Tercios y samurais: La batalla de los peces-lagarto (Cagayan 1582)
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- Escrito por Rafa
Dentro del último número de la revista ejércitos hay un muy interesante artículo de Elisabeth Manzano sobre los combates en Filipinas entre españoles y piratas japoneses.
Páginas 76 a 81.
Espadas del fin del mundo, ilustración de Juan Aguilera Galán
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La Campaña Naval de los Dardanelos (I)
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- Escrito por Lutzow
El Helesponto, un nombre mítico que a muchos de nosotros nos despierta la imaginación, que nos retrotrae a Homero y la Guerra de Troya, a Heródoto mostrándonos a Jerjes cruzándolo junto a su inmenso ejército en un puente de barcas camino de su malhadada expedición a Grecia, a Leardo atravesándolo a nado en busca de su amada Hero, o al polifacético Lord Byron imitando su gesta en 1810.
Los Dardanelos son un estrecho de 40 millas de longitud que separa Europa y Asia, al tiempo que une el Mediterráneo con el Mar Negro a través del Mar de Mármara y el Bósforo, en un paisaje jubiloso que nadie se debería perder. La entrada en su lado occidental tiene dos millas de ancho, que al poco se abren hasta alcanzar las cuatro millas, para estrecharse gradualmente a la altura de los Narrows, ubicados catorce millas en su interior y con una anchura de solo una, para ensancharse nuevamente un promedio de cuatro millas durante otras veintiséis hasta alcanzar el Mar de Mármara. En su lado Norte la península de Gallipoli se eleva entre escarpados acantilados, mientras la costa asiática es una llanura de litoral bajo que se extiende hasta la antigua Troya. No existe mareas en los Dardanelos, pero sí una corriente constante de unos tres nudos de Este a Oeste, debido a los grandes ríos que desembocan en el Mar Negro y el deshielo del Cáucaso.
Mapa de los Dardanelos.
Las naciones de los Tercios (II): El ejército de naciones de la monarquía hispánica, de Felipe II a Carlos II.
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- Escrito por Flavius Stilico
Un ejército para una monarquía compuesta.
El caso español era especial, pues como bien dice Bernardino de Mendoza (1596) al rey Felipe II:
Ha hecho N. Señor a V.A. tan poderoso Príncipe, que tiene Reinos y muchas Provincias donde podrá formar gruesos ejércitos de una nación, o diferentes, siendo todos sus vasallos, o ayudándose de Países donde tiene coroneles prendados para el efecto. Y así podrá V.A, escoger el partido mas conveniente.
Así, aunque hablemos de monarquía española y ejércitos españoles, lo cierto es que el Imperio hispánico de los Austrias se componía de diferentes reinos y provincias, con su propia singularidad; aunque indudablemente el núcleo central de la monarquía estuviera situado en España, y mas concretamente en Castilla.
La famosa orden de Génova de 1536 -dada por Carlos V- se suele considerar la consagración de la separación entre naciones dentro del propio ejército.
Que en las compañías de la infantería española no haya ningún soldado de otra nación, excepto pífanos y atambores y algunos soldados que al presente hay en ella italianos o borgoñones que nos han servido mucho tiempo en la dicha infantería española, y asimismo que en la infantería italiana no haya español ni de otra nación, salvo algún alférez o sargento español, y asimismo en la infantería alemana no haya español ni italiano, sino que cada nación ande y sirva en las compañías de su nación y no fuera de ella por excusar fraudes, cuestiones y por otros respectos cumplideros a nuestro servicio.
La terminología de nación de la época no debe confundirse con los usos modernos. Era un recurso habitual para clasificar a los individuos según su procedencia, utilizado también en otros ámbitos como el universitario y el mercantil, y dentro de cada nación se podía entender, si se quería delimitar mas el ámbito, que a su vez que había diferentes naciones. Aunque en algún momento medieval la clasificación en naciones tuvo bastante que ver con la lengua, en la práctica esto ya no era un criterio estricto.
