobra que Francia, por iniciativa de De Gaulle, trataba de reunir con elementos tomados de sus unidades en servicio. Era el fin del ejército francés como fuerza organizada. Una vez roto el dispositivo que planteó Weygand los alemanes campaban a sus anchas cercando a placer, merced a su superior movilidad, a las unidades francesas en desbandada que se veían obligadas a rendirse una vez aisladas. 

El 15 de junio el general Weygand informó al gabinete que la resistencia organizada al enemigo había cesado. El mismo día de Gaulle voló a Inglaterra, como subsecretario francés de guerra, para discutir la situación con el gobierno británico. Declaró que la propuesta británica de continuar la guerra desde Bretaña era militarmente imposible, pero expresó que la resistencia debería ser organizada desde el Norte de África, a donde el gobierno de la república debía trasladarse. Mientras tanto un gobierno militar permanecería en Quimper, desde donde prolongaría la resistencia contra el invasor tanto tiempo como fuera posible. Mientras tanto la flota Francesa, con apoyo británico, trasladaría al Norte de África al mayor número posible de combatientes con sus equipos correspondientes. De Gaulle también se mostró a favor de la propuesta británica de algún tipo de federación entre Francia y Gran Bretaña mientras durase la guerra. 

En la tarde del 16 de julio, después de trasmitir por teléfono la propuesta de federación a Paul Reynaud, De Gaulle voló nuevamente a Burdeos –donde el gobierno francés se había refugiado-, una vez en Burdeos el subsecretario de guerra se encontró, al bajar de su avión, con que el gobierno de Reynaud había caído; y lo que era peor: el presidente había encargado formar gobierno al mariscal Pétain. De Gaulle ya no tenía ningún puesto político, era simplemente era un general de brigada más sin destino asignado. 

En opinión de De Gaulle un gobierno encabezado por Pétain; y secundado por el resto de los militares “clasicistas” -que sentían una pública animadversión hacia De Gaulle- sería incompatible con la prolongación de la lucha armada frente a Alemania. Un gobierno tal tendría que oponerse a cualquier continuación de la beligerancia. En vista de ello, y sin revelar nada a nadie de sus intenciones, el 17 de junio De Gaulle acompañó al aeropuerto de Burdeos al general Spears –oficial de enlace de Curchill con el gobierno francés- y, tras despedirse públicamente de él, se sube repentinamente a su avión y escoge el camino del exilio. Técnicamente De Gaulle estaba desertando. 

Cuando en Junio de 1940 Francia agonizaba ante el empuje de la Wermach los militares, aquellos que deberían de garantizar con las armas la soberanía nacional, tiraron la toalla, temían ser juzgados como los únicos culpables de la derrota y, sobre todo, temían que de continuar la guerra pudiese darse un estallido social. En última instancia preferían a los alemanes, al fin y al cabo partidarios de un orden, que asumir el riesgo de un estallido revolucionario. El día 14 de junio, cuando las últimas líneas de defensa francesas se colapsaban y las primeras tropas alemanas entraban en París, el general Weygand, comandante en jefe del ejército francés, conversaba con el jefe del gobierno, Paul Reynaud (5). Jose María Sole Mariño recoge el dialogo: 

“Continuaré la resistencia si me lo ordena el gobierno. El jefe del gobierno, Reynaud, sin sentido alguno de la cruda realidad, le replicó indignado: ¡Usted cambia Hitler por Bismarck. Pero Hitler no se contentará con Alsacia y Lorena. Hitler no es Bismarck; Hitler es Genghis Khan! Evidentemente de poco valía ya la opinión del viejo jefe del ejército francés. La situación era clara: Alemania había vencido a Francia. Alguna razón tenía, sin embargo, el jefe del gabinete: Hitler no se iba a conformar con Alsacia y Lorena” (6). 

Pero lo cierto es que Reynaud, partidario junto con los socialistas de continuar la guerra desde el Norte de África, decidió dimitir en la tarde del 16 de junio, ante la pasividad de los militares. Y el presidente mandó formar gobierno al anciano, y furibundo conservador, de 84 años Philipe Pétain, Mariscal de Francia, que el mismo día 16 por la noche trasmite a los alemanes sus deseos de iniciar conversaciones de paz. El 17 de junio, a través de medición diplomática española, trasmitirá a Hitler una propuesta formal de armisticio (7). El mismo día 17 por la mañana Pétain se había dirigido, por radio, al pueblo francés en términos francamente derrotistas tratando de salvar la cara del ejército: 

“ ¡Franceses! A petición del señor presidente de la República asumo a partir de hoy la dirección del gobierno de Francia. Contando con la adhesión de nuestro admirable ejército, que lucha con un heroísmo digno de sus largas tradiciones militares contra un enemigo superior en número y armas, seguro de que por su magnífica resistencia ha cumplido nuestros deberes para con nuestros aliados, seguro del apoyo de nuestros antiguos combatientes a los que tuve el honor de mandar, seguro de la confianza el pueblo entero, seguro de la confianza del pueblo entero, hago ofrenda a Francia de mi persona para atenuar su desdicha. 

En estas horas dolorosas, pienso en los desdichados refugiados que, en una miseria extrema llenan los caminos. Yo les expreso mi compasión y mi ayuda. Con el corazón oprimido, yo os digo que es preciso cesar el combate. 

Me he dirigido esta noche al adversario para preguntarle si está dispuesto a buscar con nosotros, entre soldados, tras la lucha y el honor, los medios de poner fin a las hostilidades. 

Que todos los franceses se agrupen alrededor del gobierno que yo presido durante estas duras pruebas y acallen sus dudas para escuchar sólo su fe en el destino de la patria” (8). 

