El presente relato no representa ningun tipo de accion u operacion concreta, pero esta basada en aquellos ataques que se sucedieron contra la flota americana durante la invasion de Okinawa, en los ataques kamikazes acontecidos entre el 6 de abril y el 22 de junio de 1945.

Esta amaneciendo, el sol estira sus brazos sobre el horizonte, con un vistoso contraste de colores anaranjados. La inmensidad del mar se abre ante mi vista dejando Kyushu detrás. Junto a mí, ala con ala, en formación, 175 aviones que definitivamente no regresaran de esta misión, 175 jóvenes valientes, 175 aviones con una cita ineludible. Sobre nuestras cabezas, un centenar de Reisen pilotados por los veteranos nos cubren desde las alturas. También nos acompañan un puñado de bombarderos en picado, que en el fragor de la batalla intentaran colarse por sus defensas y lanzar sus bombas. Nos acercamos al punto de ascenso, lentamente tiro de la palanca, el aparato levanta su morro dócilmente y el escuadrón se sumerge entre las blancas nubes...

En la tranquilidad del cielo, arrullado por el zumbido del motor empiezo a recordar, a rememorar mis últimos años... me despierto con la gran noticia, nuestra marina ha bombardeado Hawai, el imperialismo y soberbia estadounidense ha recibido un duro golpe; estoy orgulloso de ser japonés. Abril de 1942, en un alarde de coraje guerrero los americanos han osado bombardearnos aun cuando era prácticamente imposible. Apenas nos han hecho daños materiales, pero nuestro orgullo samurái ha sufrido un duro golpe, al contrario de lo que nos decían nuestros líderes, no somos invulnerables. Quiero ayudar. Dejo mis estudios de la Universidad, donde estaba aprendiendo ingeniería y me alisto en la aviación naval, era el año 44 cuando por fin salí de la escuela de aviación, ojala mi padre me hubiese visto. Era su sueño, ser piloto de la armada, pero su educación rural solo le permitió ser un anodino marinero en las entrañas de un monstruo de metal, donde seguramente ahora reposará tras desaparecer el año anterior...
Salí justo a tiempo, los americanos habían retomado la iniciativa, fuimos unos tontos al pensar que se rendirían tan fácilmente. Nos dicen que no se pueden comparar, que ellos no descienden de una tradición guerrera como los japoneses, cobardes que no dudaron en rendirse ante nuestras tropas en Filipinas; pero lo cierto es que han luchado con sangre y sudor para devolvernos los golpes. Las cosas durante el último año se han precipitado, nuestros bastiones en el Pacífico caen uno tras otro, sus gigantescos pájaros de acero descargan sus bombas sobre nuestras frágiles casas, desatando el infierno... el infierno en el que perecieron mi querida madre y mis abuelos... el infierno que les devolveré.
Recuerdo mi alistamiento en el cuerpo especial. Siendo cruel, he tenido suerte; si mi madre aun viviese, jamás me hubiesen permitido alistarme a la unidad. Mi amada Noriko me apoya, pero sé que no le gusta, sabe que me perderá...
¿Pero qué puedo hacer? Nuestros bombarderos no pueden lanzar sus bombas, apenas se pueden acercar a los enemigos cuando son derribados; en el mejor de los casos, pueden lanzar sus bombas, pero acosados por sus defensas es difícil hacer blanco. Pero un piloto decidido armado con un avión y con una bomba puede atravesar sus defensas y hundirles. Debemos hacerlo. La isla de azufre, Iwo Jima, ha caído a pesar de la valerosa resistencia de Kuribayashi y sus 20.000 hombres, los norteamericanos se hicieron con ella. Ahora, sus garras se clavan en Okinawa. Nuestra gente esta indefensa ante ellos, mientras las tropas en tierra resisten, debemos hacer todo lo posible por hundir su flota. Si cae Okinawa, el próximo objetivo será Kyushu. Desde hace siglos ningún enemigo ha osado invadirnos; los últimos fueron los mongoles, que fueron rechazados gracias a un viento divino enviado por los dioses; ese mismo viento volverá a soplar contra los nuevos bárbaros; pero no serán los dioses quienes lo envíen, seremos los japoneses.
Mis últimos días están frescos, la última noche con Noriko, disfrutando de su cálido cuerpo, su suave piel y sedosos cabellos, abrazados hasta el amanecer… y sus lagrimas mientras me pedia que renunciara. La instrucción en el campamento. La ceremonia antes del ataque, las castañas y el sake frio, el hachimaki atado en mi frente con fuerza, y la katana que el padre de Noriko, tullido por la guerra, me regaló con orgullo paternal.
Ahora todos esos momentos son vagos recuerdos, debo centrarme en mi objetivo; salimos de las nubes, antes de la batalla miro las fotos de mis seres queridos en la carlinga, una lágrima cae por mi mejilla. Antes de llegar a nuestro objetivo, una docena de nuestros compañeros se descuelgan de la formación. Su objetivo, los destructores que los americanos han puesto para alertarles de nuestros ataques. Buena suerte hermanos.
