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Abd el Krim conocía bien la situación en que se hallaba el ejército español en Marruecos. Sabía que su moral era baja y que si podía arrastrar a las tribus al jihad, la guerra santa, la resistencia española sería mínima. Resulta más difícil determinar si el alto mando español era, a su vez, consciente de esta situación. En febrero de 1921, Berenguer había informado al ministro de la Guerra que el ejército había de enfrentarse a graves problemas. Los soldados estaban mal pagados, mal alimentados y pobremente equipados. Existían deficiencias en el suministro del material de guerra y los servicios sanitarios eran deplorables. Los barracones y los hospitales eran inmundos en todo el protectorado, por lo que las bajas causadas por la malaria eran innecesariamente elevadas. Su informe fue presentado en las Cortes, aunque añadiendo que si bien las condiciones eran malas el «espíritu marcial» de las tropas eran bueno.

Mejor hubiera sido decir que el «espíritu marcial» de las tropas, lejos de ser bueno, en algunas unidades era casi inexistente. El nivel general de los mandos era bajo, muchos oficiales eran incompetentes, indisciplinados y debían su posición a sus conexiones familiares. La paga del ejército era tan escasa que muchos oficiales tenían otro trabajo. En Marruecos empleaban gran parte de su tiempo fuera de las guarniciones y se preocupaban muy poco del bienestar de sus tropas. Para el soldado raso la vida era un infierno; la escasez de equipamiento, instrucción, comida y servicios hospitalarios, así como la casi total ausencia de atenciones médicas, erosionaban la moral.

Cuando Silvestre supo que Abd el Krim se preparaba para combatir, declaró enfurecido: «Este Abd el Krim es un loco. No voy a tomar en serio las amenazas de un pequeño caid bereber que hasta hace cuatro días estaba a mi merced. Su insolencia merece un nuevo castigo».

Pese a que algunos jefes tribales le advirtieron que no provocase a Krim cruzando el río Amerkran, Silvestre desdeñó sus consejos y lo cruzó. El 1 de junio, un destacamento español de 250 hombres sitió Abarran. No obstante, los policías aborígenes que los acompañaban se sublevaron y atacaron a los españoles matando a 179 soldados, entre los que se encontraba el comandante. El mismo día las tribus del Rif atacaron la base de Sidi Dris.

Berenguer, preocupado por estas noticias, embarcó en Ceuta rumbo a Melilla para ver a Silvestre. Cuando el alto comisionado le ordenó que cesara su avance por el Rif, el irascible comandante perdió los estribos y trató de estrangularle, teniendo que ser reducido por la fuerza por los oficiales de su Estado Mayor. Berenguer partió creyendo que sus órdenes estaban suficientemente claras, pero Silvestre estaba persuadido de que otro pequeño avance no le causaría ningún perjuicio, por lo que ordenó que establecieran una nueva base en Igueriben, a unos cinco kilómetros de Annual.

Abd el Krim decidió en aquel momento lanzar un ataque anticipatorio contra las posiciones españolas. En aquel momento, la hostilidad hacia los españoles entre los hombres de las tribus rifeñas era más fuerte que nunca, por lo que cuando Krim declaró la jihad su auditorio estaba más que predispuesto:

--Oh, musulmanes, nosotros hemos deseado hacer las paces con España, pero España no quiere. Sólo desea ocupar nuestras tierras para arrebatarnos nuestras propiedades y nuestras mujeres y para hacernos abandonar nuestra religión. No podemos esperar nada bueno de España ... El Corán dice «el que muere en la guerra santa va hacia la gloria».

 

Pese a la naturaleza emocional de su arenga, Abd el Krim no actuaba de una manera precipitada, sino que había ido preparando a sus fuerzas con todo sigilo. Probó las defensas españolas en una serie de «ataques y retiradas» y llegó a la conclusión de que podía asestarles un golpe definitivo. Con un ejército -o harka- procedente de Ben Urriaglis, Abd el Krim atacó por sorpresa el 17 de julio de 1921.

La base de Igueriben, a medio construir, recibió el primer ataque. Increíblemente, había sido construida a cinco kilómetros de distancia del suministro de agua más cercano, por lo que los soldados españoles pronto sufrieron la tortura de la sed. A medida que la lucha avanzaba lo único que les quedaba para beber era el jugo de las latas de pimiento y tomate, y después «vinagre, agua de colonia, tinta y, finalmente, su propia orina endulzada con azúcar». Desde Annual enviaron una columna en socorro de aquellos hombres, pero no se atrevieron a avanzar hacia Igueriben, pues tenían que pasar por un estrecho desfiladero fuertemente defendido por los rifeños. Se retiraron tras haber perdido 152 hombres, abandonando la base a su suerte. El 21 de julio Silvestre había tratado de dirigir una carga de caballería a través del desfiladero para rescatar la guarnición, pero el fuego de los cañones apostados en las colinas le hizo retroceder. Finalmente Igueriben fue invadida y su guarnición masacrada.

Silvestre regresó a Annual, un campamento asentado sobre tres pequeñas laderas y que podía dominarse desde las colinas circundantes. El general, tan confiado tiempo atrás, empezó a sentir pánico: tenía dificultades para dormir y para digerir los alimentos. El rey le envió un telegrama en el que le instaba a tomar la bahía de Alhucemas para el 25 de julio, día del cumpleaños de su majestad. Silvestre se dio cuenta de que estaba acorralado por su propia reputación de hombre que hace lo que dice. Estaba ya claro para él que la situación local era desesperada y que ni siquiera Annual, la principal base española en el Rif, podía mantenerse. La mañana del 22 de julio, después de una reunión con los oficiales, ordenó una retirada a gran escala. No había previsto ningún plan y dijo simplemente a las tropas que se marchasen «por sorpresa». La conmoción que causó la orden del propio comandante en jefe hizo perder los nervios a la mayoría de la tropa, formada por reclutas, que rompieron filas y huyeron presas del pánico. Sus oficiales no hicieron nada para impedir la estampida, mientras que Silvestre, que al parecer no tenía ni idea de cómo gobernar la situación, se limitaba a decir a sus tropas, «corred, corred, ese diablo está a punto de llegar». En realidad ya estaba allí y muy pocos soldados españoles escaparon de la muerte a manos de los rifeños. No se sabe con certeza cómo murió Silvestre, pero algunas versiones dicen que fue el propio Abd el Krim quien le cortó la cabeza para lucir luego su brillante fajín de general, mientras que otros informes hablan de suicidio.