El 22 de junio de 1940, en el mismo vagón de ferrocarril en el que se había firmado la derrota alemana de 1918, se formalizó el armisticio. La república francesa era respetada parcialmente en el tratado: formalmente 40 de sus departamentos seguían siendo independientes, la flota y el imperio no pasaban a manos alemanas, y se permitía la existencia de unas fuerzas armadas de 100.000 soldados en Francia y 180.000 en colonias. Sin embargo las condiciones eran tremendamente duras: Francia debe entregar a Alemania la zona más poblada, más desarrollada y más industrial de su territorio metropolitano, incluyendo toda su fachada costera atlántica. La zona que quedaba bajo soberanía francesa era la más rural, agrícola, y la que presentaba unas estructuras sociales más arcaizantes. 

Era el momento de que las tesis de Maurras se plasmasen en una organización política, tras la humillación de Francia se habían agrupado la esencia del conservadurismo y del nacionalismo antidemocrático. En agosto de 1940 el mismo Pétain decía: Llegará a ser Francia una vez más nuevamente una nación eminentemente agrícola. El mismo Maurras escribía en 1942: “Nuestra peor derrota tuvo el afortunado resultado de desembrazarnos de la democracia” (9). 

La llamada del 18 de Junio. 

Hitler concedió, seguramente, una zona no ocupada para evitar la instalación del gobierno francés en Argelia, pero las condiciones de capitulación tenían cláusulas infames: los refugiados políticos debían entregarse a Alemania, se consideraba francotirador a cualquier francés que combatiera a Alemania bajo otra bandera y los prisioneros de guerra permanecerían bajo control alemán hasta la firma de un tratado de paz, que no se firmó jamás. 

La Francia no ocupada se constituyó como un sucedáneo de país libre; y a su frente quedaron quienes deberían de haber garantizado, y además tenían la obligación de defender con las armas, la soberanía nacional. Pétain pasó a ser jefe de estado y Weygand ministro de defensa. Si bien la república podría haber temido a los generales victoriosos nunca soñó con la dictadura de los militares derrotados. 

Sin embargo el simulacro de un État Français, que instaló su capital en la ciudad balneario de Vichy, tuvo pronto un rebelde, un completo desconocido; el general de brigada provisional Charles De Gaulle. Incluso antes de la firma del armisticio franco-alemán De Gaulle, como haría después en otras ocasiones, rompió amarras y soltó lastre. Voló al Londres sin permiso de sus superiores, rehusó volver a territorio francés desobedeciendo una orden directa –técnicamente esto era deserción- y trató de iniciar contactos y captarse, atraer para su causa, a mandos coloniales, marinos, soldados, y, en esencia, a cualquier francés que refugiado en Inglaterra o en cualquier otro lugar deseara seguir luchando por una Francia derrotada. Mientras tanto el general Weygand auspiciaba la creación de tribunal penal militar para juzgar a De Gaulle en rebeldía. 

El 18 de julio De Gaulle apareció ante 200 personas en el trasatlántico Olimpia, para anunciar su decidida intención de luchar hasta la liberación de todo el territorio francés; a la vez que dice hablar en nombre del “movimiento de los Franceses Libres”. 

En el discurso de De Gaulle del 18 de julio de 1940 se distingue varias líneas de actuación encaminadas, básicamente, a resaltar las ideas de que el gobierno de Pétain no es representativo de la voluntad de Francia, de que la lucha contra el invasor aún es posible y de que la responsabilidad de la derrota recae exclusivamente en la ineptitud militar de los altos mandos del ejército francés. 

“Los líderes que, desde hace muchos años, están a la cabeza de los ejércitos franceses, han formado un gobierno. Este gobierno alegando la derrota de nuestros ejércitos, se ha puesto en contacto con el enemigo para el cese de las hostilidades. 

Es cierto que hemos sido y seguimos estando sumergidos por la fuerza mecánica terrestre y aérea al enemigo. Infinitamente más que su número, son los carros, los aviones y la táctica de los alemanes, los que nos hacen retroceder. Son los carros, los aviones y la táctica de los alemanes, los que han sorprendido a nuestros líderes hasta el punto de llevarle a donde ahora se encuentran. 

Pero ¿se ha dicho la última palabra? ¿Debe perderse la esperanza? ¿Es definitiva la derrota?¡No! 

Creedme a mí que os hablo con conocimiento de causa y os digo que nada está perdido para Francia. Los mismos medios que nos han vencido pueden traer un día la victoria. 

¡Porque Francia no está sola! ¡No está sola! ¡No está sola! Tiene un vasto Imperio tras ella. Puede formar un bloque con el Imperio británico que domina los mares y continua la lucha. Puede, como Inglaterra, utilizar ilimitadamente la inmensa industria de Estados Unidos. 

Esta guerra no está limitada al desdichado territorio de nuestro país. Esta guerra no ha quedado decidida por la batalla de Francia. Esta guerra es una guerra mundial. Todas las faltas, todos los retrasos, todos los padecimientos no impiden que existan, en el universo, todos los medios para aplastar un día a nuestros enemigos. Fulmina dos hoy por la fuerza mecánica, podemos vencer en el futuro por una fuerza mecánica superior: va en ello el destino del mundo. 

Yo, general De Gaulle, actualmente en Londres, invito a los oficiales y soldados franceses que se encuentren o pasen a encontrase en territorio británico, con sus armas o sin ellas, invito a los ingenieros y a los obreros especialistas de las industrias de armamento que se encuentren o pasen a encontrarse en territorio británico, a ponerse en contacto conmigo. Ocurra lo que ocurra la llama de la resistencia francesa no debe apagarse y no se apagará. 

Charles de Gaulle Londres, 18 de junio de 1940” (10). 

Sin apoyo de prácticamente nadie, en medio de derrota mayor derrota que Francia había sufrido es su historia, un completo desconocido, un militar de segunda fila: Charles De Gaulle se erige en defensor y exponente de la soberanía de Francia. De hecho desde el 19 de julio De Gaulle declarará públicamente, y en reiteradas ocasiones, lo siguiente: 

“Ante la confusión de las almas francesas, ante la licuefacción de un gobierno caído bajo la servidumbre enemiga, ante la imposibilidad de hacer funcionar nuestras instituciones, yo, general De Gaulle, soldado y jefe francés, tengo conciencia de hablar en nombre de Francia” (11). 