Aunque siempre se intentó mantener una separación orgánica por naciones, la realidad podía ser diferente; ya no sólo que en situaciones (aunque pocos comunes) hubiera que recurrir a unidades mixtas, sino a que las propias unidades de una u otra nación aceptaran individuos de otras, bien a posta para rellenar filas o bien ante el mero hecho de que la “nacionalidad” no era un concepto tan firmemente delimitado en la época como para evitar que individuos transitaran de una a otra.
Al final las unidades de naciones no eran tan homógeneas como a las autoridades les gustaría. Cuando en 1648 llegó a San Sebastián parte de un regimiento recién levado en Holanda; entre sus 30 oficiales y 182 soldados había en realidad 15 “grupos nacionales”: holandeses (la cuarta parte), flamencos y alemanes predominaban, pero también había suecos, daneses, frisones, polacos, hamburgueses, ingleses, escoceses, irlandeses, liejeses, franceses, españoles y napolitanos.
Aun poseyendo los Austrias tantos territorios, ya vemos que se estimó que los ejércitos no se compusieran solo de súbditos. De todas maneras cuando se recurría a foráneos, estos eran sobretodo alemanes de las tierras patrimoniales de los parientes Habsburgo (divididas en la herencia de Carlos V), por lo que se les presumía más fiables política (y religiosamente) que los mercenarios sin ningún tipo de vinculación directa a los Habsburgo. Al menos eso fue así durante el siglo XVI, ya que la crisis de efectivos del siglo XVII, a partir de 1640, hizo realmente ampliar las miras, y ahí sí vemos importantes reclutamientos de tropas mercenarias “puras”.
A la hora de reclutar tropas extranjeras se tenían en cuenta diversos factores mas allá de la “calidad” y el “precio” de ellas. Preocupaba mucho que fueran católicos, aunque cuando la necesidad apretó, esto se acabó soslayando. Aparte intervenían temas logísticos como la mayor o menos dificultad para trasladarlos al frente deseado. También había que tener en cuenta la complejidad de las negociaciones para que otro monarca permitiera reclutar en su territorio, aun cuando éste no necesitara de reclutar a esos mismos hombres para sus propias guerras. Como todo mercado, también había factores de competencia entre naciones que acudían a los mismos “proveedores”. En el caso español especialmente con Francia, sobre todo a partir de la Guerra de los Treinta Años.
Entre las tropas “extranjeras” se distinguía a aquellas reclutadas en nombre del rey, que por juramento se convertían en tropas propias del monarca, y aquellas que formaban parte de los contingentes auxiliares. Estas últimas eran tropas reclutadas por otros estados o príncipes. En algunos casos eran tropas alquiladas al monarca español, a veces por una mera cuestión monetaria.
En otros casos los auxiliares eran una suerte de aliados subvencionados por España y a los que se mantenía sobre todo por razones políticas. Como ejemplo de estos últimos tenemos al inútil ejército mercenario del desposeído duque de Lorena, mantenido entre 1633-1655, y que para lo único que parece que servía era para causar la devastación en los propios territorios del rey, ya que el duque era reacio a comprometer en batalla a su principal activo. Otros ejemplos serían las tropas del francés príncipe de Condé, que contaba con un ejército inicialmente reclutado a su costa en 1651, pero al que enseguida hubo que ir cediéndole tropas del propio ejército de Flandes; y también el ejercito realista inglés, que combatió en 1658 en las Dunas del lado hispánico.