Pasados unos minutos vislumbramos a la flota americana, parece imposible fallar, decenas de buques se alinean en formación de combate; si sobrepasamos uno, podemos picar sobre el siguiente, y si no, sobre el más próximo. Pero eso es una impresión, la verdad es muy distinta. Nuestros cazas de escolta se lanzan contra sus aviones que ya están en el aire, esperándonos, mientras que nosotros tomamos la ruta, dispuestos al ataque. Cierro la carlinga y me coloco las gafas, me preparo para mi última batalla. Aunque valerosa, nuestra escolta es diezmada en el cielo en pocos minutos; algunos veteranos consiguen mantenerse en el aire, pero están a la defensiva, arrinconados, sin poder cumplir su misión de protegernos; ahora sus Hellcats y sus Corsair se abalanzan como halcones contra nosotros; los rezagados pronto son abatidos y el cielo queda ensuciado por negras estelas de humo negro de los aparatos que caen sobre el mar. El avión que me precede vira, envuelto en llamas, mientras la silueta de un Hellcat cruza en picado justo delante de mis narices. Después, las balas empiezan a impactar en mi avión; empujo de la palanca y viro hacia la derecha, huyendo de la mortal lluvia. Con duras maniobras consigo eludir las balas de varios enemigos que se colocan a mis seis, pero me alcanzaran, sus cazas han mejorado mucho en estos años, y mi avión va sobrecargado, me tienen a su merced...
Milagrosamente mis perseguidores rompen y se apartan, gracias a nuestros antepasados, uno de mis guardianes acude al rescate, alguno de los cazas de escolta deben de haber dado un susto a los americanos. Pero no, soy un idiota, mis perseguidores se apartan porque entro en al alcance de la antiaérea, saben lo que se va a desencadenar a continuación. El cielo queda cubierto de brillantes balas trazadoras y explosiones negras; parece imposible que un avión pueda esquivar la cantidad de plomo candente que los americanos lanzan al aire; a lo lejos veo a uno de mis compañeros explotar envuelto en una bola de fuego, a mi derecha, vislumbro a un bombardero en picado que pierde un ala, arrancada por un impacto directo y cae en barrena al agua. Pero yo no, yo no caeré, maniobro mi avión evitando las explosiones que hacen temblar mi avión; sus balas rozan el aparato, pero consigo evitar que sus artilleros me fijen en sus miras. Las instrucciones son la prioridad de los portaaviones, pero dentro de la flota, son los buques más protegidos; algunos de mis compañeros ya han ascendido para intentar un picado desde lo alto, otros vuelan a ras del agua. Mientras intento levantar mi avión, la metralla alcanza el fuselaje; mi motor pierde fuerza; no lo lograre, pero no caeré sin cumplir mi objetivo. Centro mi vista en un destructor lo bastante lejos de la formación como para que el paraguas de la artillería antiaérea no sea tan denso como lo sería en el interior, pero lo bastante cerca de mí como para poder llegar con mi renqueante avión. Como un águila me abalanzo sobre él, mi destino y el suyo ya están firmados, mi trayectoria es inamovible, me acerco y el fuego antiaéreo se intensifica, oigo las explosiones, el rasgar de la metralla contra mi débil blindaje. La cabina se rompe en mil pedazos, los cristales rasgan mi cara y el frio y cortante aire me cala en los huesos; una explosión sorda y apagada se escucha cuando el aceite del motor me salpica la cara, dolorido por el calor del fluido me limpio las gafas, el humo apenas me deja ver con claridad, pero veo cómo poco a poco el destructor se hace más grande, solo es cuestión de segundos, mis pulmones se vacían, doy un sonoro grito que nadie más escuchará, libero la tensión de mi cuerpo con un alarido infrahumano, no es tan siquiera ¡Banzai!, es simplemente un grito. Mi vida llega a su fin, pero no tengo miedo. Muero con honor, lucho por mi patria, lucho por mi pueblo, lucho por mi familia, por mis seres amados... adiós, Noriko. Una lágrima cae por mi rostro.

El Reisen se estrella violentamente contra el destructor americano, la explosión arranca las baterías antiaéreas del costado, la metralla de la bomba se mezcla con los fragmentos del avión. Un gran agujero se abre en la torre central del buque mientras los supervivientes combaten el infierno que se ha desatado en cubierta, y mientras el buque americano lucha por su supervivencia, la foto de una bella muchacha de 17 años flota en las aguas del Pacífico.

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