Esta decisión personal de Charles De Gaulle no es fácil de explicar, más proviniendo de un militar cuya graduación de mando es insignificante: las palabras de De Gaulle, y él mismo lo confirma, son pronunciadas desde la más profunda convicción de estar desempeñando la misión histórica, casi mesiánica, de liberar a Francia y garantizar su posición en el “trono de las naciones”. El propio De Gaulle lo confirma: 

“Ante el espantoso vacío de la renuncia general, mi misión se me apareció de golpe, clara y terrible, en ese momento, el peor de su historia, yo debía asumir a Francia” (12). 

En definitiva para De Gaulle, como para Luis XIV, De Gaulle era Francia, y Francia era De Gaulle. Sin embargo en junio de 1940 las posibilidades reales de que el movimiento de los franceses libres alcanzase algún tipo de representatividad eran prácticamente nulas. Y menos bajo el mando de Charles De Gaulle. Las reivindicaciones de De Gaulle de ser reconocido por los aliados como jefe político de los franceses nunca fueron tomadas en serio. Sin embargo a partir del 18 de julio De Gaulle va a desempeñar una infatigable siempre en pos de lo que él consideraba los intereses nacionales de Francia. Para De Gaulle la idea de una Francia entregada al ocupante –o sometida a sus aliados- simplemente no tenía sentido, la grandeza de Francia no podría nunca coexistir con ninguna circunstancia que amenace el ejercicio de su soberanía, y la historia de Francia es, para Charles De Gaulle, la historia de la grandeza de Francia. 

El 18 de julio de 1940 comenzaba para De Gaulle y para los franceses libres una larga y tortuosa travesía por el desierto; travesía en la que paulatinamente el grupo de hombres que se va agrupando entorno al general acabará siendo la única opción compatible con la idea de la soberanía nacional Francesa, con la idea de Francia como estado soberano, y en menor medida con la idea de Francia como potencia europea y mundial. Todas las demás opciones políticas que se plantearan durante la segunda guerra mundial sacrificarán, a los aliados, a alemanes, a la URSS, parte de la soberanía política de Francia. 

El movimiento de los franceses libres. 

Una vez había desertado De Gaulle no perdía el tiempo. Nada más llegar a Londres en el avión del general Spears, en la tarde y la noche del 17 de junio, De Gaulle discutió con varios franceses destacados en Inglaterra, como Jean Monnet, encargado de la misión francesa de suministros en Londres, o el embajador Corvin, la posibilidad de continuar la lucha contra Alemania desde fuera del territorio metropolitano de Francia, excepto por parte de René Pleven, adjunto de Monnet, De Gaulle obtuvo poco apoyo. Sin embargo, el 18 de junio, De Gaulle obtuvo el permiso del gobierno británico para dirigirse por radio al pueblo francés, lo que hizo esa misma noche. Aunque oficialmente el movimiento francés libre tuvo su origen en la llamada del 18 de junio, en esa primera emisión radiada De Gaule se limitó a manifestar su fe en el futuro de Francia y en la victoria fina sobre Alemania. Aunque pedía a todos los franceses que quisieran seguir luchando que se pusieran en contacto con él en Inglaterra no anunciaba la organización, ni siquiera la existencia, de ningún grupo organizado dispuesto a reanudar la lucha los alemanes. 

Hasta el 23 de junio el gobierno británico no se decidió a apoyar tácitamente de De Gaulle, sólo después de recibir una carta al respecto del mismo De Gaulle, accedió el gobierno británico a no oponerse a la creación y al establecimiento en Inglaterra de un “centro de resistencia” francés, aunque el gobierno británico se reservaba el derecho de reconocer, o no, cualquier órgano que pudiese ser una especie de gobierno de emigrados franceses o comité de liberación. 

Sin embargo De Gaulle, en una nueva alocución radiofónica, dio a entender que había sido credo un “Comité Nacional Francés” que había sido reconocido por los británicos. Esta situación motivo las protestas del gobierno de Burdeos, aunque Churchill no hizo nada por desmentir públicamente las declaraciones de De Gaulle y la posición al respecto del gobierno británico. Por el contrario se dieron facilidades a De Gaulle para que iniciase trámites para el reclutamiento de tropas entre los franceses que se encontraban en Gran Bretaña o que ostentaban mandos en colonias. De Gaulle no obtuvo prácticamente ningún apoyo. 

El 28 de junio el gobierno británico informó a De Gaulle de que no podría reconocer a ningún “comité nacional francés”, ni siquiera a un “consejo de la resistencia” –que de hecho no existían-. Esta situación podría cambiar si en el futuro un número suficiente de franceses “notables” accedían a unirse a De Gaulle. El gobierno británico sí reconocía a De Gaulle como líder de todos aquellos “franceses libres” que, estuvieran donde estuvieran, se uniesen a él en apoyo de la causa aliada. 

Sin embargo el movimiento tendría pronto un nuevo miembro de importancia, el 30 de junio de 1940 llegaba a Londres con ayuda británica, y proveniente de Gibraltar a donde había huido con una flotilla de buques ligeros, el vicealmirante Muselier (13). Teóricamente Muselier tenía una graduación militar bastante superior a De Gaulle, lo que ponía en tela de juicio la posición de dominante de De Gaulle al frente del movimiento de los franceses libres, sin embargo Muselier dándose cuenta de la situación de preeminencia de De Gaulle aceptó ponerse bajo su mando –aunque se negase a firmar nada al respecto-, reservándose la capacidad de decidir en aquellas cuestiones que afecten, directa o indirectamente, a la marina de la “Francia Libre”. 