Novedades Desperta Ferro
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- Escrito por Rafa
Os compartimos las últimas novedades de la editorial Desperta Ferro:
A principios de 1798, los ejércitos de la República francesa habían vencido a todos sus enemigos excepto uno: Gran Bretaña. El enfrentamiento, que destacados líderes franceses equiparaban, por la esencia antagónica de ambos países, a las Guerras Púnicas entre Roma y Cartago, debía forzosamente decidirse fuera de Europa. Las victorias navales británicas de 1797 hacían inviable una invasión de Gran Bretaña. El intrigante ministro de Exteriores, Talleyrand, y el héroe de las campañas de Italia, Bonaparte, señalaron el inesperado escenario donde Francia debía centrar sus esfuerzos: Egipto, una provincia otomana con cuya conquista debía obtenerse una posición estratégica privilegiada a caballo entre el Mediterráneo y el océano Índico. El quimérico objetivo final era alcanzar la India y privar a los británicos del mercado que nutría de algodón su boyante industria textil. Nada salió como estaba previsto y, sin embargo, la campaña de Napoleón en Egiptoes la más evocadora de sus campañas: librada en un escenario tórrido, entre ruinas de una civilización milenaria, con un enemigo que, si bien carecía de la sutileza de los rivales europeos, resultaba infinitamente más escurridizo, y con el imperativo de lidiar con un pueblo de una idiosincrasia tan distinta de la francesa como el egipcio. Aislados tras la destrucción de su flota a manos del contraalmirante Nelson, los soldados de la Armée d’Orient tuvieron que aprender a sobrevivir en un ambiente hostil.
Las naciones de los Tercios (I)
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- Escrito por Flavius Stilicho
Batalla de Gravelinas (1558) entre los ejércitos español y francés. El bando hispánico lo formaban: españoles, valones, borgoñones y un gran número de alemanes, Igualmente en el bando francés militaban numerosos alemanes.
1. Los ejércitos plurinacionales en la era de los Tercios.
Durante los siglos XVI y XVII lo más corriente era que los diversos ejércitos en conflicto fueran plurinacionales. En ocasiones la plurinacionalidad del ejército derivaba del hecho de que el monarca lo fuera a la vez de varios estados diferenciados; aunque lo normal era que se produjera por la presencia de tropas extranjeras, lo que hoy llamaríamos mercenarios, entendiendo como tales las que servían a un señor o estado que no era el suyo natural.
El recurso a tropas foráneas no era nada nuevo y había amplios ejemplos en siglos anteriores. Pero ahora la expansión de los ejércitos, en especial en lo que respecta a una mayor presencia de infantería disciplinada, generó una inmensa demanda de profesionales que el “mercado interno” de los principales estados en pugna no podía atender. Para los años 30 del siglo XVI lo habitual era que los estados necesitaran el doble de hombres de los que habían necesitado antaño.
Estamos en una época en la que en la mayoría de los estados los ejércitos permanentes, en un sentido moderno de la definición, son relativamente pequeños o directamente inexistentes.
Las alternativas que se presentaban a los estados para emprender una gran campaña no dejaban mucho margen. Los sistemas de conscripción apenas estaban desarrollados y las tradicionales milicias tenían una eficacia limitada; útiles en el mejor de los casos para la defensa del territorio, pero de poco uso en una campaña ofensiva. Además de una escasa disposición de las milicias para operar fuera de su territorio, había que tener en cuenta las diversas restricciones legales y políticas existentes en la mayoría de los estados que provocaban que muchas veces un monarca tuviera que “negociar” permisos para su reclutamiento y uso.
Estaba la opción de buscar voluntarios de entre los súbditos, claro está, pero generalmente no se encontraban en número suficiente ni con la preparación necesaria para una campaña inmediata. Al final la solución más rápida que se tenía era recurrir a “profesionales” de la guerra. Profesionales que abundaban en ciertas zonas como podían ser Alemania, Suiza o los Balcanes; así como los que quedaban “en paro” en ciertos países cuando llegaba la desmovilización al venir un periodo de paz (o de bancarrota). Además de las regiones pobladas pero relativamente atrasadas económicamente, otras regiones exportadoras eran aquellas que sufrían turbulencias de índole político o religioso, dando lugar a exiliados.
No sería hasta la segunda mitad del siglo XVII cuando, de la mano de reformas fiscales y administrativas, los grandes estados pudieran ir reformando sus ejércitos, e ir instalando sistemas de reclutamiento para el mantenimiento de unos ejércitos, que sin ser exactamente nacionales en el sentido moderno del término, sí estaban centrados en los naturales de los diversos estados. Los estados mejoraron en el arte de “imponer obligaciones militares” a sus súbditos; aunque eso no quita que siguiera existiendo un contingente de “tropas extranjeras” en muchos de ellos durante el siglo XVIII.
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