La ignominia de Mers-El-Kebir –ataque británico sin previo aviso a la flota francesa del Mediterráneo occidental- constituyó una verdadera prueba de fuego para De Gaulle, que sólo fue informado del ataque momentos antes de su inicio en la madrugada del 3 de julio. De Gaulle, sin ocultar su tristeza, se manifiestó tranquilo afirmando que comprendía la situación, y el riesgo de que la flota de guerra francesa fuese a parar a Hitler. Sin embargo la jugada británica era arriesgada, formalmente Pétain tenía una causa para declarar la guerra a Gran Bretaña si así lo deseaba, y la opinión pública francesa se mostraba –justificadamente- tremendamente anglófoba. El ataque británico restó bastantes simpatías al movimiento de los franceses libres, pero paradójicamente sirvió para mejorar la posición de De Gaulle ante sus aliados británicos, que a partir de entonces apoyarán al general con menos reservas. 
Los acuerdos del 7 de agosto 

El Gaullismo como ideología. 

El gaullismo como idea aglutinadora había creado su propia dinámica histórica durante los duros años de ocupación entre 1940-44, sin embargo, y a pesar de que esta naturaleza heterogénea era difícilmente compatible con un periodo de normalidad institucional, el gaullismo buscó su continuidad en los años posteriores a la II Guerra Mundial. Con la dimisión de Charles De Gaulle al frente del gobierno francés, en 1946, se abría una travesía para el gaullismo que duraría hasta 1958, durante estos 12 años el gaullismo observará avances y retrocesos de tipo electoral, pero también vivirá un proceso de evolución interna caracterizada, o definida, por una camaleónica capacidad para adaptarse, tapando en parte su vacío ideológico, a una serie de situaciones políticas cambiantes, que serían en esencia la raíz de su triunfo final. 

La premisa fundamental de la inclusión y permanencia del gaullismo como fuerza política estuvo constituída por una idea propia del mismo De Gaulle, el gaullismo, con su persona como principal referencia, trascendía la diferencia tradicional entre derecha e izquierda y constituía un partido, una idea, que representaba a la misma Francia al margen de matizaciones de otro tipo. O al menos esta era la visión de Charles De Gaulle. El general veía en sí mismo una cierta idea de Francia, basada en sus personales concepciones de la nación y del pueblo. El gaullismo tratará siempre de encarnar, de proyectar sobre sí mismo, la idea de la grandeza de Francia. Buscará confundir con sí mismo la idea de soberanía e independencia del estado, junto con una heterogénea mezcla de ideas tomadas de diferentes credos políticos. 

Nacido en el seno de una familia conservadora De Gaulle se mostraba, en su juventud, como la perfecta encarnación del más rancio conservadurismo, de hecho había llegado a participar en movimientos de extrema derecha, y de corte antirrepublicano. Sin embargo durante su trayectoria, especialmente durante la II Guerra Mundial, De Gaulle derivará, en parte por oposición al régimen de Vichy, hacia “la izquierda”. 

En esencia lo que diferenciará al gaullismo de los demás movimientos de “derecha” franceses será su renuncia al autoritarismo, la idea de que la soberanía de Francia residía en el pueblo francés –aunque en determinadas situaciones este debiera ser encarnado, guiado, iluminado o reconducido, por Charles de Gaulle-, para el gaullismo si bien las masas son soberanas también están infantilizadas y necesitan ser dirigidas “por el camino correcto”. 

El gaullismo durante la II Guerra Mundial se configurará como una ideología aglutinante, más práctica que teórica, que buscará atraer para sí al mayor número posible de individuos, aunque para ello deba ampliar hasta más allá de los concebible el espectro ideológico de sus miembros, que abarcarán desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda. En esencia el gaullismo conformará una tendencia que aunará elementos conservadores y progresistas de manera simbiótica. Como una amalgama pragmática de credos políticos y elementos prácticos. 

De Gaulle pretendía unir en sí la grandeza, el prestigio y la independencia nacionales con elementos de materia económica básicamente conservadores, como el equilibrio presupuestario y la firme adscripción al patrón oro. Por otra parte sus presupuestos modernizadores lo llevaron hacia elementos modernizadores tales como la planificación económica y el acercamiento a los países menos favorecidos por el sistema económico mundial. 

De Gaulle veía en sí mismo la perfecta encarnación de la legitimidad nacional lo cual le llevó a considerarse capaz de servir como elemento válido a través del cual pudieran reconciliarse clases hasta ahora enfrentadas. De Gaulle tratará de constituir una tercera vía capaz de fabricar un de punto de unión –su persona- entre el trabajo y el capital que terminase con la luchas de clase, manteniendo el orden social “natural”. Lo cierto es que el electorado del gaullismo representó, desde el principio, un verdadero corte transversal en la sociedad francesa, como deseaban sus promotores. De esta manera el gaullismo se autojustificaba, tratando de soslayar su naturaleza económica conservadora, como una ideología capaz de dar cabida a una mayor amplitud que los partidos tradicionales de clase. 

El mismo nombre de la agrupación política francesa, Rassemblement du Peuple Françaís, pretendía dotar al gaullismo de una imagen de partido de unidad nacional que su inspirador había imaginado alrededor de su persona. Sin embargo la verdadera clave el éxito del gaullismo político estaría en su manifiesta capacidad para englobar, dentro de una manifiesta ambigüedad ideológica, a tendencias aparentemente antagónicas y dispares. 

El gaullismo se manifestaba capaz de admitir en sus filas a elementos procedentes de posiciones que oscilaban entre las abiertamente antidemocráticas y de derecha hasta las más extremistas de izquierda. El gaullismo utilizaba de manera constante la amplitud ideológica de sus miembros, el sumun de tendencias que confluían en él, como un mecanismo para ampliar su base en busca de elementos que pudieran servirle como soportes para su expansión social y afianzamiento político. 

En los momentos de mayor auge de la Guerra Fría, el gaullismo se ve a sí mismo como una formación ferozmente anticomunista y partidaria del orden social establecido, preconizaba el fortalecimiento del poder ejecutivo, por tanto se constituía como una ideología atractiva para el electorado tradicional de derecha. Los éxitos electorales protagonizados por el gaullismo vendrán marcados por crisis gubernamentales y de orden público internas unas veces; y por la agravación de la situación internacional otras. De esta manera sólo la progresiva degradación de las estructuras de la cuarta república francesa, combinadas con el aumento de la tensión internacional de anterior a la instauración de la doctrina de la “respuesta flexible”, van a permitir el acceso del Gaullismo al poder. 

De Gaulle va acabar consiguiendo confundir su propia figura personal con la idea de la soberanía de Francia, configurándose para todo el electorado de derecha como la única opción viable en momentos de crisis política o desmoronamiento de las estructuras estatales. 
La idea de soberanía en Charles De Gaulle. 

La principal articulación de la política francesa bajo De Gaulle –y en esto la derecha francesa difiere tangencialmente de las demás derechas europeas- va a girar entorno al ejercicio de la soberanía de Francia como estado sin restricciones –esto es básicamente sin plegarse a los intereses de EE.UU.-. De Gaulle entendía que Francia debía salvaguardarse en última instancia la capacidad de decidir sobre sus propios asuntos, sea en defensa o economía, adoptando aquellas políticas que redunden en beneficio de lo que De Gaulle consideraba intereses nacionales de Francia. Para De Gaulle esto debía manifestarse en una amplia autonomía y capacidad de toma de decisiones, de cualquier índole, por parte de Francia dentro del bloque occidental. La propia experiencia de De Gaulle con británicos, y especialmente norteamericanos, durante la II Guerra Mundial, van a convencer al general de que el único punto que en última instancia garantiza la soberanía en independencia de un estado es su fuerza militar (14). 

De esta manera De Gaulle verá como absolutamente primordial el desarrolló de una fuerza nuclear francesa independiente cuyo uso pueda ser desencadenado por Francia sin necesidad de consultar a ninguna organización supraestatal. 

La “Force de Frape” francesa. 

De Gaulle ya había manifestado, incluso antes de la firma de los Acuerdos de Evian en 1962, que su política “soberanista” iba a causar serios problemas en el seno del bloque occidental. Por una parte De Gaulle era favorable al Mercado Común, que veía como un bloque europeo –un punto de unión en el Rhin- en el que Gran Bretaña no tenía cabida, especialmente después de los acuerdos anglo-americanos de Nassau, De Gaulle llegaría a equiparar la entrada de Gran Bretaña en el Mercado Común equivaldría a insertar “un caballo de Troya en el seno de la unión”, pero por otra parte De Gaulle era hostil a que una integración económica europea se manifestase a largo, o a medio plazo, en una integración política en el marco de una estructura supranacional, era favorable a una cierta organización de la cooperación económica europea; pero no quería ver comprometida la independencia nacional de Francia en el marco de un super-estado dentro de la Europa Occidental (15). 

Pero por otra parte De Gaulle era contrario a que un bloque atlántico, y no europeo, se hiciese cargo de la defensa de Europa. En lo referente a la Alianza Atlántica manifestaba públicas reservas, cuando no una manifiesta hostilidad, hacia la estructuración de OTAN, tal y como existía, y en particular hacia el manifiesto predominio que los EEUU ejercían dentro de la organización, en definitiva venía a ver en la OTAN un instrumento de los EEUU, y en menor medida un instrumento de Gran Bretaña, para inmiscuirse dentro de la política europea supeditando los “intereses nacionales” de los estados europeos, particularmente los de Francia, a los de los propios Estados Unidos. 

Según De Gaulle deberían ser los europeos, particularmente Francia, quien garantizase su propia soberanía y seguridad. Dentro de este marco De Gaulle veía en la OTAN una estructura cuyos intereses –tal y como estaba organizada- no sólo no tenían porque asemejarse a los de Francia sinó que incluso podían ser decididamente contrapuestos. De esta manera la OTAN no aseguraba la soberanía de Francia, por el contrario llegaba incluso a comprometerla; en caso de conflicto entre EE.UU. y la URSS Europa Occidental, y particularmente Francia no podría garantizar el ejercicio de soberanía ni decidir la actuación de sus fuerzas militares, bajo mando norteamericano, Francia sería un peón más en el juego entre ambas superpotencias. La adopción progresiva de la doctrina de la respuesta flexible, a la vez que disminuía el riesgo de una guerra nuclear total aumentaba las posibilidades de que Europa Occidental se convirtiese en un campo de batalla convencional sin que EE.UU. se decidiese a utilizar su arsenal nuclear propio –lo que motivaría una respuesta nuclear soviética sobre territorio estadounidense- en defensa de sus aliados europeos. 
La conclusión de De Gaulle era clara: debería ser la propia Francia quien garantizase, mediante la posesión de fuerza nuclear propia e independiente, su propia soberanía. Como expresaba claramente en un discurso de 19 de abril de 1963: 

“En resumen, nuestro país, perpetuamente amenazado, se encuentra una vez más, confrontado con la necesidad de disponer de las armas más potentes de la época, amenos claro esta, que los demás dejen de poseerlas. Sin embargo, para desviarnos de ello, se alzan, como siempre, las voces simultáneas del inmovilismo y la demagogia. “¡Es inútil!”, dicen unos. “¡Demasiado caro!”, dicen otros. A veces, y para su desgracia, Francia escuchó esas voces. “¡Nada de artillería pesada!”, clamaban al unísono hasta en 1914. “¡Nada de cuerpo acorazado!, ¡Nada de aviación de combate!”, gritaban juntas antes de 1939 las mismas categorías de retrasados y locos. Pero esta vez no dejaremos que la rutina y la ilusión nos traigan la invasión. Y además, en medio del mundo tirante y peligroso en que nos encontramos, nuestro deber principal es ser fuertes y ser nosotros mismos” . 

De esta manera Francia, por una decisión personal de Charles De Gaulle, a pesar de fuertes presiones en contra de EEUU, y de la opinión contraria de la ONU, De Gaulle decidía la continuación del programa experimental atómico-militar que debería culminar con la construcción de una fuerza de disuasión nuclear francesa. 

Paralelamente la crisis de los misiles cubanos no ayudó al presidente Kennedy en su intención de convencer a De Gaulle de integrar a Francia dentro de su diseñada “fuerza nuclear multilateral” , en la práctica EEUU buscaba salvaguardar a cualquier precio su posición hegemónica dentro del bloque occidental, manifestándose en contra de la construcción de cualquier tipo de fuerza nuclear independiente . Más tímidamente EE.UU, pretendía reservarse el monopolio de las tensiones con URSS. Es decir Estados Unidos buscaba asegurar su primacía, sobre todo militar, en el bloque occidental aunque esto supusiese en la práctica una disminución de la capacidad militar, especialmente nuclear, de los aliados occidentales. Resta decir que dadas las doctrinas militares globales aplicadas en la práctica esto suponía comprometer seriamente la soberanía de los aliados occidentales. Estos tenían serias dudas, bastante justificadas, sobre si Estados Unidos en caso de conflicto con la URSS se aplicaría a fondo para salvaguardar a sus aliados, o, si por el contrario, entregaría Europa a cambio de salvar su propia integridad en caso de conflicto nuclear. Esta vertiente queda claramente de manifiesto, por ejemplo, dentro de la estructura militar de la OTAN: casi desde su inicio EEUU fue siempre partidario de reforzar los medios convencionales de la propia OTAN con vistas a un posible conflicto con la URSS, muy superior en el terreno convencional, lo cual suponía en caso de conflicto una larga guerra de desgaste en Europa. Mientras, por el contrario, los aliados occidentales siempre se mostraron partidarios del incremento de los medios nucleares de la OTAN con el objetivo de “disuadir” a la URSS de cualquier posible conflicto. Es decir los aliados europeos no se creían muy en serio, o al menos tenían ciertas dudas, la protección que Estados Unidos daría a Europa Occidental ante el riesgo de conflicto nuclear generalizado. 

Cuando de la conferencia de Nassau salió la oferta pública a Francia de sumarse a la iniciativa norteamericana, en términos análogos a los ofrecidos a Gran Bretaña, De Gaulle manifestaba claramente que Francia no podía unirse a una fuerza nuclear multilateral aliada tal y como ésta era concebida por Estados Unidos. 

Francia debía reservarse el derecho de utilizar unilateralmente y en defensa de sus intereses toda su capacidad política y, en última instancia, militar. De manera que esta no podría estar sujeta a los intereses, o a la tutela, de ningún otro estado. 
De hecho en la conferencia de prensa del 14 de enero de 1963 –que también supuso el veto manifiestó a la entrada en el mercado común del Reino Unido-, De Gaulle afirmaba claramente: 

“Repito después de haberlo dicho a menudo, que Francia considera que debe tener una defensa nacional propia. Los principios y las realidades llevan a Francia a dotarse de una fuerza atómica propia. Por supuesto esto no excluye en absoluto que se combine la acción de esta fuerza con la de los aliados, pero para nosotros, en el espacio, la integración es una cosa inimaginable...Es completamente explicable que esta empresa francesa no parezca muy satisfactoria a ciertos medios americanos. Naturalmente en política y en estrategia, como en economía, el monopolio presenta, para aquellos que lo detentan, el mejor sistema posible. Francia ha tomado nota del acuerdo angloamericano de las Bahamas (Nassau). Tal y como ha sido concluido, nadie se extrañará, sin duda, de que no podemos suscribirlo” . 

Francia y la OTAN. 

Si bien de 1963 a 1965 la política antiamericana de De Gaulle se manifiesta con gestos de importancia menor, visitas a países de Europa del Este, reconocimiento de la China comunista, afirmaciones sobre su fe en el fututo de una Europa que vaya “desde el Atlántico hasta los Urales”... es a partir de la elección presidencial de 1965 cuando De Gaulle lanza toda su artillería pesada contra la injerencia norteamericana en los asuntos europeos, particularmente contra la presencia norteamericana en territorio francés. Esta situación provocará una grave crisis en la alianza atlántica a la vez que alterará profundamente el equilibrio de fuerzas instaurado en 1945-47. 

En conferencia de prensa del 21 de febrero de 1966 De Gaulle anuncia que Francia abandona la OTAN. La tesis francesa se basa en la distinción que hace por una parte entre la Alianza Atlántica, el compromiso defensivo suscrito el 4 de abril de 1949, y por otra parte en la Organización del Tratado del Atlántico Norte, organización militar establecida entre 1951-52 y que, según el gobierno francés, era el fruto de una desviación del “espíritu atlántico”. Ni más ni menos que Estados Unidos “Instrumentalizaba la OTAN en beneficio de su política exterior” , . 

Sobre esta base, el 7 de marzo de 1966, el ministro francés de asuntos exteriores remite una carta al embajador norteamericano en París en la que le trasmite un mensaje del presidente De Gaulle para el presidente Johnson, el presidente francés anuncia que su país, manteniéndose fiel a la Alianza Atlántica, decide retirar sus tropas de la OTAN. 

“Francia se propone restablecer sobre su territorio el entero ejercicio de su soberanía, actualmente afectada por la presencia permanente de efectivos militares aliados o por la utilización que se hace de su cielo, cesar su participación en el mando integrado y no volverse a poner forzosamente a disposición de la organización atlántica” . 

La decisión de De Gaulle demostraba que, básicamente, Francia no se creía muy en serio la amenaza de intervención militar soviética que desde hacia 20 años venía justificando las injerencias norteamericanas en Europa y la coalición occidental. De Gaulle dio el paso decisivo para salirse de la OTAN cuando los medios de disuasión franceses eran mínimos.
Por otro lado la OTAN, privada del territorio Francés, quedaba desarticulada como organización convencional ofensiva, y además, comprometía defensivamente a la OTAN al inutilizar sus líneas principales de suministros. En la práctica la ausencia francesa minaba la profundidad de las defensas convencionales de OTAN haciéndolas totalmente vulnerables a un ataque convencional sorpresa soviético a través de la RFA . 

De Gaulle quitaba, también, a Washington el monopolio del control de las tensiones con la URSS, a la vez que alteraba el tablero político y militar de Europa Occidental. La OTAN se veía obligada a separar los teatros Mediterráneo Atlántico a la vez que comprometía el despliegue aéreo de los medios de la alianza –teniendo en cuenta que Suiza y Austria eran neutrales-. Mientras los EE.UU. realizaban la evacuación de los medios militares de la alianza de territorio francés De Gaulle visitaba Moscú, en junio de 1966, permitía al gobierno soviético establecer relaciones cordiales con un gobierno occidental, no basadas en alcanzar la victoria sobre un enemigo común sinó en incrementar la cooperación y los intercambios comerciales entre ambos países. De Gaulle buscaba contrapesar la influencia americana en Europa mediante un acercamiento político y económico a la URSS, a la vez que manifestabA su independencia respecto de EE.UU al aproximarse a los soviéticos. 
Por último en un artículo publicado en la Revue de Défense Nationale, a finales de 1967, el jefe del estado mayor francés daba a entender que Francia debería utilizar su arsenal nuclear contra cualquier adversario, dejando entrever que la URSS no era el único enemigo potencial de Francia. Esto irrita de sobremanera a norteamericanos y británicos. 

El Pool del Oro. 

Si bien las relaciones angloamericanas ya pasaban por un momento bastante bajo antes de la elección presidencial de 1965 es a partir de esta fecha cuando De Gaulle comienza a utilizar todos sus recursos en afianzar la soberanía y la “grandeza” de Francia , resta decir que esto irritaba de sobremanera a los norteamericanos. 

En conferencia de prensa del 4 de febrero de 1965 De Gaulle rechaza el sistema monetario internacional, afirmando que las relaciones económicas internacionales ya no reposan sobre las condiciones históricas que propiciaron su creación. El comercio internacional se apoyaba en la utilización de un dólar estable en relación con el oro –35 dólares por onza de oro- mientras por otra parte EE.UU perdía progresivamente sus reservas de Oro, que pasaron de 28.000 millones de dólares en 1957 a menos de la mitad en 1968. Mantener estable la relación Oro-Dólar obligaba a terceros países, especialmente Francia, a vender grandes cantidades de mineral para ayudar a mantener el valor de la moneda USA. Pues bien: según De Gaulle las monedas europeas se encontraban restauradas, las reservas norteamericanas ya no acumulaban la mayor parte del stock mundial de oro y el mantenimiento del carácter del dólar como medio de pago, su condición de moneda reserva, sólo beneficiaba –como en la actualidad- la capacidad de endeudamiento de los Estados Unidos. 

Las declaraciones de De Gaulle tienen un enorme eco, el gobierno de Francia empieza a cambiar en oro todas sus reservas de dólares, otros países lo imitan. La consecuencia directa es que el oro sube con relación al dólar; mientras tanto el gobierno americano trata de frenar la devaluación de su moneda convirtiendo en Dólares sus propias reservas de oro. El abandono del Pool oro por Francia en 1967 abrirá un proceso que culminara con el abandono de la convertibilidad dólar-oro por el gobierno de Estados Unidos en 1971. 

De Gaulle y el Mercado Común. 

En la misma conferencia de prensa del 14 de enero, en la De Gaulle rompía con el gran designio de la administración Kennedy, Francia también expone que vetará el ingreso británico en el mercado común, al menos mientras se mantengan las actuales circunstancias; mientras tanto el ministros francés de asuntos exteriores, Maurice Courve de Murville, explica el veto a los otros miembros del mercado común que no habían sido consultados. 

El veto del general De Gaulle produce reacciones hostiles entre los cinco miembros restantes del mercado común, que ni siquiera habían sido consultados antes de que el asunto se hiciera público. Lo cual era otro paso para preservar y garantizar la soberanía de Francia, esta vez respecto a Europa. El proceso de construcción Europea no se basaba, para De Gaulle, en la disolución de las naciones en un marco supraestatal sinó en la colaboración y coordinación dentro de una plano de consenso e igualdad –coordinación de las naciones europeas bajo una dirección, primero franco-alemana, y en última instancia sólo francesa pues la soberanía europea debía construirse bajo la protección del poder militar francés, que en definitiva era lo que garantizaba dicha soberanía-. 

(1) De hecho la publicación impresionó de tal modo al General Heinz Guderian que llegó a citar textualmente al, entonces coronel, Charles De Gaulle cuando redactaba los manuales de combate acorazado de la Wermach. En definitiva mientras De Gaulle apostaba por la concentración de fuerzas acorazadas como elementos independientes que no debían supeditarse a la lentitud de maniobra de la infantería tradicional el alto mando francés defendía precisamente la teoría contraria, los carros de combate y blindados en general debían repartirse entre las unidades tradicionales; para apoyar a estas en el combate tradicional entre unidades de infantería. 
(2) Cardona, Gabriel. “La guerra relámpago”, en VV.AA. (1996) .Historia Universal del siglo XX, Número 16: La guerra relámpago. Madrid, Historia 16. Paginas 23-24. Los alemanes desbordaron el dispositivo aliado, que emprendió la maniobra Dyle, -penetración del grueso de sus tropas en Bélgica- para frenar el ataque alemana–que pensaban se produciría por la llanura belga-. Al producirse el ataque alemán por las Ardenas el grueso de la fuerza aliada quedó copado y aislado en la llanura debiendo ser evacuado por mar –desde Dunkerque- o rendirse siendo incapaz de presentar una defensa eficaz. En esencia la derrota aliada en la batalla de Flandes se debió inexplicable a la fe en la errónea creencia del conocimiento del plan alemán de batalla. 
(3) A este respecto conviene recordar que el general Gamelin tenía, en 1940, 68 años, el general Weygand 73, y el mariscal Pétain nada menos que 84 años. Es posible que la edad de los responsables de la derrota de Francia sea un factor de cierta relevancia a la hora de comprender la incapacidad del ejército francés para adaptarse a tácticas nuevas impuestas por realidades tecnológicas nuevas. Todos los mandos franceses y británicos habían tenido papeles relevantes en la I Guerra Mundial, y esperaban que la segunda fuese una repetición de la primera. 
(4) Liddel Hart, B,H. (1972). Historia de la Segunda Guerra Mundial. Barcelona, Editorial Caralt. 
(5) Weygand había sido nombrado comandante en jefe del ejército francés el 18 de mayo de 1940, en sustitución de depuesto general Gamelin, cuando la derrota de los ejércitos aliados en Flandes ya era evidente, Weygand había sido nombrado con la intención de subir la moral nacional y proseguir la lucha contra los alemanes. Hasta entonces había sido gobernador militar de Siria, a donde había sido enviado junto con 100.000 tropas coloniales, con vistas un enfrentamiento bélico...con la URSS. 
(6) Sole Mariño, Jose María (1986), “La derrota de Francia”, en revisión histórica del siglo XX: La Segunda Guerra Mundial. Número 6. Las Victorias Relámpago. Madrid 1986, Ediciones Iberoamericanas. Página 97. La cursiva es del autor. 
(7) Pétain habia sido embajador de Francia ante la España de Franco hasta mayo de 1940, fue llamado a París para ser viceministro de guerra cuando Weygand fue nombrado comandante en jefe del ejército. 
(8) Sole Mariño, Jose María (1986), “La caída de Francia”, en revisión histórica del siglo XX: La Segunda Guerra Mundial. Número 6. Las Victorias Relámpago. Madrid 1986, Ediciones Iberoamericanas. Página 103. 
(9) Cardona, Gabriel (1996). “La guerra relámpago”, en Historia Universal del siglo XX, Número 16: La guerra relámpago, Madrid, Historia 16. La cursiva es del autor. 
(10) www.historiasiglo20.org/clozes/degaulle1940.htm 
(11) Maurillac, François (1985), De Gaulle, Madrid, Ediciones Sharpe. Página 86. 
(12) De Gaulle, Charles (1968). Memorias de Guerra. Tomo I. Barcelona, Ediciones Plaza Janes. Página 74. 
(13) TOYNBEE, Arnold J. (1985), confunde, nuevamente, el rango del vicealmirante Muselier con el de almirante. 
(14) O por lo menos estaba absolutamente convencido de que esto era lo único que entendían los norteamericanos. 
(15) En esencia De Gaulle era favorable a la integración económica –no fiscal- del mercado europeo, pero hostil a la integración política de los estados en una “federación europea”. 
(16) Entre otras cosas porque su utilidad militar era prácticamente nula ya que su potencial no llegaría más que al 3% de la fuerza nuclear de EEUU, el interés del asunto era por tanto fundamentalmente político, sin embargo, su empleo sólo podría determinarse con el consentimiento unánime de todos los miembros, entre los cuales se encontraba Estados Unidos. Es decir en caso de desacuerdo entre norteamericanos y europeos cabían dos opciones: si Estados Unidos quería recurrir al uso de armas nucleares contra la voluntad de sus aliados podría hacerlo recurriendo al 97% restante de su arsenal nuclear, mientras si sólo los aliados europeos deseaban recurrir al uso de armas nucleares en contra de la opinión de EEUU ni la fuerza norteamericana ni la fuerza multilateral podían ser desencadenadas. 
En la práctica a cambio de un gasto superior a los 3.000 millones de dólares los aliados obtenían capacidad de veto sobre el •3% de la fuerza nuclear norteamericana mientras EEUU se reservaba el uso unilateral del 97% restante. EE.UU. buscaba la absorción de las fuerzas nucleares de todos sus aliados, cuyo primer paso se dio en la conferencia de Nassau, EE.UU. renunciaba, -teóricamente por motivos económicos- al desarrollo conjunto de los misiles nucleares aire-tierra Skybolt que debían dotar a la fuerza de disuasión nuclear del Reino Unido, a cambio se comprometía a entregar a Gran Bretaña misiles nucleares de submarino clase Polaris –que serían dotados con cabezas nucleares británicas- pero obtenía el compromiso del Reino Unido de no utilizar unilateralmente su arsenal nuclear. 
(17) Tal y como se manifestó definitivamente la fuerza multilateral se compondría de 25 navíos con unos 200 misiles Polaris A3 –con un alcance de unas 2.500 millas- la tripulación de cada navío sería de al menos 3 nacionalidades y el mando se establecería en función de la aportación económica de cada estado al proyecto. 
(18) Naturalmente mientras pretendía salvaguardar su capacidad de actuación nuclear unilateral. 
(19) De la TORE, Rosario (1998). “La coexistencia pacifica”, en Historia del siglo XX, Número 30: La guerra de los seis días, España, Historia 16. Pagina 19. 
(20) ARTEGA MARTÍN, F (1999). La identidad europea de seguridad y defensa: El pilar estratégico de la unión. España, Política exterior, Editorial Biblioteca Nueva. 
(21) De la TORRE, Rosario (1998). “La coexistencia pacifica”, página 22. 
(22) Lo que además obligaba a EE.UU a abandonar la idea de un conflicto convencional con la URSS en Europa. La salida de Francia de la OTAN impedía la articulación de una defensa, o de una ofensiva, convencional eficaz en Europa por parte de la OTAN. La salida de Francia de dicha organización forzaba a EE.UU a adoptar una estrategia nuclear, y a priori defensiva, en caso de conflicto con la URSS sobre territorio europeo. 

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